Queremos tanto a Marta (I)

Un estudiante de instituto está loco por su compañera y la estética skin. Intentará entrar en su mundo...

¡Quería tanto a Marta! Marta era una compañera de instituto. Estábamos en la misma clase, en el último curso. Marta me cambió. No. Por Marta cambié. Si, así es. Marta me cambió. Mi forma de vestir, mi forma de ser. Pero vayamos por partes. Yo veía a Marta y me daba un vuelco el corazón. No podía ni hablar con ella, me excitaba y me dejaba mudo. Era bonita, sí, pero no más que otras chicas del instituto en las que apenas me fijaba.

Marta tenía presencia. Sí, eso es: presencia. Vestía siempre con esas botas Dr Martens, el polo Fred Perry (estrecho, resaltando sus preciosos senos), los vaqueros ajustados resaltando su culo, sus curvas hermosas. A veces, en vez de los vaqueros ajustados venía con una falda de cuadros y estaba igualmente espectacular. Cuando me cruzaba con ella no sabía donde mirar, mi vista se iba loca por todos lados, casi siempre lejos de ella. Tenía una mirada penetrante, no le aguantabas la mirada a Marta. A veces los ojos se me iban a sus preciosas botas y me sonrojaba y apartaba enseguida la vista. Algo duro sentía entre mis piernas. Siempre sentía ese algo duro entre las piernas, cuando Marta estaba cerca, cuando la veía o la sentía cerca.

Llegaba al aula y se sentaba detrás, al fondo del aula, y colgaba su cazadora Bomber al respaldo de su silla. Tenía parte de su pelo rapado, a los lados, pero un flequillo hermoso y el pelo que le caía por la nuca. Marta era una hermosa skingirl y yo, que ni siquiera había podido hablar con ella (me dejaba mudo), quería conocerla, hablar con ella, quería un acercamiento a esa chica… Eramos adolescentes, yo aún era virgen, y quería con locura estar con ella. Así que decidí hacerme a su estética, que por supuesto me atraía. Me compré botas, unos vaqueros nuevos (más ajustados), tirantes, un polo Fred Perry, una cazadora… Cuando conseguí hacerme con toda esa ropa me rapé la cabeza y así me presenté un lunes al instituto. Ella se fijaría en mí, vería que tenemos cosas en común, que formamos parte de un mismo mundo. Esa era la idea. Pero llegué a primera hora y ella no estaba. No fue hasta media mañana que apareció. Nos cruzamos en el pasillo y ella me miró y me sonrió. Yo le devolví la sonrisa. Casi me estalla el corazón. Imagino que mis pantalones ajustados estaban delatando mi generosa erección. Entonces me sonrojé y me dio pudor vestir con esos vaqueros tan ajustados.

La mañana se hizo eterna en ese pupitre. A última hora teníamos un examen. Lo dejé en blanco. Luego sonó el timbre y salimos todos en desbandada y la vi alejarse. Me fui al baño a pajearme. En pocos segundos me corrí. Me lavé rápido y salí corriendo. Quería verla. Entre toda esa muchedumbre de chavales que salían del instituto no era fácil. Me abrí paso por un lado; nada. Corrí hacia otro lado. La vi a lo lejos. Caminé a cierta distancia, siguiendo sus pasos. Perdón, sé que está feo. Creepy, si. En ese momento yo no pensaba con claridad, Marta me tenía embobado. La seguí unos veinte minutos y entonces ella entró en un portal, en un bloque de pisos. La fachada de la entrada tenía un gran vidrio y la veía, desde el otro lado de la calle, esperando el ascensor. No quise acercarme más; ella me habría visto. Y de repente desapareció dentro del ascensor. Crucé la calle corriendo. Tenía el semáforo en rojo, casi me atropella un auto, pero pude cruzar la calle y llegar al portal y con la mano por visera mirar adentro. Las luces del ascensor marcaban los pisos. Se detuvo en el octavo. Entonces pensé que no sabía por qué estaba allí y de qué me servía saber eso. Vale, Marta vive en este portal en el octavo. Octavo primera, segunda, tercera o cuarta? Eso ya no lo sabía pero podía ser fácil de descubrir. ¿Y qué? ¿Iba a llamar a su casa? Ahora no, obvio. ¿En otro momento quizás? ¿Con qué excusa? ¿Para decirle qué? Idiota, soy un idiota, pensé.

Volví a cruzar la calle y entré en el bar de la esquina. Me pedí una cerveza. Intenté pensar. Estaba otra vez con la polla dura. Está bien, ella seguro no se pasa el día encerrada en casa, más tarde volverá a bajar a la calle. Esperaré a que salga y entonces hablaré con ella, haré como que nos cruzamos casualmente. Bien. Entonces voy a tener que comer en el bar. Pasar quién sabe cuanto tiempo en el bar. Llamé a mi casa. Le dije a mi madre que iba a comer en casa de un compañero, que teníamos que estudiar y estaríamos en su casa. Entonces pedí algo para comer en el bar y empecé mi larga espera.

