Quédate conmigo – Parte final: V

(Futuro marido): El sexo que puede llevar a un amor para siempre.

Saludo, amigo lector.

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Quédate conmigo – Parte final: V

(Futuro marido)

Durante la semana siguiente retomamos nuestra rutina de estudios. Marco y yo fuimos a su casa a recoger todo lo que necesitaba y propuso que podríamos vivir allí para no molestar a mi madre, pero no me pareció la mejor opción. Teníamos que dedicarnos a estudiar, no a cuidar de una casa.

Las clases transcurrieron como siempre. Pocas cosas cambiaron excepto aquellas largas tardes y noches de juegos que, por supuesto, cambiamos por otras actividades que nos hacían sentirnos más cercanos y muy satisfechos.

También se hizo el esperado pedido de ropa por internet. Pudimos elegir una gran cantidad de modelos de todos los tipos ―sin importar si iba a usarlos él o yo―. Mucha ropa deportiva y bastante de vestir. Cuanto más comprábamos, más descuento nos hacían, así que Marco se entusiasmó y pedimos un ropero más que completo que llegaría en pocos días.

El miércoles, cuando salíamos de clase, nos detuvimos en unas mesas a mirar unos folletos de estudios de aquel instituto y academia en uno de los rincones de la salida. Marco, inconscientemente, echó su brazo por encima de mis hombros y, en cierto momento, entusiasmado por la información que veíamos, volvió su rostro y puso sus labios en mi mejilla durante unos largos segundos.

―¡Eh! ¡Muchachos! ―oímos a nuestras espaldas―. ¿Qué hacéis ahí?

Doña Marga, con el gesto severo de siempre, estaba observándonos.

―Miramos estos folletos ―dije―. Ya salimos.

―¡Esperad! ―ordenó acercándose y nos habló en voz baja―. Aquí se viene a estudiar. En vuestras casas, decidís vosotros. Afortunadamente sois mis mejores alumnos porque, si no, daba parte ahora mismo a la directora.

―¿Por qué? ―le preguntó Marco ajeno a su comentario―. ¿Qué hemos hecho?

―¿Y tú me lo preguntas? ―gruñó antes de retirarse―. Salid. Se va a cerrar la puerta principal.

Caminando hacia casa, comenté con Marcos que deberíamos ser muy prudentes con nuestros gestos involuntarios. Por desgracia, no todo el mundo iba a reaccionar como lo habíamos visto en casa y con Gabriel hasta ese momento y, por suerte, la recta profesora Marga no reaccionó malamente.

En casa todo se iba amoldando un poco a la nueva situación. Quisimos entregarle a mamá algo de dinero para no ser una carga para ella y se negó. Sabía que no iba aceptar una cosa a así.

Subimos al dormitorio tras el almuerzo para descansar una hora y disponernos a estudiar. Hicimos un pacto para que fuera una verdadera hora de descanso y dejar otras actividades para otros momentos. Fue entonces, sobre las cuatro y media de la tarde, cuando sonó mi teléfono:

―¡Gabriel! ―Puse el altavoz al instante para que oyera Marco.

―¿Cómo estáis, amigos? ―preguntó formalmente.

―Vamos a descansar un poco y estudiaremos toda la tarde. ¿Qué haces tú?

―Tomo café. A las cinco quiero estar en mi despacho. Por eso os llamaba.

―¿Por qué ―le pregunté con cierto temor.

―He pensado que quizá mañana por la tarde, sobre esta hora, podría ir a recogeros y que os vinierais a conocer el chiringuito que tengo montado.

―¡No, a recogernos no! ―apunté con amabilidad a una seña de mi novio―. Tú me envías la localización y nosotros estamos allí a la hora que te venga mejor.

―Como quieras… ―Tras una corta pausa, oí una notificación y ojeamos el mapa―. Ya lo tengo aquí… Es el Polígono Empresarial, ¿no?

―¡Exacto! ―profirió satisfecho al ver que conocía el lugar―. Casi a la entrada, en el 3 de la calle Emprendedores, encontraréis GS Gabriel Smith. Es mi pequeño negocio de regalos de empresa. Creo que os gustaría conocerlo.

