Que me perdone Elisa

De las pajas de adolescentes a una culeadora insaciable... no perdona ni a su mejor amiga.

QUE ME PERDONE ELISA

Por Chichonero

Lo que voy a contar tiene inicio en la adolescencia vivida en un pueblo cercano a Río Cuarto, en la provincia de Córdoba, donde me crié. Allí –donde nos conocíamos todos-, con otras chicas formábamos un grupo lindo y donde las historias de amor se decían en voz baja, no fuera que se enteraran nuestros mayores. Así, por lo bajo- nos enterábamos cuando alguna de otra "barra" había recibido "amor en barra", como le decíamos a la pija por entonces.

Claro es, que coger era algo distante años luz de nuestras vidas, aunque sabíamos que algún día se nos daría, pero mientras eso llegaba, nos satisfacíamos solitariamente con sendas pajas. El dedo era nuestro mejor consolador, hasta que las urgencias de la carne se fueron haciendo más evidentes y necesité otro aditivo más gruesito.

Mis padres tenían un negocio de varios ramos, razón por la cual el galpón del fondo del patio estaba siempre rebosante de productos de la más variada laya. Entre esos productos había condones y como no había un control del stock, una siesta en que la concha me apuraba, saqué una cajita. Dado que por las tardes estaba sola en casa, corrí a mi habitación, me quedé en bolas y con una zanahoria me imaginé era la pija de un tipo. Le enfundé el condón y de a poquito me lo empecé a sobar sobre mis labios inferiores. Era una serie de sensaciones casi desconocidas, por lo que deseando saber cómo seguía la cosa, inicié una lenta penetración. Al principio percibí como unas cosquillas, pero paulatinamente me asaltó el deseo contenido que se convirtió en calentura y me encontré de pronto metiendo y sacando la pija vegetal de mi concha que chorreaba. No sé exactamente cuánto me di. Lo que sí recuerdo es que me sobrevino como un golpe de electricidad y sentí que los músculos de mi vagina latían descontroladamente y jadeaba con los labios resecos. ¡Era el famoso orgasmo o acabada! de lo que tanto había escuchado comentar a otras chicas. Recontenta por esta experiencia extraje el vegetal cilíndrico observando que estaba muy mojado con mis flujos. Por curiosidad lo puse sobre los labios y degusté ese sabor mezclado con vaselina del forro.

Esa misma tarde me penetré varias veces en diferentes posiciones y en cada una de ellas obtuve excelentes acabadas.

Me duché, tiré los condones usados al closet y salí a conversar con mis amigas. Estaba como una nueva mujer.

Días después, (otra siesta), me asaltaron "los calores" y fue entonces el momento de probar otro tamaño. Mamá había comprado varios pepinos, por lo cual elegí uno mediano. Lo enfundé en el profiláctico, fui a mi cama y tras desnudarme me acaricié las tetas, el clítoris y la cola. Cuando estuve "lista", me puse boca arriba, levanté mis piernas hacia atrás y abriéndolas, inicié las caricias a mi concha con el pepino. Al estar bien humedecida, tenté ir abriendo los labios vaginales e inicié una lenta y muy placentera penetración. Obvio que el tamaño distaba mucho del de la zanahoria de la vez anterior, pero no me iba a privar de probar el pepino. Lentamente y gimiendo me fui enterrando el vegetal. Como observara que entraba con cierta facilidad, lo retuve adentro con una mano y suavemente me fui dando vuelta hasta quedar boca abajo. Levanté la cola y pasando mi mano por sobre las nalgas, comencé a meter y sacar el pepino. Las sensaciones fueron creciendo y me agité sobremanera cuando imprevistamente acabé a los quejidos y con el pepino enterrado casi hasta el final. Era de unos 17 centímetros de largo por unos 4 de ancho, y mientras jadeaba como enloquecida con él adentro, no dejaba de empujar el culo para retenerlo a la par que seguía acabando.

Quedé como descompuesta de semejante polvo, y eso me hizo sentir muy feliz.

No pasó mucho tiempo hasta que "debuté" un viernes por la noche cuando fuimos hasta la ciudad para asistir a un boliche bailable. Estuve con un chico y después de apretar un poco, me propuso ir a tomar algo a un lugar más tranquilo. Claro, que ese lugar fue "un mueble". Nos dimos una franela loca y cuando me puso la pija sobre los labios no titubeé en darle una buena mamada, aún con mi casi nula experiencia en ello. Él me retribuyó con algo netamente ignorado por mí, que era la chupada de concha, aunque había escuchado de eso no lo conocía "en directo".

Me revolqué en la cama del enorme gusto y gozo que ello me provocaba. Su lengua dura, larga y mojada, paleteaba como un encanto mis labios, acariciaba el clítoris y tentaba una introducción, para retornar a lamerme las partes interiores de mis labios vaginales.

Tuve un orgasmo con su lengua, se acomodó de costado a mi lado y su dura pija quedó al alcance de mi boca que la atrapó y chupó como mejor pude. Estuvimos en "69" una buen rato, hasta me dio tiernas lamidas en el culo. Se separó de mí, me hizo acomodar boca arriba, me dio besos de lengua y levantando mis piernas sobre sus hombros, percibí la punta de la pija apoyarse sobre mi concha que ya estaba clamando por ese tipo de atención.

