Quien se la metió a quién

Un alto ejecutivo es despedido y se plantea empezar una historia con una empleada de su compañía, que no se atrevió a emprender por miedo a perder su posición. Su encuentro breve y salvaje termina con una sorpresa en que los caminos personal y profesional se cruzan.

QUIEN SE LA METIÓ A QUIÉN?

Le habían despedido. Después de tres lustros como un prestigioso profesional, su currículum se ensombrecía con una frase sin cabida en su cerebro: "deja la compañía".

El 13 de marzo le comunicaron la noticia. Los resultados no habían alcanzado las cifras previstas y, el consejo, impávido y resoluto, había decidido comunicarle la noticia por mail. Un escueto mensaje que le anunciaba el fin de una gloriosa etapa como ejecutivo.

Se quedó impertérrito mirando aquellas frases, cuyas letras ahora parecían danzar por la pantalla del portátil. Mirando fijamente el remitente, leía una y otra vez la frase final: "el Consejo agradece su esfuerzo y entrega pero considera que su futuro profesional debe encauzarse en otra compañía".

Los últimos 8 meses habían sido intensos, cargados de reuniones, viajes y comunicaciones con su equipo. Se trataba de reflotar una de las partes del negocio, con graves pérdidas, pero la nave estaba varada en el arrecife hace ya tiempo…Noches de insomnio y jornadas interminables, regresando a casa cuando sus 3 hijas estaban ya acostadas.

Pero lo peor, sin duda, era perder la posición, ser apartado del sillón, negársele la pasión de mandar, reconocer ante otros el fracaso, el no haber sido suficiente líder-innovador-visionario.

Su carrera había transcurrido lenta y sólida, alcanzando pequeños triunfos por su constancia y dedicación, amén de su inteligencia reconocida. Proyectos sin mirar el reloj, lecturas sin parada para comer, conversaciones sin pensar en quien le aguardaba en casa…Y todo para que unos resultados económicos menores de lo esperado lo colocaran de nuevo en el punto de partida

Llamó a su equipo. Los citó en la sala de reuniones donde habían compartido en los últimos años infinidad de encuentros más o menos crispados y les comunicó la noticia con voz grave y pausada. El silencio pesaba. Lo miraban tensos. Comenzaron las quejas y los mensajes de ánimo, casi al mismo tiempo.

De pronto se levantó. Salió al pasillo y se acercó hasta el penúltimo despacho. Llamó y entró sin esperar. Alguien le sonrió y le preguntó si buscaba a su jefe. Él se llevó una mano al pelo y recordó que ella había abandonado la empresa meses atrás, motu propio. Una sensación de vacío le ascendió desde el estómago hasta la garganta. Regresó a la sala de reuniones, cabizbajo, y se quedó pensativo mientras los demás continuaban con su diatriba.

Formuló una excusa comprensible en aquellos momentos y se centró en recoger algunas carpetas y sus objetos personales. Encargó a su secretaria que lo embalara y lo enviaran a su domicilio. Bajó al parking evitando la salida principal, a través de la escalera de emergencia. Entró en su coche, arrancó y al instante fue consciente de que también le privaban de ese pequeño placer, conducir aquella berlina biplaza azul metalizada. Sacudiendo la cabeza se dirigió a la carretera principal y buscó el teléfono de ella, rogando internamente para que no hubiera cambiado de número.

Sonó y sonó. Se activó el contestador y dejó un escueto mensaje: "soy yo, han ocurrido muchas cosas estos días y me gustaría tomar un café contigo. Por favor, llámame".

Explicarlo en casa a su mujer y sus hijas no fue tan difícil como habérselo comunicado a su equipo directivo. Ellas, al fin y al cabo, confiaban en él, era su referencia, los pilares de su mundo. Su mujer le acarició la espalda y él lo agradeció con una sonrisa. Se acercó para besarlo y sólo le alcanzó la mejilla.

Se levantó y abrió la puerta del estudio. Allí se encontraba su mundo particular, con su ordenador, sus libros, su música y sus maquetas de barcos. Se dejó caer sin ganas en el sofá de cuero usado y rebuscó su teléfono en el bolsillo. Algunos mensajes, ninguno de ella.

