Querían su putito...

Y lo fuí para mi madre y su amante.

Miré fascinado los hilos de leche que se deslizaban desde mi pecho hacia ambos costados. Mi cuerpo yacía boca arriba en la cama, totalmente desnudo y aún se mantenía la erección de mi pene, tan inexplicablemente para mi, como al momento de empezar a sentir los primeros síntomas de aquella sorprendente excitación, que primero había atribuido a una especie de miedo morboso. El mismo, pensaba, que todavía mantenía mi cuerpo tenso, a pesar de las ligaduras que lo inmovilizaban.

Ismael desató mi muñeca derecha, que había tenido sujeta desde hacía ya un largo rato, a uno de los barrotes de la cabecera de la cama y apoyando una de sus rodillas en ella, se inclinó y me acarició la pija.

Me estremecí y me apresuré a apartar su mano con mi mano libre. Sin embargo, inmediatamente, con un gesto que más tarde, volvería una y otra vez a mi mente, me apresuré a tocar con las yemas de los dedos los hilos densos, espesos, que zigzagueaban ahora casi a punto de precipitarse sobre la sábana, y los deslicé sobre el líquido tibio, sin dejar de mirar la mano que se empapaba en él, como si tuviera vida propia, independiente de cualquier pensamiento que la dirigiera tras una intención determinada.

De la misma forma, como si se tratara de un objeto ajeno a mi, la vi acariciar, haciendo círculos sobre mis tetillas, untándolas con esa leche, en tanto sentía la mirada de Ismael clavada en mi.

Ahora ya volviendo a la tierra, luego de esa especie de extraño trance, con voz débil me dirigí a Ismael, señalando con un gesto mi mano izquierda aún atada:

La mano…, por favor.

Inclinó su cuerpo sobre el mío y la liberó. Yo la llevé a mi pecho, repitiendo los movimientos que había hecho con la otra mano y seguí depositando sobre mis pezoncitos hasta el último resto del semen. Pero ahora era totalmente consciente de mis gestos. Con la mano derecha, comencé a masturbarme frenéticamente, porque me sentía a punto de explotar. En segundos apenas, mi propio chorro de semen cayó sobre mis piernas y en la cama entre ellas.

¡Aaaaaaah!

Un quejido, un suspiro profundo, liberador, acompañó la eyaculación.

Ismael me besó suavemente en la mejilla y acto seguido liberó mis tobillos, se dirigió a la silla, de donde tomó su ropa y se vistió, sin dejar de mirarme.

Me levanté y me vestí yo también.

Todo esto había comenzado un par de horas antes, cuando volví de la oficina. Mi madre estaba con Ismael, su amante, desnudos los dos, haciendo el amor en el diván del living.

No bien entré, me quedé helado, total y desagradablemente sorprendido. La relación, por supuesto, no era ninguna novedad, pero hasta ese día, al menos estando yo presente, sus efusiones amorosas las habían reservado siempre para el dormitorio.

No era que me agradara demasiado esa relación de mi madre, a la que yo era muy pegado, pero la aceptaba sin quejas, aunque comido por los celos.

Cuando me detuve en la puerta, ellos me miraron, haciendo una pausa en lo que aparentaba ser una buena sesión de sexo sin control. Yo no atiné a otra cosa que ponerme a protestar histéricamente, reprochándoles a ambos que no hubieran cuidado su intimidad, sabiendo que era ya pasada la hora de mi regreso.

Y allí estaba yo, vociferando duras palabras, cuando de pronto, mi madre tuvo la idea de poner el dedo en la llaga:

¿Qué pasa querido, estás celoso?

Me enfurecí más aún y entonces, inesperadamente, Ismael se levantó, se acercó a mi y me propinó dos fuertes bofetadas, que me paralizaron, más aún cuando advertí la aprobación de mi madre para ese inaudito castigo. Pero no terminó ahí la cosa. Ella entonces dijo, dirigiéndose a él:

Tendríamos que hacer algo para calmar los celos de mi hijo, ¿no querido?

Entonces el me tomó por la cintura y ante mi inútil resistencia, dada la diferencia física entre él y yo, me arrastró hacia el dormitorio, seguidos por mi madre. Allí me desvistieron y me ataron a la cama. Luego se comenzaron a acariciar y besar allí mismo, al lado mío y yo advertí dos cosas: Como se fue endureciendo la enorme verga de Ismael y con la sorpresa sobre la que ya dije antes, como mi propio pene, reaccionaba evidenciando una calentura que yo no había sentido que se estuviera produciendo en mi.

Mi madre desarrolló todo un repertorio de gestos y caricias y terminó arrodillada entre sus piernas, chupándole la pija. Finalmente, en algún momento, él sintió que se venía y acabó masturbándose sobre mi pecho, dejando esos regueros de semen que me desquiciaron.

