Querida Emma

Una perra curiosa y una iniciación con castigo

1. Conociendo a Emma

Soy un tipo bastante normal, moreno, ojos marrones, estatura y peso medios, nada fuera de lo común. Tampoco fui nunca un guaperas, ni un ligón, ni siquiera mantuve relaciones duraderas porque en el sexo siempre fui un poco exigente y especial y probablemente no merecía que me aguantaran. Pero también he de decir que desde que empecé como profesor de infantil, hay veces en las que mis vocaciones de profesor y de amante dominante se pelean a tiempo completo por las madres de los niños.

Aunque he tenido varias historias para contar, recuerdo especialmente una sustitución que me tocó hacer en un colegió privado hace unos añitos. Estuve como en casa allí y me hicieron sentir muy bien, sobretodo una de las madres, Emma, la madre de Javier. Una de las madres que más destacaba en todo. Una de las más exageradamente pija, con sus ropitas y sus bolsos siempre, a pesar de su edad, porque ya era madurita, pero ella podía lucir. Cabello largo y rubia, aunque teñida, ojazos color miel, cuerpazo de gym y tetazas, operadas, como no.

En una de las primeras reuniones a la que acudió, hablé del progreso de los niños y avisé que las reuniones personales las haríamos los siguientes días. A pesar de ello, Emma y otra madre se quedaron para preguntas. Ella esperó a que terminara la otra madre y cuando se quedó sola empezó a preguntarme cosas muy triviales, mientras no paraba de tocarse el pelo y hacer poses apoyada sobre una de las mesas. La verdad es que le quedaban de miedo aquellos pantalones ajustados con el culazo que tenía, pero yo, que soy un poco "especial", y no me caliento tan fácil, corté fríamente la conversación indicando que tenía prisa y que en la reunión de Javier hablaríamos más.

Sabía que no le habría sentado bien, pero me gusta dominar sobre todo a las que se creen diosas de la vida. De hecho, me llegó del director una queja en los días siguientes. Alguna que otra madre, sin nombres, creían que me faltaba amabilidad en el trato con ellas. Imaginaba que habría sido ella, por una parte se me quedó Emma un poco atravesada en mí, y por otra me divirtió, iba a ser interesante cuando llegara su reunión personal.

El día llegó. Los dos sabíamos que Javier no era ni de lejos de los listos de la clase e iba un poco apurado con sus deberes y comportamiento. Y mientras hablábamos de todo ello seguía tocándose el pelo y haciendo poses de sirenita de nuevo. Hablé un poco más serio y mientras buscaba unos papeles me percaté que se había desabrochado un botón del enorme escote de su blusa, ¿que pretendía? ¿era algún tipo de chantaje emocional?

-Mira Emma, voy a ser claro -hice una pausa para dramatizar-. No sé qué clase de profesor tenían antes los niños y está claro que tú eres una madre de muy buen ver, pero te agradecería que te abstuvieras de comportamientos seductores como una colegiala que quiere que le cambien la nota, porque no va a cambiar nada para Javier -respiré.

-Ya te gustaría a ti -dijo con rabia abrochándose bien el escote-, pero que profesor más estúpido nos ha tocado -se puso violenta moviéndose, cogiendo su bolso. La cogí por el brazo cuando se disponía a salir como un demonio.

-¡No me toques! -y se detuvo allí dentro en la puerta- ¿quién se va a interesar por un joven y estúpido que no sabe de la vida? ¿y encima se atreve juzgar sexualmente? ¿qué sabrás tú más que hacerte pajas? Ya te gustaría a ti tener esto -estaba realmente enfadada apretándose las tetas como una loca.

-Mira Emma, cálmate, no te ofendas, pero sexualmente no me conoces. Yo necesito otras cosas y disculpa si te he juzgado mal, pero somos de generaciones diferentes y hay madres jovencitas...

-¡Corta! No sigas por ahí que me voy directa a hablar con el director -seguía enfadada pero menos.

-Mira Emma... -empecé de nuevo.

-Deja de "mira Emma" ya -se cruzó de brazos, eso era buena señal.

