¡Que vivan los novios! (Y sus perversiones)
Natalia, mi mejor amiga y novia eterna, se está casando... y rememoro toda la noche de sexo anterior a su gran día, sabiendo que su piel huele a mí, y que me tiene en su interior...
¡Que vivan los novios!
(Y todas sus perversiones)
Se alza la copa de la comunión en la rica capilla. Yo estoy mirando, desde cerca, tercer banco a la derecha, de parte de la novia, por supuesta. Qué guapa está Natalia. Se ha dejado crecer el pelo negro que le enmarca la cara (siempre lo ha tenido fino y muy brillante, y casi siempre lo llevaba corto), y sus ojos de color amatista chispean de sincera alegría. Y digo sincera, porque si muchos supieran que en realidad yo soy quien se la folla habitualmente… bueno, la boda católica echaría a arder, o algo. Sobre todo si se enteran de todas las cochinadas que nos gusta hacer.
Como muestra un botón: imaginad que tenemos rayos X. Imaginad que atravesamos las capas de ropa del rico y costoso vestido de novia: el velo, la falda, el cancan, y damos hasta la delicada lencería de novia, blanca, preciosa, corset y liguero, tanga y medias. Ya las probé anoche. Pero si seguimos ahondando, pervertidos míos, llegaremos hasta su rasuradísimo pubis, sus labios mayores y los jugosos menores que sobresalen solo un poquito. Y entonces veríamos cómo su coñito contiene los jugos que yo derramé en ella anoche y que se ha traído puestos. Y no es la única cavidad orgánica que los contiene. Y ya sabéis a qué me refiero. Esas gloriosas nalgas que fueron ofrecidas, azotadas y abiertas para mí anoche custodian su rosado ano que también está lleno de mí.
Y sonrío. No puede ser de otra manera. Natalia es la mujer más fascinante con que me he topado. Y resulta siempre estimulante. Para mis sentidos y para mi polla, que sólo de pensar en ella se endurece, y si lo hace ahora, en plena ceremonia (“podéis besaros, bla, bla, bla, bla”) causaría sin duda un escándalo. Bueno, no soy actor porno, pero dotado estoy, eso me han dicho todas. Y todos. No soy bisexual de pleno, pero sí picoteo de vez en cuando, siempre que esté Natalia presente. Si no, no tiene gracia y no es algo que me atraiga, salvo algún trío ocasional.
— ¡Que vivan los novios! —berrea algún familiar gordo y gangoso. Dios, cómo los odio.
Salimos del sacro edificio, la novia pasa a mi lado, me roza. Sabe dónde estoy… sería imposible que no me viera. El único hombre vestido de lino crudo, con una levita, pantalones a juego, sombrero Panamá en la mano, y zapatos también a juego, blancos y con puntera tabaco, como el chaleco. Para no verme… para no sentirme. Me mira directamente. Sé que se estremece…
El arroz vuela, y familiares pijos de él y excéntricos de ella gritan y felicitan, suena un chelo en la puerta de la capilla, Luisa, la hermana de Natalia, toca para ellos una pieza que ha compuesto que versa sobre la felicidad matrimonial.
Yo los observo. Y la noche anterior viene a mi mente…
[Podéis saltaros estos si buscáis las escenas de sexo. Están tras los siguientes asteriscos…]
Natalia y yo nos conocemos desde la guardería, prácticamente. Ella es de una familia con dinero y la mía sabía hacerlo, y bien que lo hacía. Industriales. Ya sabéis. Nos criamos prácticamente juntos. Nuestro primer beso fue en el instituto, escondidos en el armario escobero. Salimos juntos en la Universidad, yo fui a Estados Unidos dos años, Arquitectura en Chicago. Ella fue a Londres, dos años de Diseño e Interiorismo. Volvimos para acabar la carrera y abrimos nuestros negocios, yo como arquitecto y ella como como diseñadora de interiores, con lo cual, solemos trabajar juntos.
