¿Quién la lleva? Parte III

Los prejuicios y malos entendidos pueden llevar a que muchas fantasías no se cumplan, pero como hablando se entiende la gente, si la pareja se deja llevar puede disfrutar al máximo. Por fin nuestros amigos se dejan llevar algo más, sin prisas pero sin pausa.

Después de aquella apasionante noche de cena con sorpresa, la mente empezó a maquinar nuevas fantasías y deseos en ambas parejas. Jamás nos hubiéramos planteado ciertos temas y menos ciertas prácticas sexuales ajenas a la pareja. Quizás todo se estaba saliendo de madres, quizás tendríamos que echar el freno y no ir tan rápido. Nuestro propósito no era el de jugar con fuego y acabar quemándonos, ¿y si todo aquello acabaría mal por ir más allá de nuestros límites como pareja? ¿Y si por jugar con fuego quebraría nuestra relación o generaría algún problema que no vemos por la ceguera de dejarnos llevar?

La cuestión es que lo que al principio había sido un juego muy morboso y llevadero, se podría desmoronar como si de una montaña de barro se tratara.

Notaba que Laura me evitaba ya por el chat, o al menos aludía a que no tenía tanto tiempo como antes, y las conversaciones lejos de ser como antes, se habían convertido en algo rutinarias y esquivas. Por otro lado, María llevaba días sin hablar con Pedro, y cuando le preguntaba siempre me decía que no le apetecía o estaba ocupada en ese momento, típica excusa para quitarle importancia.

La cuestión era: ¿Qué nos estaba pasando?. Lo que sí tenía claro es que el toro había que cogerlo por los cuernos y sin más dilación, lejos de huir o dudar, envié un mensaje a Laura.

  • Hola preciosa, ¿Estás por ahí?, escribí en mi móvil.

Durante unos minutos observé la pantalla esperando su respuesta o al menos que leyera mi mensaje, pero no dio señales de vida. * Laura, he notado que después de la maravillosa cena en tu casa, nos hemos distanciado. Puedo llegar a entender que hayamos pasado algunos límites pero no debemos avergonzarnos por lo sucedido. La verdad que ha estado muy bien y me gusta mucho la amistad que tenemos, añadí.

Esta vez pude ver cómo había leído mi mensaje o al menos se marcaba que lo estaba haciendo. Unos segundos más tarde me contestó.

  • Hola Juan, coincido contigo, las dos veces que hemos salido han sido maravillosas, y no me arrepiento en absoluto de nada. Pero si es cierto que hay cosas que han pasado y no con ustedes, dijo algo angustiada.
  • ¿Qué ha pasado?, dije impaciente.
  • A ver cada pareja es diferente, y cada persona igual. Aunque Pedro se haga más el moderno y el que todo le da igual no es así. Después de aquella maravillosa noche lo fui notando cada vez más celoso, y reacio a reencontrarnos, y comprendí que lejos de ser un juego para ambos, se estaba convirtiendo en un problema para mí.
  • Pero a ver Laura, ¿se ha enfadado? ¿Pasó algo o hice algo que le ofendió?, dije.
  • No, no. Tanto tú como María le caen muy bien, no hay más que ver como se le cae la baba por María, pero tienes que entender que él tiene una mentalidad muy anticuada, y lo han criado para mantener unos valores y costumbres que quizás hemos sobrepasado.
  • ¿Y nosotros nos criamos viendo lujurias y desfases?, pregunté. Nosotros jamás pensamos en que esto nos pudiera pasar. Nuestras fantasías son eso, fantasías, que usamos como juego en nuestra pareja, pero no tienen por qué hacerse realidad.
  • No quiero que te enojes, y te entiendo, de hecho le he dicho que durante muchos años he ido a su ritmo, he sido la mujer que siempre quiso, guardando las maneras y formas. Pero esta vez, por primera vez me he atrevido a decirle que debe poner algo más de su parte, que no quiero locuras pero sí que me sorprenda y proponga cosas, porque tú sabes que con los años toda relación corre el riesgo de entrar en rutina.
  • Bueno, por nuestra parte he de decirles que no pretendemos sobrepasar ciertos límites, simplemente nos hemos dejando llevar al ver que ustedes tenían el mismo propósito, pero esos juegos no tienen por qué acabar en desmadres o celos, ni siquiera en obligaciones o prácticas extrañas, añadí. Dile a Pedro, que no se preocupe que esto ha sido únicamente un juego, y como tal, también tiene su fin.
  • Bueno… tú mismo se lo has dicho, está a mi lado y ha leído lo que has puesto, dijo.
  • Gracias por avisar, Laura. Tampoco me escondo, pero vamos que no debe haber mal rollo, somos adultos y podemos seguir siendo amigos, y no pasar nada más.
  • Hola Juan, soy Pedro, escribió.
  • Hola amigo, ¿qué tal estás?. No sean bobos, las cosas se hablan pero teníamos buena relación y no veo porqué se debe estropear.
  • Tienes razón, sé que tú respetas a mi mujer como yo a la tuya, y mis dudas han podido conmigo, añadió dubitativo.

Tras esa conversación, Pedro volvió a charlar con María, y Laura hizo lo propio conmigo. De hecho en alguna ocasión los chicos llegamos a salir a tomar una copa cuando coincidíamos trabajando por la misma zona o las chicas salían de tiendas.

