Quid pro quo
¿Cómo os sentiríais si supierais que en el pasado vuestra novia tuvo una relación con vuestro hermano?
Marco
Mi hermano Raúl quedó parado a unos pasos de la mesa del restaurante donde le esperábamos mi novia Alba y yo.
Al principio no me di cuenta; mis ojos estaban clavados en su acompañante. Y no era para menos: tan alta como Raúl, o sea, de aproximadamente 1,80 m de estatura; una figura impresionante, realzada por una blusa ajustada de color blanco, que abultaban dos espectaculares pechos, y una falda de tubo gris ajustada, que permitía imaginar qué es lo que había bajo ella. Ojos color miel en un gracioso rostro enmarcado por una melena de color castaño hasta el hombro, algo más largo a los lados de su cara, y una sonrisa encantadora.
Cuando aparté la vista de aquella maravilla de mujer, advertí que mi hermano mostraba una expresión de infinita sorpresa, y sus ojos estaban fijos en mi novia. Ella, por su parte, miraba a Raúl con una expresión indefinible, y se había ruborizado hasta el nacimiento del pelo.
El silencio era absoluto; parecíamos un conjunto de figuras de cera. Vi que la sonrisa de Caty se iba apagando; sin duda ella también notaba que allí pasaba algo, aunque, como yo, no sabía qué.
Decidí salir de aquella extraña situación.
—¿No nos presentas a tu novia? —dije a mi hermano.
—Ehhh, sí. Ella es Caterina (Caty para los amigos) Mi hermano Marco y su novia Alba.
—¿Os conocíais de antes? —pregunté a mi novia.
—Raúl y yo fuimos compañeros de universidad —aclaró Alba con voz contenida.
Raúl al fin pareció salir de su parálisis, y se acercó a saludar a mi novia con sendos besos en las mejillas. Yo hice lo mismo con Caty, que miraba alternativamente a los otros dos con el ceño ligeramente fruncido.
Tomamos asiento.
—Bueno, cuéntame. ¿Cómo es que tras cinco años en Barcelona has decidido volver a Madrid? —pregunté a Raúl.
—Me han ofrecido un puesto en la central de la petrolera para la que trabajo: más responsabilidad, y obviamente, mejor sueldo. Caty es funcionaria, y le han concedido el traslado al Ministerio.
Definitivamente, pasaba algo: Raúl no se atrevía a fijar la vista en Alba, pero de vez en cuando le dirigía miradas de reojo. Y mi novia continuaba con las mejillas arreboladas, y la vista baja.
—Me dijiste por Telegram que veníais unos días a buscar vivienda… —le di pie para que saliera de su mutismo. Pero fue Caty quien explicó:
—Volvemos a Barcelona el lunes, a recoger nuestras cosas y despedirnos. Yo no tengo que incorporarme hasta el día 1 del próximo mes, y Raúl ha pedido unos días de vacaciones. Ya tenemos unas cuántas referencias, y tendremos que ver pisos.
—¿Os alojaréis en nuestra casa…? —ofrecí.
Raúl pareció salir del trance.
—Ehhh, no. Estamos en un hotel del centro, tú… vosotros vivís muy lejos.
—Como queráis. —Hice una seña al maître para pedir la carta.
Cuando al fin Alba y yo quedamos solos me faltó tiempo para preguntar:
—¿Qué te pasó cuando viste a mi hermano? Porque la actitud de los dos era todo menos normal.
—¿De veras quieres saberlo? —su tono era caustico—. Ya veo que sí, —continuó tras unos segundos—. Tú y yo hicimos un pacto tácito de no referirnos a nuestra vida amorosa anterior, pero en estas circunstancias creo que será mejor romperlo: tuve una relación con tu hermano que duró dos años, hasta que se fue a Barcelona. Y fui yo quien la rompió; no me veía a mí misma en un noviazgo a distancia.
—Define “relación” —insinué.
—¡Vaya! Si lo que quieres saber es si hubo sexo, pues sí.
—¿Y no se te ha ocurrido contármelo antes de ahora? Lo digo porque mi apellido no es muy corriente, y de seguro te percataste de la coincidencia cuando me conociste… Digo yo.
—Bueno, caí en la cuenta cuando llevábamos juntos algún tiempo, y un día me hablaste de tu hermano Raúl. Lo pensé, y decidí que mejor lo callaba. Porque no sabía cuál iba a ser tu reacción al saberlo, y me interesabas demasiado. —Me dirigió una sonrisa velada.
—No voy a reprocharte nada, por supuesto. Pero hemos quedado en una situación un tanto violenta. Y me da que en este momento Raúl está teniendo con Caty una conversación similar a la nuestra. —Callé unos segundos, decidiendo qué decir a continuación—. Fue muy evidente vuestra reacción; si al menos hubierais disimulado un poco…
—¿Habrías preferido no saberlo?
