Quién entró anoche en mi habitación (y 2)

Descubriendo a los gemelos idénticos. Parte final.

QUIÉN ENTRÓ ANOCHE EN MI HABITACIÓN - FINAL

Alguien llamó repetidamente a la puerta del dormitorio de Germán. Su madre, un tanto enfadada, nos gritó desde afuera:

―¡Por favor! Ya os tengo dicho que a la hora de la merienda, se merienda. No os entretengáis más. ¡Manuela tiene que irse! ―Se refirió a la criada.

Raúl me miró con una triste sonrisa. Le hubiese gustado seguir allí conmigo y con su hermano, durante la siesta, hablando de los planes que teníamos y completamente en pelotas, lo cual le dejaba ver, a plena luz del día, mi cuerpo desnudo y moteado de estrellitas doradas casi imperceptibles.

―Es mejor que nos vistamos y salgamos rápidamente ―apuntó Germán al instante―. Cuando mamá se enfada…

―¿Y qué hago con ese plan de irnos a Conil? ―pregunté angustiado, sin saber si proponerlo durante la merienda o dejarlo para la cena.

―¡Insiste ahora! ―exclamó Raúl ilusionado sin dejar de vestirse―. Esta misma tarde podríamos irnos y empezar esos días que tanto he soñado.

―¡Ahora no! ―protestó enseguida Germán, ya vestido y con la mano puesta en el pomo―. Yo acepto quedarme sin Carlos y salir solo con Alberto, pero una condición es una condición…

―¿Pero qué condición ni leches, tío? ―se le encaró el hermano conteniendo un grito que le pedía el cuerpo―. ¡Carlos es mío! ¡Se ha enamorado de mí, no de ti! Esta tarde hacemos las maletas…

―¡De eso nada, Raúl! ―dijo Germán entonces, con cierta afección, antes de abrir la puerta―. Yo me quedo, pero la condición que he puesto va a misa. Esta noche quiero probar a Carlos. ¡Se siente! ―Abrió y no pudimos seguir hablando.

Durante la merienda, más formal de lo que yo pensaba, tomamos café con unos dulces y quien quiso comió algo de fruta. La cara de Raúl me pareció un poema todo ese tiempo que pasamos juntos, con su madre, sentados a la mesa. No podía decirle que nos íbamos a Conil aquella misma tarde. Germán tuvo todo el tiempo un gesto de satisfacción.

Sentados en un lugar apartado del jardín, fumándonos un cigarrillo donde podíamos ver con claridad si alguien pensaba acercarse a nosotros, Raúl volvió a sacar sus argumentos:

―¡No es lógico, Germán! ―farfulló visiblemente irritado―. Ya hicimos una apuesta y la he ganado. ¿Piensas que me hace mucha gracia que te acuestes con Carlos esta noche por tus pelotas?

―No es por mis pelotas, Raúl ―le respondió amable pero un tanto cínicamente―. Cuando tú has querido follarte a Alberto, bien que has insistido para hacerte pasar por mí. ¿Y se ha dado cuenta? ¡Pues no! Y yo me he aguantado. Por una nochecita de nada que yo pruebe a Carlos…

―¡Una nochecita de nada! ―protestó entre dientes Raúl―. Te vas a follar a mi novio. ¿Es lo pactado?

Quid pro quo , ¿no? Yo me mordí la lengua y te presté mi ropa para que saciaras tu curiosidad con el mío.

―¡Claro! ―le respondió mi «novio» con dureza―. El día siguiente a la noche que estuve con… tu Alberto, te dijo que había sido la mejor noche que había pasado contigo. ¡Y fui yo el que estuve con él!

―Siempre me dice que ha sido la mejor noche…

Escuchando aquella disputa surrealista entre mis amigos clones, no supe encajar las piezas de los pensamientos que pasaban por mi cabeza. Era cierto que habían hecho una apuesta y que Raúl tuvo el valor de hacer algo, de tomar la iniciativa; cosa que Germán no había hecho. Sentía claramente que había una atracción mayor por mí en él, mientras que en la cabeza de Germán había un deseo imperante de pasar unas horas conmigo porque iba a perder esa posibilidad, quizás, para siempre.