Salimos de la habitación, él antes que yo y cuando lo hice, encontré a mi madre, ya vestida, mirándome sonriente y con un gesto de desfachatada procacidad.

La miré por unos momentos, no dije nada y me fui a la cocina a servirme una demasiado generosa medida de whisky, atendiendo a que yo no bebía. Pero todo aquello me había afectado y lo más singular, de un modo tan raro, que mientras bebía, no dejaba de intentar descifrarlo.

Dos días después, el sábado, me levanté tarde. Cuando entré a la cocina, como lo hacía todos los días, aunque hacía dos que no cambiábamos palabra, le dí un beso a mi madre, que estaba preparando café. Pero ella me retuvo, abrazándome y entonces me dijo, con una sonrisa:

¿Estás todavía enojado?

No,

le contesté aunque el tono y el gesto desmentían mi negativa.

Ella dijo, señalando hacia el living:

Ismael te dejó unos regalos, que desea que aceptes con gusto. Buscalos y traelos mientras termino de prepararte el desayuno.

Extrañado hice lo que me pedía, y volví con uno de los varios paquetes que había encontrado. Lo abrí mientras me sentaba a la mesa y sorprendido, extendí un vestido de seda estampada, que obviamente no era de la medida de mi madre.

¿Qué es esto?

¿No te dije ya?. Es un regalo de Ismael, para que te lo pongas para cuando él venga.

¿Está loco? ¡Yo no me pondré esto!

Deberías pensarlo. No es bueno hacer enojar a Ismael. Además querido, no podés negar que lo del jueves te gustó.

¡Mami! ¡Cómo se te ocurre!

Querido, creo que mostraste la hilacha. Siempre pensé que eras algo marica, pero tenía dudas. El placer que te provocó la situación con Ismael, aunque todavía no lo admitas, lo confirmó.

¡No sé que me pasó! ¡Pero no esperarás que sólo por eso me vista de mujer!

Yo no espero nada. Es Ismael quien te desea. Y te desea bien mariconcito. Y yo creo que me gustará compartirlo con vos. Andá, llevá los paquetes a tu habitación que ya te voy a enseñar a arreglarte como una linda mujercita.

¡Ni lo sueñes!

Y con esa última exclamación me fui a mi dormitorio.

Me tiré en la cama y me puse a pensar. Tenía que admitir que, como mínimo, si bien no había entendido mucho de lo que me había pasado, por algún motivo me había resultado placentero. Además durante esos dos días transcurridos, no había podido quitarme de la cabeza la imagen de aquella tremenda verga derramando su jugo sobre mi pecho. De todos modos, que todo eso fuera evidente para otros me avergonzaba y ¡ni hablar de esa idea de Ismael de hacerme vestir de mujer!

Como si lo hubiera invocado, en ese momento escuché su voz llamándome desde el living. Aunque me inquietó un poco, no me moví de la cama, pero fue él quien apareció en la puerta y se dirigió directamente a donde yo estaba y tomándome del pelo, me hizo erguir para luego descargarme varias cachetadas en la cara, hasta que mi nariz comenzó a sangrar.

¡Por favor, no me pegues más!

¡Andá a lavarte!. Ordenó. Y si no querés saber hasta donde puedo llegar castigándote, es mejor que llames a tu madre y le pidas que te ayude, porque en una hora volveré y quiero que mi mariconcita me reciba vestidita, lista para seducirme.

Mientras me lavaba la cara, se acercó mi madre, me besó, y me pidió que me portara bien, hiciera todo lo que me mandaran y de esa manera aprendería a ser la mujercita que ellos, pluralizó, esperaban.

Cuando Ismael volvió, ya había sido maquillado y estaba terminando de vestirme secundado por mi madre. A pesar de que jamás había usado tacos altos, mi madre insistió para que usara los zapatos que me había traído Ismael, que no eran tan altos. Me puse las medias, que mi madre prendió al portaligas, me calcé los zapatos y dejé que ella me ayudara a pasar el vestido por mi cabeza, procurando no tocarme el pelo que ella misma cuidadosamente me había peinado y atado con un pañuelo de gasa.

Me retocó los labios con el lápiz rosado, me puso los largos pendientes y contempló satisfecha su obra. Tomándome de la mano, me llevó ante el espejo para que me mirara.

No me veo mujer. Le dije con un poco de acritud. Sólo soy un varón vestido con ropa de mujer.

Es precisamente lo que queremos Ismael y yo. No queremos una mujer. Queremos a mi hijo, deliciosamente putito, mariconeando con su ropita femenina, ¿entendés?

¡Ustedes están locos!

¡Ya verás que también terminarás loco como nosotros, luego de que Ismael te deje jugar con su pija!

¡Pero él es tu amante!

Es mi amante, pero ¡además lo será de nuestro hermoso putito!

Dicho esto, salió y yo la seguí, no sin un poco de lucha con los tacos.