Las conversaciones con Laura ya no eran tan monotemáticas en cuanto a hablar de juegos y fantasías, ni volvimos a tener sesiones de relatos morbosos, mientras nos tocábamos pensando en la situación. Pero la amistad, se mantenía a salvo.

Un tiempo después, encontramos uno de esos días en los que podríamos preparar algo y aprovechando que los niños estaban en el cole, decidimos organizar un día de spa en el que pudiéramos ir ambas parejas, aunque sólo fueran unas horas por la mañana. Laura tenía un poco de inconveniente, ya que tenía que acompañar a su madre al médico, pero decidimos después de darle muchas vueltas, adelantarnos Pedro, María y yo, y más tarde iría ella, ya que sólo sería una hora.

  • Me gusta el lugar, dijo Pedro, ¿vienen a menudo?
  • Tanto como a menudo, qué más quisiéramos dijo María.

La verdad que era uno de esos rinconcitos en los que nos olvidábamos de todo. Tenía un yacusi, una piscina con naranjas flotando, sauna, baño de hielo,…, hasta un baño turco lleno de vapores mentolados.

Según llegamos el yacusi nos esperaba, y mientras María se acomodaba el biquini, los dos fuimos directos al agua. No tardó mucho, en apareceré María. La verdad que el biquini le quedaba de vicio, y era bastante recortadito. A Pedro se le caía la baba al verla.

  • ¡Uff! Tu mujer esta como un tren, dijo Pedro.
  • ¡A que sí!, dije sin poder quitarle ojo mientras se acercaba a nosotros.
  • ¿No te molesta que te lo diga, no?, dijo inquieto Pedro.
  • Amigo, no soy celoso, menos por decirme lo que ya sé, pero tampoco soy tonto. Dije bromeando. Sé que llevas buenas intenciones, y que quieres que te diga, tu mujer también está muy bien, añadí.

Ambos reímos.

  • ¿De qué se reirán dijo María?, algo bueno no es.

Fue entonces cuando Pedro sacó el tema de Laura, y nos contó que el reconocía que se había acomodado un poco con Laura, el trabajo, los años, los niños, le habían pasado factura, y más que todo eso su manera de pensar en cuanto a las experiencias entre ellos. Admitió que Laura era más lanzada a la hora de proponer cosas, y que a veces él se sentía un poco culpable por no darle lo que quería.  Aquel día en su casa, lo pasó genial pero se asustó pensando que el siguiente paso quizás era el de ceder las esposas, y aunque le intrigaba bastante el conocer a María más profundamente, no sabía si podría soportar el ver a Laura con otro.

  • Pero Pedro, ¿Por qué has pensado que nosotros buscábamos ir más allá?, dijo María. Yo quiero mucho a mi marido, y me satisface enormemente, ni siquiera me planteo en hacer ciertas cosas, aunque sea nuestra fantasía, es sólo eso una fantasía que no tiene porque hacerse realidad, como hemos dicho en muchas ocasiones.
  • ¡Ya, ya, si soy algo estúpido!, contestó, pero me asusté y me entró pánico. Más sabiendo que Laura si daría ese paso.
  • Bueno uno nunca sabe si dará el paso o no hasta que lo da, dije yo. Laura ahora te dice que sí, pero por lo poco que la conozco ella piensa como tú, y aunque se le ve muy convencida, creo que ella solo busca algo de aventura y juego, y no haría nada que sepa que te dolería o enfadaría.
  • ¡Cierto!, dijo pensativo Pedro.
  • Nosotros sólo buscamos nuevas experiencias pero no hasta el punto de estar con otros, añadió María.

La hora pasó muy rápido y cuando nos quisimos dar cuenta, Laura entró luciendo un espectacular bikini rosado y malva. ¡Qué bien le quedaba! En varias ocasiones pillé a Pedro mirando el escote y el culo de mi mujer. Yo la verdad intentaba que no se me notara como me deleitaba con ambas.

  • ¿Probamos ese baño turco del que tanto hemos oído nombrarles?, dijo Pedro. Si es muy oscuro, que quede claro, cada oveja con su pareja, dijo sonriendo.
  • Si ya es hora de disfrutar del baño de vapor, dijo María adelantándose con Laura.

Al entrar el vapor te cegaba y no podíamos ver más allá de nuestras narices.

  • ¿Cariño dónde estás?, dije en voz alta.
  • Búscame amor, dijo María, a lo lejos, pero no te equivoques porque cada una está en una punta.
  • ¡Cuidadito a quién tocas y lo que tocas!, advirtió Laura riéndose.

Aprovechando su risa me oriente a la esquina contraria y no tarde en dar con María. Pedro que se desoriento un poco, o quiso probar suerte apareció a nuestro lado.

  • ¡Uy perdón!, dijo.
  • Creo que tu oveja está esperándote al otro lado.

Laura salió de las tinieblas y tras coger su mano se lo llevó a la otra punta, donde la neblina mentolada no dejaba ver. Después de un rato, en el que las risas se entrelazaban con besos y lo que suponíamos que como nosotros toqueteos, todo quedo en silencio.

  • ¿Qué estaréis haciendo parejita?, dije bromeando.
  • Nada, nada dijo Pedro entrecortado.

