Quédate conmigo - Parte IV

Hablando de negocios...

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Quédate conmigo - Parte IV

(Hablando de negocios)

Me despertó el sonido de mi teléfono vibrando sobre la mesilla. Durante unos instantes, no supe dónde estaba, lo que había hecho ni la hora que era. Entraba mucha luz por la ventana. Miré la pantalla medio dormido y vi la foto de Gabriel. Se me iluminó la cara:

―¡Dime!

―¡Hola, guapo! Buenos días. ¿Has dormido bien?

―¡Sí, claro! Acabo de despertarme. ¿Y tú?

―He dormido como los angelitos; soñando con dos tíos maravillosos que conocí anoche.

―Me alegro. Yo ni siquiera recuerdo si he soñado.

―Verás, guapo… Perdona que te moleste. Es que Marco se dejó anoche el teléfono en el salón…

―¿Qué? ―Salté en la cama como un resorte y Marco me miró desperezándose.

―Es por si quieres decírselo cuando lo veas y os lo dejo donde me digáis, ¿vale?

―¡Espera!

Me giré un poco, besé a mi amigo, y le comenté lo de su teléfono. Me dijo entre dientes que yo decidiera:

―Marco dice que le da igual…

―¡Ah! ―exclamó claramente asombrado―, pero, ¿habéis dormido juntos?

―Sí, claro, Gabriel. Marco está en casa conmigo. Vivimos con mi madre, pero independientes de ella.

―¡Vaya suerte, muchacho! Ya me hubiera a mí gustado que mis padres me aguantaran ese plan. En cuanto supieron lo mío, me vi de patitas en la calle. Bueno… ¡Tú dirás! Os lo puedo llevar a algún sitio…

―Verás… ―maquiné en un instante el plan―. Todavía no nos hemos levantado. Podría enviarte la localización por WhatsApp y quedar por aquí cerca.

―No hace falta, bonito. Sé llegar hasta ese sitio. Si me dices un lugar exacto, una cafetería, por ejemplo, os invito a café o cualquier cosa y os lo entrego.

―¡Claro! ―contesté observando la sonrisa de Marco por saber que hablaba con Gabriel―. Vamos a levantarnos, a ducharnos y a saludar a mi madre. En cuanto lo sepa, yo te llamo y nos vemos a una hora que te venga bien.

―¡Venga! ―concluyó―. No quiero entreteneros. Tú me avisas. ¡Chao!

Volví a acurrucarme junto a mi amado, lo miré a los ojos acariciando su mejilla y le di los buenos días. Me apretó con fuerzas:

―Esto me pasa por beber ―farfulló―. Ahora me siento como un bandido que asaltó anoche un banco.

―No hicimos nada malo, Marco. Y como ves, es real. Otro se hubiera quedado con tu teléfono y hubiera pasado de nosotros. Solo falta saber cómo reacciona mamá…

―¡No, por Dios! ¡Qué disgusto! ¿Qué va a pensar de mí después de lo de anoche?

―No va a pensar nada. No has venido a sacarme de juerga. Ya verás cómo ella sabe lo que decir… aunque intentará saber un poco, claro. Mejor no dar explicaciones. ¡Levanta! Hay que ducharse, ponerse algo y bajar.

Me puse algo de ropa encima y le dije que se fuera duchando. Bajé despacio y me asomé a la cocina para tantear el terreno:

―Buenos días, mamá.

―¡Vaya! ¡Por fin resucitáis! ―dijo entre risas―. No me extraña… Después de llegar casi amaneciendo…

―No, no. Es que…

―No me vayas a dar explicaciones porque no las he pedido. Solo sé que llegasteis sobre las cinco porque oí parar a un coche y luego entrasteis. El resto, no es asunto mío.

―Nos trajo un amigo. Es un buen chico que conocimos anoche.

―¡Qué bien! ―no pareció molestarse, pero indagó―. A vuestra edad y con coche es que ya estará trabando.

―¡No, no! Es el coche de su padre.

―¿Y conduce bebido a esas horas? ¡Ay, Fer! A ver si vais a tener un disgusto…

―No bebimos. Bueno… alguna cerveza, pero a esas horas ya estaba orinada.

―¡Venga! ¡A la ducha los dos! Y ya me dirás si os pongo el desayuno o esperamos al almuerzo. Son más de las doce. Juanita ha venido a ver cómo está su hijo y le he dicho que está mejor que nunca y que todavía estabais durmiendo. Parece que el cafre de su marido ha hecho las maletas y se ha ido a un hostal. Asunto resuelto, según me parece. Me alegro por ella.

