Qué verano...

Amistad, sexo, humillación, dominación...

Esta historia que comienzo a narrar tuvo lugar el pasado mes de julio. Por aquél entonces yo trabajaba en un banco y, como es conocido por los compañeros del gremio, en estas entidades no se trabajan demasiadas horas a pesar de lo que la gente pueda pensar. Yo, sin embargo, estaba acostumbrado a trabajar muchas horas al día y a no tener tiempo libre por las tardes. Sin embargo, tuve la mala suerte de que me despidieran de esa empresa con costumbres stajanovistas y de ingresar en un banco haciendo labores para las que no me sentía motivado debido a mi alta preparación y corta pero intensa experiencia en el mercado laboral.

Con 26 años cumplidos, recién casado con una mujer guapa y un trabajo que me permitía vivir de forma relajada con un buen sueldo debería ser una persona feliz. Sin embargo, la humillación de mi despido y la rutina diaria del trabajo me empezaban a rondar por la cabeza. Las largas tardes en casa, solo, ya que mi mujer seguía trabajando en la empresa de la que a mí me habían ofrecido caballerosamente una baja incentivada, no ayudaban a mi salud mental. Mi mujer comenzó a preocuparse porque me veía cada vez más hundido y descuidado. Hasta tal punto llegó su preocupación que le pidió a una amiga suya, decoradora, que rediseñara nuestra casa. Para ello tendría que pasar muchas tardes de este mes de julio en casa "cuidándome" que, al fin y al cabo era su misión como después me enteré. Después llegarían las vacaciones y mi mujer esperaba que me recuperase de un mal año.

El plan estaba bien pensado y trenzado y cómo no, se llevó a cabo, como todas las cosas que se le ponen entre ceja y ceja a mi mujer... A primeros de julio empezó a venir a casa para comenzar su proyecto Rocío, una amiga de mi mujer de la infancia y que estaba comenzando una floreciente carrera como arquitecta de interiores y diseñadora ( que según ella no es lo mismo...) no exenta de brillantes éxitos y publicaciones en revistas especializadas.

La verdad es que yo estaba plenamente convencido de que el motivo de sus visitas no era otro que el de diseñar nuestro hogar de otra forma, de darle un cambio radical que necesitaba y que a mí me hacía ilusión. No sé si por este motivo a mí me gustaba que viniera a casa, que la llenara de bocetos por todos lados, que los rompiese... al fin y al cabo se rompía la monotonía de mi vida. Comenzamos a trabajar y digo comenzamos porque nació en mi una afición al interiorismo quizás animado por esa sensación agradable que me envolvía al estar con Rocío.

Julio estaba en su momento más asfixiante y no parecía que se aproximara el fin. Para entonces Rocío y yo éramos confidentes y teníamos una amistad basada en el trato diario y en una química especial que surgía entre ambos. La sensación de reciprocidad de ese sentimiento nos hacía sentirnos cómodos en el trato diario y con una confianza que nunca había alcanzado con una mujer, excepción hecha de la mía propia.

El 14 de julio, Lunes, Rocío llamó para decir que no podría venir y que continuaría su trabajo, ya muy avanzado, el Jueves siguiente. Sin embargo, mi mujer (prefiero no decir su nombre por respeto) le insistió en que era muy importante que viniera para seguir trabajando en el proyecto y tenerlo terminado antes del fin de julio, o al menos eso es lo que me dijo a mí, ya que posteriormente me enteré de que el motivo verdadero era que estaba apreciando una mejoría sustancial en mí y que, además, ella se iba de viaje durante la semana y le aterraba la idea de dejarme solo tanto tiempo y que una recaída pudiera afectar a mi mejoría definitivamente. Yo, ajeno a lo que sucedería, no puse ningún reparo a que viniera, al revés me alegré de la insistencia de mi mujer.

Ese Lunes por la tarde, después de llevar a mi mujer al aeropuerto rumbo a París, volví a casa con la ilusión de continuar con nuestro proyecto de decoración y de dejarme embriagar por la sensación placentera que la que me envolvía Rocío.

Me sobresalté al notar que había alguien en casa pero inmediatamente miré la hora en el móvil y comprendí que me había retrasado y que Rocío ya debía llevar al menos una hora trabajando. Me decidí a abrir la puerta y así fue vi a Rocío inmersa en el trabajo. No quise desconcentrarla pero en cuanto me vio saltó hacia mí para darme una calurosa bienvenida. Le pregunté si llevaba mucho rato trabajando y me comentó que sí que había venido un poco antes para aprovechar la tarde de trabajo. Sin embargo, la notaba particularmente excitada.

