Que zorra es mi jefa

Con aquellas medias de encaje con liguero, ese cuerpo tan escultural y la forma de gemir que tenía mientras me la follaba no sabía si era ángel o puta...

QUE ZORRA ES MI JEFA

Ya desde el primer momento en que puse la vista en ella, algo se despertó dentro de mí. No sabía muy bien que era porqué nunca había sentido nada parecido, lo único que sabía es que era verla y se me despertaban todos los más bajos instintos como hombre. Poseía una atracción magnética que no era capaz de repeler, por más que lo intentara. Oh, por cierto, no me he presentado, me llamo Tino (apócope de Florentino), y la mujer de la que hablo es, obviamente(por el título del relato), mi jefa, Fernanda.

Ella era la jefa de sección en el centro comercial donde yo había comenzado a trabajar hace poco. Mientras que yo y los demás trabajábamos en los almacenes empaquetando esto y aquello, ella se encargaba de vigilar que todo estuviera bien ordenado y etiquetado, aparte de atender las peticiones del resto de tiendas para estar bien provista de todo lo que hiciera falta. Nuestra relación era lo más formal que podía pedirse a nuestra labor, pero en lo que a mí se refiere, no pasaba un solo día que no fantaseara con ella, y no era el único.

Los demás compañeros, con los que trabé amistad casi de inmediato, solíamos charlar sobre ella muy a menudo, sobre que clase de cosas le haríamos, como si fuésemos chiquillos hablando sobre nuestra profesora favorita. No podíamos parar de hablar de ella, de pensar en que clase de perversiones podrían gustarle que le hicieran, de si le iba el sexo salvaje o ya directamente lo suyo era el sadomasoquismo, ya que su actitud, que no lo he dicho, era de auténtica frígida reprimida que llevara desde su adolescencia sin echar un polvo. Esa dureza nos la ponía dura mientras nos imaginábamos en bajarle los humos a pollazos, reventándole el culo como dios manda.

De todo lo que de ella me atraía, lo que más era su uniforme de trabajo: mini falda roja a juego con el chaleco y una camisa blanca, amen de…..bufff…de esas medias de encaje que siempre llevaba. Solo de recordarlo me pongo malísimo. Fernanda tenía unas piernas fantásticas, preciosas. Era con mucho el mejor par de piernas que hubiera visto nunca, y las lucía espléndidamente. ¿Y sabéis lo mejor de todo?. ¡Que llevaba ligas en las medias, en lugar de los clásicos pantys!. Cuando a veces ella pasaba por allí, mientras hablaba con otro yo no apartaba de su mini-falda, que al caminar o moverse un poco dejaba entrever un poco de sus piernas y sus ligas. Solo de verlo Tino Jr. saltaba en mis pantalones pidiéndome juerga.

¿¿Quién diablos se pone ligueros a esa edad??. Pues ella los llevaba, y no sabía el motivo ni me importaba, porqué aquello me tenía con el alma en vilo. No pasaba un solo día sin que en mi mente Fernanda se convirtiera en una dominatrix con traje de cuero y látigo incluido para hacer conmigo toda clase de guarrerías y terminar echando un polvo que las cajas cayeran de sus estanterías. Los demás me reían la gracia cuando se lo contaba, y también nos reíamos de las perversiones que contaban ellos(que incluían un perro, un caballo, un grupo de robustos mulatos jugadores de fútbol americano o algún médico que le hiciera ciertos "exámenes médicos" adicionales).

Era puro morbo, desde su cuerpo bien formado(que casi casi rozaba la treintena), en donde destacaban por méritos propios unas piernas torneadas y firmes, un vientre plano y unas tetas algo grandes pero bien disimuladas por el uniforme, hasta su cara, que creedme, merece la pena que intentéis dibujarla en vuestra mente: brillante pelo negro, liso y largo hasta la mitad de la espalda, ojos profundos y duros que albergaban algún misterio en su interior, labios carnosos, sonrosados y que resplandecían con vida propia cuando los pintaba en rojo diablo(su color favorito), sonrisa medio demonio medio ángel, y un tono de piel claro, en ocasiones marmóreo, donde se confundían juguetonas la pureza con la perversidad. Una mezcla tan increíblemente perfecta que a ningún hombre podía dejar indiferente.

