¿Quién es ese hombre?

Sigue el despelote en Pasión de Gavilanes. Franco Reyes seduce a Antonio, el novio de Ruth.

Transcurre otro tranquilo y maravilloso día en la hacienda de los hermanos Reyes. Franco se encuentra solo en la casa, pues sus hermanos están de viaje con sus respectivas esposas.

Ese día sería especial, pues esperaba la visita de su gran amiga Ruth Uribe. Pero Ruth no traía ni mucho menos cara de alegría.

¿Te pasa algo, Ruth? Te noto algo triste en la mirada.

No te preocupes, no es nada. Tengo problemas con Antonio, no se como explicártelo.

¿Te ha maltratado?

No es eso. Es que no quiere intimar conmigo. Me ha dicho que se quiere reservar para después del matrimonio, pero yo creo que hay algo más. Me trata como a una hermana, no como a una novia.

Antonio es un buen chico, pero creo que no te conviene. Creo que oculta algo y yo lo voy a descubrir. Queda con él aquí a comer el sábado. Estaremos él y yo solos. Nadie nos molestará.

Llegó el esperado día y como estaba previsto Antonio se presentó en la hacienda de los Reyes. Llamó a la puerta y al abrirse apareció Franco prácticamente desnudo, solamente una toalla anudada tapaba su entrepierna.

Antonio se quedó paralizado contemplando aquel bello espectáculo hasta que consiguió reaccionar.

Perdona, Franco. Venía buscando a Ruth.

Vaya, lo siento mucho. Ruth no ha podido venir. Tuvo que salir repentinamente de viaje con doña Raquel, a visitar a un pariente enfermo.

Bueno, entonces creo que será mejor que me vaya. Seguro que estás ocupado.

Franco puso su mano en el hombro de Antonio y le pidió que le acompañara a comer, porque se encontraba muy solo.

Antonio accedió tímidamente. El plan estaba saliendo a pedir de boca.

Entraron en el comedor, donde ya estaba servida la comida, y se sentaron uno frente al otro.

Antonio se esforzaba en no despegar la vista del plato, aunque a veces se le escapaban miradas furtivas hacia Franco, que permanecía casi desnudo frente a él. Temía quedarse prendado mirando aquellos ojos azules como dos mares de agua cristalina.

Franco decidió pasar a la acción y comenzó a pasar su pie desnudo sobre el paquete de Antonio. Éste casi se atraganta con la impresión, pero pasado el susto inicial notaba como un gran bulto empezaba a llenarle los pantalones.

Se quedó mirando hacia Franco, que le sonreía maliciosamente mientras de sus ojos parecían saltar chispas

Cuando llegaste pensaba darme un baño. ¿Quieres venir conmigo?

Antonio no dijo nada, simplemente se levantó y se limitó a seguirlo hasta el cuarto de Óscar, en cuyo cuarto de baño había una bañera inmensa.

Mientras se llenaba la bañera, Franco le quitaba la ropa con mucho cariño, acariciándolo suavemente para tranquilizarlo. Aquel pobre chico lo estaba pasando mal, luchando contra su instinto, intentando resistirse a unos placeres que él consideraba prohibidos.

Puso sus manos sobre sus mejillas y le miró fijamente a los ojos, sabía que Antonio lo estaba deseando y le dio un beso en la boca. En ese momento Antonio no resistió más y rodeó a Franco con sus brazos. Ya era inútil negar la evidencia.

Se metieron juntos en la bañera, besándose y acariciándose, pasando las manos por el pene de su compañero y sintiendo su calidez y suavidad, además del tamaño y la dureza que ganaban por momentos.

Franco, extasiado por la belleza del miembro de su compañero, no pudo resistir metérselo en la boca, tragándolo hasta sentir que le daban arcadas.

Antonio cerró los ojos y se agarró con fuerza al borde de la bañera mientras se mordía el labio inferior por el gusto que estaba sintiendo. Era tal el placer que no sabía ni donde poner las manos.

Unos instantes después un chorro de semen salpicaba la cara de Franco, que con ansia recogía con la lengua todo lo que podía. Se volvieron a besar y entonces Franco le dijo con voz pícara y susurrante:

¿Quieres hacerme tuyo?

Con toda mi alma. No hay otra cosa que desee más en este momento.

Salieron de la bañera y fueron hacia la cama. Franco empujó a Antonio y éste cayó de espaldas sobre el colchón.

Franco se subió encima y puso su agujero justo encima de la punta de la polla de Antonio, frotándolo contra el capullo y provocando gemidos de placer.

Momentos después aquel enorme rabo entraba lentamente en aquel cálido agujero, que Antonio sentía suave como la seda. Franco cabalgaba sobre Antonio, marcando el ritmo que quería, dejando que aquello entrase hasta el límite, mientras Antonio le pellizcaba levemente los pezones y le masturbaba.

Entonces Antonio agarró a Franco por las caderas y lo volteó, quedando debajo de él, y empezó a follárselo con rabia, como si quisiera partirlo en dos. Estaba claro que Antonio estaba echando el polvo de su vida, por las ganas que le estaba poniendo, mientras Franco gritaba como un poseso que no parase, con una cara que ni sus hermanos hubiesen reconocido.

Antonio se salió de Franco y le hizo ponerse de lado, para penetrarlo desde atrás. Momentos después Franco sintió una cálida corriente que inundaba su interior, haciéndole sentir más vivo que nunca y provocándole el orgasmo unos pocos segundos después.

Antonio besaba tiernamente a Franco en el cuello, sin querer salirse de él. Estaba llorando de felicidad pues por fin sabía lo que de verdad quería y no tenía miedo a aceptarlo.

Y así, desnudos en su lecho, pasaron abrazados el resto del día.