Querida Emma II

La perra se sincera y se libera

4. El contrato

A pesar que Emma parecía haberse ido satisfecha y más dispuesta y obediente, pensé que le vendría bien reflexionar. Yo también andaba ocupado así que no le escribí ni le pedí nada durante unos días, y ella a mí tampoco me escribió, hasta que me llegó un mensaje: Creo que necesito hablar, decía.

Quedamos aquella misma tarde en la que se había convertido en nuestra cafetería y consultorio para sincerarnos el uno con el otro, sobre todo aquella tarde. Llevaba un vestido azul muy mono y su collar de perra, eso era bueno. Nos saludamos como amigos, entramos y nos sentamos como cualquiera, pero yo enseguida asumía el rol de amo exigente. Enséñame que no llevas lencería como buena perra que prometiste ser, dije, y a ella le cambió la cara.

Miró alrededor, pero los únicos clientes estaban detrás de ella. Solamente el dueño de la cafetería podría verla, pero andaba atareado. Un poco indecisa se recostó más en la silla y abrió las piernas. Yo me agaché disimuladamente hacia mi zapato y comprobé que su depilado coñito estaba totalmente libre. Al subir de nuevo me lanzó un flash rápido de sus tetas desnudas visiblemente sin sostén. Todo perfecto, y como buen amo me excitaba la obediencia, pero acto seguido se quitó el collar y lo dejó sobre la mesa.

-Siento que quiero hablarte libre de ataduras -dijo, sin soltar el collar de su mano.

Asentí con la cabeza y nos quedamos en silencio. Ahora mi cara era de incertidumbre entre la duda y el castigo, pero el camarero nos interrumpió para tomar nota. Estaba claro que el tiempo de reflexión podría haberle creado dudas y así fue, sobre todo porque a esto siguió una conversación que habría sido necesaria antes de todo lo ocurrido.

Ella tenía dudas sobre lo que estábamos haciendo y sobre lo que quería y hasta donde lo quería. Confesó haber disfrutado, pero había leído cosas y venía muy confundida y cada vez hablaba más desorientada, pero entendí lo que quería decir. Entonces hablamos de muchísimos temas largo y tendido. El contrato de amo y sumisa, que le expliqué que para mí bastaba con un estado mental que ya habíamos conseguido y un compromiso verbal. Reconocí que ese mutuo acuerdo, verbal o no, no lo habíamos tenido de forma explícita, pero nos habíamos reconocido de forma implícita, a no ser que ella necesitara escribirlo.

Hablamos como no, de la palabra de seguridad, y le expliqué que a pesar de haber pasado por un primer castigo nunca estuvo en riesgo. Entendía que le preocupara mentalmente, pero prometí que siempre sería todo sano y seguro, y acepté que pensara en una palabra de seguridad porque algún día podría ser necesaria, nunca se sabe. Javier, el nombre de su hijo, era la palabra que Emma ya traía pensada. Perfecto, pensé. Y entonces hablamos de los límites. Claro que teníamos muchos límites en común que no estábamos dispuestos a pasar ninguno de los dos, y aunque podíamos discrepar en otros, sobre todo porque ella no tenía experiencia, la tranquilicé. Llegaríamos donde su curiosidad y la mía estuvieran de acuerdo, y ahora tenía una palabra de seguridad por si acaso. Sonrió y se puso el collar de nuevo.

Fue una conversación gratificante para una sumisa novata y muy valiosa para un amo, ya que descubrí muchas cosas de ella durante la conversación. Me dijo que no había practicado esto antes como tal, pero tuvo una mala relación de jovencita que rozaba el maltrato y aguantó muchas cosas. Confesó que la infidelidad mezclada con algunas humillaciones fueron una buena y mala adicción de aquella relación que la marcó, aunque sabía que no tenía nada que ver con lo que hacíamos ahora. Emma en el fondo necesitaba algo más fuerte en el sexo que la liberara y su marido solamente le proporcionaba rutina en la cama. Por ejemplo, casi nunca tuvo sexo anal con él, o ni siquiera le daba nalgadas o la estiraba del cabello follando. Cosas que a ella la excitaban, pero a su marido no. También me confesó que ella era muy sensible de las tetas, tanto que podía llegar a correrse estimulándolas, y era algo que su marido aprovechaba y ella disfrutó con todas sus parejas.

