Quehaceres domésticos (2)

Como María humilla a su marido en el sofá de casa

Cap II

Había pasado media hora desde que María había llegado. Se había ido directa a la habitación para quitarse el vestido que llevaba; le gustaba ponerse cómoda enseguida. Ese día había venido con ganas de provocar , y se propuso poner nervioso a su marido. Con tan sólo las braguitas puestas, se quitó el sujetador y se puso una camiseta de tirantes blanca. No es necesario decir que, teniendo en cuenta los maravillosos pechos de María, una vestimenta de este tipo no dejaría indiferente ni al más despistado y soso hombre del mundo.

María estaba en el comedor, leyendo su libro favorito, como de costumbre. Empezó a mirar por el comedor para buscar una excusa. Oscar estaba en la habitación de los niños, trasteando con el ordenador.

¡¡¡Cariño!!! – Le dijo María con un tono medio burlón, medio cariñoso. – Creo que la pata del sofá está a punto de desmontarse. Hace unos ruidos extraños. ¿Puedes venir a mirarlo, por favor?

Si, María, dame un segundo.

Oscar entró en el comedor y dijo: - ¿Qué pat…. ? Se quedó sin palabras cuando vio a María. Estaba tumbada en el sofá, con los tobillos cruzados, mostrando un primer plano de sus braguitas y la camiseta que se le había subido y dejaba ver desde su ombligo hasta casi justo hasta debajo de los pechos. Sujetaba el libro tapándole la cara. Con la mano señalaba la pata más cercana a sus pies.

Creo que es esa. Si no, mira la del otro lado, pero alguna hace ruido cuando me estiro en el sofá.

María ni le miró y siguió leyendo. Oscar se tomó su tiempo para mirarla de arriba abajo. El llevaba unos pantalones cortos sin nada debajo (también le gustaba andar cómodo) y no llevaba camiseta, hacía mucho calor. Se sentó en el suelo y empezó a mirar la dichosa pata. Instintivamente su mirada subía al sofá, y veía a María ahí tumbada, moviendo sutilmente los pies, para llamar la atención.

Una de las cosas que siempre había atraído a Oscar de María era su físico de nadadora. Hacía tiempo que lo había dejado, pero era evidente la herencia que le había quedado en su cuerpo: sus piernas tenían las curvas que denotaban fuerza, sus pies eran muy sensuales y sus muslos fuertes no hacían más que disparar la imaginación de Oscar.

Él seguía trasteando la pata del sofá pero no veía que le pasaba. María no se había duchado, a propósito. Sabía que el olor corporal que desprendía pondría aún más nervioso a su marido, por lo que decidió hacerlo más tarde. Efectivamente, su marido se iba poniendo aún más nervioso por el ambiente que se respiraba. Además, una vez más estaba a sus pies. No sabía como lo hacía, pero siempre acaba en esta posición.

Cansado de la pata del extremo, se fue a la del centro, a pesar que María no le dijera que esa estuviese mal. Evidentemente quería tener una visión de su mujer desde otra perspectiva. Las braguitas (bastante diminutas, por cierto) estaban justo delante de sus narices. Al intentar llegar a la pata tenía que acercar el cuerpo al sofá y el cuerpo de María le quedaba a escasos centímetros. Esta vez no sólo tenía la visión de sus piernas en perspectiva, si no que también tenía esos increíbles pechos a tocar de su boca. María seguía leyendo sin inmutarse, aunque estaba alerta a cualquier movimiento de su marido. Inevitablemente, Oscar se acercó aún más a sus caderas y le dio un beso. Al no haber reacción, le lamió suavemente justo donde estaba la goma de sus braguitas. Entonces María alargó su brazo y le cogió del pelo, apartándolo y mirándole a los ojos.

¿Quién te ha dicho a ti que puedes tocarme? Sabes que mientras estoy leyendo no me gusta que me molesten. Haz tu trabajo y luego ya hablaremos.

Oscar se quedó parado, pero obedeció porque ya conocía los castigos de María y no le apetecía para nada sufrir uno de ellos. María dobló la pierna que quedaba más cercana al límite del sofá y esto provocó aún más a su marido que sufría al no poder tocarla pero tenía que aguantar estar a escasos centímetros de ella. Además, lo que más le fastidiaba es que a María le gustaba, porque se notaba que sus partes más íntimas empezaban a humedecerse por el olor de excitación que desprendían.

Cariño, no encuentro que le pasa a ésto… ¿Estás segura que pasa algo?

