Quehaceres domésticos (1)
La vida de Maria cambia cuando su marido pasa a estar bajo sus órdenes.
Cap I
María volvía a casa después del trabajo cansada, como siempre. Últimamente, con las clases de inglés avanzado, catalán nivel A y otras promociones en el trabajo, estaba muchas horas allí metida y eso se notaba al final de la semana. Suerte que su vida había cambiado porqué si no no podría aguantar este ritmo ni dos semanas seguidas.
Mientras conducía recordaba aquellos días en los que tenía que ir a recoger a sus hijos en el colegio (a distintas horas) y que les llevaba a sus actividades extraescolares. Se pasaba toda la tarde esperando a que terminaran y llegaba a casa justo para ducharlos, preparar la cena y poco más. Una ligera sonrisa se dibujó en su rostro al ser consciente que ahora la situación era del todo distinta.
Después de sus cursos y progresiones laborales, María tenía ahora un sueldo mucho mejor, estaba más valorada y se podía permitir a alguien que hiciera todas estas gestiones. Sus hijos estaban encantados y la chica que los recogía y los llevaba a casa era muy maja, se entendía muy bien con ella y su amistad y confianza iba aumentando día a día.
No sólo esto había cambiado. Su marido Oscar también había cambiado, y radicalmente hay que decir. Realmente no se ocupaba demasiado de los niños ni mucho menos de los quehaceres domésticos. No le importaba mucho si María sacaba la lengua para llegar a todas partes y tener todo listo en casa. Él sólo tenía en mente su trabajo y con el tiempo, se demostró que algo más. Una infidelidad que fue descubierta por accidente sirvió para que todo cambiara radicalmente. Tenía una historia con la mujer del jefe, una cincuentona que le prometía ascender a cambio de favores sexuales; evidentemente, el ascenso no llegaba nunca y estaba bien cogido por las pelotas. Igualmente, parecía no importarle porque no hacía nada por cambiar la situación.
María llegaba ya a casa y se dirigía al Parking. Fue allí justo donde le dijo a Oscar que se había acabado tantas mentiras, que estaba harta y que tenían que hablar. Parecía como su fuera ayer, pero ya había pasado un año:
Oscar, tenemos que hablar. Se que tienes un lío con otra mujer y ya se me acabó la paciencia.
Él se hizo el despistado pero acabó reconociéndolo todo. Con su habilidad habitual intentó darle la vuelta a la situación para convencer a su mujer que el no podía hacer nada, que si no lo iban a despedir, pero María no le creyó. Ella le dijo que había hablado personalmente con la mujer del jefe y ésta le había confesado que ya estaba harta de él, que se lo quería sacar de encima pero no sabía cómo. Incluso estaba a punto de pedirle a su marido que le despidieran.
Bien, capullo, como ves estás de mierda hasta arriba. Por suerte, convencí a aquella mujer de que no lo hiciera de momento. Le dije que no la volverías a molestar para suplicar un ascenso y que ya me encargaría yo que la dejaras tranquila y, además, fueras mucho más producto de lo que eres y sin hacer esas famosas horas extras que siempre te hacen llegar tan tarde.
Él se quedó sin argumentos, bajó la cabeza y se dio cuenta que estaba en sus manos. Realmente María sintió que ahora las cosas cambiarían radicalmente y que ella sería la que mandaría en su casa a partir de ahora.
María salió del coche (estaba cargado hasta los topes, venían de comprar para un mes) y se dirigió hacia casa.
¡¡Eh!!, ¡Que hay que cargar todo esto! No pensarás que yo - Ella se paró retrocedió hasta la puerta del coche y le miró fijamente a los ojos:
Mira, encanto, si no quieres quedarte en la calle, dejar de ver a tus hijos, que te despidan del trabajo y encima te denuncien por acoso a partir de ahora harás todo lo que yo te diga, y del modo que yo te diga, ¿Te queda claro? Así que mueve tu culo y carga con todas las bolsas hasta casa. No tardes que me duelen los pies y quiero que te ocupes de ellos.
En este momento el sudor hizo su acto de presencia en la frente de Oscar, se soltó el nudo de la corbata y trago saliva como pudo. Se sentía totalmente cogido por las pelotas, no tenía ninguna salida y lo mejor que podía hacer era obedecer y no hacer el tonto. De momento no tenía otra salida. Quizá con el tiempo sabría como salir de este lío, pero en este instante no venia cómo.
Oscar cargó con todas las bolsas y salió del parking como pudo. María iba justo delante de él. Parecía que fuera su mayordomo cargando con todo mientras ella caminaba con la cabeza bien alta hasta llegar al portal de su casa. María tenía un buen cuerpo, había sido nadadora y waterpolista y eso se notaba. Por culpa de sus obligaciones en casa no había podido seguir practicando deporte con la asiduidad que hubiera querido, pero desde ese día volvería a nadar a diario y su cuerpo recuperaría la fuerza y la dureza que la hacía tan apetecible.
La sonrisa en el rostro de María era cada vez mayor. Aparcó el coche, salió del parking y fue hacia su casa. Entró en el ascensor y ahí acabó de recordarlo todo.
María abrió la puerta de la calle y Oscar entró con dificultad. Estaba sudando a chorros por el esfuerzo. Entraron en el ascensor y Oscar hizo el amago de dejar las bolsas en el suelo.
No mi amor, no las sueltes Le dijo María con un tono del todo cariñoso y amable. Justo después acercó su mano a la entrepierna de su marido y descubrió una erección más que aceptable. Sin dejar de mirar hacia abajo, María alzo sus ojos buscando los de Oscar y le dijo:
Hummmmm esto va a ser mucho mejor de lo que esperaba. Me lo voy a pasar muy bien, si señor.
Mientras seguía manoseando y apretando los huevos a su marido, mientras su miembro crecía por momentos. Al no poder soltar las bolsas, no tenía opción a defenderse y el viaje en ascensor se le hizo eterno quizá porque María tardo bastante en pulsar el botón del piso. Él la miraba con rabia, pensando que eso no era una muestra de cariño ni de que todo fuera una broma. La mirada de su mujer daba miedo, porqué lo que le había dicho en el coche iba muy en serio y sabía que no era un juego.
Mientras María abría la puerta recordaba que ese día, su marido estuvo durante 1 hora haciéndole masajes en los pies para relajarla; evidentemente, le hizo arrodillar en el suelo mientras ella se tumbaba en el sofá, iniciándole en las normas que a partir de ahora regirían la convivencia del matrimonio. Los niños estaban ese día con los padres de ella y todo se dio perfecto para que el destino de María cambiara radicalmente a partir de ese momento.
¡¡Hola cariño, ya estoy en casa!! dijo al entrar, sin moverse de la entrada. Oscar apareció con el delantal puesto, recogió el bolso de María mientras le daba un beso en los labios, se arrodillaba ante ella y le quitaba los zapatos mientras le ponía las zapatillas.
Hola mi amor. Ya he limpiado el piso y también ordenado la habitación. ¿Necesitas algo más o me dejas tiempo libre? Le dijo Oscar con una voz dulce y suave. María le miró, le acarició la cabeza como quien saluda a su perrito de forma cariñosa y le dijo:
Adelante, puedes hacer lo que quieras. Cuando te necesite ya te llamaré.
Oscar se fue con una sonrisa y desapareció de la vista de María. Ella tenía por costumbre al llegar a casa leer un rato para relajarse y luego jugar con su marido con cualquier excusa que se pudiera imaginar.