Algo me decía que Laura tenía su boca ocupada en alguna parte del cuerpo de Pedro y no era precisamente su boca ni cuello, ya que los bufidos de Pedro, por más que los disimulara no eran por el calor del lugar.

En alguna ocasión yo le había relatado a Laura, mis experiencias con María en aquel baño turco, y estaba seguro que se había atrevido a hacer su propia versión de aquellas mamadas riquísimas que me había proporcionado María.

Yo aproveché la situación y me senté en el banco que bordeaba el baño. Atraje a María sobre mí y la senté sobre mí erecta polla. Sin más dilación, aparté la parte de arriba de su bikini, y masaje sus pechos sudorosos y húmedos. María se recostó hacia atrás y dejo su cuello a la altura de mis labios que aprovecharon para acariciar su chorreante piel. Una de mis mano, fue directa a su cadera, bajo a su muslo y se introdujo por la cara interna, hasta llegar a su tanga. Después de un rato acariciando sus pechos y coñito, mi dedo se hizo camino y apartando el arrugado tanga llegó a su destino.

Nos movíamos al unísono, hasta que escuchamos como del otro lado de la habitación, ya no era Pedro quien jadeaba, sino ambos. María se recolocó el bikini después de apartar mis manos, y me cogió de la mano para salir del baño turco. Ambos entendimos que debíamos dejarle su intimidad. Al salir, intentamos no pasar cerca de ellos, pero al no saber exactamente en qué parte estaban, pasamos algo cerca, lo justo para poder distinguir a Laura de rodillas sobre el banco y mirando hacia la pared, y Pedro, penetrándola por detrás. O al menos, fue eso lo que nos pareció.

Salimos fuera y fuimos directos a la piscina de naranjas flotantes bastante contentos por ver que nuestros amigos se habían animado a hacer algo que ya nosotros habíamos realizado en alguna ocasión, y nos pusimos juguetones comentando lo que bien que lo estaban pasando.

Cuando los chicos abandonaron el baño turco, ya era bastante tarde, así que salimos de la piscina y tras secarnos y cambiarnos de ropa cada pareja cogió rumbo a su casa.

Todo parecía haber recuperado el rumbo, y las conversaciones entre nosotros se retomaron con un nivel de confianza similar al de las primeras semanas, con el añadido de que nos contábamos más cosas.

Un mes más tarde, ya en pleno verano, los días acompañaban y hablándolo con María, decidimos hacer una barbacoa en casa. Cómo no, invitamos a nuestros amigos, pero esta vez sí vendrían sus hijos, ya que no teníamos a quién dejar los nuestros. No estaría mal pasar un día en familia.

En la semana previa a la barbacoa, bromeaba con Laura diciéndole que podríamos aprovechar que los chicos estaban en la terraza y María charlaba con Pedro, para vernos en el baño o en mi dormitorio, para jugar un rato.

  • ¡Qué loco estás, Juan!, decía Laura.
  • ¡Anda que no estaría bien!, le insistía tirándole de la lengua para seguir el vacilón. O podrías no se dejarme algún regalo tuyo, haciendo referencia a aquel tanga que me dejó en la discoteca la primera noche de nuestro encuentro.
  • ¡Ya te vale!, dijo Laura haciéndose la ofendida. Lo que sí podrías hacer es devolvérmela que ya le habrás dado mucho uso, y era una de las preferidas de mi marido, añadió.
  • Lo siento Laura, es mi tesoro, tu marido ya tiene muchas y el molde original, continuaba riendo y picándola.

El día de la barbacoa llegó y como todo lo que uno lleva tiempo preparando, como mismo llega, se va. Pasamos un día agradable y mientras los más pequeños jugaban, los mayores contábamos batallitas, nos picábamos con comentarios en clave, o simplemente pasábamos un buen rato. Las horas pasaron tan rápido que nos supo a poco, la visita.

  • ¡Tengo una idea! dijo Pedro. Ya que mi mujercita dice que nunca tomo la iniciativa en nada, ¿por qué no organizamos una acampada la próxima semana que coincidimos de vacaciones uno y otros de días pedidos?. Conozco un lugar no muy lejos de donde vivimos, que es un paraíso poco transitado.
  • Estaría bien, dijo María.
  • ¡Si, apoyo la propuesta!, añadí.
  • Pero sería solo adultos, ¿no?, matizo Laura.

Tras estar todos de acuerdo y  concretar lo que cada uno llevaría, la disponibilidad de las casetas (ambos teníamos casetas),  y dejar claro que para llegar aquel rincón paradisiaco había que recorrer cerca de una hora caminando, marcamos la fecha y nos despedimos de la barbacoa.

Los niños recogieron y tras las despedidas, Laura aprovechando que María ayudaba a Pedro a llevar al coche unas bolsas con utensilios del postre que habían traído y despedirse, me apartó un poco:

  • Bueno, como te has portado bien y me has ayudado a que Pedro se espabile un poco, te he dejado un regalo en tu baño. Eso sí, será mejor que lo encuentres pronto, para que María no lo encuentre antes que tú, dijo sonriendo.
  • ¿Un regalo?, dije sorprendido y pensando que podría ser.

Mi polla, experimento una erección instantánea.

  • ¡Schh! Tú busca en el armario de las toallas limpias, debajo de la cuarta toalla. Susurró a mi oído haciendo que me daba un beso de despedida.