—En contra de mis principios, sí. Nos habríamos ahorrado todo esto. Me pregunto cómo lo tomará Caty…
—Pues si está enamorada de Raúl, lo tomará como lo que es: una historia antigua, de antes de que se conocieran…
Se estableció un silencio incómodo. Una idea rondaba en mi cabeza, y dudé antes de plantearla. Finalmente me decidí:
—Dime una cosa, Alba: ¿sigues enamorada de mi hermano?
—Bueno, —titubeó—. ¿Has oído eso de que “donde hubo fuego quedan rescoldos”?
—O sea, que sí.
—No exactamente —bajó la vista—. Pero cuando le vi en el restaurante, sentí mariposas revoloteando en mi estómago.
Esa noche no hubo sexo. Afortunadamente, parece que Alba tampoco estaba por la labor, porque en mi caso podría haber terminado la cosa en el primer “gatillazo” de mi vida.
«Esto pasará. Al fin y al cabo, es como si conociera accidentalmente a otro tío que se hubiera acostado con Alba antes de conocernos, solo que este es mi hermano» —pensé antes de dormir.
No lo creía ni yo mismo.
Caty
«No parecen hermanos» —me dije—. Marco tiene el cabello de color rubio rojizo oscuro, y lo lleva corto, en contraste con la melena indómita de Raúl, de color castaño. La barba de como cuatro o cinco días del mismo color que su pelo, resalta la regularidad de sus facciones, de labios llenos sin exageración, nariz recta y ojos verdes. En cuanto a lo demás… Está bien proporcionado, con su cintura y caderas estrechas, y sus hombros anchos. Vestido, no puedo apreciar nada más. Raúl comienza a redondearse ligeramente, por su falta de tiempo para hacer ejercicio, y sus comidas rápidas».
Esta fue mi primera impresión. Luego, cuando comenzó a hablar, pude apreciar el tono siempre calmado de su voz grave, y los elegantes movimientos de sus manos con los que subraya a veces sus palabras. Da la impresión de que está acostumbrado a hablar en público, y a atraer y fijar en él la atención de sus interlocutores, como sucedió con la mía.
Cuando nos encontramos, tardé en advertir la tensión que había en el ambiente: Raúl miraba a Alba, la novia de su hermano, con un gesto sorprendido, y ella, con la cara como un tomate, no osaba mirarle fijamente.
Ante la pregunta de Marco, Alba indicó que “se habían conocido en la universidad”. Pero lo dijo con tono evasivo.
La cena transcurrió con normalidad; dado que Alba y los dos hermanos se conocían, ella y yo hicimos la mayor parte del gasto de la conversación, contándonos nuestras vidas y circunstancias.
Un apunte más: también en contraste con Raúl, su hermano tiene gusto para apreciar la comida y el vino, y sus modales en la mesa son exquisitos.
Pero durante todo el tiempo tuve una mala sensación: allí pasaba algo. Y tenía la impresión de que Marco y yo estábamos in albis .
Una vez Raúl y yo nos vimos a solas en la habitación de hotel, quise salir de dudas:
—Has dicho que Alba y tú os conocisteis en la universidad… ¿Sólo os conocisteis, o hubo algo más?
Raúl se revolvió, incómodo.
—Depende de a qué llames “algo más” —dijo hurtándome los ojos.
—Por “algo más”, me refiero a una relación sentimental —aclaré.
—Bueno, sí.
—¿Cómo de íntima?
—Mira, cari, eso pasó hace muchísimo tiempo. Éramos más jóvenes y… —se encogió de hombros, y me dedicó una de las sonrisas que conferían a su rostro un gesto de pillería.
—De manera que hubo sexo… —aún traté de aclarar.
—¿Qué crees? Ya me conoces.
—Sí, te conozco lo suficiente como para saber que la empatía no es una de tus cualidades relevantes. ¿Has pensado en cómo se sentirá tu hermano?
—Bueno, si Alba es medianamente discreta… No tiene por qué enterarse.
—¡Oh! Eso lo arregla todo. Se barre bajo la alfombra, y ya. Y yo, ¿qué? Porque lo esperable es que nos veamos los cuatro a menudo. ¿Cómo crees que me sentiré cuando mire a Alba, y piense “mi novio tuvo sexo son ella? ¿Le dijo las mismas cosas que ahora me dice a mí? ¿Y la trató en la cama del mismo modo que me trata”?
—¿Acaso te he preguntado yo a cuántos tíos te follaste antes de conocernos? Pues lo mismo —concluyó él en tono desabrido.
Traté de rebajar la tensión, porque la charla podía derivar en la primera discusión seria con Raúl. Y tenía claro que él no entendía por qué su anterior relación constituía un problema.
