¡Qué maravilla de cuñada! Parte 4 y última

Tenía ganas de su cuñada desde que se casó con su hermano

Y por fin llegó la hora de cerrar el Stand e igual que el día anterior, deseando de estar con mi amada, tomé nuevamente un taxi hasta el domicilio de mi hermano, y con las llaves que me había dejado mi cuñada, entré en la casa, llamando a Elisa con voz alta, pero no gritando, y me respondió desde la cocina, donde me dirigí y al entrar la divisé. Estaba preparando la cena, con su cuerpo de espaldas a la puerta, ataviada solamente con un delantal, sin otra ropa, dejando a a la vista la casi totalidad de su anatomía, y ante esta visión, mi polla reaccionó al instante sufriendo una erección casi instantanea y dirigiéndome hacia ella, apoyé mi bulto sobre sus nalgas, y mis manos abarcaron su esplendoroso cuerpo cayendo sobre sus tetas, por el exterior del delantal, y mis labios se posaron con ansiedad sobre su cuello. Noté que su cuerpo se estremecía, sus manos se quedaron apoyadas y quietas sobre la encimera y de sus labios surgieron gemidos suaves pero incitantes al tiempo que la oía susurrar “Cariño, por favor, déjame que termine de preparar la cena, después ya tendremos tiempo, aaay, aaayy, que gusto me da, por favor, por favor, hazme caso, cámbiate de ropa mientras termino, estate quieto”. Dejé de presionar sus maravillosas mamas y me dirigí raudo hacia el dormitorio de invitados, que era donde tenía  mi ropa, despojándome de mis prendas de calle con prontitud y embutiéndome solamente un boxer, ya que no hacía frío alguno en la casa. Cuando llegué al salón-comedor estaba Elisa poniendo la mesa para cenar, pero se había quitado el delantal y estaba totalmente en cueros, tal como su madre la trajo al mundo, pero mucho más excitante naturalmente, Me sonrió y me dijo “¿Que te parece el nuevo traje que me he puesto?; yo creo que es bastante mono, quizás un poco atrevido, así que creo que debías ponerte a mi altura y quitarte ese horrible boxer, para que estemos en igualdad de condiciones”. No dudé un instante en atender su petición, y en unos segundos estábamos allí, en el comedor, desnudos íntegramente; Elisa con su coñito (más bien coñazo) finamente depilado y sus globos erguidos, apuntando al frente, sin signos de flacidez y  con sus pezones tiesos y denotando que estaba “caliente”, y yo, Alberto, con mi verga erecta como un garrote y dura como el acero. Nos miramos y sin decir palabra alguna, sólo con el lenguaje de nuestros ojos, nos dirigimos el uno hacia el otro, nos abrazamos y nuestros labios se encontraron, entreabiertos y anhelantes, con las lenguas explorándose mutuamente, sintiendo que la punta de mi cipote se introducía entre sus muslos llegando hasta su vagina y fuimos acercándonos hacia la pared, y cuando su espalda estaba pegada a ella, la tomé fuertemente entre mis brazos y la elevé penetrándola con intensidad, pero con cariño, y ella cruzó sus piernas a mis espaldas e iniciamos una copulación divina. Elisa, como la noche anterior, rápidamente empezó a sentir las contracciones propias de la proximidad de su orgasmo, mientras jadeando exclamaba “No pares, no pares, siiigue, siiigue, fóllame hijo de puta, reviéntame pero no pares, esto si que es un pollón, reviéntame cabronazo, ya viene, ya me viene,… aaahh, aahhh, ufff, ya está, ya está, para, para, por favor.. para ya..” y tras una compresión fortísima de sus piernas sobre mi cintura sentí como su cuerpo sufría un espasmo terrible que la hizo casi perder el apoyo que tenía sobre mi cuerpo quedando desmadejada. La hice bajar poco a poco y quedó sentada sobre el suelo, lacia, inerte, con los ojos entornados, mientras yo seguía con el rabo en disposición de embestir nuevamente, estando a la altura de su boca, pero seguro que ella no lo veía, sino que se encontraba reponiéndose del latigazo que su cuerpo había experimentado con su orgasmo. En efecto así era, y cuando estuvo repuesta, se levantó, me tomó la mano que dirigió hacia su boca, besándola y diciéndome “ Gracias, al igual que  anoche me has hecho gozar como creo que una perra lo haría. Eres maravilloso y nunca podré olvidar el gustazo que me has dado. Vámonos a la cama, que quiero continuar con nuestros juegos. Tengo que aprovechar estos días, que no sé si podré volver a gozar de estos placeres que me has dado, vamos pronto”.

Nos dirigimos hacia el dormitorio, llevándome ella cogida la polla, si arrastrarme, y dándonos muestras de cariño con nuestros labios, beso tras beso, roce tras roce, hasta el lugar donde íbamos a continuar con nuestro placer sexual.