Su tono de voz, que no lo dije, podía ser o el más cortes y amable del planeta o el más duro que uno jamás haya oído. Si tenía el día bueno con nosotros ella nos mostraba su lado más afable y distendido, donde casi llegaba a ser nuestra amiga y compañera de trabajo, pero en caso contrario de tener el día cruzado y que nos hubiéramos distraído de nuestras ocupaciones entonces asomaba su lado más duro. En esos momentos es cuando en mi mente su uniforme se volvía de cuero negro, marcando (o enseñando) esas tetonas tan apretadas y apretándose el coño con algún fino tanga. Bufffff que morbo me daba aquello, mientras no apartaba la vista de sus piernas y esas medias que siempre llevaba.

Como en esa época no tenía novia formal ni ocasional, todas mis fantasías iban dirigidas a ella, y no fueron pocas gayolas las que cayeron con Fernanda de protagonista, bien como amante lujuriosa necesitada de amor o como perversa dominadora que solo buscara probar las aberraciones más indecentes. Y en todo momento, esas piernas eran lamidas, acariciadas, sobadas por encima de las medias, que siempre terminaban hechas jirones. No había mayor placer para mí que poder romperle las medias mientras la enculaba salvajemente contra la pared, o tras ponerla a cuatro patas mientras la empalaba hasta casi sacársela por la boca. Tratándose de mi jefa cualquier perversión me sabía a poco.

A veces me era imposible contener las ganas de ir más allá, de modo que daba rienda suelta a mis vicios más secretos, y entonces Fernanda era la salvaje doncella que fuera abusada por su amo, o la niñita que tuviera un papá muy "cariñoso", o lo que más me gustaba, que una pandilla de chavales salidos la siguieran hasta casa y en su propia cama, dando rienda suelta a su enorme líbido, se la cepillasen uno tras otro en una salvaje orgía de sexo desenfrenado y sin parangón. Para mí era el cenit del goce, mi punta álgido del día, y me corría como un cerdo pensando en el día que pudiera darle su merecido a base de estacazos de polla dura como la piedra, clavándosela hasta el fondo.

En ocasiones la vigilaba a escondidas, mirando como se movía ante lo demás. Se movía contoneando un culito cachondo que daba gloria posar la vista en él(y más cosas, de ser posible). Se comportaba como si fuese la reina del lugar, como si fuera la dueña de todo aquello y nosotros sus esclavos. Al menos así me sentía la mayoría de las veces, cosa que no me desagradaba jejeje. Mis compañeros tampoco parecían disgustados, ya que era fantasía común bajarle los humos a la "reina" y que se rebajara al nivel de los simples mortales. Era el sueño de todos, pero solo uno de nosotros lo hizo realidad.

Ocurrió un viernes, a última hora de la tarde, cuando los demás ya se habían ido. Yo me había quedado para hacer inventario, revisando todos los paquetes y esas cosas(un asco, la verdad). La compañía de Fernanda lo hacía ligeramente soportable, aunque con frecuencia me exigía repetir los recuentos para que todo estuviera bien "apuntado, etiquetado y registrado", como siempre nos decía. Debido al calor de esos días, llevaba la blusa algo desabotonada, y podía ver perfectamente aquel canalillo(el más fino que he visto), que dejaba entrever aquel par de apetitosos pasteles que mi boca tanto clamaba por chupar.

Fue una mezcla imposible de resistir: sus piernas embutidas en ese par de medias con las correspondientes ligas, aquel culo respingón marcándose por la mini-falda, su vientre, sus tetas que casi se salían el ajustadísimo chaleco, ese canalillo que lucía fantástico, sus labios remojándose debido al calor y ella con la carita sonrojada debido a los sofocos(¿de excitación?). Dios, no hacía más que mirarla y decirme "ésta quiere rabo", "Fernanda anda pidiendo polla", "esta guarra lo que necesita es un polvo", "lo está pidiendo a gritos"…Todo su cuerpo exudaba un aroma delicioso que no sabía si era su olor natural o un perfume muy fino, pero que ayudó a rematar la aureola de viciosa insaciable que veía en mi mente. Mi polla andaba loca por colarse entre sus piernas.

E incapaz de resistir más la tentación, la besé.

La tomé de la cintura y le pegué un señor morreo en aquellos labios de intenso color fresa, cuyo sabor resultó ser mucho mejor de lo que mil veces me había imaginado. La apreté contra mí todo lo que pude, sin disimular la erección que llevaba, permitiendo que ella lo sintiera. Fernanda se resistió y una vez me separó de ella me dio un potente bofetón, pero eso más que arrugarme me envalentonó aún más y volví a hacerlo, chupeteándole el cuello con avidez mientras la llevaba contra la pared y recorría su culo con mis manos. Mi jefa seguía resistiéndose con tenacidad, intentando frenar mis impulsos, pero estaba demasiado cachondo para poder ceder por mucho empeño que ella hubiera puesto.