-Quédate a cenar conmigo -dije de repente.

Toda aquella información me había excitado y tenía muchas ganas e ideas para jugar con ella. Yo sabía que se había hecho muy tarde para los dos. Llama a quien sea, invéntate lo que quieras, pero quédate, insistí. Sí, mi amo, respondió y me excitó tanto que no podía esperar más. Quería empezar antes de salir de allí, le di dinero y le dije que pagara ella, pero no podía mirar al camarero a la cara, tenía que hacerlo con la cabeza gacha y con un accidental pezón fuera del vestido.

Sabía y habíamos hablado de los límites de la humillación en público, pero quería ponerlos a prueba. Observé de cerca su rubor cumpliendo con lo que pedí y sentí que su renovada obediencia abría todo un mundo para nosotros. Me dijo lo excitada que empezaba y al salir de allí la toqué por debajo del vestido y estaba mojada. Afirmó haber disfrutado mintiendo a su marido por teléfono y exponiéndose al camarero. Buena perra, sellé con un susurro y un beso detrás de la oreja.

5. Cena en casa

Pedí una pizza al salir de allí, me dijeron que tardaría. Perfecto porque iba a necesitar tiempo para los juegos, aprovechar todo lo que aprendí nuevo de ella. Recógete el pelo en una cola y desnúdate, le pedí al llegar a casa, y rápidamente recogió su pelo y el vestido cayó al suelo junto con su bolso y zapatos. Frente a mí de nuevo la bella Emma, a mi entera disposición, iba a ser una tentación no jugar despacio. Fui a por una tela negra y le vendé los ojos. Mmmmm, susurró ella mientras buscaba mi paquete. Aparté su mano con frialdad y volvió a su rol de "calladita y quietecita". Un amago de puñetazo en la cara bastaría para saber si veía algo. Hice el gesto y no se inmutó.

De nuevo saqué las cuerdas finas y até sus tetas en círculos alrededor de las dos formando un símbolo de infinito. No estaban fuertes, pero sería suficiente, pronto empezarían a tomar un color más rosado en contraste con sus pezones realmente oscuros. Un leve suspiro salió de su boca cuando lamí fugazmente cada pezón. La llevé hasta la misma columna que recordaría si pudiera ver, pero esta vez até sus manos de frente abrazando la columna. Sus tetas aprisionadas no dejaban espacio, pero esa era la idea que yo buscaba.

-Vamos a ver si disfrutas tanto como dices a través de tus tetas -susurré agarrando la cola de su cabello con fuerza mientras estiraba su cabeza hacia atrás.

Luego seguí tirando hacia abajo forzándola a bajar, arrastrando su cuerpo columna abajo y quedando en cuclillas. Sus pezones rozaron toda la columna y se veían bastante erectos, no aguantarían muchos arrastres. Pasé los dedos por su vagina casi abierta y empezaba a estar mojada de nuevo. Jugué con el dedo gordo y con saliva en su ano unos segundos sin entrar. Gimió levemente y entonces le di una nalgada con la palma de la mano, luego la otra nalga y a continuación la estiré para que subiera de nuevo arrastrando sus testas columna arriba.

Repetí el proceso varias veces. En cada bajada penetraba más su ano hasta meter dos dedos, era realmente estrecho a pesar de estar mojada y excitada. Su culo estaba cada vez más colorado debido a las nalgadas en cada bajada, y cada vez bajaba más lenta y respirando más fuerte. Los pezones erectos y arrastrados empezaban a sacarle calores por todo el cuerpo y sus dientes se apretaban para aguantar los gemidos.

-Di que deseas más -estiraba su cabeza hacia atrás cada vez que subía y antes de volver a forzarla hacia abajo.

-Deseo más -decía y entonces yo le tiraba de la cola más fuerte-. Deseo más, mi amo -completaba y bajaba casi sola.