Cuando Ismael me vio, palmoteó aprobadoramente. Debajo de mi maquillaje, me sentí rojo de vergüenza, pero seguí caminando hacia él. Me abrazó y me besó despreocupadamente en la boca. Luego se sentó en el diván y me hizo sentar en sus piernas, en tanto mi madre se acomodaba a su lado y comenzaba a besarlo. En tanto él se dejaba besar y acariciar por ella, metió su mano debajo de mi vestido, mientras me sostenía abrazado, pegado a su cuerpo. Con un estremecimiento, sentí como su mano se deslizaba por detrás de mi muslo y buscaba mi nalga. Me acomodó el cuerpo, de manera que le facilitara a sus dedos llegar a mi raya, pero no se detuvo y buscó mi agujero. En ese momento, mi madre, parada ahora e inclinada sobre mi, sacaba una de sus tetas por debajo de su corpiño y me la ponía en la boca. La lamí con fruición y enseguida me puse a chuparla, advirtiendo el gesto de placer en la cara de mi madre. Aquello terminó con cualquier reparo que pudiera restarme, y levanté un poco la pierna, incitando a Ismael para que avanzara con sus dedos en mi culo.

Mi madre me abrió el escote del vestido y me levantó el corpiño. Apretando uno de mis pezones, se lo ofreció a Ismael que al comenzar a chuparlo, hizo que algo parecido a una corriente eléctrica recorriera mi cuerpo. Con la mirada, reclamé a mi madre su pecho. Ella no se hizo rogar, tomó mi cabeza y la apretó contra la teta que prácticamente desapareció en mi boca. Chupaba y lamía y al mismo tiempo advertía que entre ambos fueron haciendo movimientos para cambiar la posición de mi cuerpo sobre las piernas de Ismael, hasta que de pronto, todo mi cuerpo se tensó. La mano de Ismael, que hiciera un sabio juego con mi culo, era ahora reemplazada por su pija, apoyada en una de mis nalgas, pero dirigiéndose, inevitablemente a cobrar su presa. La presa, mi agujero, se preparó para recibirlo y al par que mi boca se desesperaba y multiplicaba para chupar las tetas de mi madre, moví un poco las caderas para facilitar el trabajo de Ismael, que no se hizo esperar más y lenta pero firmemente empezó a penetrarme.

Es inefable, esa sensación producida por el pedazo de carne duro como un hierro que se abre paso hasta alcanzar lo más recóndito de las entrañas. Quería morir en ese momento con eso dentro mío. Quería que el instante se prolongara indefinidamente, para no sentir el inmenso vacío que dejaría la pija cuando me abandonara. Ismael empezó a bombear, a cogerme y yo traté de acompasar mis propios movimientos para agrandar mi placer. Me quejaba y lloraba sobre las tetas de mi madre, gemía, gritaba reclamando más de todo, juraba mi vida como destinada a no hacer otra cosa que amar a Ismael. Prometía hacer siempre sus deseos, ser su esclava, su marica, su puto, la sirvienta de mi madre, hasta que su boca y su lengua me callaban. Ismael me mordía el cuello, la espalda, los brazos, me pellizcaba los pezones, me insultaba, me decía palabras de amor y me besaba.

En el instante supremo, se vació integro dentro mío y en un minuto, estábamos los tres tirados de cualquier manera en el diván, acariciándonos suave, amorosamente, mi vestido en la cintura, la bombacha rasgada, el corpiño suelto.

Acariciaba la pija de Ismael, hasta que sentí que se estaba levantando nuevamente. No perdí tiempo; me dejé caer al piso, me acurruqué entre sus piernas, tomé la verga con mis manos y me la llevé a la boca. El rato que siguió, fue toda una locura de besar, lamer, chupar, mordisquear, mirar con adoración ese instrumento de mi placer.

Mami comenzó a masturbarlo, y cuando sentí por el envaramiento de su cuerpo que se venía, dejé de chupar e hice de modo tal que su leche chorreó en mi cara, mis ojos, mis mejillas, mis labios. Mi madre, se agachó y con su lengua me secó golosamente la cara, hasta que terminamos besándonos en la boca apasionadamente, saboreando juntas el néctar que nos había regalado Ismael.

Luego ella montó sobre él y se amaron largamente. En tanto, me fui al baño. Me di una ducha caliente, me sequé, me limpié la cara, porque mi maquillaje era un desastre, me di apenas un toque con el lápiz de labios y regresé al dormitorio.

Me puse un nuevo conjunto de ropa interior y encima una coqueta pollerita tableada, muy corta, de color lila y una blusita blanca.

Cuando volví al living, ellos ya no estaban. Los sentí en su dormitorio y en el baño. Me dediqué a preparar bebidas para los tres y con los vasos en una bandejita fui a su habitación. Ismael silbó por mi aspecto. Me preguntó si quería beber o si prefería que me cogiera de nuevo.

¿Qué creen que elegí?