No paraba de decirle lo mucho que me excitaba, lo caliente que me ponía todos los días y las guarradas que imaginaba pensando en ella. Fernanda no daba crédito a lo que estaba oyendo y no dejaba de insultarme y llamarme degenerado y otras cosas, diciendo que me despediría de inmediato si la hacía daño, pero en esos momentos no era dueño de mis actos. Mi cerebro estaba totalmente desconectado y era mi "otro" cerebro quien me dictaba lo que debía hacer. Me sentía como poseído por una fuerza diabólica, como un huracán, y lo único que quería, deseaba y anhelaba de pies a cabeza era coger a mi jefa y pegarle la mayor follada que parió una madre.

Su cuerpo caliente era una invitación al pecado, directo al mismísimo infierno. Todo ella me incitaba a pecar de lujurioso. Tenía la verga que me reventaba los pantalones pugnando por salir de ellos, y ni corto ni perezoso me bajé la cremallera para que Fernanda viera la clase de artillería que este humilde cajero se gastaba. Quedó impresionada en cuanto posó la mano sobre ella, le impactó tanto la dureza como el ardor que tenía, y en cuanto le dije que era culpa suya por ir provocando, pareció que aquello le gustaba, pues en lugar de seguir protestando y chillando fue incapaz de quitar su mano de mi tranca erecta y bien empalmada.

Me la acarició durante un buen rato, pasando su mano de un lado a otro y dejándome aún más excitado. Seguí besándola(esta vez parecía haber cierta colaboración) y deleitándome con sus labios a la vez que mi mano derecha bajó por su espalda, le agarró del culo y después se metió entre sus faldas, posándose por encima de su pequeño tanga negro. Se lo apreté un poco con las yemas de los dedos y después le di caricias muy suaves y lentas que casi le hacían morirse de gusto. Podía ver su carita blanquecina poniéndose colorada por momentos, tanto que casi parecía un tomate.

Bajé la otra mano y le rompí el tanga con todas mis fuerzas, acto que pareció impresionarla y a la vez dominarla, pues se quedó petrificada allí mismo, apoyada contra la pared con sus tetonas aún prisioneras de la camisa y el chaleco. Rápidamente le desabroché todo el chaleco y un par de botones de la blusa, lo suficiente para dejar al descubierto aquellas dos preciosidades, el mejor par de tetas que jamás vi. Así se lo hice saber y ella pareció sentirse enormemente orgullosa de su voluptuosidad. Sin previo aviso me lancé a comérselas, a jugar con aquellos deliciosos y oscuros pezones(no mucho), haciendo que Fernanda quedase literalmente rendida a mis deseos.

Ay madre que par de tetas, que increíble tesoro tenía allí oculto siempre por la ropa, impidiéndonos a todos disfrutar con la visión de esas perolas tan bien puestas. Se las amasé y acaricié en grande a la vez que pasaba de un pezón a otro para no dejarle un segundo de respiro. A fin de excitarla lo más posible usaba los dedos para juguetear con el pezón que quedaba libre, masajeándolo y cogiéndolo entre los dedos para retorcerlo un poco. Los gemidos de Fernanda se podrían haber oído hasta en el aparcamiento del segundo bajo, que forma más salvaje tenía de jadear debido a mis caricias.

Cuando me cansé de estar comiéndole las tetas, lo que hice durante mucho rato, de inmediato le puse de cara a la pared arqueando la espalda, le subí la falda a toda velocidad y metí mi cabeza entre sus piernas, hundiendo mi lengua dentro de su vulva palpitante. A la primera lametada Fernanda gemía y se retorcía de placer en una especie de juego de "quiero/no quiero", ya que tanto me decía que parara porque la estaba forzando como que siguiera porqué le estaba gustando. Aquella ambigüedad hizo el momento aún más excitante.

