¿Qué voy a hacer contigo? 2

Guárdate en tu lecho de aquel que consiga mariposearte el clítoris, no el estómago, ya que la mente indicada vuelve todo punto en un G certero. Que la noche nos sea eterna y propicia... disfrutadla.

¿Qué voy a hacer contigo? ~ 2

―A ver, a ver... ¿cómo seguía? Sí, claro, ¿cómo empezaba?

―¿Cómo que no recuerdas nada? Oh, claro, ya veo, no me acordaba.

Parece que los sueños a veces pueden describir muy bien las realidades pero, aunque imagino que te encantaría poder recordarlo todo desde todas las perspectivas posibles, eso no es posible ni en tus más húmedos sueños, querida.

―Sí, ya me he dado cuenta, no hables, deja que esos labios sólo se despeguen entre sí cuando tengan que besarme.

Oh, claro, claro que entiendo cuánto te cuesta recordar. Lo sé, yo soy el de las palabras, tú recuerdas conceptos, yo describo imágenes y tú describes sensaciones. Ése era el trato. Está claro. Cada uno se dedica a aquello con lo que mejor se lo pasa.

Tu mente, como cuando me recuerdas en un sueño, no consigue cincelarme en el mármol de tu consciencia, pues poco de mí viste aquella noche en la guarida de tu animal preferido. Claro, ¿qué iban a ver tus ojos si sólo pensabas en disfrutar? Si todo para lo que tu corazón bombeaba era para el hedonismo moderno de verme hacerte disfrutar. Aunque tampoco es que mucho pudieras verme. Cierto, pero no te preocupes, tengo la solución. Soy capaz de hacer sueños realidad ya que, al fin y al cabo, es lo que hacemos los magos.

Sí, buen apunte, nos encanta que nos llamen ilusionistas. Porque es lo que provocamos en aquellos que miran nuestras manos, ilusiones, aunque tú llevas toda la noche mirando mis labios.

―¿Esperas acaso que algo de ellos te haga la misma magia que las chispas de mis dedos provocan?

―Eso es adorable. Sí, eres muy traviesilla, una jodida zorra traviesa, pero muy, muy adorable.

Y tienes una piel tan fina y suave, me encanta notar el tacto de tus mejillas en la punta de mis dedos, notar su contacto, la excitación de tu piel y el salmo que tu corazón canta al respecto. Adoro ver como la magia de mis dedos hace que quedes recta, sentada en la cama, a la espera para obedecer, no como una sumisa indefensa sin poder, sino como una adorable y traviesa felina juguetona que busca esperar el momento concreto.

Lo sé, se me escapa una sonrisa cuando te veo actuar así, aunque no mucho de mí vas a ver más. Mírame ahora, mírame.

―Mírame. Que mi sonrisa y mis ojos sea lo último que veas.

Que así sea, mírame, tranquila y obnubilada, deja que suspiros de ensoñación romántica se despidan cual nubes de tus labios. Pero mira mis ojos, oh, sí, céntrate en ellos.

―¿Ves estos ojos marrones?

Necesito que los veas porque cuando te ponga este antifaz y todo lo que ahora observas se torne obscuro y en la más completa negrura, tendrás que recordar estos ojos. Serán mis ojos los que te guíen en la oscuridad, al igual que mi voz.

En cambio, mi voz puedes seguir escuchándola, puedes continuar dejándote llevar por ella como un  inocente pececillo que sigue inocente una luz en la profundidad de abismo sin mera idea tener que unas voraces fauces se ciernen sobre él como el mismo tiempo se cierne sobre nosotros en el momento justo.

Y ahora, mi pequeña, toca decir buenas noches a los ojos del otro. Pues lo que voy a mostrarte es magia de la más alta calidad y ahora hay cosas que no deberías ver.

―Por supuesto, lo sé, un mago nunca revela sus secretos.

Y me preguntarás el porqué, por qué no puedes descubrir aquello que te va a hacer perder el norte en esta noche de septiembre en que todo el mundo parece haberse detenido excepto tus manos y mis palabras. Es sencillo, porque ésa va a ser la magia. Y no, no servirá que me supliques de nuevo, pues súplica suficiente es que por favor me ruegues que continúe con esa vocecilla poseída por la impaciencia de saber más, de perderte en mi locura y de dejar que yo me pierda dentro de ti.