Mientras miraba a María, ésta dejó el libro en el suelo y se incorporó en el sofá, quedando sentada. Entonces se giró sobre su culo y puso una pierna a cada lado de su marido, sentada de cara a él. Esta vez tenía justo delante sus braguitas con una evidente mancha por la excitación y, no mucho más arriba, esos pechos que le volvían loco mostrando su calentrua con la evidente exposición de sus pezones a través de la camiseta.

Así que no lo encuentras… vaya, vaya, pues tendrás que quedarte aquí un rato hasta que lo encuentres, porque si yo digo que hace ruido, es que hace ruido.

Sin saber de donde (posiblemente de debajo del sofá) María sacó unas esposas y se las dio a su marido. –Espósate a la pata del sofá… ¡¡YA!!

Sin esperar un segundo, Oscar se esposó y quedó con la cabeza casi encima de la base de sofá. María se apoyó en el respaldo y se separó unos centímetros de su marido. Era evidente que ahora iba a sufrir una provocación en su máximo exponente. Puso sus pies encima del sofá encogiendo las piernas; su braguita apenas podía contener la excitación que cubría. María se quitó la camiseta y mostró su torso desnudo. Debido al calor ella también había sudado un poco, por lo que tenía unas gotitas entre sus pechos. Con ambos dedos índices, las esparció por su piel y luego empezó a tocarse los pezones, lentamente, haciendo que se endurecieran aún más. Cerró los ojos y gimió mostrando un placer evidente por lo que estaba haciendo.

Oscar intentó soltarse, pero evidentemente no podía. – María, por favor, suéltame y deja que lo haga yo, te va a encantar, seguro… - María abrió de nuevo los ojos, y le dijo que no con la cabeza. Evidentemente, no sería tan fácil salir de ésta, pensó él.

Estuvo un buen rato acariciándose. Cuando Oscar dejaba de mirar, cerraba los ojos o hacía cualquier cosa para evitar que sus pantalones explotaran, María le levantaba la cabeza con sus pies, o se la apretaba fuertemente para que abriera los ojos. Al cabo de un rato bajó una de las piernas y su pie fue directamente a buscar la entrepierna de su marido. Se alegró al comprobar que su miembro estaba completamente duro, preparado para cualquier cosa… que de momento no iba a suceder, evidentemente. Aprovechó para apretar fuertemente las partes más sensibles de su marido para que, con la presión, aún fuera más insoportable la tortura.

¡¡ Ya está bien, suéltame, te digo, no pienso dejar que me trates así más tiempo, soy tu marido y tienes que mostrarme un poco más de rmmksdfkasdfklffffffffffffff ¡!!!!!

María se había quitado sus braguitas y se las había puesto en la boca a su marido, para no escucharle más. Sorprendido por la maniobra, Oscar empezó a notar un gusto salado que evidenciaba que María estaba más que excitada con la situación. Mediante un pañuelo María amordazó a su marido para que no pudiera escupir las bragas y así quedarse calladito. Entonces ella empezó con la segunda parte del tormento: de nuevo usó uno de los dedos índices que mojó convenientemente con saliva y deslizó a su entrepierna de forma muy sensual. Con la otra mano se abrió los labios vaginales y con el dedo empezó a acariciarse el clítoris. Aquí si que soltó un grito de placer y su espalda se arqueó al sentir el contacto. María había colocado los pies en los hombros de su marido y éste no podía girarse ni mirar hacia otro lado. Estaba como hipnotizado y, lo peor de todo, no podía tocarse para aliviar la excitación.

María iba acercando lentamente su coñito a la cara de Oscar, que no podía moverse y notaba como el olor de hembra excitada de su mujer le llegaba hasta las mismísimas entrañas. Ella levantó los pies de los hombros, y apoyándolos en la espalda de su marido, le acercó aún más a su entrepierna, colocándole después los muslos justo a lado y lado de su cabeza, apretando fuertemente para que no hubiera escapatoria posible. Oscar miraba el coño de su mujer que brillaba por los líquidos que desprendía, y lo alternaba con esos pechos increíbles que temblaban cada vez más a medida que María aumentaba el ritmo de su estimulación.

Por desgracia para María, no tardó mucho en llegar a un poderoso orgasmo, ya que se había excitado mucho durante todo el rato que llevaban los dos en el sofá y era inevitable que llegará rápidamente a la explosión de placer. Pero en lugar de llegar con sus propias caricias, cogió a su marido por el pelo y hundió su cara en el coño y se restregó frenéticamente hasta llegar al esperado orgasmo. Oscar casi no podía respirar pero notó como su mujer obtenía el éxtasis por la cantidad de flujo que soltaba y al parar del golpe los movimientos del pubis. Le mantuvo ahí, hundido en el monte de Venus, un buen rato, hasta que finalmente le liberó. El respiró como pudo; el olor en el ambiente era evidente. Ver como respiraba agitadamente, como su pecho subía y bajaba aminorando el ritmo lentamente.

