¿Qué voy a hacer contigo? 1

Resulta en ciertas ocasiones que aquello que más se desea es ilusión imposible de tener. La escritura y el arte, sin embargo, suelen ser la manera más eficiente para hacer que estas fantasías, estos sueños, se tornen realidad. L ~

¿Dime, qué voy a hacer contigo?

Empecemos. Supongo que en el fondo te morías de ganas de saber más. Sí, es lo que a todos nos puede. La curiosidad, la morbosa curiosidad. Esa puta amiga que nos indica que todavía hay algo que queremos saber. Sé bien que esa idea lleva rondando tu cabeza desde hace varias semanas. Sí, esa misma pregunta que ahora se forma en tu mente. Arrollada por las mareas que en la negrura de tu limbo mental se originan aparecen las primeras líneas rodeadas del más níveo relieve que las palabras forman. Una pequeña frase sujeta a dos símbolos de interrogación. Pende de ellos, subsiste por ellos y, como tú misma, se ve atrapada entre la pregunta y la respuesta sin saber qué hacer o qué decir,

Y lo sé, lo sé muy bien porque, al fin y al cabo, ambos nos estamos preguntando lo mismo. La zona prohibida de la curiosidad donde ambos buscamos hallar solución. Donde sólo un núcleo prevalece entre posesivos e interrogativos. Donde la expectación puede a la racionalidad de la estructuras que nos marcan qué o no debemos hacer. Yo también me lo pregunto, querida, igual que tú.

―¿Qué hacemos contigo?

―¿Qué hago contigo?

Como una pequeña florecilla silvestre te muestras angelada ante la perspectiva de la inocente ignorancia del qué pasará. Una inocencia rota en mil pedazos que caen esparcidos por el suelo y reflejan escarlatas destellos por doquier en la habitación en que gustamos de encontrarnos. Sí, una inocencia hermosa, pero rota, desprovista de la candidez original, partida por el deseo y la morbosidad de la duda.

―¿Qué haría contigo?

Preguntas tan parecidas y con respuestas tan distintas, querida, pues las respuestas son lo que marcan la diferencia entre nuestro cielo y nuestro infierno, entre nuestro yo interior.

―¿Pero qué buscamos? ¿Qué buscamos hacer con nosotros?

A veces hablamos de locura, otras hablamos de perdernos. Las primeras nos centramos en el albor de la duda donde nada sabemos y todo podemos ser, desde el más mínimo nada en la ningunidad, como el absoluto todo en su totalidad. Y esa duda nos mata, nos corroe y nos corrompe, viaja a nuestro alrededor y nos arropa en noches solitarias para crear dependencias perladas de sudor bajo mantas de conformidad.

Las segundas tratamos el deseo como tema central de apetencia personal. Pues eso es lo que une las dos almas con magnética resonancia entre sí. Un deseo, una ilusión, algo que, como la magia misma, parece real y a la vez no lo es.

―¿Porque qué es una ilusión, qué hacer con ella?

¿Algo que no es real? ¿Algo que no es tangible? Porque no te veo precisamente intangible esta noche. No, para nada, te veo real, te veo altiva, te veo receptivamente altanera y segura de ti misma. Te rodeas de preponderancia conductual ante tu otro yo. Te conoces y por eso hablas de perderte. Por eso hablamos de perdernos. Pues perdernos es huir, liberar, salir, escapar. Notar el ardor de los grilletes que ya no nos atan más y nos dejan libertad de muñecas y tobillos para correr, asirnos a lo que buscamos y deseamos con todas nuestras fuerzas y perdernos así en ello.

Pero hablar de desatarnos está de más contigo, querida, pues es un tema que conoces más bien de lo que esperas. Hablamos de ironías dicotómicas que se evaporan con más rapidez que el humo de los carbones de la hookah sobre la mesa.

Hablamos de locura hablamos de perdición, hablamos del deseo de ambas en comunión. Hablamos y hablamos sin actuar pero dime, perdida y loca amante de la duda, ¿qué voy a hacer contigo?

―¿Qué hacer cuando de tan buena voluntad te acercas a mi guarida por mera curiosidad?

Pues eso es lo que haces casi sin darte cuenta. Debida a la curiosidad a la que te sientes atraída con altiva predilección, te ves atraída hacia mí. Como en una tela de araña penden mis ideas de aquellos hilos letales por los que sé que pasarás. Y en la oscuridad de mi impaciencia noto los primeros pasos que hacia mí vienes a dar. Te muestras perdida, intranquila, sin saber qué hacer; te noto nerviosa, pasmosa sin saber qué responder.