—Dime una cosa: ¿no te chocó la coincidencia de nombres cuando Marco te habló por primera vez de su novia?
—Bueno, sí… —su tono era evasivo—. Pero Albas debe haber a patadas. No sé qué quieres de mí. No entiendo que te parezca un mundo el hecho de que Alba y yo tuviéramos sexo, y eso que no sabes ni la mitad… —Se detuvo en seco, advirtiendo probablemente que había hablado de más.
Le miré fijamente, tratando de aparentar una tranquilidad que no sentía.
—Bueno, pues ahora es el momento de que me cuentes ese 50% que no conozco —crucé las manos sobre el regazo, y quedé mirándole fijamente.
—No tienes por qué saberlo.
—Permíteme insistir.
—Bueno, el caso es que… —evitaba mirarme a los ojos— yo tenía amigos… Nos invitaron a Alba y a mí a una fiesta… Bebimos un poco, estábamos muy contentos y una cosa llevó a otra…
—Continúa.
—Hay poco más que añadir: que, por decirlo de alguna manera, Alba y yo tuvimos sexo con otros.
Aquello fue como un mazazo. La cuestión era más grave de lo que imaginaba. No soy una mojigata, sé que esas cosas ocurren, y pienso que cada cual es muy libre de vivir su sexualidad como quiera. Muy en el fondo, incluso siento curiosidad por el mundo swinger , y no puedo decir “de esta agua no beberé”. No conocía a Marco, y no sabía cómo tomaría él una revelación así.
—¿Cómo son esas fiestas? —pregunté con voz neutra.
—Bueno, hay un chalet cerca de Madrid, donde se reúnen una serie de parejas, normalmente gente guapa y bien vestida, pero solo puedes acceder por invitación. Se bebe, se ríe, se baila… y en un momento determinado, pues… ya puedes imaginar.
—¿Erais asiduos?
—Más o menos.
—¿Y Alba se prestó tranquilamente a aquello?
—No sé qué concepto tienes de ella. A Alba le gusta divertirse. Y follar.
Se hizo el silencio, que él tomó como el fin de la conversación.
—¿Vienes a la cama? —propuso.
—Ve tú. No tengo sueño…
—No estaba pensando precisamente en dormir —guiñó un ojo.
—Pues lo que insinúas tampoco me apetece en este momento —traté de que mi voz no sonara demasiado desabrida al decirlo.
—Allá tú.
Estuve pensando mucho tiempo. Me sentía… no sé. Engañada. Raúl tenía razón en una cosa: su relación con Alba había tenido lugar antes de que nos conociéramos, y no podía reprocharle nada. Pero esa no era la cuestión. El problema residía en la violenta situación en que nos habían puesto a Marco y a mí.
«¿Y Marco —me pregunté en un momento dado—. ¿Conoce la relación de su novia con Raúl? Y si se ha enterado después del numerito de la cena, ¿cómo lo habrá tomado?»
Luego pensé que ambos habíamos sido sorprendidos de igual modo, y quizá deberíamos hablar.
El teléfono de Raúl estaba abandonado sobre la mesa, encendido. Lo tomé y tecleé el PIN. Él no se preocupaba de la seguridad (ni de nada, en realidad) por lo que era tan sencillo como 1234.
Apunté el número de su hermano que encontré en la lista de contactos.
Tras dudarlo, busqué “Alba”. También tenía registrado su teléfono, lo que me suscitó la pregunta ¿habían seguido en contacto aquellos años?
Sintiéndome mal por ello, piqué en el icono de Telegram. Había una breve conversación de aquella noche entre Alba y él. Por las inscripciones horarias, había sido después de la cena. Quizá mientras yo me duchaba:
Alba: Tenemos que hablar.
Raúl: ¿Cuándo?
Alba: Mañana.
Raúl: ¿Nos vemos en el hotel de siempre?
Alba: De acuerdo ¿A las cinco?
Raúl: OK
Aquella noche dormí muy poco. Afortunadamente, la habitación tenía dos camas, por lo que me acosté en la que no ocupaba Raúl.
A la mañana siguiente, después de dudarlo mucho, marqué el número de Marco.
—Diga —respondió con su voz profunda.
—Soy Caty.
—¡Ah! ¡Hola cielo! ¿Pasa algo? Lo digo porque no esperaba tu llamada…
—Tenemos que hablar.
—Supongo que has tenido una conversación con Raúl… —su voz había abandonado el tono desenfadado inicial.
—E imagino que tú también estás al corriente de la relación que hubo entre tu novia y él…
—Cierto. Mira, se trata de un asunto antiguo, agua pasada, y…
—No quiero tratarlo por teléfono. ¿podemos vernos esta tarde? —propuse.
—Bueno sí, pero no sé si…
—¿Dónde y a qué hora? —le corté.
