Querida Claudia

Relato de Ifardavin, publicado hace unos años

Empiezo diciendo que este relato no es mío, lo escribió Ifardavín hace unos años y, no sabe por qué, fue borrado de la página. Naturalmente, le he pedido permiso para publicarlo.

Un beso

Han pasado los años, aún no soy muy mayor más he vivido lo suficiente para poder echar una vista atrás y valorar. La vida me ha tratado bien. Veo ahora a mis nietos corretear por la casa llenándola de risas de nuevo. Hace tanto de aquello…

He querido hoy, desde la nostalgia, sentarme con papel y lápiz e intentar escribir un trocito de mi historia, la que todavía me duele recordar. He sido feliz con mi mujer, hemos tenido cuatro hijos, dos chicos y dos chicas y ellos nos han dado 5 nietos, de momento.

Mi esposa murió hace ya un tiempo, un cáncer se la llevó hace unos años. Cómo le hubiera gustado ver a estas criaturas… Hubiera sido la perfecta culminación a su vida de mujer abnegada, dedicada a las tareas del hogar y a cuidar, por encima de todo, a sus hijos y marido. Me he sentido querido por ella y echo de menos muchos de los momentos que pasamos juntos.

Pero ella no fue mi primer amor, apareció como una tabla de salvación tras un problema que se inició cuando apenas contaba veinte años. De eso hace tanto y tan poco a la vez…

Vivía en casa de mis padres, como es lógico. Tenía una vida normal, estudiaba económicas, creo que 3º, sacaba notas más que decentes por lo que no estaba agobiado. Hacía deporte, todo el que podía o los estudios me permitían, no tenía novia y no por falta de ganas.

Mi madre tenía una máxima: No te eches novia antes de terminar la carrera, te distraerá y sólo tendrás problemas. Cuando acabes, te las tendrás que quitar de encima como moscas.

Eso estaba muy bien, si te lo inculcan desde pequeño lo acabas asumiendo como un mandamiento. Pero tiene un pequeño problema, teniendo 20 tacos estás, en este caso estaba, más salido que las pistolas del Coyote. Llega un momento en que el desahogo solitario no es suficiente, aparte de mis prejuicios en este tema y, desgraciadamente, era un inútil ligando.

La timidez que siempre he arrostrado es de nacimiento, alimentada por unos padres autoritarios y protectores que siempre me lo daban todo hecho. Había estudiado en un colegio de curas, totalmente masculino, lo que no contribuyó precisamente a ayudarme.

Cuando empecé la universidad, fue un cambio tan brutal que tardé todo un trimestre en reordenar y reencauzar mi vida. Y eso porque tuve la “inestimable” ayuda paterna. Explicándome mejor, en la facultad había chicas, las asistencias a clase no eran obligatorias… Mi desparrame fue tremendo. De siete asignaturas, sólo aprobé una ese primer parcial lo que implicó estar castigado de todo “ad infinitum”.

Esa fue la ayuda paterna. No me quedó más remedio que ponerme a estudiar, ir a clase como si estuviera en el colegio y de salir por ahí los fines de semana, mejor ni hablamos.

Lo único bueno que había sacado de aquel trimestre, fue estrenarme con una chica de la facultad, más mayorcita y curtida en tablas (prácticamente me violó al saber que era virgen) y pillarme unas borracheras en el campus fuera de lo normal.

En fin, volver a la rutina monacal de años anteriores fue un golpe durísimo, después de probar lo bueno… Es como volver al jamón de York tras estar comiendo Jabugo de bellota.

Y claro, teniendo las clases por la tarde, para tenerme más controlado y comprobar que madrugaba me hicieron llevar a mi hermana al colegio todos los días. Esto suponía levantarme a las 8 de la mañana, dejar a Claudia a las 9 para estar de vuelta antes de las nueve y media, lo suficientemente pronto para ponerme a estudiar ¡Toda la mañana!

Hacia las dos menos cuarto, volvía al colegio a recogerla para comer, luego yo me iba a la facultad hasta las nueve de la noche. Mi madre siempre estaba en casa controlándome; tenía que dejar la puerta abierta de mi habitación mientras estudiaba y, si ella salía a hacer la compra o cualquier otra gestión, se ocupaba muy mucho de ver qué estaba estudiando y por qué página iba.

Así, cualquiera aprueba. El segundo parcial me salió de cojones y no me quedaba más que recuperar en los finales. Saqué primero limpio, pero puteado a tope.

Cuando empecé segundo, iba más relajado, ya sabía cómo era la universidad, lo que tenía que hacer para aprobar, etc., así que me lo tomé con más tranquilidad desde el principio, pero con la rutina de siempre. Por si acaso, no cambiaron mis responsabilidades en casa, mis padres no se fiaban de mí, tenía que llevar y recoger a mi hermana, ahora en coche pues me había sacado el carnet de conducir, para que siguieran tan seguros como siempre de que me levantaba temprano y estaba toda la mañana en casa estudiando.

Así durante todo el curso. Al empezar el siguiente, 3º, ya ni me acordaba de cómo era salir por ahí con amigos, alguna escapadita al cine muy esporádica y poco más. Por suerte, mi hermana empezaba COU y sería el último año en que la tendría que llevar. Ella tenía entonces 18 años recién cumplidos.

Ya he dicho que Claudia tenía 18 años, debería decir que estaba muy bien, tenía unas tetas decentillas, suponiendo que ya se le habían desarrollado del todo, un tipo delgadito y mono con una cara muy bonita y graciosa. El pelo rubito y los ojos (u ojazos) verde claro preciosos.

Estaba pensando en que, si mi hermana no hubiera sido tan mona, no hubiera sucedido nada de lo que después pasó. No recuerdo el momento exacto, me refiero al mes. Creo que era noviembre cuando Claudia apareció por casa con el tema del viaje de fin de curso.

Al acabar la etapa escolar, era típico hacer un buen viaje para celebrarlo y ellas, las chicas de su colegio, no iban a ser menos. Suponía organizar fiestas, hacer rifas, vender papeletas, todo lo necesario para recaudar el dinero suficiente.

Recuerdo el primer taco de esas papeletas que trajo a casa, debía de tener no menos de cincuenta. Parecerá una bobada, pero vender 50 papeletas de una rifa con el tema del viaje de fin de curso, es bastante difícil. Había varios métodos. El primero era vendérselas todas a tu padre y la familia. Quizás funcione la primera vez, pero no más. El siguiente es ir de puerta en puerta de todos tus conocidos (los vecinos los primeros) intentando colocar tu dichosa papeleta y en tercer lugar, salir a la calle para venderlas a la gente al pasar.

A Claudia le funcionaron medianamente las dos primeras opciones, apenas 20 papeletas. Lo de venderlas por la calle le duró un par de días con resultados más exiguos. Finalmente, mi hermana encontró otro sistema. A saber, metérsela doblada al pringado de turno (o sea, yo).