―Y yo, mamá. Esa mujer no es mala con su hijo; es él el que hace esas cosas.

―¡Qué me vas a contar! ¡Sube a por tu amigo, anda! Mejor os pongo un aperitivo y esperáis hasta el almuerzo.

Subí muy conforme a buscar a Marco y, viendo que no estaba ya en el dormitorio, abrí la puerta del baño. Mi amigo estaba duchándose y se tapó por instinto. Di unos pasos hasta él tras cerrar la puerta:

―¿Te da vergüenza de que te vea, otra vez, la churra?

―¡No! ¡Qué va! Pensé que era tu madre.

―¡Tienes mejor el culo! Mamá está preparándonos algo de comer ―dije quitándome la ropa―. Parece ser que ha venido tu madre a ver cómo estabas. Ya se ha encargado ella de decirle que estás mejor que nunca. ¡Fíjate! Ahora… Anoche estaba despierta cuando llegamos y le he dicho que el coche que oyó es el del padre de un amigo que nos trajo.

―¡Qué lío, Fer! Yo con esto de inventarme lo que he hecho soy un desastre.

―¡Venga! ¡Échate pa dentro, que paso! Tú te haces a la idea de que Gabriel tiene… veinte años, por ejemplo, y que nos trajo con el coche de su padre. Yo tengo permiso de conducir pero no tengo para comprarme un coche. No es nada raro.

―Pues no ―comentó echándome a un lado para salir a secarse―. Yo no pasé el examen práctico y lo tengo pendiente.

―Algún día… ―fantaseé mirándolo―, tendremos nuestro coche; o uno cada uno si nos hace falta. Ya termino, nos vestimos y bajamos. ¡Ah! Por cierto… Tu padre se ha ido de casa… ¡Bye, bye! ¿Comprendes?

―¡No me digas! ¿Ha pasado algo?

―Por lo que me ha dicho mamá, nada malo. ¡Tranquilo! Al revés. Ya no hay moros en la costa.

Con alguna ropa mía de andar por casa, bajamos juntos a tomar algo para aliviar un poco la resaca de la poca costumbre. Mamá nos oyó y se acercó a besarnos:

―Buenos días, Marco. ¡Qué lindos estáis así, por Dios! Parecéis hermanos… Será mi costumbre de verle esa ropa a Fer.

―Buenos días, Melisa. Me ha dejado esto porque no me traje mucha ropa.

―Este tiene ahí ropa de sobra para los dos, hijo. Os haré un préstamo… a devolver… y os vais mañana a comprarte ropa. De vez en cuando hay que cambiar de look . Se dice así, ¿no?

―Verás, mamá… ―comenté―. Por el mismo dinero que en una tienda, compramos el doble por internet. Así cambiamos de look los dos. Pero tienes que pagar tú con tu tarjeta, que yo estoy seco de pasta.

―¡Cómo no tenías tú que sacar provecho! ¡Como si no tuvieras bastante ropa!

―A veces, hay que renovar el ropero. ¿A que no te acuerdas ya de la última vez que me compraste algo?

También íbamos a cambiar nuestro estilo de vestir. Mamá aceptó aquella idea de comprar por internet.

Después de tomar un aperitivo y un refresco, nos sentamos los dos en el salón un rato a hacer planes.

―No sé ―comenté pensando―. ¿Has visto ese bar tan bonito que hay yendo para el instituto?

―Sí. Es el Alfonso el Sabio. Ahí te clavan hasta por entrar a pedir agua.

―Bueno… aunque sea un poco caro. Está cerca y le gustará a Gabriel. Luego, ya sabes que no nos deja pagar. Yo llevo bastante encima desde anoche, no te preocupes.

―Y… ¿a qué hora se supone que vamos a quedar con él?

―Eso te lo digo ahora mismo, Marco. Como no vamos a almorzar hasta las tres, a ver si le apetece tomar algo antes.

Asintió muy conforme y saqué mi teléfono para llamarlo:

―¿Gabriel? Soy yo.

―Sí, claro, guapísimo. Ya he visto la foto que tienes puesta; y tu nombre.

―Verás… Es que hemos estado hablando de ir a tomar algo a un bar de aquí cerca. A lo mejor, si te viene bien, te apetece tomar algo con nosotros y nos das el teléfono, ¿no?

