Querido papá. 2
La atracción por mi padre aumenta por momentos. Yo noto como me observa. Sé que no podrá resistirse a los encantos de su propia hija, lo sé.
- Portaros bien. – mi madre me dio un beso en la mejilla. – en la nevera hay un par de pizzas, hornéalas y dentro de un ratito cenáis, vale?
- Mamá, son las siete… sabes que hasta las diez no voy a preparar nada.
- Bueno, pero tu hermano tiene que cenar, ¿eh?
- Que si. – suspiré. Alcé mí mirada a mi padre, que estaba apoyado en el marco de la puerta. De brazos cruzados. Realmente lo encontraba lo que se dice, un hombre sexy. Le sonreí maliciosamente. Mi madre alzó una ceja extrañada, pero seguidamente hizo caso omiso.
- Debajo del inalámbrico, en el salón, te he dejado algunos teléfonos apuntados. – desvió la vista a Alan, que estaba sentado con los pies en el sofá, mirando algo que daban en la tele. - ¿Me oyes Alan? Cualquier cosa y me llamas. Y quita los pies del sofá, que las fundas están limpias.
- Vaaale. – dijo él torneando los ojos y poniéndolos en blanco por un instante. – Venga mama, adiós, pasarlo bien, besitos.
- Sí, sí, eso, besitos. – dijo ella negando con la cabeza. – Piensa que tu padre y yo cenaremos fuera, y luego iremos al cine. Así que pronto no creo que lleguemos. Hasta luego, cariños – cogió las llaves de su BMW y se colgó del brazo de papá. Así, uno al lado del otro, y mi madre llevando tacones, mi padre aún le sacaba una cabeza. – Y portaros bien.
Asentí. A veces era realmente pesada. Cerré la puerta y me fui a sentar junto con mi hermano. Aun que muy pendiente de la tele no es que estuviera. ¿Cómo podría concentrarme en nada si tan solo un par de horas antes mi padre me había pillado con ‘las manos en la masa’?. Y más que eso… él se había puesto caliente mirándome.
Me crucé de piernas y empecé a morderme una uña nerviosa, apoyando mi codo en el respaldo del sofá. Apreté los muslos. ¿Cómo podía estar de nuevo cachonda si apenas acababa de tener una de las mejores corridas de mi vida?
Sentí el estridente ruido de una moto aparcar frente a mi casa. Me levanté tan rápido que casi me tropiezo con las piernas de mi hermano y caigo de culo al parquet.
- ¿Quieres no poner las piernas encima de la mesita?
- Joder, te pareces a mamá ya, siempre protestando.
Me convencí mentalmente de no seguir discutiendo con el estúpido de mi hermano. Como supuse, el timbre de la puerta sonó. La abrí.
Rubén me saltó encima con un apasionado beso. Entreabrí la boca para dejar paso a su lengua, y sentí como su peculiar sabor a mentol me embriagaba. Los sentidos se me dispararon, los pezones se me pusieron en guardia. La piel de gallina. Después de todo, era mi padre al que no podía sacar de la cabeza.
- Rubén. – me separé despacio, vi como sus labios ya estaban rojos y húmedos.
- Mmhh… - dijo intentando besarme de nuevo.
- Espera, espera. La puerta está abierta. – reí y la cerré. Lo cogí de la mano. - ¿Vamos arriba? – me incliné para morderle suavemente el lóbulo de la oreja. El se estremeció. – estoy muy caliente, llevo pensando en ti todo el día. – mentí. - ¿Por qué no me haces tu niña feliz y me llevas a la habitación?
- Hum, esa idea me gusta. – me dijo sonriendo grácilmente.
- Alan. – espeté, girándome dirección a mi hermano. – Rubén y yo vamos arriba un ratito, a las nueve y media o así bajamos y cenamos juntos, ¿vale?
- Venga, si. – me dijo sin apartar la vista del televisor. – vete a chupársela un rato.
