Quién eres (ll) El misterio se resuelve.
Últimamente, a causa de mi trabajo, debía dormir fuera de casa bastante a menudo...
Tardé casi una semana en volver a conectarme. Estaba un poco asustada, no había mantenido el control de la situación como siempre lo había hecho hasta entonces. Y lo que es peor, me moría de ganas de volver a conectarme con él.
Como otras noches, mi esposo yacía en el piso de abajo tirado en el sofá viendo el televisor y yo me subí a la buhardilla a completar los albaranes con el pedido semanal. ¿Estaría Alberto On-line? Ojalá que sí. Estaba especialmente nerviosa. Intuía que algo excitante sucedería de nuevo esa noche, así lo esperaba. Al encender el ordenador vi que tenía un mensaje suyo con un fichero adjunto.
AlbertoXL: “Me gusta tanto chatear contigo que siempre me olvido de enviarte mi foto. Un abrazo.”
No os podéis hacer una idea de lo bien que se siente una mujer siendo cortejada por semejante pedazo de hombre.
Sarardiente: “Hola”
AlbertoXL: “Hola. Estás bien?”
Sarardiente: “Sí”
AlbertoXL: “Estaba preocupado.”
Sarardiente: “No me he podido conectar.” —mentí.
AlbertoXL: “Qué pasó?”
Sarardiente: “Me asusté.”
AlbertoXL: “El tamaño no importa, pero impresiona…” “Sé sincera, mujer!”
Sarardiente: “Sí, un poco.”
AlbertoXL: “Me gustaría que hiciéramos más cosas juntos.”
Sarardiente: “No te hagas demasiadas ilusiones.”
AlbertoXL: “Sé que estás deseando volver a verla.” —escribió adivinando mis pensamientos.
Sarardiente: “Sería estupendo.”—estaba excitadísima.
AlbertoXL: “Con una condición, como la otra vez”
Sarardiente: “En que estás pensando”
AlbertoXL: “Algo que nos excite a los dos”
Sarardiente: “Bien, dime que es lo que quieres”
AlbertoXL: “Enséñame otra parte de tu cuerpo que no sean los labios”
Sarardiente: “Los pies?” —bromeé.
Pregunté tratando de averiguar qué contestaría a mi propuesta.
AlbertoXL: “¿Llevas las uñas pintadas?”
Sarardiente: “No”
AlbertoXL: “Entonces no me sirve. Además…, no es justo”
Sarardiente: “A qué te refieres?”
AlbertoXL: “Tu has visto lo más íntimo de mi cuerpo. Ahora te toca a ti”
Sarardiente: “No sé en qué estás pensando, pero la respuesta es no.”
AlbertoXL: “¿Quieres verla de nuevo?”
Sarardiente: “Sí”
AlbertoXL: “Te tocaste”
Sarardiente: “Sí”
AlbertoXL: “¿Te estás tocando ahora?
Sarardiente: “Sí”
AlbertoXL: “Me gustaría verte acariciándote”
Sarardiente: “Ni lo sueñes”
AlbertoXL: “Qué osca estás! Déjame verte al menos los pechos”
Sarardiente: “No”
Transcurrió cierto tiempo hasta que pude ver de nuevo un mensaje escrito en la pantalla. Sabía que se me estaba escapando la oportunidad de ver de nuevo el miembro de mi amigo. Al final, tendría que ceder un poco.
AlbertoXL: “Seguro que en la playa haces topless”
Había desviado radicalmente el tema tratando de convencerme.
Sarardiente: “Sí”
Me calentaba imaginar ese pedazo de pollón masturbándose para mí, o mejor aún, por mí.
AlbertoXL: “Entonces, un montón de hombres te han visto los pechos”
Sarardiente: “No es lo mismo”
AlbertoXL: “Pues más de uno se la habrá pelado pensando en ellos.”