Me despedí apresurado de Pedro y antes de que mi mujer volviera a casa, me adelante a ir en busca de mi regalo. Al llegar al sitio marcado, mi sorpresa fue ver unas tangas de color negro bastante cortitas con una nota que decía. “Fue una velada espectacular, mientras todos almorzaban te esperé en el baño, y al ver que no venías pensé en ti con mis dedos. Aquí te dejo tu premio como recuerdo de nuestro encuentro apasionante y el olor de mi pensamiento”.

Ahora sí que mi polla había llegado a su máximo de erección y no la podía contener en su lugar. Llevé sus tangas a mi nariz y efectivamente, desprendían un dulce olor sensual. Estaban ligeramente húmedas de las marcas de su orgasmo.

Las guardé rápidamente a buen recaudo y no pude más que coger el móvil y agradecerle aquel inesperado pero maravilloso regalo que me había dejado. Esa noche, María estaba bastante agotada y no le apetecía jugar, pero la verdad es que no me importó porque le di buen uso a mi regalo, en cuanto todos dormían.

Pasado unos días Pedro, me llamó por teléfono para comentarme que un cuñado, le había prestado una caseta bastante portable y con dos recintos separado. En medio dejaba un pequeño espacio donde poner una mesa o colocar cosas. De esa manera no habría que cargar con tanto bulto y nos repartiríamos el peso en la caminata.

La verdad, es que me pareció bien la idea, más cuando pedro comentó que otra ventaja era que no tendríamos dormir tan separado, y así podríamos estar más juntos. La idea de que Laura estuviera más cerca de mí, y María de él, nos tenía a ambos bastante contentos. Las chicas no sabrían nada de eso, pues queríamos sorprenderlas.

Llegado el día, dejamos los coches, y tras caminar cerca de una hora por pequeños senderos que bordeaban la costa sur de la isla, llegamos a un pequeño acantilado. Bajo él había  una playa de piedra muy acogedora pero que distaba mucho del paraíso que nos habían ofrecido, ya que María odiaba las playas de roca.

  • ¿Ésta es la playa? Dijo María algo decepcionada.
  • No mujer, justo detrás de ese saliente está nuestro destino, añadió Pedro sonriendo.
  • ¡Uff! No me des esos sustos, el lugar es precioso pero a mí las rocas… comentó María.

Efectivamente al pasar el saliente, ante nosotros apareció una cala solitaria y de arenas negras. Era perfecta, rodeada de muros de roca volcánica, y alejada de toda mirada y civilización posible. Era un paraíso, de aguas azules y mansas.

Descargamos todo e inmediatamente corrimos al agua a ver como estaba. No podría estar más apetecible, pero después de corretear por la playa y jugar un poco, no nos quedaba otra que regresar a montar la caseta.

  • ¿Por qué no van a dar una vuelta las chicas, mientras nosotros montamos todo?, dijo Pedro intentando ocultar la sorpresa de que dormiríamos en la misma caseta.
  • ¡Qué caballeroso!, dijeron las chicas, que sin dudarlo se desprendieron de parte de su ropa, y se echaron a caminar.

Pedro y yo nos quedamos montando la caseta y la verdad es que nos costó un poco al principio, ya que no tenía el manual de montaje, pero una vez localizados los anclajes, se montó en un periquete. Mientras hablábamos de lo guapas que estaban las chicas, y de las intenciones que Pedro tenía para esos dos días que estaríamos aislados del mundo.

  • Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas, dijo Pedro sonriente.
  • ¿Las Vegas? Dije yo, sorprendido.
  • Bueno tú me entiendes, no es que vayamos a desmadrarnos pero sí quisiera que Laura disfrutara, y como sabes yo soy muy tradicional, añadió.
  • ¿Y qué tienes pensado?, pregunté interesado.
  • Bueno, pensado nada. Pero sí sé que una de las fantasías de Laura es hacer juegos como los que hasta ahora hemos hecho.

Pedro no sabía que Laura me había contado algunas de sus fantasías, y aunque sabía perfectamente por donde iba me hice el interesado y ajeno a lo que me contaba.

  • A ella le pone mucho, pensar en otros chicos cuando lo hacemos, y no le digas nada pero últimamente te mete mucho en nuestra cama, continuó diciendo Pedro.
  • ¡Uy!, ¿pero eso debe molestarte?
  • Molestarme, no. Me gusta como juego, yo también te confieso que meto a tu Mujer en mi cama, no te enojes añadió.
  • ¿Enojarme?, sonreí. Pedro, María y yo, también compartimos ese juego. No es que sea algo habitual, pero sí es un buen juego.
  • Anda, me alegra saberlo. A mí mientras sea eso, juego y no pase más allá de eso, lo soporto, es más me da morbo, dijo.
  • Entonces, ¿a dónde quieres llegar?, insistí sin más rodeos.
  • Pues Laura siempre ha querido jugar con una pareja, hablar con ellos sin tabúes y si la cosa se pone alegre, pues cada uno con su pareja, pero ahí todos juntos. ¿Me entiendes?.
  • Por supuesto, y sería una buena experiencia, contesté.