- ¿Cómo dijiste?
- Nada, que os lo paséis bien.
Lo dejé de lado, ya que Rubén me cogió de la mano y me obligó a seguirle escaleras arriba. Tiró de mi brazo y me cogió, cargándome en su hombro. Yo pataleé, siguiéndole la broma.
- Oye, ¡suéltame! – reí. – ¡ei!
- Nada de eso, hoy me encargo yo de ti.
- Mmh, eso me gusta. – Sentía como me cogía del culo. Sentí más de un apretón y decidí devolverle el juego. Le di una palmadita en el suyo.
- Vas a pagar eso, chica mala. – sonrió con muy malas intenciones, y pasó mi cuarto de largo.
- ¿Dónde me llevas?
- A la cama de tus padres.
Ahora mi cuerpo sí que se me encendió de mala manera. Follar donde mi padre había follado. Quizás ayer. Quizás esa misma noche, o esa misma mañana. Me mordí el labio aguantando la tensión que crecía más y más entre mis piernas. Sentí como me dejaba encima de la cama y se quitaba el jersey. Pude detenerme observándolo pausadamente, sus abdominales, sus brazos más fornidos, su paquete. Me detuve ahí. Rubén estaba cachondo también. Pero nada comparado conmigo.
Me senté en el pie de cama y le acaricié el bulto con la mano. Me incliné para rozarle con mi nariz. Aquello crecía por momentos. Paseé mi lengua por el pantalón, justo donde se escondía mi delicia de premio. Sin dejar de mirarlo, desabroché el cinturón, el pantalón y los bajé de golpe. El bóxer a penas servía, su polla se escapaba de la sencilla prenda. Succioné justo donde tenía el glande, dejando una marca de un azul más oscuro donde el bóxer, junto con un fino rastro de mi saliva. Paseé mi mano, me hice esperar.
Quería que explotara, que agonizara pidiéndome que se la mamara ya. Sonreí y cogí cuidadosamente esos bóxers con los dientes. Los arrastré hasta media rodilla. Me puse de cuatro patas en la cama, sacando culo. Sabía que verme así lo ponía más aún. Me relamí el labio superior y con la punta de la lengua empecé a repasar una de las venas que se le marcaban por el hinchado tronco. Rubén suspiró. Echó la cabeza hacia atrás y me cogió del pelo. No aguantaba que jugara con él. Pero me limité a seguir haciéndolo ir a mi antojo. Lo rocé un poco con los dientes. Alcé de nuevo los ojos y me crucé con la mirada gris de mi chico. Sumándole lujuria y deseo. Me dispuse a succionar bien el glande.
Eso parecía una mora jugosa, de lo hinchado y rojo que estaba. Y me encantaba. Dios, me encantaba comer una buena ración de tranca.
Rubén me cogió más fuerte del pelo y empujó, embistiendo mi boca. Sentí como me rozaba la garganta. Iba a atragantarme. Pero me daba igual.
La imagen de mi padre en el baño volvió a mi mente. Como me gustaría chupársela, madre mía.
Deslicé mis manos, de los huevos de mi chico, que ya casi estaba medio olvidado, hacia las nalgas. Clavé las uñas y ahora fui yo la que lo apretó. Si, quería ahogarme. Estaba tan cachonda por culpa de mi jodido padre que en lo único que pensaba ahora mismo es en que necesitaba algo duro por cualquiera de los agujeros de mi cuerpo. Sentía como de nuevo estaba empapada. Sentía como mis flujos mojaban completamente mi rajita.
Metí mi mano entre mis muslos, saciando un poco mis necesidades carnales, cuando Rubén me aparto la cara.
- Nena, como engulles. – me dijo con una fina capa de sudor en su torso y en su cara.– nunca me la habías chupado con tanta hambre.
- Es que me tienes a mil, cariño. – dije haciendo puchero como una niña pequeña. – necesito que me la metas ya. ¡Ya!