Comenzamos a hablar de cosas íntimas. Alberto me preguntó si me gustaba que me acariciasen los pechos al hacer el amor, si contrastaba la marca del bikini, la talla de sujetador, el tipo de copa, si prefería que me chupasen los pezones o que me los pellizcaran suavemente, etc. Alberto quiso saber si acariciaba mis pechos al masturbarme, si prefería dar masajes o recibirlos, quién fue el primer chico que me comió las tetas. Tanto interés mostró Alberto por mis pechos, que al final logró convencerme.
Sarardiente: “Anda, conecta la webcam”
No sé cómo mostrar mis pechos a un desconocido. Supongo que el morbo era irresistible. Además, pensar que mientras tanto mi marido permanecía adormilado delante de la televisión, disparaba todavía más mi excitación.
Como siempre, acababa de ducharme. De manera que sólo la toalla cubría en ese momento mi cuerpo desnudo. De nuevo ensayé cómo enfocar la webcam antes de conectarme. No lo negaré, me excitaba exhibirme delante de él. Deseaba mostrarle mis pechos, impresionarle como él había hecho y que acabara empuñando su miembro para mí… Enfoqué la cámara para que no pudiera verme la cara, sino sólo mis pechos.
Conecté la wébcam, dispuesta al fin a cometer otra locura. Pude visualizar la imagen que transmitía Alberto a los pocos segundos de conectar la webcam. Otra vez podía ver el asiento vacío de la silla de oficina. Aunque enseguida se sentó. Esta vez llevaba puestos unos slips negros de Calvin Klein con un par de rayas blancas que le sentaban realmente bien. Le marcaban todo de forma espectacular.
Sarardiente: “Tú primero”
Contemplé como acariciaba su miembro por encima del boxer. Se detuvo un momento para escribir…
AlbertoXL: “Te toca”
Sarardiente: “Te la has medido alguna vez?”
AlbertoXL: “Sí, claro”
Sarardiente: “Cuánto?”
AlbertoXL: “Enséñame las tetas y te lo digo.”
Rebusqué entre la música mp3 del portátil una canción que acompañase el momento. Enseguida encontré “Time Of The Season” de The Zombies y “Come Undone” de Isobel Campbell & Mark Lanegan. Esas canciones serían perfectas para lo que me proponía hacer.
Con los primeros compases comencé a jugar con el nudo de la toalla, demorando el momento. Me tocaba los pechos por encima con un solo dedo, jugueteaba apretando mi escote con ambas manos y, tratando de excitar aún más a mi único y privilegiado espectador, me introduje un lápiz en la estrecha ranura que quedaba entre mis tetas.
A su vez, vi a Alberto colocar otro lápiz junto a su miembro. De repente, un flash me hizo imaginar que aquel lápiz bien podría ser el pene de mi marido.
¡¡Guau, que pasada!! Aquel lápiz se veía diminuto, ridículo comparado con lo que sujetaba su otra mano.
Aquello no podía ser verdad, estaba como atontada. Sustituyó el lápiz por otro tipo de objetos que, según mi disponibilidad, yo introducía a la vez por mi escote. Aquella complicidad iba sofocando el ambiente. Jugueteé con una goma Milán y él puso otra en equilibrio sobre la punta de su sexo. Asustaba el grosor de su glande, parecía una mandarina en comparación con aquella goma de borrar.
Tras embadurnarse con algún tipo de gel, Alberto se dejó de juegos para dedicarse de pleno a masturbarse. A través de la pantalla pude ver como aumentaba el ritmo de su masturbación a medida que el momento esperado se hacía más evidente.
Por fin, deshice el nudo de la toalla y ésta cayó deslizándose por los lados, pero, muy maliciosa, tapé mis pezones con sendas manos antes de que se vieran.
Jugué un poco con mis pezoncitos, acariciándolos para ponerlos todavía más duros de lo que estaban. Coloqué entonces una barra de adhesivo entre mis tetas y fui alzándolos y bajándolos como si estuviese haciendo una cubana.