Su vulva era deliciosa, se humedecía como un helado de vainilla al sol y sabía igual de bien, mejor incluso. Sus nalgas eran redonditas, perfectas, ni grandes ni pequeñas, listas para ser cacheteadas y sobadas sin dejar ni por un instante de admirar ese par de piernas que tan loco me tenían desde el primer día. Solo de pensar que estaba a punto de cepillarme a mi oscuro objeto de deseo se bastó y sobró para que me sintiera como si hubiera rozado el cielo con mi mano. Ayudándome un poco Fernanda se curvó un poco más casi poniéndose a cuatro patas(sus piernas abiertas no estaban doblegadas si no rectas) permitiéndome comerle mejor su sabrosa almejita, una perita en dulce.

Comí, chupé, bebí jugos y me di un festín como ya hacía tiempo que no lo conseguía con las habituales jovencitas que pillaba en las discotecas los fines de semana. Esta casi treintañera que tenía delante de mí superaba con creces a todas aquellas inexpertas que me había cepillado. Daba la impresión de haber nacido para el sexo, para follar día y noche. Reaccionaba de tal manera que me parecía increíble que tras aquella viciosa estuviera la tan reprimida jefa que día a día era la viva imagen de la frigidez y la rectitud. Descubrir su lado salvaje era un premio fantástico.

Harto de andar comiendo, le llegó a ella el turno de comer, y la hice agacharse para que comiera zanahoria de la buena. Fernanda se agachó abriendo sus piernas de par en par tras subirse la falda(y por lo tanto, dejando su tesorito al descubierto), poniéndose sin perder un segundo a sobarme la polla y pasar la lengua por su tronco. En todo momento había un ambiente de sexo que casi se podía oler en el aire, incluso tocar. Era como una mezcla de lujuria mezclada con inocencia y perversión a la vez, algo tan confuso que me tenía enloquecido. Aquello era jauja.

En el instante que Fernanda abrió su boca y se tragó todo mi falo, me creí morir de gusto…aaaaaayy madreeeeeeeee…virgen santa que boquita de piñón, que manera de chupar polla…nunca hubiera imaginado que mi jefecilla era una experta mamadora de vergas, pero sí que lo era y me lo estaba demostrando a marchas forzadas, haciendo verdaderas virguerías con los labios y la lengua, degustando el excelente plato de "troncho de carne caliente" que le había dado a comer. Sus manos me masajearon los huevos y los acariciaron para redondear la maniobra.

Debido a todo lo que había visto no sabía si Fernanda era ángel o puta, si ella solo me estaba obedeciendo como si fuese una víctima de violación o realmente estaba participando en ello como una furcia cualquiera. Con esa carita y ese cuerpo, ya no estaba seguro, pero no me importaba. Lo único que me importaba era que pocas veces me la habían mamado tan bien como en ese momento. Sentía cada lametada, cada chupada…cada centímetro de mi cuerpo disfrutaba de la espléndida felación que mi jefa me hacía, también que a punto estuvo de hacerme llegar a correrme.

La hice parar en el último momento y justo a tiempo. Bufff, no hay palabras…luego de incorporarla y ponerla de cara a la pared como antes, me puse detrás de ella muy pegadito, usando mi mano derecha para sentir la fina y magnífica línea de su cuca, jugando unos segundos con ella hasta que apunté mi garrote allí y presioné para endiñársela hasta el fondo. Fernanda se impresionó notablemente, como si llevara mucho, pero que mucho tiempo sin sexo(lo que confirmaba el porqué de su rudeza en el trabajo). No me detuve a pensármelo más y de un golpe seco y potente se la metí del todo, dejándola como en estado de shock.

Dejé que se recompusiera durante unos momentos del momento de la penetración, que la disfrutara y se regocijara en ella. Parecía en éxtasis, como en trance. Tras besarla una vez más, me puse sin dilación a darle el repaso que tan a pulso se había ganado. Le iba a bajar los humos a base de bien, y sin que en ningún momento esa ambigüedad de consentimiento/forzado se desvaneciera(lo que me encantaba), el polvo que le estaba echando valía por todas las horas extras que me había obligado a hacer durante tantos días. Iba a ritmo de martillo pilón en su coñito caliente, que recibía mi verga a las mil maravillas.

Fernanda estaba que lo tiraba diciéndome de todo, desde violador asqueroso hasta que se la metiera y terminara sacándosela por la boca. Toda clase de obscenidades y guarradas salían incontenibles de su boca, lo que me hacía chiflar de placer. Allí, en aquel almacén y aún medio vestidos(menuda estampa, de foto jajaja) le estaba enseñando a la jefa lo que pasaba cuando uno se extralimitaba con los empleados. Una lección que le daba encantado de la vida. Aquella follada brutal y salvaje era el sumun de todas mis fantasías.