Y claro, yo te preguntaré, si sabes guardar un secreto, pero cuando me respondas que sí, ilusionada, sabiendo que hay una posibilidad de que puedas ver todas las cosas malvadamente endiabladas que pienso hacerte esta noche, yo te diré solo una palabra antes que la tira de antifaz se apriete contra tu nuca y todo se vuelva oscuro.

―Tranquila, yo también.

Y tras la risa sólo oirás un silencio prolongado que recordarás como el más eterno de tu vida. Pues estarás a la espera, verás que el telón se ha corrido, como pronto harás tú, y que ahora todo está a punto de comenzar.

Aunque también descubrirás que el telón que ahora empezará a abrirse y a despertar en ti todo tipo de sensaciones, multitud de ellas desconocidas, no se trata de uno que puedas ver sino, más bien, uno que puedas sentir.

Pues aquí comienza la aventura, aquí será cuando, como Descartes, no puedas discernir entre el sueño y la vigilia.

―Bienvenida a este vergel radiante en que podrás disfrutar de más de una maravilla por vez, adéntrate, piérdete conmigo.

―¿Qué es real, qué es parte del sueño?

Y en ese sentimiento de controlada seguridad en que seguramente sepas que voy a sentenciarte a una serie de cadenas de sucesos que no vas a poder controlar, toda esa morbosidad impaciente de saber qué voy a hacer contigo te llevará a una duda que excitará todo tu cuerpo.

―¿Qué voy a hacer contigo?

―Ah, claro, no lo sabes, tú no has leído la obra.

No sabes qué va a suceder ni a ti ni al pobre cuerpecito que como carnada espera que le devore. No, pero déjame decirte, querida, que voy a cuidar bien de él, que no dejaré que nada pase. Tranquila, yo me ocupo de esto, sé de lo que hablo, sé lo que me hago. La cuestión es, pequeña, ¿lo sabes tú?

Mejor, no importa, ahora toca el inicio de la obra, no hay espacio para tus excitantes soliloquios sobre lo que deseas que te haga. No todavía, aunque los habrá, sin duda, no te preocupes mi adorable compañera de alcoba.

Aunque esto es una obra y este lecho nuestro es el escenario. Y créeme cuando te digo que no vas vestida del todo para la ocasión. Y pensarás, sin duda, que vas práctica para el combate de ludus que más tarde se llevará a cabo, pero no, no, pequeña, no te avances, tiempo al tiempo, pues tiempo es lo que nos proporciona la noche y, créeme, se te va a hacer muy larga.

―Me ocuparé de ello personalmente.

Mas no demoremos el crescendo de nuestro acto, volvamos a la moda unos ligeros segundos antes que me lance sobre la obra. Vistes un elegante vestido de mujer que me encandila, no lo dudo, pero te faltan algunos retoques, el antifaz protege tus preciosos ojos, aún hay más cosas de las que ocuparse.

―¿No sabes cuáles? No te preocupes, yo te ayudaré.

Sé del tema, es lo mío. Faltan algunos detalles que ahora te mostraré. No, tranquila, no tengas prisa ahora, deléitate con las caricias de mis manos sobre tus brazos, deja que mis dedos jueguen con tus caderas.

―¿Qué dices?

―Besos... quieres besos

―No me hagas reír, acabamos de empezar el primer acto.

Relájate, deja que pase un poco de tiempo, antes que mis labios recorran toda la totalidad entera de tu ser.

No tengas prisa que de todo vamos a tener tiempo tratar. Ahora queda hacer unos pequeños retoques

―Sí, acomódate, yo me encargo de todo, cielo.

A ver, pensemos…

―¿Qué voy a hacer contigo?

―¿Qué debería usar para adornar esa preciosa piel que vistes, mi pequeño animal voluntariamente acorralado?

Sí, eso estará bien. Trae aquí esos piececitos. Levántalos, deja que eche de menos tus piernas. Que por ahora sean mis dedos que como marea acarician tus piernas y suavizan tus muslos con suaves pellizcos desde la palma de mis manos. Que sea la pasión la que marque la presión y la misma presión la que amarre la pasión entre tus piernas.

―Así, pequeña, poco a poco.

Notas la suavidad inesperada del terciopelo sobre tus tobillos, presionando levemente uniendo tus piernas con un solo movimiento. Bien, déjame apretar un poco más, así está bien. No queremos que te vayas corriendo.

