Querido hermano:
Desde que entré a trabajar en esta casa, los dueños insisten en invitarme a su cama. En mi lugar, ¿tú qué harías?
Querido hermano:
¿Cómo te va? Desde que mi mujer y yo vinimos a este país casi no tengo noticias tuyas. En realidad te escribo porque tengo un problema, una preocupación que no me deja casi ni dormir. Ya sabes que desde que llegamos aquí hemos tenido muchos aprietos. Aunque trabajo no nos ha faltado, nos ha costado adaptarnos a las costumbres de aquí, que son muy diferentes a las de nuestra pequeña aldea. En el último año tuvimos que cambiar varias veces de trabajo y hasta llegamos a pensar en volver, pero al final nos hemos acomodado como sirvientes en una casa en la que ganamos suficiente para vivir y hasta para ahorrar un dinero.
Fue una gran suerte encontrar este empleo, o al menos eso pensaba hasta ahora. Los dueños de la casa son un matrimonio sin hijos; él trabaja en un banco y debe de ganar un montón de dinero. Viste siempre de corbata y muy elegante. Ella trabaja en una oficina que no sé de qué es, pero es guapísima y muy elegante también, tendrías que verla. Los dos son buenas personas y nos han acogido muy bien y con mucho cariño. Te estarás preguntando dónde está el problema, porque más suerte no hemos podido tener: tenemos una habitación preciosa para los dos y comida gratis y el trabajo tampoco es duro. Entre los dos tenemos que limpiar la casa y el jardín, además de hacer la comida y tener el coche siempre a punto.
Tan llevadero es el trabajo, que a veces resulta un poco aburrido. El otro día estaba en mi habitación sin saber que hacer. Mi esposa había salido a hacer la compra y me había quedado sólo. Hacía mucho calor y me había quitado la camisa, pero como seguía sudando, me había quitado también los pantalones, y estaba tumbado sobre la cama con el slip. En estas entró el amo en la habitación. Yo pensaba que había echado el cerrojo, pero no. Con el susto, me puse en pie de un salto y me puse corriendo los pantalones, ya sabes que soy muy nervioso. El amo me tranquilizó, y hasta se disculpó, diciéndome que tenía que haber llamado a la puerta antes de entrar. A mí me dio mucha vergüenza, porque así tumbado medio desnudo sobre la cama, el amo debió de creer que yo estaba, ya sabes, tocándome, y yo no estaba haciendo nada. Tú sabes que mi mujer y yo vamos a la iglesia todos los domingos y que siempre hemos sido personas religiosas y hacemos caso a todo lo que nos dice el sacerdote sobre los actos impuros y todo eso.
No sé lo que pensó entonces el amo, sólo venía a darme el recado de que aquella noche iban a cenar fuera y que tuviera preparado el coche. Más tarde, los llevé hasta un restaurante muy lujoso que hay en las afueras de la ciudad. Parecía que los dos se habían vestido como para una boda, debía de ser una cena importante, porque no paraban de llegar coches caros y gente rica. A la hora que me ordenaron, volví para recogerlos. Era tarde, casi la medianoche, y enseguida noté que los amos habían bebido algo más de la cuenta. No me gusta ser indiscreto, pero en el coche no hacían más que darse besos y tocarse, y yo no quería mirar, pero es que los tenía en el retrovisor y no podía evitarlo.
Cuando llegamos a casa, los amos fueron para arriba a su habitación y yo a la mía. Mi esposa ya se había acostado. Mientras terminaba de cerrar la puerta de la casa, el amo bajó de nuevo y se me acercó para pedirme algo. Me extrañó un poco porque el amo no llevaba camisa, ni tan siquiera pantalones, y bajaba con un calzoncillo de esos que dicen de boxeador. Yo hice como que no le veía, como que estaba ocupado, pero él se me acercó y me tocó en el hombro. Me dijo que ellos dos venían cansados de la cena, y que se iban a relajar un rato en el jacuzzi, ya sabes, la bañera esa de burbujas, y que si hacía el favor de subirles unas copas y una botella de champán. Yo pensé que bastante alcohol llevaban encima, pero obedecí sin rechistar. Me costó un poco encontrar las cosas, porque mi esposa es la que se ocupa de la cocina, y también porque estaba un poco nervioso. Mientras subía por las escaleras, pensé que iba a tirarlo todo al suelo, de lo acelerado que estaba.