-Oye Chemi (de José Miguel), toma estas papeletas a ver si puedes vender alguna en tu facultad. – Me dijo un día.

  • ¿Quién, yo? No te lo crees ni tú. – Le contesté. Yo era incapaz de vender una papeleta, de hecho, no iba a ir a mi viaje de Paso del Ecuador por ese tema.

-Venga, hombre ¡No me irás a hacer esta faena! Si no vendo las papeletas me quedo sin ir.

  • ¿Y yo qué quieres que haga? Soy un inútil vendiendo nada. Ni siquiera vendería un vaso de agua en el desierto. – Me excusé, un poco espantado ante la perspectiva de verme con un taco de papeletas en la mano.

-Jo, Chemi (Claudia no decía ni un taco), deberías ayudarme un poco. Me queda más de la mitad, antes de navidades tengo que haber vendido todas... Tampoco te cuesta tanto.

-Que no, Claudia, que no. Que yo no puedo, que no valgo. Además, a mis compañeros no les puedo vender, estamos todos más tiesos que la mojama y tienen que colocar las suyas para nuestro propio viaje. Yo he pasado de ir porque soy incapaz de hacerlo, así que, ni de coña y por la calle, ni lo sueñes.

Claudia estuvo unos cuantos días mosqueadilla conmigo, pero era consciente de mi nula aptitud para la venta. Yo creo que fue entonces cuando empezó a maquinar algo diferente para conseguir mi ayuda.

Unos días después, cuando la llevaba al colegio (aunque tenía edad para ir sola mis padres querían que la llevara yo), volvió a insistir en el asunto.

-Chemi, ya que no te atreves tú sólo a venderme las papeletas, me podías acompañar.

  • ¿Y por qué no te acompaña alguna compañera de tu clase? – Respondí.

-Pues porque ella también tendrá que vender las suyas y entonces es el doble. Además, los papás sólo me dejan si tú vas conmigo, si no, no. No quieren que vaya sola por ahí.

No sé cómo consiguió convencerme, supongo que para no oírla.

Ese fin de semana, el sábado por la tarde, bastante hecho polvo por el partido que había jugado por la mañana (de mis pocos esparcimientos) y jodido por el mero hecho de tener que vender papeletas, acompañé a Claudia por las calles más céntricas.

Yo estaba más que molesto, me daba rabia tener razón, Claudia se acercaba a cualquiera que tuviera pinta de poder comprar y ponía su mejor carita de buena.

  • ¿Perdone, me compra una papeleta? Son para el viaje de fin de curso, rifamos una moto, sólo son 25 pesetas…

-No, gracias.

-No, gracias.

  • ¿Para qué quiero una moto, rica? No, gracias.

Así, uno tras otro. Si ella, con esa cara angelical no conseguía nada, imaginarse yo. Me aburría que me mataba aparte de pasar una vergüenza horrorosa y la pobre Claudia estaba al borde de la desesperación. No habíamos vendido casi nada en toda la tarde.

  • ¿Cuántas papeletas te quedan todavía? – Le pregunté.

-Pues… Algo más de diez, quince en total.

-Pues ya has vendido treinta y cinco, no está tan mal.

-Sí, pero ya no tengo a nadie más a quien colocarle alguna…

Hice cálculos. Le podía comprar esas quince, 375 pelas. Bastante dinero, pero lo podía asumir.

-Oye, Clau. Te compro las papeletas. ¿A cuánto son? ¿A 25 pts?

-Sí, pero no las vas a comprar tú, para eso que las compren papá o mamá. – Me contestó.

-Vale ¿Y por qué no lo hacen? – Pregunté con curiosidad.

-Pues porque, aparte de haberme comprado varias, luego tendrán que poner más dinero al final. Si no hiciéramos rifas o fiestas, el viaje saldría carísimo.

-Ah, ya. Pues eso, que te las compro yo. Estoy harto de estar aquí y no haber vendido casi nada.

  • ¡Que no! ¡He dicho que tú no! Los papás no nos dan mucho dinero, no te vas a quedar sin pasta por mi culpa.

Era verdad, mis padres no pasaban ningún tipo de ahogo económico, pero no eran precisamente espléndidos con la paga semanal.

  • ¡Qué va! Como apenas salgo, tengo ahorradas más de diez mil pesetas. Por dejarte 375 no me va a pasar nada ¿No?

  • ¿Diez mil? ¡Joder! – Soltó Claudia

  • ¡Oye, tú! ¡Ese vocabulario! – No me gustaba nada que dijera palabrotas.

-Perdona Chemi, se me ha escapado, pero es que diez mil pesetas… Es un pastón.

-Ya, sí, es bastante. Con ellas, si apruebo todas, me pienso pegar unas vacaciones de lujo. – Era mi sueño, ir de camping con amigos a cualquier sitio sin padres.

Vi brillar los ojos de mi hermana, para nuestra edad, era todo un capital y, con lo que nos estaba costando terminar de vender unas papeletas de mierda, estaba más que dispuesta a aceptar mi oferta.

Al llegar a casa, fue directa al grano, nada más entrar ya me estaba pidiendo el dinero. Me acompañó a mi habitación, vigiló donde tenía la pasta y no me di cuenta de la cara que puso cuando le di su parte guardando el resto dentro de una caja metálica en un cajón de mi armario.

Nunca lo hubiera sospechado, en mi casa nadie había cogido nunca nada de los demás. Pero mi dinero sí, alguien me lo quitó.

Enseguida me di cuenta de que Claudia era la única que lo sabía, la chica de servicio que teníamos llevaba muchos años con nosotros, nos había criado a ambos, y no la veía capaz.

Antes de contárselo a mis padres, fui a hablar con mi hermana, sabía al 100% que ella era la culpable.

Llamé a su puerta, me dio permiso para entrar, pasé y me senté en su cama. Ella estaba en su mesa, supongo que estudiando.

-Claudia, mira, no voy a andarme con bobadas. Sé que me has cogido el dinero que tenía ahorrado. Antes de decírselo a los papás, prefiero que me lo devuelvas y ya está.

  • ¿Y cómo sabes que he sido yo? Podría ser Juani. – Me contestó desafiante, refiriéndose a la chica de servicio.

  • ¿Juani? Mira Clau, Juani no me cogería dinero ni borracha. Lleva más de veinte años en casa, sé que apenas se gasta nada y no necesita cogerme ningún dinero. Sólo quedas tú. Si lo prefieres, vamos a hablar con los papás a ver qué opinan…

Claudia se desmoronó enseguida. Había sido un momento de debilidad y no pensó en las consecuencias, ni siquiera en que sería la única sospechosa.

-Perdona Chemi, perdona. Ver que tenías tanto dinero y que no lo tocabas me hizo pensar que no te darías cuenta… Perdona, por favor. – Contestó con los ojos húmedos.