Aunque los dos llevaban un extraño juego entre ellos, mi atracción se había dirigido ya únicamente hacia Raúl, pero es que… ¡Germán era tan apetecible como su hermano! Me asaltaba la duda de saber si ambos se desenvolvían de la misma forma en la cama:

―¡Haya paz! ―proferí levantando mi mano y mostrándoles la palma―. Voy a ser sincero con vosotros porque… no me queda otra. Me he enamorado de Raúl y eso no puedo evitarlo, sin embargo, como los dos sois tan bonitos… ―Miré a Raúl con cierta tristeza para hablarle con el corazón en la mano―: Tú y yo vamos a estar juntos. Para siempre, si quieres. ¿Lo dudas? ―Negó exageradamente con la cabeza―. Un día tu hermano cedió para que tú conocieras a Alberto en la cama. Tienes que reconocer que no se portó tan mal contigo.

―Bueno ―apuntó―. Mi trabajo me costó que me dejara…

―Pero te dejó, Raúl. Ahora se trata de una noche; solo una noche conmigo. ¿Comprendes?

―¡Supongo! ―gruñó―. Tú también estás deseando probarlo, ¿verdad?

―No es exactamente así, ¡leches! Sois tan exactos que me parecerá estar contigo. Yo te quiero a ti y no se trata nada más que de ceder por una vez.

―¡Bueno! ―admitió contrariado―. Que vaya a probarte un rato. Luego, que me avise y se vaya a su dormitorio y yo pasaré la noche con quien más deseo pasarla desde hace mucho tiempo.

―¿Con los dos? ―exclamé asustado al oír su razonamiento―. ¿Quieres decir que después de echar un polvo con Germán vamos a seguir nosotros? Me parece que tu madre acabará dándose cuenta de todo este entramado.

―Tú y yo vamos a pasar nuestra primera noche juntos, Carlos ―declamó Raúl emocionado―. ¡Nuestra primera noche entera! Mi madre no va a enterarse de nada de lo que pase en tu habitación porque no se le ocurriría entrar. Yo sé qué hacer para que no se dé cuenta.

―Si así os parece bien… ―comenté bastante conforme―. Cuando salga Germán de mi dormitorio y llegues tú… ¿podríamos ducharnos?

―¡Claro! ―exclamó feliz―. Nadie va a oír que estés a esas horas en la ducha… conmigo.

―Sea pues, y no se hable más de este asunto ―concluí―. Vamos a pasar por esta última etapa tal como habéis planeado. Primero que entre Germán. Pasaremos un buen rato juntos. ¡Sexo normal! Y, cuando te avise, nos duchamos y pasamos nuestra primera noche entera.

―Se va el sol en nada, os lo advierto ―apuntó Germán para cambiar la conversación―. Si no nos damos un buen baño, llegará la hora de la cena perdiendo el tiempo.

Algo sí me había quedado en claro después de aquella conversación y antes del baño. Germán era más posesivo; más vehemente. Raúl me pareció más dulce, incluso más sensato. Aquello de que insistiera en probar con Alberto, hasta cierto punto, podía pasar como algo posible entre dos hermanos que no podían distinguirse. Empecé a notar que no eran tan exactos si no hablábamos del físico.

Saltamos a la piscina y comenzó un baño realmente llamativo para mí. Como no podía distinguirlos dentro del agua, me pareció que nadaba flanqueado por dos bellos «raules» a los que deseaba por igual. Si no hubiese sido porque el agua fresca calmó mis apetencias, me hubiese empalmado por partida doble.

Uno de ellos, tomándonos de la mano, nos hizo nadar hasta el borde de la piscina más cercano a la casa. De esa forma, nadie podría vernos. En cuanto nos pegamos a la pared, alguien tiró de mi bañador para bajarlo hasta la mitad de los muslos y, ni corto ni perezoso, tiré de sus bañadores al mismo tiempo y usé mis dos manos para cogérselas y acariciarlas.

Sin mediar palabra alguna, me pegué a ellos para rozar mi cuerpo con ambos, besándonos mecidos por las suaves olas de aguas celestes.

―¡Basta, basta! ―exclamé excitado notando caricias por todo mi cuerpo―. Me encanta esto porque teneros a los dos no podía ni soñarlo en mis mejores sueños, pero tenéis que comprender que hay que reservarse para la noche. Sois dos iguales para hoy y yo solo soy uno.

