¿Qué pasaría si...?

5º parte

¿Qué pasaría si...?

Capítulo 9:

La comida en el restaurante que había elegido Pitufo estaba siendo muy animada, estábamos cansados después de haber pasado toda la mañana de atracción en atracción. Pitufo me demostró ser todo un don Juan, cada vez que llegaba la hora de ir a una atracción en la que mi ángel y yo queríamos subir pero el pequeño no podía, se quedaba conquistando a las chicas que controlan las atracciones y cuando se trataba de un chico, le dejábamos charlando de fútbol, dibujitos...

Vanesa también me sorprendió desde el primer momento que salimos de la habitación cogiéndome la mano. Verdaderamente estaba en el paraíso.

-¿Qué piensas estudiar al terminar bachillerato?-me preguntó mi ángel mientras mirábamos a Pitufo jugar dentro de una piscina de bolas.

-Medicina. Estaría bien que fueras mi enfermera, ¿lo serás, no?-le pregunte sonriendo de lado.

Me gané una mirada de “sigue soñando”.

-Venga...-dije haciendo pucheros.

-Me lo pensaré...Pero no prometo nada!-me dijo sonriendo.

-Bien!-dije sonriendo ampliamente.-¿Cuánto te queda para terminar la carrera?

-Acabo de empezar el primer semestre. Cuando nació Rubén decidí estudiar enfermería y tuve que trabajar durante un tiempo para poder pagarme más adelante los estudios.

-Si mis supercálculos no me fallan, tenías 18 cuando nació Pitufo ¿no?

Se rió.

-Muy inteligente...

-Ey!-dije sacándole la lengua.

-Sí, su padre y yo empezamos a salir a los 16, y una noche después de una fiesta paso. Un mes más tarde, cuando me di cuenta de que estaba embarazada se lo conté, me dijo que abortara, pero claramente me negué. Fue así como él decidió irse y yo quedarme con mi bebé.-dijo sonriendo.

-Eh... bueno no tengo mucho derecho a preguntar pero...¿Y tus padres?

-Al darse cuenta de que estaba esperando un niño, me echaron de casa, alegando que era una deshonra... y estuve viviendo unos meses con unos grandes amigos hasta que pude alquilar un piso junto mi mejor amigo y hace 3 meses que comencé a estudiar.

Yo no dije nada más, solo me quedé mirándola, preguntándome como una persona tan perfecta podía existir y tener tanta valentía, para haber sacado a un hijo adelante, sin nadie más. Las ganas de besarla y jamás separarme de ella se intensificaron.

-Uf...-dije observando con muchas ansias sus labios.

-¿Pasa algo?-me pregunto ella sin saber lo que pasaba por mi mente.

Suspiré y negué con la cabeza.

-Julie!!-escuché como Pitufo me llamaba.

-Dime Pitufo.

-¿Podemos ir a ese sitio?-preguntó indicando con un dedo lo que parecían ser unos carros de coches.

-Claro-le respondí.-¿vamos?-le pregunté a mi ángel.

Asintió levantándose.

Capítulo 10:

-¿Seguro que no estás cansada de llevarlo?-me pregunto Vanesa.

-No. Hemos andado mucho, y jugado aún más.-dije sonriendo, mirando a Pitufo que dormía apoyado en mi hombro mientras yo lo llevaba en brazos.

-Sí, no sé como agradecerte todo esto, a parte, no has parado de comprarle juguetes y juguetes a Rubén.

Me reí.

-Pitufo se lo merece, y el pequeño acoso al que estoy sometiendo a su mamá tiene que ser recompensado.-dije, causándole gracia a mi ángel mientras paraba enfrente de la puerta de su habitación.

Entró ella primero y luego yo con Pitufo en brazos. Le dejé tumbado en la cama, e inconscientemente le di un beso en la frente, me incorporé, me despedí con un “buenas noches señorita” y me dirigí hacia la puerta con intenciones de dejarles descansar, hasta que...:

-Julie...-me gire al escuchar mi nombre.

-Dígame bella dama- dije bajito para no despertar al bebé.

¿Reacción? ¿Qué es eso? ¿Pensar? ¿Cómo se hace? El sentir sus labios pegados a los míos borró todo lo que sabía, las emociones botaban por todo mi cuerpo y las cosas esas que llaman “mariposas en el estomago” se encendieron.

-Gracias...-dijo separándose.

Sé valiente, me dije a mí misma.

Me acerque otra vez a ella y la besé. Se volvía a repetir, mi cuerpo gozaba con el roce de nuestros labios, mi mente volaba lejos en algún otro planeta, todo aquello no podía ser verdad.

Nos separamos, y nuestras miradas se cruzaron.

Nos volvimos a besar. Mis manos volvieron a la vida enganchándose a su cintura, y las suyas fueron a ubicarse detrás de mi cuello.

Todo empezó a ir rápido, pero a la vez lento.