―¡Claro! ―proferí gratamente sorprendido mirando a Marco―. ¿A qué hora quieres que vayamos?

―Creo que a esta hora… las cuatro y media, estaría bien. Podemos tomar un café aquí y hacer luego la visita.

En cuanto dejé de hablar, Marco se lanzó a mí y me abrazó emocionado:

―¡Lo sabía! ¡Lo sabía! Nuestro amigo no va a olvidarnos. ¡Déjame ver ese mapa!

Hablamos mucho sobre la inminente visita a Gabriel, estudiamos, cenamos, nos amamos en silencio y nos dormimos derrotados. Era el momento de abandonar las prisas y dejar que los acontecimientos fueran llegando.

El jueves a medio día, cuando entramos en casa y mientras nos descalzábamos, vimos un rimero de paquetes junto a la subida de las escaleras. Nos miramos ilusionados:

―¡Es nuestra ropa, Fer! ¡Nuestra ropa!

―Al menos se saluda, ¿no? ―espetó mamá desde la entrada a la cocina―. A ver ese beso de cada uno…

―¡Hola, mamá! ―exclamamos al unísono acercándonos a ella a besarla―. ¿Cuándo ha llegado todo eso?

―No hace más de una hora, creo. El almuerzo os espera… Imagino que querréis probaros esas prendas para saber si os quedan bien… ¡Eso de comprar sin tocar el percal…!

―Las tallas no fallan, te lo aseguro ―le aclaré―. Tienen un sistema muy bueno para que no te equivoques.

―Espero que así sea ―musitó pensativa mirando los paquetes y siguió hablándonos dándose la vuelta―. A los pantalones, queráis o no, tendré que darles un repaso. No todos tenemos las piernas iguales de largas ―Nos miró con atención hasta los pies―. Los dos las tenéis iguales, parece. Os meteré los dobladillos…

―¿Puede ser para esta tarde, Melisa? ―le preguntó Marco con prudencia.

―¿Esta misma tarde? ―Se volvió sorprendida―. Hay que medir y tiene su trabajo.

―Al menos un par de ellos ―insistí―. Tenemos una cita y… si vamos de estreno…

―¿Qué cita es esa? ―protestó―. ¿Ya estamos? ¡No me falléis en los estudios!

―Puede ser de trabajo, mamá. Vamos a ver una empresa importante, según creemos. No es una entrevista de trabajo, sino la empresa de un amigo.

―¡Ah, mira! ¡Qué bien os ha venido empezar a salir y a relacionaros! Espero que no dejes a don Pedro colgado con el puesto que te tiene guardado.

―¡No! No creo.

Comimos con tranquilidad. Mamá nos aconsejó que olvidáramos la ropa y comiésemos lo justo y sin prisas si nos íbamos de visita. Charlamos un poco de todo menos de estudios y de trabajo. Ese descanso a medio día con ella siempre nos relajaba mucho.

Luego, pasando al salón, comenzamos a abrir paquetes y bolsas y fue apareciendo ante nuestros ojos todo lo que habíamos elegido.

―¡Qué barbaridad! ―exclamó mamá atónita―. ¿Todo eso habéis comprado con lo que pagué con la tarjeta? ¡Es muy buena ropa! ¿Cómo sale tan barata? ¡Venga! Quitaros los pantalones, elegid el que vayáis a poneros cada uno y yo os meto mientras subís a prepararos. Supongo que saldréis pronto.

―Sí, sí. Sobre las cuatro…

Tuvimos que improvisar, pero nos pareció acertar con la ropa elegida para esa tarde. Ya vestidos y muy preparados, nos despedimos de mamá en la puerta y nos deseó buena suerte. Supe que temía que, tal vez, no iba a irme a trabajar con don Pedro.

Tomamos un taxi y nos dirigimos al Polígono Empresarial. Nada más entrar, vimos una nave enorme con oficinas y un anuncio que cogía toda la fachada: GS Gabriel Smith.

―¡Pare en esa esquina! ―le dijo Marco al taxista sin dejar de mirar a la fachada.