Después de una hora de trabajo hicimos un descanso. Estábamos tomando medidas de un armario y el calor no perdonaba. Nos dejamos caer en un sofá dando muestras de nuestro calor y cansancio. Le ofrecí, después de disculparme por mi falta de hospitalidad, una bebida y me dijo que se tomaría una tónica con mucho hielo y me dijo que le perdonara por no ayudarme. Fui a la cocina y tras preparar el refrigerio volví al saloncito y me encontré a Rocío recostada con la blusa desabrochada de tal forma que enseñaba lo preciso para adivinar dos tetas de buen tamaño pero, sobretodo, muy alzadas y firmes. El sujetador blanco puro como la blusa y como mis intenciones en esa relación hasta que me encontré en esa situación. Rocío percibió mi mirada al abrir los ojos, aunque pienso que la miré tan intensamente que abrió los ojos después de que le clavase la mirada. Lejos de advertir sorpresa e incomodo, percibí un sentimiento de halago que me tranquilizo. Puse su tónica y una copa llena de hielo en la mesa a la altura en la que ella estaba recostada. Ella tomó un hielo y se lo pasó por el escote. Nuevamente no pude reprimir la mirada. El hielo se deshacía pero no por el calor que reinaba en el ambiente sino por el contacto con la, a buen seguro, tersa piel de Rocío. Ella me pidió que le diera un masaje por la espalda para tratar de relajarla ya que la sentía sobrecargada. No dude ni un momento que nada me apetecía más pero aún así no pude ocultar cierto embarazo en forma de pequeño tartamudeo. Le dije que se acercara al sofá en el que me había sentado ya que era más cómodo pero ella rápidamente rehusó y me invitó a sentarme detrás de ella.

Me senté con las piernas abiertas y ella se sentó en el espacio que dejaban. Se quitó la blusa con total naturalidad y aunque no pude verla frontalmente sentí una gran excitación. Comencé a masajear su espalda sin perder de vista el perfil de sus tetas que sentado detrás de ella podía ver. Me sentí francamente incómodo al comprender que ella percibió mi erección ya que me miró de esa forma que sólo lo saben hacer las mujeres, trasmitiendo complicidad y comprensión. Ella me iba indicando por donde quería que le hiciera el masaje con leves movimiento de su cuerpo o incluso con las manos. Después de un buen rato me cogió las manos y me las fue acercando hacia su pecho por debajo de sus brazos. En ese momento mi erección era tal que me dolía. Y le empecé a dar el más suave masaje que pude. Comprendí que lo estaba haciendo bien porque sus pezones fieles testigos de la situación me lo dijeron al ponerse erectos como mi polla. Ella estaba muy excitada y se fue dando la vuelta hacia mí. Pude ver que el sofá tenía una mancha producida por su excitación justo debajo de ella, esto me animó a seguir como lo estaba haciendo ya que estaba teniendo un resultado muy bueno a juzgar por las pruebas que ella, cómplice, me iba dejando por el camino. Se recostó sobre el brazo del sofá con las piernas abiertas permitiéndome ver su empapada tanguita blanca. Desabroché su falda y se la quité de tal forma que se quedó protegida por su sujetador y una minúscula tanguita que a duras penas conseguía contener su hinchado chochito. Le cogí las piernas a la altura de los gemelos y le puse una encima del respaldo del sofa y la otra apoyada de tal forma que el pie estaba en el suelo. Me deslicé y comencé a lamerle la pierna alzada, desde el pie hasta donde debería nacer el excitante bello púbico que debía tener por costumbre depilarse. Ella no pudo dejar de emitir un gemido que consiguió lo que yo pensaba imposible: excitarme aún más. Me cogió del pelo y me indicaba sutílmente, como ya hizo con el masaje, los rincones que quería que le lamiese. Le cogí la tanguita con la boca y se la bajé. Una vez la tuve en la mano la olí y me sentí más allá del Edén. Siempre he tenido tendencias fetichistas y en ese momento oliendo esas braguitas no cabía en mí. Por fin, las deje caer ya que no quería que ella pensara que era un depravado y continué lamiendo su enrojecido conejito que, por cierto, estaba tan mojado que parecía que acababa de salir del agua. Estaba depilado pero había dejado un pequeño mechón rapadito a lo largo del monte de venus. Lamí por los alrededores hasta que ella me indicó apretando mi cabeza contra ella que era el momento de que la follara con la lengua. Puse la lengua lo más dura que pude y comencé a meterla y a sacarla tan rápido como pude. Ella continuaba segregando un néctar que yo no me cansaba de saborear y que consideraba como un premio al esfuerzo que estaba haciendo para que alcanzara un buen orgasmo. Después de un buen rato en el que ella no paró de retorcerse de placer y de gemir comenzó a convulsionarse y a pararme haciendo fuerza con sus manos en mi cabeza. Eso me alerto de que estaba a punto de correrse y aceleré hasta que ella no pudo más y no sin soltar un grito desgarrado de placer, eyaculó (yo nunca había visto eyacular así a una mujer). En cuanto percibí aquel río fluir por su chocho pegué mi lengua y mi boca para que no se derramara ni una gota. Y creo que lo conseguí a pesar de que me supo a poco puesto que fue el único premio que obtuve para mi sorpresa.