Rápidamente sustituí la pequeña barra de pegamento por un frasco de crema más acorde al grosor del miembro de Alberto. La segunda canción estaba terminando. Finalmente, mostré a Alberto la plenitud de mis pechos. Incluso traté de alcanzar uno de los pezones con la punta de mi lengua.
Tuve una nueva idea. Cogí el bote de crema y dejé caer un buen chorro sobre mis pechos. Parecía como si un hombre acabara de eyacular sobre ellos.
El ritmo con que se masturbaba era vertiginoso. Me pregunté cómo sería que Alberto me follase con esa desesperación y, de pronto, contemplé su miembro lanzar esperma y salpicar por todos los lados. Al final, se derramaba sobre su mano. La imagen de su verga en plena erupción quedó grabada en mi mente para siempre. Nunca lo olvidaré.
—Tienes unas tetas preciosas —dijo Alberto.
—¿Tú crees? —pregunté— Antes aún eran mejor.
—Están muy bien, de verdad. No he podido evitar correrme al imaginar lo que haría contigo —dijo con la voz un poco distorsionada por la mala calidad del sonido.
—Ah, sí, ¿y qué me harías? —le pregunté acercando mis pechos a la cámara.
Alberto se había corrido, pero yo no. Me encontraba totalmente desinhibida por la calentura.
— Me gustaría probarlas. Saborearlas en mi boca —sugirió.
—¿Y qué más? —inquirí seguiéndole el juego— Sorpréndeme.
—Comenzaría por los hombros, no dejaría ni un milímetro de piel sin besar.
— ¡Ummm! Me gusta —reconocí al tiempo que comenzaba a tocarme.
Acerqué mis pechos a la cámara y respiré profundamente para que pudiera apreciarse lo hinchados y sensibles que se encontraban. Disfrutaba exhibiéndome.
— Lamería tu cuello… Atraparía tu barbilla entre mis labios… Mordería tu boca… —fue enumerando Alberto, sin prisa— …y metería una mano entre tus piernas a la vez que saboreo esos pezones.
Sonreía, se estaba divirtiendo. Para mi deleite, Alberto se había sentado delante de la webcam y yo podía ver aquellos turgentes labios pronunciar su hechizo. Aunque no se veía, era obvio que sacudía de nuevo su pollón. Me impresionó lo rápido que se había recuperado, pero de todas formas casi prefería contemplar lo bien que le sentaba aquella camisa blanca. Tres botones sueltos dejaban intuir un pecho fuerte al que abrazarse.
—Me estás poniendo muy caliente —dije sin preocuparme ya en disimular que estaba acariciando mi sexo.
Mi respiración se aceleraba por momentos. En la pantalla podían verse mis pechos, hinchados, subiendo y bajando agitadamente con cada inspiración.
— Luego te tumbaría en la cama para poder contemplar mi polla entre tus pechos mientras acaricio tu sexo. Jugaría con tus pezones, restregando mi glande sobre ellos. Primero uno, luego el otro. Despacito, sin prisa, disfrutando de su suavidad con la dureza de mi polla.
Alberto sabía que iba a llevarme al orgasmo, pero por la clama con la que hablaba parecía querer demorar ese momento. Le gustaba tenerme con el clítoris en vilo.
Unos gemidos surgieron de mi garganta, haciéndose más profundos de manera paulatina. Imaginarme la erección de Alberto entre mis tetas me puso a mil. De seguir así, no tardaría mucho en correrme. Mi respiración se aceleraba. Orgullosa de mis pechos, los estrujé ante él. Nunca antes los había notado tan hinchados y sensibles. Mientras, mi otra mano no paraba de frotar mi clítoris atropelladamente. Mi orgasmo estaba próximo y así se lo hice saber.
— Sigue… Haz que me corra —supliqué.
No sé si fueron las certeras palabras de Alberto o el severo tono de su voz lo que hacía que me hirviera la sangre. La inminencia de mi orgasmo era evidente.
—No sabes cuánto me gustaría colocar la polla entre esas tetas tan bonitas que tienes.
—Y a mí... ¡Ummm! —gemí.
—Seguro que, sin querer, acabaría dándote en la boquita.