—No podrá ser antes de las seis, tengo una reunión. Y en cuanto al lugar… —hubo unos instantes de silencio— hay un hotel cerca del despacho, y el salón-cafetería es discreto… Podremos hablar con absoluta privacidad. ¿Te parece?
—Me parece bien. Pásame la dirección por Telegram.
—Ahora mismo.
Corté la comunicación.
Estuve toda la mañana arrepintiéndome de mi iniciativa. Aquello solo podía empeorar las cosas, si es que ello era posible. Pero… aunque no quisiera reconocerlo ni a mí misma, deseaba verle de nuevo.
Cuando entré en el salón-cafetería dos minutos después de las seis, él ya estaba esperando. Se puso en pie y me besó en las mejillas. Sentí una especie de conmoción.
«¡Que es el hermano de tu novio!» —me reproché a mí misma.
Me senté a su lado, en el mismo sofá de dos plazas que ocupaba, y me envolvió el aroma de su colonia. Y algo más: su proximidad me enervaba, y sentí que mis pezones crecían.
—¿Qué quieres tomar? —preguntó.
—Un café sólo estará bien.
—Yo te llevo uno de ventaja, por lo que tendrá que ser otra cosa… —hizo una seña al barman, y encargó mi café y una copa de Hennesy para él.
—Me has preocupado esta mañana… —dijo—. ¿Sucede algo que yo no sepa?
—Bueno, dijiste que estás al corriente de la relación entre ellos. Pero no sé si lo sabes todo… Raúl me confesó anoche que Alba y él frecuentaban un chalet en el extrarradio en el que se celebraban fiestas swinger …
—No, no lo sabía —afirmó con un hilo de voz—. Se encogió de hombros—. Eso también es agua pasada, como te decía esta mañana.
—Me pregunto con qué clase de hombre estoy comprometida… Lo que está claro es que creía conocerlo, pero no es así.
—Raúl es un buen chico… —calló porque el barman trajo las bebidas.
—Realmente, cada vez más personas tienen una idea del sexo alejada de los convencionalismos, más pragmática —continuó cuando nos quedamos solos de nuevo—. Leí en alguna parte que los seres humanos no somos monógamos por naturaleza. Realmente, pocas especies lo son. Quizá los agaporni , y no se me ocurre ninguna otra. [“Agaporni”, en griego “pájaro de amor”, es un género de aves nativas de África. Se los conoce vulgarmente como “inseparables”, debido a que las parejas se mantienen unidas hasta que uno de los dos muere. (N. de los A.)]
—Muy civilizado y liberal —dije con ironía— pero te has puesto pálido al oírlo. Hay más: anoche, mientras buscaba tu número en los contactos de Raúl, me venció la tentación, y abrí su Telegram. Alba y Raúl han quedado citados hoy a las cinco en un hotel. “El de siempre”, decía mi novio.
Marco pareció haber recibido un mazazo. En su rostro había un rictus de dolor, que respeté, manteniéndome en silencio hasta que me resultó incómodo.
—¿Has hablado con mi hermano sobre la cita? —preguntó, y había tensión en su voz.
—No pude. Cuando me enteré era muy tarde, y él dormía. He despertado avanzada la mañana, y Raúl ya se había ido. Me dejó una nota diciendo que me organizara, que probablemente pasaría todo el día en la central.
—Me sorprendes, Caty —dijo muy despacio—. Habría esperado una de dos reacciones en ti: ira o llanto.
No hizo más que decirlo, y noté dos lagrimones corriendo por mis mejillas. Él extrajo el pañuelo del bolsillo superior de su americana, y los enjugó delicadamente. Me encorajiné por mi reacción: no soy de las mujeres que lloran ante las adversidades, y me jode mostrar debilidad. Luego le miré y vi en su rostro el reflejo de mis propios sentimientos. Él también sufría.
—La cuestión es qué vas a hacer ahora que lo sabes… —preguntó en voz baja.
—¿Y tú? —le devolví la pregunta.
—Pues aún no lo sé. Ya me resultaba violenta la situación anoche, pensando en que cada vez que viera a mi hermano recordaría que él y Alba habían tenido una relación. Pero ahora… Mira, no soy celoso, pero reconocerás conmigo que esto ya es demasiado.
Meditó unos instantes qué decir a continuación.
—En todo este asunto, tú y yo somos los inocentes. Y si hay que asignar culpabilidades, la de Alba sería la mayor. Porque de los cuatro, solo ella tenía conciencia de que su antiguo y nuevo novios eran hermanos.
—Raúl tuvo que haber dicho algo cuando le comunicaste que salías con Alba, algo cómo “¡qué casualidad! Conocí a una Alba en la universidad”. Y tirando del hilo… —argüí.
—Eso es una suposición.