―¡Por supuesto! ―exclamó contentísimo―. ¿Qué bar es ese?

―Es el Alfonso el Sabio, en la calle del mismo nombre.

―¿La Calle del Mismo Nombre? ¿Por dónde cae eso?

―¡No, no! Me refiero a que la calle se llama también Alfonso el Sabio.

―¡Ah! ¡Qué tonto! ―gritó entre risas―. Ya sé dónde es. Son las… Es la una y cuarto, ¿no? Voy para allá cuando me digas.

―Nos podemos ver… ¿A las dos menos cuarto?

―¡Bien! Yo almuerzo tarde. Tengo tiempo de sobra.

―Nosotros salimos dentro de unos minutos. Allí nos vemos. ¡Chao!

Miré a Marco muy contento:

―¡Vamos a vernos otra vez! ¡A vestirse!

Pensé que la mejor idea era que Marco se pusiera ropa mía. Yo tenía cosas muy bonitas que le iban a quedar muy bien. Queríamos darle buena impresión. Nos pusimos muy guapetones, repetimos el perfume ―que le había gustado mucho― y le dijimos a mamá que salíamos.

―¡Hijos! Parece que os han entrado de golpe las ganas de calle. No os tardéis mucho. Yo comeré antes.

Caminando ya por la acera, acercándonos a la casa de Marco, le dije que debería entrar a saludar a su madre. Muy seguro, después de mirar a su casa con atención, me dijo que ella no estaba allí. Habría salido a algo. Seguimos caminando y me fijé en la tranquilidad y la seguridad que asomaba a la cara de mi amigo querido. Me pareció imposible que todo se hubiese solucionado tan rápidamente.

Cuando llegamos al bar, con unos movimientos de cierta elegancia, entramos quitándonos las gafas de sol y echando un vistazo al local. Gabriel no había llegado todavía.

―Es bonito esto, ¿eh? ―apuntó Marco disimulando su asombro.

―¡Sí, es bonito! Eso será lo que cobran luego en el precio. Vamos a pedirnos algo.

―¿Tomamos cerveza? He oído que la resaca de por la noche se quita bebiéndose otra por la mañana.

―¡Claro! Es el mejor método para convertirse en un alcohólico, supongo. La tomaremos porque me parece que nos va a hacer falta.

―¿Tú crees? ―inquirió ya en la barra.

Pedí dos buenas cervezas y, no habíamos bebido apenas un trago de aquellas lujosas copas, cuando entró por la puerta Gabriel. No nos miramos para no llamar la atención.

Nuestro divertido amigo de aquella noche de orgía, entró con una elegancia y un traje que nos quitó la resaca de un golpe. Si estaba bueno vestido con ropa informal o desnudo, parecía un modelo de pasarela vestido a medida. ¡De sastre!

―¡Buenas tardes, amigos! ―dijo al llegar a nosotros zampándonos un beso a cada uno―. ¿Lleváis aquí mucho tiempo?

―¡No, no! ―le dije haciéndole sitio entre los dos―. Acabamos de pedir esto. ¿Qué te apetece tomar?

―¡Oye! Pues me voy a tomar una de esas. ¡Está riquísima! ―Miró a Marco sonriente mientras llamé al camarero y pareció recordar lo de anoche―: ¿Cómo estás de eso de la caída?

―¡Bien, bien! ―le respondió seguro―. ¡Gracias! Quizá luego a la tarde Fer me cure otro poco.

―¿Y qué tal todo lo demás? ―nos preguntó con un estilo de ejecutivo impactante―. Me he alegrado mucho al saber que vivís juntos; en el mismo barrio, digo. Es un sitio muy bonito. A este bar he venido alguna vez.

―¿Ah, sí? ―exclamé tomando la copa para beber un trago―. Tu barrio no parece tampoco mal sitio, desde luego. Tienes una casa de película.

―¡Es cierto! ―afirmó conteniendo unas risas y señalándome con el índice―.  Mira si la hice bien, que me la quisieron alquilar para unos rodajes.

―¡No me digas! ―profirió prudentemente Marco―. ¡No me extraña! Tienes un gusto… No es por nada, es que no había visto una casa así nunca.

―No visteis nada ―comentó eludiendo sus coletillas cariñosas―. La monté tal como la veía en mi pensamiento. Afortunadamente puedo hacerlo, claro. ¿Trabajáis?