―¿Te vas a quejar? ―preguntó el que me pareció ser Germán―. No es mala idea eso de que nos tengas juntos en la cama. ¿Por qué no?

―¿Juntos los tres? ―protestó el que era claramente Raúl―. Eso significa que tú echas un polvo solo y otro en trío. Cuando me toque a mí, para siempre, me voy a encontrar a Carlos agotado.

―¿Tres polvos seguidos? ―proferí visiblemente asombrado, pero también relamiéndome―. ¡Vaya una noche que me espera!

―Lo que tú digas, mi vida ―me susurró el mío al oído―. Si aguantas, vamos a dejarlo a él que te cate, probamos luego los tres y ya seremos el uno para el otro, solitos. ¿Qué te parece?

―Aguantar… aguanto, bonito. ¡Desde luego! Como tú decidas.

Raúl acababa de aprobar cómo iba a ser la noche. Primero entraría Germán a estar conmigo a solas, más tarde se incorporaría él y… por fin, habría conseguido tener en mis brazos al que me pareció el mejor de los dos para compartir, al menos, una buena parte de mi vida.

Después de la cena, nos echamos un buen rato en tres hamacas junto a la piscina. A mi derecha quedó Germán y a mi izquierda Raúl que, de vez en cuando, al ver que nadie nos observaba, extendía un poco su brazo para acariciarme la mano:

―¿Has visto qué bonito se ve aquí el cielo? ―meditó en voz alta―. Esas estrellas se parecen a las pintas que tenemos por todo el cuerpo, aunque plateadas.

―Se ven muchas más y mejor con las luces apagadas ―dijo Germán impulsándose para levantarse e ir a apagar todo el jardín―. Ahora vengo.

―¿No me das un besito, cari? ―musitó Raúl mirándome con mucha dulzura.

―Todos los que quieras, guapo, aunque sería mejor dejarlo para cuando no nos pueda ver nadie.

―¡Aquí no nos ven! ―aseguró incorporándose para echar parte de su cuerpo sobre el mío y besarme con pasión pero brevemente.

―¡Ya verás en Conil, Raúl! Allí vamos a estar solos unos días y será maravilloso.

―¡Ay! Dejaré mi maleta hecha mientras… cumples los deseos de mi hermano.

―Se presenta una noche larga…

Sabían perfectamente que su madre no veía la tele hasta muy tarde y, por supuesto, había que esperar a que se acostara un buen rato antes. Cuando la mujer, agotada, se asomó a las cristaleras para darnos las buenas noches, me habló cariñosamente:

―¡Ya ves, Carlos! ¿Quién te iba a decir que ibas a pasar unos días aquí tan tranquilo?

―¡Es verdad! ―le contesté―. Hemos pasado muy buenos ratos en tan poco tiempo.

―Pues ya lo sabes, hijo. Cuando paséis esos días en Conil, os volvéis y te quedas el resto del verano. Hay tiempo para todo.

―Eso creo…

―¡Buenas noches, chicos! ―se despidió visiblemente cansada―. Estoy que no puedo con mi alma y creo que voy a caer en la cama como nunca. Como no está papá…

Asomaba una pincelada tenue de la luna nueva sobre las tuyas que rodeaban la casa cuando Germán se levantó despacio, se reclinó sobre mí acercando su cara y me susurró sensualmente unas palabras:

―¿Nos vamos ya? No quiero ser un impedimento ni un estorbo para vosotros, Carlos. Sería muy feliz si me dejaras estar contigo solo esta noche. Te lo prometo. Será así.

―¡Claro! ―le respondí acariciando su rostro―. Yo también te quiero mucho, Germán. Como un amigo que has sido siempre para mí. ¿Cómo no voy querer estar contigo un rato?

―¡Eh, eh! ―protestó el otro―. Se trata de echar un polvo. A ver si al final me voy a quedar de segundo plato…

―Eso no va a ser así ―le dijo Germán acariciando también su rostro―. No solamente porque hayas ganado una apuesta, Raúl. Es que me da la sensación de que os queréis de verdad.

―¿Lo dudas? ―contestó entre risitas―. ¡Anda ya! ¡A follar! Aquí os espero, que supongo que tardaréis un rato. Cuando acabéis os laváis. No me seáis guarros… ¡Pervertidos!