Aunque hablara con serenidad, las cosas que decía se iban volviendo cada vez más groseras y explicitas. No era sólo yo la que se estaba calentando. La pasión con que Alberto meneaba su miembro era de lo más elocuente. No sé por qué, pero me gustó oírle mencionar “mi boquita”.
— ¡¡¡Síííííí! —gemí incontroladamente.
Cuando logré abrir los ojos, miré entre mis piernas y vi otra vez un cerco de humedad. Menos mal que había puesto la toalla sobre el asiento de la butaca. Primero me sentí avergonzada por mi comportamiento, pero luego, cuando tomé conciencia de lo sucedido, fue la consternación lo que me invadió. Estaba segura de que al encogerme sobre el ordenador había mostrado mi rostro a la wébcam. Aún trataba de recuperar la respiración cuando escuché los pasos de mi marido subiendo por las escaleras.
Sarardiente: “Ciao, debo dejarte. Lo siento” —escribí velozmente antes de desenchufar el ordenador.
La despedida había sido brusca dadas las circunstancias. De hecho, apenas tuve tiempo de cubrirme con la toalla, pero en el instante en que mi marido asomó la cabeza por las escaleras yo ya simulaba darme crema en los talones.
— ¡Aún estás así! —dijo mi marido con incredulidad antes de bostezar como un hipopótamo y anunciar que se iba a la cama.
Alfonso se puso el pijama y se fue al baño a lavarse los dientes, momento en el que aproveché para coger una toallita y limpiar rápidamente mi intimidad. Estaba, si cabe, aún más caliente que antes. De modo que me puse el camisón negro de detrás de la puerta. Cuando Alfonso me lo veía puesto, no necesitaba hacer preguntas para saber lo que quería su mujercita.
— ¡Caray! —exclamó mi marido intuyendo la emboscada— Das… miedo.
—Soy buena —afirmé jugando con el tirante— Una buena chica.
— No sé si creerte —dijo acercándose a mí y besándome en la boca.
Sus manos comenzaron a acariciar mi cuerpo. Yo seguía ardiendo a causa de mi encuentro con mi amigo, así que deslicé los tirantes de mi camisón por los hombros y, dejándolo caer, me mostré completamente desnuda.
— Anda ven —dije a la vez que me echaba sobre las sábanas con el trasero en el borde de la cama. Esa postura le hechizaba.
Quise no hacerlo, pero en cuanto cerré los ojos comencé a pensar en Alberto. Fantaseé sobre cómo sería tenerle dentro. Con semejante miembro debía ser una barvaridad. Tuve dos orgasmos consecutivos antes de que mi marido se vaciase dentro de mí. Hacía tanto tiempo que no me corría de esa manera tan salvaje que mi marido se me quedó mirando. Lo cierto es que gocé muchísimo, y hasta mi él lo notó, aunque desconociese el motivo.
A la mañana, presa todavía de la turbación y la vergüenza, no me atreví a mirarme al espejo. No podía comprender cómo había llegado a ese extremo. Yo siempre había sido fiel a mi esposo, aquello no había estado bien. Él no se lo merecía. Una cosa era mantener conversaciones con un desconocido, y otra muy distinta haber tenido un orgasmo pensando que era otro hombre quien me hacía el amor. Estaba hecha un lío.
Aquello se me fue de las manos. Gracias a Alberto comencé a gozar del sexo con mi marido como nunca lo había hecho. Sin embargo, el recuerdo del miembro de Alberto surgía en cualquier momento. Una y otra vez me sorprendía pensando en él, a todas horas, en cualquier lugar. ¿Dónde estaría ahora? ¿Qué estaría haciendo? ¿Pensaría en mí? ¿Qué pensaría de mí? No único que lograba tranquilizarme era pensar que todo había sido un juego, que en realidad no habíamos hecho nada de nada. Por Dios, podía ser que aquel hombre viviese en otro continente.