―No ―respondí indiferente―. De momento estamos estudiando aquí cerca. Quizá dentro de algo más de un mes, nos vayamos a Sevilla a trabajar.

―¡Ahá! ―exclamó tomando su cerveza―. ¡Al sur! ¿En qué trabajaréis?

―Estamos terminando Administración y Contabilidad. Nos va muy bien en eso.

―¿Administración? ―Pareció interesarse―. Con vuestro permiso, me gustaría comentaros algo ―Asentimos―. Cuando murió mi padre, no hace de esto mucho, me dejó unas acciones de una empresa. Yo, evidentemente, no quería aquello para nada, así que decidí vender… y mi sorpresa fue que era cantidad suficiente para vivir del cuento. Después de lo que me robaron Hacienda y el banco, me dio para montar mi propio negocio y seguía sobrándome. Un negocio sencillo, desde luego…

―¡Vaya! ―comentó Marco atento―. Ya te dejaría unas buenas acciones y de una buena empresa…

―¡Desde luego! Algún día os contaré. Sé que no podéis tener una gran experiencia si estáis terminando esos estudios, pero me gustaría invitaros a mi negocio y que… echarais un vistazo y me dierais vuestra opinión. ¿Qué os parece?

―Interesante ―intervine―. Nos gusta mucho todo eso. Nosotros estudiamos por las mañanas y terminamos dentro de un mes, más o menos. Por la tarde, si puede ser o te viene bien, podríamos quedar un día.

―Podría recogeros aquí mismo. Tomamos café y damos una vuelta por las instalaciones.

La conversación ―que no transcribo completa―, fue de lo más interesante. Entregó el modesto teléfono a su dueño y salimos juntos para despedirnos. Se subió a otro coche que era bastante mejor que el de por la noche.

―¿Estás pensando lo mismo que yo, Fer?

―Estoy pensando tantas cosas ahora mismo, que no sé si coincide alguna con la que piensas tú. ¡Me encanta Gabriel! Y quiero decir que me fascina como persona, no te vayas a creer otra cosa.

―Sé que no lo dices por eso, Fer. A mí me pasa lo mismo con él. Es un tío increíble, ¿no crees? Anoche iba bien vestido, pero informal. Nunca presumió de nada. Ya viste la casa. Y hoy, ya ves… ¡Este tío es un encanto! ¿Quién sería el gilipollas de novio que tuvo para dejarlo por una puta maricona?

―¡Marco! ―farfullé en voz muy baja―. Esa lengua, que nos estamos acostumbrando muy pronto y eso hay que dejarlo para otros momentos.

―¡Verdad! Es que viendo estas cosas, acaba uno diciendo lo que no quiere.

―¡Vamos a casa! ¡Ale! Comemos algo y nos echamos un rato a la siesta, ¿vale?

―¡Claro que vale!

―Esa cerveza pega bien en el coco ―le comenté ya andando―, pero me ha abierto el apetito.

―Pues yo tengo un pedo… ¿Qué cerveza era?

―Pues ni me ha dado tiempo a memorizar la marca, pero por el precio…

―¿Cuánto? ―preguntó con curiosidad sabiendo que había pagado yo.

―Treinta ―musité sin hacer gesto alguno.

―¿Treinta euros? ―exclamó―. ¡Eso son treinta cervezas en Casa Manolo!

―Hay que quedar bien, Marco. Ahorraremos un poco más. No vamos a dejar que pague siempre él…

―¡No, no! Eso no. Ha merecido la pena.

Mamá no dijo nada, así que creí que no nos había notado la cogorza que llevábamos. Eso sí, se nos quitó la resaca y almorzamos estupendamente.

Cuando terminamos, nos subimos a descansar un poco. La tarde se hacía muy larga sin siesta y luego trasnochábamos jugando… si no habían cambiado nuestras costumbres para siempre.

Está claro que, en cuanto nos fuimos quitando la ropa y nos fuimos mirando los paquetes ―que se iban endureciendo por momentos―, nos metimos en la cama con muchas intenciones, menos la de dormir la siesta.

―¿Se enterará tu madre? ―susurró mi amigo ya en la cama.

―No creo, Marco. Si no hacemos demasiado ruido no se entera de nada.

―Y… ¿por dónde empezamos?

―Tú pon la mano aquí y toca. Ya irá saliendo lo que tenga que salir.

