Querido padrastro

Un hombre se iba a casar con mi madre ¡Era el hombre de mi vida!

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Querido padrastro

1 – El cambio inesperado

Desde que murió mi padre, mi madre se unió más a mí y me dio una educación aceptable, pero, poco a poco, noté que ella se encontraba sola. En realidad era joven para ser viuda.

En pocos meses, empecé a verla salir muy arreglada y demasiado pintada. No me gusta reconocerlo, pero pensaba que parecía una puta que iba a ligar los fines de semana. Llegaba casi al amanecer, pero jamás me desatendió.

Así pasó bastante tiempo; tal vez más de un año. Yo me dedicaba a mis estudios y a salir con Eliot, un amigo de la facultad que era muy divertido y, aunque no era gay, de vez en cuando teníamos alguna aventura. Siempre me decía que no haría esas cosas con otro. Y le creí. Casi nunca le veía salir con chicas ni en grupo; siempre salía conmigo.

Comencé a notar que la tristeza de mi madre estaba desapareciendo y que empezaba a vestirse con ropas nuevas mucho más discretas y elegantes; la pintura de su rostro se fue suavizando. La quería mucho y me alegré por eso. Supe que debería, al menos, haber encontrado un grupo de amistades más selecto.

Un día, estando charlando los dos en la cocina, me dijo que si no me importaría conocer a un amigo suyo. Creí que necesitaba a un hombre a su lado y, de alguna forma, intuía que no iba a ser alguien que se aprovechase de ella. Le dije que me encantaría conocerlo y quedamos en almorzar juntos en casa. Me ilusionó aquella idea.

El día que lo esperábamos para almorzar, preparó mamá un plato especial y puso una mesa muy adornada. Sin que ella me dijese nada, ordené mi dormitorio; tenía papeles por todos lados y… ¡nunca hacía la cama! A ella le gustó lo que hice y me lo dijo. Era feliz de que aceptase aquella invitación sin recelos. A medio día, sonó el timbre tres veces. Su amigo estaba allí.

Abrió ella la puerta, pero salí a saludarlo. Cuando entró, me dejó perplejo. Llevaba un traje muy caro y una corbata muy elegante. En una mano traía un ramo de flores para mamá y en la otra, una cajita para mí. Nos besó a los dos sonriente y, cuando le oí hablar, comprendí que era un hombre muy culto. Me preguntó de todo, pero le interesaron mis estudios de Filología. Mientras mamá preparaba algunas cosas, hablamos mucho. ¡Se llamaba Paco, como yo! Me contó cosas muy divertidas y nos hicimos amigos en poco tiempo.

Ya sentados a la mesa, le vi mirarme con discreción y sonreírme. Mamá decía que le gustaba su sonrisa. Tenía razón; era un hombre cautivador. Me enganchó desde el primer momento y, antes de irse, ya estaba yo pensando que me gustaría que se casase con mamá y la hiciese feliz. Íbamos a llevarnos muy bien.

Volvió a casa varias veces a recoger a mi madre y siempre me traía alguna cosa. Comenzó a saludarme con un beso y a interesarse por mis estudios y por mi vida. Comencé a ver en él al padre que me gustaría tener, porque la palabra «padrastro» me sonaba muy mal.

2 – El cambio esperado

Se acercaban las fiestas de Navidad y me dijo mi madre que Paco no quería que nos moviésemos de nuestro ambiente familiar; quería compartir nuestro piso con nosotros integrándose poco a poco en la familia. Asentí sin pensarlo. Deseaba tener a Paco en mi casa y como mi nuevo padre.

Trajo dos maletas con sus cosas y se instaló, como me pareció natural, en el dormitorio de mamá.

La Nochebuena la celebramos los tres juntos. Ya parecíamos una familia y yo comenzaba a amar a Paco tanto como a mi madre. Me hizo un regalo perfecto. Sabía que mi ilusión era tener una PlayStation y que mamá ni podía ni quería comprármela. Me levanté de la mesa y lo abracé agradecido y abracé a mi madre, que la veía más feliz que nunca.

Jugamos con la «Play» hasta muy tarde y mamá, desesperada, se retiró al dormitorio. Mientras jugábamos, hablábamos cosas sueltas, pero la conversión fue cambiando. Le di a la pausa y lo miré casi riendo.

  • ¡Paco! – le dije -; mi tocayo. El «Pater Comunitatis» que esta casa necesitaba.

  • Eres un chico muy sensible – me dijo – y muy cariñoso. Lo leo en tus ojos.

Hizo una pausa y me miró sonriente.

  • ¿Eres gay, verdad? – preguntó - ¡Sólo un gay tiene tu sensibilidad!

  • ¡Eh! – me extrañé - ¿Quién te ha dicho eso?

  • ¡Mi intuición! – contestó -; siempre he sido bisexual, pero conocer a tu madre ha hecho cambiar mi vida. Ella lo sabe, pero le he prometido total fidelidad cuando nos casemos. ¡Se acabaron otras mujeres u otros hombres!

  • ¡Qué bien! – exclamé - ¿Cuándo os vais a casar?

