Quién eres

Últimamente, a causa de mi trabajo, debía dormir fuera de casa bastante a menudo...

Últimamente, debía dormir fuera de casa bastante a menudo. En la empresa de productos químicos para la que trabajaba habían ampliado algunas zonas. Ahora me tocaba desplazarme más lejos por lo que, dependiendo de la ruta, no tenía más remedio que pernoctar en los hoteles convenidos por la empresa.

Al comienzo hablaba todas las noches con mi esposo, incluso hacíamos videollamadas para poder vernos. Sin embargo, con el transcurso del tiempo, las conversaciones se fueron convirtiendo en pura cortesía: ¿Qué tal se han portado los niños?; Cuidado con la carretera; Descansa; Te echo de menos… Las típicas preguntas y frases repetidas.

Aunque intentaba aprovechar para hacer turismo, pasear y saborear las diferentes gastronomías, una vez repetía ciudad en múltiples ocasiones, todo se convertía en rutina. Al llegar al hotel me aburría mortalmente. El único aliciente era relajarme en el spá y conectarme a internet. Al principio buscaba páginas con información sobre viajes, ropa con suculentos descuentos, productos de maquillaje, etc. Hasta que un día apareció, por casualidad, una ventana emergente con fotos de chicos muy atractivos y relatos eróticos “seleccionados para mujeres como tú.” En esos días me encontraba especialmente receptiva, de modo que aquellos hombres despertaron en mí las más turbulentas sensaciones que una mujer pueda experimentar.

Desde esa noche, tomé por costumbre darme una ducha y tumbarme sobre la cama a leer relatos eróticos. Al comienzo me ceñí a aquellos relatos que tuviesen como protagonistas a mujeres como yo. Mujeres maduras, casadas o no, con hijos o no, pero con vidas imperfectas y reales. Mujeres seguras de sí mismas dispuestas de ser infieles a sus maridos con otros hombres mucho más atractivos y apasionados.

Ni que decir tiene que, siendo mujer casada, madre y trabajadora, apreciaba esa efímera soledad de mi habitación de hotel. Sólo en esa anónima quietud podía dar rienda suelta a mis fantasías y masturbarme tranquilamente, cosa que en casa resultaba del todo imposible.

Una de aquellas noches de hotel me conecté al chat de TodoRelatos, y poco a poco empecé a participar en diferentes foros. Aquel hábito se convirtió en la mejor compañía para mi deseado momento de soledad.

Recuerdo perfectamente el primer día. Acababa de salir de la ducha y estaba cubierta como siempre tan sólo con una toalla sobre la colcha de la cama del hotel. A pesar de que no soy ninguna niña, me ruboricé al leer las barbaridades que allí se escribían. Las mujeres ya sabéis de lo que hablo. Al final no pude evitar acariciarme imaginando que unos hombres irresistiblemente varoniles me hacían todas esas cosas que unos y otros me escribían. Evidentemente, yo tampoco me mordía la lengua.

El caso es que alguien me preguntó por qué no escribía aquellas intrigantes y excitantes fantasías. Esa idea había rondado mi cabeza en unas cuantas ocasiones y la sugerencia de aquel ciberamigo terminó de convencerme.

Lo que empezó medio en broma, terminó por convertirse en una inusitada afición a la escritura. Mis relatos versaban en su mayoría sobre aventuras extramatrimoniales, relatos de intriga con hombres arrebatadores de toda índole y condición. Relatos que, evidentemente, luego publicaba en la web TodoRelatos. Mi imaginación se inspiraba en mi día a día, cualquier situación era susceptible de tener un final explícito.

El éxito de mi primer par de relatos fue rotundo. Todo el mundo me alababa y animaba a continuar escribiendo. Comencé a tener fans que me decían como mejorar, sugerían cambios o me daban ideas para otros relatos.

