Queriendo a Elsa
Cosas que pasan para.
Eran las seis de la mañana cuando nos metimos en la cama. Llevábamos las dos unas cuantas copas de más y todavía nos duraba el entusiasmo que deja una buena noche de juerga.
Elisa había celebrado su despedida de soltera y a pesar de que yo había empezado la noche medio enfurruñada, debía reconocer que lo habíamos pasado tremendamente bien.
Como siempre que salíamos hasta tarde, ella se quedó a dormir conmigo. En aquellas ocasiones teníamos costumbre de meternos las dos en bragas en mi cama y dormirnos abrazadas.
No quería estropear aquella noche tan fantástica con una discusión, pero no pude evitar volver a sacarle el tema:
- ¿Estás segura de lo que vas a hacer? - le pregunté por enésima vez
Ella, a modo de respuesta, posó su nariz contra la mía y empezó a darme leves besos en los labios mientras pasaba sus dedos por mi pelo.
- No tienes por qué casarte Elisa, vete a vivir con él un tiempo primero - insistí yo.
- No sé por qué te cae tan mal, Roció. Si es un tío genial.
- Todo lo genial que tú quieras, pero no te llega a la suela de los zapatos.
- ¡Eres peor que mi madre! - me dijo partiéndose de risa.
- Me vas a acabar odiando Elisa, pero tengo que contarte una cosa.
- Es imposible que te odie -dijo ella, sin mostrar mucha intriga por lo que tuviese que decirle.
- Pues tienes que saber que tu maravilloso Emilio me ha propuesto que me acueste con él - le solté, conteniendo la respiración mientras esperaba su reacción.
- Ya lo sé - dijo como si nada - y sé que no le hablas desde entonces y que has estado disimulando para que no me sienta mal; aunque no dejes de darme el tostón para que no me case.
- ¿Lo sabes? ¿Y desde cuando lo sabes? - estaba alucinando.
- A Emilio siempre le has gustado, pero desde que le conté lo nuestro le causas tanto morbo que desespera por follar contigo.
- ¡Elisa, tú estás pedo! - exclamé escandalizada buscando una explicación para su actitud.
- Sí - me dio la razón mientras le daba la risa otra vez - sí que lo estoy, pero eso no tiene nada que ver.
- En serio, ¿se lo has contado? - no me lo podía creer.
Elisa deslizó la mano que tenía en mi cintura hasta uno de mis pechos y empezó a acariciarlo con toda la intención del mundo. Me volvía loca que me hiciese eso, pero en ese momento nuestra conversación me parecía más trascendente.
- No pasa nada, Roció. A él no le importa. Ya le he dicho que no va a cambiar nada entre nosotras y le parece bien - y mientras, su mano seguía insistente, buscando arrancarme un suspiro, un quejido o un beso.
- Elisa, Elisa, ¡Para, por dios ! Que quiero que hablemos de esto, y sabes que así me matas - estaba a punto de perder el interés por todo lo que no fuese enredarme en su cuerpo.
Dejó de meterme mano y se abrazó a mí, apoyando su preciosa cara en mi pecho.
- Que conozca y acepte nuestra relación no cambia mi opinión, niña. No creo que él pueda hacerte feliz. Además, tú siempre has dicho que no te casarías ¿Es que vas a hacer todo lo que él quiera?
- Sí - me pareció oír que decía, aunque no estaba segura de si había sido un suspiro.
No le veía la cara, pero la conocía lo suficiente como para notar su tono serio y vacilante cuando empezó a hablarme.
- ¿Te acuerdas de los sofás que encargamos para el piso nuevo? - me preguntó.
- ¿Los que tardaban tanto en traeros? - no tenía ni idea de a qué venía aquello ahora, pero ella lo preguntaba como si fuese importante.
- Sí. No acababan de llegar y por más que llamábamos a la tienda no nos daban más que largas y excusas, así que un día fuimos hasta allí para pedirles explicaciones. No había dónde aparcar y estaba lloviendo. Me bajé en la misma puerta de la tienda y Emilio fue a ver dónde dejaba el coche. Decidí entrar y esperarle allí. Enseguida vino un tipo ofreciéndose a ayudarme, pregunté por el encargado y me dijo que era él. Me cayó fatal; se me comía con los ojos y encima hacía gala de una actitud arrogante y prepotente que ni siquiera desapareció cuando le expliqué, un poco secamente, que teníamos encargados unos sofás hacía meses y que estábamos empezando a estar hartos de esperarlos.
En vez de intentar apaciguarme se puso más chulito; aquel tipejo me estaba poniendo de los nervios. Rápidamente la conversación se convirtió en discusión y cuando llegó Emilio, yo estaba ya totalmente lanzada poniendo al individuo aquel de inútil para arriba, clamando por mis derechos y amenazando con denunciarle. Él me tranquilizó; me cogió la de la mano y me pidió que le dejase hablar con el de la tienda.
Le volvió a explicar, en tono conciliador y amable, el motivo de que hubiésemos ido hasta allí, mientras el vendedor le escuchaba con cara de pocos amigos y me echaba miraditas descaradas a las tetas de vez en cuando. Yo le hubiese tirado de los pelos, pero Emilio parecía hasta divertido. Noté que me apretaba la mano y entonces, sin venir a cuento, le oí decir veníamos a informarnos de si ha habido algún problema con nuestros sofás, pero por lo visto, la torpe de mi putita no ha sabido expresarse bien y te ha hecho encabronar . Los dos le miramos con cara de sorpresa. Creo que se me notó la ira en la cara porque, sin más, él me sujetó de los brazos y me besó apasionadamente ante el alucine del de la tienda y el mío propio. Cuando el beso acabó, me dedicó una mirada llena de amor y continuó hablando con aquel hombre.