Me levanté y me agarré a la mano de Germán para atravesar el salón a oscuras y dirigirnos al pasillo donde estaban nuestros dormitorios. No se oía nada, así que su madre estaría ya más que dormida y no había riesgo de que viese nada que no deseáramos.

Abrí la puerta de mi habitación con cuidado, encendí la luz y le hice un gesto con una sonrisa para que entrase.

―Apaga la luz ahora, Carlos ―me dijo―. Es para crear un ambiente más íntimo, ¿no crees?

―¡Por supuesto! No es nada más que para ver y no tropezar. Vamos a desnudarnos.

―¡No, espera! ―me dijo entusiasmado―. Me gustaría que te echaras en la cama con los calzoncillos, como siempre, a oscuras. Yo me espero a tu lado y me echo luego.

―¡Bien! Me gusta la idea.

Encendí la lamparita de la mesilla de noche y apagué la del techo. Me dejé los calzoncillos, me tendí en la cama cómodamente y apagué la luz.

En la casi total oscuridad, mientras la vista se iba amoldando, observé cómo se movía lentamente hacia mí pegándose a la mesilla y oí su voz en susurros:

―¡Me encantas! ¿Puedo?

―¡Échate aquí conmigo! ―le dije―. Hoy me habéis puesto que me salgo. ¡Sois tan lindos…!

―Ahora estoy yo contigo, Carlos ―susurró mientras se recostaba muy pegado a mí―. Puedo tocarte, ¿verdad?

―¡Pues claro, hombre! Para algo estamos aquí. Espera un poco y verás lo bien que lo pasamos.

En la oscuridad, me dio la sensación de que estaba otra vez con Raúl. Mi mente no era capaz de distinguir entre uno y otro y mi miembro viril ―más viril que nunca―, se infló dentro de mis calzoncillos al recibir el aroma de su cuerpo.

―Acaríciame, por favor ―musité casi tartamudeando―. Vamos a disfrutar de esto.

Sus labios se fundieron con los míos mientras tiraba insistentemente con una mano de nuestros calzoncillos. Mi mano se fue inmediatamente a agarrar su miembro, duro y nervudo como lo esperaba y tiré de él para que bajara su prepucio.

―¡Ay! ―gimió de placer en un aliento que me llenó la boca―. No voy a olvidar en mi vida estos momentos.

Como hizo su hermano ―y yo suponía―, quiso besar todo mi cuerpo hasta llegar a mi pubis y, lamiéndome luego todo el tronco tenso y ardiente desde abajo, llegó hasta la punta para meterlo casi entero ―o eso me pareció― en su boca profunda. Fue tal el placer que sentí que tuve que hacerle un gesto con la mano para que hiciese una pausa.

―¿Qué te pasa? ―preguntó en la oscuridad.

―¿Qué me va a pasar, Germán? Me das un gusto que me matas. Si sigues así, hemos terminado en cinco minutos.

―¡No, no! ―respondió seguro―. Avísame. Quiero que me disfrutes.

Su mamada ―tengo que reconocerlo―, por un motivo o por otro, fue exquisita. Noté enseguida que estaba más experimentado en el sexo que mi Raúl querido, pero como seguía teniendo la sensación de estar con el otro, el placer se me multiplicaba por cien.

―Aguantas muy poco ―comentó.

―No, no es eso. Es que ya me has pillado que reviento. Vamos con calma y verás…

―No, no ―subrayó―. Quiero que te corras con el máximo placer. No te aguantes nada, ¿vale? Luego hay más de lo que disfrutar.

Apenas tuvo que meterla entera en su boca unas cuantas veces, llegando a poner sus labios sobre mi pubis, para que no pudiese contener unos estertores de muerte que me hicieron morderme los labios para no gritar, mientras me descargaba entero sabiendo que estaba tragándose todos mis deseos hacia él. Quizá hacia los dos al mismo tiempo.

―¡Eh! ―musitó poco después sin moverse de donde estaba―. ¡Qué buena carga tienes! Estás riquísimo. Habrá que esperar un poco para repetir esta maravilla.

―Esto lo podemos tomar con calma ―aclaré―. Deja reposar mi polla unos minutos y repite eso que me has hecho. Tengo que reconocer que en eso eres un maestro.

―¿Ah, sí? ―preguntó ya junto a mí acariciándome el rostro―. Y… ¿qué más te gustaría?