-Está bien, está bien -levanté los brazos como si me rindiera-, hemos empezado con mal pie desde que llegué, ¿te parece si seguimos calmadamente? Lo que nos importa a los dos es Javier y estamos haciendo de esto algo personal -me expliqué fatal, pero funcionó.

Finalizamos la conversación de forma tranquila, ella se quedó satisfecha con mi actitud ante Javier, aunque hacía incisos y sarcasmos con mi actitud hacia ella, que yo toleraría y desviaría por el momento, y al final hasta hicimos bromas y pareció marcharse contenta.

-¿Sabías que esa mujer ha tenido 3 partos? -dijo un compañero que la repasaba de arriba a abajo cuando salía.

-Quien lo diría... -hice una pause pensativo- ¿dinero? -pregunté casi sin necesitar respuesta.

-Sin duda -y se fue.

2. El collar

Todas las madres tenían un grupo de WhatsApp donde me incluyeron a mí y con ello conocían mi número. Lo consentí, a sabiendas de que mi número estaba disponible solamente para emergencias, pero esa misma noche me llegó un mensaje de Emma. Me dijo que no podía dormir y que la disculpara por haberse salido de sus casillas de madre. Eso para mí era un primer acto de sumisión que me dio tremendas ganas de intentar dominarla por mensajes, pero aún era pronto y fui amable. Le dije que era una mujer impresionante y guapa y que me disculpara por las palabras que había usado.

Ya no contestaba, parecía una conversación completa y cerrada cuando escribió de nuevo. Gracias y perdóname por tardar en contestar, me metí a la ducha y se me fue el tiempo. Yo ya estaba en la cama, leyendo, y ¿a que venía ese mensaje? Hice un par de bromas pícaras, pero cautelosamente y ella las siguió con gracia. Para mi ahora estaba claro que tenía posibilidades, pero la seguía viendo muy madre, muy blanda... entonces me preguntó por qué yo había dicho algo como que una mujer como ella no me interesaba. Y no le contesté a propósito, quería ver su curiosidad, insistencia, sumisión a que la ignorara.

AL día siguiente cuando terminaron las clases estaba en la salida esperándome. Un excelente para mí, el camino de mis intenciones existía y funcionaba. ¿De dónde sacaba el tiempo para no ocuparse de sus hijos? Niñera, supe después.

-A mí nadie me deja sin responder y con la intriga -dijo-, ¿un café?

-No deberíamos. Tú estás casada y yo soy el profesor de tu hijo -mi negación la estaba llevando al extremo, si funcionaba, que funcionara bien.

Insistió, me dijo donde podíamos ir para que fuera más discreto, y no me pareció novata en esconderse. Recuerdo que estaba bastante apartado de la ciudad y era un cuchitril, pero con un buen café. Y allí en la mesa empezamos un juego de cuéntame, no, dime tú, no cuéntame tú... estaba claro que quería hablar de sexo y al final me preguntó si yo era gay, o que había querido decir.

-No, no soy gay, y no quería entrar en estos temas -¡mentira! me encantaba que me tirara de la lengua, sería definitivo para ella-, pero seré sincero... a mí me van cosas, llamémoslas fuertes, en el sexo, y no quiero ofenderte, pero he conocido otras mujeres de tu generación que se asustaron -yo estaba serio y su rostro mostraba aún desorientación.

-¿Qué haces? ¿Les pegas? -sonrió, pero ahora parecía más nerviosa.

-No, para nada, son más juegos de dominación, amo y sumisa o esclava... algo que sinceramente va más con muchas chicas de hoy, sobre todo jovencitas y chicas duras, rebeldes, y tú me parecías tan... femenina y frágil -sonreí intentando que se sintiera desplazada. El negacionismo hacia ella funcionaba.

-Buah, chaval, eres un jovencito a mi lado, pero yo he hecho de todo, si tú supieras -había cambiado hasta su tono, era como una perrita intentando entrar en mi círculo privado.

-¿Que has hecho? Cuéntame -hice una pausa y ella solo me miraba-, porque yo te pondría un collar y te trataría como a una perra y eso es solamente el principio -dije sinceramente.