Durante los días siguientes rehuí conectarme. Recibí algún que otro mensaje de Alberto en mi correo electrónico, pero me negué a responder. Nunca me había sentido tan segura y atraída por un hombre y, no obstante, ahora intentaba evitarle. Alberto había sido mi mejor confidente, le había confesado secretos íntimos que no le había contado ni a mi mejor amiga, y ahora me asustaba la mera idea de ver su nombre aparecer en un chat, me moriría de vergüenza y de ganas de hablar con él.
Entonces un insidioso pensamiento comenzó a rondarme la cabeza: “Habría grabado Alberto nuestra última sesión?”. De ser así, debía pedirle que la borrase. De ninguna forma podía dar lugar a que esas imágenes, que ni siquiera sabía si existían, circulasen a través de la red. ¿Y si algún conocido o compañero de trabajo las llegara a ver? Tengo un par de lunares en el cuello por los que cualquiera podría reconocerme. Qué idiota había sido, porque no lo había pensado antes. No podía ni dormir, dando vueltas y más vueltas en la cama. Debía salir de dudas, y la única forma era preguntárselo a él, de lo contrario no recobraría la paz. Me moriría si algo así llegase a manos inapropiadas. Vivía atemorizada, imaginando las consecuencias. Solamente había una forma de saberlo, preguntárselo a Alberto. Tenía que armarme de valor y contactar una última vez con él.
Quise esperar a que fuera uno de esos días en que dormía fuera de casa. Pasase lo que pasase, quería estar a solas, sin la presión de que mi marido me pudiera descubrir hablando con él.
Esa tarde, al llegar al hotel, sentí como si me estuvieran observando, como si la chica de recepción supiera lo que pensaba hacer, como si todas las personas con las que me cruzaba me observarancon disimulo. Me estaba poniendo paranoica, y quizá por eso dejé tiempo para relajarme en la piscina del hotel y darme una ducha en condiciones. Al final, cuando me conecté, volvía a estar relajada y deseosa de poder ver a mi amigo y hablar con él.
Sarardiente: “Hola”
AlbertoXL: “Hola...” “Dónde te habías metido?” “Me tenías preocupado…”
Sarardiente: “Lo siento.”
AlbertoXL: “Estás bien?”
Sarardiente: “Sí. Por qué?”
AlbertoXL: “No he dejado de pensar en lo que pasó.”
Sarardiente: “ Yo también.”
Ambos nos sinceramos. Dijimos que aquello había sido una locura que no podía volver a repetirse. Me tranquilizó escuchar sus palabras. Se mostró comprensivo, Alberto sabía que yo era una mujer casada. Poco a poco, con cada frase, fuimos retomando el mismo grado de confianza y complicidad que teníamos antes de nuestro último encuentro. La charla transcurrió amena y no me decidí a preguntarle si había grabado la sesión. Si se lo hacía demostraría mi inquietud y desconfianza hacia él.
Volvimos a quedar en el chat. En una de las sesiones salió a colación las diferentes maneras de masturbarse. Yo le pregunté cual había sido la forma más original, y me dijo que a veces se tumbaba en la cama con un gel lubricante en una mano y un frasco de loción corporal en la otra. Entonces, intercalaba ambas manos para tener distintas sensaciones al acariciarse y así, se imaginaba recibiendo y dando placer a dos mujeres a la vez, la fantasía de todo hombre. A mí aquello me pareció súper original.
Luego fue él quien me preguntó si usaba consoladores y cosas por el estilo. Le hice saber que nunca había utilizado nada de eso.
En otra ocasión, en la que se rozó de pasada lo sucedido en nuestro encuentro de sexo explícito, le pregunté, o más bien afirmé, que seguro que tenía una amante.
Alberto contestó que no creía en amantes sin compromiso, pues tarde o temprano los sentimientos aparecían de un lado u otro. En cambio, sí había tenido una alumna de Pilates, con quién había hecho cosas un poco raras o en posturas imposibles.