De un rápido movimiento María se levantó del sofá, cogió la llave de las esposas y soltó una de las manos de su marido. Le obligó a darse la vuelta y de nuevo le volvió a esposar pero, esta vez, con las manos a la espalda y unido a la misma pata del sofá. María le quitó el pantalón de un tirón y pudo ver como su polla estaba con unas dimensiones increíbles, a punto de reventar. Ella se puso de pie, justo delante de él. De nuevo, la visión era espectacular. Se le acercó lentamente, dejando su coño a escasos milímetros de su cara. De nuevo le cogió del pelo y fue bajando lentamente en cuclillas hasta que, sin ningún esfuerzo, se dejó penetrar por su marido. Éste soltó un grito completamente ahogado por la mordaza. La sensación de humedad y de calor que sentía alrededor de su miembro era increíble. No tardaría nada en llegar al orgasmo. María lo sabía, por lo que fue bajando hasta que se hundió del todo en su interior, pero luego no hizo movimiento alguno, lo que desesperó a su marido.

Lo tenía justo delante de su cara. Ella con las piernas en cuclillas, aguantando el equilibro con su polla insertada hasta el fondo pero sin moverse. Empezó entonces a besarle, lamerle el rostro, las orejas, el cuello. Sabía que esto aumentaría aún más el tormento, pero así le sería imposible llegar a ningún orgasmo. Acercando su cara a sus pechos, se la hundió de forma que casi le era imposible de respirar. Dicen que a los reos que morían ahorcados, cuando se quedaban sin aire les aparecía una erección descomunal. María lo notó al ver como crecía, aunque fuera increíble, un poco más el miembro de su marido en su interior.

Entonces ella le separó de sus pechos, subió ligeramente hasta casi dejar salir la polla de Oscar y… bajó de golpe hasta el fondo. Tan sólo con este movimiento su marido llegó a un orgasmo que hacía años no sentía. No hizo falta ningún movimiento más, la descarga fue constante y Oscar se quedó medio desmayado con la cabeza apoyada en el sofá, intentando recuperar el aliento que casi había perdido por la asfixia.

María le soltó el pañuelo y le quitó sus braguitas de la boca. Cogió a su marido de las mejillas y le dio un beso metiéndole la lengua hasta casi la traquea.

Cariño, me voy a duchar… luego te soltaré y dejaré que te duches, ¿De acuerdo? No te desesperes… la noche aún es muy larga y hoy los niños no vienen a dormir.

Oscar prácticamente ni reaccionó, pero oyó lo de los niños y no sabía si esto era una buena o mala noticia. Su mujer se había convertido en una sádica que disfrutaba excitándolo en cualquier situación y él sabía que no podía hacer mucho para defenderse, ya que estaba amenazado con perder todo lo que tenía. De todas maneras, en el fondo era feliz porque sabía que difícilmente podría llegar a obtener un sexo tan intenso y profundo como el que tenía en ese momento. Por momentos era insoportable, ya que llevaban a límites de excitación de locura, pero la recompensa se lo merecía.

Cap III

Mientras María se duchaba, Oscar reflexionaba sobre todo lo que le estaba sucediendo en la vida. Hacía poco más de un año la situación era totalmente diferente, hacía y deshacía a su conveniencia, sin dar explicaciones. De tanto en tanto echaba un polvo a su mujer para que no se quejara, pero realmente su objetivo era su jefa y, porqué no decirlo, sus historias con compañeras de oficina, amigas del gimnasio o quien sabe más.

Desde que María había dado un golpe de timón a su vida, todos sus contactos se habían perdido… todos menos uno, una chica amiga suya desde hacía muchos años que, además de ser su amante esporádica, siempre le decía lo que debía o no debía hacer. Había conocido a Esther en el instituto, y desde entonces que siempre había tenido como un vínculo extraño con ella. Era como si fuera su voz de la conciencia; ella siempre le aconsejó que no se casara, que viviera la vida. Le decía que uno no debía ligarse a una persona de por vida, que era mejor estar con todas las personas posibles y evitar el compromiso.

El día de la boda de María, Esther la conoció y se comportó de lo más hipócrita posible. María la caló y se dio cuenta que esa persona escondía algo, que no era de fiar. Por esa época no pensó que fuera un problema, aunque con el tiempo vería que si lo era, y muy gordo.