―Lo que tú quieras.

―Date la vuelta ―musitó en mi oído empujando suavemente mi cuerpo―. Voy a darte otra sorpresa… pero creo que necesitaría lubricante…

―Tengo un bote ahí; en el segundo cajón. Sácalo.

―¡Espera! ―me dijo pegando su cara a la mía sin dejar de acariciarme―. ¿Ese no es el cajón que estaba lleno de purpurina? Espero no ponerlo todo lleno de puntitos dorados.

―¡No, no! ―le contesté seguro―. Tuve la precaución de limpiarlo muy bien. No te preocupes por eso. Cógelo de ahí.

―¡Vale! ¿Quieres que use condón?

―No, no, Germán. No hace falta. Me gustaría que me la metas a pelo. Si no te importa.

―Para nada, guapo ―respondió entusiasmado moviéndose para abrir el cajón y sacar el bote―. Te pregunto por saber lo que prefieres.

―Ya lo sabes: a pelo. Te quiero a pelo y sentirte bien adentro.

Me puse bocabajo poco a poco y pasó una pierna sobre mi espalda para colocarse en postura. En poco tiempo noté la punta dura de su polla rozándome por toda la raja de mis nalgas y apretando un poco más cuando pasaba por mi deseoso agujero.

No esperó demasiado porque notó que dilataba sin problemas. Tuvo cuidado al principio y, cuando vio que no había ningún impedimento, empujó hasta el fondo, me agarró de las caderas y comenzó a follarme magistralmente. Pensé que nadie iba a superar aquella penetración perfecta.

Meciéndose un buen rato a buen ritmo, llegó al momento álgido de su orgasmo y me moví con él para que gozara. Unos temblores de su cuerpo, unos gemidos y una cierta sensación en mi interior me confirmaron que se había corrido.

―¡Qué gustazo! ―gimió en mi oído―. ¿Te ha gustado a ti?

―¡Sí, claro que sí! ―respondí jadeando y muy sorprendido―. Eres un experto en esto del sexo. Déjala ahí dentro un rato, ¡por Dios!

―No pasa nada. No creo que se me baje. Cuando quieras que la saque, me lo dices.

Tuve entonces otro dilema rondando mi cabeza. Quizá, el primer encuentro con Raúl, había hecho que ese primer polvo no fuese tan apasionado como el que acababa de vivir. O es que Germán sabía mucho más de eso que su hermano y que yo. En definitiva, follar con él había sido toda una experiencia que no había sentido con Raúl.

―¿Quieres follarme tú? ―volvió a susurrar en mi oído―. Me gustaría…

―¡Claro! No sé si voy a ser capaz de hacerlo tan bien, pero no quiero quedarme con ese deseo. Date la vuelta, si quieres.

―¿Ya?

Me moví un poco sobre él para buscar el tarro de lubricante y, como no lo encontraba, encendí la lamparita un momento.

―¡No, no! ―exclamó muy asustado al instante―. ¡Apaga la luz, por Dios! ¡Que me muero de vergüenza!

―¿Vergüenza? ―inquirí astutamente mirando sus nalgas, sabiendo que en la cama era mucho más diestro que su hermano―. Me parece que no es eso, Germán. No voy a enfadarme, ¡te lo juro!, pero es que… ¡tú también tienes el lunar en el culo!

―¡Vaya, hombre! ―se quejó como decepcionado―. Pensaba hacer pasar ese detalle desapercibido esta noche. Ya que no vamos a hacerlo más…

―¿Y quién te ha dicho que no vamos a hacerlo más? Voy a follarte como es tu deseo, nos vamos a lavar bien y, sin comentar nada, vamos a hacer ese trío que estás pidiendo. Luego, con más calma, antes de irnos a Conil, quiero volver a hablar con los dos. Vosotros habéis tomado unas decisiones y… me gustaría tomar también alguna.

―¿Te has enfadado por esto? ¡No hemos querido engañarte! Supongo que mi hermano quería dejarte más tranquilo enseñándote su lunar.

―Eso no importa ahora, Germán… ―le susurré acariciándolo con mucho cariño para que estuviese seguro de que no me molestaba en absoluto lo que estaba pasando―. Voy a darte todo lo que sé; todo lo que deseas. Esto no va a cambiar los planes para esta noche, ¿vale?