Allí mismo, vimos a Gabriel pasear mientras fumaba y nos acercamos a él.

―¡Buenas tardes! ―Le tendimos las manos―. Ya estamos aquí.

―¡Muy buenas! ―replicó estrechándolas―. Es una sorpresa veros vestidos así… ¡Tan guapos! En realidad, os sienta bien cualquier cosa que os pongáis. Con esos cuerpos… ¡Vamos a tomar café en esa esquina!

Nos preguntó, sobre todo, por los estudios, y advertimos en seguida que usaba ciertos términos para saber nuestro nivel en esos asuntos de Administración. No observamos en él ningún gesto. Su sonrisa y sus miradas disimuladas estuvieron presentes todo ese rato.

Vimos luego unas impresionantes instalaciones y almacenes. Su… modesta empresa, facturaba a buen nivel.

Ya en su despacho, nos invitó a sentarnos y estuvo dando unas vueltas observándonos y comentando todo aquello de las acciones ―que eran de una cervecera― y cómo  montó el negocio con la ayuda de su antiguo novio que, al final, le robó una buena cantidad y desapareció con otro.

―Por eso, guapetones ―nos dijo muy de cerca―, no sabe uno en quién confiar. Pero tampoco se puede ir por la vida desconfiando de todo el mundo. ¡Hay que tener muy buen ojo! ―Hizo una pausa y cambió el tono de voz por uno más íntimo―. ¡Estáis buenísimos! Si no tuvierais que estudiar mañana…

―¿Qué pasa? ―le pregunté sabiendo lo que insinuaba.

―Pues eso, bombones… ―confesó sentándose frente a nosotros―. Si no fuera porque tenéis que estudiar por la mañana, os propondría esta vez que os vinierais a casa a echar un polvo salvaje los tres. ¡Me dejasteis fascinado!

―Quizá ―apuntó Marco prudentemente―, si en vez de ser por la noche fuera antes…

―Os estoy mirando y me tenéis malísimo, así que imaginaos si os tuviera cerca…

―De ti depende ―le dije insinuante―. Te aseguro que por nosotros…

―¡Está bien! ―concluyó levantándose―. No voy a dar rodeos porque no es el momento. ¿Nos vamos a casa?

No tuvimos que decirle que sí. No levantamos.

Fuimos en uno de sus lujosos coches hasta su casa y, cuando abrió la puerta principal y entramos, pasamos a un plano mucho más familiar. Nos descalzamos a la entrada, colgamos nuestras chaquetas en unas perchas y nos acercamos unos a otros para desnudarnos mutuamente.

Gabriel fue abriendo los botones de mi camisa mientras yo abría los suyos detenidamente, mientras Marco, mirándome a veces con lujuria, le iba desabrochando los pantalones y pasando de vez en cuando la mano por su pubis.

Las manos comenzaron a moverse de un lado a otro hasta que, a una leve señal de Gabriel,  cada uno se quitó la ropa que le quedaba para dejarla a un lado. En calzoncillos y visiblemente empalmados, pasamos al salón tomados por la cintura.

―¿Cerveza? ―nos preguntó, cuando nos dejó sentados entre besos.

―Claro ―musité―. Lo que dijiste de que quita el pudor y da alegría es cierto.

―¡No os vayáis!

Marco y yo, mirándonos sonrientes, nos entretuvimos en acariciarnos mientras llegaban las bebidas. El calentamiento había empezado sin una gota de alcohol.

Charlando un poco entre tragos, piropos y caricias, todo empezó a ser atrayentemente insoportable. Nos echamos sobre él a comerlo a besos de todas las formas y él, que se había ido resbalando para quedar casi horizontal sobre el sofá, nos acariciaba cada vez más excitado y apretaba nuestros nabos como si quisiera memorizar sus tamaños.

Viendo que Marco, acelerado, metió su mano en los calzoncillos y comenzó a masturbarlo, se movió un poco hasta que paramos, se impulsó para ponerse de pie y cogió nuestras manos para dirigirnos al dormitorio.

