Quehaceres domésticos (4)

(en el anterior relato están los cap. II y III). María humilla a su marido usándolo para su propia higiene y negándole el orgasmo repetidas veces.

Cap IV

Oscar intentó soltarse al oír las amenazas de su mujer, pero estaba bien atado, imposible soltarse. Le dolían los hombros por la posición, sentado en el suelo con las manos atadas con unas esposas justo detrás de la taza del water. Por suerte, casi no sentía el olor de las braguitas, ya que se había acostumbrado, pero inmediatamente pensó que lo que venía ahora podría ser mucho peor.

Levantando de nuevo la vista pudo ver a María delante de él, con esa media sonrisa y la mirada fija en sus ojos, con los brazos en jarra. Parecía que realmente disfrutaba de la escena, de lo que estaba viendo. Llevaba una camiseta que le tapaba apenas su coñito; era evidente que no se había puesto sujetador ya que sus pechos aparecían como dos enormes montañas delante de él, con los pezones bien duros y apuntando hacia el frente.

María se le acercó y acarició tiernamente el rostro. Le quitó las bragas y las medias que le amordazaban. Sin mediar palabra levantó la taza del water y se sentó en ella, pasando cada una de sus piernas por encima de los hombros de su marido, lo que acrecentó el dolor al tirar más aún de sus muñecas. María aprovechó para apretar las piernas alrededor de su cuello, dejándole casi sin respiración –María había sido nadadora, por lo que tenia mucha fuerza en sus piernas.

Durante breves segundos que se le hicieron eternos a Oscar, el silencio reinó en el ambiente, hasta que se empezó a oír el chorrito de orina de María cayendo en la taza. Justo en ese momento ella aligeró la presión de las piernas sobre su marido para que pudiera oír el líquido amarillo cayendo en el fondo.

Bien, cariño, me imagino que tendrás la boca seca de estar tanto tiempo con mis medias, ¿No? Seré buena y luego te daré algo para beber. Pero primero, deberás dejar a tu mujercita bien limpita para que luego no huela mal su ropa interior, cosa que no te conviene, ¿Verdad?

De golpe el chorro cesó no como es normal, si no de forma brusca, como si María se hubiera contenido y no lo hubiera soltado todo. Se levantó y soltó a su marido de las muñecas. Evidentemente, él tan solo pudo dejarlas caer al suelo y ni siquiera las movió, ya que no tenía casi ni sensibilidad. Ella le cogió de los hombros y le obligó a darse la vuelta, quedando de cara a la taza. De nuevo volvió a esposarle, pero está vez le ató también los tobillos entre si usando las medias que estaban aún en el suelo, al igual que las muñecas, por detrás del inodoro. Oscar soltaba unos gemidos ininteligibles, como suplicando que le soltara y que no le hiciera eso, pero apenas tenía fuerzas ni para hablar, encarado a la taza que olía a la orina de su mujer.

Una vez lo tubo bien inmovilizado, con la cabeza sobre la tapa del water, María se sentó de nuevo y le agarró del pelo, levantándosela para que le pudiera ver los ojos. Pensándoselo mejor, le volvió a soltar y se quitó la camiseta, quedando completamente desnuda, con los pies apoyados en los muslos de su marido para evitar así el frío contacto con el suelo del baño. Repitiendo el ritual, volvió a levantarle la cabeza y esta vez Oscar pudo ver a su mejor de nuevo, espléndida, con la respiración agitada por la excitación del momento, deseando que su maridito la limpiara a consciencia.

No hicieron falta muchas explicaciones, ya que no había mucho margen entre la cara de Oscar y el coñito de su mujer. Ella le acercó lentamente a su entrepierna y le dijo:

Aquí lo tienes, lo quiero bien reluciente, ni gota de meado, ¿Entiendes? Y procura hacerlo bien, no quiero enfadarme.