Tiene muy mal genio, pero ¿a que está buena? y se puso a sobarme las tetas delante de él metiendo la mano por mi escote. Yo intenté separarme pero él me rodeaba con un brazo impidiéndomelo.
¿Qué haces? atiné a preguntarle. Deja que yo te cuide zorrita mía me dijo con dulzura, justo en el tono de voz que usa cuando hacemos el amor. Y yo me dejé y no sólo eso, además noté como me excitaba al oír esa frase.
El encargado no podía quitarnos los ojos de encima y disimuladamente intentó acomodarse el paquete que debía estar incomodándole. Emilio le preguntó si podíamos discutir aquello en algún lugar más discreto y el tipejo, tras dudarlo unos segundos nos hizo un gesto para que le siguiésemos; mientras lo hacíamos, yo repetí la pregunta en un susurro apremiante ¿Qué estás haciendo?. Él se paro y mirándome muy serio me dijo: Jugar. Quiero ver hasta dónde llegas.
Atravesamos un pasillo y cruzamos una puerta que nos llevó a una especie de almacén. Mis pensamientos iban a mil por hora, la expectación mantenía en tensión mis sentidos. Cierra la puerta me dijo Emilio, yo lo hice y cuando me volví les vi a los dos mirándome fijamente. Quítate la camiseta, Elisa le escuché ordenarme y me sonrojé hasta la raíz del cabello, pero me la quité. Ahora baja los tirantes del sujetador, despacio, sí, así, perfecto y a pesar de la rabia yo obedecía. Quiero que me des tus bragas. Dudé. No hace falta que te quites la falda, sólo quiero las bragas. Al bajármelas noté que estaban pegadas a mi coño por la humedad que inexplicablemente estaba produciendo mi cuerpo en contra de mi razón. Se las ofrecí y él tras olerlas se las dio al encargado.
Se puso detrás de mí para no estorbar la visión de aquél hombre y pasando suavemente sus dedos por mis pechos, fue bajando el encaje del sujetador hasta que mis pezones quedaron al descubierto. Entonces me besó el cuello hincando levemente los dientes. Mis pezones no se resistieron a eso y se pusieron duros al instante haciendo que me recorriese un escalofrío. Emilio empezó a subirme la falda; yo no quería pero sí quería. Cuando mi coño quedó al descubierto metió una pierna entre las mías para que las abriese y cogiéndome por la cintura le dijo al asqueroso aquél ¿Quieres notar lo mojada que está?. Al ver cómo se me acercaba con cara de deseo tensé mi cuerpo contra el de Emilio y noté su erección, cerré los ojos y dejé que los dedos del tipejo se recreasen empapándose entre mis piernas, el hombre resoplaba sin saber qué decir mientras mi chico me pellizcaba los pezones. Debieron ser unos segundos nada más, pero perdí la noción de tiempo. De repente me encontré de cara a una pared escuchando a Emilio decirme al oído con voz dulce y susurrante: Esto te pasa por andar jodiendo a la gente sin mi permiso; acaban jodiéndote a ti, zorra. Y lo peor de todo es que te gusta. Y cambiando de tono le soltó al encargado Toma, ponte el condón y fóllatela, que voy a sentarme ahí para miraros.
Noté de nuevo unos dedos extraños meterse en mi interior como para preparar un terreno que estaba más que preparado ya; el lumbreras debió darse cuenta y enseguida los sustituyo por la punta de su polla, que me metía y sacaba como sin decidirse a hincármela entera. Debía ser una polla bien gruesa, porque sentía como mi vagina la apretaba cada vez que él empujaba.
Me avergüenza confesarlo pero llegó un momento en el que estaba deseando sentirle profundo; creo que hasta llegué a hacer algún movimiento involuntario para animarle a clavármela más. Y cuando por fin lo hizo, gemí y volví a gemir con cada embestida, y gemí cada vez más fuerte hasta que sentí que iba a correrme, entonces miré a Emilio y ver la cara de lujuria que tenía fue el detonante para que las convulsiones empezasen a recorrerme en un orgasmo largo e intenso que, aún ahora al recordarlo, hace que me excite de forma inmediata.
Los sofás nos llegaron la semana siguiente y nuestras relaciones sexuales dieron un giro brutal. Ahora tú me preguntas si voy a hacer lo que él quiera, y yo te respondo que sí, sin duda. He descubierto que me produce un placer intenso el someterme a él.
Respiré profundamente para que no notase el llanto contenido que me dominaba y acaricié dulcemente su pelo hasta que se durmió acurrucada contra mí. No pegué ojo, pero la decisión que tome esa noche hizo que me sintiese descansada y tranquila. Los días que quedaban hasta la boda transcurrieron sin más incidentes.
Como la madre de Elisa se ha empeñado en que la novia debe vestirse y salir de casa de sus padres hacia la iglesia, Emilio dormirá sólo esta noche. Y eso es justo lo que yo estaba esperando.
Saco de lo más profundo del armario una pequeña maleta y me preparo para ir a hacerle una visita. Mientras me enfundo en mi traje de vinilo negro y me calzo las vertiginosas botas que tanto tiempo hacía que no usaba, repaso mentalmente el contenido de mi maleta y se me viene a la cabeza el día en el que decidí dejar atrás todo aquello para vivir solamente queriendo a Elisa.
Ahora, para seguir cuidando de ella, Emilio tiene que ser mío. Voy a enseñarle lo que se siente. Voy a enseñarle a caminar sobre la fina línea que separa el sufrimiento del placer. Voy a enseñarle cómo hacer feliz a Elisa.