  • En cuanto nos den fecha – me explicó -; no tenemos preferencia por ninguna fiesta en particular. Queremos que todo sea muy sencillo.

  • ¡Bueno! – le dije - ¡Espero que yo sí esté invitado!

  • ¡Vas a ser mi hijastro! ¡Mi hijo! – me cogió por el hombro

  • ¿Cómo no vamos a invitarte a nuestra boda? ¡Bueno! ¡Es tarde, Paco! ¡Vamos a dormir! ¡Mamá está sola!

  • ¡Sí! – le dije - ¡Estaba sola! Ya no; ahora te tiene a ti. Y yo tendré padre otra vez. Me gustas.

  • ¡Tú también me gustas! – me besó -. No voy a meterme en tu vida; ya eres mayorcito para hacer lo que quieras y, según veo, no necesitas a un padre que te reprima.

  • ¡Buenas noches! – le dije levantándome - ¡Espero que juguemos mañana otro poco!

  • ¡Claro! – dijo seguro - ¡Voy a estar con vosotros ya hasta la boda! ¡Buenas noches!

3 – Antes de la boda

  • ¡Toma, Paco! – me dijo cuando iba a salir -; en esta cajita de caudales tienes 500 euros. ¡Me gustaría que ahorraras! ¡Nunca se sabe los gastos que se te pueden presentar! – miré la cajita asombrado -. Por otro lado – continuó -, aquí tienes 60 euros. ¡Cuídalos! Ese será tu sueldo semanal hasta que te ganes tú mismo la vida. ¡Aprende a administrarlos!

  • ¡Jo, papá! – no pude remediar aquella exclamación - ¡60 euros a la semana! Me sobrará dinero.

  • Pues ese que te sobre – dijo -, lo vas metiendo en tu cajita de ahorros. ¡Ya tienes un buen fondo! Ahora sólo es necesario que estudies mucho. Si terminas la carrera con una buena nota, te regalaré un coche; pequeño pero bueno.

  • ¿Un coche? – lo miré asustado - ¡Estudio mucho! Nadie me obliga. Sacaré buenas notas y les diré a mis compañeros que mi padre me regalará un coche si saco buena nota al final de la carrera.

  • ¡Haz lo que creas conveniente! – me dijo -; te considero un chico sensato.

  • ¡Adiós, papá! – lo besé - ¡Procuraré no llegar muy tarde! ¡No os preocupéis por mí! Cenad vosotros.

Me fui con Eliot y otros dos chicos (León y Camilo) y los invité a algunas cosas; algunas cervezas y una buena hamburguesa. A ellos también les gustó que tuviese un nuevo padre y que lo quisiese tanto. Notaron rápidamente que yo tenía otro comportamiento y otra expresión. Eliot se me insinuó

Volví a casa sobre las 11 de la noche (no muy tarde), pero la comida me estaba dando la lata en el estómago. La luz del dormitorio de «mis padres» estaba apagada y me preparé para acostarme. Cuando me iba a preparar para meterme en la cama, fue cuando noté que la hamburguesa se me venía a la boca. Me fui al baño. Lo eché todo, pero me quedé muy tranquilo. Me enjuagué bien la boca y me refresqué la cara.

Cuando abrí la puerta para volver a la cama, encontré a mi nuevo padre esperándome en el pasillo.

  • ¿Qué te ha pasado? – susurró - ¿Una indigestión?

  • ¡No, no! – le dije -; he comido lo suficiente, ¡una hamburguesa!, pero creo que no estaba en muy buenas condiciones.

  • ¿Tienes el ticket de la hamburguesería? – preguntó a continuación -.

  • ¿Quieres saber lo que he gastado? – lo miré desconfiado - ¡Sólo he invitado a tres amigos!

  • ¡No, Paco! – me empujó despacio a mi dormitorio -; el ticket hay que guardarlo siempre. Si pasa una cosa así y no tienes el comprobante, no puedes denunciarlos. Mañana iré contigo a poner una denuncia. Pregunta a tus amigos si no se han sentido mal.

  • ¡Así lo haré, papá! – le sonreí -; no sabía eso del comprobante. Pensé que querías controlarme el gasto. ¡Lo siento!

  • ¡Nada de sentir nada! – cerró la puerta -; ahora te pones tu pijama y a dormir.

  • ¿Mi pijama? – pregunté extrañado - ¡Es que siempre duermo sólo con los calzoncillos…!

  • ¡Pues, venga! – dijo - ¡Ponte cómodo y a descansar!

Como vi que se esperaba allí, me desnudé despacio y destapé la cama. Cuando me senté en ella, acercó una silla, me ayudó a acostarme, me tapó bien y me sonrió. Luego, inclinándose sobre mí, me habló en voz baja.

  • ¡Muchos hombres quisieran tener a un hijo como tú! No eres obediente porque ni siquiera hace falta darte órdenes. Será un placer ser tu padre.

  • ¡Gracias! – me incorporé un poco - ¡Será un placer ser tu hijo! ¿Me das un beso de buenas noches?