Oscar miró fijamente el coñito de su mujer, aún con gotitas en los pelos rizados. No le quedó más remedio que hacer tripas corazón y empezar a lamer su rajita húmeda y brillante. Ella le hundió la cara durante unos segundos, quedándose de nuevo casi sin respiración. Luego, lo separó un par de dedos y él comprendió que debía empezar su trabajo. Lentamente empezó a besarle los labios vaginales, suavemente, recorriéndolos de arriba abajo siguiendo su contorno. Notaba la humedad evidente por la excitación, mezclada con las gotas de orina que brillaban por la luz del baño.

Progresivamente fue acercándose más al centro de su objetivo, besando y lamiendo el agujero del coño, casi hundiéndose en el ya que era bastante grande y parecía que iba a devorarle en cualquier momento. María empezó a gemir, lentamente, a la vez que le apretaba a su entrepierna y le separaba cuando a Oscar le era imposible seguir masturbándola. El notaba la tensión del cuerpo de su mujer, sus temblores, sus gemidos cada vez más fuertes le estaban excitando a él también.

Muy… mmmmmm, muy bien cariññoooo… ssssi…. Sigue, sigue…. Así, lento, pero sin parar… quiero que te lo comas todo…. Lo quiero bien limpio… siiiiiii… mmmmmm.

Cogiéndole con una mano por el pelo y con la otra acariciándose los pechos, María empezaba a perder el sentido… tener a su marido totalmente dominado, humillado y a su servicio la ponía más caliente aún. A medida que se aproximaba el orgasmo ella gritaba más y más, soltando cada vez palabras más duras hacia Oscar, casi insultándolo. Ya no se contentaba con la lengua de su marido, si no que empezó a frotarse fuertemente en su cara, sintiendo la nariz y la boca restregándose por su coño. En las puertas del cenit le cogió con la otra mano y le hundió el rostro definitivamente en su entrepierna mientras ella gritaba de placer como una loca:

SSSSSIIIIIIIIII!!!!!! ME GUSTAAAAAAAAAAA!!!! OOOOOOOOOOHHHH… JODERRRRRR!!!!!!.........

Durante unos segundos, a Oscar le pareció morir hundido en la raja de su mujer, casi sin poder respirar. Ella no le soltaba porqué seguía sintiendo el placer del orgasmo, parecía no acabar nunca y su sensibilidad estaba a flor de piel. Intentó zafarse pero era imposible, ella era fuerte, muy fuerte si sumamos que Oscar no tenía apenas fuerzas. Finalmente le soltó, al tiempo que ella se inclinaba hacia atrás, apoyándose en la cisterna. Mirándole con aspecto burlón, María pasó los dedos por su raja, entrando repetidas veces dentro de su coñito y se los dio a chupar a su marido. Este, sabiendo que no tenía más remedio, los chupó como si de una polla bien húmeda se tratara. Mientras, ella le soltó los brazos inclinándose primero a un lado y luego al otro. Oscar cayó prácticamente hacia atrás y quedó tumbado en el suelo, respirando como podía y recuperando el aliento. Todo el baño olía a María, a sexo, a sudor, a orina… y sin tiempo de recuperarse, su mujer se abalanzó hacia delante dejándose caer sobre su pecho, con las piernas abiertas a ambos lados de su cabeza. Estaba sentada a horcajadas sobre él de manera que cualquier intento de evasión era imposible. María se deslizó un poco hacia delante hasta que, de nuevo, su coñito quedó prácticamente sobre la boca de su marido.

Bien, y lo prometido es deuda… te dije que te daría de beber, ¿Recuerdas? Pues aquí tienes tu recompensa por haber satisfecho tan bien a tu ama – Mientras le decía esto, le tapó la nariz para obligarle a abrir la boca. Casi al instante María empezó a soltar el resto de líquido que le quedaba, lentamente mientras Oscar no le quedaba más remedio que bebérselo todo si no quería ahogarse.

Vamos, cariño, bébetelo todo… no quiero que derrames ni una gota. Es el néctar divino de tu mujer… ¡Jajajaja!

