Querido papá. 1

Ahora que mi progenitor me ha picado tanto la curiosidad... no pienso quedarme en la duda del qué se sentirá al ser follada por mi papi.

-          Mierda. – mascullé al sentir como la pintura rojiza se escurría por el dedo gordo de mi pie, en más de por la forma de la uña.– ¡Alaaaan!

-          ¿Quééé? – sentí que protestaba mi hermano pequeño des de su habitación.

-          Vete al baño de abajo y tráeme algodón del botiquín.

-          Ve tú.

-          Oye niño, pocos favores te pido, así que tráemelo, que no me puedo mover.

Des de el baño de arriba sentí como Alan soltaba un sonoro bufido. Dos minutos y el ‘pum, pum’ de sus pies descalzos subiendo por las escaleras de madera me hicieron saber que traía lo dicho.

-          Toma. – dijo acercándose. – pesada.

-          Cállate coñón. – al final sonreí. – gracias.

Supongo que me quería a mi hermano. Bueno, es lo que suele pasar. Típicos piques que no suelen cesar entre un mocoso de diez años y su hermana mayor de diecisiete. Alan siempre ha sido el favorito de mamá.

Su pequeño, vamos. Con esa cara angelical, morenito, el pelo como el azabache y unos ojos preciosos de un verde mezclado con marrón clarito… sé que mi hermano… dentro de unos cinco años estará hecho un pivoncio. Buenísimo en los estudios… -bien, y quién no? Si en primaria, lo único que hacen son sumas y multiplicaciones- y un cielito en casa. Nunca ha roto un plato. O eso es lo que quiere hacer ver. Pero yo sé que está echo una buena pieza.

-          Bueno, esto ya está. – me miré las uñas de los pies recién pintadas y me senté encima de la tapa del váter. Mientras ojeaba un poco la Cuore del sábado por la mañana, esperaba a que se me secara la pintura.

En un momento dado alcé la vista. Mi reflejo en el espejo me hizo entrar aún más ganas para meterme ya en la ducha. Unas pintas completamente horribles.

Me levanté y me quité el jersey ancho con el que había dormido. Normalmente se los cogía a mi padre. En este, un estampado desgastado de los Rolling Stones donde detrás había el nombre del famoso grupo y delante el logo de la lengua. Me llegaba casi por la rodilla.

Mi padre siempre había sido corpulento. Formados músculos, ya que des de hace un par de años se aficionó al gimnasio… todo y ser policía local y tener que haber pasado pruebas físicas en su momento. Vale – reí para mí misma. – no tiene tableta, los hombres casados acostumbran a echar barriga, pero tampoco es que esté nada mal. Dicen que me parezco más a él que a mi madre. Por algo será que nos llevamos mejor… y que soy la niña de sus ojos. Aun que físicamente, no creo que eso sea cierto.

Él tiene unas facciones de hombre al cien por cien. Una mandíbula cuadrada, fuerte, una nariz recta, unos ojos marrones pequeños, aun que de mirada penetrante. Y cuando se enfada conmigo, una de esas miradas es suficiente para que me calle. Tiene el pelo corto, moreno, como mi hermano. Y bueno, de cuerpo, lo dicho. Por sus cuarenta y dos años está bastante bien.

Mi madre sí que es de lo que cualquiera podría decir: DESPAMPANANTE. Un pelo rizado de un tono castaño claro – de ella saqué mi bonita melena – unos ojos marrón claro grandes, los cuales nunca se maquilla. Algún punto más que sumar… mi madre no suele usar pote ni similares. Belleza natural, siempre. Una bonita nariz respingona, y los dientes perfectos de una sonrisa deslumbrante. Aun que le sobran unos cuantos kilitos, a sus cuarenta años se conserva de lo mejor. Y ella… es profesora. Creo que ese es el único defecto.

Giro sobre mis talones, ya sin jersey. Mi cabello llega hasta media cintura, sin flequillo. Unas ondulaciones largas, aun que ahora mismo, despeinadas. ¡A penas son las nueve de la mañana! Los ojos… bueno, no hace falta describirlos, son exactamente como los de mi madre, también. La nariz pequeña, un poco más chata. Una cara ovalada.