No contestó. Sonrió, acercó su cara y me besó en los labios. Fue un beso un poco más largo que los de despedida. Cuando se incorporó y acarició mis cabellos, me hizo un gesto de ser feliz.

  • ¡Puedes besarme! – le susurré - ¡Me gusta!

  • ¡Sí, ya veo! – contestó -; cuando sea tu padre oficialmente, la promesa que le hice a tu madre voy a cumplirla pero… ¿No te importa que te bese un poco más ahora?

  • ¡No; claro que no! – acerqué mi cara a la suya - ¡Me encanta!

Se echó algo más sobre mí sin dejar de acariciarme la cabeza y volvió a besarme, pero el beso fue aún más largo, nuestros labios se abrieron y eché mi brazo sobre su cuello. Como noté que estábamos los dos a gusto, tiré de las ropas de la cama y le hice sitio. Me miró un poco asombrado, pero se puso en pie y se quitó el pijama; luego, se metió en la cama conmigo.

  • ¡Voy a tener un padre muy guapo! – le dije de cerca - ¡Lástima que tengas hecha esa promesa!

  • ¡Sí! – dijo -, pero suelo cumplir lo que prometo y me gustaría que tú hicieses lo mismo. De todas formas… ¡todavía no me he casado!

Lo miré asombrado y se me abrió la boca como a un tonto. Eché mis brazos sobre él y lo apreté contra mi cuerpo. Puso su mejilla pegada a la mía y me dio varios besos en la cara. Mi mano, ¡no sé cómo!, fue bajando por su cuerpo y una de las suyas llegó hasta mi cadera.

  • ¡Tócame si quieres! – le dije - ¡Me gustaría!

  • ¡De acuerdo! – me sonrió -, pero tócame tú a mí también; también me gustaría.

Las manos cayeron despacio hasta que se posaron en nuestras entrepiernas. Los dos estábamos empalmados. No le dije nada. Tiré del elástico y metí la mano. No pude aguantar aspirar sorprendido cuando se la cogí. Él me besó con pasión y tiró de mis calzoncillos para que me los quitase. Yo tiré de los suyos. No hubo más palabras. Nos incorporamos un poco y nos los quitamos. Al echarnos sobre la almohada, volvieron a unirse nuestras bocas y apreté sus nalgas para que se pegase a mí. Lo sentí muy cerca, cálido, cariñoso, húmedo

Rozamos nuestras pollas un rato y comenzamos a pajearnos poco a poco. Me gustaba cómo lo hacía y fui acelerando el movimiento de mi mano hasta que noté que la paraba cogiéndome la muñeca.

  • ¡Espera, espera! – dijo - ¡No querrás que me corra tan pronto!, ¿verdad?

  • No pasa nada – contesté -; mi madre no es tonta, ¿no?

Me volví de espaldas a él y apreté mi culo contra su polla. Me abrazó y apretó. Levanté mi brazo bajo las sábanas y se la cogí hasta llevarla a mi agujero del culo. Lo oí respirar alterado por el placer… y comenzó a penetrarme con cuidado. Pronto se dio cuenta de yo no era virgen (precisamente) y, cogiéndome la polla, fue apretando más y más. Noté su calor dentro de mí y me volví a sonreírle. Me besó.

  • ¿Te gusta? – preguntó - ¿Te lastimo?

  • ¡No, no, sigue, por favor! – apreté más contra él - ¡Necesito tenerte dentro!

Comenzamos un balanceo maravilloso que fue yendo a más. Conteníamos nuestras voces, pero estábamos gozándonos de una forma que jamás hubiese pensado. Cuando empezó a moverse más y a jadear, apretó su cuerpo con fuerzas al mío y me di cuenta de que iba a correrse. Comenzó a pajearme con mucha fuerza y nos corrimos los dos casi al mismo tiempo. Sabía calcular la situación.

  • ¡Lo siento! – me susurró asfixiado - ¡Habrás llenado las sábanas!

  • ¡No te preocupes, papá! – le dije -, voy a limpiarlo todo ahora.

  • ¡No, no, hijo! – contestó -; tengo que levantarme para asearme un poco. Voy a ponerme el pijama enseguida y te traeré papel. Limpiaremos eso.

  • ¡Vale! – asentí - ¡Como quieras!

Cuando se volvió a sentar en la silla y me ayudó a limpiarme y a secar un poco las sábanas, comenzó a hablar.

  • ¡Hijo! – hablaba muy flojito -, esto no va a poderse repetir más. Han sido unas circunstancias muy especiales. Pero quiero que sepas que, aunque voy a cumplir mi promesa, te querré y te amaré toda mi vida. ¡Te voy a desear!, pero será un secreto entre los dos. ¡Nunca alguien me ha hecho tan feliz como tú! ¡No sé cómo voy a poderte tener a mi lado, desearte y no caer en mi propia trampa!

  • ¡Es fácil, papá! – quise quitarle peso -; me he enamorado de mi amigo Eliot. Esta noche, aunque decía que no era gay, me ha insinuado que me quiere.

  • ¡Me alegro! – dijo -, pero si te comprometes con él, cumple tu promesa. ¡Buenas noches!

  • ¡Buenas noches, papá!