Cuando Alberto quiso saber cómo era la vida sexual de una mujer casada, yo le hice saber que los niños te dejaban sin tiempo ni fuerzas parael sexo, y que cuando lo hacías era siempre con prisas para no perder horas de sueño.
Con todo, había algo que me daba vergüenza decirle…
Sarardiente: ”Últimamente, tú me tienes muy distraída”.
Fue en esa sesión cuando me enteré de que había estado casado y que, pese a su juventud, no era soltero sino divorciado.
—Afortunadamente, no tuvimos hijos —resopló aliviado— Era demasiado controladora.
También pude saber que mi amigo había nacido en Sao Paulo, que decidió ser monitor deportivo por su maestra de Educación Física del colegio y, no por su padre, como yo pensaba. Después trasladaron a su padre a España y aquí terminó sus estudios.
Le gustaba nuestro país, nuestras costumbres, nuestra gastronomía… Además, aquí se podía vivir bien como entrenador y existía la estabilidad económica necesaria para arriesgarse a hacer inversiones. Pero sobre todo a Alberto le gustaban nuestra forma de ser muy abierta, optimista y alegre, y claro, también le gustaban las españolas, sobre todo las casadas. Alberto decía que, aunque aquí somos bastantes ariscas, una vez nos entregamos lo hacemos por completo.
Era maravilloso volver a hablar de temas personales, de nuestro día a día, de nuestras inquietudes y problemas, de todo. Me dijo que vivía en Madrid y que, además del gimnasio, estaba pensando en abrir un concesionario de coches deportivos de segunda-mano. Le encantaban los coches y tenía un Mustang Azul con dos anchas líneas blancas de delante a atrás.
Yo le confirmé que me llamaba Sara, que era madre y estaba casada. Alberto supo también que, a causa de mi profesión, debía viajar y dormir fuera de casa bastante a menudo.
Transcurrió un tiempo antes de que mis temores se hicieran realidad. En otra de las sesiones estuvimos hablando de nuevo acerca de la masturbación. Fue entonces cuando dijo, como si tal cosa, que no podía dejar de ver el vídeo de nuestra última sesión.
Sarardiente: “Lo grabaste!!”
AlbertoXL: “Pues claro.”
Sarardiente: “Bórralo, por favor!!!”
AlbertoXL: “Pero, ¿por qué?”
Sarardiente: “Podrían verlo otras personas, imbécil!!!”
AlbertoXL: “Tranquila, Sara. Está a buen recaudo.”
Sarardiente: “¿Cómo estás tan seguro?
AlbertoXL: “Lo borré del ordenador. Lo tengo en un disco duro que jamás conecto a Internet. Además, recuerda que también se me ve a mí.”
Sarardiente: “Me da igual, quiero que lo borres. Tenías que haberme avisado de que estabas grabando.”
AlbertoXL: “Está bien, tienes razón. Lo siento… Con una condición.”
Lo sabía. Alberto pretendía chantajearme.
Sarardiente: “En qué estás pensando?”
No mentiré. Digamos que no me importaba que volviera a suceder algo entre nosotros, volver a tener cibersexo.
AlbertoXL: “Me gustaría que me enseñaras el culo. Desde que me enviaste la foto del jardín, me muero de ganas de verlo.”
Sarardiente: “Ni lo sueñes”
AlbertoXL: “Sólo una vez!!! Te prometo que lo borraré. Mujer, es muy poco lo que te pido.”
Sarardiente: “Está bien, pero tendrás que mostrarte desnudo de pies a cabeza para que yo te grabe a ti”
AlbertoXL: “Me parece justo” “OK, conecta la webcam”.
Sarardiente: “Tú primero, capullo!!!”
Esa vez procedí a grabar la sesión, de esa forma dispondría de imágenes suyas en caso de que se comportarse deshonestamente.
AlbertoXL: “Estás preparada?”
Pude ver a través de la cámara su trasero cubierto por unos bóxer negros muy sexys.
— Tú primero —dije en voz alta por el micrófono de la webcam, escuchando del otro lado una canción que no conocía.