―Aunque dime, pequeña, ¿dónde gustarías ir?

¿Hay algún sitio que desearías visitar teniendo en cuenta que ya estás aquí en mi cueva? ¿Ningún otro sitio? Por supuesto, dónde mejor sino en el centro donde la magia hace realidad los sueños.

―Mucho mejor.

―Así es como me gusta.

―Así es como nos gusta.

―Mucho mejor.

Date la vuelta, con cuidado, no queremos dañar mi comida. Esta bestia tiene hambre, desde hace mucho tiempo, y no pienso desperdiciar ni un solo bocado de esa tierna carne que tan amablemente se ha presentado para ser devorada por mi impaciente lengua y mis colmillos. Y pensar que tengo toda la noche para que nada sano quede de ti sobre mi cama. Que mañana levantarás, como cada otra mañana, sudando, mojada, deseando que todo esto no hubiera sido un sueño. Será un día diferente, porque el sol de la mañana se reflejará en las paredes azules de tu alrededor y despertarás con olor de café y pan tostado. Y será un codo lo que te despierte tras una sonrisa pícara.

Dejemos esas lindezas para las tierras de Morfeo a las que pronto llegarás cuando desfallezca tu estamina. Tu sueño tiene varios actos y tendrás tu momento de estrella fugaz. Mejor centrémonos en la parte actual donde yo soy la pesadilla de tu sueño de la que no quieres escapar. Pues ese soy yo para ti ahora mismo en tu deseo de tenerme.

―Puedes llamarme loco si quieres. Mas no dudes en llamarme, porque vendré.

Oh, qué adorable, me encanta ver como sonríes con tu antifaz equipado, guerrera, es algo adorable. Te regalaré mil y una sonrisas de pícaro origen sólo por ese gesto. Sí, sin duda, tras la preparación para el primer acto vas a sonreír mucho. Pues queda ver cuántos imposibles puedo hacer nacer en tu naturaleza innata e intacta. Y tranquila que no te hablo de placer físico, para nada, no hablo de que la presión de nuestros cuerpos fúndase en orgasmos incontrolados.

No vine a jugar con tu coño hoy princesa, hoy vinimos como dioses y diablos, así que ponte sobre el tablero y juguémonos las almas. Deja que mi esfuerzo sea el que haga aflorar tu tesoro en esta partida de locura invertida. Dejémonos tú y yo perdiendo el norte intentando encontrar el sur, que no sepamos si nos hallamos en la calidad del cielo o en lo ardiente del infierno.

Y hablando del infierno y el calor que provocaría en tu cuerpo, empecemos el acto I. Que el inicio sea el calor de tu cuerpo que rodea tu entrepierna, que de espaldas de comienzo el inicio de esta tragedia.

―Y ahora, uummm, suena excelente.

―¿Oyes eso?

―Sí, sé que lo oyes.

―¿Sabes lo que es?

O, mejor dicho―

―¿Sabes lo que voy a hacer con esto?

Oh, por supuesto, permíteme que te torture un poco más con esto, que tu agonía placentera no termine todavía.

―Nota esto.

―¿Te gusta?

―¿Es suave?

―Oh, no, no voy a azotarte con esto, aunque bien pensado

Ummm, qué piel más sensible. Oh, te equivocas, esto no es para eso. No jugaremos con esto a hacer maldades... todavía.

―¿La notas por tu espalda?

Ves como zigzaguea cual serpiente por esa espalda curvada que acompañas en su baile. Adoro cuando te mueves así, como una pequeña culebra que se retuerce, buscas el placer que las suaves puntas de las cuerdas producen cuando acarician y barren el placer de tu espalda y lo llevan a tu interior.

Empiezo a notar tu respiración más fuerte. Tu excitación, empiezo a oler todo eso, pequeña, noto el calor que emana de ti, y, sobre todo, noto el mar de sensaciones que chisporrotean en tu cabeza como en un cortocircuito. El millar de ataques que mis manos provocan sobre tu espalda, ahora el roce de la cuerda, ahora un dedo que resbala por tu espalda, ahora un suave pellizco y, sí, por qué no, un húmedo beso cerca del hombro.

Que lo notes cerca del cuello, que desees que te muerda y arranque de ti gemidos que queden gravados a fuego en mi mente, que denoten en los consiguientes quejidos del vecino del tercero mañana, que se guarden en una cajita de cristal dentro de tu mente en ese palacio en que guardas todas las fantasías que tienes de mí desde que me conoces.