-Ya, que no me daría cuenta. ¿Y se puede saber para qué querías tanto dinero? – Le contesté de evidente mal humor.

-Es que así no tendría que vender más papeletas en todo el año y tendría el viaje asegurado. Además, no tendría que pedir tanto dinero a los papás al final. – Seguía muy compungida.

-Mira, no sé si eres tonta o te lo haces. Sabes de sobra que lo iba a descubrir enseguida. Me he ido contigo a vender intentando ayudarte, te he comprado quince papeletas de esas que no me importan nada, sólo por ti ¿Y tú te portas así? Pues conmigo no vuelvas a contar. Y ya me pensaré si les digo algo a los papás.

Desde su silla se lanzó sobre mí que seguía sentado en la cama, me abrazó metiendo la cabeza en mi pecho, lloraba y me pedía perdón… Me hizo caer de espaldas, quedando tumbada sobre mí.

Bastante turbado por su actitud, por verla llorar, me solté e incorporé de la cama. Miré a Claudia muy serio.

-Bueno, no vayamos a hacer un drama de todo esto, devuélveme el dinero y ya está, no diré nada. Pero no te quiero volver a ver en mi habitación sin permiso ¿Entiendes?

Desde su cama, hipando, hizo gestos afirmativos con la cabeza. Se levantó, abrió un cajón de su mesa del que sacó un fajo de billetes. Con mano temblorosa me lo tendió.

Al cogerlo, me dio cierto reparo verla con los ojos llorosos y aspecto desvalido, al fin y al cabo, yo gastaba muy poco dinero, era muy ahorrador. Más por pena que por altruismo, separé la mitad y se lo ofrecí.

-Supongo que con esto te bastará para las aportaciones de todo el curso. Y no me des las gracias, de momento no lo necesito para nada. Cuando puedas, ya me lo devolverás.

  • ¿Y tus fabulosas vacaciones? – Me preguntó esperanzada.

-Bueno, siempre puedo posponerlas un año o que sean un poco más discretas. Y de aquí a final de curso, seguro que ya lo he vuelto a ahorrar, ya veremos.

Iba a salir de su habitación cuando me volvió a abrazar, fuerte, muy fuerte. Cuando me resultó agobiante, me separé haciendo un poco de fuerza con los brazos, ella se separó un poco, subió las manos a mi cuello, me agarró de la nuca, se puso de puntillas y, tirándome hacia abajo, me besó en los labios.

Tras unos segundos tan sorpresivos como eternos, me soltó. Mi pasmo era absoluto. Iba a decir algo, a increparla, a preguntar de qué iba, cuando me dio otro beso más corto y se giró hacia su mesa.

-Gracias –  Dijo simplemente, volviéndome la cara.

-Esto…, Bien, vale, hasta luego… - Contesté bastante turbado.

Y me fui de allí con una cara de asombro (vulgo, de tonto) de impresión. ¿A qué había venido eso? ¿A las cinco mil pesetas que le había dado? Vale que fuera mucho dinero, vale que lo agradeciera, vale que me abrazara, pero… ¿Besarme los labios? ¡Pues sí que le había hecho ilusión!

Pero hubo una cosa más indefinible y más placentera que el propio beso. En un principio, no lo identifiqué, pero, estando sentado en la mesa de mi habitación delante de unos libros, me di cuenta de que tenía una sensación extraña.

Hasta ese momento había pensado en los labios de Claudia, me habían perecido suaves, incluso la punta de su lengua había acariciado los míos… Una sensación muy agradable, por cierto… Pero… Había algo más, me había hecho alguna otra cosa…

Cuando caí en la cuenta, sentí más asombro aún. Asombro por quién era, asombro por lo sentido… Me había clavado sus tetas en el pecho, en la parte baja, la llevaba más de media cabeza. Pensando, pensando, eran muy duritas, no sé… No debería haberlas prácticamente notado… O no debería causarme este desasosiego…

Y empezó mi perdición. Antes comenté que estaba bastante salido, muy normal teniendo en cuenta el tipo de vida que llevaba. Las chicas no eran muy fáciles que digamos, por lo menos, comparadas con las actuales que tienen asumido (la mayoría) el sexo como algo normal y cotidiano, y menos para alguien tan dotado en relaciones sociales como yo.

Entonces, follar era una mera quimera antes de la universidad, y después, tampoco era nada fácil, no había sitios a los que llevar a la que estuviera dispuesta a algo y sólo los que tenían o teníamos coche, éramos los afortunados.

Yo, a pesar de disponer de medio de locomoción, apenas me había comido una rosca; sólo en primero de carrera y, la censura paterna, el continuo machaque de mi madre, más mi propio sentido religioso y moral en particular, hacía que desde aquel entonces no me hubiera aproximado a una chica ni a kilómetros de distancia.

Supongo que por eso el abrazo y el beso de Claudia habían sido tan turbadores. Teniendo en cuenta la inexistencia de ordenadores, de revistas porno (a no ser que alguien las trajera a escondidas del extranjero) y no digamos de películas XXX, mi conocimiento sexual se reducía a un solo polvo (bueno, dos seguidos, en un coche y con la ropa puesta), alguna foto de revista mil veces manoseada y nada más.

A partir de ese día, me empecé a masturbar a diario (aunque para mí fuera pecado y hubiera procurado siempre mantener la castidad) con el aditamento de Claudia en mis meneos. Reconozco que, cuando alguna vez me hacía una paja, me sentía culpable por el mero hecho de hacerla, porque lo decían los curas. Tampoco pensaba en nada especial, no me hacía falta, simplemente me la meneaba y me corría por el exceso de testosterona. Luego, cuando me confesaba, lo contaba de pasada, como si fuera un pecadillo venial… Que el cura se encargaba de hacerme ver lo contrario.

¿Quién iba a pensar que ahora tenía un ingrediente extra? Porque, al acostarme, tardaba menos y nada en volver a sentir los labios, la puntita de la lengua y las tetas de mi hermana. Lo absurdo era que, teniendo alguien concreto que imaginar, me sintiera menos culpable, me parecía más lógico el cascármela, no buscaba la autosatisfacción, era como buscar la de ella, una especie de homenaje. Dejé de mencionarlo en mis confesiones.

Era evidente que no eran sólo pajas físicas las que me hacía, las mentales eran peores. Tanto asueto, tanto celibato tenía que tener algún lado negativo.

Ahora bien, no por el hecho de imaginar partes de la anatomía de Claudia y masturbarme con ello estaba pensando en algo más con mi hermana, ni de casualidad. Lo que hacía era más que suficiente.