Alberto comenzó a contonearse haciendo el tonto. No pude evitar reírme un poco. Desde luego, el tipo estaba en forma. Su bóxer comenzó a bajar hasta que se mostró ante mí un duro y redondito culo, moreno y sin apenas vello.
—La verdad es que me gusta más verte de frente —dije a través del micrófono.
Vi conimpaciencia como se iba dando la vuelta. No entiendo por qué,pero aunque su miembro estaba flácido a mí me pareció igual de espectacular. Aún en reposo, su pesado órgano sexual dejaba entrever el coloso en que podía convertirse. Realmente me estaba obsesionando con su verga.
—Te toca —le escuché decir a través de la webcam.
Me puse de espaldas y comprobé que sólo se podía ver mi culito, apenas se me veía la espalda, en todo caso las piernas.
—Guauu, es precioso. ¿y eso…? ¿Una mancha de nacimiento?
— Sí, ¿te gusta? —pregunté contoneándome con sensualidad.
— Claro, y si te bajases las braguitas me gustaría más todavía.
Miré de reojo, por encima del hombro, de nuevo pude verle, masturbándose. ¡¡Dios!! Como me ponía aquella visión. Obedecí, dejando mis braguitas a medio bajar.
—¿Así? —pregunté haciéndome la inocente.
Puse cada una de mis manos en un cachete y separé bien mis nalgas. Me sentía muy fulana, quería que Alberto tuviera un espectacular primer plano.
— ¡Bufff! —resopló— ¡Qué buena estás!
Me volví a girar para poder ver su impresionante erección y, casi sin darme cuenta, comencé a tocarme.
— ¿Eres virgen por atrás? —preguntó.
Le vi meneársela arriba y abajo enérgicamente y tuve claro que eso le excitaría.
—¿Qué quieres decir? —quería estar segura de haberle entendido.
—¿Que si te han follado por el culo? —dijo a las claras.
—Mi marido lo intentó una vez —confesé.
—¿Tienes la crema a mano?
—Sí, ¿por...? —pregunté, inquieta.
—¿En qué mano llevas puesta la alianza de casada? —me preguntó.
—En la derecha, ¿porqué? —le volví a preguntar.
—Quiero que te untes el pulgar
—¿Para qué quieres que haga eso, sinvergüenza? —ronroneé como una gata en celo.
—Quiero que te metas el pulgar de esa mano en el culito. Así podré ver tu alianza.
—Eres un pervertido —dije mordiéndome un labio de pura lujuria.
— ¡Ufff! No sé, nunca he hecho algo así —susurré demorando intencionadamente el momento, para provocarle.
—No sé… ¿Me dolerá? —traté de excitarle mostrándome ingenua.
— Hazlo despacito. No temas, Sara —dijo meneando aquel rabo enorme.
— ¡Ogh! —sollocé cuando por fin hice lo que me había pedido.
Cerré los ojos y lo introduje hasta el fondo, igual que haría un hombre con su miembro.Sin perder un segundo, empecé a estimular mi clítoris con el más largo de mis deditos.
—¡Oh, sí! ¡Métemela! —exclamé fuera de mí— ¡La quiero toda!
La yema de mi dedo titilaba febrilmente sobre mi perla. En mi mente, Alberto salía del ordenador y me reventaba el culo a pollazos. Aunque no fuera virgen, hacía tantísimo tiempo que mi esposo no me sodomizaba que sería como si mi ano aún preservase su virtud. Además, no había comparación posible entre el calibre de Alberto y el de mi esposo. Si años a fue desconcertante sentir ahí a mi marido, que Alberto me abriera el culo habría de ser glorioso.
— ¡OOOGH! —le oí jadear.
Desquiciada, seguí masturbándome al tiempo que veíasu pollón lanzar corros y chorros de esperma. Cómo me hubiera gustado tener aquella sólida erección dentro de la boca y notar los estallidos de esperma chocar contra mi paladar, tragar el ardiente yogur y chupar con todas mis fuerzas para no dejar ni una sola gota en sus testículos.