―¡Gracias! ―exclamó tranquilo, soltando un fuerte suspiro bocabajo sobre la almohada.

Creo que se quedó sorprendido cuando lo penetré. Tal vez me esperaba más flojo en eso. Acabé a su lado besándolo con pasión. Sus ojos me miraron abiertos y fijamente cuando encendí la luz y no atinaba a decirme nada.

Pasamos al baño a asearnos bien y hablamos un poco para ponernos de acuerdo y no decirle nada a Raúl, para que se sintiese seguro de que iba a seguir teniéndome.

―Él va a ser tu pareja, Carlos ―confesó sinceramente mirándome por el espejo―. Somos iguales físicamente pero, a decir verdad, mi hermano es un ángel muy dulce comparado conmigo. Me alegro de que te hayas enamorado de él.

El trío… El trío fue brutal. Lo aguanté perfectamente y supe en cada momento quién de los dos estaba haciendo qué cosa. Cada uno tenía una forma distinta de acariciar, de mamar, de follar… ¡Fue una experiencia increíble!

Al final, ya de madrugada, bastante cansados, Raúl y yo nos acostamos juntos con la sana intención de dormir. Nos esperaba un día de viaje; no muy largo, pero con poco sueño.

Por la mañana, después del desayuno y antes de salir para Conil, nos volvimos a reunir en el rincón del jardín.

―No pasa nada por hablar las cosas claras ―les dije―. Me gustáis los dos porque sois iguales, pero es verdad lo que me ha confesado Germán. Creo que a quien quiero es a Raúl. No; no sois totalmente iguales. Físicamente sí; personalmente, no.

―Eso no cambia las cosas, ¿verdad? ―me preguntó mi más querido.

―¡En absoluto, Raúl! Nos vamos a ir tú y yo solos a Conil. Me he enamorado de ti, tío. Ya veremos cómo logro distinguiros ahora…

―No quiero que te preocupes por eso, Carlos ―me dijo acariciándome con disimulo―. Si allí me puedo tatuar, vendrás conmigo y me pondré mi nombre debajo del ombligo. No vas a confundirme. Eso sí que no se quita.

―¡Es una solución muy buena! ―apuntó Germán―. Yo no pienso tatuarme porque a mi madre no le gusta nada y… si hablamos de Alberto… Si me ve tatuado en la barriga, no vuelve a acostarse conmigo.

Hasta que no estuvimos cuatro días en Conil, Raúl y yo solos, no me di cuenta de lo que me estaba pasando.

Amar a Raúl lo era todo para mí, pero tener sexo con su hermano… era algo muy distinto; una experiencia fuera de lo común.

―Sé lo que te pasa ―me dijo Raúl la última noche que pasamos allí, mientras me miraba con entusiasmo y acariciaba mis cabellos―. Volveremos a Marbella y pasaremos otros cuantos días juntos; los tres. Sé que me quieres a mí, Carlos. No puedes mentirme en eso aunque lo pretendas. Sin embargo… sé que follar con mi hermano no te ha dejado indiferente. Volveremos con él, si quieres.

―Volveremos cuando tú lo desees ―comenté―. Yo, con quien quiero estar es contigo. Siempre me queda la duda del porqué dijo Alberto que la noche que estuviste tú con él fue la mejor. Germán dijo que siempre le dice lo mismo.

―No, no es así ―respondió muy reposadamente―. Yo también lo he hecho con mi hermano, ¿sabes?; y sé que, en eso, somos muy diferentes. Alberto, posiblemente, necesita un sexo más relajado; como el mío. Puede que sea eso lo que le gustó.

Germán tenía razón. Su hermano era un ángel del que me enamoré para siempre. Físicamente podían ser idénticos, pero su forma de mirar, de tocar, de expresar los sentimientos era diametralmente opuesta. Eso es lo que sentí desde el primer momento en que tuve a Raúl en mis brazos. Había sido imprescindible follar con Germán para descubrirlo, porque era eso: follar. Raúl, sin embargo, me amó desde un principio.

El sexo, con Germán o con los dos, lo dejamos para ciertas ocasiones. Acabé buscando trabajo en Marbella para irme a vivir por siempre con los que me habían conquistado para toda mi vida. Y aquí seguimos…