Pero el diablo, cuando se aburre, mata moscas con el rabo y trae las tentaciones a pares, o a triples, o yo qué sé. A partir de entonces parecía haber encontrado una brecha en mi moral y no tenía intención de dejarme tranquilo. Aunque me resulta un poco difícil de explicar, el hecho de que fantaseara con mi hermana, no enturbiaba para nada nuestra relación, eran cosas completamente diferentes. Me daba igual imaginarme a Claudia o a una fulana cualquiera, simplemente, era poner cara a la calentura con algo concreto.

Sin embargo (el maligno siempre acecha y siempre pensé que fue provocado) llegué un día a casa después de la facultad, eran cerca de las diez de la noche, viernes; por lo que pude ver en la nota que había en la entrada, mis padres habían salido a pasar el fin de semana fuera.

Miré en el cuarto de estar y me extraño no ver a mi hermana, tampoco en su habitación ni en la cocina. Sin darle mayor importancia, pensé que habría aprovechado para llegar tarde sin que mis padres se enteraran, ya le diría yo alguna cosa. Me preparé algo de cenar de lo que mi madre había dejado en la nevera, cogí una cerveza y me dirigí al salón a ver un rato la tele. Al recorrer el pasillo, algo había cambiado, pero no me di cuenta inmediatamente. Seguí a lo mío, llevaba cinco minutos viendo no sé qué programa cuando escuché unos gemidos…

Extrañado, me acerqué al televisor a bajar el volumen y pregunté en alta voz:

  • ¿Claudia, estás ahí?

Silencio, sólo suaves gemidos que venían del pasillo. Me acerqué a la puerta, agucé el oído no escuchando nada. ¡Qué raro! A punto de volver al sofá, se volvieron a escuchar los gemidos, volví a aguzar el oído… Me di cuenta entonces, la puerta del cuarto de Claudia que yo había dejado cerrada, segurísimo, estaba entreabierta proyectando una luz muy tenue al hacia el pasillo.

Más que extrañado, me acerqué sigilosamente, no fuera a haber alguien que le hubiera hecho algo a mi hermana. Me paré en mitad del pasillo, volví al salón y cogí el cuchillo de mi plato, por si acaso.

Al volver a acercarme, los gemidos subieron de nivel, me estaba asustando. Con más que cautela llegué a la puerta de su habitación y, cuchillo en mano, abrí poco a poco.

Lo que vi me hizo flipar en colores, el cuchillo se me cayó al suelo… Mi hermana, esa santita, esa niña buena, estaba tumbada en su cama completamente desnuda; se estaba haciendo… No sé lo que hacía. Parecía meterse algo por el chisme y se retorcía acariciándose los pechos con la otra mano, totalmente descontrolada, mientras chillaba y gemía como una posesa.

Movía a velocidad de vértigo algo parecido a un pene, pero no lo pude distinguir. Recuerdo cómo me empalmé, cómo ella arqueó la espalda gritando en vez de gimiendo, cómo apretaba aquello contra su coño… recuerdo que pensé que con eso debía de haber perdido la virginidad ¡Si mis padres se enteraran…!

Tras unos momentos de chillidos y gemidos, ya más apagados en los que creí entender:

-¡Chemi! ¡Chemi! ¡SI! ¡SI! ¡Chemiiii! – Se relajó del todo.

Di media vuelta y salí corriendo al salón. Me senté alucinado en el sofá, me bebí la cerveza de un trago… Todavía con la mente embotada por esas imágenes, la mirada perdida y la polla a punto de romper los pantalones, empecé a asimilar que había visto a Claudia metiéndose algo por el coño, corriéndose patas abajo y diciendo mi nombre.

Dos segundos después estaba en el baño, haciéndome la paja del siglo, soltando todo el semen acumulado en mis pelotas. ¡Joder cómo me corrí! ¡Creí que no acababa nunca de echar leche!

Me limpié sintiéndome, esta vez sí, súper culpable; volví al cuarto de estar sin asomarme para nada a la habitación de Claudia.

Al cabo de unos minutos, no sé si muchos o pocos, apareció vestida con una bata y zapatillas.

-Hola Chemi, no sabía que hubieras llegado. ¿Qué tal en clase? – Me dijo con total naturalidad.

¡Mierda! ¡Cómo que no sabía que había llegado! Había gritado al entrar, incluso había ido a su habitación donde no vi a nadie… No entendía nada.

Se acercó y, al ir a sentarse a mi lado, de forma descuidada se inclinó sobre mí haciendo que me quitaba alguna pelusa de encima, aprovechando para enseñarme su escote.

No vi el escote, le vi todas las tetas colgando, con los pezones de punta, con las areolas inflamadas… Tardé menos y nada en volver a empalmarme. Estando sentado, procuré disimular y taparme con un cojín.

Me cago en todo ¿Pues no va y me enseña todas las tetas? Las últimas que había visto eran las de la chavala de primero hacía un par de años, y sin quitarle la ropa.

Se sentó, me estaba martirizando, el diablo había tomado la forma o la mente de Claudia y pretendía tentarme hasta el final, hasta que cometiera el pecado de los pecados… Tenía que ser un castigo divino por haberme masturbado pensando en mi hermana.

Un poco más y lo consigue. Me puse en pie, cogí el plato con la comida a medias e intenté dirigirme hacia mi habitación. En el ínterin, Claudia, de forma descuidada, dejó abrir los lados de su bata y recogió una pierna sobre el sofá, enseñándome descaradamente el coño, lo suficiente para ver que no tenía mucho vello, depilado en las ingles y labios. O sea, una visión panorámica completa.

Como una amapola, sofocado, sin contestar el “¿A dónde vas?” que me dirigió, más deprisa de lo que se tarda en contarlo, estaba encerrado en mi cuarto con la polla en la mano dándole el tratamiento más salvaje de mis veintiún años.

Me corrí otra vez a lo bestia. Increíblemente (no me había pasado nunca), la erección no bajaba sólo imaginando el cuerpo de Claudia. Había pasado en un momento de santita a cacho zorra. Pelándomela de forma desenfrenada hasta hacerme daño en el frenillo de lo que tiraba, a punto de volver a correrme, sonaron unos golpes en la puerta y mi hermana llamándome.

-¿Chemi? Chemi, abre. Tengo que decirte una cosa

¿Una cosa? ¡Joder, me iba a correr!

-¿Chemi? – Insistió.

No podía ni hablar, la excitación no me dejaba. No paré de meneármela hasta que potentes chorros de esperma salieron disparados de mi enrojecida herramienta. Me quedé exhausto y la polla más roja que el culo de un mandril.

-Oye, Chemi, ¿Quieres abrir, por favor?

Limpiando como pude los restos de mi delito, todo alborotado y la cara como un tomate, me decidí a abrir la puerta a mi hermana. Lo contrario hubiera sido chocante. ¿Qué puñetas querría?

Se me quedó mirando de forma curiosa… Mi aspecto no debía de ser muy normal…

  • ¿Te pasa algo? – Me preguntó.