El número de lecturas empezó a crecer de tal modo que se me ocurrió incluir un número de cuenta para que la gente pudiera hacer pequeñas aportaciones económicas. No recaudaba mucho, pero al menos me daba para darme un pequeño capricho de vez en cuando: un bolso nuevo, un traje de natación, unos zapatos, etc.

Comentar que me llamo Sara y, a mis cuarenta y tres años, tengo un trabajo estable como comercial en una empresa química vinculada al sector enológico. Llevo doce años casada con Alfonso, que es tres años mayor que yo. Somos una pareja de lo más normal.

Para que os hagáis una idea de mi aspecto, os diré que soy morena, mido un metro sesenta y cinco y uso una talla noventa de sujetador. Mi marido siempre me dice que tengo un culo precioso y me anima a usar pantalones ajustados y leggins.

Mi esposo es un poco más alto que yo. Comenzó a perder el pelo hace ya algún tiempo y tiene también algo de barriga. Aunque hace ejercicio los fines de semana, eso sólo le sirve para mantenerse y no engordar todavía más. Alfonso es muy atento y detallista conmigo, no me puedo quejar en ese sentido. Tampoco en lo relativo al sexo, aunque claro, él es el único hombre que he conocido. Me hace el amor bastante a menudo, o al menos lo intenta. Aunque me gusta que muestre interés, yo no soy tan fogosa como él. He de confesar que durante nuestras primeras relaciones con penetración, yo no logré alcanzar el orgasmo. Al menos no del modo que lo hacía cuando me masturbaba. Afortunadamente, un día le exigí que lamiera mi sexo y descubrimos que, de esa forma, Alfonso sí me hacía llegar al orgasmo.

Yo creía que aquella noche sería como las anteriores. Me conectaría a una de esas webs para conocer gente y encontraría a alguien interesante y anónimo. Por supuesto, le dejaría claras mis intenciones y, en caso de que aceptara, le excitaría con mis comentarios al tiempo que me masturbaba en mi habitación del hotel.

Para variar, me uní a un chat donde se discutía si el tamaño del pene importa o no. Uno de los usuarios, con el nick más hortera que yo hubiera leído, había comentado que las mujeres que continuaban diciendo que el tamaño no importa, lo hacían porque no habían probado una polla de verdad. Su nick era, no en vano, AlbertoXL.

Alberto desdeñaba la opinión de las mujeres conectadas que, casi de forma unánime, afirmaban que el tamaño del pene no era relevante para que un hombre las hiciera disfrutar. Aquel tipo argumentaba que ser un buen amante y tener un buen pollón eran cualidades distintas que no tenían porque ser excluyentes. Con todo, insistía en que sólo deberían opinar aquellas mujeres que supieran lo que era una banana en condiciones. Finalmente, cuando Alberto comentó que todas cambiaríamosde opinión después de follar con alguien como él, ya no me pude contener.

No pude más que escribir:

Sarardiente: “Eres un fantasma.”

AlbertoXL: “Y tú una gran escritora”

Aquello me sorprendió, el foro en el que estaba conectada no tenía nada que ver con la página de TodoRelatos. ¿Había sido coincidencia? Quise salir de dudas, así que lo invité a un chat privado. Enseguida me contestó.

Sarardiente: “¿Has leído mis relatos?”

AlbertoXL: “Todos. También hice una pequeña aportación en la cuenta bancaria que tienes puesta para donaciones”.

Sarardiente: “¿Ah, sí? Gracias.”

AlbertoXL: “ De nada, mujer.” “Me ha extrañadover tu nick por aquí, pero me alegro conocerte. Eres mi autora favorita.”

Yo quería saber si de verdad se los había leído o me estaba vacilando.

Sarardiente: “¿Cuál es tu favorito?”

AlbertoXL: “Me gustan todos, de verdad. Son muy distintos unos de otros. De los últimos destacaría, Volver a salir con mi mejor amiga .”

Me sorprendió su respuesta, ese no era precisamente uno de los relatos mejor valorados por los lectores. No sé por qué, supongo que fue la vanidad, Alberto era el primer fan que conocía en persona, el caso es que decidí continuar chateando para descubrir más acerca de su opinión sobre mis relatos.

