Quédate conmigo - Parte II

Nuestro nuevo amigo. Conocimos a alguien que nos iba ser de gran ayuda para nuestra relación.

Saludos, amigos lectores:

GuitarristaTR ya en Patreon.

Todos los relatos siguen siendo de lectura gratuita.

Los patrocinadores, además, podrán sugerirme temas a tratar y continuaciones o sagas y recibirán una copia de mis novelas (tres de ellas inéditas*) a lo largo de este año:

-El chico del pito

-Toño y Roberto

-Los hijos del conserje*

-Diálogos junto al mar*

-Primo Flavio*

Ninguna de estas obras se publicará en papel ni en formato digital, siendo exclusivas para TodoRelatos.

Mi agradecimiento por adelantado.

Quédate conmigo - Parte II

(Nuestro nuevo amigo)

Un tanto frustrado por no haber podido echarle el yodo a Marcos en sus nalgas, y bastante ilusionado por haber conseguido hacerlo feliz cumpliendo su deseo, pensé que sería buena hora para darnos una ducha:

―Tengo ropa que te estará bien ―le dije.

―Me he traído la suficiente; la que me cabía en la bolsa. No sé si mi madre me habrá puesto algo más.

―¡Estupendo! No creo que necesites demasiado. ¿Pasas tú primero a ducharte? Voy a decirte cómo mezclar el agua y dónde están las toallas. Mientras mamá esté en casa prefiero que no nos vea juntos en el baño.

―No me importa, Fer.

―Tampoco creo que le importe a mi madre. Eso sí, vamos a ser prudentes… No entiendo mucho de esto.

Cuando volvió del baño con alguna ropa mía puesta, me atrajo tanto, que no pude remediar acercarme a él para besarlo:

―Voy yo ahora ―le propuse―. Si quieres, puedes bajarte con mamá mientras. Yo no tardo.

―No, no. Te espero aquí y bajamos juntos.

Cuando entramos en la cocina, mamá preparaba algo para merendar y nos llegó un delicioso olor a chocolate.

―¿Qué preparas? ―le pregunté.

―Sé que a Marco le gusta mi dulce de chocolate y crema. Ya casi está terminado. Os podéis sentar a la mesa y os iré poniendo el café.

Se dio cuenta al instante de que Marco hacía un gesto de dolor al sentarse, soltó lo que tenía en las manos y se acercó a él para besarlo y hablarle de cerca:

―¿No te has aliviado, hijo? Si quieres, podemos ir a la clínica… pero me temo que van a hacer preguntas.

―¡No, no! Ya estoy mejor ―le respondió intentando sonreír.

―¿Mejor? ―indagó mamá incrédula―. Sé que tienes mucho pudor y me temo que tienes que dejarme verte el trasero. No me fío de que Fer haya hecho lo correcto.

―Ha hecho lo correcto, creo.

―¡Vamos! ―Lo tomó de la mano―. Quiero asegurarme de que eso no se te va a poner peor. Ven conmigo un momento, muchacho.

No demasiado conforme, se levantó y salió con ella para ir al aseo de la planta baja. Me temí lo peor, porque fui incapaz de ponerle el yodo y el remedio que le di fue el que él me pidió.

Me sentí entonces un torpe inexperto en todo, menos en mis estudios. Las relaciones personales no eran mi fuerte y, teniendo en cuenta que con Marco no había habido más que una profunda amistad, pensé en buscar en internet alguna forma de documentarme.

Apenas tardaron un minuto en volver. Mi madre me miró contrariada aunque no me pareció enfadada:

―¿Se puede saber cómo has curado a tu amigo? ―me preguntó.

―Es que el yodo está muy líquido y se escurre ―me excusé―. Creo que he manchado la colcha y las sábanas…

―En esa academia, además de enseñar contabilidad, deberían dar unas nociones de primeros auxilios. Afortunadamente no nos ha hecho falta, pero hay que saber hacer de todo, Fer. Si no echas el yodo en un algodón o en unas gasas para untarlo… no creo que funcione. ¡Eso no es sirope de caramelo que se echa sobre un helado de fresa! Vamos a merendar y ahora lo curo yo.

―¡No, es igual! ―apunté―. Ya sé lo que quieres decir. Ahora se lo pongo.