Justo al volver del extranjero empezamos a salir, y nunca dejamos de estar juntos en ese sentido, no rompimos ni nos separamos. Simplemente acordamos ver a otra gente y respetar al otro. Cosa que no todo el mundo entiende ni entenderá. Pero nos veíamos muchísimo, varias veces por semana, y en la cama… Bufff, en la cama nos encontrábamos aún más, pese a nuestras búsquedas por otros lados.
Fue a los dos años de establecernos, cuando ya vivíamos bien, y nuestros negocios, gracias a los contactos de nuestras familias y a que somos buenos, avanzaban por buen cauce y nos aportaban suficientes réditos. Tras esos dos años, como os contaba, pervertidos míos, que sé que esperáis con impaciencia el tomate, fue cuando ella me dijo que había conocido a “un buen hombre”, palabras suyas, no mías, “al que podría querer”. Nosotros nos queríamos mucho, y éramos muy liberales y todo eso, pero no os negaré una cierta punzada de celos.
Pero cuando conocí a Anselmo, “Elmo”, para Natalia y para mí, no pude menos que sonreír. Joder, sí, era un buen tipo. Y sabía por qué Nat se había fijado en él. A los dos años siguientes se comprometieron. Bodorrio, por todo lo alto. Natalia y yo no habíamos dejado de vernos, y de follar, sí. E incluso algún trío ocasional en el que Elmo también fue mi puta y acabó sin poder sentarse. Y ya os lo relataré. Ahora vamos a lo que vamos: La noche previa a la boda. La noche en que me tiré a Natalia por última vez… como mujer soltera.
Natalia abrió la puerta de la suite donde se alojaba. Normalmente la tradición dice que la novia sale de la casa de sus padres, pero dado que ellos vivían en un pueblo, optaron por alquilar un par de habitaciones. Nat puso como condición que ella dormiría sola. Nada de compartir habitación con nadie.
—Hola hermosa —fue mi saludo—, pareces a punto de casarte —sonreí malévolamente. Sus ojos de iris violeta me miraron con profundidad y también co
—Eres un gracioso Mik —me respondió con sorna. Tiró de mi corbata y me metió en la habitación.
Nos detuvimos en el pequeño recibidor, y nos besamos. Fueron besos profundos, largos. Cómplices. En cada caricia de la lengua había años de exploración mutua. Su aliento se entrecortaba. Ya estaba excitada. Seguro que hasta se habría masturbado cuando me llamaba y me decía «Mik, quiero que vengas. Quiero que te dediques esta noche a follarme, como en los viejos tiempos». Mi moral no es muy extensa, y sólo la aplico cuando me viene bien o en lo que yo deseo, así que, dado el caso, acudí a verla. Y ahí estábamos, empotrados en la pared del recibidor.
Natalia sólo llevaba una bata de raso de color violeta intenso, iba descalza, con sus delicadas uñas pintadas de un tono rosa muy pálido, casi carne, y el pelo suelto enmarcaba su rostro ovalado y perfecto. Las pecas de sus mejillas siembre le daban un aire simpático, así como los hoyuelos que se le creaban al sonreír.
Me separé un momento y la miré. Joder, cómo me gustaba. Vale que mi espíritu libre me impedía atarme a alguien, pero si tuviera que ser… ufff…
—Ven.
La cogí de la mano, le impedí decir nada con otro beso rápido y profundo. Caminamos rápidamente hasta el ventanal enorme desde el que se veía toda la ciudad insomne; coches, farolas, edificios, luces por doquier. El ventanal llegaba del suelo al techo, y la habitación estaba en uno de los últimos pisos.
Le quité la bata. Su glorioso cuerpo desnudo, pechos perfectos vientre casi plano, el pubis rasurado, piernas torneadas y sensuales, asomó y fue bañado por las luces de la noche. La puse mirando a la ventana, que viera el paisaje. Me quité la parte superior de la ropa rápidamente, y me acerqué a su cuello. Sentía el calor de mi torso en su espalda desnuda y mis manos empezaron a acariciarla. Hombros, manos, pechos. Me detuve en ellos. Adoraba esas tetas, muy juntas, grandes y pesadas, de pezón delicado y gran areola rosada muy pálida.