Empezamos con unos besos y unos magreos hasta que sentimos que ya no había que aguantar más. Tiré de sus calzoncillos, nos los quitamos y me eché sobre él sin apartar mis ojos de los suyos:

―¡Qué ojos más bonitos, coño! Y nosotros perdiendo el tiempo todas las noches con los videojuegos.

―Calla la boca y aprieta, Fer. Me estás poniendo malo con esos roces y lo que me dices.

―¿Quieres que te de… unos masajes para aliviar tu culo?

―¡Hm! Me encantaría. Tienes que poner remedio a mis males.

Levantó las piernas poco a poco y tuve que retirarme hasta que lo vi en posición pluscuamperfecta. No tuve que cogérmela ni dirigirla; se fue sola apuntando a su target . Apreté despacio sin agarrarme a sus nalgas para no lastimarlo y acabó entrando poco a poco entre sudores.

Sus ojos se iban abriendo cada vez más y su boca llegó al tope. Me fui meciendo lentamente:

―¿Te gusta así?

―Me gusta como lo hagas. Empuja, empuja, que me parece que no ha entrado entera.

Aguanté cuanto pude para darle placer, pero uno no es de plástico:

―¡Me corro, Marco!

―¡Dale! ¡Dale ahí, hombre! No te aguantes, que hay más tiempo.

―¡Calla! ―dije como pude―. Vamos a mordernos la lengua porque, si no, voy a gritar.

Y así, con un beso largo, entre temblores y sudores, me corrí en condiciones, por primera vez y a solas, con el que ya consideraba mi novio.

Cuando caí destrozado sobre él, siguió acariciándome la espalda con una mano y masturbándose con la otra.

―Quita esa mano de ahí ―musité―. Quiero hacértelo yo.

―¡Venga! Pero sigue donde estás, que yo disfrute de tu mirada.

Empezó a contener gemidos y a saltar haciendo crujir la cama hasta que recibí un golpetazo de leche densa en mi vientre. Seguí hasta que escampó:

―¿Bien?

―Bien no, perfecto, Fer. Ayer a estas horas no podía ni imaginar remotamente lo que es estar contigo de verdad. No te cambio por nadie ni para ir a recoger billetes de quinientos. ¡Te quiero!

―Te adoro, Marco. Lo sabes ya de sobra.

―Pues saca los pañuelos, que vamos a poner esto hecho unos zorros.

―Sí, luego nos lavamos un poco, que esto es una guarrería.

Lo observe mientras me miraba feliz echado a mi lado y con el brazo sobre mi hombro. No pude evitar acariciarle la mejilla y besarlo un instante. Era otro.

―¿Puedo preguntarte algo? ―susurré―. Preferiría olvidar lo malo, pero me gustaría tener claros ciertos detalles.

―No voy a ocultarte nada. Pregunta.

―Verás… En ese papel decías cosas que me asustaron mucho.

―Me lo imagino, Fer. No lo escribí para que lo leyeras. Era lo que pensaba en ese momento. Ya no.

―¿De verdad estabas dispuesto a hacer una barbaridad de esas por perderme? ¿Por qué no hiciste otra como decirme claramente lo que sentías?

―Tenía mucho miedo a perderte…

―¿Miedo a perderme por decírmelo? ―exclamé―. ¡Qué tontería! Creo que hubiera sido mejor eso que perderme porque me fuera.

―¡No! ¡No! ―balbuceó―. Eso hubiera sido como perderte dos veces. Olvídalo. Eso no va a pasar. Te tengo. Me tienes.

―No se hable más. Me quedaba con la duda y quería saberlo de tu boca, Marco.

―Olvida ese papel, ¿de acuerdo? Mírame ahora. ¿Piensas que estoy tan loco como para dejar de estar contigo un minuto?

―Tenemos que hacer planes ―cambié de tema removiéndome―. A ver qué se le ha ocurrido a Gabriel ahora y ya veremos lo que hacemos. Tenemos que acabar los estudios con la mejor nota. Tú y yo independientes seremos otra cosa mucho mejor.

―No sé, Fer… Me extrañó mucho la forma en que nos pidió que fuéramos a visitar su empresa. ¿Crees que se le ha pasado por la cabeza alguna cosa de trabajo?

―Quizá… No me extrañaría. O tal vez solo quiera que le demos nuestra opinión… O es que nos quiere poner a prueba. Si es trabajo… no sé qué explicación le voy a dar a mi madre. ¡Eso sería un milagro! ¡Los dos trabajando juntos y con nuestro amigo! Mejor no adelantarse, creo.