―Vas a tener que ponerle luego algo más para que no manche las ropas. Mejor sería que se quedara un tiempo echado hasta que se le seque al aire. Notará mucho alivio.

Me subí al dormitorio todo lo que me dio mi madre para curarlo. Me di cuenta de que era la forma lógica de que el yodo empapase su piel. Cerrando la puerta sin hacer ruido, le hice señas para que volviera a quitarse los pantalones y los calzoncillos:

―Vuelve a echarte en la cama, Marco. Ya verás cómo esta vez lo hago bien.

―No, si lo que hiciste lo hiciste bien. ¡No sabes lo bien que me siento!

―No creo que puedas sentarse tan bien con el culo así ―bromeé―. Déjame verte otra vez, anda, que me gusta.

Sonrió mientras se desnudaba y descubrí que ya no le importaba que lo viese desnudo. A mí no me importaba en absoluto. Me gustaba ver su cuerpo; y tocarlo. También pensé que si me desnudaba yo, se sentiría mejor; y yo también.

Me acerqué mirando sus nalgas con curiosidad y me preparé para hacerle la cura:

―Voy a ponerte esto ―le dije―. Ya verás cómo funciona.

Eché el yodo en algodón y comencé a darle por toda la piel con mucho cuidado. Temí hacerle más daño y le pregunté. Me aseguró que podía aguantarlo.

Cuando vi que todo su culo se había puesto amarillo, me senté a su lado y le cogí la mano:

―Te vas a quedar un buen rato ahí hasta que se seque. Quiero que se te cure bien lo antes posible. Me gustaría acariciarte sin miedo a lastimarte.

―No me lastimas, Fer. Creo que te estoy obligando a hacer algo que… no es lo que te gusta.

―¿Quién te ha dicho eso? ―exclamé―. ¡Claro que me gusta! Lo que pasa es que en mi vida me he visto en otra igual. Creo que tenemos que aprender mucho juntos. Quédate conmigo y ya estudiaremos qué es lo que hay que hacer.

―¡No! Si yo sé lo que hay que hacer. Bueno, siempre lo imagino.

―Tú me enseñas lo que sepas y buscamos otras cosas. En esto soy un inútil.

―¿Un inútil? ―preguntó volviéndose un instante para mirarme―. Esta tarde no me has parecido un inútil. Lo que te pedí lo hiciste muy bien.

―¿En serio? ―le pregunté con curiosidad―. ¿Hice lo que querías?

―¡Pues claro! Eso no tiene secreto. Ahora solo hace falta hablar para saber qué te gusta a ti. Quiero que tú también disfrutes.

―¡Pues no lo sé! ―dije pensativo y en voz baja―. Nunca he pasado de hacerme pajas.

―Y… ¿en quién piensas cuando te las haces?

Tenía que ser sincero con él. Deseaba estar a su lado y que me tuviera y que se olvidara de hacer alguna tontería. En realidad, siempre lo había deseado un poco, bastante, pero pensé que eran cosas mías:

―No sé, Marco ―le confesé dudoso―. Te aseguro que siempre imaginaba a alguien y no sé exactamente a quién. No quiero que te molestes.

―A alguna chica, imagino…

―¡No! ―reflexioné―. Tú siempre has sido el que has estado a mi lado. No me parecía bien pensar en ti para esas cosas, así que… ¿Qué iba a hacer? Pensar en ti, claro.

―Y… lo que me hiciste esta tarde, ¿te gustó?

―¡Mucho! ―le susurré―. Creo que no sería capaz de hacerlo con nadie más, pero contigo... Y eso que tenía miedo a hacerte daño.

―Pues tenemos que aprender ―subrayó pensativo, miró al ordenador, se incorporó y se fue a mirar en la pantalla mientras yo observaba su culo amarillo. Luego, volviendo la cabeza, me hizo señas―: ¡Ven, Fer! ¡Mira esto!

Di un salto para acercarme junto a él poniendo mi brazo sobre sus hombros y siguiendo su dedo por la pantalla:

―¿De qué se trata? ―cuchicheé mientras observaba algunas fotos un tanto llamativas―. Esos son tíos…

―¡Mira! He buscado «sitios para aprender sexo» y ha salido esto: cinco sitios para practicar sexo. Este es uno; una discoteca que está en el centro de la ciudad. No sabía que se dedicaban a eso.