Mi jefa se movía y contoneaba como una perra, y mis manos se deslizaban de sus caderas a sus piernas para sentir la tersura y suavidad de su piel a la vez que sus medias de encaje, dependiendo de si metía la mano por debajo de ellas o no. Su tacto, su forma, todo me atraía como un gigantesco imán, pidiéndome a gritos que aquello siguiera día y noche. Sus caderas se movieron ligeramente acompasando mis empujes, como bailando al compás de una misma canción, contoneándose de forma casi espasmódica conforme mis acometidas crecían en intensidad y potencia.

Tan salidos estábamos que tanto ella como yo nos decíamos toda clase de insultos y obscenidades, como en una tanda de insultos a ver quien decía el peor. Si ella me decía "cerdo" yo le decía "zorra", y si decía "puerco me estás violando" le decía "tú eres la zorra, que te gusta que te violen". Así una y otra vez sin parar sin dejar de follarla ni por un instante. El sexo violento nunca había sido mi fuerte, pero en ese momento parecía como si lo hubiera hecho de toda la vida, hasta yo me sorprendía por las cosas que le decía, las cuales, dicho sea de paso, solo me había atrevido a soñar.

Sus manos se pusieron a sobarse las tetas, jugando a retorcerse los pezones y apretárselos más de que lo yo mismo me había atrevido a hacer antes. No solo eso, su mano izquierda se fue directamente a su clítoris y se puso a masajearlo y tocárselo de la forma más ruda que había visto, iba a toda velocidad metiéndose mano y masturbándose a la vez que mi polla le estaba dando una follada de órdago. El nivel de excitación, lujuria, depravación y vicio subía como la espuma, haciéndose más intenso con cada segundo que pasaba. Aceleré mis embestidas, ella su paja, acompasamos como pudimos mis caderas con las suyas en el baile amatorio y entre gritos enloquecidos y espasmos salvajes Fernanda y yo nos corrimos y gozamos a todo volumen, dándome la impresión de que las paredes temblaban de lo fuerte que había sido.

Me sentía exhausto, la respiración me iba y venía tan potente como trabajosa, el corazón me latía a mil por hora y todo mi cuerpo era una salvaje fiesta hormonal. Fernanda estaba igual que yo, mirándome con ojillos entre avergonzada y contenta, aún en la duda de si lo consintió o fue forzado. A veces se dislumbraba una especie de complicidad en su carita, como diciendo que lo que a ella le gustaba era esa confusión entre consentido y violación, y es que cada segundo que pasaba descubrir esa faceta suya de zorra me hacía enloquecer de gusto.

Fernanda quedó sorprendida al comprobar que la polla no se me bajaba al cabo de un rato, si no que se mantenía erguida. Le dije que era un problema que tenía, que cuando me encontraba sobreexcitado no podía dejar de estar empalmado, lo que la hizo relamerse de gusto, dándome a entender que estaba dispuesta para una nueva tanda de sexo. Y sexo iba a tener, pero no como ella quisiera, si no como a mí me diera la gana, y es que, después de habérmela follado solo quería hundir mi polla en su culo, enterrarla entre sus nalgas respingonas y duras para oírla gemir de dolor(y también de placer, sabiendo que ese era su rollo).

En cuanto se la saqué y le guié hacia su orto dispuesto a metérsela bien metida. Fernanda adivinó mis intenciones e ipso facto me dijo que no lo hiciera, que nunca nadie la había enculado, que le daba un miedo terrible y que seguramente le dolería horrores, pero no estaba dispuesto a dejar pasar la ocasión, amén de que se iba a enterar la putilla que tenía por jefa de lo que significa la expresión "que te den por el culo". Usé uno de mis dedos para tantear el terreno, viendo que efectivamente era terreno virgen, aunque no por mucho tiempo.

Apreté y empujé con todas mis fuerzas y las ganas de que disponía, consiguiendo a base de esfuerzo vencer la resistencia inicial de aquel precioso y virginal ano, pudiendo con lentitud y maravilla ir perforándole el culo hasta que se la metí tal y como yo quería. Fernanda dio un alarido de dolor al notar mi polla en su culo, pero por suerte a esas horas ya no había nadie que pudiera escucharnos. Lágrimas de dolor le corrían por el rostro, pero se las enjuagué y la besé en toda la cara para aliviarla, dejando al tiempo que su culo se amoldase al tamaño de mi polla.