Las yemas de mis dedos pellizcaron suavemente para estimularlos y su reacción fue instantánea. Natalia empezó a gemir. Sus manos se pegaron a mi pantalón. Me acerqué a su oreja. Una de mis manos, tras apretar suavemente sus pechos —era muy sensible y se excitaba mucho con ello—, empezó a bajar suavemente.
— ¿Recuerdas —le pregunté con la voz baja en su oído—, cuando hicimos esto mismo en Nueva York? Y en Hong Kong… y miles de veces en mi piso, mirando el centro de la ciudad…
Mis dedos llegaron a su entrepierna. Sus labios me dejaron paso rápido. Sus labios menores, que sobresalían un poco, estaban empapados. Mi dedo corazón se deslizó por su endurecido clítoris que palpitó al contacto y Natalia gimió. Su brazo derecho me cogió la cabeza. La empecé a masturbar cómo a ella le gustaba, en círculos, metiéndole los dedos para recoger más flujo. Besé su cuello mientras sentía cómo se aceleraba.
—Mmm… Fóllame Mik, fóllame… toda…
Adoraba cuando pedía cosas.
—Aún no. Te follaré… después de que te corras y juguemos un poco… pero esta noche se la vamos a dedicar a esta ciudad que nos permitió conocernos.
Aumenté la velocidad. Su cuerpo empezó a estremecerse. Ella se cogió el pecho libre y se pellizcó el pezón con ferocidad. Le di un par de palmadas en el coño que le hicieron gritar, seguido de un ronco respirar de excitación. Y empezó a mover la cadera. Sentí, al meter los dedos, cómo su vagina se estrechaba con fuerza y cómo empezaba a rozar el orgasmo.
—Sssí… —murmuraba con suavidad—, sssí… máaaaas… rápidooo…
El orgasmo se sucedió con violencia. Le tembló el cuerpo, gimió mientras su vagina tenía oleadas de espasmos. Saqué los dedos y se los metí en la boca, que chupó con avidez. Se dio la vuelta, me besó con profundidad y noté su sabor en su lengua. Esa lengua… ella se separó con una mirada malévola.
—Te toca, listillo mandón.
Se acuclilló y me bajó los pantalones, dejando salir mi erección de caballo. Desde dentro de la habitación éramos la sombra de una mujer poniéndose ahora de rodillas y un hombre con una bárbara erección recortada contra las luces de la ciudad. Desde el exterior no se nos veía en nuestro baile de lujuria, pero estábamos empezando a follar al son de la ciudad.
Empezó acariciando delicadamente mi escroto, cosa que sabía que me enloquecía. Abrió la mano y sostuvo la pesada masa de mis testículos mientras me miraba, regodeándose, y a mí se me escapaba un gemido quedo. Su otra mano asió con fuerza mi polla, dura, venosa, palpitante y caliente como el puto infierno. Los dioses me habían bendecido con una herramienta de tamaño respetable y aun así, Natalia hizo gala de su buen hacer cuando su boca ardiente, húmeda y su lengua juguetona, tras ensalivarla, besarla despacio con sus sensuales y llenos labios, se la tragó entera pegando su nariz a mi pubis. Aguantó unos segundos y mi polla palpitó salvajemente. Ella la sacó y empezó a chupármela con fruición, como si no hubiera un mañana. Hacía que sintiera cada milímetro de piel que entraba en su boca y volvió a tragarla en profundidad varias veces. Masturbó con fuerza, la alzó y empezó a lamer mis testículos, a chuparlos, a dejarlos totalmente humedecidos antes de volver a reclamar toda mi dureza con sus labios y su boca.