―¿Te enseñan? ―proferí asombrado.

―No, no lo creo, Fer. Me parece que necesitamos salir esta noche y saber de qué va todo eso. Nosotros aprendemos y ya lo practicaremos aquí en casa… Bueno, si quieres.

―¡Claro! Si no nos enseña nadie no vamos a aprender en la academia… Pero eso costará dinero, ¿no?

―Tampoco creo que sea una fortuna ―calculó Marco mirando a su bolsa―. Me he traído los ahorros que tengo. ¡Yo invito! ¿Quieres aprender?

―¡Por supuesto! ―asentí dándole un besito en la mejilla―. El problema es tu culo. ¡Está amarillo!

―Ya inventaremos una excusa. Me lo lavas antes de salir.

Aquella idea tan tonta podría ser un éxito, así que me imaginé en una discoteca de ambiente gay, entre hombres apetitosos, con un cigarrillo en la mano y un cubata en la otra… ¡Me empalmé!

Sabía dónde tenía mi madre algunas cajetillas de tabaco y un encendedor. Nos faltaba decírselo, ocultando algunos detalles, elegir la ropa adecuada y darnos un paseo.

En cuanto noté que Marco me la cogía al vérmela dura y empezaba a masajearla, lo decidí firmemente:

―Dentro de un rato bajaremos a cenar. Yo le diré a mi madre que vamos a salir.

Muy bien vestidos, nada formal, bien peinados y perfumados, salimos de casa sobre las diez de la noche. No es que a mamá le alegraran demasiado nuestros planes, pero no se opuso en ningún momento.

Tomamos la línea 51 y fuimos hasta una avenida cercana a una calle peatonal donde se veían unos enormes luminosos que nos dejaron pasmados:

―¡Es ahí! ―murmuró Marco―. Vamos a acercarnos a la entrada y echamos un vistazo.

No había demasiada gente esperando para entrar, aunque sí vimos a muchos tíos, de todas las edades, charlando allí cerca por la acera.

Marco tiró de mí para llegar hasta la puerta y me insinuó que deberíamos ir con la cabeza bien alta y seguros.

―¡No, no, chicos! ―nos dijo el portero a voces―. Esto es solo para socios.

―Es que queremos ser socios ―le gritó Marco.

―Pasaros otro día, guapísimos. Hoy está completo el aforo ―Nos miró insinuante.

Dando unos pasos hasta la pared de enfrente, nos apoyamos en ella y pensamos alguna estrategia para poder entrar:

―¡Joder, Marco! ―me quejé―. No estamos tan mal. Tú estás muy lindo con ese peinado. No me creo eso de que haya que ser socio para entrar, así que hay que buscar una alternativa.

―Pues tú estás para comerte aquí mismo. ¿No has visto la mirada del portero?

Antes de que lo pensáramos, pasó por delante de nosotros, muy cerca, un tío de alrededor de treinta años ―o algo así, porque no supe calcular su edad― que era guapísimo y tenía un cuerpo elegante, masculino y muy llamativo.

―¿Has visto a ese? ―murmuró Marco―. Nos ha mirado al pasar. No está mal el tío, ¿eh?

―¡Nada mal! ―mascullé―. Por ese me dejaba yo enseñar para ti.

―Podríamos hablarle, ¿no?

―¿Estás loco? ―proferí―. Yo no me atrevo.

El hombre que necesitábamos miró atrás para ojearnos, sonrió, y dio la vuelta caminando lentamente hacia nuestro lado. Su mirada se posó en nosotros y no aparté la vista. Había que echar toda la carne en el asador:

―Ahí viene otra vez ―farfullé entre dientes―. Podemos decirle que sí, ¿no te parece?

―No lo sé. Yo no le hablo si no se acerca él.

No hubo necesidad de hacer nada. Lo imaginé. Parecíamos dos putillas esperando a un cliente allí.

―¡Hola! ―saludó con seguridad y con un gesto muy simpático―. ¿No entráis?

―Es que no somos socios ―respondió Marcos.