Sarardiente: “¿xq?”

AlbertoXL: “Tiene todo lo que se puede esperar de un relato erótico. Al principio es excitante, luego emocionante y el final es… desconcertante. Me encantaría que escribieras una continuación.”

Sarardiente: “¿Enviaste algún comentario?”

AlbertoXL: “No, nunca lo hago, pero seguro que te di la máxima valoración.”

Sarardiente: “De la misma forma que una actriz necesita los aplausos del público para saber si ha gustado su actuación, una escritora necesita los comentarios de sus lectores.”

AlbertoXL: “¿Quieres que haga un comentario?”

Sarardiente: “¡Claro!”

AlbertoXL: “OK. Cuenta con ello.”

Sarardiente: “Gracias.”

AlbertoXL: “No en serio, no hagas caso de los que dicen que cometes algunas faltas de ortografía y tonterías por el estilo. No es un concurso literario, y compartes tus relatos de forma gratuita. No se puede pedir más”

Sarardiente: “Supongo que tienes razón.”

AlbertoXL: “Lo importante es que tus lectores disfruten y se corran gracias a tus relatos.”

Sarardiente: “¿Tú lo haces?”

AlbertoXL: “Por supuesto… Siempre haces que entre en erupción.”

Sarardiente: “G G… Lo tomaré como un cumplido.”

AlbertoXL: “Seguro que tienes miles de seguidores.”

Sarardiente: “Gracias, pero ahora debo dejarte. Mañana tengo que madrugar. Ciao.”

AlbertoXL: “Hasta otra, princesa.”

Sarardiente: “¿Princesa?”

AlbertoXL: “Me la pones tiesa… ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Has picado!”

Sarardiente: “¡Idiota!”

No había mantenido muchos chats privados, pero algo me decía que aquel sería especial. Contra todo pronóstico, guardé su nick en favoritos. También hice doble click en su avatar. Hede reconocer que se me cortó la respiración. En la imagen en blanco y negro se veía la cara de un hombre moreno de ojos oscuros, mandíbula bien delineada y unos labios llenos de besos.

“Pufff”, suspiré.

Yo había escogido a una de las heroínas de Disney como avatar. Supuse que, al igual que el mío, el avatar de Alberto no mostraría una auténtica imagen de él. Con todo, esa foto estaba escogida con buen gusto.

Transcurrieron varios días sin saber nada de Alberto. A decir verdad me conecté muy pocas veces debido a la falta de tiempo, ya que las noches sucesivas las pasé en mi hogar. Un día, mientras recogía la mesa, recibí un correo electrónico a través de la web donde publicaba mis relatos. Era él, AlbertoXL.

De: AlbertoXL

Para: Sarardiente

Asunto: Prohibido

“Hola, princesa.

Puede que esté prohibido,

pero me encantaría chatear contigo.

Alberto.”

Me puse tan nerviosa que apagué el teléfono. Luego, cuando estuve más serena, decidí que esperaría a la siguiente noche de hotel para responder. Así tendría tiempo para aclarar mis ideas.

A pesar de todo, aquella tarde llegué a la habitación hecha un manojo de nervios. Ni siquiera bajé al spa del hotel, abrí el ordenador sobre la mesa y le mandé la última versión que había pensado como posible respuesta. Después de darle a enviar, me metí en la ducha. No dejé de pensar todo el rato si me respondería.

Como en otras ocasiones, me eché sobre la cama envuelta con la toalla del hotel. Estuve un ratito participando en diversos foros, pero nada. Poco a poco perdí la esperanza de que Alberto respondiera a mi correo. “Idiota”, me recriminé por no haber contestado a su mensaje con antelación y haber concertado una cita para esa noche. Sin embargo, no quería mostrar mi deseo de chatear con él. Prefería que fuese él quien intentara mantener el contacto. Tampoco estaba segura de que aquello fuera una buena idea.