Oscar bebía para no ahogarse. La visión de su mujer tapándole prácticamente la cara con su cuerpo, con su coño meándole en la boca lentamente pero sin pausa, la presión del peso de ella sobre él… sin poder evitarlo su polla le traicionaba y se ponía cada vez más dura si era posible. Estaba excitado a pesar de ser humillado por su mujer. Su voluntad hacía rato que había desaparecido y estaba totalmente entregado a ella.

Finalmente, ella terminó y se levanto. Inevitablemente, algo de líquido había caído en el suelo. Soltó los tobillos de su marido y éste se tumbó sobre el costado para recuperarse del entumecimiento de los músculos, tosiendo profundamente por el escozor que sentía en la garganta

Tienes 10 minutos para limpiar esto… hoy te dejaré que lo hagas con el papel del water, otro día… imagínate con que te voy a obligar a limpiarlo si vuelves a derramar una sola gota. Dúchate de nuevo y ven a la cama, todavía no he terminado contigo.

María se fue y le dejó tumbado. Durante unos instantes no reaccionó. Le hubiera gustado reflexionar sobre todo lo que le estaba ocurriendo, pero el miedo a su mujer y a ser castigado más duramente le impidió perder mas tiempo. Se levantó, se miró por un instante en el espejo y apenas se reconoció. Acto seguido se metió en la ducha y aprovechó para relajarse y recuperar algo de fuerza, que bien seguro le haría falta.

Pasados justos los 10 minutos. Oscar salió del baño con la toalla atada a la cintura. Entró en la habitación de matrimonio y quedó sorprendido al ver que, en cada uno de los cuatro extremos de la cama habían pañuelos atados, esperando a que él se tumbaran y sus miembros fueran inmovilizados. Con resignación se acercó y se sentó en el borde. Suspiró profundamente y se tumbó, poniendo los brazos y las piernas bien extendidos, esperando a que su mujer decidiera qué hacer con él.

No tardó mucho María en entrar en la habitación. Llevaba de nuevo su camiseta. Su cara preveía una sesión de sexo duro y salvaje, ya que no era una mujer que se conformara con poco. La escena del baño no había hecho más que prepararla para tener más orgasmos y disfrutar y abusar aún más de su marido.

Bien cariño, veo que has entendido lo que esperaba que hicieras. Me gusta que no tenga que explicarte dos veces las cosas – Dijo mientras empezaba a atarle una de las muñecas a la cabecera de la cama, justo en el extremo quedando su brazo completamente estirado. Mientras lo hacía sonreía y miraba a Oscar. Este le miraba con cara de preocupación mientras, de reojo, observaba como se le movían las tetas debajo de su camiseta y se le veían por la parte superior del cuello.

En lujar de dar la vuelta, María pasó por encima de su marido, sentándose sobre su brazo izquierda. Oscar sintió el peso de su mujer especialmente en su cuello, ya que su pierna descansó con fuerza encima, casi ahogándolo. No era más de una muestra de dominio por parte de su mujer, de control y de demostrarle que su vida estaba en sus manos. Durante los agónicos minutos que duró la atadura (quizá fueron segundos, pero a él le pareció una eternidad) se puso rojo y apenas pudo respirar. María se levantó y de nuevo le permitió respirar torpemente, tosiendo y recuperando el aliento. Sus brazos estaban totalmente tirantes, sin posibilidad de moverse. Mientras, ella le ató de igual manera los tobillos a los extremos inferiores de la cama, dejándole completamente indefenso.

Maria se acercó de nuevo a su marido y, recogiéndose el pelo, se inclinó hacia él y le dio un beso muy cariñoso, como una madre cuando besa a un hijo.

¿No tienes nada que decirme, amor? – Le dijo ella con voz dulce. El la miró sorprendido y le dijo que no, con la cabeza, lentamente sin saber muy seguro qué le estaba preguntando. Ella inmediatamente le agarró de la polla a través de la toalla y le empezó a apretar. – ¿Seguro que no?? – Le volvió a repetir. Oscar gritó y dijo esta vez un no profundo, sincero y mostrando su dolor.