―Es la primera vez que venís ―dijo aguantando un poco la risa―. Esos mierdas son unos gilipollas del culo. El portero os ha tomado el pelo porque sabe que, siendo jóvenes, vais a gastar poco en bebida. Las cosas aquí son así, chicos.

―Y, ¿a ti tampoco te dejan entrar?

―¡Sí! ―respondió muy seguro―. No vengo demasiado a menudo, pero gasto bastante. Me he salido para fumar. Acabarán cargándose estos sitios con esas prohibiciones de mierda. Si queréis, hacemos la prueba. Os venís conmigo y ya veréis cómo os ponen alfombras para entrar… ¿Quién le prohíbe a dos bombones que entren ahí a derretirse? Sois un reclamo para cierto tipo de pulpos.

―¿Cómo te llamas? ―le pregunté curioso―. Este es Marco y yo soy Fer.

―¡Ay, guapos! ¡Qué simpáticos sois! Yo me llamo Gabriel (pronunciado en inglés). ¡Encantado! ―nos besó sonoramente―. ¡Muaks, muaks! ¡Por Dios! Lleváis un perfume divino. ¿Sois hermanos o algo así?

―¡No! ―aclaré adelantándome a Marco―. Somos… novios.

―¡Ah, mira! Dos novios muy jóvenes. Yo que ustedes ―nos habló de cerca y en confianza― no frecuentaba demasiado estos lugares. Conozco a parejas que han acabado mal por abusar de ciertas prácticas.

―No queremos acabar mal ―aclaró Marco―. Solo veníamos a tomar una copa y a conocer a más gente con la que hablar… y eso.

―No tenéis amigos como vosotros, ¿verdad? ―comentó Gabriel echándose a mi lado como resignado―. Eso me pasaba a mí hace años. Tenéis razón. Un día, por fin, me dejaron entrar ahí y, cuando conoces a uno, los conoces a todos. Imagino que, si sois novios, no vendréis a ligar. ¿Me equivoco?

―¡No, a ligar no! ―exclamé―. Ya nos tenemos el uno al otro. Era solamente por conocer a alguien y hablar… ¡Bueno, tú sabrás más de eso!

―Por desgracia, sí ―Me pareció muy sincero―. Cuando empiezas a darte cuenta de que no tienes con quién hablar, echas mano de estos antros. Os aconsejo que no vengáis muy a menudo. Os veo muy unidos y, ese ambiente que hay ahí dentro, os va a separar.

Se incorporó, dio un paso para ponerse frente a nosotros y siguió hablando:

―Si lo que pretendéis es tener nuevas experiencias, quizá sería mejor que empezarais a frecuentar algún bar, a conocer amigos… Este no es buen sitio. Os puedo colar, por supuesto, pero no me gustaría veros ahí dentro manoseados por ciertos maricones. ¡Sed prudentes!

―¡Espera, Gabriel! ―le grité cuando se daba la vuelta para irse―. ¿Tú no podrías aconsejarnos algún sitio? La verdad es que… de esto estamos crudos.

―¿Aconsejaros? ―Nos miró con detenimiento―. Sois muy guapos y estáis para mojar pan, así que os aconsejaría que os dierais la vuelta y os volvierais a casa. En este sitio, no. Puedo invitaros a una copa en un bar y charlamos. Es un bar solo para gais y va mucha gente como vosotros.

―¡Claro! ―exclamó Marco muy seguro―. Nosotros te invitamos a la copa.

―¡Anda, vamos, guapos! ―Tiró el cigarrillo y lo pisó―. A mí tampoco me apetece entrar ahí otra vez. Tengo el coche ahí al lado. ¿Vivís muy lejos?

―En el Carrión ―le dije―. No está muy lejos, pero hay que coger el autobús.

―No vais a coger ningún autobús mientras estéis con súper-Gabriel. Y… ―se nos acercó para hablarnos en confianza―, os aseguro que nadie os va a tocar un pelo mientras os tenga a la vista. Si os hubierais topado con otro, ya os estaría rondando para echaros un polvo.

―¿Es cierto eso? ―pregunté confuso.

―¡Y tan cierto! He sido de vuestra edad antes de llegar a esta y me he visto, digamos, en una situación parecida, pero yo solo ante el peligro. Voy a daros mi teléfono. Si os perdéis o cualquier cosa, me llamáis. Y si otro día queréis salir a conocer más, contad conmigo.