Justo iba a apagar el ordenador, cuando el sonido de una notificación me alegró la existencia: “AlbertoXL:Hola!”

“¡¡¡BIEN!!!”, clamé dando palmas de alegría.

Sarardiente: “Hola”

AlbertoXL: “De nuevo por aquí. No recibiste mi correo?”

Sarardiente: “Sí, pero he estado liada. ” —dije para ocultar mis ganas de hablar con él.

Sí, mentí. Estaba deseando contactar con él. Ese anonimato y misterio en torno a nuestra relación resultaba realmente excitante. Alberto me preguntó algunas cosas personales, pero tampoco quise dar muchos detalles en esa segunda conversación. En un momento dado le pregunté por la foto de su avatar. Él contestó que era de hacía unos cuantos años, de un book de fotos que le hizo la empresa de despedidas de soltera para la que trabajada por aquel entonces. Segura de que mentía, en internet todos lo hacen, le pedí que me mandara una foto más reciente. Sin embargo, Alberto me retó solicitándome también una foto mía, cosa a la que por supuesto no accedí.

El tiempo pasó aprisa. Fue muy agradable chatear con él y, esa vez sí, quedamos para otro día. Hacía tiempo que no me sentía así, como una adolescente con las hormonas a tope. Esa noche salté de un orgasmo a otro, como haría una niña en los charcos formados tras un aguacero. No dejé de tocarme hasta quedar completamente saciada y agotada. ¿Y si Alberto era realmente así de guapo? ¡Un stripper!

Empezamos a conectarnos a menudo y, cada vez, yo esperaba con ansiedad volver a encontrarle en el chat. El simple hecho de tener un ciberamigo desataba mi imaginación hasta límites insospechados. La mayoría de aquellas noches lejos de casa terminaba masturbándome imaginando todo tipo de situaciones con él.

No tenía ni idea de quién era él en realidad. Fantaseaba que Alberto podía ser en realidad el atractivo marido de una de mis amigas, el joven hijo de la vecina, un astuto compañero de trabajo, un ruin detective privado contratado por mí propio marido… Mi imaginación se disparaba de tal forma que andaba caliente todo el día. Empecé a vestirme de forma más atrevida y sugerente, no sé, me encontraba poco a poco mejor conmigo misma. Me agradaba sentirme deseada, y ello me hacía provocar situaciones excitantes con cualquier hombre que encontrase atractivo. Todo me resultaba sensual y erótico.

Los días se sucedían en jornadas cotidianas de trabajo. Salidas y desplazamientos fuera de mi ciudad. No dejar de pensar todo el día en otra cosa que no fuera chatear con Alberto después de cenar. Me encontraba más receptiva, excitada y mantenía relaciones sexuales con mi esposo bastante más a menudo. Aunque me avergüence decirlo, estuve incluso a punto de tener una aventura con uno de mis compañeros de trabajo, un hombre a quien obedecería como una perra si él me diera una orden.

Comenzamos a chatear por Whatsapp casi a diario. Cuando dormía en casa, buscaba cualquier excusa para conectarme a internet. Alegando tener trabajo pendiente, me subía a la buhardilla mientras mi marido veía películas de acción en el salón. La verdad es que allí me sentía casi tan cómoda como en el hotel, y mucho más excitada. En el improbable caso de que mi esposo subiera por las escaleras, le oiría.

Como es lógico poco a poco en nuestras conversaciones se iban filtrando pequeños datos personales que nos permitían saber algo más acerca del otro. Alberto se mostraba más confiado a la hora de facilitar sus datos. Así pude saber que nació en el ochenta y seis, y que por tanto tenía treinta y cinco años. A mi lado, era un jovencito soltero y sin compromiso.

Al parecer, Alberto había estudiado un módulo de formación profesional como monitor de actividades deportivas. Al principio se había ganado la vida como entrenador en un gimnasio, época en la que complementaba haciendo de stripper en despedidas de soltera. Aquello ya lo había dejado, y en la actualidad era el gerente de su propio gimnasio, al que había agregado un pequeño bar cafetería con terraza. Vamos, un emprendedor en toda regla.