Esther seguía llamando de tanto en tanto a Oscar, diciéndole que era un pamplinas, que se estaba dejando dominar por su mujer y que eso no lo debería permitir. Él le decía que tenía razón, pero su mujer le tenía totalmente controlado, embrujado y en el fondo le gustaba la situación. Oscar había visto a Esther un par de veces en los últimos dos meses. Habían follado fogosamente, ya que Oscar mostraba una sexualidad muy por encima ahora respecto a años anteriores. Evidentemente, Esther se beneficiaba de esto y no pensaba dejar que se le escapara una diversión tan excitante como un hombre fogoso, dominado por su mujer y que necesitaba mostrarse de lo más macho con otra mujer.

Oscar oyó que María salía de la ducha. Unos pasos se acercaron a él y apareció su mujer, con el albornoz, las zapatillas y una toalla en el pelo, se agachó a su lado y le soltó las esposas.

Bien, cariño, ya puedes ir a ducharte. No tardes porque tienes que preparar la cena.

Oscar se levantó, asintiendo a lo que decía su mujer y se fue a la ducha. Mientras estaba debajo del agua oyó como le llegaba un mensaje al móvil. Por un momento pensó que sería algún compañero del paddel, o…. ¡Mierda! Esther… joder… tenía la manía de enviarle mensajes al móvil… uffff… ojalá María no lo hubiera oído.

Terminó rápido de ducharse, se secó y salió con la toalla atada a la cintura. Fue a su mesita de noche y cogió el móvil. Había un mensaje por leer. Lo abrió, consultó el mensaje y… efectivamente, era de Esther: " y te comeré las pelotas hasta que pierdas el sentido. Tu zorrita siempre dispuesta a contentarte. :* "

Por los pelos… pensó. Si lo llega a ver su mujer lo hubiera pasado fatal. Lo borró inmediatamente y justo cuando lo dejaba sobre la mesa de nuevo, entró María en la habitación.

¿Quién te ha escrito? – Le preguntó como quien no quiere la cosa

Nada… Miguel, mi compañero de Paddel. Como hace tiempo que no voy, me preguntaba si estaba lesionado o algo. Tranquila, mañana le llamaré.

Eva seguía con la bata puesta, pero sin la toalla. Tenía el pelo mojado. Se acercó lentamente a su marido, mirándole a los ojos con una media sonrisa. La toalla de Oscar empezaba a notar cierta tirantez en su interior.

Ella desabrochó su bata y cogió el cinturón. Delante de su marido le ató las muñecas fuertemente, dejando un extremo bastante largo. Tirando de él le llevó hasta la puerta de la habitación. La cerró. Detrás había un colgador vacío. Pasó el extremo del cinturón por el colgador y tiró de él con fuerza. Oscar quedó con las manos por encima de su cabeza, a escasos centímetros. María ató fuertemente le cinturón al colgador, de manera que no pudiera soltarse. Ella se apartó ligeramente de él, mirando como se esforzaba por soltarse. María tenía la bata completamente abierta, por lo que sus pechos quedaban de nuevo expuestos a la vista de su marido. La toalla no pudo más y se desprendió de la cintura de Oscar. De nuevo, la erección era considerable. María se relamió los labios y se acercó de nuevo a su marido. Le dejó caer el cinturón por la espalda, haciéndolo pasar por en medio de su culito y se lo ató alrededor de los huevos y de su polla bien erecta. Previamente le había obligado a ponerse de puntillas. La situación era complicada, porque si Oscar dejaba de hacer fuerza con sus piernas, el cinturón tiraba con fuerza y le apretaba sus partes más íntimas.

María, dispuesta a disfrutar del espectáculo se sentó en el borde de la cama que daba justo delante de la puerta. Se abrió del todo el albornoz y empezó a acariciarse mientras miraba a su marido cómo se esforzaba por subir el cuerpo hacia arriba y disminuir el tirón en su entrepierna. Debía estar concentrado al 100% porque, debido al poco margen que tenía, si apoyaba sus plantas de los pies del todo en el suelo, ese maldito cinturón podría arrancarle los huevos para siempre.

María se acercó lentamente a su marido, y sabiendo que lo que más necesitaba era concentración, se dispuso a quitársela muy sutilmente. Empezó con suaves besos en sus pechos, lamiendo lentamente los pezones de su marido. Sabía que eso le encantaba y que le era bastante insoportable. Intencionadamente, se acercaba mucho al cuerpo de su marido para que éste notara los grandes pechos de su mujer, restregándose por su cuerpo. María se acariciaba al mismo tiempo su entrepierna, muy lentamente.