Remarcó su número y esperó cerrando los ojos…aquella fue una larga noche, pero no como las otras; esta vez no pensaba en el negocio y en estrategias de cambio, en clientes y nichos de mercado; esta vez recordaba sus ojos, su forma de andar, la primera vez que hablaron, su risa descarada, cuando fueron conscientes de que entre ellos había una chispa más brillante e intensa de lo habitual…cuando ella reconoció que por él sentía algo especial, cuando le hacía pequeños regalos secretos…y él se ahogó en su propio miedo, se asustó de las consecuencias de una infidelidad y de una posible salida poco honrosa de la compañía

Ella dejó de hablarle, muy a su pesar, evitó cruzárselo en el pasillo, luchó para olvidarlo y le costó muchas semanas dejar de pensar en él, cuando regresaba a casa. Un día se reconoció a sí misma que no podía continuar trabajando en la misma empresa. Necesitaba oxígeno y distancia. Lo comunicó a su jefe inmediato y a algunos compañeros. Él lo sabía, se lo comentaron en una reunión semanal. Se quedó pensativo, todavía se movía algo en su interior al oír mencionar su nombre, pero se negó a ir a su despacho. No podía evitar sentir cierto resquemor hacia su persona, aunque le había atraído mucho, se había sentido, a veces, vapuleado y cuestionado sin motivo; además fue ella quien cerró aquel capítulo que ni siquiera pudo llamarse de amantes; no estaba acostumbrado a que le trataran así.

Soñó que quedaban a tomar café, que se saludaban como amigos, con besos en las mejillas, que reían y buscaban en sus ojos más información sobre sus sentimientos, que, al salir, ella sujetaba la puerta y él le cogía de la cintura descuidadamente. Soñó que, en el coche, al llevarla cerca de su casa, él acariciaba su mano y luego, ella, mientras conducía le alisaba el pelo de la nuca…tres manzanas antes se bajaba, no quería que la vieran los vecinos o su marido

Las siete. Oyó el despertador del móvil e inmediatamente el sonido de un mensaje. Se incorporó rápidamente y entró en el baño. Era un mensaje de ella: "ya me he enterado de las últimas noticias. Lo siento. No podemos quedar".

Un ramalazo de ira le subió por la espalda. Tenía la virtud, en ocasiones, de sacar su genio más vivo. Se duchó, se afeitó, se puso la ropa que a ella le gustaba, con su corbata favorita y bajó a la calle. Condujo más deprisa de lo razonable y aparcó cerca del domicilio de ella. Entró en una cafetería cercana y pidió un café solo. Se frotaba los ojos. Decidió quitarse las lentillas y ponerse sus gafas –estaré más feo, pero al menos podré verla bien- pensó.

-Ahí está!

Salió al paso dando grandes zancadas

La llamó por su nombre. Ella se volvió y en sus ojos leyó la sorpresa y cierta inquietud.

-Espera! Tenemos que hablar.

Ella no le contestó. Esperaba seria y distante.

-Necesito decirte algo… sube al coche y susurró un por favor que a ella le sonó sincero.

En el interior del vehículo, él se giró hacia ella. Esta vez no había miradas huidizas ni distancia.

-Te he echado mucho de menos… Sé que no te he cuidado como debiera y que no aposté nada. Sólo quería que siguieras mis reglas porque yo conocía los riesgos de una relación peligrosa, pero luego tú, ante el más mínimo peligro, me mandaste a la porra. Te veía tan fría, tan segura…que supuse que tampoco era tan importante para ti y a mi alrededor todo era presión, seguir contigo o…bueno, empezar contigo hubiera supuesto enfrentarme a mi vida y a todas las cosas importantes que la componían…Sin embargo, ahora soy consciente de que aquellos sentimientos eran reales y siguen vivos. No quiero perderte otra vez. Me gustaría que lo intentáramos. Tú qué piensas?

Ella callaba, lo miraba sin hacer un solo gesto. Dolida pero controlando cualquier asomo de emoción en su rostro. Sabía que él no estaba acostumbrado a ese comportamiento, que le atraía y, al mismo tiempo, lo desconcertaba.

-Pensaba que todavía había una posibilidad…conservo tus fotos y tus cosas que, algunas noches, he seguido mirando

-Venga, qué me dices. Aún estamos a tiempo?...la vida es breve, murmuró ya sin mucho convencimiento

La miró en silencio con sus brillantes ojos atrincherados tras sus gafas y su boca se transformó en una línea recta. Se aventuró a cogerle una mano. Era la primera vez que la tocaba así, hablando de sus sentimientos. Le acarició el dorso, le dio la vuelta y se la acercó a los labios. Le besó la palma y sostuvo la mano pegada a su rostro. Él cerró los ojos intentando vivir intensamente el momento.

