¡qué viaje! ¡está como un tren!

Hacía mucho tiempo que no viajaba en tren. Un viaje tranquilo, sin prisa. No era de ocio, pero no tenía ninguna prisa por llegar al destino. La reunión prevista no sería hasta el día siguiente, el tema estaba más que preparado y, mentalmente, se sentía relajado...

¡QUÉ VIAJE! ¡ESTÁ COMO UN TREN!

Hacía mucho tiempo que no viajaba en tren. Un viaje tranquilo, sin prisa. No era de ocio, pero no tenía ninguna prisa por llegar al destino. La reunión prevista no sería hasta el día siguiente, el tema estaba más que preparado y, mentalmente, se sentía relajado. Eso no era habitual, él era un profesional permanentemente estresado, en tensión. Hoy no era así, estaba predispuesto a disfrutar relajadamente del día y también del viaje.

Llegó pronto a la estación, eso reflejaba también la tranquilidad con la que se quería tomar la jornada. Eso le permitió sentarse a desayunar en la cafetería desde donde controlaba la salida de los trenes. Pidió al camarero un café con leche y una tostada con aceite y jamón, y se dispuso a leer el periódico. Era un día para celebrarlo en todos los detalles. Allí es donde la vio. Le llamó la atención desde el primer instante. Ella estaba sentada en la mesa del rincón, tomando un café mientras leía un libro. Era la típica morena guapa de ojos grandes y negros, de labios rojos y carnosos, de pelo largo y bien cuidado que caía con gracia sobre sus hombros, de pecho redondo y atractivo, de piernas largas y contundentes, que dejaba ver en toda su extensión desde el inicio de una falda corta, muy corta, hasta los zapatos descubiertos y de tacón alto.

Estaba tan absorto comiéndose con los ojos a la morenaza, completamente excitado, con su pene apretando su pantalón pidiendo guerra, que ni se dio cuenta de que el camarero le había servido ya. Al plegar el periódico se dio cuenta de que tenía delante su espléndido desayuno. Abrió el sobre del azúcar sin apartar la mirada de la belleza del rincón. Tan concentrado estaba en aquellas preciosas piernas cruzadas que, cuando ella las desplegó y las separó, elevando una de las piernas y apoyándola en uno de los travesaños de la mesa, se puso nervioso y el sobre del azúcar y su contenido cayeron en el café. Le desagradaban estos pequeños incidentes y en ese momento dio un instintivo puñetazo en la mesa. Sin querer dio a la cucharilla que estaba apoyada en el plato del café y la taza se inclinó de golpe, cayendo completamente encima de su pantalón. Se puso en pie y el aspecto de su vaquero completamente mojado en la bragueta y entre las piernas le daba un aspecto ridículo.

Ella levantó los ojos de su libro y le vio así, de pie, con los brazos abiertos, la cabeza mirando su pantalón mojado y soltando improperios a diestro y siniestro. Le impresionó el bulto del pantalón y se le escapó una sonrisa malvada. En ese momento, él recordó que ella estaba enfrente, la miró y vio su sonrisa, eso le cabreó más todavía. Tanto que a ella le asustó y borró la sonrisa de su cara. El se fue al lavabo a intentar limpiarse un poco. Mojó un poco de papel en agua para restregarse en el pantalón intentando diluir la mancha del café. Su pene seguía erecto, la simple imaginación de aquellas piernas abiertas le había producido una impresión que aún duraba. Se abrió la bragueta y bajó un poco los pantalones para secarlo bajo el difusor. Se sintió orgulloso de su miembro varonil activo, y pensó que debía “presentárselo” a la burlona belleza de la cafetería. Así que terminó rápidamente el secado y volvió a su mesa.

Ella ya no estaba allí, el camarero había recogido los restos y la mesa estaba limpia. Miró con ansiedad a derecha e izquierda, se acercó a la puerta para buscarla desde allí. Pero, no la vio.

Su cabreo aumentó un grado, pidió al camarero la cuenta, y pagó sin tomarse el desayuno. Se dirigió a su tren y, aunque quedaba casi media hora para salir, colocó su pequeña maleta y se sentó en su asiento, continuando la lectura del periódico.

Estaba concentrado en las noticias de internacional, cuando oyó una voz que le preguntó: “¿Ese asiento es el suyo? Yo tengo el billete para ventanilla”. Levantó los ojos y …

(Pero, esto ya os lo contaré otro día...).