Yo le hice saber que tenía marido, dos hijos y algunos años más que él. Alberto no hizo comentario al respecto, después de todo sólo éramos amigos. Le expliqué también que trabajaba como comercial y, tras pensármelo mucho, mucho, decidí enviarle esa foto que tantas veces me había solicitado.

Se trataba de una foto muy chula que me había hecho mi marido un par de meses atrás en el patio de casa. En ella, se me veía de espaldas caminando junto a los melocotoneros, el pelo suelto, con un cortísimo vestido de verano, unas sandalias de cuña y, aunque en la foto no se alcanzaba a distinguir, sin bragas.

Chateábamos sobre música, viajes, libros, noticias, Alberto me ayudaba incluso a elegir la ropa que me pondría al día siguiente. Sin embargo, nuestras conversaciones parecían avocadas a acabar en temas relacionados con el sexo. Él hablaba abiertamente y sin tapujos de esas cosas. Gracias al anonimato, ambos confesamos nuestras fantasías más íntimas. Nunca hubiera imaginado hablar con un hombre de aquel modo. Nuestras conversaciones eran divertidas, se me pasaba el tiempo volando. No sólo tratábamostemas morbosos, también hablábamos de cosas como: la ropa que nos gustaba, los problemas en el trabajo, las amistades, novelas, aficiones, los lugares que habíamos visitado o nos gustaría visitar, las canciones, los perfumes, etc.

Recuerdo perfectamente la noche que marcó un antes y un después en nuestra relación. Fue la primera ocasión en que yo inicié la conversación. Tecleé al tiempo que empezaba a sacarme el pelo delante del ordenador. La tranquilidad era lo mejor de chatear en el hotel.

Sarardiente: “Hola”

AlbertoXL:“Hola”

AlbertoXL:“Hace tiempo que no publicas ningún relato”

Sarardiente: “Sí, es verdad”

AlbertoXL:“Demasiado estrés?”

Sarardiente: “No. Es que he conocido a alguien a través de internet y no tengo tiempo. Tampoco me apetece”

AlbertoXL:“Ah, bueno! Si es por eso, no importa. A mí me ha pasado algo similar.”

Sarardiente: Qué casualidad, no?

AlbertoXL: ¿X q comenzaste a escribir relatos?”

Sarardiente: “En realidad lo que me gusta es leer. Escribir es agotador. Creo que, cuando escribo, soy demasiado exigente conmigo misma. También tengo un blog “normal”, ahí publico otras historias, ideas, reivindicaciones, quizá alguna poesía…”

AlbertoXL:“Y no me habías dicho nada!!!”

Sarardiente: “Perdona, pero prefiero mantener ambos mundos separados.”

AlbertoXL:“Lamento perderme esa otra parte de ti, pero te entiendo… Y cómo crees que somos los lectores de tus relatos?”

Sarardiente: “Imagino que habrá de todo. Delgados, gordos, altos, bajos… Aunque también habrá alguna casada, soltera, viuda…”

AlbertoXL:“En serio?”

Sarardiente: “Según las estadísticas de la página son un montón de lecturas, más de300.000!!! Imagínate.”

AlbertoXL:“No tenía ni idea, pero la verdad es que no me extraña. Son muy buenos.”

AlbertoXL: “No te gustaría conocer a uno de tus fans?”

Sarardiente: “En que estás pensando???”

AlbertoXL:“Te gustaría ver el efecto que tienen tus relatos en los hombres?”

Sarardiente: “No sé, creo que prefiero imaginármelo.”

No daba crédito a lo que Alberto parecía estar insinuando, pero rápidamente añadí…

Sarardiente: En quiénestás pensando?”

AlbertoXL:“Yo, claro. Con una condición…”

Un silencio se prolongó antes de que Alberto terminase de escribir.

AlbertoXL:“Tienes webcam???”