—Pero muy plausible. La cuestión, Marco, es que tengo la impresión de que nuestras dos relaciones están… ¿cómo diría? Desequilibradas. Cada uno de nosotros está con una persona que tiene una historia anterior con otra de la pareja contraria. No sé…
Se me ocurría un modo de “equilibrarlo”, pero de ningún modo iba yo a proponerle… Porque la verdad es que a estas alturas, por debajo de mi pena y mi rabia, sentía una atracción hacia él como ningún hombre antes me había provocado.
«Deseo, no te engañes» —me dije.
Él había quedado pensativo. Al fin dijo:
—Caty, no quisiera ofenderte, pero se me ocurre un medio… ¿Qué dirías si te propongo que tomemos una habitación en este hotel? Quid pro quo . [La traducción de esta frase latina viene a significar “algo a cambio de algo”. En este contexto, quizá el sentido correcto sería “pagar con la misma moneda” (N. de los A.)]
No sabía qué pensar ni qué decir. Bajé la vista, sentí el rubor en mis mejillas, y me invadió una ola de deseo hacia aquel hombre que había conocido solo el día anterior. Finalmente, me decidí: le miré directamente, y dije con voz no demasiado segura:
—Es lo menos que merecen. —Me puse en pie—. Vamos.
Él no se abalanzó sobre mí cuando nos vimos a solas en la habitación. Su mirada recorría mi cuerpo, pero no experimenté violencia alguna ante su escrutinio. Estaba deseando que me tocara, que me besara…
—Eres una mujer preciosa —dijo, mientras reseguía con su dedo pulgar el contorno de mis labios.
Me miré en sus ojos verdes sin responder.
Muy despacio, tomó mis mejillas entre sus manos, y fue acercando su rostro al mío. No me aparté. De modo que terminó atrapando uno de mis labios entre los suyos. Entreabrí la boca y correspondí al beso, sintiendo un escalofrío que me recorrió entera.
Segundos después nos separamos jadeando. Me miró fijamente, y volvió a besarme, pero esta vez introdujo su lengua en mi boca. Como ida, hice que la mía fuera a su encuentro. Acarició mi espalda sobre la blusa, muy despacio, suavemente. Mis brazos, como desconectados de mi cerebro, rodearon su cuello.
Me atrajo hacia él, y sentí en mis pechos la presión de su torso varonil. Seguí un impulso repentino; mis manos bajaron hasta sus omóplatos, y me apreté contra él. Noté perfectamente la dureza de su erección en mi pubis.
Ahora, cada uno de nosotros comía literalmente la boca del otro, intercambiando besos ansiosos. Y no me importaba lo más mínimo demostrar el deseo que me embargaba.
Sus manos descendieron hasta posarse en mis nalgas, que acarició en círculos. Le imité. Y mientras, continuaba el intercambio de besos cada vez más ansiosos y excitados. Me estaba comportando de manera desvergonzada, pero no me sentía mal por ello.
—Si quieres que pare, no tienes más que decirlo —ofreció en un susurro.
«¿Parar? Nunca había vivido nada como aquello. Jamás me había entregado a un hombre que apenas conocía. Y, por encima de mi afán de venganza —que también sentía— me embargaba un deseo desesperado de él, de sus besos, y…»
—Creo que no te lo pediré —respondí con una semisonrisa avergonzada.
Pensé que debía traslucirse mi deseo en mi rostro ruborizado, y en el temblor de mis manos. Pero no me importó.
Uno a uno, muy despacio, fue desabrochando los botones de mi blusa, hasta que mis senos se ofrecieron a su vista, —yo no utilizo sujetador—. Mis pezones se endurecieron; él debía verlo, pero no sentí ningún pudor.
—Me encantan tus pechos —murmuró, mientras los sopesaba en sus manos, y acariciaba los pezones con los pulgares.
Pasé las manos a su espalda bajo la americana, y le despojé de la prenda, que cayó al suelo cuando él bajó los brazos. Luego desabroché su camisa, y acaricié su pecho casi lampiño, con solo unos mechones de vello en las tetillas.
Se inclinó, y besó mis senos alternativamente. Luego, posó sus labios en mi cuello, y fue descendiendo. Me envaré toda, transida de excitación. Mi blusa debía estorbarle, y me la quitó. Estaba desnuda de cintura arriba, pero no experimentaba vergüenza por ello; antes bien, deseaba mostrarme… que ambos nos mostráramos desnudos ante el otro.
Besó mis hombros, clavícula, esternón, y de vuelta a mis senos. Llegó hasta el estómago, y no pudo bajar más porque la cinturilla de mi falda se lo impedía.
Así que descorrí la cremallera a mi espalda, tiré ligeramente hacia abajo, y la falda resbaló por mis caderas, luego por mis muslos, y quedó arrugada en torno a mis pies. Afortunadamente, había elegido unas bragas negras de encaje, muy sexys.