―Qué, ¿mi lengua?

No, no, no, noo, pequeña, no todavía, no te alarmes, la tendrás, la tendrás toda para ti en el lugar en el que más lo desees. Notarás su humedad, sus fuertes movimientos, sus giros y su inesperada vibración, sí, querida, lo tendrás todo, no debes preocuparte por eso.

Pero dime, ¿por qué estropear toda la actuación? ¿Por qué avanzarnos a lo inevitable? Te faltarán pared y espalda para demostrar cuánto te gusta, de eso no te quepa duda, no te preocupes.

Así que, después de todo este ratito haciéndose sufrir con mis cuerdas, vamos a hacerte disfrutar con ellas, ¿no te parece?

Así, muy bien, déjame que rodee tu espalda, así, umm, no debo besarte ese trasero tan respingón porque una vez que hunda mis labios en toda esa perdición dudo que pueda controlarme para salir.

―Aunque pensándolo mejor, ¿qué te parece si...?

Sí, lo sé, dije que guardaría mi lengua para donde gustaras, pero eso no quiere decir que no pueda hacerlo cuando guste. Me ha gustado ese respingo inesperado en tu espalda, no lo esperabas, eso me hace sonreír.

Por supuesto, no te preocupes. Seré considerado, levántate un poco, deja que me divierta un poco con esas preciosas tetas que tanto tiempo llevan queriendo conocerme, que noten las cuerdas, que las sientan cerca. Preséntamelas, dos besos, aunque pueden ser unos pocos más.

Así, deja que las cuerdas hagan su efecto, su juego, deja que se divierten, así, que aprieten, sin que duela, el dolor no viene ahora, no te preocupes. Cuidado con esas alas que acabo de darte, no te las vayas a torcer con un mal nudo y tengas que hacerte subir al cielo por mis propios medios.

―Por dios, claro que no, ¿nada más faltaría, no?

Me gusta tu risa, pronto la convertiré en resuellos y en gemidos que resonarán por toda la habitación. Te borraré esa sonrisa delicada de perra cuando tu labio inferior permanezca asustado y escondido bajo tus dientes. Cuando tus ojos que ahora están ocultos bajo el antifaz se cierren con fuerza mientras tu boca se abre en una mueca sin sonido Pues pienso dejarte sin palabras con tanta fuerza y violencia que no podrás evitar volver a mí como una droga una y otra vez.

Voy a hacerte sufrir y voy a hacer que te guste, que lo desees, que vuelvas a por más. Que me supliques con tu vocecita que no pare, que siga, que mis acciones en tu cuerpo sucedan a estas palabras que tanto te están mojando. Pero sí, ponte chula ahora, dulce flor, deja que tu concupiscente mente se ría ahora y fanfarronee de lo que no sabe.

―Juguemos...

―Juguemos, pequeña, la presentación se ha acabado y ahora entrará el segundo acto.

―Alguien tiene que morir, aunque su muerte sea pequeña, aunque su muerte sea en francés.

―Así empiezan las tragedias, no es así, con alguien que muere y alguien que llora y grita.

Lo que no sé es qué haremos primero, si llorar o gritar, pero hagamos, hagamos, hagamos, pequeña, hagámoslos toda la noche. Y, espera... veo que estás agarrando con fuerza las sábanas de mi cama, no es el momento, querida, quizás...

―Sí, ¿por qué no? Estas esposas no te vendrán nada mal.

Sí, los candados son necesarios, atrevida compañera de la noche, son muy necesarios, al igual que las cadenas. Eso sí, siempre puedes escapar de esto si encuentras la magia, aunque dudo que tengas el toque de Houdini.

―Y bien, volvemos a la misma situación, mírate.

Unas esposas tobilleras atadas curiosamente a un par de pesas bajo la madera de la cama, unas lindas cuerdas acariciando y presionando ese delicioso y apetitoso cuerpo tuyo y unas cadenitas que rodean tus muñecas. No sabría decirte si me gustaría que mis cuerdas rodearan tu cuello, no me gusta la competencia, ni tampoco a mis manos. Pero bueno, mira qué indefensa estás ante mí, en esa postura taimada de fiera, apuntándome con ese culito deseando que comience el segundo acto.