Solo pude responder con voz ronca y apagada

-No, nada ¿Qué quieres? – Dije con mosqueo.

Tenía la bata algo más abierta de lo estrictamente correcto, le veía más que el canalillo de sus pechos, prácticamente los pezones y lo tiesos que parecían bajo la tela, me estaba poniendo malo. Mi estricta moral me hacía apartar la vista, mas la tentación seguía ahí, persiguiéndome…

-Nada, una tontería, es que como te has ido tan rápido…

¡Mierda! ¿A santo de qué me quería putear ahora? ¿No había tenido bastante con el show que me había ofrecido en su habitación? Porque estoy seguro de que sabía que yo estaba allí. ¿Tampoco le había bastado con enseñarme las tetas y el coño? ¿Tan desesperada estaba que lo único que se le ocurría era ir a por mí?

¡Vade retro, Satanás!

-Bueno… ¿Y qué? Me voy como me da la gana. – Contesté molesto.

-No… Si ya...

Esto empezaba a pasarse de castaño oscuro ¿Qué coño hacía mi hermana en la puerta de mi habitación manteniendo una conversación de besugos?

-Bueno ¿Quieres algo o no? Estoy cansado y me quiero ir a dormir.

  • ¿Tienes mañana partido? Es para ir contigo. Ya que no están los papás, te puedo acompañar y no me quedo sola en casa.

  • ¿Acompañar? Si no has venido nunca. – Dije asombrado.

-Ya, por eso. Mamá siempre quiere que le ayude los sábados a hacer la compra. Me apetece ver otras cosas, chicos en pantalón corto, por ejemplo.

  • ¡Oye, tú! – Me encendí un poco. No me gustaba nada oír a mi hermana hablar de chicos como una cualquiera - ¿Desde cuándo andas tú pensando en tíos en pantalón corto?

  • ¡Tampoco es eso! Simplemente, me apetecía ir contigo. – Se defendió.

Me tenía un poco confuso o yo no pensaba con claridad. Que recordara, nunca había venido conmigo a un partido, no sabía que le pudieran interesar, tampoco salía nunca conmigo (bueno, el que no salía era yo y a ella no la dejaban ir sola) ¿A santo de qué este repentino interés?

Y me seguía enseñando el escote de su bata que, con sutiles movimientos, iba abriéndose más, mostrándome una parte más que razonable de sus tetas.

Más que nervioso, le cerré el escote de malas maneras. Casi me lanzo encima de ella. Menos mal que mis años con los curas, los ejercicios espirituales, etc., tenían su peso en mi forma de ser. Lo que estaba mal, estaba mal.

No sé si me miró victoriosa o extrañada, para mí que lo primero. Debía pensar que si actuaba así era porque había conseguido que me fijara en ella. (Y de qué manera, pensaba yo)

-Bueno, si quieres… -Contesté. - Tengo partido a las 11, a las 10 hemos quedado en el campo para cambiarnos y calentar. Te vas a aburrir un poco…

-Vale, me apunto. No te importa que duerma aquí contigo ¿No? Así me despierto a la vez y no me quedo dormida.

Bueno, bueno, bueno. Esto ya era demasiado ¿Dormir conmigo? ¿Es que se le había ido la pelota? ¡Que yo tenía veintiún años y ella diecisiete! ¿No lo había pensado? Además, estaba en pelotas bajo la bata, lo sabía muy bien.

La cara que debí poner… No le quedó más remedio que dejar claras las cosas.

-No te preocupes, no voy a hacer nada. Es que, en mi cuarto, sin los papás, estoy un poco sola y me da algo de miedo.

¿Por qué tenía que decir que no iba a hacer nada? En teoría, eso se daba por supuesto. Si lo mencionaba era por algo… Y nada bueno.

El demonio, con sus tentaciones, se iba acercando demasiado. Estaba cerquita, cerquita de caer en sus redes. Menos mal que el acariciar mi medalla de la Virgen colgada al cuello, me ayudó.

  • ¿Cómo vas a dormir conmigo? ¿Te has vuelto loca o qué? – Le dije sorprendido.

– ¡Además, estás desnuda bajo la bata! – Continué, creyendo dar la puntilla definitiva. Metedura de pata.

-Por eso no te preocupes – Contestó

Salió corriendo hacia su habitación y en menos que canta un gallo estaba de vuelta vestida con un camisoncito de tirantes que apenas le tapaba las bragas que, gracias a Dios, se acababa de poner.

Yo no había contado con los infinitos recursos del ser de las tinieblas. Había poseído a mi hermana, seguro, y estaba a punto de llevarme a mí.

Porque ella, sin cortarse ni un pelo, como si yo no hubiera dicho nada o le hubiera dado permiso, entró en mi cuarto haciéndome a un lado, yendo directa a la cama. La abrió metiéndose en ella.

Ante mi estupor, me miró sonriente. Solo veía su cabeza y sus hombros desnudos excepto por unos tirantillos

Ni la medalla de la Virgen me estaba protegiendo, sólo mi determinación hacía que no saltara encima de ella e hiciera las mayores burradas que, en ese momento, me pasaban por la cabeza.

-Oye, Claudia, como broma ya está bien. Vete a tu cama, anda. – Dije con voz jadeante.

  • ¿No me digas que te da cosa que duerma contigo? – ¡Fue todo inocencia la muy cabrona!

Para no quedar como un tonto o hacer ver que me estaba turbando demasiado, quise demostrarle a ella y a mí mismo mi capacidad de vencer las tentaciones, de mantener mi integridad, especialmente en este caso (qué iluso se es a los veinte años).

Cogí mi pijama y me cambié en el cuarto de baño. Me dejé los calzoncillos debajo, cosa que nunca hacía, por si acaso. No hay que dar facilidades al enemigo.

¿Por qué no corté aquello de raíz? No puedo contestar, una mezcla de fervor religioso con un deseo irrefrenable me embargaba. Mi conciencia contra mi deseo animal. Tenía que demostrar que se podía confiar en mí, que, si me lo proponía de verdad, mi castidad iba a permanecer incólume.

¡Hay que ser gilipollas! La vida me ha demostrado que, para vencer las tentaciones, lo mejor es tenerlas lo más lejos posible, aunque Oscar Wilde dijera que lo mejor era caer en ellas.

Me metí en la cama pegado a mi hermana, apenas cabíamos los dos. Me puse de lado, de espaldas a ella y, tras rezar interiormente, intenté dormir.

A pesar de ser primeros de diciembre, estaba asfixiado de calor. Claudia se había pegado a mi espalda y notaba su contacto en cada centímetro de piel. Lo de sus tetas merece mención aparte. Las notaba perfectamente, sobre todo sus pezones. ¿Por qué los notaba tan claramente? Parecían dos puntas que presionaban de forma casi dolorosa.