Cuando llegué, la puerta del baño estaba entreabierta y yo me quedé dudando si entrar o no. El amo se dio cuenta y me ordenó pasar. El corazón me dio un vuelco cuando los vi a los dos, dentro de la bañera, desnudos como su madre los trajo al mundo. No es que se les viera, ya sabes, las vergüenzas, pero yo no estoy acostumbrando a situaciones tan embarazosas. A la señora el agua le llegaba justo por encima de los pezones, y yo no acertaba a quitarle la vista de encima. La señora es más joven que el señor, y parece una actriz de lo guapa que es. Sus pechos son tan hermosos , no tan abundantes como los de mi María, pero sí bien firmes y los tiene tan bronceados como el resto del cuerpo. Debe de ser porque la señora toma el sol sin ropa, como hacen muchas mujeres en este país sin que les parezca eso indecente ni inmoral.
Yo creo que parte de la culpa fue mía, por no salir enseguida corriendo de aquel baño, pero es que no sabía dónde dejar la bandeja con las copas y el champán. Además, seguía mirando dentro de la bañera, como embobado, y hasta me parecía ver los pezones de la señora, justo flotando debajo de la superficie, unos pezones grandes y duros, entre tantas burbujas que había. El amo parece que se dio cuenta y me dijo que me espabilara y que dejara la bandeja en cualquier sitio. Yo sentí mucha vergüenza, y hasta creí que él se enfadaría por estar mirándole el cuerpo desnudo a su mujer.
En lugar de eso, lo que hizo fue ponerse en pie y salir de la bañera para ocuparse él mismo de la bandeja. Lo que me llamó la atención no fue que estuviera desnudo, sino que saliera completamente empalmado. El amo está bastante bien dotado, y tenía la polla apuntando al techo. Me quitó la bandeja de las manos y la dejó en un rincón. Yo permanecía inmóvil; no quería mirar a la señora, que medio mostraba sus pechos bajo el agua, ni al señor que se paseaba detrás de mi con la verga como un palo. Dirigí mi mirada hacia mis pies, pero en menos de un segundo ante mis ojos apareció una visión increíble: era la señora, que había salido de la bañera, desnuda como estaba, y chorreando, me miraba desde abajo sonriente.
-"¿No quieres entrar con nosotros en el jacuzzi?"- me dijo.
Y yo, más colorado que un tomate, sin saber qué decir, intenté retroceder un paso, pero el amo se encontraba detrás de mí, muy cerca, sin facilitarme la salida.
La señora hizo entonces algo increíble que me dejó sin habla: me cogió las manos y se las llevó a sus pechos. ¡Oh, el tacto era tan suave! Estaba muerto de vergüenza, pero también estaba en el cielo, no podía dejar de acariciar esos pechos calientes y húmedos. Empecé a sentir un calor intenso en todo mi cuerpo y a perder el poco control que me quedaba. Ya conoces esa sensación que te entra cuando te vas a acostar con una mujer, que tu cuerpo tiembla y rompe a sudar; algo se despierta dentro de tus pantalones, como una desazón que no te deja pensar y que se adueña de todo tu ser. Eso sentía yo en ese momento; el miedo me tenía paralizado, pero me dejé hacer. Al amo no parecía disgustarle que yo le manoseara los pechos a su mujer, más bien parecía encantado, y yo no sabía por qué, pero me quitó la chaquetilla y empezó a desabrocharme la camisa. Me estaba desnudando, parecía que quería que me metiera con ellos en la bañera.
Ahora yo ya estaba sin camisa, y la señora se puso en pie. Yo no podía ni creerlo, pero arrimó su cuerpo desnudo al mío. Acercó su cara poco a poco hasta la mía, y al verla con la boca entreabierta, supe que quería que la besara. Al fundirnos en un beso noté como si explotara de placer por dentro, y soltando mis manos de sus pechos, la abracé y la zarandeé con toda la fuerza de mis brazos, mientras mi pecho desnudo se apretaba contra sus pezones duros. Besar a la señora no era como cuando beso a mi María, porque la señora me metía la lengua bien adentro de mi boca, y eso me hacía enloquecer de puro gusto.
Besar a la señora era como un sueño, pero también sentía remordimientos por estar engañando a mi mujer, que estaba abajo durmiendo, sin enterarse de nada. Al amo en cambio no parecía darle ningún apuro el compartir a su esposa conmigo. Mientras yo seguía besando a su mujer, él la abrazó por detrás, le chupaba el cuello, la oreja, la nuca; nunca había imaginado ver al amo así de excitado. Pegaba su cuerpo a la espalda de ella, y se desfogaba restregando su polla entre las nalgas de ella, arriba y abajo.
Ella tampoco perdía el tiempo y me acariciaba el pecho y el vientre, pero enseguida pareció que no se conformaba, y que quería más de mi cuerpo. Sentí cómo sus manos hurgaban en la hebilla de mi cinturón, y seguidamente en la bragueta del pantalón. No se quedó satisfecha hasta que no me bajó primero el pantalón, y luego el slip, quedando ambos enrollados en mis tobillos. Yo estaba ahora desnudo, y mi polla pareció gustarle.