Dicen que estoy demasiado delgada, pero mi cuerpo no me desagrada. No soy como tantas otras que se encuentran mil y un defectos. Vale, no soy perfecta, nadie lo es. Pero tengo diecisiete años, mi cuerpo es joven y bonito. Tengo poco pecho, eso sí. Un culo de lo que se dice ‘lindo’, lo suficiente pomposo como para que los pantalones apretados me queden estupendos. Unas caderas poco anchas, pero que dan paso a unos muslos firmes.

Bajo mis… como lo dice mamá ‘extra pequeñas braguitas’, ya que pasados cinco minutos el pintauñas ya debe estar seco. Me dispongo a llenar la bañera cuando mi móvil suena.  ‘Nena, nos vemos esta noche? Tengo ganas de estar contigo.’ Respondo rápidamente a mi chico. ‘Como quieras, vente a mi casa, a partir de las siete no hay nadie, mis padres se piran al cine.’

Meto una pierna con precaución dentro de la bañera y luego otra. Mis pezones se ponen de punta al sentir el agua, como empieza a mojar mi cuerpo. Pip, pip. El móvil suena de nuevo. ‘A las siete y media estoy en tu puerta. Te quiero Nuria.’ Estaba a punto de contestarle ‘Y yo a ti Rubén’. Pero dejé el móvil a un lado y me empecé a enjabonar. Me puse en pie para poder enjabonar mejor otras partes del cuerpo, cuando de repente alguien abrió la puerta.

Mi reacción fue taparme con la cortina, aun que no me di cuenta de que esta transparentaba.

-          ¡Joder! – mi padre agachó la vista, girándose. - ¡Tu madre arreglándose en el de abajo! ¡Tú en el de arriba! ¿Es que no puedo ir a mear a ningún sitio?

-          Papá por dios, podrías llamar antes de entrar.

-          Corre la cortina anda, necesito ir al baño.

-          ¿No pensarás…

Pero en dos zancadas vi su silueta acercarse al váter y hice lo que me pidió, corrí la cortina tapándome. Sentí el ruido de su bragueta al bajarse. Nunca… nunca en mi vida había visto a mi padre desnudo, ni apenas enseñar nada respeto al bajo vientre. ¿La tendría grande? Quizás la curiosidad mató al gato. Y sin saber por qué, en más de estar de espaldas a donde estaba el retrete, me moví y me apoyé en el otro extremo de la bañera. Como supuse había un pequeño espacio entre la cortina y las baldosas blancas.

Y vi a mi padre, ahí, en plena faena. Su cara de concentración me resultaba graciosa. Pero no dudé en bajar la mirada, aun que me pareciera tabú esa propia imagen. Mis ojos se agrandaron al ver el instrumento que sujetaba con las manos. ¡Vaya pedazo de polla!

Me pasé la mano, tirando hacia atrás mi pelo. Creo que me sonrojé. No sé cuanto debería medir, pero era mucho más grande que la de mi novio, sin duda. Y eso que estaba flàcida en estos momentos. En estas que terminó de mear. Y ¡dios!… nunca pensé haber pasado más vergüenza. En aquellos instantes sentí sus ojos sobre mí. Y levanté la mirada. Y así era. Mi padre también me había estado observando. Sin decir nada, salió del baño. Una sensación extraña invadió mi cuerpo. Aun que por mi mente se me pasaron cosas que nunca debería haber pensado.

Era increíble.

Mi coño empezó a crisparse.

Sé que en el instituto tenía fama de puta. Pero nunca había pensado que llegaría a los extremos de pensar como sería ser follada por mi propio padre.

*

Mi padre casi nunca estaba para la hora de comer. Mi mente seguía colapsada por aquello. La cara de mi padre en el baño había sido todo un mapa. Pero, espera un segundo. ¿Acaso él no había desviado su mirada por unos instantes hacia mis tetas? Juraría que…

-          ¿Nuria?

-          ¿Eh?

-          Estás en las nubes, corazón. – me dijo mi madre riendo. – Que si quieres más raviolis.