Intercambiamos los números. Afortunadamente, Gabriel era (y es) muy buena persona; tuvimos mucha suerte. Bastante tiempo después llegamos a comprobar hasta qué punto era peligroso sumergirse en esos pantanos.

Por fin, después de un corto viaje en su flamante coche, aparcó y nos señaló un bar no muy grande pero sí muy concurrido:

―¡Ahí, guapos! ―Señaló a la puerta―. Ya sabéis dónde podéis venir solos. Ahora, os voy a invitar a esa copa. Yo lo dije antes. Si queréis invitarme a otra, es cosa vuestra. ¿Qué bebéis?

―Vamos a entrar y ya nos decidiremos ―le dijo Marco inseguro.

―A ver… Si no bebéis alcohol, no pasaros, bonitos. Empezad por un refresco; nadie va a saber si tiene ginebra. Si queréis coger un puntito bueno, tomaros una cerveza. Eso sienta muy bien, pone contento y quita el pudor.

―Nos tomaremos una cerveza ―decidí.

Una vez en el bar y con la copa en la mano, teníamos que gritar tanto para hablar que pensé que todo el mundo iba a saber nuestra historia, así que le dije a Gabriel que si nos podíamos salir a la terraza. Asintió muy satisfecho. Pidió otras tres copas, sin dejarnos pagar, y salimos hasta una mesa donde casi no había ruido. La cerveza había empezado a hacernos efecto.

―Has tenido una idea excelente, Fer ―dijo―. Nunca acaba uno de acostumbrarse a ese estruendo. Yo estuve años quedándome afónico todos los fines de semana hasta que me eché novio.

―¿Tenías novio? ―inquirí muy interesado.

―¡Claro! Vosotros sois pareja, ¿no? Yo tenía al mío y se me lo llevó una puta asquerosa.

―¿Una puta? ―exclamó Marco asustado.

―Una puta, en este ambiente, es un maricón que se acuesta con cualquiera para sacarle los cuartos. Gente depravada a la que debéis eludir como sea. Ya aprenderéis a conocerlos de lejos. Son un peligro púbico.

―Querrás decir público… ―apunté.

―¡No, no! ¡Púbico! Te roban a tu pubis amado, guapetones. ¡Ay! ¡Cómo me recordáis a aquellos tiempos en que empezaba a mariconear! Si os coge un desaprensivo, os lo hace pasar mal.

―¡No nos asustes, Gabriel! ―dije un tanto inconscientemente―. Hemos venido a aprender porque estamos verdes, no a que nos violen…

―¿A aprender? ―Nos miró sonriente―. Aquí no se aprende nada bueno, bonitos. Aquí se aprende a sobrevivir entre los caníbales y los zombis.

―¿Y tú como aprendiste? ―preguntó entonces Marco en aquella primera clase―. ¿Con tu novio?

―Hay una cosa que se llama instinto, guapo. Estoy seguro de que eso ya lo usáis. Y luego viene la experiencia. Depende del tiempo que pase, más aprenderéis. No os creáis que es tan fácil. Lo primero es tener claro por dónde queréis pasar y por dónde no entráis ni con todo el oro del mundo. Jamás os dejéis llevar a donde no os guste.

―Ya ―comenté inexpresivo sabiendo que no sabía nada de aquello―. Es decir, que no hay una escuela mejor que la experiencia. Lo peor de todo es que, si no nos enseña alguien que sepa más, ¿de dónde vamos a aprender?

―¡Buf! ―exclamó entre risas―. No es tan difícil al principio, hermoso. Os veis algunos vídeos porno y visitáis algunas páginas, y dentro de un año me contáis los malabarismos que hacéis el uno con el otro. ¡Lo vais a pasar de puta madre! Claro que es más fácil si se da con alguien como mi ex, que en estas cosas era un experto.

―Entonces, tú eres un experto ―aseguró Marco―. Ya nos gustaría saber la mitad de lo que debes saber tú.

―¡Qué gracia tienes, guapo! ―le contestó entre risas―. No pensarás que a estas alturas me ponga yo a daros clases en un aula, ¿verdad? Buenos estáis para haceros unos cuantos favores y que aprendáis, pero no me veo yo en un sitio de profesor.