Se dobló por la cintura, y besó mi ombligo. Eché la cabeza hacia atrás, entregada, notando la humedad entre mis muslos. Luego descendió con sus labios por mi vientre, y la parte del pubis que la prenda no cubría.
Y recordé, como un flashback :
La primera vez que tuve sexo con Raúl, me arrancó la ropa a tirones, magreándome senos y nalgas sin consideración. Y luego me empujó sobre la cama y me penetró de un envión. Hubo coitos mejores después de ese, pero hasta ahora había tratado de olvidar esa “primera vez”, que debería haber sido un bonito recuerdo, pero no lo era.
—Me toca a mí —susurré en su oído.
Deshice el nudo de su corbata. Su camisa aterrizó sobre la americana. Luego, sin detenerme a pensar, porque en otro caso quizá no lo hubiera hecho, destrabé su cinturón, bajé la cremallera, y los pantalones quedaron arrugados en sus tobillos.
Miré el abultamiento de su pene bajo el boxer sin ningún rubor, y no pude evitar hacer un gesto apreciativo. El bulto alargado se extendía casi un palmo de mis manos —calculé—. Estaba deseando contemplarle, pero no me decidí a continuar.
Él sí. Sujetó la cinturilla de mis bragas en ambos lados, y las hizo descender. Lentamente. Quedó mirando fijamente mi monte de Venus, en el que yo sabía se insinuaba el inicio de la abertura entre mis muslos.
Y ahí fue exactamente donde posó los labios. Sentí un subidón, y solo un resto de pudor me impedía pedir lo que mi deseo anhelaba: sentir su boca más abajo, en el calor que notaba en mi entrepierna.
Al fin me decidí, y repetí su acción, despojándole de la única prenda que le quedaba. Su pene brincó, quedando en posición horizontal. Cuando fijé mi vista en él, sin sentirme avergonzada por ello, pude admirar el tronco venoso, más grueso de lo que había pensado, y largo, con el glande oscuro al descubierto. Debí hacer un esfuerzo de voluntad para no tomarle entre mis manos, acariciarle, besar su extremo, incluso alojarle en mi boca…
—En la cama estaremos más cómodos, —musitó en mi oído.
Se desprendió de la ropa arrugada en dos patadas, me abrazó estrechamente, y volvió a besarme, ahora con urgencia. Yo le correspondí. Notaba en mi piel el contacto de la suya, que me llevaba a cotas aún más elevadas de deseo.
Sin dejar de estrecharme entre sus brazos, fue dando pequeños pasos en dirección a la cama, hasta que sentí el borde del colchón en mis pantorrillas. Se apartó un momento para quitarse los calcetines, intervalo que aproveche para retirar colcha y sábana superior, mostrándole mi grupa sin ningún recato.
Ahora me abrazó desde atrás. Su pene se apretó contra mis nalgas, y sentí primero su aliento en mi cuello, y después una sucesión de besos ardientes, que finalizó con un ligero mordisco en el lóbulo de mi oreja, mientras sus manos tomaban mis pechos, cubriéndolos de caricias circulares.
¡Dioses! Aquello estaba fuera de mi experiencia: sentí cerca mi orgasmo, ¡solo con el contacto de sus manos!
Anhelante, me desprendí de sus brazos, y me tendí en la cama. No había espacio para el decoro, ¡apenas podía resistir el deseo de sentirle dentro! Alcé las rodillas y las separé, mostrando sin reservas mi sexo.
Él se arrodilló, y sus ojos brillantes recorrieron mi cuerpo, deteniéndose en mi feminidad. Sus manos se posaron en la cara interior de mis muslos, que acarició suavemente. Sentí que mi pubis se elevaba en su dirección, sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo.
Después deslizó sus manos hasta mis ingles, y sus pulgares acariciaron suavemente los labios mayores. Los separó, y estuvo unos instantes contemplando lo que yo estaba deseando que tomara.
Al fin lo hizo: sus labios se cerraron sobre el clítoris, y lamió con la punta de la lengua la parte más sensible de mi cuerpo.
Experimenté una contracción en el vientre, y de nuevo me arqueé, yendo al encuentro de su boca. Él continuó con sus caricias, y cada una de ellas provocaba en mí un espasmo de placer, cada vez más intenso, cada vez más penetrante…
Decir que me corrí sería una simplificación: perdí por completo el control de mi cuerpo por primera vez en mi vida, y me contorsioné y debatí invadida por el orgasmo más intenso que había experimentado. Nunca antes había sentido algo semejante.
Cuando de nuevo abrí los ojos, Marco, sentado sobre los talones entre mis piernas, me contemplaba con ojos brillantes.