-          No, gracias, ya está bien. – le devolví la sonrisa.

-          Coge postre, entonces.

-          No, no, no tengo más hambre mamá.

Me levanté y llevé los platos al lavavajillas. Hoy habíamos comido tarde. Eran casi las cuatro y media del medio día.

Subí a mi habitación y me quité el jersey que llevaba puesto, para vestirme con prendas mías. Opté por unos shorts tejanos y un top blanco palabra de honor. No llevaba sujetador, como durante todo el día. ¿Para qué? Si dentro de un par de horas vendría Rubén y me lo quitaría de nuevo… Metí el pie en la chancla y bajé a bajo de nuevo.

Mi padre acababa de llegar, un poco antes de lo previsto, y la cariñosa de mi madre le estaba dando un besito de bienvenida.

-          Hola papá. – le dije sonriendo, intentando olvidar mi descaro de esta mañana.

-          Hola. – dijo él serio, sin siquiera mirarme.

Se sentó en el comedor, esperando a que su mujer le pusiera un plato a la mesa. Entonces me miró, yo aún estando de pie.

-          ¿No podrías ponerte algo más decente? – me espetó. – Mírate. Deberías taparte – hizo una mueca de desprecio al pararse a observar mi top. – Entre el piercing en el ombligo y esas ropas… Ana, deberías seguir comprándole tú la ropa a la niña. – dijo mientras daba un bocado a su pechuga de pollo.

-          Juan, ¿no crees que ya tiene edad para llevar lo que ella quiera?

-          Por dios, tiene diecisiete años. Eso es ir provocando.

-          ¿Pero qué mierda te coge? – dije yo entonces. – nunca te habías metido con mi estilo, y hoy me avasallas. Flipa.

-          Si, flipa. Eso tendría que decir yo. – dio un largo trago a su cerveza. – deberías ponerte sujetador. Que tengas poco pecho no quiere decir que tengas que ir marcando nada.

-          ¡Juan Antonio! – le dijo entonces mamá. Pero para eso, yo ya estaba subiendo al piso de arriba, otra vez. Pero con una de mis rabietas. ¿Qué coño le pasaba? ¿Es que estaba resentido por que había visto su pene unas horas antes? ¡Vaya tontería! – Si vienes cabreado de la faena, al menos no lo pagues con tu hija. – escuché a mi madre decir. Y papá ya no dijo nada.

Pasé por delante del cuarto de Alan, que estaba, como siempre, enchufado en su ordenador, con esos cascos enormes.

Después de ajustar la puerta de mi habitación me dejé caer en mi cama. Entrecerré mis ojos. Lo cierto es que mi querido papá estaba tremendamente bien dentro del uniforme de policía. Sonreí para mí misma. Lo del poco pecho me había ofendido. Pero que se hubiera dado cuenta de que mis pezones se marcaban en la tela… había sido un puntazo. Y él no sabía que mis pezones habían tenido esa reacción a causa de su mirada. Dios, aquellos ojos me hacían tragar saliva, coger sensaciones de malestar por dentro. Pero nunca, nunca había sentido excitación. Y ahora… me daba cuenta del verdadero macho que tenía como progenitor.

Rodé sobre mi misma y me puse boca abajo. Abrí las piernas y deslicé mi mano derecha a desabrochar los shorts. Atravesé el tanga que estaba empapado. Hay Nuria, Nuria… ¿en qué estás pensando, pedazo de guarra?

Me mordí el labio y paseé mi dedo índice por el clítoris, haciendo círculos. Qué alivio, por dios. Mi cuerpo me llevaba pidiendo durante todo el día que me tocara. No podía esperar a que Rubén lo hiciera. Aceleré el paso de mi mano con movimientos más rápidos y bruscos. Tenía aquel botón de mi chocho, hinchado y empapado.  Y ¡joder! Que gusto me estaba dando. Me separé más los labios del coño para meter uno de mis dedos. Lo moví lentamente, deslizándolo poco a poco por la entrada de mi vagina, llena a rebosar de flujos algo viscosos. Un segundo dedo, no había suficiente.