Una vez montado todo, y viendo que las chicas no regresaban, decidimos ir a buscarlas. La cala, no era muy larga, y tras llegar a una pequeña cueva que estaba en la punta opuesta y ver que no estaban allí, decidimos continuar un poco más allá, ya que pasado un pequeño saliente, había una segunda calita muy pequeña que sólo era transitable con la marea baja.

Al llegar a la punta del saliente, nos sorprendimos al ver que las chicas, ambas no muy amigas del topless, estaban tumbadas sobre la mojada arena y con sus pechos totalmente libres de presión. Nos sentamos silenciosos, a admirar aquel espectáculo. ¡Qué pechos tenían!, cada una con sus virtudes y apetecibles.

Siempre me habían encantado los pechos de María, grandes, con unos pezones medianos,  y aunque ella se empeñaba en decir que estaban ya caídos, a mí era algo que me ponía mucho. Siempre me gustó que los pechos colgaran y se movieran libremente a la hora de mantener relaciones.

Por otro lado, Laura no se quedaba atrás. Casi tenía la misma talla que mi mujer, quizás diferían uno del otro en que tenía los pezones algo más oscuros, y no sé si algo mayores, pero no mucho más. Su cuerpo estaba algo más moreno, normal teniendo en cuenta que vivían en el sur de la isla y la playa más a mano, aunque María cogí rápido el bronceado.

Sin darse cuenta que les observábamos, las dos cambiaron de postura colocándose boca abajo. ¡Uff! La verdad que sus culos, no tenían nada que envidiar a otras partes del cuerpo. María tenía una cadera muy bien formada y un culo redondo y grandito. Laura, lo tenía algo menos redondeado, quizás su cadera fuera un poco más recta, pero tenía un encanto natural que hacía desviar la mirada nada más divisarlo.

No pudimos pasar más tiempo de incógnita, puesto que Pedro estornudó y las chicas se giraron rápidamente.

  • Nos han pillado por tu culpa, Pedro. Dije sonriendo.
  • ¡Qué zorros!, dijo María.
  • Estábamos disfrutando del paisaje volcánico, añadió Pedro.
  • Pues si ya no has visto, yo no me tapo más, dijo María.

La verdad es que me sorprendió mucho, conociéndola y sabiendo sus complejos injustos con sus pechos, y más si otro chico estaba presente, hacía que su actitud me sorprendiera aunque gratamente. También es cierto, que en aquel intercambio de fotos eróticas que mantuvo con Pedro, ya habría dado por hecho que Pedro las tenía más que fichadas, y total que mejor que disfrutarlas al natural.

Una hora más tarde, decidimos volver a las casetas. O eso pensaban ellas, pero al llegar pudieron comprobar la sorpresa de Pedro.

  • ¿Y eso? Dijo Laura, bastante sorprendida.
  • Pues he convencido aquí al amigo Juan de pasar más tiempo juntos, y que mejor que construir nuestros nidos de amor cerca, dijo Pedro bastante orgulloso por su hazaña, más aún al ver la cara de privanza de Laura.
  • ¡Que guay, esta noche putiferio!, dijo María bromeando.

Las dos salieron corriendo por la cala, hacia las casetas. Pedro y yo nos quedamos como bobos mirándolas correr, viendo como sus culos bailaban ante nosotros y sus pechos se movían libremente hipnotizando nuestra mirada.

  • No se quede ahí babeando, dijo María. Ya nosotras les hemos regalado maravillosas vistas, ahora les toca a ustedes añadió.
  • ¿A nosotros que? Dijo Pedro cortado.
  • Amigo Pedro, de esta no escapamos dije, sonriente.

Sin pensarlo, tiré de mi pantalón corto y antes de que las chicas pudieran divisar nada, lo lancé al aire y salí corriendo al mar chillando. ¡Hombre al aguaaaa!.

Pedro, algo más cortado se acercó a la caseta andando dubitativo. Laura corrió hacia mi pantalón corto y tras cogerlo, me chilló de la orilla.

  • ¡Juannnn!, tu bañador ha quedado confiscado. En lo que queda de fin de semana no podrás usarlo, gritó y rio.

María viendo que estaba en el agua desnudo, corrió a mi encuentro gritando ¡ese naufrago es mío! Y tras llegar a mí, se abrazó como una loca poniendo sus pechos ya frescos y húmedos por el agua del mar en mi cara.

Laura, entró en la caseta con Pedro. María y yo, nos quedamos morreándonos en el agua, jugando y salpicándonos. No sabíamos si Pedro se había enojado, o simplemente es que no les apetecía bañarse. Todos quedó en silencio y María y yo aprovechamos nuestra falsa soledad para jugar entre nosotros. Se aferró a mí y mi mano se sumergió bajo el agua para hacerse paso en el tanga de su biquini. Primero entró por su culo que apreté con ganas hacia mí, y después se hizo paso hasta su coñito congelado.  Mi polla estaba erecta y dispuesta a lo que fuera, pero a María no le gustaba mucho hacerlo en el mar, así que poco a poco fuimos nadando hacia la pequeña cueva que estaba en la otra esquina de la playa, y tras salir la tumbe en la arena y apartando su tanga a un lado comencé a lamer aquel saladito y frio coño. ¡Qué rico estaba! No tardó mucho en coger calor, y chorrear sus juegos más dulces anulando la sal del agua de mar. Aún sus pezones estaban duros como rocas, y fríos, pero los masajeaba junto con sus pechos, sin parar de apretar sus glúteos y lamer su coño.