Aún no quería correrme, y con todo mi dolor la aparté. Ella hizo pucheros, lamiendo mi glande húmedo y lubricado, absorbiendo todo el líquido preseminal que manaba a borbotones casi de él. Tuve que hacer acopio de fuerza de voluntad. La levanté. La besé profundamente. Noté la mezcla de su sabor y el mío en la lengua, la dirigí a la cama. Adoraba su cuerpo, y tenía unas ganas locas de follarla salvajemente, sin contemplaciones, pero no, quería que recordara aquel momento. Ella se quitó toda la lencería —a estas alturas le quedaba puesto aún el bustier, liguero y medias—, salvo las medias que usaría al día siguiente, y se tumbó, casi ronroneante en la cama. Se empezó a tocar, para mí, pellizcándose los pezones malévolamente, sin dejar de mirarme, y moviendo su cadera de forma invitadora. Veía sus deliciosos pliegues húmedos, chorreantes, prestos para ser tomados. Ella se movió hasta el borde de la cama, y me la volvió a coger, haciendo que me inclinara para tragarla entera y chuparla a su ritmo un buen rato. Mientras tanto yo la masturbé con las manos de nuevo, hasta que me puse mandón, como ella decía, y empecé a follarme su boca. Conocía sus límites y cómo hacerlo, y empecé a penetrar su boca despacio alternando movimientos cortos con alguna penetración profunda, que hacía moverse exageradamente su garganta cuando se tragaba toda mi polla. Aumenté el ritmo un poco más y ella tuvo otro orgasmo mientras yo no dejaba de tocarla y de irrumarla a la vez.
Saqué la polla para que respirara y darle unos segundos de cuartel… hasta que abrí sus piernas, apoyé sus tobillos en mis hombros y sin ningún miramiento la penetré fuerte, súbita y profundamente de un solo golpe de cadera que casi hizo que se corriera. Sentí cómo su vagina se apretaba contra mi polla posesivamente, y dediqué bastantes minutos a una penetración profunda, continua, rítmica, que la empezó a mover entera. Ella se pellizcaba los pechos cada vez con más fuerza, y yo ayudé, dándole algún cachete que otro a sus pechos, cosa que, en cada ocasión que lo hacía, más fuerte se contraía su interior. Querría haber aguantado un buen rato más, pero cuando con el último cachete se corrió con tal fuerza que me arrancó el orgasmo, al sentir mi polla cómo palpitaba ella. Yo sentí la oleada brutal del orgasmo, pero no me quedé dentro. Apreté con fuerza, empujé, conteniéndome tres veces más, y la saqué. El resultado fue una lluvia de semen sobre la novia que llegó hasta el cabecero de la cama. Su cara, sus pechos y su vientre estaban cubiertos del reguero de mi esperma, pero no contenta con ello, me dirigió una mirada vidriosa por los orgasmos, mientras sus dedos recababan el espeso líquido y lo lamía con sus voluptuosos labios.
Descansamos un tiempo. Asaltamos el minibar y nos hicimos unos minigintonics en los vasos del cuarto de baño, ya que no había copas. Hablamos, como siempre, después del sexo. Es lo que tiene cuando además te acuestas con tu mejor amiga. No estaba nerviosa por el enlace, ni nada de eso, y el viaje de novios sería a varias ciudades de Europa (en las que, casualmente, habíamos estado ambos, y follado en todas, a veces con más gente, como la orgía de Praga o el delicioso trío de Burdeos… quizás me dé para otra historia y todo, ahora que lo pienso).
Al poco, hablamos de nosotros, de cómo queríamos que la cosa siguiera igual. Que ella se casba, que quería a su marido y tal, pero que ante todo quería seguir también conmigo. Yo no le ponía pegas, aunque ahora nos veríamos algo menos. Elmo era un buen tío, y un cornudo consentido perfecto. Bueno, más que cornudo, consentía en todo lo que Natalia le decía. Si le llega a decir que le gustaría que le hiciera el desayuno (era muy buen cocinero) vestido con un tutú rosa y un sombrero de copa mientras sostiene una zanahoria en la boca, fijo que lo haría. Elmo era así. Complaciente. No estúpido, ojo, ni le engañábamos ni le tomábamos el pelo. Él lo sabía todo de nosotros… y el muy cabrón se excitaba. Natalia me contó en ocasiones que le relataba cómo follábamos mientras él se masturbaba y luego ella se lo acababa con la boca, o cuando lo sodomizaba con un strap-on, cosa que sucedía a menudo.