Era como enseñarle mis cartas, pero me pareció el momento y lo era. Ella quedó en silencio y finalmente preguntó cómo era el collar. Busqué algunos por internet, tenía mis preferencias, pero por ahora la dejaría elegir. Me dijo cuales le gustaban y parecía divertida con el tema, pero entonces le expliqué cómo funcionaba: Si se ponía un collar mío, ella sería mía y tendría que obedecerme y complacerme, además de olvidarse de su placer, que lo tendría también, pero bajo mi mando.

Seguía pensativa y con preguntas. Era normal. Podríamos llegar a cosas extremas, pero siempre cuidando los riesgos, pero eso más adelante y el collar podría quitárselo si lo creía conveniente, pero significaría el fin de la relación conmigo sin arrepentimientos ni vuelta atrás.

-¿Que dirías si te dijera que me gustaría probar? -pareció haberle dado seguridad la última explicación.

-Que no sabes dónde te metes, pero me encanta -la tenía y me sentí aliviado por la tensión creada-. Dame tu dirección que te lo mando cuanto antes -dije finalmente.

-Pero ¿a mi casa? ¿y mi marido? -preguntó sorprendida.

-Sí, podemos buscar otro método, pero no podemos empezar con esas preguntas...

-Da igual, mándalo, mi marido es un pichafloja que ni me toca ni se entera de mi vida -respondió rápidamente

-Pero recuerda, una vez te lo pongas eres mi propiedad y me obedecerás por encima de todo, tendrás que llevarlo siempre, no podrás quitártelo nunca sin consecuencias, tengo que verlo siempre que te vea o te pida una foto -y asintió con la cabeza.

Cuero negro, hebilla trasera, tres argollas, dos pequeñas laterales y una grande en forma de corazón. Era uno de los que me indicó que le gustaban y fue el que mandé. Enviado, fue mi escueto mensaje al rato de llegar a casa y pagarlo. ¿Sabes que estoy mojada y sola? fue el suyo. No puedes tocarte sin mí, a partir de ahora controlaré yo tu placer, le expliqué. Aún no tengo el collar, fue su respuesta, una buena respuesta. Punto para Emma, esta perra va a necesitar más lecciones de las que pensaba. Modifiqué el pedido para que fuera urgente, no iba darle muchas oportunidades más de réplica.

3. Obediencia

Al día siguiente por la mañana estaba dando clase cuando me llegó una foto del cuello de Emma con el collar. Perfecto, pero le pedí tres fotos más de cuerpo entero: una tal y como iba vestida en ese momento, otra solamente con la lencería que llevara debajo y otra completamente desnuda. Me dijo que iba muy deprisa con las fotos íntimas, le insistí y le recordé que ahora tenía el collar y yo era su dueño, pero solamente me mandó la de la ropa actual y la de la lencería.

Espectacular, su cuerpo con lencería, pero merecía su primer castigo, así que la insté a quedar a toda costa esa misma tarde. Puso sus primeras pegas y llegó tarde, pero finalmente nos encontramos de nuevo en nuestra cafetería cuchitril. Esta vez, en lugar de café y preguntas, fueron unas cuantas cervezas con insinuaciones adelantadas. Le recordé las normas y le dije que la iba a castigar por negarme una foto, pero estaba crecidita, con ganas de follar como una perra, decía, y me di cuenta que todavía no entendía bien lo que era ser una perra de verdad para mí.

Fuimos a mi casa. No tardó en intentar sobar mi paquete para ponerme a tono, pero la aparté y le recordé quien era el amo. Vale, vale, dijo un poco desconcertada. Sí, amo, le dije seriamente. Sí, amo, repitió. Eres una perra, mi perra, le dije mientras la forzaba a quedarse en cuatro patas en el suelo. Le pedí que se desnudara por completo y entonces hizo la mención de levantarse, pero la obligué a quedarse en posición de perra.