Llegados allí, saltamos, literalmente, sobre la amplísima cama y tiró de nuestros impecables calzoncillos ―algo mojados ya, eso sí― para arrancárnoslos. Nosotros, para no ser menos, tiramos ambos de los suyos y apareció su apetitosa polla morena balanceándose ante nuestros ojos.

En un movimiento rápido, hizo girar el cuerpo de Marcos sobre la cama y comprobó el estado de sus nalgas. A una señal de sus ojos, supe que iba a colocarse a sus espaldas y que me quería detrás. Fue mágico. Un abrazo de roces, caricias y bocados suaves, nos fue llevando hasta una nueva experiencia.

Lo vi tirar de una de sus nalgas, para abrirse el culo, mientras levantaba la pierna, y tiró de mi cintura para que me pegara a él metiendo mi polla entre sus muslos. Mientras tanto, tomó la pierna de Marco para elevarla como la suya, doblando la rodilla. La postura era la perfecta para empezar, aunque yo, desde luego, no tenía a nadie que me la metiera. Estuve más pendiente de lo que hacía con él.

―Tengo lubricante ―susurró en cierto momento, dirigiéndose a mí, sin dejar de moverse y sin respuesta nuestra―. Si lo necesitas, está en la mesilla.

Ese abrazo duró un buen rato y empecé a notar que llegaba el momento de actuar si no quería correrme antes de empezar. Estuve un rato acariciándolo y pasando mi dedo entre sus nalgas hasta que decidí que era la ocasión.

Vi a Gabriel buscar discretamente entre las nalgas de mi novio y me dispuse a hacer lo propio. En poco tiempo, con algunos ajustes de las posturas, fuimos encajando cada uno en su lugar y, meciéndonos con unos vaivenes difíciles de coordinar, llegamos a sincronizarnos.

Fui oyendo los gemidos reprimidos de ambos y no pude contener los míos. Mi orgasmo se avecinaba a pasos agigantados. Grité y empujé con todas mis fuerzas al correrme y así me mantuve hasta que vi que Gabriel paraba, abrazaba a Marco y respiraba agitadamente.

―No te vas a quedar sin nada ―le susurró a Marco mientras se separaba lentamente de él―. Ponte bocarriba, guapo.

Se volvió hacia mí y, poniendo la mano en mi hombro, supe que me quería a su lado. De rodillas, besándome con su forma particular de hacerlo, fuimos acercando nuestras cabezas al pubis de mi amado. Las lenguas se movieron a un lado y a otro para hacerle una mamada entre los dos.

Finalmente, cuando Marco pareció no aguantar más, lo cogió por las muñecas para inmovilizar sus manos sobre su cabeza mientras yo seguí saboreando y masajeando con mi lengua su polla, con una de las piernas de Gabriel sobre mí. El chorro denso que esperaba llenó mi boca en segundos.

―¡Ay, ay! ―exclamé aún exhausto―. Estas experiencias me van a hacer adelgazar.

―No estás gordo, Fer ―respondió Marco desde el otro lado.

―Los dos estáis en vuestro punto; en sazón, que se dice, para repetir esto una y otra vez.

―¡Qué más quisiéramos! ―le dije un tanto apenado mirando el reloj―. Tenemos que estudiar para mañana…

―Es normal ―nos consoló―. Creo que ha sido una buena ración. Me gusta teneros conmigo, pero los novios sois vosotros.

―Algún día, esposos ―apuntó Marco―. Quiero que nos casemos, ¿sabes?

―Esa no es una mala idea. Un buen trabajo, una buena casa, un buen marido… Ahora es mi problema encontrar a un tío de unos treinta años que se enamore de mí y no de mi dinero.

―Lo encontrarás ―aseguré―. El que no se enamore de ti es que es ciego y tonto. Estar a tu lado es sentirse vivo. Por eso también me llevo a Marco a Sevilla. Nos sentimos vivos juntos.

―¿Para cuándo os iríais? ―preguntó absorto.

―Quizá para después del verano. El curso nos va genial.

―No hace falta que me lo jures, Fer. Os he metido los dedos antes usando terminología y conceptos que no entiende quien no sabe perfectamente de negocios.