―¡Qué guapo estarías con un traje así! ―dijo soñando despierto―. Sobre todo cuando te lo quitara yo mismo por las noches…

―¡Qué malo eres, Marco! Me voy a empalmar otra vez…

―¡Ah! Pues se repite el calentamiento y a inventar.

―¡Qué bien te lo has aprendido, churra!

Después de una corta siesta y unos besos, nos apeteció tomar un café. El olor inundaba el pasillo de arriba; mamá ya lo había preparado.

―Mamá ―dije al entrar en la cocina―. Supongo que has preparado merienda.

―¡Pues claro! ―contestó contenta―. ¡Adivinad quién viene esta tarde!

―¿A merendar?

―Quizás no, pero estará un rato con nosotros Juanita; tu mamá, Marco.

―¿Mi madre? ―exclamó eufórico―. ¿Cuándo viene? Esta mañana no estaba en casa.

―¡Claro que no estaba, hijo! ―Se acercó a besarlo mirando sus ojos―. Tiene pensado irse un par de semanas a casa de tu tía Mercedes. Así se despeja un poco, ¿no crees?

―¡Claro! ―Noté a Marco muy conforme―. Seguro que con mi tía pasa unos días muy buenos.

―Pues debe estar al llegar, según me dijo. Menos mal que habéis bajado a buena hora y… no os habéis entretenido demasiado. Voy a serviros aquí y, si ella quiere tomar café, nos sentamos en el salón.

―¡Qué bien! ―subrayé totalmente satisfecho por los acontecimientos.

En pocos minutos, mientras reíamos con mamá contándonos recuerdos disparatados, sonó el timbre de la puerta.

―¡Yo abro! ―profirió Marco levantándose y corriendo a abrir.

―Te llevas un encanto ―me susurró mamá al oído mientras se saludaban.

―¿Eso piensas?

―¡Juanita! ―gritó mi madre desde la cocina―. ¡Pasad para acá! Tengo café hecho.

―¡Hola, mi niño! ―Se me acercó la madre visiblemente emocionada y feliz junto a su hijo―. ¡No sabes cuánto me he acordado de vosotros estos días! Vine a veros pero no quise que mamá os despertara…

―Sí ―Me levanté para besarla―. Ya sabemos que hay novedades.

―Así es la vida, hijo ―sentenció―. Mamá lo sabe tan bien como yo. Nunca acaba una de decidirse a dar un paso, hasta que lo da.

Se sentó allí con nosotros y no dejó de acariciar a su hijo y de mirarlo orgullosa. No había pasado por unos momentos muy buenos y, al fin, se había librado del cafre de su marido.

―A veces ―dijo despreocupada sorbiendo el café―. Más vale una vez colorada que ciento amarilla… Y yo iba ya para las doscientas veces. En cuanto vi que le tocaba un pelo a lo que más quiero en este mundo, me puse en jarras y le enseñé bien los dientes. Y esto se lo debo a mamá Melisa, que me aconsejó que no me dejara amedrentar.

―Y… ―balbuceó Marco―. ¿A dónde se ha ido papá?

―¡Ay, yo qué sé, hijo! Él sabrá; pero me da la nariz que va volando para Nápoles.

―¿A Nápoles? ―le preguntó mi amor muy extrañado―. ¡Pero si él no se lleva bien con la familia!

―¡ La famiglia, mio bambino; la famiglia ! ―dijo en perfecto italiano moviendo la mano con los dedos juntos y hacia arriba―. Seguro que ahora va a pedirle ayuda a tío Giovanni, que le debe mucho. Que se busque la vida. Nunca debí casarme con un napolitano ―Se detuvo un instante al darse cuenta de lo que había dicho y apretó a su hijo contra su pecho―. Bueno, eso no. Te tengo a ti a mi lado, mi niño.

―Mamá… ―protestó con paciencia Marco―. Deja de decirme mi niño que ya soy…

―¡Uf! ―exclamó sonoramente mi madre―. Para una madre, su hijo es siempre su niño… aunque tenga ya los cuarenta.

―Ya ves tú, hijo ―siguió explicando Juanita―. Ahora depende de un hermano soltero que… Supongo que imaginarás por qué no se ha casado nunca tu tío. ¡Esos genes!