Yo después de esta excitante experiencia tenía la polla como una barra y estaba tan excitado que no me acordaba ni de quién era mi mujer en ese momento. Sin embargo, cuando estaba expectante para ver de qué manera me devolvería mi regalo ella se comenzó a vestir. Intrigado le pregunté qué hacía y ella me dijo que vestirse. Le dije que si ya habíamos terminado y me dijo que sí que se tenía que ir, que su novio la estaría esperando. Aunque ahora me sorprendo, mi excitación era tal que superaba mi enfado y me escondí su tanguita sin que ella lo percibiera. Me levanté y me fui a duchar no sin antes decirle que cuando saliera no la quería ver allí. (No sabía que cara pondría su novio al verla llegar oliendo a sexo y sin bragas... pero eso ya no era asunto mío o, al menos eso pensé yo en ese momento). Fui al cuarto de baño y me coloqué su tanguita como el que se coloca un pasamontañas dejándome los ojos libres con el espacio reservado a las piernas y enganchándome la tanguita por las orejas para que se mantuviera lo más pegada a mí posible. De esta manera tanto la nariz como la boca perciben todo el aroma a hembra que haya en esa maravillosa prenda. Verme en el espejo así me excitó y comencé a regalarme el orgasmo que Rocío me robó. Eyaculé una gran cantidad de semen sin duda debido a la excitación que me produjo Rocío. Cuando terminé de masturbarme oí ruidos y me avergoncé porque pensé que estaría solo. De todas formas me extrañó que estuviera todavía por ahí. Me duché y cuando salí ya no había nadie en la casa. Eran las 9 de la noche y me encontraba viendo la tele. Esa era la hora a la que llamaba siempre puntual mi mujer y, como no, sonó el teléfono y respondí:

Hola Cariño.

Cariño... Dijo una voz familiar pero que no era la de mi mujer y, continuó, me alegra que me hayas perdonado el acto egoísta de esta tarde pero estaba mi novio en casa y me asusté al mirar la hora.

Inmediatamente comprendí que se trataba de Rocío y acerté a decirle ahora que mi excitación no existía y, sin embargo, mi cabreo no se había desvanecido.

Pensé que eras otra persona. Espero que hayas disfrutado humillándome de esa manera.

Lo siento, si te has sentido humillado.

Una vez que se empieza no es justo acabar a medias. En mi colegio solíamos decir "o jugamos todos o tiramos la puta al río" y en este caso no había puta sino una hija de puta.

Perdóname. Pensé que no te habías enfadado tanto.

Pues ya ves.

Lo siento.

Vale

De todas formas te oí disfrutar en el baño...

No es asunto tuyo.

Sí lo es desde el momento en el que el centro de la escena era mi tanguita.

Colgué el teléfono. No me había sentido tan humillado en mi vida.

Volvió a sonar y contesté:

¡Qué coño quieres ahora!

¿Cómo? Dijo una voz confusa y asustada. La voz de mi esposa.

No nada cariño, pensé que eras otra persona.

¿Has tenido algún problema?

Después de dudar tartamudeé nerviosamente:

Ha hay al alguien que lleva llamando toda la tarde. Un niñato.

No te enfades cariño que ya el jueves vuelvo

La conversación siguió el curso normal de una pareja recién casada que se ama pero que uno de los dos es un poco débil con la carne... Creo que aunque las mujeres lo perciben todo (muy a nuestro pesar) no llegó a engendrar una sospecha, al menos mínimamente razonable.