-"¡Mira lo que tenemos aquí, menudo pedazo de aparato!"- exclamó sorprendida.
Y eso que aún no estaba del todo empalmado. Ya sabes que yo siempre he tenido un buen cacharro entre las piernas, y mi mujer nunca se ha quejado de que la haya dejado insatisfecha, más bien lo contrario; a veces se lamenta de que cuando soy un poco brusco llego hasta a lastimarla por el gran calibre de mi polla cuando está totalmente tiesaa.
A la señora no parecía disgustarle el tamaño, sino que estaba encantada, y empezó a acariciármela, y a sobármela, y luego a pajearme ya con ganas, y no veas lo bien que lo hacía, que si no llega a parar, me corro ahí mismo, porque ya empezaba a echar unas gotitas como cuando estás llegando al final.
Los amos aprovecharon ese momento en que me contuve para llevarme a su dormitorio y continuar allí. Si mi esposa hubiera estado en el pasillo, nos habría visto a los tres correteando desnudos hasta la habitación. Allí, la señora se tumbó boca arriba, con las piernas bien abiertas, ofreciéndome su sexo, que estaba depilado. Yo me subí a la cama y me puse de rodillas entre sus piernas, preparándome para penetrarla, pero esos no eran sus planes.
-"Espera, antes quiero que me comas el coño"- me dijo, poniéndome todavía más caliente.
Dicho y hecho, poniéndome a cuatro patas, fui acercando mi boca a su sexo, mientras aspiraba el olor característico de una mujer en celo, ofreciéndome su concha abierta y húmeda por los abundantes jugos que ya estaba segregando, debido a la excitación.
Por fin mis labios hicieron contacto con los suyos, quiero decir con los de ahí abajo, y empecé a chupar y a lamer, y ella no dejaba de obsequiarme con sus líquidos, que manaban de su cuerpo como una fuente, acompañándolos de unos gemidos profundos que no hacían más que aumentar mi locura, y con mis dedos suavemente le iba acariciando toda la piel de alrededor, y hasta le metía un dedito bien ensalivado por el agujerito de atrás, algo que a mi mujer también le vuelve loca.
Estaba tan concentrado en la señora, que había perdido cuenta de lo que hacía el amo. Éste, se había subido también a la cama, pero hincado de rodillas a ambos lados de la cabeza de su mujer, le ofrecía sus huevos para que ella los lamiera, mientras su polla, ya babeante, apuntaba en mi dirección. Era un espectáculo increíble. A la vez que le chupaba los huevos, ella le tenía bien agarrado por las nalgas, abriéndoselas de vez en cuando para, levantando la cabeza, meterle la lengua entre ellas. Yo ni siquiera sabía que las mujeres le pudieran hacer eso a un hombre. Y él parecía disfrutarlo mucho, porque echaba la cabeza para atrás y la animaba a seguir, diciéndole cosas guarras que me pusieron la carne de gallina.
Cuando ellos quisieron, cambiaron de posición y me quedé sin saber qué hacer. Sin perder tiempo, me tumbaron boca arriba cuan largo soy. Pensé que por fin iba a conocer el placer de que una mujer me comiera la polla, algo que siempre he deseado probar, pero a lo que mi esposa no accede por asco. Sin embargo, cuando ya me encontraba anhelante y abierto de piernas, sucedió lo inesperado. En lugar de ser la señora, fue el señor el que se agachó sobre mi polla para comérmela, a lo que me negué en redondo.
-"No soy ningún desviado"- les dije, porque a mí siempre me han gustado las mujeres, y nunca he hecho nada impuro con ningún hombre. Pero ellos insistieron.
-"Pero si yo la chupo mejor que ella. Ya verás"- dijo el amo, con una voz que nunca le había conocido, llena de vicio.
Pero yo no quería y me levanté para marcharme. Ella me agarró sin embargo desde atrás, y empezó a susurrarme al oído, diciéndome palabras obscenas que mejor no te repetiré. Nunca hubiera imaginado que una señora tan fina pudiera decir esas cosas. El caso es que mientras ella me tenía bien sujeto por los hombros, mi última resistencia cedió, y consentí en que el amo, de rodillas ante mí, tomara mi polla y se la metiera en la boca de un bocado.
Luego empezó a chupar y he de confesarte que aquello era lo más placentero que había sentido jamás, ya sea con hombre o mujer. Mientras su boca subía y bajaba por el tronco de mi verga una y otra vez, con sus manos me acariciaba los huevos, que los tenía a punto de estallar de leche, y también el culo. Era una sensación increíble, y lo más increíble era la expresión de su rostro, como si mamarme la polla le resultara lo más delicioso del mundo, con los ojos entreabiertos, dejando caer gotas de baba por las comisuras, muriéndose del gusto, mientras se pajeaba sin descanso.