Marco y yo nos miramos con disimulo. Su madre parecía insinuar que tío Giovanni era gay o algo así.

―¡Sorpresas de la vida, Juanita! ―añadió mamá―. Ya tú sabes por qué soy yo… madre soltera.

No dábamos crédito a lo que oíamos en aquella conversación. Mamá no me había insinuado nunca cosas sobre la separación de mi padre. Empecé ―o empezamos, mejor― a atar cabos. ¡Eso de los genes…! Quise pensar que, por algún motivo, ninguna de las dos se había extrañado demasiado de nuestro «cariño de amigos» por conocer bastante del asunto.

―¡ Sursum corda ! ―estalló Juanita entusiasmada alzando los brazos como un cura en la misa―. ¡Levantemos el corazón! ―«Demos gracias al Señor», susurró mi madre en respuesta―. Vamos a vivir nuestras vidas, y allá cada uno con sus películas. Aquí traigo… ―hizo una pausa para buscar algo en su bolso y se dirigió a Marco satisfecha―: Esto es de mi niño. ¡Toma! Me he encargado personalmente de sacarlo de donde estaba antes de que se lo lleve tu padre.

―¿Qué este sobre, mamá? ¡Pesa! ―tartamudeó mi amigo mirando lo que su madre le había dado a la vista de todos.

―Lo que yo, repito, yo, he ido metiendo en tu cuenta. Estaba en el banco guardado por si te decidías un día a casarte, ya ves. Pues ya lo tienes.

―¿Dinero? ―exclamó asustado como si el aparentemente pesado sobre le quemara en las manos―. ¡Esto parece un taco!

―¡Ah, eso no lo sé! ―le respondió bebiendo otro sorbo―. Yo llegué al banco, y como no sé usar el cajero, le dije al de la ventanilla que me diera todo lo que estuviera a tu nombre. Me puso una cara rara, pero me lo dio.

―¿Para qué te arriesgas, mujer? ―intervino mamá―. Si me lo hubieras dicho, te acompaño al banco. No deberías haber ido con eso en bolso por la calle.

―¡Uh! ―profirió la otra―. ¿Y quién iba a saber que lo de mi niño venía en este bolso viejo, querida? ―Soltó unas risas.

―No es por eso, Juanita ―le explicó mamá con paciencia mientras nuestras caras iban cambiando a cada frase―. Si hubieras intentado sacar todo eso del cajero, te habría dicho que hay un límite de disponibilidad diaria.

Los dos fuimos dejando reposar nuestras espaldas en las sillas, mientras Marco no dejaba de mirar el sobre en su mano temblorosa.

―¡Como si te hubieras casado! ―prorrumpí cuando nos vimos solos en el dormitorio. ¿Has oído todo eso?

―¡Claro que lo he oído! Falta aclarar, si se puede, qué pasó con tu padre… ¿Quieres que abra el sobre y miramos?

―Miedo me da, Marco. Al sobre no le cabe ni un billete más y no sabemos de cuánto cada uno.

―Es que… ―Me miró apurado―. Te has portado muy bien conmigo. Os habéis portado muy bien conmigo. ¡Déjame que yo compre la ropa nueva para los dos!

―¡Es tuyo! ―apunté―. No voy a ser yo quien te diga lo que tienes que hacer con él, pero cuanto menos gastes, mejor. Si cae eso en mis manos, que soy un manirroto… Adminístralo bien y disfrútalo tú; que es tuyo.

―¡Es nuestro! ―gritó casi enfadado―. Mi madre lo ha ido ahorrando para cuando me casara; y tú eres mi novio ya.

―Bueno… Verás… ―le respondí también un tanto acalorado―. Soy tu novio, por supuesto, pero no ha habido boda, que yo sepa.

―¡Ya la habrá! ―sentenció―. ¡Tú te casas conmigo! Abre el programa de contabilidad y vamos a ir haciendo nuestros planes. Esto hay que contarlo, abrir otra cuenta a nuestro nombre, e ingresarlo para tener disponible.

Se abrió muy lentamente la puerta y asomó la cabeza de mamá con cara de espanto:

―A ver, «novios» ―balbuceó―. Si gritáis tanto, os van a oír hasta los vecinos de enfrente.

Así pasó la tarde y el fin de semana, excepto porque el domingo, al anochecer, nos vestimos con lo mejorcito de mi ropa y nos fuimos a tomarnos una buena cerveza al bar Alfonso el Sabio.