Colgamos el teléfono y contesté cauteloso:

Dígame.

Veo que ya te has calmado. Me alegro. Así mañana podré ir para seguir trabajando y que tu mujer no percibe que algo raro ha pasado. Porque ya sabes que las mujeres lo percibimos todo como ya te demostré antes con lo de tu gusto por la ropa íntima femenina....

El desprecio y la superioridad con la que dijo esa frase me hicieron sentir impotente y no pude por menos que colgar el teléfono no sin antes haber asumido que mañana tendría que volver a mirarle a la cara...

Al día siguiente me encontraba francamente hundido y no encontré mejor forma de olvidarme de todo que tomándome un valium y comenzando a beber directamente de la botella de Jack Daniels. Era la hora de la siesta y sentí, lejana, la presencia de alguien. Enseguida comprendí que había alguien en la casa pero no le presté la menor atención. Vomité, creo que en el mismo sitio donde ayer se deshacía mi poco complaciente compañera... El gozo de mi sofá ayer al impregnarse de ese perfume que desprendía el coño de Rocío se transformaba en asco al recibir el vómito de un borracho pensé. Que se joda!! Dije en alto. Me sorprendió el poder pensar en ese estado pero cuando comprendí la gilipollez que me rondaba la cabeza prefería no seguir pensando.

De pronto reviví las escenas de ayer con Rocío pero, desde una perspectiva diferente. Como si fuera una tercera persona que ejerce de mirón. Me enfadé conmigo mismo al excitarme reviviendo aquella situación. Pero tenía que reconocer que me había encantado comerle el coño a Rocío. Seguía viviendo aquella situación, mi borrachera no cesaba pero curiosamente mi pensamiento no vagaba de un sitio para otro como hasta entonces sino que lograba permanecer fijo en aquella escena incluso ‘reviviendo’ detalles que la primera vez que la viví no fui capaz de percibir. Esto de estar pedo desata mi imaginación. Después de vomitar un poco más decidí sacarme coger la tanguita y ponérmela como ayer para masturbarme. Debido a la borrachera no logré correrme, me faltaba concentración y la erección se venía abajo, iba y venía como la luz una tarde de tormenta.

Cuando me estaba quedando dormido noté una mano que me tocaba y me despertaba. Era Rocío. Se me quitó el pedo de inmediato.

Cuánto tiempo llevas ahí?

Más del que los dos hubiéramos deseado. Aunque por lo menos ahora ya sé qué hiciste ayer en el baño. Por cierto, espero que tuvieras más éxito.

Dijo mientras me quitaba su tanguita de la cara.

No te cansas de humillarme?

No te enfades encima de que te traigo material para que no olvides nuestra experiencia?

Qué?

Dije sin entender muy bien

El vídeo...

Qué video?

Volví a preguntar sin entender muy bien pero aterrado ante lo que parecía vislumbrar. Efectivamente esa rememoración que estaba haciendo desde la perspectiva de una tercera persona que tanto me sorprendió no era sino el visionado del vídeo que la muy zorra había grabado. Empecé a entender muchas cosas que ayer me extrañaron: llegó pronto para colocar la cámara en dirección al sofá del que ella nunca se quiso mover, su nerviosismo, se quedó recogiendo la cámara y muchos otros detalles de los que os habréis dado cuenta durante la narración.

Parece que ya te has percatado, lo digo por la cara que has puesto.

¡Eres una enferma!

Tiene delito que me digas tú eso...

Nuevamente su tono despectivo y su mirada hacia el tanga que había tirado al suelo, me desarmaron definitivamente. Por aquel momento yo ni siquiera vislumbraba las consecuencias que ese video podría tener, mi estado de embriaguez todavía no me dejaba pensar con claridad pero ella, sutilmente y con tono cómplice, apuntó:

No te preocupes tu mujer no se tiene porqué enterar de esto.

Acerté a decir:

Tampoco te conviene a ti admitir que eres una fulana.

No significa eso. Te invito a que lo veas tranquilamente y con las dos manos encima de la mesa (no se pudo callar) y luego me llamas y lo hablamos.

Se fue y me dejó con el vídeo. Nada más irse lo puse. A medida que lo iba viendo y diseccionando se me iba parando la sangre. Me aterró la diferencia entre los que yo percibía esa calurosa tarde y lo que ese vídeo transmitía.