No tardó mucho en gemir de placer, y lanzar su corrida en mi cara, en mi boca.

  • ¡Chicos, cenamos!, gritó de media cala, Laura. ¡Cuidado que voy, no estarán haciendo cochinadas!, repitió entre sonrisas.
  • Te vas a quedar sin tu parte, dijo María, ya te compensaré.

Nos incorporamos y tras besarnos, salimos al encuentro de Laura que ya estaba llegando.

  • ¿Qué estarías haciendo cochinos?, dijo.
  • Pues no me ves que voy con los pies temblorosos, dijo María dándole más juego.
  • Anda que me da que tú también te has divertido, le dije a Laura.
  • ¿Yo por qué? ¿Me he dejado alguna prueba visible?, dijo sonrojada llevándose las manos a la cara y cuello.
  • No, pero entre que tus labios sin estar pintados demuestran sonrojes  y tus gestos reveladores, han despejado toda duda.
  • ¿Qué cabrón eres Juan? He caído en tu juego, ¡Pues sí, me he comido una buena polla y que rica estaba!, añadió mientras me hizo un gesto poniendo su culo en pompa al girarse para salir corriendo hacia la caseta.
  • ¡Qué bueno cariño, la has pillado!, dijo maría sonriéndome y volviendo a premiarme con uno de sus ricos besos.

El resto de la velada fue muy buena. Pedro se había desprendido también de su bañador, y aunque las chicas mantenían sus tangas, no hacía falta ver mucho más ya que entendíamos que por comodidad y evitar males mayores con la arena sería mejor así.

Esa noche casi ni dormimos, jugamos a las cartas y nos reímos mucho. Comíamos a todas horas y en alguna ocasiones hasta nos parábamos a mirar el cielo estrellado que la verdad lejos de las luces de la civilización se veía como un cuadro digno del mejor museo.

A la mañana siguiente, me fui a bañar, aún dormían todos, pero me apeteció probar aquella marea tan suave y sin olas.  Laura no tardó en despertarse e ir a dar conmigo. Estuvimos comentando que el sitio era una maravilla y que la compañía era inmejorable. Se acercó a mí nadando y empezamos a jugar, a lanzarnos agua. Se subía por mi espalda y tras poner sus pies en mis hombros la lanzaba al mar, como si fuera un trampolín. Cada vez que subía me restregaba sus pechos adrede por mi espalda. Me abrazaba con sus pies y notaba el calor de su coño pasar por mi piel.

Con nuestros gritos y risas, Pedro se despertó y vino a nuestro encuentro.

  • ¡Parecéis chiquillos, que energía por las mañanas!, dijo.

Lejos de enfadarse, empezamos una guerra de agua. Laura salió del agua porque le había entrado agua en el ojo y se acercó a María echándole algunas gotas por encima del agua congelada.

  • ¡Cabrona!, se escuchó a lo lejos. ¡Me has mojado toda!, añadió.

Entre risas, las dos salieron corriendo de la caseta y al pillar María a Laura, la tiró al suelo y la llenó de arena. Luego ambas corrieron al agua.

  • ¡Guerra de caballitos!, dijo María.
  • Amiga te cedo mi montura, yo me pido la tuya, propuso Laura.

María nadó hasta Pedro y sin más se subió sobre sus hombros. Laura hizo lo mismo conmigo, poniendo su coñito en mi cuello. Mis fueron a sus empeines y nos dispusimos a luchar contra nuestros oponentes. Pero caímos al agua pronto.

  • Déjate de formalidades caballito, sujétame por el culo que tenemos que ganar, dijo Laura ya muy metida en el papel.

Mis manos fueron a su culo, y tras sujetarnos bien, volvimos al ataque. Nuestra técnica fue tan eficaz que ganamos las siguientes cuatro batallas. Y cuando Pedro, se dio cuenta de nuestra técnica, la copió y el cansancio pudo con nosotros.

Sin darnos cuenta nos habíamos metido la mañana en el agua, y ni habíamos desayunado. Tras preparar comida, almorzamos temprano y las chicas querían ir a coger sol. Algo susurraban entre ellas, lo que nos tenía intrigados, así que después de un rato, se levantaron las dos al mismo tiempo, nos dieron la espalda y tras tirar de los hilos de las tangas del bikini, lo dejaron caer al suelo y salieron corriendo a la orilla.

Pedro y yo nos miramos, y salimos corriendo tras ellas. Fuimos de un lado a otro de la playa persiguiéndolas sin dejar de admirar sus coñitos y pechos al sol. Ambas estaban rasuradas; María por completo y Laura con una pequeña y sensual rayita de pelo bien perfilada y rapada.

Nuevamente acabamos exhaustos, así que nos tumbamos en la arena y tras ir calmándonos nos quedamos cogiendo sol. Fui a por crema, y tras untar a María, bajo la mirada de Pedro, le pasé la crema a Pedro para que hiciera lo propio con Laura. Luego las chicas comenzaron su protocolo de aprovechamiento de la luz solar y nosotros nos fuimos a coger las raquetas y jugar un poco en la arena.

Por la noche, tras cenar parrillada. Pedro fue a su mochila y sacó unos dados.