Pasó una hora. Pasaron dos. Cerveza, comida, café. Pasaban los minutos. Al final decidí salir del bar, pues hacía rato que no estaba tomando nada y me miraban mal. Salí y estuve un rato por esa calle, siempre mirando de reojo el portal de Marta. Hacía como que mandaba un whatsapp, hacía como que esperaba a alguien, hacía como que… y pasaban los minutos muuuy lentamente. Entonces pensé que quizás Marta me podía estar viendo desde su ventana y eso sería muy muy creepy. Entré en el bar y empecé a beber cervezas y a ver pasar las horas. Eran las siete de la tarde cuando ella finalmente salió del portal. Yo ya temía no verla más. O quizás había salido justo en un instante fugaz que me había pasado inadvertido. Así que me puse muy contento cuando por fin la vi salir y de nuevo el corazón se me disparó. Ella estaba ahora a punto de cruzar la calle, la tenía justo enfrente. Algunos coches iban pasando. Pagué. Estaba un poco ebrio. Si salía del bar enseguida nos encontraríamos frente a frente en pocos segundos. Era una buena idea. Más casual si me veía salir de un bar y casi chocando conmigo que si nos cruzábamos por la calle. Sería imposible no charlar. El semáforo había cambiado y ella estaba cruzando la calle. ¡Era tan hermosa! Estaba a cuatro pasos del bar, a tres… me abalancé sobre la puerta… dos… salí. La tenía justo enfrente, a medio metro de mi cara. Yo había bebido y eso en ese instante me daba el empujón que siempre necesitaba.

  • Uy, ¡hola!

Nos saludamos, por supuesto. Era imposible no hacerlo en esa situación.

  • ¿Qué haces por aquí?

  • Ya ves, estaba aquí tomando unas birras.

Ella sonrió. Yo me sonrojé.

  • ¿Aquí solo?

  • No, no, claro que no… —Ella siguió andando y me puse a caminar a su lado—. Estaba con unos amigos, justo acaban de irse.

Ella volvió a sonreír. Yo estaba con la polla tiesa. Como vio que iba andando a su lado me dijo, quizás para dejarme a un lado:

  • Voy a ver a unos amigos.

  • Aah! Muy bien.

Seguíamos caminando por la calle. ¿Era raro que fuera caminando a su lado? Bueno, ella podía pensar que íbamos en la misma dirección, ¿no? Ella ahora no decía nada y a cada paso se hacía más incómoda la situación. Decidí hablar para cortar con ese silencio cortante.

  • Me parece que es la primera vez que hablamos, ¿no?

  • Sí, es la primera vez que hablamos.

La miré y ella estaba sonriendo, tenía una sonrisa enigmática. ¿Qué estaría pensando? Había vuelto el silencio y mi corazón estaba desbocado.

  • Me mola tu estilo —le dije.

Ella se rió. ¡Qué linda carcajada! Sus ojos brillaron.

  • Ya veo, ya!

Me sonrojé. Claro, yo le había copiado ese estilo skin. La veía sexy a ella. Me sentía bien con mis botas y mi Fred Perry. Llegamos a la esquina y se abría allí un pequeño parque urbano, unos pocos metros de verde con algunos bancos, y en uno vi a un grupo de skins, una decena, todos con sus botas, sus bombers, sus cabezas rapadas, más chicos que chicas.

  • Bueno, tengo que dejarte, allí están mis amigos —dijo ella.

  • Cla-claro —balbuceé.

Ella se detuvo enfrente de mi, a un par de metros y me miró de arriba a abajo.

  • Te queda bien —me dijo.

Me sonrojé una vez más. ¿Es eso el nirvana? ¿Eso es el amor? Ella se volvió a reír.

  • ¿Tienes amigos como nosotros? —me dijo, señalando los skins del parque.

Vacilé un segundo.

-N...nnoo.

Ella sonrió.

  • Por supesto. Lo sabía.

Me miró con una mueca en la cara, una sonrisa extraña, hermosa.

  • ¿Te…?

Empezó a decirme algo pero se calló.

  • ¿Sí?

  • No, nada. Una tontería.

Estaba preciosa. Me tenía ojiplático.

  • Díme, díme —le supliqué.

  • Noo, nada… Pensaba que a lo mejor te gustaría venir con nosotros, pero… no. Es una tontería.

Me volvía loco.

  • ¿Una tontería? ¿Por qué? ¡Me gustaría mucho venir con vosotros!

Ella se rió. Esta bien, se reía de mí. Casi grité, casi supliqué poder ir con ellos. Ella se reía de mi, ¡qué patético!

  • Lo imagino, chico, pero… Eso no es para tí.

  • ¿Por qué dices eso?

  • Bueno, chico… No quiero ser mala pero… ¡eres tan loser!

Me quedé sin palabras, rojo como un tomate, sin poder moverme ni hablar ni respirar ni pensar ni… Me habría tirado a sus pies, a besar y lamer sus botas y suplicarle que me dejara ir con ella. Y de repente su voz.

  • Bueno, ¿sabes qué haremos? Voy a preguntar… y según veamos te aceptaremos con nosotros. ¿Qué te parece?

  • Si! —casi grité.

Ella se rió y se fue al parque. Yo la vi alejarse. Entonces se dió la vuelta y me gritó:

  • ¡Mañana te digo!

Y me fui de allí, feliz feliz.