Así no vas a disfrutar bien de mis tetas y mi coño que está muy muy mojado. Ignoré sus palabras y esperé observándola. Empezó a intentar desnudarse y le costó lo suyo, tuvo que revolcarse varias veces por el suelo, con lo que empezaba a entender que era una perra. Seguía divirtiéndole desnudarse en cuatro para mí, provocando con su culo y su coño hacia mí.

Ahora ponte de pie, dije. Obedeció. Estaba completamente desnuda, completamente depilada, y tenía un cuerpo espectacular como ningún otro que hubiera tenido yo antes. Era un pecado no follarla, pero era más importante su rol y todo llegaría. Ahora que estás completamente desnuda, solo con el collar, hazte la foto como te pedí y me la mandas como te pedí, dije en tono serio, y le acerqué su móvil.

-De todo esto va... -intentó decir.

-Ssshhh -la interrumpí-. ¡Cállate perra! Hablarás solamente cuando yo te lo diga -exigí y se calló-. Y siempre que entiendas lo que te he dicho responderás, sí, mi amo, ¿entendido?

-Sí, mi amo -respondió tranquila.

Se hizo la foto, me la mandó y me devolvió el móvil. ¿Sería que empezaba a fluir la buena sumisa? Cogí unas cuerdas de las finas, para poder darle más vueltas y le até las manos a la espalda y a una columna. Luego le puse un gag con forma de bola en la boca.

-Espera tengffhjkmgmggg -no le dio tiempo a hablar.

Probablemente tenía que ir al baño, por las cervezas, yo ya lo sabía y de hecho yo fui y ella se puso a gritar ahogadamente más fuerte hasta que volví. Yo llevaba una fusta con lengua en la mano y ella seguía intentando hablar. Cállate perra, este va a ser tu castigo. Le di un golpe suave en sus labios vaginales y su mirada ahora era de miedo. Se había dado cuenta que iba a jugar con el sufrimiento de su pis. Entonces le di otro golpecito suave en su coño y ella soltó un gemido y hacía gestos de negación con la cabeza. Claramente no quería más golpecitos ahí.

Le di otro golpecito y el rímel de sus ojos delató una pequeña lágrima de sufrimiento. Entonces cogí su lencería y la puse debajo de ella, entre sus pies. Nunca más te vas a poner lencería hasta que te lo vuelva a pedir. Le di otro golpecito y empezó algo parecido a un lloro, pero era de humillación. Las primeras gotas de pis cayeron sobre su lencería y un ligero chorrito las siguió por el muslo hacia abajo. Cayó sentada, temblando y se meó entera sin parar en el suelo mojando completamente su lencería.

Aquella escena me la puso más dura que su cuerpazo un rato antes. La desaté de la columna, y aún atada de manos y con la bola en la boca, la llevé a la ducha. Allí dentro, en posición de perra, la limpié toda y la follé. La penetré bajo el agua, la embestía muy fuerte, como premio por lo buena perra que había sido aguantando el castigo. Ella jadeaba muy fuerte y babeó bastante con la bola en la boca. Se corrió, y eso significaba que había seguido estando excitada durante el castigo. Apuntaba a muy buena perra. Seguí penetrándola fuerte entre jadeos pesados suyos y míos, y entonces me corrí yo, fuera, sobre el tatuaje de un sol y luna que tenía justo arriba del culo.

-Hoy has conocido otro sol y otra luna, otro mundo -dije en referencia poética a su tatuaje. Le quité el gag con un gesto de silencio para que no hablara. Luego le desaté las manos -Y ahora quiero que te vistas, incluida tu lencería meada de perra mala, y te vayas a casa. Nunca más volverás a llevar lencería hasta que te lo pida de nuevo. Y nunca más me vas a negar nada mientras lleves el collar. ¿Entendido? -hizo solo un gesto afirmativo con la cabeza- ¿Sí...? -y yo un gesto con las manos esperando algo más.

-Sí, mi amo -respondió y cumplió con lo que dije.

Se vistió, incluida su lencería meada, salió en silencio y se fue a casa. Probablemente se quitaría su ropa meada de camino a casa, o la tiraría, pero ya no me preocupaba. Su "iniciación" no había sido la planeada, pero había cumplido. Había sufrido y también había disfrutado claramente.