―Imagino ―Suspiré―. Espero que Marco encuentre también algo de trabajo…

―De eso ―aseguró Gabriel mirándome con dulzura a los ojos― no he querido hablaros. Os daría trabajo a los dos mañana, aunque dice el refrán que «donde tengas la olla no metas la polla». O acabas perdiendo a tu pareja, o pierdes tu negocio.

―¡No había oído eso! ―exclamó Marco incorporándose para mirarnos―. Puede que sea cierto.

―Te aseguro que lo es, guapísimo ―le respondió besándolo un instante y mirándolo unos segundos―. ¿Os importaría que viese vuestros DNI? ¡Yo os muestro el mío!

―¡No! ¡No importa! ―profirió mi amado saltando de la cama para ir a por ellos.

―Él es así ―musité―. No necesita pensar para hacer las cosas.

―Sois una pareja única, créeme.

Volvió a subirse Marco en la cama con nuestros documentos en una mano y se los dio. Gabriel, muy prudente, los miró por encima esbozando una bella sonrisa:

―Nadie sale bien en estas fotos… Luego os enseñaré la mía. Parezco un ex presidiario.

Me miró con una risita guasona, me guiñó un ojo y se volvió hacia mi novio:

Guarda che bellissimo ragazzo!

―¡Eh! ―exclamó Marco muy sorprendido―. ¿Sabes italiano?

―¡Claro, Marco Bianchi! ¡Eres de Nápoles! Por eso me preguntaba yo dónde se había quedado la ese final de tu nombre.

―Me trajeron para España en brazos, no creas… Y… ¿de dónde sale ese nombre tuyo inglés, Gabriel Smith?

―Soy británico, amigos. A veces me pregunto por qué no me quedé en Londres.

―Afortunadamente, no te quedaste ―sentenció Marco.

Gabriel me pareció pensativo. De un salto, se bajó de la cama, buscó en los bolsillos de su ropa y volvió a mostrarnos su DNI.

―Tienes razón, Gabriel ―exclamó Marco entre risas―. No estás nada favorecido en la foto.

Tomó los tres documentos y los miró durante unos segundos. Espontáneamente, sin decir nada, los pasó por nuestras respectivas pollas y, llevándoselos a la boca, los besó cerrando los ojos:

―¡Marco! ¡Fernando! ―concluyó con cierta emoción―. Me quedo con este recuerdo para siempre. Guárdalos, guapo… ―musitó volviéndose un instante a mirar a mi novio―. Vamos a vestirnos, que os llevo a casa y os dejo en el bar. Es mejor para vosotros que no os vean mucho conmigo.

―No te preocupes demasiado por eso, Gabriel ―aclaré―. Nos veremos más de una vez antes de irnos.

―Ojalá fuera así. Estar con semejantes criaturas es para mí un placer… ¡Lo del placer es evidente! ¡Venga! ¡A casa que se os hace tarde!

Pero el día no podía acabar ahí. Cuando entramos en casa, deberíamos llevar una sonrisa de oreja a oreja. Aún no nos habíamos descalzado cuando mamá nos abrazó loca de contenta:

―¡Mira qué caras de felicidad! ¿Adónde habéis estado, hijos?

―Verás, mamá… ―le expliqué entrando ya en la cocina―. ¿Recuerdas que nos trajo un amigo en el coche de su padre? Pues… hemos estado en la empresa de ese señor.

―¡Un gran señor! ―apuntó Marco.

―Es Gabriel Smith, un inglés súper amable que nos ha atendido muy bien y dice que nos ve muy preparados para nuestro trabajo.

Mamá, mirándome con cierto recelo, se acercó a la hornilla para ir preparando la cena y se volvió para indagar:

―¿No irás a dejar a don Pedro esperando con su puesto de trabajo?

―¡No, no! ―respondí de inmediato―. Ha sido una visita… muy fructuosa para nosotros. Es un gran empresario el que nos ha dicho que estamos bien preparados. ¡Hasta sabe varios idiomas!

―Me ha estado hablando en italiano… ―añadió Marco ante el asombro de mamá.