Rubén me sonrío y me tumbó en la cama. Me quitó los shorts y los dejó a un lado, junto con su ropa y el resto que quedaba de la mía. Cogió un preservativo de su cartera. Y mientras succionaba uno de mis doloridos pezones, me enfundó su pollón de golpe. Gimoteé de alivio. Tenía demasiada tensión sexual, y el simple hecho de pensar que todo eso era a causa de mi propio familiar, me excitaba aún más.
Y ahí estaba yo, dejándome follar de una manera salvaje y primitiva, por mi novio. Mientras pensaba que era mi… querido papá el que me daba a base de bien.
*
Después de darme una buena ducha junto con Rubén, bajé al piso de abajo de nuevo. Olía ya a pizza. Miré el gran reloj de la entrada. Las diez y media. Me había alargado más de lo previsto.
- ¿Alan?
- Aquí. – dijo mi hermano, alzando un brazo, escondido en el sofá. Bueno, escondido no. Pero ya volvía a estar en una de sus posturas. – Papá metió las pizzas a hacerse.
- ¿Papá? – dije alucinando un poco.
- Si. Mamá se había dejado no se qué y mientras ella esperaba en el coche papá entró en casa y me preguntó si ya habíamos cenado. – dijo bostezando.
- ¿Y?
- Le dije pues que no, que estabas arriba dándole que te pego con tu novio y que cenaríamos cuando terminaras.
- ¿Qué? ¿Por qué le dijiste eso, mocoso?
- Bueno, ¿Por qué es la verdad? Y si más no, se te escuchaba des de aquí, hermanita.
- Madre mía… - una sonrisa tremulosa se me dibujó en la cara, me retiré el pelo hacia atrás. - ¿Ya se ha ido, no?
- Hace un rato.
Suspiré. Aun que una última duda se me pasó por la cabeza.
- ¿Subió al piso de arriba?
- Creo que sí.
- ¿Crees?
- Te he dicho que tenía que irle a buscar una cosa a mamá.
La piel se me puso de gallina. Apostaba lo que fuera a que estuvo viendo todo lo sucia que había sido su dulce niña en su propia cama.
*
Tenía los ojos como dos naranjas. Y eso que eran las doce y pasadas de la noche. Escuchaba un brusco chirrido que salía del fondo del pasillo. La habitación de mis padres. Seguro que se lo estaban pasando en grande. Resople. No quería volver a ponerme caliente. Ya había suficiente por hoy.
Así que decidí ponerme una bata y bajar a prepararme un vaso de leche. O algo que me hiciera conciliar el sueño.
Intenté no hacer ruido al bajar las escaleras. Entré a la cocina y abrí la nevera, para sacar la botella de Puleva. Vertí el líquido en un vaso y lo metí en el microondas durante un minuto.
Fui a sentarme al sofá, de mientras, cuando casi me da algo.
- ¡Ostia puta! – dije poniendo mi mano entre medio de los pechos. Se me habían disparado las pulsaciones. – me has dado un susto de muerte. ¿Qué haces aquí?
- Vine por una cerveza. – dijo él. - ¿Qué pasa?
- Nada, nada…
Se metió en la cocina. Mi padre iba sin camisa y con unos pantalones de pijama. Y por la forma en la que se bamboleaba su pene, juraría que no llevaba ropa interior. Hum…
Oí el ruido de la lata al abrirse. Seguido, un ‘pi, pi, pi’ del microondas. Giré sobre mis talones y fui a buscar el vaso de leche. Vertí un poco de mi delicioso cola-cao y lo removí con la cucharilla.
- Al menos hiciste mi cama de nuevo. – dijo dándole énfasis a el pronombre posesivo.
Yo casi me atraganto. Tosí un poco y dejé el vaso encima de la mesita de la cocina.