Eran una buena pareja. Y yo me alegraba de ello. Y participaba, claro.
Recordamos otros momentos mientras nos dábamos una ducha rápida, y nos empezamos a besar. Le dije que le iba a follar el culo, y ella, ya en la ducha, me hizo una profunda mamada que casi hace que me corra. Paseó sus dientes por toda la piel de mi polla dura y venosa, y lamió y chupó mis testículos hasta que la saliva formó una capa que note al ir hacia la habitación cuando al caminar me chocaron con los muslos.
Natalia me esperaba en la cama.
—Mik, me tienes que follar el culo, nene… tú ya sabes cómo… joder, necesito que me folles el culo…
Casi no escuché el final de la frase. La polla me palpitaba hasta las orejas. Natalia no se cortaba a la hora de pedir cosas en la cama, ya nos conocíamos y ella sabía que, además, a mii me excitaba que me pidiera. Ella apoyó los pechos en el colchón, con las rodillas flexionadas y el culo en alto, tirándose de las deliciosas nalgas y dejándome ver su más que depilado orificio. Ya respiraba entrecortadamente. No necesitó apenas lubricante. Apoyé el glande en él, lo dejé palpitar, ella estaba tan excitada que empezó a lubricar masivamente. También palpitó su interior y eso hizo que el ano se le dilatara solo, que se abriera suavemente en intervalos pidiendo una visita.
Poco a poco, centímetro empecé a entrar. Sentí lo prieto que estaba, cómo su largo esfínter me daba la bienvenida y ella se dilataba para recibirme. Fui despacio, torturándola, escuchándola gemir dulcemente y viendo cómo tiraba aún más de sus nalgas para que me deslizara en su interior. Respiraba entrecortadamente y sentí oleadas de un próximo orgasmo anal, tan solo con la primera penetración, los latidos de todo su cuerpo alrededor de mi polla que si se endurecía más me haría perder el sentido de tanta sangre que me estaba robando del cuerpo. Mi pubis chocó con sus nalgas, y me sentí palpitar dentro de ella. Natalia gimió. Y empecé a moverme.
Fue rápido, intenso, duro. Me moví con fuerza, reclamando su culo como mío, entrando y saliendo entero, aumentando la velocidad. Natalia había dejado de gemir para pasar a gritar y al final, tras el tercer orgasmo anal que casi me destroza la polla por la intensidad de sus contracciones, sólo gemía entrecortadamente con la cara apoyada en el colchón.
—Aprieta —apenas susurré, próximo al orgasmo.
Mis bombeos empezaron a ser más intensos y profundos, si aquello era posible, y de pronto llegó. Me detuve para inspirar mientras sentía la oleada de un brutal orgasmo a punto de desatarse. Llevé la cadera atrás y la penetré con un movimiento seco e imperioso (qué machote que suena así, para decir que me corrí como un caballo), y la llené. Sentí mis espasmos sacudir su interior, mi semen llenarla. Ella tuvo otro orgasmo inopinado, agarrando las sábanas con las manos crispadas y abriendo la boca en un grito mudo de placer que no podía expresar más. Caí a su lado, respirando entrecortadamente y aún sin salir de ella. A Natalia le gustaban esas cosas. Me cogió las caderas, giró la cabeza y yo me acerqué para besarnos largamente
Aquella noche follamos un par de veces más. La última de ellas, en un furioso bombeo en su coño, me corrí enormemente, llenándola. Ella me miró, mordiéndose un labio. Antes de irme, me pidió que le dejara metido por el culo un plug anal metálico coronado en una joya.
Y ahí estaba yo, sintiendo su perfume al pasar delante de mí en la iglesia, sabiendo que la había disfrutado, llenado, follado hasta la locura en una noche inolvidable que era la primera de su matrimonio. Y sabiendo que, en plena ceremonia, se lo habría dicho a Elmo… y que él se habría excitado.