¡Por favor!…. María… no… no puedo soportarlo… suéltame, me tira mucho en los huevos… no… - María hacia caso omiso de los ruegos de Oscar. Poco a poco fue bajando por su estómago, su barriga, con besos sutiles hasta llegar a su miembro color púrpura, duro y tirante. Ella, de cuclillas, dejó caer la bata completamente quedando desnuda a sus pies. Con una mano acariciaba y masturbaba lentamente a su marido; con la otra se masturbaba ella misma, con igual suavidad. Miraba a Oscar y disfrutaba viéndolo sufrir.

Durante un buen rato estuvo acariciándolo y besándole la polla. Luego empezó a lamerla de arriba a abajo, recorriendo todo el tronco y acabando en la punta, por donde pasaba una y otra vez la lengua; siguiendo este ritual estuvo un buen rato. Los gemidos de Oscar eran terribles, los vecinos estarían gozando del festín, de lo más seguro. María lo tenía al borde del orgasmo. Cuando él estaba a punto, ella paraba unos segundos, y volvía a empezar. De repente, se levantó y cogiéndole bien fuerte del miembro, le miró a los ojos y le dijo.

¿Tu putita Esther te hace lo mismo, cariño? – La cara de Oscar se tornó de todos los colores, acabando en el blanco. ¿Cómo narices sabía eso?

Dile a tu amiguita que, cuando mande un mensaje, se asegure que yo no puedo leerlo. Decía algo así como… " Te espero mañana en mi piso, desnuda y caliente. Espero que seas puntual y " . La segunda parte supongo que te habrá llegado después, ¿Verdad, cabrón? – Le dijo mientras le apretaba con fuerza las pelotas hasta hacerle gritar de dolor

¡¡¡¡¡UAAAAAAAAAAAA!!!!!!!!! ¡¡¡Por favor!!! ¡¡¡Me las vas a arrancar!!! Si, es verdad... nos hemos visto algún día, pero se terminó, yo le dije que me dejara, pero está loca, no para de mandarme mensajes y… ¡¡¡UAAAAAAAAAAUUUUU!!!

María volvió a apretar, y esta vez, con la otra mano dio un par de vueltas al cinturón del albornoz que pasaba por la espalda de su marido, tirando aún más la atadura y dejándole casi sin respirar por el dolor.

Oscar casi perdió el sentido. María le soltó de la puerta y él cayó casi a plomo en el suelo. Estaba destrozado, le dolían sus partes íntimas una barbaridad. Eva le ató las manos a la espalda y también los pies, quedando de rodillas sin margen de movimiento. Le cogió del pelo y le llevó al borde de la cama. Ella sentó y le puso sus pies en la cara.

Mira, cabrón… era de esperar porque eres un capullo integral y parece que aún no has aprendido. Te voy a tener sin sexo durante un mes, te voy a usar como a mi esclavo y te exprimiré hasta que supliques a mis pies. Para empezar, ya puedes empezar a honorarlos porque durante mucho tiempo es lo único que vas a poder hacer sin que te duela. ¡Vamos!

Oscar empezó a lamer y besar los pies de su mujer, con total devoción. Psicológica y físicamente estaba destrozado. Su único secreto ya no lo era y la ira de María era infinita, no sabía dónde estaba el límite. Estuvo besando sus pies durante casi una hora, lamiendo sus piernas y besando sus intimidades hasta que ella se cansó. Le llevó al baño, le ató de espaldas a la taza del water sentándolo en el suelo. Le amordazó con unos panties y le puso una de sus bragas sucias en la cara, para que tuviera el olor de su ama bien cerca, presente en todo momento. Cerró la luz y lo dejó ahí, mientras María se fue a preparar algo de cenar y a ver la televisión. A Oscar le dolía tanto la polla por los apretones como por la excitación. Su mujer le había dejado completamente humillado y, lo que era peor, estaba muy enfadada y dolida con él, y lo que le podía esperar a partir de ahora sería un infierno.

Al cabo de un rato, María entro en el baño. Oscar la vio a duras penas por un ojo que no le cubría las braguitas negras de su mujer de la cara, acostumbrándose a la claridad.

Vengo a mear, prepara tu lengua porque… hoy no pienso usar papel higiénico.

Los ojos de Oscar se abrieron como platos. Parece que el nivel de castigo y humillación había subido un grado más. No sabía si podría resistirlo.