—Eres una mujer increíble —susurró—. Me gusta todo de ti: tu rostro, tus labios y tus ojos, en los que brillan como pequeñas motas doradas. Tu cuello, tus hombros y tus brazos. —Comenzó a reseguir con un dedo la cara interior de mis muslos, y me envaré de placer—. ¡Qué hermosa eres, amada mía! ¡Qué hermosa!Tus labios son como un hilo rojo escarlata, y encantadoras son tus palabras. Como las dos mitades de una granada son tus mejillas. Tus dos pechos, son como dos crías mellizas de gacela, que pacen entre lirios.Mi amor es como un jardín cerrado, un manantial sellado.
«¡Oh, Dios! Estaba acariciando mis ingles con los dos pulgares. ¿Quién es este hombre que recita el Cantar de los Cantares como requiebro mientras hace el amor?» —me pregunté.
Yo también recordaba algunos versos:
— ¡Qué apuesto eres, amado mío! Mi amado es deslumbrante y sonrosado, sobresale entre diez mil. Su cabeza es oro, el oro más fino. Los mechones de su cabello son como hojas de palmera meciéndose, tan negros como el cuervo. Yo soy de mi amado, y él me desea a mí. Ven, oh, amado mío. Que mi amado entre en su jardín y coma sus frutos más selectos.— recité, invadida por mil sensaciones que no podía explicar.
Cambió de postura, sentándose con las piernas estiradas. Me tomó por las corvas, tirando de mí en su dirección. Me incorporé, sin saber muy bien qué quería hacer. Y lo que hizo fue tomarme por la cintura y sentarme sobre sus muslos.
Su pene enhiesto quedó apoyado en mi pubis y vientre. No pude (ni quise) resistir la tentación, y lo tomé con una mano, acariciándolo en toda su extensión, al mismo tiempo que mi otra mano se posó bajo la dureza de sus testículos.
Me abrazó estrechamente, y reinició sus besos en mi barbilla, cuello, hombros y senos… para después asaltar dulcemente mi boca.
Me sentía como sobre una nube, en la que solo estábamos los dos. Todo el dolor y la rabia habían desaparecido, y solo había espacio para admirar a aquel hombre que había despertado en mí sensaciones desconocidas.
Mi cuerpo estaba reaccionando a su contacto y sus besos. Pequeñas oleadas de placer se formaban en mi vientre, y se difundían por todo mi cuerpo.
He pensado muchas veces en aquel momento, sin poder determinar si fue él quien maniobró para penetrarme, o yo quien tomó su erección y la introdujo dentro de mí. No lo sé, y tampoco importa. Lo cierto es que me encontré llena por su masculinidad, que dilataba mi vagina, y la sensación fue de plenitud, de un gozo que iba más allá de cualquier otra experiencia que hubiera conocido antes.
Las oleadas de placer se convirtieron en una auténtica explosión deliciosa, en un orgasmo cuya intensidad estaba también por encima de mis recuerdos de otros clímax.
Sentí que mi cuerpo levitaba. No era así, por supuesto, pero perdí conciencia de todo lo que no fueran las increíbles sensaciones que estaba percibiendo. Apreté contra mí el cuerpo masculino que me estaba proporcionando tanto placer, y engarfié mis dedos en sus omóplatos, le mordí un hombro, y susurré después en su oído —sorprendiéndome a mí misma— que ese instante era lo mejor que había vivido nunca, y que deseaba que ese momento durara toda una eternidad.
Pero un orgasmo tiene una duración finita, y terminó. Y con su final, tomé de nuevo conciencia de nuestros cuerpos en contacto, vi de nuevo sus ojos verdes humedecidos fijos en los míos y, ¡oh Dios! su expresión, que indicaba a mi pasión que él compartía mis sentimientos, que aquel acto de amor no era para él uno más… O eso quise creer en aquel instante de exaltación.
— Me has robado el corazón, hermana mía, novia mía, con tan solo una mirada de esos ojos tuyos; me has robado el corazón, con tan solo un colgante de tu collar. ¡Qué hermosas son tus expresiones de cariño, hermana mía, novia mía! ¡Mucho mejores que el vino son tus expresiones de cariño! ¡Mejor que cualquier especia es la fragancia de tu perfume! Tus labios, novia mía, destilan miel del panal. Hay leche y miel debajo de tu lengua, y la fragancia de tus vestidos es como la fragancia del Líbano —musitó en mi oído .
—¡El sonido de mi amado! ¡Miren! Ahí viene, escalando las montañas, saltando por las colinas. Mi amado es como una gacela, como un ciervo joven. Allí está, de pie detrás de nuestro muro, observando por las ventanas, mirando a través de las celosías. Mi amado habla y me dice: Levántate, amada mía, hermosa mía, ven conmigo. ¡Mira! El invierno ya pasó. Las lluvias ya cesaron, se fueron. — recité a mi vez, con voz transida de emoción.