―Me alegro por vosotros, hijos. Y eso, además, me hace sentirme más tranquila y más orgullosa. Deberías decírselo a tu madre también, Marco. A ella le preocupan tus estudios.

―Tiene tan buenas notas como yo ―subrayé―. Encontrará un trabajo en Sevilla rápidamente. La llamaremos para decírselo.

―Eso espero ―concluyó ya lista para servir―. No están las cosas muy bien y faltan puestos. Ser muy buenos en vuestros asuntos tampoco os asegura un trabajo en pocos días, pero… ¡tendréis suerte!

Después de unas horas de estudio, ya tarde,  acostados y con la luz apagada para dormir, oí a Marco hablarme muy de cerca:

―¡Qué día, Fer! Tantas sorpresas… Sé que es tarde, pero este día necesitaría un rubicón… ¡Creo yo!

―¿Ah, sí? ―Busqué su boca para besarla―. Pues no vamos a terminarlo sin tocar la cúspide.

Dejando de hablar, noté su mano posarse sobre mis calzoncillos. En segundos se me puso dura como el diamante y Marco, con un movimiento suave de sus manos, me empujó para que le diera la espalda. Él sabía de sobra que nadie me había penetrado en la orgía de esa tarde y quería completar el puzzle con la pieza que faltaba por encajar.

Muy feliz por su decisión, le ayudé en la oscuridad a cumplir su deseo ―que también era el mío―. Me relajé para que entrara con facilidad y me sentí un afortunado. El placer, a aquellas horas, era lo mejor para acabar una jornada llena de emociones. Sentirlo a él gozar al tiempo que lo hacía yo, me iba a hacer dormir como un bebé.

Su mano, en el momento adecuado, pasó sobre mi cadera para masturbarme y, los dos placeres simultáneamente, acabaron en un estallido de felicidad:

―¡Por Dios! ―musité jadeando―. Hace pocos días no hubiera imaginado esto.

―Vete haciendo a la idea. Te quiero feliz siempre; a todas horas. Mañana más y mejor ―Me besó en el cuello―. Buenas noches, Fer.

Buonanotte , Marco. A domani .

Se acercaban los exámenes y el final. Teníamos que estudiar más tiempo y dedicarnos casi por completo a ello. Aunque no nos fuera nada mal, queríamos superarnos.

Sumergidos en las clases y en los estudios, pasaron bastantes días hasta que una tarde caí en la cuenta de que deberíamos llamar a Gabriel y decirle cómo nos iba. Tomé el teléfono y pulsé en su nombre. Al instante, oí el mensaje que decía que el terminal no estaba operativo. Marco me miró extrañado:

―Puede que esté en una reunión…

―No lo sé. No me parece normal… Lo llamaremos más tarde.

Seguimos estudiando un largo rato antes de mirarnos, sin ponernos de acuerdo, pensando los dos en lo mismo.

―Voy a llamarlo otra vez ―dije disimulando un presentimiento.

No; el teléfono no estaba operativo y nuestras miradas se clavaron teñidas de dudas y miles de preguntas.

Volví a llamarlo varias veces durante toda la tarde y no pudimos contactar con él. Cuando, ya tarde, no fuimos a la cama, no nos podíamos dormir.

Marco se me abrazó en silencio, besándome de vez en cuando, pero sin querer o sin poder llegar a más. Los dos nos sentíamos así porque, en realidad, no nos parecía buena señal.

La mañana siguiente nos levantamos con desgana para ir a clase y, aunque Marco me insistió en que volviera a intentarlo, no quise volver a llamar a nuestro amigo. Ni quería molestarlo ni pensaba que fuese lo correcto. Habría que esperar.

Al medio día, al volver a casa y entrar, mamá nos saludó como siempre y nos miró luego intrigada. En nuestras miradas tuvo que observar que algo no iba bien. Me costó mucho trabajo convencerla de que no había nada que fuera a interferir en los resultados de nuestros estudios.