Sarardiente: “Sí”

AlbertoXL:“Me gustaría ver tus labios pintados de rojo mientras lees Volver a salir con mi mejor amiga .”

Sarardiente: “Eso te pone?”

AlbertoXL:“Si son tus labios, sí. Pero tiene que ser rojo, rojo puta. No sé si me explico.”

Sarardiente: “Perfectamente…”

Nunca habíamos hecho algo así, pero a mí me apetecía muchísimo. Aunque esa sería la primera vez que conectaba la webcam, yo quería mantener el anonimato. Le mostraría los labios, pero de ningún modo dejaría que se me viese la cara. “Si tuviera un antifaz…”, me dije.

Ensayé cómo ponerme antes de conectar la webcam. Si bajaba la tapa del portátil podía acercar los labios por arriba, de esta forma controlaba que no se me viese la cara. A cambio le mostraría a Alberto una visión de mi escote más que generosa. Como sólo llevaba una toalla en torno a mi cuerpo, decidí ponerme algo más elegante. Elegí una camiseta negra de tirantes a juego con unas monísimas braguitas del mismo color, y no me pondría sujetador. Me miré al espejo para perfilar mis labios y me encontré muy sexy.

Naturalmente, todo aquello me llevó algo de tiempo, por lo que mi amigo comenzó a impacientarse.

—“¿Estás ahí?

Di un respingo al oír su voz a través del ordenador.“Ya voy, impaciente”, pensé.

En la pantalla de mi ordenador, una gran ventana emergente mostró como una webcam se encendía en algún lugar desconocido. Al otro lado podía verse parte del asiento de una silla de oficina y al fondo una estantería pulcramente ordenada donde se apoyaba una bicicleta.

—Oye, que si eres la única mujer en el mundo que no tiene pintalabios rojo, no pasa nada —dijo Alberto, socarrón.

Haciendo caso omiso a sus provocaciones, conecté la webcam de mi portátil. Desde el pequeño recuadro que aparecía superpuesto en mi pantalla sólo se veía el escote de mi camiseta. Giré con tiento la pantalla de modo que mis labios aparecieran en la imagen y, sin más, comencé a leer…

“La primavera estaba avanzada. Habían llegado el buen tiempo y los primeros días de calor. Esa noche saldría con mi mejor amiga. Hacía un par de semanas que Eva había cortado con su ex, otra vez. Seguramente ésta tampoco sería la última…”

—Para un segundo —escuché del otro lado— Quiero contemplar tus labios.

Su voz sonaba segura, exigente. Sin embargo, seguía sin verse a nadie. Sólo una silla vacía.

—¿Dónde te has metido?A ver si va a resultar que no la tienes tan grande como presumes —dije tratando de picarlo.

—Continúa —le escuché deciralgo distorsionado— Enseguida me siento.

“Eva era la única del grupo que a sus treinta y dos años todavía no estaba casada ni tenía hijos, y parecía sentir verdadera urgencia por alcanzar esas metas personales. Siempre me tocaba a mí consolarla cada vez que acontecía lo inevitable.”

Llevaba un rato leyendo cuando observé de reojo como se sentaba, cubriendo su miembro bajo una toalla blanca. La tela contrastaba notablemente con su piel trigueña. Habíamos chateado muchas veces y nunca me había dicho que fuese tan moreno. Fruncí el ceño al tiempo que me esforzaba para no dejar de leer.

Entonces, Alberto quitó la mano del teclado y, guiándola hacia su sexo, comenzó a tocarse. La verdad es que el bulto bajo la toalla auguraba una gran sorpresa. Su mano oscilaba por encima cadenciosamente, mi imaginación volaba acuciada por mi propia excitación. En un momento dado aquel morenazo se acomodó en la silla y, apartando la toalla, mostró su vientre atlético y su…

“¡¡¡Dios mío!!!”, pensé.

No podía ser verdad. Hasta ese momento yo había pensado que mi amigo secreto era un fanfarrón. Nunca me hubiera imaginado que Alberto fuese mulato, ni que tuviese semejante miembro. Tenía todo el derecho a presumir.