En la que decidí que era la última bajada, su ano ya se veía más relajado y dilatado, cogí un pequeño plug de metal y entró bastante fácil. Esto se va a quedar ahí hasta que la perrita tenga colita, quizá la próxima que nos veamos, dije. Entonces la desaté de la columna y se recostó en posición fetal en el suelo descansando, mostrando su nueva colita de metal para mí. Una joya rojiza adornaría ahora su ano.

-Lleva una joya que le queda bien a una zorra infiel y tan pija como tú -dije rodeando su ano suavemente-, y te has portado bien, perra -acaricié su rostro.

En silencio, aún vendada, la llevé hasta la cama, extendí sus brazos y sus piernas sin atarla y le ordené que no se moviera. Desaté sus tetas que ya estaban muy rojizas por la presión y ella suspiró aliviada. Fui a por un hielo y lo pasé lentamente alrededor de las marcas en círculos. Emma tenía espasmos y no paraba de apretar los dientes para no moverse. Lo pasé por los pezones y no pudo evitar gemir. Arqueaba la espalda intentando no moverse como le había ordenado, pero le costaba, apretaba de nuevo la boca y respiraba cansada.

-Quiero correrme -pidió sin mucho aliento.

-No -retiré el pequeño hielo de las tetas- y ¿que se dice?

-Quiero correrme, por favor mi amo -suplicó con voz sexy para convencerme.

-No -y le di una palmada en la vagina. Emma exhaló muy fuerte y se calmó.

Empujé más adentro el plug anal que se salía, luego metí los dedos en su vagina y estaba realmente caliente y mojada. Dio un pequeño grito de desesperación, seguro que era verdad que podría correrse rápido. Entonces sonó el timbre, debía ser la pizza. Llevé mis dedos a su boca para que los limpiara antes de abrir y los lamió con lujuria.

-Puede que la próxima vez deje al pizzero que disfrute viendo una buena perra -dije cuando volvía con la pizza pensando de nuevo en los límites de la humillación con público. Entonces vi que se estaba tocando ella sola, frotando el clítoris con sus manos atadas. -¡Perra desobediente! ¡¿Has olvidado que no puedes hacer eso sin mi permiso?! -grité.

Entonces me abrí el cinturón y el sonido de la hebilla hizo que ella se cubriera con manos y piernas protegiéndose como si fuera a pegarle, a pesar de que yo no había hecho ningún gesto. Eso me extrañó, pero tampoco negaré que me gustó, me la puso más dura ese poder. Quizá tendría que probarlo más veces. Me bajé la bragueta y la estiré de su cabello hasta que su cara quedó delante. Reconoció de inmediato lo que yo quería, pero como no veía, me olió como una buena perra y empezó a lamer. Intentó sacarla con las manos aún atadas. Sin manos, dije azotando fuerte con la mano una de sus tetas. Gimió y buscó ansiosamente sacármela solamente con la boca y lo consiguió. Me la comía desesperada pero muy experta ella, con esa boca teñida de violeta que era una delicia.

Empecé a comer pizza mientras ella comía mi polla entera. Y digo entera porque de vez en cuando la estiraba del collar hacia abajo hasta que le entrara toda. Se ahogaba y luego la soltaba, pero sin obligarla volvía ella sola a la carga. Llena de babas y con el rímel corrido se esforzaba en dar la mejor mamada a su amo. Tanto fue así, que no tardé en correrme en su boca. Los chorretones de semen pintaban ahora sus labios de violeta y blanco.

La estiré del collar de nuevo, pero ahora para que bajara de la cama a cuatro patas y puse un par de trozos de pizza en un plato en el suelo que ella comió gustosamente sin limpiarse.

-Cuando termines puedes vestirte y marcharte en silencio -hice una pausa-, y recuerda, a partir de ahora lleva siempre tu colita de metal, pronto tendrás una de verdad -dije mientras le desataba las manos y le quitaba la venda de los ojos.

-Sí, mi amo -contestó rápidamente con la boca llena de pizza.

No me pude enfadar, había sido buena perra. Ni siquiera usó la palabra de seguridad, que yo estaba casi seguro que usaría ese mismo día. Solamente reí y le alboroté el pelo como a una mascota. Por esta vez será mejor que te limpies un poco para volver a casa con tu familia...