Inconscientemente, comencé a deslizar mis caderas adelante y atrás, haciendo que su erección retrocediera unos centímetros, para en el siguiente movimiento volver a penetrar profundamente en mi interior.
Me sentía exaltada. Observaba su rictus de goce, y deseaba con todas mis fuerzas darle a él aunque solo fuera una pequeña parte de la dicha que me había proporcionado.
Unió su boca a la mía. Correspondí al beso, mientras notaba que un nuevo tsunami de placer se estaba gestando en la profundidad de mi vientre.
—¡Oh, Dios! —exclamó Marco entre jadeos—. Nunca he sentido nada parecido. ¿Dónde has estado hasta ahora?
—No importa dónde —respondí—. Pero ahora estamos juntos, y estoy disfrutando de este momento con todo mi ser.
Sentí su miembro pulsar en lo más profundo de mi vagina. El tsunami alzó su ola hasta las estrellas, y yo la cabalgué, sintiéndome elevada con ella. Jadeé en busca del aire que me faltaba, y mis ojos se llenaron de lágrimas. Pero no eran de dolor, sino de una sensación de exaltación como nunca antes había experimentado.
Caty y Marco
Marco estaba tendido boca arriba. Caty, de costado y pegada al cuerpo de él, tenía la cabeza apoyada en el hueco de su hombro. Marco, con los dedos enredados en el pelo de la mujer, acariciaba suavemente su cuero cabelludo. Ella, con una sonrisa, pensó que ahora ya sabía que sentía Bella , la gata de sus padres, cuando un humano le rascaba detrás de las orejas.
Marco se incorporó ligeramente, y miró a Caty con un sentimiento que no podía comprender. Cuando ella abrió los ojos y advirtió su escrutinio, le dedicó una sonrisa triste.
—¿Qué miras? —preguntó.
—Más que mirar, admiro tu cuerpo desnudo. ¿Te he dicho que me gustas… mucho? —dijo él.
—Tú también me gustas… y eso es parte del problema.
Él se sentó sobre los talones en la cama, y posó una mano sobre uno de los muslos de Caty.
—Tienes razón: nos hemos citado para hablar, pero no hemos hablado demasiado. Y si antes de… subir a la habitación teníamos un conflicto, ahora se ha hecho más grande. ¿Qué piensas?
—De los cuatro, soy la que ha quedado en peor situación: al venir a Madrid con tu hermano he quemado mis naves. En Barcelona ya no tengo empleo ni casa, y en Madrid tengo trabajo, pero no dónde vivir, y no conozco a nadie más que a ti. Una cosa es segura: voy a cortar con Raúl. No tengo ninguna seguridad de que no se cite de nuevo con Alba “en el hotel de siempre”, o incluso que retomen sus visitas a ese chalet del extrarradio a nuestras espaldas… ¿Qué relación sería esa? Y además, —añadió renuentemente— estás tú.
—Coincidimos —respondió él—. No puedo continuar mi noviazgo con Alba, por los mismos motivos que tú con Raúl. Y no quiero ni puedo dejar de verte, de manera que… —se detuvo a pensar cómo seguir—. La casa es de mi propiedad, y tiene tres dormitorios. Te ofrezco uno hasta que te organices aquí, o hasta que tú quieras —puso un dedo sobre los labios de ella para atajar sus previsibles objeciones—. Seremos simplemente compañeros de piso, sin más obligaciones, y no voy a pedirte contraprestación alguna, ya me entiendes. Cuando estés hasta las narices de mí, simplemente pliegas, como creo que decís en Cataluña, y te vas.
—No sé por qué, me da que tardaré mucho en plegar… o no lo haré nunca, porque me parece muy difícil hartarme de ti —dijo ella con voz temblorosa.
Marco se inclinó, y depositó un ligero beso en sus labios. Ella se incorporó, y se abrazó a su cintura.
—¿Qué hora es? —preguntó Caty.
—Mmmm —Marco tomó su reloj de pulsera de la mesilla de noche—. Las ocho. ¿Es tarde?
—Ya sé que has dicho que no pedirás contraprestaciones, pero… es que me apetece darte una a cuenta… —susurró Caty, con una sonrisa avergonzada.
Él la empujó suavemente hasta dejarla tendida boca arriba, y se arrodilló con una pierna a cada lado de sus caderas. Se inclinó y la besó.
«Luego llamaremos a Alba y a mi hermano, y quedaremos los cuatro para tener una desagradable conversación —pensó Marco—. Pero eso será más tarde. Ahora…»
«Después deberemos tener una violenta charla con Raúl y Alba —pensó Caty—. Pero antes…»
Se incorporó, pasó los brazos en torno al cuello de Marco, y correspondió a sus besos.