Tan predispuesta, tan enamorada del teatro, tan endiosada por el momento, tan apetecible a mi paladar.

―Dime, mi pequeña, ¿qué voy a hacer contigo?

―Oh, claro, volvemos a la complicada dicotomía.

¿Llorar o gritar?

―¿Qué dices?

Oh, vaya sorpresa. Normalmente la gente se suele quedar con una, claro, qué te voy a negar yo a ti, querida, nada... por supuesto.

―Puedes, quedarte con las dos, por supuesto.

Pero no demoremos más, dejemos que como interludio y breve inciso mis labios den buena cuenta de tus nalgas, quiero despedirme de ellas antes de que lloren y griten de locura. Aunque antes de eso, y disculpa si te asustan los improvisos, es lo que tiene estar cegada, nunca sabes por donde voy a venir. Y soy demasiado rápido para que tu mente me siga, aunque no tanto como para tu cuerpo.

Noto como mi energía emana de mis manos y roza tu cuerpo. Presencio como tu cuerpo lo nota, como advierte el calor antes de que te toque y se doblega ante él. Percibo cómo se eriza el bello de tus brazos y el de tu nuca cuando me acerco, admiro como tu corazón bombea con fuerza en el preciso instante en que me acerco a tu oreja para susurrarle un par de mordiscadas en idiomas variados. Escucho tu lengua saborear tus labios deseando tener los míos y ay de ti cuando los tienes.

―¿Cuánta hambre tienes para morder de esa manera mis pobres labios?

―¿Qué te han hecho?

No tienen culpa porque lo que verdaderamente deberían preguntarse tus orgasmos es:

―¿Qué van a hacer contigo?

Eres muy y traviesa, pequeña y adorable fierecilla.

―¿Qué dices? Oh, claro, comencemos con la obra, sé lo mucho que te gusta el teatro.

Entremos en escena, imagina lo que pasa, pues no voy a narrarlo todo, dejaré que la magia del teatro se revele en tu piel, que se corra el telón, y no sea lo único que así lo haga. Y que la magia empiece con mis dedos que bajan por tu espalda con delicadeza. Serpentean, juguetones, infantiles, haciendo finas formas inventadas que tu piel les revela con gracilidad propia de perversas señoritas.

Y luego, las yemas, con suavidad, acarician tu trasero con delicadeza, tantean, juguetean y deciden cómo empezar. Difieren sobre cuál de las dos realidades de tu placer va a empezar a acogerme.  El dolor queda en una balanza, se escuchan los resuellos del cocodrilo bajo ellos acompasados con tu agitada respiración y la pluma que estas palabras escritas crea espera serena y cándida en la otra parte de la balanza dejando justo lo que justo es para ti, justo lo que quieras, justamente lo que llevas deseando desde la primera vez que te masturbaste pensando en mí.

Tú te descompones, esperando, impaciente, mordiendo a niveles acompasados la almohada y los labios. Estás impaciente, no sabes cuándo vendrá, deseas comerme la boca y devorarme con lascivia y depravación pero temes que la primera arremetida te pille con la boca ocupada y no puedas exhalar con ganas el primer grito que de veda a la caza e inicie el convite de tu deleite y el mío propio.

Intentas mover las piernas, no puedes, deseas sacar tus manos, agarrarme, abrazarme, desgarrarme y atacarme y por más que lo intentas, no lo logras, te ves incapaz de mover nada más que tus caderas y tu busto, pero obedeces, decides no hacerlo, arqueas tu cuerpo para la parte que más deseo de ti quede a la altura perfecta para que la devore después de que la tragedia acaezca y los mimos de mi lengua ayuden a que vuelva a haber gritos y lloros a la par.

Así que yo me preparo, me acerco a ti, respiro a tu lado, me derrito de dicha al ver como tiemblas ante mi presencia, mi peso, mi cuerpo, mi respiración en tu oreja y el susurro de mis palabras directos a tu corazón.

―¿Confías en mí?

Lo haces, lo sientes, lo sueñes. Confiamos el uno en el otro.

―¿Cuentas conmigo?

Y podrías pretender ser sexual, sensualizarme con tu voz, ser sutil, ser pizpireta y jugar con tus palabras como sé que sabes, pero ya no puedes más y sólo una palabra, un grito sale de ti:

―¡Cuenta!

Y te hago caso. Mi mano se precipita a la vertiginosa y deseada por ti velocidad hacia el redondo culito que me espera con más ansias que con la que lo hacen tus labios.