Cualquier persona que viera el vídeo y no hubiera estado presente percibiría que ella desde un principio luchó denodadamente contra su instinto y sobretodo contra mí. Cuando yo sentía que ella me guiaba con sus manos el vídeo, mentiroso, decía que ella hacía ademán de alejarlas de mí, cuando yo sentía que ella me pedía que le comiera el coño, el vídeo decía que me pedía que parara y así infinidad de detalles del juego sexual que vistos desde fuera más indicaban una violación no forzada que un acto sexual completamente consentido.

Comprendí que la tenía que llamar inmediatamente para ver qué quería porque su sutil amenaza no había pasado desapercibida ni a un borracho. Llamé, sonaron varios tonos y contestó una voz relajada:

Dígame?

Soy yo. Qué quieres de mí.

Me alegro de que hayas entendido la situación.

Qué coño quieres?

Queremos que...

Queremos? La interrumpí.

Sí mi novio y yo queremos que seas nuestro esclavo sexual.

Eres una enferma

Somos unos enfermos,... los tres, ya lo verás. Ven hoy por la noche a las 12.

Colgué el teléfono y dudé de ir o no pero si quería salvar mi matrimonio y quería, no me quedaba otra solución que acceder. Cumplir sus deseos de la forma menos dolorosa y humillante posible y olvidar este asunto.

Después de ducharme me vestí y fui a su casa. Llamé y me abrió la puerta Rocío. En la sala vi a su novio de lejos. Tenía pinta de extranjero, muy jovencito y recordé que mi mujer me había dicho que era inglés y que tenía 22 dos menos que Rocío.

Después de una romántica cena en la que fui la persona encargada de servir y recoger todo. Se sentaron en un sofá. Rocío llevaba la voz cantante. Comenzó a mover las piezas para disfrutar al máximo.

En primer lugar me indicó que le chupara la polla a su novio. Que lo hiciera despacito y disfrutando. Ella entretanto miraba. Yo con 26 años chupándosela a un inglés de 22. Le bajé la cremallera y le saque la polla que estaba muy caliente y se endurecía en mi mano. Me sentía plenamente humillado pero eso no fue lo peor. Comencé a moverle el prepucio de arriba abajo tepando y destapando su glande y me indicó que se la chupara que le excitaba más. Me la metí en la boca y comencé a mamársela hasta que el inglesito estaba bastante excitado y Rocío decició que era el momento de que se la metiese por el culo. Para ello le puse vaselina en el exterior del culo y cuando se la iba a extender con el dedo por dentro de su culito me dijo que mejor con la lengua. La idea me excitó muchísimo y comencé a meterme en el juego. Su culito tenía un aroma exquisito y estuve saboreándolo hasta que ella consideró que estaba lo suficientemente dilatado como para meter el pollón del niñato. Por supuesto fui yo el encargado de hacer la operación. Rocío a cuatro patas sobre el sofa y el inglés penetrándola por detrás con mi ayuda. Poquito a poco. El inglés me indicó que me pusiese de tal forma que él se pudiera sentar en mi cara para lamerle los huevos. Hice como que no lo oí pero Rocío me ordenó que lo hiciera. Me tumbé con el culo de rocío en mi coronilla y los huevos del ingles en mi boca. Saque la lengua y se los comencé a lamer. Así estuvimos un buen rato. Rocío alcanzó cuatro orgasmos cuyo fruto robé sin que nadie se diese cuenta. El inglés con mi ayuda la penetraba por un agujero y por otro. Yo era el que cambiaba de tercio. Estuvimos así hasta que el inglesito estuvo a punto de correrse. Me temí la orden de Rocío antes de que la dictara. El cabrón había aguantado muchísimo tiempo y la corrida iba a ser monumental. El muy cabrón sacó la polla de culo de Rocío y me la puso apuntándome a la cara. Rocío cuando él ya estaba descargando en mi cara dijo que no se derrame ni una gota. Le cogí la polla y me la metí en la boca. Casi me ahogo.

Después me toco limpieza personal. Primero al inglés. Le acompañé al baño y tuve que hacerle una limpieza integral. Después a Rocío. Tuve la oportunidad de disfrutar como un enano. Limpiando todo su cuerpo con mi propia lengua y mis propias manos.

Cuando ya me iba, sucio como un perro me dijo Rocío ya te pasaré el nuevo vídeo para que tú tb disfrutes en soledad.

Comprendí que no había terminado ahí la cosa. Y me gustó la idea.

quejodidoesencontrarunnick@yahoo.es