— ¡AAAAAAAAAAAGH! —chillé contrayendo el esfínter en torno a mi pulgar.
Aquel orgasmo pasaría a formar parte indeleble de mis recuerdos íntimos. No, nunca lo olvidaría, y no solamente por su excepcional energía, sino por ser la primera vez que me masturbaba fantaseando que un hombre me daba por culo.
Aunque lo había probado, nunca lo había considerado divertido, pero como de todas las cosas buenas que te pasan en la vida, tomé buena nota de lo ocurrido. Sin duda, tendría volver a explorar ese territorio en lo sucesivo.
—¿Te ha gustado? —pregunté cuando me hube repuesto.
— Muchísimo —me respondió, exagerado.
— ¿Me darás ese disco duro? —le pregunté.
—Por supuesto. Yo siempre cumplo mi palabra —dijo al otro lado de la webcam—Dame una dirección y te lo llevo.
— ¡Ja! ¡Ja! Ni lo sueñes —me mofé de él.
— Me gustaría dártelo en persona.
—¡Sí, claro! —solté otra carcajada.
A lo que siguió un largo rato de suspense inducido por una incógnita que ninguno de los dos parecía capaz de despejar. Entonces le vi teclear.
AlbertoXL: “Estoy aquí.”
Sarardiente: “Aquí?”
AlbertoXL: “En tu hotel”
Casi me da un infarto, lo juro.
Sarardiente: “No te lo crees ni tú” —pregunté aterrorizada.
AlbertoXL: “Nadas muy bien”
Sarardiente: “Qué coño dices!!! Vete a la mierda!!!” —respondí con ira.
AlbertoXL: “Sara, deberías cambiar la cuenta bancaria por otra en una sucursal algo más alejada de tu casa, o incluso en otra ciudad.”
Sarardiente: “¿Mi casa? ¿Sabes dónde vivo?”
¡¡¡Joder, no podía ser cierto!!!
AlbertoXL: “Dejémoslo en… Ciudad Real”
¡¡¡Dios!!! ¡¡¡Qué pesadilla!!!
Tenía que ser una broma, una horrible broma de alguna amiga a la que había confesado lo de mis relatos eróticos, de algún compañero que hubiera husmeado en mi ordenador, una venganza ideada por mi marido… Yo qué sé, cualquier cosa… Cualquier cosa menos lo que estaba pasando.
AlbertoXL: “Con la foto que me enviaste, no me costó encontrar tu casa en el barrio.”
¡No! ¡No! ¡No! Yo creía haber tomado todas las precauciones del mundo. Estaba tan segura de haber mantenido mi anonimato que no daba crédito a lo que estaba sucediendo. Parecía como si estuviera dentro de una película, una película de terror. Era como si me hubiera convertido en la protagonista de uno de mis relatos. Entonce recordé esa sensación de estar siendo espiada a mi llegada al hotel. ¡Claro, había sido él! Todo parecía encajar cuando sonaron tres golpes en la puerta.
—¿Quién? —no me salía la voz.
—¿Tu qué crees?
—¡Vete, por favor! —grité… o supliqué, no estoy segura.
Mi amigo y amante estaba ahí, al otro lado de la puerta. Me partía el corazón decirle que se fuera, pero estaba asustada. No hubo respuesta, sólo un tenso silencio. No podía abrir. Si lo hacía, aquel hombre arrasaría con todo: con mi matrimonio, con mi familia, con mi cuerpo… Mirarle directamente a los ojos sería jugarme toda mi vida a cara o cruz. ¿Cómo se le ocurría hacer algo así?
—Muy bien —dijo, al fin— Esperaré diez minutos en recepción… Si no bajas, me iré…
No pienso contar qué ocurrió aquella noche, y no lo haré porque no estoy segura de si hice bien o no. En lugar de juzgar a los demás, cada cual debería tomar sus propias decisiones y asumir la responsabilidad de sus actos. Así pues, tendréis que conformaros con saber que mi vida ya no volvió a ser la de antes.