Notas el choque, sublime, perfecto, adorable. Lo vives a cámara lenta, a cámara caliente, cómo la mano baja despacio estirada por completo y establece el primer y candente contacto con tus posaderas. Los dedos bajan y se acoplan a la nalga y, desprovistos de sorpresa por el golpe, se apartan precavidos, con una leve vibración, rebotando mientras tu culito baila al son de la agitación trepidante que la acción le permite disfrutar.

Ahogas un grito, rompes un gemido, y hundes la cara en la almohada, juntando tus piernas con fuerza haciendo que tus muslos se aprieten entre sí. Quieres más, por supuesto, no necesito preguntarlo. No obstante, me acerco a avisarte de algo que en parte te produce placer y en parte repudias al ser nada más que la prevalencia de mi poderío sobre el tuyo.

Doy un sonoro beso a tu mejilla y retiro levemente la humedad bajo tus ojos, veo cómo la piel bajo tu labio inferior está ya blanca y me sonrojo ante todo aquello que mis posibilidades consiguen de ti. Siento decirte, pequeña, que no has contado, tendremos que comenzar de nuevo.

Al principio pienso que eso te picará, que hará sacar tu parte más vivaracha y peleona y que me desafiaras con tus palabras alegando que para azotarte como si te acariciara con plumas no merece la pena que te toque. Me espero cualquier cosa y, en lugar de eso, pides perdón, de una forma tal dulce que incluso embriagado de sexualidad y obnubilado por las feromonas con las que me atrapas me siento abrumado y conmovido por tal acto de melosidad.

Te acaricio las mejillas bondadosamente e incluso exhalo una pequeña media risa que se pierde en el aire cuando sonríes y me besas la mano con la que he empezado ese castigo que llevas tiempo deseando. Giras tu cabeza, aunque sé que no puedes verme, pero deseas mirarme y desde lo más profundo de tu corazón, tu voz hila una frase desde la parte tejida con más mansedumbre de tu sexualidad y me dices que prometes contar esta vez.

No me lo pienso y encajo la segunda toma de contacto hacia tu piel. Suelto la segunda descarga que, bajo tu encantadora voz, se vuelve la primera, pidiendo más. No me lo pienso y encajo la segunda toma de contacto verdadera. Esta vuelve a producir un impacto similar en la misma nalga y tu cuerpo se arquea como un estallido, como si por todo él te recorriera una electricidad que te provoca esos espasmos que acompasan los resuellos acelerados de tu boquita.

Acerco mi mano derecha a mis labios para darles un beso sonoro, que tú puedas percibir ahora que sin vista sólo te fías del oído y de tu ultra sensible piel que tan bien aprecia mis caricias y otros menesteres del placer. Tú lo notas, subes tu culito y te preparas. Yo espero, respiro sobre él para que te produzca un agradable cosquilleo y tal acto se encadena a un aumento en tu impaciencia por el placer. Me quedo mesándome la perilla, admirando cómo la sensibilidad de tu piel ha ayudado a hacer que mi obra de arte se marque pictóricamente sobre tu trasero.

Toda la zona se ha enrojecido sobre tu piel olivácea y ahora se nota claramente quién más necesita mi atención. Y mientras observo, callado, la maravilla que tal espectáculo privado sólo para mí representa, tu encandiladora voz se me adelanta con sólo tres palabras:

―"Tres, por favor".

Sonrío, eres impaciente y sabes lo que quieres, no hay duda, no la habrá. Pero sabes que has hablado antes de tiempo y mereces un pequeño castigo fuera de tu adictivo placer que mis garras pueden darte. Afilo las uñas con un gesto y chasqueo mis dedos para que no entiendas qué sucede. Entonces mi pulgar se separa y mis otros cuatro dedos se arquean para dibujar una línea rojísima y rusiente que atraviesa toda tu espalda desde la nuca hasta tu trasero.

No te lo esperas. Rompe tus expectativas, tu piel nunca aguarda estas exquisiteces. Y tu voz se rompe, de golpe abres mucho la boca y ahogas un gemido mientras tu abdomen se tensa por la sorpresa y tus muslos se aprietan de golpe.