―Ahí tenéis dos cartas ―dijo―. Una es del banco y otra de esa empresa…

Corrimos a mirar la correspondencia. Una carta ―que ya esperábamos― era la de nuestra nueva cuenta bancaria. La otra llevaba impreso el logotipo de GS Gabriel Smith. No quisimos abrirlas delante de mamá y esperamos a subir para descansar un poco y saber qué noticias nos llegaban.

Cerré la puerta con cuidado y nos sentamos frente al ordenador. Marco echó su brazo sobre mis hombros pendiente de que abriera los sobres. Abrí el de Gabriel que, sin lugar a dudas, nos pareció más importante. Dentro del sobre encontramos algo parecido a una tarjeta con un microchip… y una carta escrita a mano y firmada por él:

« Amados amigos:

Quiero que sepáis que me he vuelto a vivir a Londres. Os tengo cada segundo en mis recuerdos y jamás os voy a olvidar.

Sé que vais a tener un buen trabajo y una vida familiar envidiable. No he querido interferir más en una relación tan pura como la vuestra porque mis sentimientos empezaban a traspasar un umbral que no iba a ser favorable ni para vosotros ni para mí.

Permitidme, eso sí, que comparta lo único que puedo compartir. Aceptad mi ayuda pensando que jamás voy a olvidar los momentos que pasé con vosotros.

Os quiero demasiado.

Gabriel Smith »

Marco se levantó lívido y en silencio y caminó hasta la cama para echarse bocabajo lentamente y romper a llorar conteniendo su ira.

―¡Marco! ―le susurré acercándome a él con prudencia―. Gabriel ha sido lo mejor que nos ha pasado en nuestras vidas. No es una pérdida. Lo hemos ganado para siempre y sé que no vamos a olvidarlo.

―¡No! ―gimió sin levantar la cabeza―. No vamos a olvidarlo. Todo es culpa mía.

―Pero ¿qué dices? ―intenté consolarlo―. No hay ningún culpable de nada en esto. Nos ha dado lo mejor de sí mismo. Él mismo decía que debería haberse quedado en Londres y que necesitaba buscar a alguien de su edad. No podemos cambiar eso.

―¡No, no podemos! ―dijo al fin calmándose y girándose para mirarme y besarme―. Nos iremos juntos. No pienso perderte por nada del mundo. Es mejor así.

―¿Lo ves ahora más claro?

―No. Lo vi el último día en su casa. Puso su boca en mi oído mientras me penetraba para decirme que se había enamorado de mí. No lo tomé muy en serio. Tampoco me pareció importante que quisiera ver nuestros DNI, que los rozara, junto al suyo, por nuestros cuerpos y dijera que se quedaba con ese recuerdo para siempre.

―¿Te dijo eso? ―inquirí―. No debes sentirte culpable de algo así. A veces no podemos controlar nuestros sentimientos.

―No supe en ese momento si era cierto lo que me decía. Ahora sí lo entiendo. Yo lo quiero mucho, Fer; tanto como tú. Pero mi vida eres tú. Tenemos que seguir adelante.

Volvimos a releer la carta. No decía, por prudencia y respeto hacia nosotros, el motivo verdadero de su huida, pero reconocía estar traspasando una línea que podía hacernos mucho daño.

Junto a la carta, estaba esa extraña tarjeta de su empresa que no sabíamos para qué servía. Teníamos que averiguarlo y no había otra forma que ir al Polígono Industrial y preguntar.

Fuimos esa misma tarde y, efectivamente, Gabriel se había vuelto a Londres. La tarjeta la tomó la secretaria que atendía en la entrada, la pasó por un terminal y le pidió a Marco su tarjeta de crédito. Nos miramos confusos.

Marcos, sacando su tarjeta, se la entregó a ella poco convencido. Poco después, esbozó una amable sonrisa y nos entregó las dos:

―Ya tienen los señores la transferencia hecha a su cuenta. ¡Sean felices!

En un solo mes, nuestras vidas cambiaron para siempre. Obtuvimos nuestro título con la mejor nota, pasamos unos días de descanso hasta el otoño, recordando con agrado los momentos vividos y, tras una emotiva despedida de nuestras madres, tomamos el tren hacia nuestro futuro.