Cogido a mi medalla, pasaban las horas, tenía mi miembro a punto de estallar… Y ella lo intentó casi todo. Dando media vuelta, restregó su culo contra el mío, otra media vuelta y fueron sus pechos los que se frotaron contra mí, su pubis contra mis nalgas. Sentía, a través del calzoncillo y el pijama, el crepitar de su vello púbico.

Me hacía el dormido y seguía sin mover un pelo. Estaba casi entumecido por no haber cambiado de postura en toda la noche.

Enfermo de excitación seguía decidido en mi lucha contra la tentación. El sumun llegó cuando noté que se movía de forma rítmica. No lo podía creer ¿Delante de mí? ¿Cómo era capaz?

  • ¿Qué haces? – Pregunté excitado e incómodo, con voz adormilada como si acabara de despertar.

-Nada, nada. Que me picaba una pierna y me estaba rascando.

¿Rascando? Si, si, rascando…

Gimió quedamente, menos mal que no fue escandalosa. Si supiera lo cerca que estaba de conseguir sus objetivos… Porque estaba seguro de que quería que me lanzara, si no, no entendía nada de nada. Y si quería eso, es que estaba como una cabra.

Cuando se quedó quieta tras un gemido ahogado por la almohada, descargué, sin necesidad de tocarme siquiera, el semen que aun retenían mis pelotas. Disimuladamente me quité el pantalón del pijama y calzoncillo. Utilicé la prenda interior para limpiarme lo mejor posible volviéndome a poner el pijama. Supongo que lo notó, pero no dijo nada.

Con sentimiento de culpa por la polución nocturna y otro de satisfacción por haberme mantenido en mi sitio, por fin, conseguí dormir.

Pero el diablo nunca duerme ¿No me decían eso los curas del colegio? Debería haber estado más atento, más alerta.

Debía de estar amaneciendo cuando noté una empalmada mañanera brutal, hasta aquí, bastante normal, me pasaba casi todos los días. Pero no esperaba ese calor tan acojonante en mi miembro, no esperaba notar esa tersura blandita y turgente de un pecho en mi mano… Estaba a la espalda de Claudia y, no entiendo cómo, estaba en su interior. ¿En qué momento había hecho yo algo así?

Yo había vencido esa noche, había conseguido apartar la tentación ¿Cómo era posible que mi virilidad estuviera totalmente encajada dentro de su coño? ¿Cómo era posible que se hubiera salido por la bragueta del pijama sin tocarme? ¿Cómo es que ese coñito me apretaba tanto?

Su mano derecha mantenía mi izquierda sobe sus pechos, con la otra mano me sujetaba de mi nalga izquierda y empujaba su culo hacia delante y detrás. Me quise salir de ella, quise quitar la mano de su pecho… ¿Por qué no lo hacía? ¿Cómo es que no lo conseguía?

Sus movimientos rítmicos seguían, dentro, fuera, dentro, fuera… Dios mío, yo no quería esto, Tú lo sabes… ¡Joder qué gusto! Santa María, perdóname, perdóname, perdóname…

Hice un último intento de retirarme de su interior, de salir de allí… En cuanto me moví lo más mínimo, ella se echó más atrás encajándose hasta las pelotas, me sujetó fuerte de la muñeca izquierda tirando hacia ella, apretó las piernas con fuerza sujetando mi miembro en su interior y esperó a que mis fuerzas aflojaran.

La lucha no duró demasiado, con la mano que me sujetaba de mi muñeca me guió hasta su más íntimo tesoro, su suavidad, humedad y tersura me dejaron alucinado. Su otra mano, la que me sujetaba la nalga izquierda, se deslizó con torpeza hasta mi esfínter trasero donde empezó un suave masaje circular.

Ni las murallas de Jericó hubieran aguantado semejante acometida. Mi voluntad se desmoronó a la velocidad del dedo de mi hermana, de su vaivén sobre mi herramienta, de los movimientos de su mano guiando a la mía sobre ese nódulo que la hacía gemir así. Y una vez vencido, toda la lujuria reprimida durante años se desbordó como un torrente de montaña.

Mordí con fuerza su nuca, metí mi brazo derecho bajo su cuello para agarrar sus pechos que entonces descubrí sublimes, con sus pezones duritos, con sus areolas inflamándose… ¿Dónde estaba su camisón? Llevé mi mano izquierda a la boca ensalivándome los dedos. Degusté entonces su esencia… Ese cierto gustillo acre, también algo metálico que me recordó a otra cosa, me enervó por encima de todo, volví a su nódulo, lo froté con constancia y cuidado…

Ahora también acompañaba sus movimientos de pelvis, mi vello se estampaba contra sus nalgas… Volví a ensalivarme los dedos, los introduje entre nosotros y, cuando ella venció mi barrera trasera con un dedo, hice lo propio con uno de los míos.

Tanta excitación no me dejaba seguir en la misma postura, tenía que verla, que ver su cara…

La tumbé boca arriba; antes de meterme entre sus piernas, quise saborear su intimidad, algo inaudito para la época. Pero ahora era yo el propio demonio, no me iba a saciar sólo con meterla hasta lo más profundo de su ser.

Ésta primera vez fue de descubrimiento, de pequeños avances viendo reacciones, de placer absoluto saboreando todos los poros de su piel. De sus pies a sus rodillas, desde allí, subiendo por unos muslos tersos y suaves, carentes de vello, accedí a sus ingles, recién depiladas. Lo tenía todo preparado la cabrona…

De sus ingles a sus labios y de sus labios a su hoyito. Ese sabor metálico otra vez. Lo identifiqué; aunque perdido entre otros sabores, la sangre tiene un gusto inconfundible. Era imposible, yo le había visto meterse algo por la tarde, en su cuarto, desnuda en su cama…

Déjate de historias, me dije, y continué con los avances, los descubrimientos. Decididamente, cuando chupé el gusanillo que antes había tocado, produje una reacción mucho más intensa. Claudia gimió más fuerte, gritó mi nombre, y una serie de espasmos parecieron recorrerla entera.

Cuando cesaron, más relajada, tiró de mí hasta llevarme a su cara. Nos besamos saboreándonos. Ninguno de los dos tenía apenas práctica en el tema, pero fuimos capaces de hacernos sentir, el uno al otro, la pasión que nos consumía. Con ayuda de una mano, volví a su interior. Ella se tensó, estuvo un ratito crispada y luego se relajó.

-Chemi, amor mío, cómo te he deseado.

No sé cómo pude continuar. ¿Amor mío? ¿Desde cuándo?

Pero con la polla metida en lo más profundo de su coño, poco más pude pensar. Ella movió sus caderas, me agarró de las nalgas apretando hacia sí. No tuve más remedio que moverme ¿Cómo no iba a hacerlo si ya había caído del todo?