―¿Tienes sitio? ―inquirí un tanto equivocado.

―No preguntes eso a cualquiera, Fer. Eso es como decirle a alguien que si tiene un sitio donde irse a follar porque lo deseas, ¿comprendes? ―Pensó unos segundos sin dejar de mirarme―. Imagino que no será eso exactamente lo que has querido decir, pero sí; tengo sitio; mucho sitio.

―Tú eres guapo y estás muy bueno, Gabriel ―apuntó Marco―. No sé entonces qué haces aquí aguantando a dos ignorantes mequetrefes.

―Es que vosotros dos, ricuras, estáis como un tren. No se me ocurriría, desde luego, insinuaros nada. No lo he hecho hasta ahora y no pienso hacerlo.

―Tampoco íbamos a perder nada si nos llevaras a tu sitio y nos enseñaras unas cuantas cosas ―soltó mi supuesto novio.

―¡Marco! ¡Hombre! ―exclamé mirándolo confuso―. No molestes a Gabriel, que ya has visto que nos está ayudando mucho.

―No es molestarlo, Fer ―me respondió ya un poco ebrio―. Tú no sabes si a él le gustaría estar con nosotros.

―¿Él con nosotros? ―exclamé entonces incrédulo―. Lo estamos poniendo en un compromiso.

―Un momento, chicos ―musitó Gabriel dejando su vaso sobre la mesa―. Vamos a aclarar algo. No ha sido mi intención ligarme a dos tíos tan guapos al mismo tiempo. Es verdad que me gustaría conocer a alguien de mi edad, más o menos, para tener pareja formal como es mi deseo. Dicho esto… yo no me niego a nada. Soy un tío abierto.

Nos miramos medio asombrados y medio sonrientes y Marco me dio unos golpecitos con la pierna por debajo de la mesa. Quería averiguar más:

―¿Qué es exactamente un tío abierto?

―Pues, un tío que no le dice que no a una cosa como la que tengo delante. No quiero meterme donde no me llaman, pero no me negaría si me pidierais algo. Eso es un tío abierto, ¿ya?

―¿Y si te lo pedimos? ―pregunté yo insistente.

―Me estás diciendo… ―Me miró con mucha simpatía mientras me acarició la mejilla―. Creo que me estás diciendo claramente que no os importaría hacerlo conmigo, ¿verdad?

―Eso mismo ―sentencié.

―¡Bueno! ―Nos cogió una mano a cada uno―. Yo no pongo condición ninguna. Es vuestra decisión. Ahora bien, quiero oír esa proposición con todas las letras.

―¡Yo! ―me dijo Marco muy seguro.

―Dímelo tú, por ejemplo ―Le acarició la mano―. A ver cómo suena esa proposición…

―Verás, Gabriel ―balbuceó―. Somos un par de ignorantes en esto. Voy a ver si sé decirlo. Te advierto que no tenemos ni idea de todas estas palabras de las que nos hablas… ¡Bla bla bla! Hmm… Gabriel, en serio, ¿lo harías con los dos al mismo tiempo?

―¡Me ha gustado así! ―Sonrió abiertamente―. Eres espontáneo. Por norma general, la gente es más dura, ¿sabes? Una pregunta normal, llegado el momento, sería… ¿Te apetece que echemos un polvo a lo bestia los tres en tu casa?

Los miré con atención y solo pude comprobar que Gabriel parecía estar pendiente de que volviéramos a pedírselo de otra forma. Me adelanté:

―Ya vale, tío. ¿Nos vamos a follar contigo o qué?

―¡Bingo! ―cantó señalándome con el índice―. Me has dado en mi punto débil, chaval. Mira por donde, esta noche, que pensé que iba a ser muy aburrida, puede ser una noche fantástica. Acepto esa invitación. Tengo sitio, por cierto.

―¡Bien! ―gritamos Marco y yo estrechando nuestras manos en el aire.

Dejamos algo de cerveza aunque Gabriel apuró su segunda copa para levantarnos con él y caminar hasta su coche. Abrió sus brazos y movió las manos para que nos cogiéramos a ellas, cada uno a un lado:

―¡Vamos, amigos! ―dijo ya a mi izquierda―. No hay tiempo que perder cuando se trata de gozar de los buenos placeres. Estoy seguro de que vais más entusiasmados que yo mismo.

