¡Qué polvo tienes, viajera!

De como la Rosa le empieza a contar a su ex una historia de vicio, haciéndole una paja.

CONFESIONES DE CORNUDO CONVICTO Y CONFESO 6

¡Qué polvo tienes, viajera!

En efecto, y como era de esperar, en el momento en que Rosa, recostada en mi hombro, con sus tetas maravillosas encima de mi pecho, y en su mano diestra mi polla, empezó a contarme: Cariño, cabrón mío, el conductor de un autobús que me ligué… di un resoplido enorme y no tuve más remedio que decirle: Para, para cariño, puta, calla; y es que me sentía venir la corrida como una catarata de leche imparable, del gusto que tenía tan enorme, en la cama con Rosa, con mi Rosa a la que hice puta, después de muchos años de ausencias, después de odiarla y maldecirla, pero sin olvidarla ni un solo día y menos por las noches.

Controlada esa primera erupción, tal vez porque se cruzó con el morbo un pensamiento amargo, me repuse y le rogué que siguiera; por favor, zorra mía, continúa. Claro, cabrón mío, lo que tú quieras… me respondió. Mira, el autobús hacía la línea de la capital al pueblo donde me fui a vivir con mi marido, unas dos horas de camino, y una media de esas dos, saliendo o volviendo al pueblo, con muy pocos viajeros, apenas dos o tres, y en más de una ocasión yo sola… y el conductor, como es natural. ¿Lo vas viendo, cornudo?

El primer puntazo -sigue la Rosa en el uso de la palabra- me lo dio él, inesperadamente; pues aunque yo me había percatado de que era un hombre fuerte, y guapo -cariño, guapísimo-, con ojos de loco, eso sí, de esos que te penetran, te desnudan y te la clavan…; aún no le había dado ninguna señal por mi parte del morbazo que me daba, por lo que fue, en cierto modo, una sorpresa, una excitante sorpresa, sentir en mi culo, yendo a bajar del bus, su mano, una mano grande y poderosa, dándome un apretón (que me puso como una perra, te digo nada más que la verdad), llamando mi atención para que lo mirara cuando me decía, me dijo: ¡Qué polvo tienes, viajera!

Como puedes suponer, tú que me conoces, cuando llegué a mi casa, entré como las locas y me fui derechita al cuarto de baño, mi marido llamándome y yo diciéndole: ¡Perdona mi amor, que me vengo meando viva! Uffff, me quité el tanga, jajajaja, ahora me acuerdo, síiiii: uno que tú me regalaste; y me hice una paja deliciosa, sintiendo la mano del chofer en mi culo, su mirada ansiosa y turbia en mis tetas y en mi cuerpo, a más de oír con eco de lascivia, lo que el cabrón me dijo tan seguro, tan claro y tan vicioso: ¡Qué polvo tienes, viajera!

Una vez corrida me repuse y así pude salir en busca de mi marido, más tranquila. ¿Qué tal el viaje cariño mío? me preguntó él, como de costumbre; a lo que yo, piadosamente y también del modo acostumbrado, le respondí: Muy bien, dormida, casi desde que salí hasta llegar al pueblo. Entonces él, aprovechando mi confesión, cosa que yo no había previsto, fallo mío, se puso bien contento y llevándose la mano al paquete, con mucha sorna, me dice: ¡Qué alegría que vengas sin sueño, mi amor! ¿Quieres que te folle tu marido esta noche?  A ver, no tuve otra, claramente solo había una respuesta. Y me folló, me dio bien, me folló con ganas y se corrió dos veces, una en el coño y otra en la boca. Siiii, fóllame mi amor, dame tu polla que tanto quiero, dame tu leche… y cuando me echó su chorro caliente en la garganta imaginé que era el conductor quien me la echaba, menos mal que no sabía aún su nombre, pues de saberlo tal vez me hubiera traicionado mi éxtasis de placer, y le hubiese dicho a  mi querido esposo: ¡Oh, si, Antonio, córrete en mi boca! lo cual hubiese sido un chasco grande, sobre todo para él, pobrecito mío.

(Continuará)