Le pedí fuera suave pues estaba virgen. Me miró, sonrió y lentamente como estudiando un terreno desconocido, presionó suavemente con el glande. Sufrí como una descarga eléctrica cuando ganó la entrada, pero entre mi humedad, el lubricante del condón, y nuestras ganas contenidas, la cosa fue más sencilla e indolora de lo que suponía, pues tenía la idea de que una pija cuando entra te haría ver las estrellas habidas y por conocer, pero como digo, fue algo que me provocó infinito placer. A medida que entraba más caliente me ponía. Me sobaba las tetas o me besaba. Yo atinaba a tenerlo abrazado y alzaba mi cola para retenerlo adentro mientras él no dejaba de "bombearme".

Cada pijazo me hacía arquear del gozo y así no estuvimos casi 15 minutos, hasta que decidió cambiar de pose. Al sacarla le vi la pija redura y reluciente de mis jugos. Se puso boca arriba con la pijota apuntando al techo, y me colocó sobre él de frente. Para subirme debí quedar abierta de piernas. Tomó la pija y tras patinarla unos segundos por sobre mis labios, empujó delicadamente hacia arriba y la garcha comenzó a entrarme. ¡Cómo se sentía!...

En mi inexperiencia trataba de seguirle el ritmo y de a poco me fui acomodando a su velocidad y es así que momentos después nos encontrábamos cogiendo, yo encima y "de sentadita", con lo cual lograba entrarme casi hasta las bolas. Era larga y medio gruesa, de modo que cada estocada total me hacía quejar cuando tocaba el fondo de mi concha. No aguanté ese tratamiento y me le acabé encima. Caí sobre su pecho velludo mientras él no dejaba de bombearme hasta hacerme chillar del gusto. Como no había acabado, prefirió dejarme descansar del polvazo sin privarme de sus caricias y besuqueos. Sacaba con un dedo jugos de mi concha y los esparcía por mi culo. Me hacía vibrar en una dimensión desconocida cada vez que su dedo trazaba círculos sobre mi roseta oscura y ni qué decirles cuando me penetraba ligeramente.

Masajeaba su pija y la mantenía dura, hasta que él no pudiendo aguantarse más me colocó en el medio del lecho "en cuatro". Quedé con el culo a su vista. Subió sobre mí y con ambas manos me abrió de par en par los cachetes, pasó repetidamente su pija en el canal medio y agachándose, pero teniendo sus manos para abrirme el culo, me paralizó cuando fue su lengua la que acarició ese sitio. Me sentía una puta verdadera ofreciéndole el culo a esa boca glotona. Mojaba con saliva el hueco, su lengua se adentraba y ahora sus dedos iban abriendo cada vez el orificio para dilatarlo. El pequeño hoyo era salvajemente chupado por esa boca y lengua y cuando quise darme cuenta, estaba yendo y viniendo hacia delante y hacia atrás para recibir esas lascivas lamidas que me enloquecían. Si este era mi debut, no quería ni qué penar lo que podrían ser otras sesiones en la medida en que aumentara mi experiencia en la cama.

Su lengua cesó de trabajar, él se reacomodó y apoyándome la pija empujó. Di un respingo cuando sentí que mi culo se estaba abriendo para recibirlo. "Despacito... entrá despacito que es muy grande", fue lo que atiné a decirle, pero ya la pija estaba con su cabeza adentro. Sentí un ardor, la quitó se puso saliva en abundancia y reinició la penetración. Grité y mordí las sábanas cuando me enterró toda la cabeza y parte del tronco. No sé por qué, pero presa del dolor que la pija me provocaba, di un leve empujón hacia atrás y solita me enculé hasta la mitad. Arañé las sábanas y pataleé en el aire. Él me consolaba diciéndome que era sólo un momento de molestias, que todo pasaría en unos segundos, pero no dejaba de culearme. Pasó sus brazos por debajo de mis axilas, sus manos aprisionaron mis tetas y atrayéndome hacia él creí que me partía el culo en dos... esa pija enorme estaba entrando casi toda y parecía que me desmayaba del dolor... me tocaba el fondo del culo cada vez que me la ensartaba toda.

Me abrazó de las caderas y caímos sobre la cama. Quedé de espaldas a él. Con su mano levantó mi pierna izquierda y fue así que quedé completamente expuesta. En esta posición podíamos darnos besos o chuparnos las lenguas, mientras culeábamos desenfrenadamente. Su pija entraba y salía de mi culo. Ahora no me dolía. ¡Quería más y más pija!, y él me la brindaba a cuerpo de rey.

Me dio dos o tres pijazos soberanos y entre gritos contenidos y bañados en sudor dimos rienda final a nuestras acabadas que fueron potentes y que nos hicieron encabritar y crujir el lecho. No la sacó, sino dejó que saliera sola mustia y chorreando jugos. Miré la punta del condón y observé que había algo de suciedad, señal que me había entrado hasta el mango.

Estaba hecha pedazos. Me dolían las caderas, el culo, la concha empapada. En suma UNA PILTRAFA, pero ciertamente más feliz que nunca antes, pues acaba de tener el mejor debut que pueda soñar una mujer, en especial, una pendeja como yo que a los 16 años se había encamado por vez primera y ¡hasta el culo le habían torpedeado!

De allí en más, cada vez que iba a la ciudad me encontraba con él y nos rajábamos al amoblado, hasta que la cosa se apagó y vinieron otros tras suyo, pero todos "comieron" de mi concha y culo, y uno de ellos resultó ser un profesor de la Universidad de quien soy colega, con una verga descomunal por lo dura, larga y gruesa y para mejor, debo confesarlo, su dueño es el esposo de Elisa, una de las chicas del pueblo, de quien solía escuchar que ella y otras ya comían "amor en barra". Perdoname Elisa, pero una pija es una pija, y no soy de despreciarlas aún cuando sea la del esposo de una vieja amiga.