Porque quizás no sepas qué es lo que hay que entender, cómo puede prevalecer el sentimiento de seguridad que debería convalecer ahora que tan desprovisto de fuerzas se encuentra en el momento de ser Pues sólo oscuridad y caos aguardan en mi cueva. Sólo un animal dentro encontrarás.

Un misterio, un oculto sino a enfrentar. Nada menos ni nada más, pero créeme, que menos ya muchos gustarían de saborear. Pues hasta mí llega que el temblor de tus piernas y el sudor que por tu cuello resbala no es de aquel que el miedo porta en su interior. Es de aquel ser impaciente, deseoso, irracional que fervientemente busca aquello que anhela y estimula su existir.

Resuenan tus pasos que hacia mí vienen a dar, escucho tu respiración y si me lo propongo hasta puedo escuchar tu corazón palpitar. Un bombardeo constante de ideas sin parar. Que asaltan tu pecho en raudos ataques que duran lo que tardan tus ojos en pestañear. Pues es en esos ojos donde yo me puedo perder, esa es tu ventaja, tu as en la manga para ganar. Pues ese brillo es de tal hermosa procedencia que incluso puede revocar mi estatus de animal.

Lástima que aquello que te atrae al umbral de mi acaecer sea precisamente ese estado animal. Esa perdición en la locura que tanto ha conseguido envolverte en conforme placer y envolvente pasión.

Pues no hay más comodidad que la oscuridad de mi refugio, solitario y íntimo, para dejarnos llevar. Salvo que no es algo que puedas esperar. Mi cueva no es algo tan material. No tiene paredes rocosas donde tus uñas se partan al quererlas desgarrar. Su suelo no está frío para tus pechos excitar cuando cero distancia te vaya de él a apartar. No hay recovecos que puedas usar para escapar, aunque siendo sinceros, ¿por qué deberías escapar? Más no, no, no, no es así el lugar. Mi cueva es algo más particular. Algo íntimo y personal algo a lo que acostumbrádote no has.

Cambia la pétrea pared envolvente por un tono de azul pastel, un color agradable que la luz mortecina de fuera consigue reflejar. Busca a su lado un lecho ideal del mismo color frugal que viénete a buscar. Pues cierto es que millares de cosas más la alcoba parecen decorar, aunque no creo que viendo tal espectáculo te puedas llegar a fijar. Olvida la pequeña mesita de noche donde todo en orden parece estar, olvida las estanterías llenas de cosas que probablemente olvidarás, olvida el armario, o no, que quizás lo puedas disfrutar.

Sólo asegúrate de ver la pared ante la que sumisa te puedas postrar. Olvida la aguda hoja medieval que serena descansa en su lugar. Y por favor no hagas ruido al pasar, a cuerdas y cadenas colgantes no deberías molestar. No es el momento aunque sí el lugar, sólo deja que la diversión venga en el momento ideal.

Enciende la música y déjate llevar, entre baños de suaves mantas y vaivenes de algodón. Toma pues asiento en el lecho de azul de mar, deja que todo poco a poco empiece a encajar. Pues interesante palabra es que aprendes, pues algo quizás de más sí que debas encajar. Más ahora relájate, te toca gozar de aquellos placeres que prohibidos están.

Mira las sábanas que revueltas están, descubre tu sitio pues es la última libertad a la que acogerte puedas con comodidad. Deja que ayude en este proceso de relax, tranquila, no dude, mis manos saben el camino a trazar.

¿No pesa tu ropa? ¿No sientes incomodidad? No dudes, tranquila, deja que tu ropa al suelo vaya a parar. No dudes ahora, nada de ropaje se necesita cuando el viaje es sólo cruzar entre la frontera del placer y el dolor. Pues la sonrisa pícara que se dibuja en la cara de inconsciente forma es el pasaporte idóneo para poder pasar. Como también sabes que guste de tener tu cuerpo durante toda la noche es un precio justo para que el barquero te deje volver a pasar.