No te lo esperabas. Nada de mí. Aunque eso sólo ha sido un castigo y ni medio segundo tardo en que mi mano izquierda se estampe violentamente contra tu nalga izquierda. Ahí estallas con violencia y te revuelves, tus labios se mueven automático, tras una pequeña tos, y empiezan a contar cuando la otra mano da rienda suelta a su pasión y estalla contra la nalga derecha sin previo aviso. Y, tras el individual ataque, viene uno combinado y mis dos manos se aferrar con furor a tus nalgas. Dos más, dos azotes que te dejan sin respiración.

Ahí es cuando entra mi decisión de dejarte descansar mientras llegas hasta el número seis. Mas soy malvado, soy una bestia, y eso no hay que olvidarlo. Y mientras mi cuerpo se arquea hacia un lado para que cual sierpe pueda rodearte, una garra te araña de la nalga hasta las costillas mientras la otra se introduce entre tus pechos, mis dedos buscan tu pezón para dar un pequeño y doloroso castigo momentáneo que sé que motivará el resto de la cuenta. Luego aprovecho tu boquita abierta de sorpresa y te beso con la misma violencia con la que al darse cuenta de la presencia de mi lengua tu boca decide corresponderme.

Te doy un descanso mientras acaricio tu cabello y tamborileó los dedos de mi mano izquierda sobre tu espalda y bajo por tu columna mientras noto tu cabeza estirada hacia delante. Sé de sobras, aún con el antifaz, que has puesto los ojos en blancos y que tus uñas están en tensión contra las sábanas de mi almohada y tus tobillos se tensan al no poder estirar más los pies por las esposas.

Doy una suave cachetada que cuentas inmediatamente, bajo mi sorpresa y decido parar mi diálogo. Empiezo una pequeña carrera con tu nalga y mi mano y te azoto con firmeza. Una, dos, tres, cuatro, cinco y hasta seis azotes, con la punta de los dedos. Y, para finalizar el combo, cojo impulso y doy un golpe bien fuerte que te hace apretar las piernas mucho más, gritar el número catorce y echarte sobre la cama, mientras tiemblas toda tú.

Yo me tumbo a tu lado, acariciando tus nalgas con delicadeza, me levanto brevemente para besarlas con recatada deferencia, como debe hacerlo políticamente correcto, y vuelvo a tumbarte a tu lado a jugar con tu pelo.

―Cuentas muy bien, mi pequeña, no sabía que se te daba tan bien.

Tú te giras y buscas mis labios mientras las cadenas de tus brazos y tus tobillos se mueven y tintinean con violencia. Buscas mi boca, persigues mi lengua y nos fundimos en un húmedo baile de posesión momentánea. Buscas la violencia de mis manos y me devuelves la mía con tu boca. Muerdes mis labios, mi lengua, mi cara, como si la muerte les buscaras; jugueteas con tus mejillas acariciando mi barba e incluso intentas que tu lengua o tus colmillos puedan llegar hasta mi cuello para dar rienda suelta a tu pasión.

Pero yo no te dejo, soy más rápido y por un momento en que tú pareces más la bestia que yo, me permito ser diplomático y preguntarte.

―¿Eso es lo que quieres?

El brillo de tu mirada es más respuesta que cualquiera de las palabras que tu mente pueda improvisar.

―No tienes remedio, chère.

―¿Qué voy a hacer yo contigo?

Tú respuesta es clara y concisa. Todo. Todo...

Mas sé perfectamente por cómo tus muslos se frotan que nada ha acabado y que en realidad quieres más, como esperaba, mucho más. Me acerco para darte un beso en la frente y tu respuesta es sólo una frase, autoritaria, seca, seguida de un resuello:

―"No he acabado de contar".

Tú predispones tus lindas y agradables posaderas de nuevo y yo me dispongo justo detrás, para tenerte bien posicionada. Me arrimo a tus piernas y junto mis caderas con ellas, quiero que me notes, quiero que ese temblor de tus manos se vuelva incontrolable contagiando a todo tu cuerpo cuando dibujes en tu mente, debido a la corta distancia, cuánto estoy disfrutando de esto. Eso te pone muchísimo más, te excita a niveles insospechados y me alegra ver cómo es mi almohada la que sufre las consecuencias de mis palabras a base de vehementes dentelladas.