Empecé despacio, con bastante intensidad, como si quisiera sacarle el miembro por la garganta en cada acometida. Pero ponía una cara… Jamás había visto esa cara, de deseo, de morbo, de lujuria y de amor. Aceleré por ella, por esa cara, por lo que estaba sintiendo.

Hubo un momento en que me faltaba el aire, pero no quería parar, ella levantaba las piernas dobladas, sus pies bailaban al son de nuestros encuentros, casi me hacía daño en la pelvis al chocar contra ella…

Agarrándome muy fuerte, con la cabeza metida en mi cuello mientras lo mordía y arañándome la espalda, descargué toda mi simiente, toda, dentro de ella, dentro hasta el fondo. A cada golpe mío, respondía un gemido de ella, un gritito enervante hasta que, vacío, siguiendo mis movimientos de forma más pausada, un gemido más largo e intenso mientras encorvaba la espalda, unos movimientos de músculos vaginales que exprimían mi miembro, me hizo ver que estaba alcanzando un orgasmo tremendo.

Seguí moviéndome a pesar de la crispación que me produjo, intentando aguantar, rozando tan intensamente como podía mi pelvis contra la suya.

No sé si fue solo ese orgasmo, o a ese se sucedió otro y otro y otro… Hasta que me pidió parar.

-Chemi, Chemi, ya, ya, ya no puedo más, para…

Y, mientras mi pene se iba desinflando, paré. Paré mirándola a la cara, mirándola a los ojos… En la penumbra de la habitación, la luz no era suficiente para lo que quería descubrir. Alargando una mano sin salir de su interior, encendí la lamparita de la mesilla.

Su cara estaba roja como una amapola, el pelo desordenado, los ojos chispeantes, la boca entreabierta intentaba recuperar el resuello. Al cabo de un momento, ya más relajada, sonrió. Sonrió y me besó.

-Dios ¡Qué difícil eres! ¡Casi no lo consigo! Jamás pensé que los chicos tuvieran ese aguante. Siempre me habían contado, las chicas que ya lo han hecho, que, si te lanzas, no se resiste ninguno. Pero tú… ¡Lo que me ha costado! Claro que eres mi hermano, a lo mejor ha sido por eso ¡Buf!

Mientras mi virilidad iba perdiendo dureza y, suavemente, se iba saliendo de su interior, escuchaba sus palabras con una mezcla de estupor, cierta culpabilidad y una sensación maravillosa de plenitud. Cuando me había estrenado con la chica de la facultad, no se había parecido a esto en casi nada.

-Y te preguntarás por qué ¿no? – Siguió -Pues mira, desde hace años, sueño contigo. Y el otro día, con lo del dinero, me decidí. Sé que no debería, pero es así. Quizás porque los papás apenas me dejan salir por ahí; ya sabes, a las nueve en casa, quizás porque no conozco a otros chicos y estoy todo el día sólo con chicas en el colegio, quizás porque eres tú el que siempre está pendiente de mí… O simplemente, porque tenía que ser así. Tú no te das cuenta, pero, para mí, eres alucinante. Eres bueno, eres simpático, tienes una timidez que me encanta y, lo más importante, si aún no me quieres como yo a ti, pronto lo harás.

  • ¿Eh?

-Si hombre, sí, me querrás. Ahora pensarás que claro, cómo no voy a querer a mi hermana, pero me amarás como mujer, lo sé.

Estupor. Esa era la palabra que podría definir mi sensación en ese momento, auténtico estupor (con mucha dosis de culpabilidad que empezaba a hacer acto de presencia)

Claudia siempre me había parecido una chica lista, con la inocencia propia de sus diecisocho años y bastante tímida también. Si me juran por lo más sagrado que podía tener un comportamiento semejante, no me lo creo ni borracho.

-Y esto lo he hecho porque eres tú. Si me hubiera enamorado de otro, jamás me hubiera atrevido a decir o hacer nada, pero por ti soy capaz de todo. Y porque contigo no había otra manera de conseguirlo.

¿Por qué sería que me estaba dando la sensación de que ella me daba cien mil vueltas? ¿O es que mi hermana era especialmente lista?

-Ya lo he visto, ya. Todavía estoy más que perplejo ¿Cómo te has podido enamorar de mi? Yo no he hecho nada para provocarlo. Encima es pecado, y lo de acostarnos, ni te cuento.

-Eso piensas tú. Enamorarse no es pecado. Para mí, todo lo que haces me enamora más, aunque no te hayas dado cuenta.

  • ¡Pero si yo no he hecho nada! – Dije aún más asombrado.

  • ¿Ves lo que te digo? Piensas que no has hecho nada, pero tampoco nada por evitarlo, así que...

  • ¿Y cómo iba a evitar lo que no sabía?

Y su sonrisa en ese momento me desarmó del todo, tuvo la virtud de borrar ese sentimiento de culpa que amenazaba con ahogarme. Claro que también influyeron ciertos movimientos que había estado haciendo con una mano con la que consiguió, erección incluida, llevarme de vuelta a su interior. Como quien no quiere la cosa.

Con agilidad, dado lo menuda que era, me dio la vuelta sin sacarse mi polla, quedando sentada a horcajadas encima de mí. Se aplastó contra mi pecho para besarme la boca mientras realizaba unos movimientos de caderas alucinantes. Era su primera vez ¿Dónde había aprendido esto?

-Pues hablando con unas compañeras de clase, tonto. A falta de pan, buenas son tortas.

  • ¿Y lo de esta tarde en tu habitación?

-Hombre, eso fue un teatro sólo para ti. Si no te provoco, ni te mueves. Hacía que me metía un pepino, lo tenía que haber hecho del todo, pero no me atreví, aunque estuve a punto, me dio miedo. Pero sí me corrí de verdad sólo pensando que me estabas viendo. ¡No sabes cómo me pones!

  • ¡Joder contigo! Y por eso sabías un poco a sangre…

-Claro, no me ha quedado más remedio que desvirgarme de verdad. Pero no me ha dolido. Me habían contado que lo iba a pasar fatal, pero, como estabas dormido, lo he hecho muy despacito yo solita. La verdad es que ni lo he notado.

Ni yo tampoco, pensé.

Esto de hablar de cómo se había desvirgado y de cómo me había seducido, mientras me cabalgaba como si tal cosa, me estaba dando un morbo que no puedo ni contar.

Se incorporó sobre mí, su melena desordenada, sus pechos botando, mi pene entrando y saliendo…

Todo eran sensaciones nuevas que me llevaban a la locura. ¿Desde cuándo te enamoras de tu hermano? Y si te pasa, ¿Desde cuándo te acuestas con él? Creyéndola de otra manera, su forma de actuar me estaba desarbolando, tanto como el gusto que me daban sus movimientos, sus caricias…

Hasta alcanzar otro éxtasis maravilloso en el que ella decía mi nombre entre dientes mientras sus músculos vaginales, haciendo una especie de movimientos de succión, me vaciaban en su interior, tensándome tanto como ella, acabando relajados, mi hermana encima de mí, aplastándome de forma maravillosa con su peso.

