Querido diario. Día 1
Inicio aquí mi relato. Espero que os guste y, sobre todo, que os animéis a comentar... y proponer cosas.
Y como hoy el día no ha sido precisamente activo, aprovecharé para darle unas cuantas pinceladas al fondo. Si hay algo recurrente en mi vida sexual de estos últimos tiempos es la idea de no haber llegado a tiempo a los sitios. Antes o después, pero nunca a tiempo. A veces por falta de eso mismo, de tiempo, a veces por falta de pasta o de ganas; a veces por exceso, de prudencia, de miedo o de judeocristianismo, como se quiera decir. Aunque también pienso que en parte ha sido una suerte, porque si hubiera tenido la misma oferta de pornografía cuando era adolescente, no habría vuelto a ver la luz del sol.
Hace poco, por ejemplo, descubrí las llamadas “fap-roulettes”. Básicamente se trata de dejar en manos de la suerte lo que vas a tener que hacer para masturbarte y cómo tendrás que acabarlo. Eso si los dados te sonríen y no tienes que quedarte con las ganas. Vamos, una dominación en diferido, por usar una expresión de moda. Hay muchas variantes, casi tantas como géneros de porno: hetero, gay, para hacer en pareja, de pura dominación, las que juegan con tu oscuro deseo de ser tratado como una pequeña putita… y hasta las más extremas, que te llevan a exhibirte en público y, si te atreves, a entregarte a uno o varios desconocidos. Con o sin dinero por medio. Como veis, muy completa la cosa. Casi todas se juegan partiendo de una tirada de dados, pero hay unas -mis favoritas, por otra parte- que lo hacen con una enorme base de datos de fotos que van apareciendo de modo aleatorio, cada una con una orden. Un auténtico vicio, de las cosas más adictivas que conozco después de las Pringles.
Con tanto hablar de ello, me han dado ganas de jugar una. Ahora que lo pienso, podía hacerlo y contarla aquí. ¿Qué os parece? Vamos allá. Me la jugaré, por ejemplo, a diez cartas/fotos. Salga lo que salga… sin garantías de éxito ni final.
Despliegue hecho. Sobre la cama, lubricante, pinzas, unas medias, un par de braguitas, un par de dildos y un plug anal… hay que estar preparado para todo.
Primera imagen: mujer rubia, alta. Zapatos de tacón y medias negras; corsé de cuero que deja ver a medias los pezones. Te mira con dureza, desde arriba, haciendo que te encojas sin querer. Al bajar la mirada te das cuenta del arnés que lleva puesto, una enorme polla que sujeta con una mano en dirección a tu cara. Casi no te hace falta leer la orden para saber lo que espera de ti: sujeta el dildo a la pared y hazle una buena mamada durante treinta segundos. Solo entonces podrás acariciarte tu otros treinta. Empezamos fuerte…
La carta no especificaba, pero lo sujeto a una altura que me obliga a ponerme de rodillas. El sabor del látex se me olvida rápido, concentrado en hacerlo lo mejor posible. Paso la lengua por la punta, humedeciéndola, besándola suave, abriendo cada vez más los labios y empezando a introducirla. La sujeto con la mano, con timidez (me pasa siempre, y siempre me hace gracia cuando lo recuerdo después) y llevo la cabeza hacia delante. Miro de reojo el reloj. No hay tiempo que perder. Cierro los ojos, me muevo adelante y atrás… Se acabó. Dos minutos. Al final siempre hago un poco de trampa con el tiempo. Ahora mi momento, aunque con este soy inflexible. Treinta segundos, ni uno más. Está completamente dura; nunca imaginé que podría excitarme tanto con algo así. Intento hacerlo despacio, llevando la mano de arriba abajo y empujando con las caderas cuando llego al final. Paro y cojo aire. Me va a hacer falta.
Segunda imagen: una cama en tonos rosados, llena de peluches y motivos infantiles. Sobre ella, a gatas, una jovencita morena. Mirada ingenua tras las cristales de unas gafas algo caídas sobre la nariz, trenza gruesa a un lado del cuello, boca entreabierta. Camiseta corta y braguitas blancas, medias justo por encima de las rodillas del mismo color, pero con rayas rosas. De espaldas a la cámara, aparece medio girada con una mano apoyada sobre las nalgas. Las separa levemente, incitante, dejando apenas ver, bajo la tela, el pequeño dildo que se introduce entre ellas. De nuevo la orden se dibuja en tu cabeza antes de leerla: lubrica bien el plug e introdúcelo lentamente. Ponte unas braguitas y súbete a la cama, a cuatro patas. Asegúrate de que el plug está bien sujeto y gatea un poco sobre ella. Mira hacia atrás como si te observaran y mastúrbate: diez movimientos rápidos, diez lentos y otros diez rápidos para terminar.
Tengo que volver a coger aire. La noto aún más dura, con toda la sangre concentrada en la punta, palpitante. Se me eriza la piel mientras me termino de quitar el boxer y me pongo las braguitas. El lubricante se desliza sobre el látex y lo extiendo con la mano. No espero y me pongo a gatas sobre la cama. Hace mucho que no juego, así que me va a costar. Está frío y me sobresalto, pero no lo aparto, sino que empiezo a moverlo en círculos, haciendo una leve presión, aumentándola en cada vuelta. Se me escapa un gemido cuando comienza a entrar, y sin querer echo las caderas hacia atrás, buscando que llegue más dentro. Noto un pequeño dolor, así que añado otro poco de lubricante, esta vez directamente sobre mi cuerpo. Ahora el frescor me alivia… y a la vez el calor me sube por las entrañas. Repito la operación, pero haciendo un poco más de presión. Mi cuerpo se tensa, pero al momento empieza a ceder. Bajo la cabeza, arqueo la espalda, sigo empujando. Un esfuerzo más… y de golpe se clava dentro, arrancándome un pequeño grito. Me quedo quieto, notando como mi cuerpo se cierra alrededor del plug, agarrándolo como si no quisiera dejarlo escapar. Maniobro para subirme las braguitas, bien ajustadas, y las sensaciones se hacen más intensas. Giro la cabeza imitando a la chica de la foto, intentando repetir esa mirada entre inocente y provocativa antes de completar la tarea. Mi mano se mete bajo la tela, impaciente. Con un suspiro me libero de esa prisión, la sujeto con fuerza. Cada mínimo movimiento me llena aún más y veo una gota humedeciendo la punta. Los diez primeros movimientos son un suplicio. Me cuesta convencerme de que tengo que parar. Cuando paro noto mi cuerpo latiendo por dentro, pidiéndome que no lo haga. Los diez siguientes me los tomo con calma, apretando bien desde la base hasta la punta, y extendiendo esas brillantes gotitas por toda la cabeza. Tengo miedo de no poder aguantar esos diez últimos, porque las caderas se me van solas acompañándolos.
Confío en que la siguiente carta me dé un poco de respiro, o no voy a llegar a diez. Y no quiero desobedecer.
(En este punto voy a hacer una pequeña pausa, sobre todo porque me gustaría saber qué le está pareciendo a la gente que me lee. Por supuesto, espero también que si se os ocurren consejos o sugerencias, no seáis tímidos y comentéis. Por favor)