Mis movimientos eran impulsivos, mis sentidos agudizados me generaban mayor placer al sentir su piel debajo de la camisa. Mis manos bajaron a sus piernas y la levantaron, como pude, abrí la puerta y salimos de la habitación.

Nos volvimos a separar y juntamos las frentes mirándonos fijamente. La sujete con una mano mientras la otra trataba de buscar la tarjeta para abrir la puerta mientras nuestros labios jugaban a quererse.

Conseguí abrirla y entramos.

Las respiraciones se habían acelerado, nuestros labios encajaban a la perfección en cada paso que dábamos. Notando el picor en los brazos nos acerqué a la cama sin dejar de besarnos.

Poco a poco la fui bajando, hasta que su cuerpo yacía tumbado en la cama, con mis brazos y piernas encerrándola.

Los besos no pararon, y cada vez se sentía más calor en el ambiente. La luz que entraba por el gran ventanal me dejaba apreciar su rostro cuando nos separábamos para tomar aire.

El instinto supongo, hizo que mis besos fueran descendiendo por su cuello, impregnando mi nariz con su perfume. Sus manos tampoco paraban, recorrían mis brazos de arriba abajo.

Y como si de un interruptor se tratará nuestro deseo descontrolado se terminó por encender.

De forma desesperada, me hizo quitarme la sudadera y camiseta que llevaba puestas.

Si mis ganas de besarla eran fuertes, ahora ya no tenían nombre.

Mi boca pasaba por su cuello dejando marcas y besos perdidos, al igual que sus manos que me rasgaban la espalda. Pequeños gemidos se escapaban de su preciosa boca siendo guardados rápidamente en mi cabeza.

De la misma forma, le pedí que se quitara la chaqueta vaquera y la camiseta. Al ver como se iba desnudando un suspiro salió de mi boca sin poder evitarlo.

Me acerqué a ella y nos volvimos a besar, sus manos se aferraban a mi cuello igual que mis manos a su cintura.

Despacio la volví a tumbar en la cama. Pero esta vez fueron sus besos los que devoraban mi cuello.

-Au...-dije al sentir la fuerte succión de sus labios.

-Perdón...¿Te he hecho daño?-me pregunto preocupada.

Me reí y la bese.

-Una enfermera sexy que no sabe controlar su fuerza...-le dije al oído riéndome suavemente.- cada vez me encantas más.

Fue decirle eso y que me cogiera las mejillas con sus suaves manos y me besara con muchísima fuerza, pero sin maldad alguna, sino más bien con más pasión y lo que me pareció que era ¿amor?.

Mis traviesas manos se deslizaron por su espalda, cumpliendo su cometido de desabrocharle el sujetador, permitiendo ver sus hermosos pechos.

Con vida propia mis manos fueron a envolver sus pechos, apretándolos con delicadeza y cariño, provocándole más palabras incomprensibles.

Despidiéndome sin prisas de su cuello fui bajando hasta llegar a sus pezones, que comí golosamente. Ninguno de los dos paso desapercibido por mi deseo, pero las susurradas súplicas de mi ángel hicieron que siguiera bajando.

No sé si fue por picardía, maldad o que sentimiento de los muchos que corrían en mí, esperé y rondé por todas partes del cuerpo de mi ángel después de haberme desecho de sus pantalones y ropa interior. Sin llegar a tocar su intimidad. Las susurradas súplicas dejaron de ser susurradas, y cuando menos lo esperaba mi boca se apoderó de ella, sacándole un grito de placer. Mi lengua jugaba con su clítoris, y los ya no tan pequeños gritos y gemidos de mi ángel inundaban mis oídos. Fueron las contracciones que sentí en su interior y la cantidad de flujos, los que me avisaron de las diferentes sensaciones que recorrían su cuerpo. No paré en ningún momento, aún habiendo sentido aquello. Creo que el placer que sentía era tan grande que no quise parar. Su cadera comenzó un vaivén pausado, pero rítmico. Dos dedos de mi mano se prepararon para entrar en ella, y al hacerlo, otro grito salió de su boca, un segundo orgasmo la poseía y mis intenciones no cambiaban, no iba a para aún.

Los gritos que salían de la boca de mi ángel diciendo mi nombre me creaban menos ganas de parar. Una tercera sacudida y un silenció roto por nuestras respiraciones, me recordaron que debía detenerme. Despacio me fui incorporando, mientras iba dejando un camino de caricias y besos por todo su cuerpo. Llegué a su rostro y la besé tiernamente, con delicadeza, viendo como su respiración se iba recuperando. Me abrazo y me hizo rodar quedando ella encima de mí, con su peso totalmente sobre mi cuerpo, haciéndome casi ahogar al sentir su cuerpo desnudo sobre el mío, obligándome a coger una bocanada de aire por la sensación que me produjo.

Nos quedamos así, sin decir nada, viendo como sus dedos acariciaban mi vientre.