Aquella mañana de sábado la tuvimos ocupada con mi partido, con las cervezas que nos tomamos todos al terminar, con las miradas de complicidad entre Claudia y yo, con su comportamiento posesivo ante otras chicas que habían venido a animarnos.

Ni siquiera comimos. De vuelta a casa, nos faltó tiempo para volver a mi habitación, para volver a amarnos con mucha más parsimonia, saboreándonos a placer sin las urgencias de la noche, conociendo nuestros cuerpos, dando al otro lo que creímos más placentero.

Es difícil explicar la compenetración, la falta de vergüenza, la falta de tabús tan imbuidos a lo largo de años de una educación súper conservadora, que llegamos a demostrar. ¿Cómo pudimos hacer lo que hicimos siendo quiénes éramos? Es algo que me resulta, aún hoy, inexplicable. Y que no quedara embarazada, también.

Y empezaron los planes de futuro ¿Qué podíamos hacer? Nos vamos, nos quedamos, nos esperamos… todos buenos y todos malos. ¿Cómo seguir amándonos en la casa paterna? ¿Y si llegaran a descubrirnos? ¿Y los amigos?

Demasiados interrogantes y pocas soluciones. Primero, deberíamos esperar a que yo terminara los estudios y tuviera trabajo, dos años por lo menos. Mientras, evitar por todos los medios ser descubiertos.

Mi coche se convirtió en nuestro nido de amor; esporádicamente, cuando mis padres no estaban, nos quedábamos en casa. Hubo que comprar preservativos, no tan fáciles de conseguir. Entrar en una farmacia y pedirlos, suponía un escrutinio del farmacéutico o farmacéutica de turno que le hacía a uno parecer un monstruo de la lujuria. En otras incluso, llegaban a decirme que de “eso” no vendían. Las píldoras anticonceptivas eran una quimera, sólo suministradas bajo receta.

Pero fuimos tenaces y discretos. Nadie sospechó nunca nada. La única duda que tuvimos al principio fue el gran pecado que cometíamos, ambos seguíamos siendo cristianos practicantes, aunque nunca confesamos nuestra relación a ningún sacerdote. Pero en la Biblia, también se habla del verdadero amor de la pareja (véase el Cantar de los Cantares, por ejemplo) y ahí encontramos consuelo. También en interpretaciones del Génesis, de cómo Caín y Abel se disputan el amor de su hermana.

O sea, al principio de los tiempos, esto del incesto estaba permitido y era normal. No nos hizo falta más.

Si nos queríamos tanto, si nuestro amor era tan puro (para nosotros) ¿Cómo podía ser pecado a los ojos de Dios?

Pasado ese tiempo, los dos años estipulados, nos fugamos. Yo ya era mayor de edad, pero Claudia, en aquella época no, aún no tenía 21 años. Aún así, tenía pasaporte y pasamos la frontera con Francia sin problemas, antes de que mis padres se dieran cuenta y vinieran en su busca. Nos fuimos lejos, a la punta de la Bretaña francesa. Yo hablaba muy bien francés y decentemente inglés. Estuvimos un tiempo viviendo en una pensión modesta pero limpia y hogareña con los ahorros que habíamos conseguido, hasta que encontré trabajo.

Empecé dando clases de español en un colegio y poco a poco, nos fuimos situando. Tuvimos que esperar otro año, hasta la mayoría de edad de mi hermana, para que Claudia encontrara un trabajo, en una fábrica de patés de cerdo, como administrativa y nuestra vida, ya con casita propia, entró en una época de felicidad como jamás pude sospechar.

¡Éramos tan jóvenes!

Pasaron unos pocos años más, nuestra vida era maravillosa y, cuando más felices éramos, una maldita enfermedad se llevó a mi hermana de mi lado. Claudia, mi Claudia, me dejó un día de primavera; ella estaba preparada, durante el último mes, pasado en el hospital, había asumido la realidad mientras yo la veía consumirse. Se fue en paz, sin ningún remordimiento; siempre creyó, y yo también, que nuestro amor no contravino nunca las leyes divinas.

Se fue con la pena de dejarme solo y con la felicidad de haber compartido su amor conmigo. Sólo tenía 24 años, una leucemia tardó seis meses en llevársela.

Tenía razón, me dejó mucho más solo de lo que pude soportar. A mis 27 años, después de seis de felicidad absoluta, sólo encontré consuelo en la botella ¡Lo que llegué a beber!

Como vivíamos en un pueblo pequeño, todo me recordaba a ella, las calles, nuestra casa, el colegio mismo…Tuve que dejar mi trabajo, vendí lo que teníamos y volví a España. No fui a ver a mis padres, no tuve valor. Les escribí una carta, estando todavía en Francia, en la que les contaba la tragedia. No les dije nunca que habíamos sido pareja, con su estricta moral no creo que lo hubieran soportado.

Ya asentado otra vez en mi país natal, poco a poco fui superando mi depresión. Empecé a salir con una chica estupenda que físicamente se parecía mucho a Claudia, que me quería con locura y con la que acabé casándome. Siempre la fui fiel, va en mi carácter, y ella fue la perfecta señora de su casa, amante de sus hijos y de su marido. Jamás le pude reprochar nada y la quise hasta el día de su muerte.

Siempre supo que yo había tenido un gran amor anterior que murió en plena juventud, quizás tuvo la sospecha de que ella no despertaba en mí la misma pasión, pero nunca se quejó, me amó y respetó toda su vida.

Ahora, aún joven dentro de lo que cabe, soy yo el que, en breve, tendré que rendir cuentas al Creador; el médico no me ha dado muchas esperanzas, quiere que me someta a toda una batería de pruebas tratando de evitar lo que, creo, es inevitable. No pienso pasar por eso. En el fondo, lo estoy deseando; excepto mi hija pequeña, mi ojito derecho, los demás ya han levantado el vuelo y tienen sus propias familias. Sé que sus hermanos se ocuparán de ella llegado el momento.

No me arrepiento de nada, así lo diré cuando llegue allí arriba a rendir cuentas, puede que sólo del disgusto que debieron de soportar nuestros padres al quedarse solos tras nuestra fuga, es una cosa que jamás me perdoné.

Ahora, estoy planeando un pequeño viaje, los recuerdos de Claudia cada vez son más frecuentes y creo que es el momento, antes de que sea demasiado tarde. Debo hacer una visita, una visita al pequeño cementerio de un pueblecito del Finisterre francés donde una vez, hace muchos años, fuimos felices, donde fuimos libres de amarnos y donde, si Dios quiere, descansaré a su lado.