Cuando estaba a punto de correrme lo detuve, no quería llenarle la boca con mi leche al amo.
-"Ahora que te la ha chupado, se la tienes que meter"- sentenció ella.
-"¿Cómo?"- pregunté, incrédulo. Bien estaba dejarse hacer una mamadita, pero follarse a un hombre me parecía ir demasiado lejos.
-"Ahora no me puedes dejar así"-decía él, con expresión hambrienta de placer en su rostro.
Y doblando la espalda sobre una silla, me ofreció su culo para que se lo follara, pero yo me negué nuevamente, me parecía que haciendo aquello perdería parte de mi hombría, o yo que sé.
Ellos insistieron, con un montón de argumentos a los que costaba mucho resistirse."¿Es por tu mujer? Ella no tiene por qué enterarse de nada. ¿Es que acaso no lo estamos pasando bien? No hacemos daño a nadie." Y el argumento definitivo: "¡Con todo lo que hemos hecho por ti!"
Y era verdad. Los amos habían sido tan buenos conmigo que no podía negarles nada. Además, tenía un calentón tal, que creo que en aquel momento no era del todo dueño de mis actos. Así que cogí al amo por las ancas, le abrí bien, y se la ensarté de un solo golpe, como pensé que se hacía entre hombres, tratándolo con rudeza, a lo que él respondió con gritos de placer, dándome las gracias y pidiéndome más. Estuve follándomelo durante casi media hora, sintiendo cómo crecía mi excitación, cómo mi polla lo perforaba, sin mostrar compasión en ningún momento.
Si eso era lo que él quería, por todos los santos que se lo iba a dar. A cada embestida mis muslos chocaban contra los suyos con un golpeteo igualito al de cuando me follo a mi mujer. Lo que sí era diferente era que el agujerito estaba mucho más apretado, y con cada viaje que le metía, yo sentía la polla como si me la estuviera exprimiendo. También te juro que nunca he visto a mi mujer disfrutar tanto cuando le hago el amor como lo que gozaba este hombre. La expresión de su rostro se me ha quedado grabada en la cabeza.
Por fin, una serie de sacudidas en su cuerpo me indicaron que el señor se estaba corriendo, yendo a ensuciar todo al suelo enmoquetado de la habitación. Me imaginé que mi mujer tendría que limpiar por la mañana todo aquello, y extrañamente eso me produjo más morbo. Sentí que me iba a correr, sujeté bien al amo por las caderas y no le dejé escaparse mientras me derramaba dentro de él, aprovechando para darle unas últimas embestidas, al ritmo de los trallazos de mi corrida.
Luego descansé unos segundos sobre su cuerpo inclinado, hasta que sentí que sus piernas temblaban por el esfuerzo y que se iba a vencer. Saqué mi polla aún dura de sus entrañas y la limpié un poco con la colcha. Él aprovechó para tumbarse sobre la cama y su mujer fue a su lado para reconfortarle un poco, ya que parecía muy cansado.
Yo sentí que tenía que escapar de allí, y mientras salía por la puerta, el amo aún tuvo fuerzas para decirme "gracias".
Fui al baño a recoger mis ropas y como estaba un poco confuso, ni siquiera me las puse, bajé a mi habitación y me metí en la cama con mi mujer, así desnudo y sin asearme. Menos mal que ella estaba dormida y no me vio entrar en pelotas por la puerta.
Los días siguientes estuve desorientado. No se lo podía contar a mi mujer. Tampoco me atrevía a hablar con los amos; no sé por qué pensaba que estarían enfadados por mi atrevimiento y que quizás hasta nos echaban de la casa. Pero enseguida comprobé que no estaban enfadados, parecían más cariñosos que antes y pronto empezaron a lanzarme indirectas y a propiciar situaciones para repetir el encuentro. Y es aquí donde entra mi ruego. Necesito que me aconsejes. ¿Qué harías tú en mi lugar? No quiero desairar a los amos, pero siento que lo que hemos hecho no está bien, que va contra la ley del Señor y contra la fidelidad a mi matrimonio. Por otra parte, los días que estoy solo en casa con los señores siento una excitación y un deseo que casi no puedo reprimir. ¿Qué es lo que me pasa? Sólo puedo pensar en lo que hicimos aquella noche y en repetirlo.
Pero lo peor es una imagen que vuelve una y otra vez a mi cabeza; la del amo gozando mientras yo lo penetraba. Estoy asustado, porque viendo lo mucho que disfrutaba, en mis sueños empiezo a desear ponerme en su lugar, y saber en mi propia carne lo que se siente cuando otro hombre te posee. ¿Es esto ir demasiado lejos? Empiezo a pensar que ya no tengo solución, soy un depravado y sólo me queda entregarme a los vicios que me obsesionan día y noche.
Aconséjame. Un abrazo.
Tu hermano.