Me quedé boquiabierta mirando la pantalla del ordenador. Era la primera vez que veía una cosa así de grande. En un principio, su miembro viril me pareció amenazador, intimidante, pero de algún modo era fascinante ver como una mano grande y fuerte subía y bajaba a lo largo de aquel pollón. Por si eso no fuera suficiente para dejarla a una embobada, Alberto poseía un abdomen que se antojaba tan duro como su verga.

—¿Eres mulato? —pregunté sin más.

—Mestizo. Nací en Brasil, pero mi padre era español.

Me fijé más detenidamente, su sexo brillaba como si se hubiese esparcido algún tipo de aceite. Además, Alberto tenía el vello del pubis muy cortito, como si se lo hubiese afeitado. Ese detalle permitía apreciar el miembro en todo su esplendor.

—Has dejado de leer —me avisó.

—Lo siento —dije, y continué con el relato.

Lo cierto es que no podía apartar la vista del recuadro de pantalla donde Alberto se masturbaba. Era desconcertante, no entendía cómo podía estar haciendo algo así.

Mientras avanzaba la narración del relato el ritmo de su mano se incrementaba. Intenté evitarlo, pero al final no pude aguantar las ganas de acariciarme. Supuse que él estaría en lo suyo, además, lo hice sutilmente, sin que pudiera advertirse que me estaba masturbando.

A pesar de tener su miembro agarrado con una mano, aún sobresalía casi la mitad. Aquella turbadora visión me provocó una incipiente taquicardia. Mi respiración se tornó tan marcada y profunda que tuve que dejar de leer.

—¡Joder!

—¿Te está gustando? —preguntó.

—Esto es lo más raro que he hecho en mi vida

—¿Es la primera vez que haces cibersexo? —inquirió Alberto con incredulidad.

—No —mentí.

—No pasa nada —dijo calmadamente— Si quieres, lo dejamos.

No sabía cómo responder. No quería parecer una guarra, ni tampoco una pánfila.

Sarardiente: “Lo siento, Alberto.Necesitomasturbarme.” —escribí con total honestidad antes de desconectarme.

Estaba tan excitada que ni siquiera me levanté de la silla. Aunque comencé a masturbarme como una gata en celo, esa vez mis dedos no lograban saciar mi deseo. Al pensar en la inmensa erección de Alberto, necesitaba sentirme penetrada. Llegué a lastimarme pellizcándome los pezones, pero necesitaba que algo llenase mi sexo.

Entonces me fijé en el mango del cardador con el que me había estado peinando y que ahora estaba al lado del ordenador. Perfecto. Acerqué el grueso mango a mis labios vaginales y comencé a meterlo ávidamente. Aunque era la primera vez que me introducía algo para masturbarme, no me costó hacerlo. Sentirlo entrar tan fácilmente me provocó una sensaciónobscena y desconcertante. Estaba realmente empapada.

Fue muy rápido,frenético. Con unas intensas fricciones enseguida alcancé el orgasmo más fabuloso que alcanzaba a recordar. Gemí sin poderlo evitarlo. Debieron escucharme en todo el hotel. ¡Qué brutalidad! Aquel clímax me dejó sin respiración. Aún recuerdo el cepillo encajado entre las piernas sin que nadie lo sujetase.

Mis fluidos habían manchado la silla. ¡Qué vergüenza! “¡Qué había pasado! ¿Cómo había dejado que eso sucediese?”, me recriminé una y otra vez mientras me recuperaba.

Al día siguiente apenas pude concentrarme en el trabajo. Estaba totalmente ofuscada. No dejaba de recordar la mano de Alberto envainando con orgullo su enorme polla, las exageradas venas que la recorrían. En mi cabeza se sucedían toda clase de conductas lascivas. La que más, comerle la polla. Literalmente se me hacía la boca agua y el chichi PepsiCola.

CONTINUARÁ...