  • ¡Aquí está la última parte de mi sorpresa Laura!, dijo algo cortado.
  • No me puedo creer que hayas traído esos dados, dijo Laura sorprendida.
  • ¿Qué dados? Dijo María intrigada.
  • Bueno es que una vez le regalé un juego de esos dados eróticos para jugar en la cama, pero nunca lo estrenamos porque no le hizo mucha gracia al chico, ironizó Laura.
  • ¡Uy, que peligro! dije yo.
  • ¿Jugamos?, dijo Laura bastante privada.

María y yo nos miramos.

  • ¡Bueno, por qué no!, dije yo.

María me miró con una de sus miradas, que decían llamarme loco. Pero tras relajarse, y que Laura no dio tiempo a que se lo pensara, ésta lanzó los dados. Rodaron  por el suelo del espacio que estaba entre las dos habitaciones de la caseta.

Paro un dado, besar. Paro el otro, mano.

  • ¿Y a quien se la besas? Dijo María.
  • Es verdad, no hemos hablado de cómo hacerlo teniendo en cuenta que es un juego para dos no cuatro.
  • Podríamos empezar cada uno con su pareja, y como tope, alguna vez algo más pero no mucho más, matizó.
  • ¡Jooo, cariñoooo!, dijo Laura con una voz muy infantil. Al menos podemos echar una rondita todos con todos.
  • Bueno, hacemos una cosa. Si al tirar los dados, a la misma persona se repite el mismo resultado del lance anterior, su pareja elige con quién se hace.
  • ¡Vale!, dijo Laura sin darse cuenta quizás que la probabilidad de que eso pasase, era muy remota.

Diciendo eso, Laura completamente desnuda, se acercó a Pedro y le beso la mano. Con tanta suerte para mí que al tener a Pedro enfrente de ella y yo estar a su lado, se inclinó y dejó a la altura de mi vista su culo. María se dio cuenta que lo miré, y sonrió.

Tiré yo. Lametazo-oreja. Me levanté y me acerqué a María. Le di un lametazo en su oreja de manera algo sensual. Aunque luego tuve que escupir algo de arena que aún quedaba de nuestra batalla en la playa.

Turno de Pedro, tocar-pecho. Su boca se relamió y tras inclinarse estuvo un rato masajeando los hermosos pechos de Laura, ante nuestra cara. Esta vez quería ver si María miraba algo y efectivamente la pillé, mirando el colgante paquete de Pedro, y humedeciéndose ligeramente los labios.

Turno de María. Besar-boca. Sin pensarlo, se incorporó caminó por detrás de mí y se puso de cuclillas. Supe que al hacerlo, había puesto su coñito perfectamente abierto y visible a la mirada de Pedro porque sus ojos parecían salírsele de las orbitas. Giró mi cabeza, y me dio un apasionante beso con lengua y todo.

  • ¡Qué calor!, dijo Laura riéndose. Me toca.

Cogió los dados y lanzó. Besar-polla.

  • ¡Por fin! dijo apurada por levantarse. Algo bueno de verdad.

Se levantó y cogió a pedro de la mano. Lo puso en pie y lo giró hacia mí, de tal forma que María podía ver perfectamente el beso que le daría a su ya semi erguida polla. Se puso de rodillas con el culo en pompa hacia mí, y abrió los pies ligeramente poniéndome su coñito visible por la parte más rasurada a mi vista. Era carnoso y estaba bastante brillante ya de lo cachonda que estaba seguramente. Sin pensarlo cogió la polla de su marido con una mano beso su glande, que supongo no tardó en ponerse a cien y tras introducirlo en su boca, y agitarlo un poco, lo dejó escapar.

  • ¡Ey, eso es trampa! dijo, María con los ojos a punto de explotar por no dar crédito a lo que estaba viendo ante ella. Era besar polla, no comer polla.
  • No desesperes amiga, ya llegará tu turno, era por hacer más interesante el juego, y la verdad no podía resistirme.

Se levantó y mientras Pedro se sentaba con su polla ya empalmada, y su glande grueso y brillante de la saliva de Laura, me miró y picó el ojo. Yo mantenía los pies cruzados para no dejar mi polla erecta a la vista, pero ya era muy difícil disimularla.

Los turnos fueron pasando, a Pedro y a mí nos tocaban cosas bastante flojas, besar-culo, tocar-culo, y llegó el segundo turno de María. Lanza los dados y sale. Besar boca. Cosas del azar la misma tirada que la anterior.

  • La pareja elige, dijo Laura.
  • Pues, te toca Laura por hablar, dije rápido.
  • ¡Ya te vale! Dijo María, soy hetero.
  • Bueno mujer yo también dijo Laura, y tan malo no será que dos amigas se den un pico.
  • No si yo sé por qué lo digo, dijo María, sabiendo que siempre había querido verla besarse con una chica.

Sin pensarlo, se levantó me miró a la cara y cogió la cara de Laura con sus manos, miró a Pedro, colocó a Laura de lado para que todos pudiéramos verlas y le propinó un beso seco que poco a poco fue abriéndose paso a un intercambio de lenguas apasionadas y sensuales.

  • ¡Uff, como besa tu mujer! dijo María, mirando a Pedro.

Pedro ni contestó de lo anonadado que estaba.