Pero nada de presiones, que más tarde vendrán, olvida ese coletero que te ata sin mi permiso en erróneo lugar. Deja que mis hábiles dedos quiten con soltura tal nudo y que sea la misma mano que, dejándote el suave cabello al viento, se desliza meliflua por tus mejillas también la que puntea ahora caminando por tu cuello y acaricia a ritmo roto tus brazos hasta quedar en la dulce hondonada de tus caderas al pasar. Que la presión que sientes sobre tu piel se revierta ante el suave contacto de la camisa al ascender por tu piel para por completo desaparecer en la oscuridad de la habitación

Que sea el mismo gesto mágico, con el que hago desaparecer cosas sobre un flamante escenario, el que con un pequeño chasquido reduce la presión que sobre tu pecho aprieta Un gesto a imitar, un característico sonido y una prenda más que abandona tu cuerpo para en el suelo habitar.

―Pero respira, querida, puedes estar tranquila, ¿mucho mejor?

¿Verdad?

―Por supuesto. Nada que no quisiéramos deberíamos atar, ¿no crees, chère?

Pero nada de moda puedes lucir al descompasar tu atuendo de esta manera. No, no, no, hermosa visión la de tus pechos desnudos dejándose llevar por la emoción del vaivén al que tu corazón parece hacerlos jugar. Y más elegante y atractiva la visión de la suave y desprotegida espalda que pide a gritos alguien con quien jugar Más, ¿esos pantalones? No, no, sobran aquí

― En serio… ¿Qué vamos a hacer contigo?

―Ven, deja que te ayude… Abrázame

Deja que tus manos se fundan con mi espalda, mas no arañes, no quieras luchar antes de comenzar. Así, suave, conmigo, nota la presión de mis manos en tu espalda, el tamborileo de los dedos por tus omoplatos, por tus costillas, las infinitas e intangibles figuras que mis dedos dibujan a oscuras sobre tus lumbares. Más no tiembles, vida, que ningún escalofrío puede sacarte de este lugar, y que sin duda frío no vas a pasar.

Así, agárrate, deja que mis manos afiancen tus caderas, que vengan a mí.

―Nótame, nótate

Deja la cabeza apoyada sobre mis hombros, mas no muerdas, no quieras desatar tan pronto al animal. Huéleme si gustas, embriágate del aroma que emana para ti, la suave calidez que sube por tu nariz, el aroma dulzón a compenetración conductual. Deja que mis dedos se agarren cual anclas a tus posaderas y que tu posterior tesoro note la presión de mis manos que la atraen hacia mí. Disfruta de la presión de nuestras caderas abrazándose en nerviosa armonía, que tu trasero repose en mis manos por intranquilos e impacientes segundos

Que espere, que suplique, para que después del alivio pueda notar como la tela baja doblemente y nada queda para esconder. Que sea entonces cuando notes mi aliento sobre tu cuello y las líneas de mis manos y mis dedos sobre tu erizada piel. Mas no tiembles, te tengo sujeta, no vas a caer, pues tenemos un secreto prohibido que perpetrar

―Así, muy bien, acércate más, que hoy yo sea la bestia y tú el cebo que deba cazar.

Sin embargo, nerviosa te veo, impaciente quizás, que como fuelle interno tu respiración ha empezádose a acelerar y que la hoguera de tu pecho ya empieza a funcionar. Lo noto en tus senos, tus mejillas y piel, noto la emoción y la sangre correr. Lo noto al girar con dos dedos tu barbilla, cuando miras resollando para desconcertar y mis ojos se centran en la sedosa piel que rodea tu cuello y las turgentes venas que transportan sangre a todo tu cuerpo

Que inflan tu pecho, y tus manos hacen temblar, que sonrojan tus mejillas y que a tu cabeza no consigue llegar. Por eso tranquila, que a ninguna parte vamos a marchar. Permite que las sensaciones empiecen solas a encajar.

Túmbate, querida, te puedes recostar, y no te preocupes que claro que te voy a acompañar. Y mira, qué desprotegida, que devota a mi persona y respeto ante la confianza a deber. Relamo mis labios ante tal retrato de artista singular. Porque dudo de qué primero contemplar, en qué centrar mi mirar.

Observo cándido el brillo de tus ojos al sólo yo tu vista ocupar, me prendo de tu sonrisa menguante que brilla en mi oscuridad, recorro tu cuerpo voraz y hambriento de tu carne y tu soñar, o me centro en las sinuosas formas que las sombras pintan en mi pared.

―Mas mírate, cuán hermosa y delicada, y desnudita en mi tálamo individual.

Una imagen digna de recordar, fácil de recordar, eterna de pintar.

―Dime, contigo, ¿qué voy a hacer?

Oh, claro, recuerdo, tenías un sueño... ya sé…

―¡Vayamos a hacerlo realidad!