―¿Es que no te gustamos o algo, Gabriel? ―pregunté agarrado a su mano y caminando a buen ritmo―. En cuanto te vimos, pensamos que estás buenísimo.

―¡Pues si yo os cuento! ―exageró―. Creí que me había tomado algo y estaba viendo una obra de arte colgada de la pared en mitad de la calle. Sois guapos a reventar, y que conste que no pensaba haceros ninguna proposición, pero os hubiera comido a besos allí mismo. Así que sabiendo que os venís a casa…

―Lo vas a pasar muy bien ―le dije―. ¡Ya verás! Tú ve haciendo a tu antojo y ya nosotros iremos aprendiendo. Y si no entendemos algo, nos lo dices claramente.

―Es la única forma, Fer ―razonó―. A veces se siente uno indeciso. Una simple mirada del que tienes enfrente, tu novio, ya te dice… cómeme la polla ahora mismo, amorcito, quiero correrme en tu boca. Esas palabras obscenas te ponen. Por ejemplo… reviéntame el culo, cariño… cómeme los huevos como tú sabes… trágate esto… folla, folla duro… ―Cambió el tono de voz―. Normalmente, se dice lo que te sale del nabo en ese instante.

Estallamos en risas. Gabriel era muy divertido y no tenía pelos en la lengua. Ya íbamos aprendiendo toda aquella jerga.

―Supongo ―intervino Marco―, que nosotros te podremos comer la polla a nuestro antojo, ¿no? ¿O hay límites?

―¿Límites, guapo? ―Se detuvo un instante para mirarlo―. El límite lo pone uno cuando el otro intenta meterse por donde no te gusta, y eso, debe hacerse con un poco de astucia y delicadeza. Para no molestar al otro. Un movimiento leve, lo deja entrever. Ahora, que si os gusta hacer de todo, ¡de muerte!

―¡Ah! Pues a mí no me molesta nada ―le dije claramente―. Tú vas haciendo y aguanta mecha, porque no te vamos a dejar.

―¡Qué noche me espera! ―declamó―. Ni en mis mejores sueños hubiera imaginado que me iba a pasar esto y… ¿sabéis una cosa? ―Negamos con la cabeza―. Lo que más me gusta de esta noche es tener a dos nuevos amigos tan guapos y tan simpáticos. Lo de follar es como un complemento, aunque en este caso, por lo que decís, os va a ser muy útil. Vamos a probar toda la carta y vosotros elegís.

Marco me miró a sus espaldas abriendo mucho los ojos. Su plan parecía haber tenido éxito.

Cuando nos acercamos a unos metros del coche, Gabriel de detuvo un instante y comenzó a mecer sus manos adelante y atrás:

―¡Qué fallo! ―farfulló―. Voy tan ilusionado que se me ha olvidado deciros que estas cosas se empiezan con un calentamiento. Unos besos y unos magreos, ¿vale?

―¿Y qué pasa? ―exclamó Marco con curiosidad―. ¿Ya no se puede?

―¿Cómo que no? ―contestó seguro―. Lo que pasa es que morrearnos aquí los tres en medio de la calle no es lo mismo. Si vais en pareja, os escondéis un poco y ya está.

―¡En el coche! ―inventé―. Podemos meternos atrás y hacer ese calentamiento.

―¡Buena idea, Fer! Imaginación no os falta.

Cuando vimos que se abrían las puertas del coche, nos acercamos a prisa, miramos alrededor y entró primero Marco, luego Gabriel y luego yo. Cerré con cuidado.

Antes de que nos dijera nada, ya se le había echado Marco encima para besarlo; comerle la boca, que es como se dice. Y yo, que no me lo pensaba dos veces,  preferí averiguar cómo la tenía un tío un poco mayor que nosotros, así que metí mis dedos por su portañuela, tiré de la cremallera y puse mi mano para tantearla primero, y para sacársela después.

―¡Hm! ―gimió Gabriel en ese instante―. Esto es entrar en calor y lo demás son pamplinas. No sé qué vamos a dejar para la primera clase…

Poco después lo íbamos a saber los tres.

(Continúa)