-          Hum… - gimoteé, intentando no hacer mucho ruido.

Imaginé como sería ahora mismo tener a mi padre detrás dándome lo que tanto ansiaba. Follándome fuerte. ¡Joder! Necesitaba a un hombre hecho y derecho, algo como él. Él mismo. Y yo… sangre de su sangre. ¡Buf! Esos pensamientos me estaban poniendo cachonda pérdida… El coño me chorreaba, sentía como finos trámites de flujo se deslizaban por el interior de mi muslo. ¡Cómo estaba disfrutando de esos dedillos!

Sacudí mis caderas, intentando meter más mis dedos, dentro de lo que cabía. Metí un tercero. Apuesto a que podría haber metido todo mi puño de lo perra que estaba.

Rodé sobre mi misma de nuevo y me quedé boca arriba. Abrí las piernas. Me sentí tan sucia… Abierta de piernas, masturbándome mientras pensaba como seria que mi padre me hiciera gritar de placer.

Los shorts me molestaban, así que con la mano libre me los quité. Aproveché que ahora me había movido para apartar un poco el top y pellizcarme los pezones. ¿Cómo se sentiría a que mi querido Juanan me comiera las tetas? Que mi querido papá de toda la vida me succionara los pezones, haciendo que el calor encendiera mi cuerpo… ¿Cómo se sentiría al ser follada por ese enorme cuerpo?

Abrí ligeramente los ojos.

Cuando por el reflejo del espejo de mi tocador lo vi. Vi como observaba mi deliciosa paja. Ai, ai… te pillé mi estimado papi. ¿Qué hacías mirando como tu hijita se metía los dedos, eh?

Quería jugar con él. Parecía que se me había ido la cabeza. En más de detenerme ahí y avergonzarme me arqueé, ofreciéndole en bandeja la vista de mis tetas, un par de cimas con sus picos durísimos. Rosados y jugosos, como quién diría… dos maduras frambuesas.

Mi padre desprendía lujuria. Dios, ¡si lo notaba! Podría haberme esquivado, podría haber pasado de largo, pero no. Estaba ahí, frente la puerta, observando. Y sabía que lo había visto. ¡Oh! Si lo sabía.

Mi descaro ya fue descomunal. Bajé mi mirada hacia su paquete. Y como suponía… estaba empalmado. Estaba muy empalmado. Debajo del cinturón donde acostumbrado a llevar una porra y la pistola, había un enorme bulto. Me hubiera arrastrado hasta ahí para arrancarle los pantalones del uniforme y chupársela sin cesar. Mamarle esa divinidad. ¿Cómo sabría mi papá?

-          Ah… - me retorcí aumentando la rapideza de los movimientos de mi mano. Me estaba follando mis dedos a base de bien. Por mi mano ya caían unos buenos chorretes. – Hum… Juanan… - musité, entre jadeos. Aun que sé que él lo había escuchado.

Vi como se empezó a sobar el bulto por fuera. Y eso me puso más a mil. Di un pequeño gritito al pellizcarme el clítoris con la otra mano. De piernas abiertas, con el tanga apartado, el top abajado y las tetas fuera. Esa era mi posición. Y me iba a correr.

-          Oh, oh, si… - lloriqueé, arqueándome, hasta que sentí como llegaba a la cima. Las piernas me temblaron y me mordí el labio para no gritar. – Que gusto, ¡joder! – jadeé, disfrutando de mi dulce corrida.

Aparte los dedos y me incorporé. Mi padre seguía mirándome. Y su polla estaba hinchada, debajo de esos pantalones. ¿Por qué demonios no se los bajaba ya y me daba el placer de ver como se sobaba esa buena tranca? Estaba desesperada.

Moví mis manos, mirándolo, y me metí uno de los dedos con los que me había masturbado en la boca. Lo succioné. Él me dedicó una sonrisa. Y se movió, dejándome de nuevo sola.

Una sonrisa que nunca antes había visto. Una sonrisa que daba mucho a entender. Y poco a la vez. Una sonrisa que prometía. Una sonrisa pícara… que me encantó.  Y estaba segurísima de que no sería la última que veía.