Al momento María subió a la cama y se puso sobre su marido adoptando la famosa postura del 69, sentándose en su cara. Se levantó bien la camiseta y encajó su culo en el rostro de Oscar, moviéndose lateralmente para encajar su rajita en la nariz de él. Como siempre, el contacto físico con la víctima era la mejor demostración de control y dominación. Él no veía nada, lo olía todo y apenas podía respirar. Ella estuvo un buen rato así, consciente de las dificultades de su marido, hasta que se decidió a disminuir la presión inclinándose hacia delante y tumbándose sobre su marido. Oscar aprovechó para respirar, ya que su nariz quedó libre, pero su boca encajó a la perfección con el coño de su mujer. No hacía falta que le dijera nada, sabía lo que debía hacer.

Mientras él inicio un suave masaje del clítoris de María con la punta de la lengua, besándolo y chupándolo dulcemente, se sorprendió cuando ella le abrió la toalla y agarró de nuevo la polla de su marido y también empezó a besarla y lamerla con suavidad, con una dedicación como pocas veces él recordaba. Realmente María sabía como hacerlo y lo hacía de fábula. Alternaba los besos y los lentos recorridos desde la base de la polla hasta la punta con chupadas bien profundas que hacían desaparecer el miembro en su boca, como si quisiera absorber todo el néctar que guardaba en su interior.

Evidentemente, la situación no pudo durar mucho tiempo, ya que a medida que Oscar sentía cada vez más placer también aceleraba el ritmo de besos y lamidas sobre el clítoris de María, que no paraba de soltar jugos y de estar cada vez más mojado. Ella, además, se hundía cada vez con más fuerza en su cara, lo que prácticamente hacía que con el mero contacto y con movimientos cortos pero rápidos, se estuviera masturbando con la cara de su marido.

El orgasmo estaba cercano, muy cercano para los dos. María empezó a gritar, a moverse más rápido:

SIIIIII…. VAMOSSSSS…. SIGUE CHUPANDO, CABRÓN… SISSSSSS… HUMMMMM JODER… SSSIIII, VAMOSSSS… HUMMMMMMMMMMM….YA, YA, YA. YA!!!!!!!!!!!!!!!! SIIIIIIIIIIIIII!!!!!!!!!!!

Y el orgasmo de María se tuvo que oír, como mínimo, dos pisos más arriba y abajo, porque gritó como nunca. Sin soltar la polla de su marido y masturbándolo cada vez más lentamente se incorporó para seguir con sus movimientos y así notar los últimos coletazos del orgasmo. Oscar de nuevo quedó atrapado en la oscuridad del culo de su mujer, esperando recibir también su recompensa…. Que no llegó.

María paró de masturbar a su marido y se puso las manos en la cabeza, colocándose el pelo hacia atrás.

Hummmm…. Cariño, ha sido estupendo…. Te has superado, si señor… ¿Cómo? Ah, claro… tu no has llegado… uf, es que ahora estoy muy cansada y….

En ese momento sonó el teléfono y María se levanto al instante para ir a contestar. Estaba en el comedor. Oscar se quedó tumbado, mirando como su mujer se iba. Su polla estaba roja y grande, enorme como nunca. Intentó desatarse, pero era inútil, estaba completamente indefenso. Empezó a mover la pelvis, desesperadamente, intentando ni él sabia qué, para sentir alguna cosa. Estaba convencido que el orgasmo estaba a punto de llegar y quizá con un ligero roce… pero nada, era imposible.

