¿Quién es Ella?
Tumbado en la cama, no dejo de pensar en las sábanas vacías y frías que ha dejado su marcha. Ayer la conocí, ¡y ya la he perdido!.
¿Quién es Ella?
Tumbado en la cama, no dejo de pensar en las sábanas vacías y frías que ha dejado su marcha. Ayer la conocí, ¡y ya la he perdido!. Menos de doce horas, durante las cuales ha horadado un profundo agujero, de donde me va a costar salir. Trampa escarpada de la que ni destrozándome las uñas, me va a resultar fácil escapar.
En un inicio, noche como cualquier otra. Tabaco, copas, risas en el bar de José. Música estridente, atmósfera sobrecargada y hielos disolviéndose en mi whisky, mientras oteaba mi coto de caza. Niñas, maduras, casados, solterones empedernidos, bailando todos al ritmo del DJ, saturan la pista.
Un toque en mi espalda. Sobresalto. No he visto venir a la persona que ha turbado mi ojeo. Me doy la vuelta. Cortando la espesa niebla formada por el humo de los cigarros, aparece Ella.
Mujer, mujer, no cría.
Lo primero que veo, son sus ojos. Negros, oscuros como el pelaje de un cuervo. Luego su cuerpo. Lentamente repaso sus sandalias, sus pies , sus piernas, todo ella.
-¿Bailas?-, me sorprende. A punto de negarme, ¡me indigna ser la presa!, pero Ella sin esperar mi respuesta, me arrastra.
Su mano estrechando a la mía, camino de la pista, está helada, gélida, pero al contrario de la lógica, consigue que mi yo reaccione. Soy un depredador, ella mi trofeo, me digo mientras mis ojos se posan en su silueta.
Codazos, gente, agobio. Poco a poco llegamos al centro. La luces crean ambiente. La música lo complementa. Ella empieza a moverse siguiendo el compás. Estoy perdido, y no me he dado cuenta. Idiotizado, sigo el vaivén de sus pechos. Tras la delgada tela, se me muestran perfectos, sus pezones me hipnotizan sobresaliendo lascivos.
Se pega a mi cuerpo restregándose, sin importarle los presentes. Paso mi brazo por su espalda, atrayéndola aún mas. Risas. Su dentadura reluce perversa mientras sonríe. Por efecto de la iluminación, me parece entrever largos colmillos de vampiresa letal. No me importa, sus senos clavándose contra mi pecho, lo han convertido en accesorio. Necesito tomarla, poseerla.
-Te deseo-, el volumen de la canción, me obliga a repetírselo.
Sus ojos reaccionan dándome la conformidad. Esta vez soy yo, quien la arrastra. Fuera del local, nos besamos. Primer beso posesivo. Mi lengua fuerza sus labios, abriéndole la puerta a ella, para que me conquiste.
Cogemos el coche, las calles pasan a nuestro lado sin darnos cuenta. Mas besos. Sus dedos recorren mi entrepierna manteniendo mi excitación mientras conduzco. Ascensor, mi camisa y su blusa se abren y nuestras pieles se tocan. Me quema todo, descarga eléctrica, pasión. Me urge traspasar la puerta de mi piso.
La ropa va cayendo al suelo, mientras nos dirigimos a mi cuarto. Desnuda, totalmente desnuda, se agacha y libera mi miembro. La levanto, y sin esperar a llegar a la cama, la penetro, usando la pared como apoyo. Sus uñas se clavan contra mi espalda, al sentir que la invado. Dolor, deseo. Mi boca se apodera de la suya. Brutales embestidas, humedad. No me puedo creer lo bella que es. Gemidos, placer. Siento como su flujo recorre mis piernas. Excitación. Acelero.
Me abraza con sus piernas, incrementado nuestra pasión. Mordisco, sangre. Siento como se aferra con sus dientes a mi cuello, mientras su cueva se licua. Comunión, descarga. Exploto dentro de ella, regándola con mi simiente.
Ella no está satisfecha, quiere más. Bajándose de mis brazos, me lleva a la cama. Empujándome sobre el colchón, me tumba. Vuelve a sonreír.
-¡Déjame hacer!-, me dice mientras se acerca.
Los segundos se hacen eternos. Paso a paso se aproxima a mi lecho. No albergo ninguna duda, de que estoy jodido, cuando poniéndose a horcajadas sobre mí, se empala. Reinicia una danza ancestral que durara toda la noche. Sin dejarme descansar, me posee una y otra vez, las posturas y los orgasmos se suceden mientras el reloj no deja de girar.
No dormimos. Trasnochando el día nos sorprende fundidos. Pero el amanecer no nos importa, somos presa del deseo, nuevamente consigue reestablecer mi virilidad con su boca, exigiéndome que la posea. Su último orgasmo es brutal, licuándose grita su placer, arañando mi pecho. Tras lo cual se levanta y se viste.
Estoy a punto de perderla y lo sé, por lo que haciendo el último intento le digo que quiero verla.
Esta vez, su mirada es triste, quizás rememorando lo que hemos experimentado me dice:
-Lo siento, tengo dueño-.
Pero antes de cerrar la puerta, dejando hundido, una esperanza en voz de mujer.
-¡Sé donde encontrarte!-.
Tumbado en la cama, no dejo de pensar en las sábanas vacías y frías que ha dejado su marcha, pero ilusionado sé que volveré todos los viernes al bar de José, con la confianza que algún día, ¡Ella volverá!.