- ¿Qué? – miré a mi padre. Pero ya no de la misma forma como tiempo atrás. Ni él a mi tampoco. Sus ojos atravesaron más allá de mi camisón. Y no me sentí su niña. Me sentí una mujer deseada. Por mi padre. Dio un largo trago a su bebida. ¿Quería jugar? Pues en eso no me ganaba nadie. – Sienta bien ¿eh? Una cerveza bien fría para después de un buen polvo.
Mi padre se aclaró la garganta. Dejó su cerveza al lado de mi vaso y sonrió. Alzó sus ojos de nuevo hacia a mí. Creí morir. Ansiaba que me mirara así… pero con su cara entre mis piernas.
- Mi cielo, mi tesoro. – dijo pasando la yema de uno de sus dedos por mi mejilla. –– eres una niña. O al menos, lo eras hasta hace poco. Y últimamente me fijo en que vas vestida para seducir hasta a tu propio padre, ¿Qué es lo que se te pasa por esa mente tuya? ¿Qué fue lo de esta tarde? -– bajó la mano. Ahora en más de pasear esos dichosos dedos por mi cara, rozó descaradamente uno de mis pezones. Yo di un respingo. – estás echa una mujer, y yo soy un hombre. Un hombre que a veces pierde la cabeza. Así que no te metas en algo de lo que podrías arrepentirte luego.
- Me vuelves loca. – atendí a decir. – estoy enferma, papá, me enciendes. Quiero probarte. – lo necesitaba. Necesitaba decírselo.
- No digas eso. – suspiró. – espero que el buen polvo que te ha dado tu novio haya servido para relajar esas hormonas alborotadas tuyas. Si es normal, a esta edad, estáis alocadas.
- Papá, joder. – suspiré. – mi novio me estaba follando ¡mientras yo pensaba en ti! – pero, ¿y esta confianza? Me pregunté a mi misma. Siempre había tenido plena comunicación con mi padre. Pero esto era el colmo. Realmente si, estaba enferma.
- Nuria, por dios. – ahora cogió una expresión seria. – no puedes estar hablando en serio.
- ¿Te crees que no veo como me miras? ¿te crees que no te vi mirarme cuando yo me estaba masturbando? Te puso a mil. – me acerqué a él. Me alcé y me puse casi de puntillas para llegarle al menos al hombro. Iba descalza. – Nadie tiene por que saberlo. Y yo se que tú tienes tantas ganas como yo de que me folles.
- Cállate. – dijo él, apretando los dientes.
- No. – protesté. Nunca lo había contestado así. – Hazlo, ahora. Te lo pido por favor. Túmbame en la mesa y dame duro, papá. – sin saber cómo, vi que mis manos frotaban su torso desnudo, encontrando la desesperación en mi. Me estaba volviendo loca.
Sentí un duro golpe. Mi padre me había dado una bofetada. Agaché la mirada. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Por un instante me sentí humillada. Me froté la mejilla. Pero al ver la carpa que se había formado en el pantalón de pijama de mi padre… alcé de nuevo la vista. Le miré. Y le sonreí, tan diabólicamente como pude.
- ¿Te ha gustado? – le espeté. - ¿Esto es lo que querías de verdad? ¿Pegarme? Tu mente puede decirte que me hagas callar, pero tu cuerpo te pide otra cosa. A gritos.
Me puse de puntillas para darle un beso en la mejilla. Pero le di uno suave en la boca.
- Buenas noches papi. Que descanses.
Lo esquivé y subí las escaleras de nuevo, aún con una mano en la mejilla. ¡El muy cabrón me había pegado! Pero eso solo hacía que aún tuviera más ganas de él. Hum. Mis párpados parecían estar más cansados. Aun que la leche siguiera ahí, en la dichosa mesa de cocina, estaba más relajada. Me metí en la cama, pensando que mañana sería un nuevo día. Y yo iba a sacarle el mejor provecho a ese domingo.