María entró entonces en la habitación, hablando por teléfono con su amiga Mónica. Mientras lo hacía fue al cajón de la mesita de noche y sacó dos pañuelos que utilizó para amordazar a su marido y el otro para taparle los ojos aguantando el teléfono con el hombro. Él, evidentemente protestó pero sabía que era inútil. Se desesperó del todo cuando oyó que su mujer le decía a su amiga que no se preocupara, que podía quedar para cenar con ella sin problema, que no tenía nada que hacer y que sería genial. Mientras hablaba se estaba vistiendo ya que Oscar oía los cajones abrirse y cerrarse. Notó como se sentaba en la cama, supuestamente para ponerse los zapatos.

Si… claro… tranquila Mónica, ahora vengo, no tardaré… claro, claro…. – Durante un instante que Mónica le debió explicar alguna cosa, Maria aprovechó para meterse de nuevo la polla de su marido en la boca y volverla a dejar intacta, como estaba hacía unos minutos. De nuevo la desesperación se apoderó de él.

Ella dejó de chupársela y se levantó de la cama. – Si, si, y tu no debes permitir eso… claro, claro… yo de ti no lo haría… si…. si…. – La conversación no se terminaba nunca pero Óscar perdió los sentidos cuando, de nuevo, la cama se movió y notó que su mujer estaba de pie encima de ella, con los pies a la altura de sus caderas. Luego notó una mano que se apoyaba en su barriga. De nuevo debió de aguantar el teléfono con el hombro porque notó su otra mano agarrando de nuevo su polla y levantándola para… ensartarla en su coñito. María, en cuclillas, siguió bajando e introdujo el miembro de su marido hasta el fondo. Él, sin poder ver nada y gritar, tan sólo pudo gozar por unos segundos del placer que le proporcionaba su mujer.

Ya…. ¿Y tu crees que tu marido no tendrá algún lío por ahí? A ver… cuenta, cuenta… - Le dijo María a su amiga Mónica intentando alargar la conversación. Al mismo tiempo, un suave movimiento de sube y baja empezó a volver loco a Oscar… la muy guarra se lo estaba follando mientras hablaba con su amiga por teléfono. Notaba su mano apoyada en la barriga, para mantener el equilibrio. El culito de su mujer subía y bajaba cada vez más rápido y él, rezando para que no se parara, esperaba su deseado orgasmo.

Si… perdona Mónica, creo que mi marido me dice algo –tapando el auricular del teléfono apoyándolo contra sus pechos (qué mejor manera de enmudecerlo) María tuvo, de nuevo, un orgasmo esta vez en silencio. El temblor que recorrió su cuerpo le sirvió a Oscar para darse cuenta que su mujer había llegado al clímax.

Levantándose de la cama, María se alejó de Oscar hablando de nuevo con María

Si guapa, perdona, es que Oscar me decía no se que…. Pero ya está resuelto el tema, dime, dime

Oscar no sólo estaba al borde el orgasmo, si no que le dolían las pelotas por la excitación que se le acumulaba allí. Además, la misma humillación que sufría una y otra vez aún le hacía más daño.

Finalmente, oyó el clic del teléfono y María entró en la habitación.

Bien, cariño, siento no haber podido terminar contigo. Ahora tengo una cita, así que luego seguiremos, ¿Vale? Espérame en la cama y no te muevas, campeón. – Mientras se alejaba le mandó un beso y le dijo que no vendría tarde.

Durante unos instantes Oscar se quedó atónito, excitado y pensando que era un imbécil. Después, intentó gritar con todas sus fuerzas y soltarse de las ataduras que le mantenían preso en la cama, pero fue inútil. Al cabo de unos minutos aceptó su situación: Su mujer le había usado para su placer una y otra vez, le había humillado y torturado sexualmente a su antojo. Ahora mismo su voluntad era casi inexistente y no podía hacer nada más que esperar, relajarse y rezar para que su mujer volviera suficientemente cansada como para que le dejara en paz y el día terminara lo mejor posible.

Con estos pensamientos Oscar fue perdiendo la consciencia, estaba destrozado de agotamiento y necesitaba dormir. No era la postura más cómoda pero, al menos ahora, no tenía que satisfacer a su mujer constantemente y eso ya era un gran logro en su situación.