Y aun así dejo que te ensañes porque sé que luego mi cuerpo recibirá las consecuencias también y mi regalo será tenerte durante lo que queda de noche. Cosa excelsa que busca sobrevenir a la paradisíaca velada. Puesto que en este maravilloso acto que esperaba a que tu telón se corriese para cerrarse, sólo predice la satisfacción de mi apetencia del ambrosíaco manjar que sólo tú me puedes dar.

Tú aún llevas las cadenas y riendas ahora y me vuelves a pedir que cuente ignorando mis cavilaciones digresivas sobre lo que voy a realizar con tu cuerpo cuando tu culito me deje totalmente satisfecho las manos que luego satisfarán tus senos y quién sabe qué más en esta noche de perdiciones y locuras. No te castigo más y sigo con el juego. Una vez, dos veces y hasta una tercera. Mi mano revienta de placer tus entrañas y cruza tu trasero a pasión de lado a lado. La primera rebota, como en una explosión, y sale disparada hacia atrás para adquirir el impulso necesario mientras que la siguiente cruza de golpe tus nalgas y vuelve con un poderoso revés que restalla cuál látigo y hace que todo tu cuerpo se arquee contorsionado por el placer.

Lo repito de nuevo y tras la veintena, esta danza derrota y tus posaderas caen sobre las sábanas. Ambos sabemos que sólo tomas ulteriores providencias al empapar mis sábanas de ese néctar que gustarías que yo necesitase para sobrevivir. Vuelves a levantarte, medio derrotada, temblando y queriendo más, tus nalgas ya están bastante rojas, algo hinchadas, y mis manos y ellas empiezan a conocerse mejor.

Acaricio toda la zona y la abrazo, con suaves besos por toda la superficie, y es entonces cuando descubro lo temblorosa que te ves. Giras la cabeza a ciegas y me miras, con el alma, me pides que te cuente, que te reviente, que te haga estallar, y yo te hago caso y con lealtad ignifuga te sigo al más ardiente deseo del averno. Levanto la mano y acaricio tu piel con la violencia necesaria, restallando, haciéndote notar cada uno de los golpes. Como siempre, el 7 es el número es tu número de la suerte, aquel que siempre me dices. Y esos son exactos los golpes que necesitas para enamorarte del placer; que tu sangre se reúna en un único punto preocupada porque tu cuerpo haya olvidado para siempre la diferencia entre el placer y el dolor si es que alguna vez han sido cosas diferentes.

Podría describir en mi corazón cada golpe, cómo te erizas, cómo bufas, cómo resuellas, cómo chillas, y tus gemidos se convierten en una melodía que se eleva en mis recuerdos. Me chillas, me gritas, sacudes tus cadenas y aprietas tus muslos, y yo sigo candente con mi melodía, una y otra vez hasta que tus labios, temblorosos, dejan de contar y, con extrema delectación, tu cuerpo da una última sacudida y con el infinito ocho te derrota y te deja tumbada finalmente sobre las sábanas.

Te ves derrotada, tus piernas tiritan, a pequeños espasmos, tus glúteos se aprietan sin que puedas controlarlos, y tus labios se mueven esperando los míos. Sueltas pequeños gemiditos e incluso ronroneas con ternura. Yo me veo compasivo y te dedico el regalo que has estado esperando toda la noche. Pues aunque has disfrutado de lo lindo las violentas caricias de mis manos sobre la respingona estrella de la noche, los dos hemos vivido el momento, golpe a golpe, caricia a caricia, gemido a gemido, número a número, una y otra vez.

Sorpresa, empero, para mí, tu trasero esponjosamente encarnado sigue bien arriba esperando y, después de todo ese juego, decido complacerlo. Todavía estás atada por completo, a mi merced absoluta, y decido regalarte el como obsequio un pequeño agasajo que sé que anhelas hedonistamente desde que nuestras miradas se cruzaron en nocturna y casual coincidencia.

Acaricio tu culito, me abrazo a él y, tras un leve bufido cuyo consiguiente escalofrío recorre todo tu cuerpo, doy un único beso para abrir un nuevo telón, en un único sitio. Y con un sólo beso, las cadenas vuelven a vibrar con ímpetu, las esposas de los tobillos se separan bruscamente y tú sueltas un largo y prolongado gemido, como un aullido de placer. Se abre otro acto para hacer realidad algo más que un anhelo, que un sueño. Y con la promesa de hacer arte y teatro con lo que de noche nos queda, todo vuelve a empezar aunque esta vez tú sabiendo muy bien qué es lo que voy a hacer contigo.