Entre risas y miradas pícaras, la partida continuó hasta que un tiempo después María tuvo la suerte de repetir en tirada. Esta vez la situación era diferente y algo más comprometida. Tocar-Polla/coño.

Todos me miraron intrigados que elegiría.

  • Laura, dije en voz semibaja, …

María me miró y fue a levantarse.

  • No he terminado, cariño, tranquila. Laura, como te iba diciendo, hoy voy a hacerle un regalo a mi amigo Pedro, así sabrá cuan suaves son las manos de mi querida esposa, y lo bien que sujeta lo que en sus manos cae.
  • ¡Encantadísima! Dijo Laura sonriente. ¡Me has dado una alegría!, añadió.

María me miró nuevamente con los ojos fuera de las orbitas, pero sólo con la mirada ambos sabíamos que llevaba tiempo queriendo tocar aquella polla, aunque fuera en fantasías. Se acercó lentamente a Pedro que tenía la polla palpitándole. Laura se recolocó para ver mejor la imagen y tras humedecer sus labios con su lengua y mordisquearlos, abrió sus pies y llevó una de sus manos a acariciar sus labios vaginales.

María se acercó y sujetó la polla con miedo.

  • ¡Así no María, tu como si estuvieras sola!, es toda tuya te la presto, dijo Laura impaciente.
  • Ya pero… balbuceó María.

Sin más sujeto su polla y la acarició suavemente. Me miró y con una cara de deseo, que buscaba aprobación, comenzó a masajearla. Pedro no sabía qué hacer y resoplaba de placer y emoción.

  • ¡Vale!, dijo ya desesperado. Mejor vamos recogiendo que ya es tarde…

María soltó su juguete y se sentó a mi lado, como un cachorro desprotegido.

  • La verdad es que estoy cachonda perdida, dijo Laura. Mejor nos retiramos cada uno a su cuarto. Me ha encantado el juego, habrá que repetirlo.

Todos estuvimos de acuerdo en no sobrepasar el límite acordado, y como estábamos todos ya muy cachondos, nos pusimos manos a la obra. Como solíamos decir, cada oveja con su pareja.

Los chicos fueron a su caseta y cerraron el mosquitero. Se les oía besarse, chuparse, hasta las caricias parecía que las sentíamos nosotros.

María y yo, no desaprovechamos la ocasión y nos besamos apasionadamente mientras mis manos fueron a su chorreante coñito. Mis dedos no tardaron en introducirse en su interior y sin dejar de besarnos bailaba sobre mi mano.

Logramos entrar en nuestro cuarto, pero únicamente dejamos caer la cortina sin cerrar la cremallera. Pasado un rato, y después de una sesión de mamada descomunal que María me regaló, se colocó sobre mí e introdujo mi polla en su coño.

No tardamos en oír como la cremallera de los chicos se abría poco a poco. Luego se escuchó un tirón fuerte, como que ya no importaba disimular el ruido de la misma.

Al mirar a un lado, comprobé que Laura estaba acostada y sobre ella, Pedro la penetraba profundamente. Nuestras miradas se entrecruzaron.  Sus ojos se ponían en blanco del placer. Volví la mirada a María, que se reclinó y me susurró al oído que no dejara de mirar a Laura.

  • ¡Mírala que me pones muy cachonda!, yo también miro la silueta de Pedro, sus envestidas. ¿Puedo jugar? Me dijo.
  • ¿Jugar? Dije susurrándole al oído.
  • Quiero pensar en que me está follando mientras tú te la follas a ella, añadió algo avergonzada.

Sin contestación alguna, salvo una mirada y sonrisa de aceptación, volví mi cara a Laura que seguía mirándome. María se levantó de nuevo, para penetrar más profundamente mi polla en su coño y la sujeté por sus nalgas. Apretaba y envestía casi al ritmo de Pedro, y con la misma fuerza. Pero sin dejar de ver a Laura y su cuerpo desnudo. AL menos lo que Pedro me dejaba ver.

No pasó mucho tiempo y María se inclinó de nuevo hacia a mí intentando acallar su orgasmo en mi cuello. Laura al verla empezó también su Jadeo acompañado con los bufidos de Pedro que se venía en su interior. Me miró y tras dejar los ojos nuevamente en blanco dejó escapar un gemido que no pudo contener. Al oírlo y casi los cuatro a la par, tocó mi turno que terminó en lo más profundo de María. Miré a Laura y volví la mirada hacia María que estaba aún disfrutando de aquel extenso orgasmo que tenía. Sus ojos lloraban de placer.

Al terminar todos estábamos exhaustos. Las cortinas se cerraron nuevamente, y acabamos dejándonos dormir entre susurros y besos. Cada uno con su respectiva pareja.

A la mañana siguiente, todo transcurrió como si nada hubiera pasado. A fin de cuentas “Lo que pasa en Las Vegas,…. “.

Regresamos a casa y hoy por hoy continuamos hablando y viéndonos para tomar algo, con nuestros amigos. Porque el que dice que una amistad se rompe cuando se pasan algunos límites es que no conoce lo que es una buena amistad. Después de ese maravilloso día no ha vuelto a suceder nada similar, pero…. ¿Quién sabe lo que le depara el futuro? A fin de cuentas nunca se sabe QUIÉN LA LLEVA.