Repentinamente, sintió la otra mano de ella sobre su cabeza, acariciándole.

Abrió los ojos y la miró.

Ella sonreía.

Él sintió que el sol brillaba más fuerte y que los latidos de su corazón se aceleraban.

-Ya no puede ser. Pasó el momento

Se despidió y salió del coche de forma apresurada.

Él condujo hacia la empresa, absorto en sus pensamientos cuando reconoció que allí ya nadie le esperaba. Regresó a casa y se encerró en su estudio.

Esa fue una jornada larga, pesada y angustiosa. No cenó y se quedó solo viendo una película de acción. Sonó un mensaje en el móvil. Lo consultó fastidiado…ella le pedía que fuera a buscarla al garaje de su casa.

Se puso un jersey, se mojó el pelo y se echó colonia. No pudo esperar el ascensor. Bajó las escaleras de dos en dos y condujo velozmente. Al llegar, se acercó andando a la puerta del garaje. Entró nada más abrirse la puerta mecánica. De un rápido vistazo la vio junto a una columna. Se acercó y ella se abrazó. Se besaron en los labios.

Ella le dio la mano y abrió su coche. Le invitó a entrar. Ya dentro, ella se despojó del jersey y el pantalón. Él la miraba impresionado y anonadado…lo vamos a hacer en un sitio público…e inmediatamente notó cómo su pene crecía. Se afanó en imitarla.

Echó el respaldo del asiento hasta colocarlo horizontal y le invitó con un gesto a tumbarse encima. Él la besó en cada rincón de su cuerpo, masajeó sus pechos y recorrió su estómago, su vulva y su clítoris. No podía parar de estrujarla, de mirarla, queriendo recuperar el tiempo perdido. Su verga estaba tan tensa que pensó que no aguantaría más y cuando quiso separarle las piernas, ella se negó. Sin hablar, se dio la vuelta y le ofreció su trasero orondo.

Abrió sus piernas y con las manos le ofreció aquel orificio oscuro y deseable. El corazón de él parecía a punto de estallar, los latidos retumbaban en sus sienes y en su capullo. Se mojó dos dedos y los introdujo en ella abriendo camino. Luego olfateó su cuerpo, rastreando y memorizando sus efluvios. Cogió su pene y ella, al sentirlo húmedo en su piel, levantó su cadera para favorecer el acoplamiento. Él empujó agarrándose en la pelvis de ella, quien emitió un gemido grave y prolongado. Siguió penetrándola despacio, mientras ella se abría y bajaba la cabeza. Se echó sobre ella oprimiéndole los pezones con los dedos índice y pulgar, la embistió tres veces más y se corrió sin poder reprimir un gemido que le rascó la garganta.

Ella se incorporó obligándole a levantarse. Él quedó sentado en el asiento del conductor, despeinado y exhausto, con su camisa abierta y cabizbajo. Una mezcla de sentimientos contradictorios se apoderaba de él. Su sentido de la moral y sus deseos más íntimos siempre chocaban y más desde que percibió que la vida era breve y su matrimonio le ahogaba sus fantasías más humanas.

Le ayudó a abrocharse la camisa y buscó su ropa interior del suelo del coche. Sin mediar palabra, casi lo empujó fuera. Le abrió la puerta del garaje que salía al exterior y ella subió por el ascensor para refugiarse en la tibieza rutinaria de su hogar.

Pasaron dos días. Él la llamó por teléfono pero no conseguía una respuesta. Lo intentó durante una semana, dos…hasta cinco. Su confusión era angustiosa y vibrante. Las horas más largas que jamás había percibido…Un día creía que ella estaba sólo tomando un receso para, finalmente, dar el gran paso, y decidir entregarse a él en cuerpo y alma. Otro día se lamentaba, convencido de que ella se había sentido decepcionada

Una mañana, tras una entrevista en una prestigiosa consultora de selección de personal recibió un mensaje. Era su número. Con los latidos resonando en sus tímpanos leyó el texto. Le mandaba copia oculta de un mensaje que no era para él. Ella, en tono suave y sumiso, le decía al presidente del consejo, aquel que lo había despedido semanas atrás, que necesitaba quedar con él, pensaba que estaba encinta: "Estoy feliz. Llevar un hijo tuyo en mi vientre; no me importa si lo deseas o no; es tuyo y mío; será mi bien más preciado y el recuerdo de nuestra historia. Dime cuándo podremos vernos. Te deseo".