Querer y no poder

El sufrimiento de un hombre por intentar satisfacer a su Ama a toda costa y los intentos de esta por evitarlo.

QUERER Y NO PODER

Como cada tarde, debía esperar a mi Ama arrodillado frente a la entrada principal de la casa. Me encontraba en esta posición cuando Ella llegó, entonces, gatee para alcanzar sus divinos pies y lamer sus zapatos. Entre tanto, se paseaba por la casa sin prestar apenas atención a mis movimientos. Llego hasta el dormitorio donde me apartó de una patada, me retire y aguarde de rodillas con la cara pegada al suelo nuevas ordenes. Se cambió de ropa y me habló "Sentado". Levante mi cara del suelo y quede solo de rodillas mirando sus pies.

–Mira lo que tengo – exclamó.

Fui levantando lentamente mi cabeza para contemplar el cuerpo de mi Diosa, mas al llegar a las caderas descubrí que llevaba puesto el arnés consolador que tanto le gustaba. Yo lo sabía, sabía que le encantaba usar aquel artilugio en los juegos, lo sabía porque yo lo odiaba. Ella me obliga a lamerlo durante horas, y luego me sodomizaba otras tantas, y sufría y eso le encantaba.

–¿A qué estas esperando? -

Lentamente me acerque para comenzar el proceso hartamente repetido, primero debía lamerlo desde la punta hasta la base, con lamidas cortas pero sin pausa, después hacia las lamidas más largas. Cuando estaba bien ensalivado ya lo introducía en mi boca, primero solo el glande, luego todo el tronco, aprendí a base de golpes a introducirme todo el pene en mi boca y hasta mi garganta. Tenía que introducírmelo entero y sacarlo cuatro o cinco veces, luego mamarlo hasta la mitad un rato y vuelta a empezar. He perdido la cuenta de cuantas sesiones uso mi Ama hasta estar contenta con mi trabajo.

Absorto en esta tarea, me agarró de los pelos y retiró mi boca de su falso pene. Fue a la cómoda a buscar en un cajón y sacó un cordel. Volvió junto a mi para agarrarme de nuevo y arrastrarme hasta el borde de la cama junto a la pata de la misma. Con la destreza propia de alguien acostumbrado ha los nudos amarró un extremo del cordel a la pata e hizo un lazo con el otro extremo. "Separa las piernas" ordenó al tiempo que desde atrás mía deslizaba el lazo por entre mis piernas para anudarme el pene. "Sigue" y con mi falo prisionero encadenado a la cama de la Diosa proseguí la tarea de engullir aquel órgano de plástico.

Notaba, sin embargo, algo extraño aquella tarde. Mi Señora retrocedía sobre sus pies poco a poco de modo que yo avanzaba para poder seguir con mi labor. Llegado el momento justo, entre chupada y lamida, comprendí el cometido del cordel, el cual empezaba ha tirar de mi pene hacia atrás. Ella continuaba separándose de mi, lentamente, yo cada vez tenía que esforzarme más por alcanzarla, el cordel estaba tenso. Empezaba a dolerme. Ya no podía metérmelo entero en la boca, al menos yo solo, porque mi Ama si que empujó con fuerza para incrustarlo profundo en mi garganta. La tensión en mi pene se volvía obsesiva cuando ya solo podía lamer su glande.

–¡Estúpido!, ¿cómo te he enseñado que tienes que chupar una polla?, ¿acaso quieres que repitamos las sesiones de entrenamiento?

Seguí esforzarme por llegar pero ya estaba lejos, lo miraba, sufría horrores por llegar a algo que no quería tocar. Pero tenía que satisfacer a mi Ama, tenía claro que existía gracias a Ella, por Ella y para Ella. Tenía que volver a meter su pene en mi garganta pero el cordel me lo impedía. El cordel tiraba de mi pene hacia atrás impidiéndomelo. Tenía ganas de llorar por no poder complacerla. Y tiraba y tiraba sin poder acercarme.

–¡Perro de mierda!, ¿no quieres chupar la polla de tu Ama? ¡Ahora te vas a enterar!

Volvió a la cómoda para coger su fusta, al regresar, la pasó por mis labios y la introducía en mi boca. Chupaba con ansia aquel objeto de castigo implorando desesperadamente el perdón de mi Ama por no poder complacerla como Ella merecía.

–¡Chupamela!

Volví a dirigir mi mirada a aquel enorme pene y reemprendí mis deseos de saborearlo para que mi Diosa no se enfadara, para que mi Diosa fuera feliz. Pero no podía llegar. Por más que tiraba el cordel amarrado a la cama me impedía alcanzar mi objetivo. Así, al dolor que crecía en mi entrepierna, se sumó el que nació en mi espalda fruto de la tanda de azotes que me propinó.

Me azotaba y me gritaba todo a la vez, el mundo se me venía encima porque no podía cumplir su voluntad. Se detuvo.

–¡Eres patético! No sirves ni para chupar pollas.

Se alejó. Cuando volvió traía la bolsa. La temida bolsa que contenía los objetos para castigarme. Me lo merecía, no había sido capaz de cumplir una simple orden <>, merecía mi castigo.

–Ama, por favor, no llego. Su inútil esclavo desea complacerla.

–¡Calla! Perro desagradecido. Recibirás tu castigo por ser tan incompetente.

Así fue, me vendó los ojos y me puso una pelota de goma con correas en mi boca. Luego me esposó las manos a la espalda. De un solo golpe, alojó su pene en mi ano, ahora si que me dolía, la tensión a la que estaba sometido mi entrepierna era sobrehumana y con cada envite de la Diosa crecía más. Deslizó su mano hacia ella para notar las primeras gotas de esperma que asomaban por el glande.

–Perro estúpido. Aún con tu fracaso te excitas.

Me pareció eterno todo el tiempo que mi Ama estuvo sodomizándome, pero al final alcanzó su sagrado orgasmo. Me alegre por Ella, aun con un perro inútil, puede usarme y satisfacerse.

–Esta noche no dormirás.

Y, diciendo esto, desengancho su arnés, dejando el tocho de plástico en mis intestinos con el que debía pasar la noche.

Permanecí en la oscuridad odiándome a mi mismo por no ser el buen perro que mi Ama deseara que fuera.

Este primer relato quiero dedicarlo a María que, pese a no participar, hizo que fuera posible.