Cuando creí que ya había pasado tiempo de sobra di comienzo al bombeo, suave y lento para disfrutar cada segundo de la primera enculada que alguien le hacía a mi jefa. Ella rechinaba entre dientes de dolor, me suplicaba que parase pero no podía detenerme, estaba demasiado salido para atender a razones. Sin olvidar el objeto de mi fetiche mis manos se deslizaban de sus caderas a sus piernas para sentir el tacto de sus medias y de su piel, excitándome sobremanera aquella humillación/desvirgación/gozo que le estaba dando. Fernanda estaba tan estupefacta por lo que le estaban haciendo que apenas si podía pensar con claridad.

No lo dudé para aprovechar su confusión y usarla en mi beneficio, diciéndole cuantas más obscenidades mejor, susurrándole al oído perlas del estilo de "ya verás como te va a encantar", "de tan zorra que eres me pedirás que te lo reviente", "te vas a hacer una viciosa del sexo anal", "acabarás pidiéndome que te dé por culo una y otra vez", a lo que ella no daba respuesta, tan solo gemía y jadeaba aunque ya no estaba seguro de si era por dolor o por placer, ya que su cuerpo no estaba inerte, si no que se movía a la vez que el mío. ¿Sería que ya le estaba entrando el gusto por ello?.

Dispuesto a salir de dudas apreté el ritmo de la embestida en su culo y lo hice algo más fuerte, también algo más seco y bruto pero mucho más apetecible. No había tenido muchas ocasiones para encular a una tía(y menos un culito como el que tenía delante), pero al menos había aprendido lo bastante para saber como hacer que la tía quedase en órbita y me pidiera casi a gritos que siguiera dándole. Apliqué todas las lecciones que aprendí en el pasado y me esforcé sin parar en la estupenda acometida que le daba para que Fernanda sintiera el placer y la morbosa perversión que era aquello.

Efectivamente, al cabo de unos minutos de estar trabajándome su ojete podía notar el cambio en ella, ya no le dolía y sus manos se cogieron a las mías para tenerme bien sujeto y bien metido por ella. La vi morderse el labio inferior y luego abrir la boca de par en par para llamarme cerdo cabrón y luego decirme que se lo partiera en dos, tal y como auguré. Sin dudarlo subí mis manos para cogerme de sus enormes tetonas, amasándolas como si fueran panes de hogaza, apretándolas y poniendo sus pezones entre los dedos índice y corazón para jugar con ellos a la vez que subía el ritmo de la taladrada que le iba a dar.

Fue hacer eso y Fernanda perdió la poca cabeza que le quedaba, volviéndose una verdadera guarra insaciable que solo vivía para el sexo. La oí decir de todo, desde que le encantaba lo que estaba viviendo hasta que le encantaría sufrir en sus carnes el pollón de un mulato(o varios) por todos sus agujeros. Madre mía de mi alma, que pedazo de putón, y luego se las daba de inocente(¿se puede pedir algo más morboso?). Di con más fuerza, con más saña, bombeé, metí, perforé y se la enterré en el culo hasta que sentí que el clímax era inminente, que fue cuando literalmente casi la estaba violando debido a lo fuerte que se lo hacía, en donde me envaré hacia una clamorosa recta final.

Después de tan tremendo orgasmo tardamos en volver a la calma, estábamos agotados. Estuvimos así un rato, para después volver a vestirnos y coronar el momento con un beso de los que te succionan hasta las ideas. Fernanda apenas me dirigió la palabra, pero sus ojos oscuros y profundos me decían que, sin lugar a dudas, más que sufrirlo(que lo había hecho) lo había gozado desde el primer momento. Antes de desaparecer de mi vista, la puta de ella se agachó para chupar las gotas de semen que quedaban en mi verga, dejándome atónito de ver su cara de placer al tragarlo.

No fui despedido de mi trabajo, ni tan siquiera amonestado, y los demás tampoco supieron lo que pasó. En cuanto a Fernanda, pues desde entonces(ya hace como 3 ó 4 meses de aquello) ha aparecido con los modelitos más escandalosos, luciendo palmito para que todos vean lo buena que está, para que todos los hombres se queden prendados de ella(que lo hacen) y fantaseen con su cuerpo, perfilando sus estupendas curvas y llevando esas medias de encaje con liguero, a sabiendas de lo loco que eso me vuelve. ¿Lo mejor de todo?, pues que Fernanda y yo, a solas, hemos tenido muchas más "horas extras" que hacer