Estaba tan salido y tan deseoso de tenerla dentro de ella, que nada más llegar a la cama la hice ponerse de espaldas, tomé sus piernas y las elevé hasta situarlas sobre mis hombros, quedando ella como sui fuese una ele, dejando a la vista su hermoso culo, y como no, su chochete, mojados sus labios por sus propios jugos. No tuve contemplaciones con ella, la embestí y penetré casi violentamente, pero esta vez no se quejó, mas bien me alentaba con sus expresiones soeces pero excitantes tales como “ Venga, venga cacho cabrón, como me gusta que me folles, descarga toda tu leche dentro de mi, que bueno eres follando, dale, dale rápido, muévete” . Y mientra esto decía, yo la tenía cogida por sus caderas, mas bien por su cintura, mi polla entraba y salía fácilmente en su cavidad vaginal, me movía con rapidez y enérgicamente, sintiendo el chop chop, de los líquidos de su conejo y Elisa se automagreaba las tetas .Se dio cuenta que me iba a correr y su mano derecha se dirigió hacia mi periné, presionando sobre esa parte al tiempo que aceleraba sus movimientos, hasta que pronto, muy pronto volvió a gemir, casi gritar diciendo “ Ya, yaaa, ahora, ahora me viene, no pares, sigue, sigue.. que me corro,.. aaahh, ahhh., uff, que gusto” Y consiguió con esa maniobra que su orgasmo coincidiera en el tiempo y tal vez en intensidad con mi grandiosa corrida, eyaculando en su interior la leche acumulada por el deseo de poser a una hembra como ella. Una vez repuestos de nuestros placenteros pero extenuadores esfuerzos quedamos ambos acostados de espaldas a la cama, mirando hacia el techo, rememorando lo vivido momentos antes, y entre besos y caricias quedamos dormidos.

A la mañana siguiente, al despertarnos, tras los besos apasionados entre ambos, y viendo como estaban nuestros cuerpo de sudorosos y pegajosos, propio de una noche de desenfreno sexual, tal como la habíamos tenido, decidimos ducharnos antes de marchar yo para mi trabajo, y ella volver a acostarse. Después de la ducha, alegrada, como no, por besos, caricias, magreos etc., nos dirigimos a la cocina, para desayunar algo y estando en ella, Elisa me dice: “Me apetecería comerme ahora mismo  una buena porra” .Manifesté que en cuanto terminase el café, me vestiría y  saldría a la churrería más próxima para comprar no una, sino varias porras. Riéndose, me dijo :”No es necesario que salgas a por las porras; yo la porra que quiero la tengo muy cerca de mi, supongo que debe estar buenísima, aunque la verdad es que nunca me he comido una. La tienes tú entre las piernas, y aunque a tu hermano jamás se la he comido, quiero que sea la tuya la primera que entre en mi boca, que te vacíes dentro de mi, que te corras. Quiero sentir que tu lefa me entra dentro por la boca y saborearla hasta el límite” . Y sin darme tiempo a replicar, me hizo girar la silla quedando mis pene y sus bolas correspondientes en el exterior de la mesa; se arrodilló ante mi y sin dudar un instante, con su mano derecha procedió a tocar y volver a tocar mis órganos masculinos, hasta que consiguió un notable levantamiento del cipote, pero no en su máximo esplendor. Entonces, sin dejarlo de su mano, procedió a introducírselo poco a poco en su redonda y bien formada boca; se le notó que le daba un poquito de repelús, pero poco a poco éste desapareció, y sus labios aprisionaron el tallo, iniciando acompañados por  su mano, un movimiento de arriba a abajo, subiendo y bajando el prepucio y después de uno momentos su mano se retiró, efectuando el vaivén sólo con sus labios. Qué barbaridad, que maravilla era sentir como se iba incrementando el largo y el grosor del bálano, ver como casi no le cabía en su boca, notar el roce de la lengua a lo largo del mismo, y por fin, después de unos maravillosos momentos, darse uno cuenta de que estaba a punto de descargar nuevamente la leche que tenía en los testículos. Le dije que me iba a correr, que se apartase, pero ella no me hizo caso, sujetó fuertemente con sus carnosos y sensuales labios, ayudado otra vez por su mano, mi erecta polla y acelerando el movimiento, consiguió que eyaculase dentro de su cavidad bucal una cantidad de leche, que hasta mi mismo se me hizo casi increíble, por haber vaciado hacía poco tiempo, y que sin asco alguno ella tragó. Qué placer sentí con aquella mamada, yo creo que casi mejor que cuando se la había metido hasta los huevos. La verdad es que para mi también fue mi primera vez, y fue como un polvazo, pero en la boca.

Tras la soberbia mamada que me había hecho Elisa, y tras besarla varias veces, me dirigí al Stand de mi empresa, donde estuve como perdido entre nubes. Sobre las doce de la mañana recibo una llamada de mi amada, que me da la desagradable noticia de que mi hermano había adelantado el regreso de Asturias., y que estaba en el Aeropuerto de Barajas, presto a regresar a su domicilio. Estuve a punto de descubrirme y decirle que no habían pasado los tres días, pero me di cuenta a tiempo y sólo dije que no iría a comer. Lo entendió perfectamente., lamentándose y haciéndome saber lo mucho que me quería, lo feliz que había sido estos días, pero que la vida era así, y así había que tomarla. Decidí entonces que como sólo faltaba un día para terminar la Feria, mi empresa no tendría inconveniente en dejarme partir antes para Canarias, y así sucedió efectivamente. Cuando llegué por la noche a casa de mi hermano dije que me marchaba a la mañana siguiente, no le gustó, pero no podía dar síntomas de que sabía lo que había sucedido entre su mujer y yo, naturalmente consentido y propiciado por él.

La relación entre mi cuñada Elisa y yo continuó, pues tal como le había dicho a su marido aquella noche por teléfono, no tardó ni un mes en ir ella sola a Canarias, donde pasamos un fin de semana de lo más maravilloso que se pueda uno imaginar, y de cuya visita no tuvieron conocimiento mis padres, ya que nos alojamos en un hotel en otra isla. Mi hermano y ella nos visitan todos los veranos, pero sólo hay encuentros de corta duración (unas dos horas), también con conocimiento de mi hermano, que nunca ha hecho mención  de saberlo.

Continúan los viajes de mi cuñada, ella sola, a las Islas cada dos semanas, hasta el momento presente, y ya son varios años. Nuestra pasión parece que disminuya, sino que se va incrementando; pero no es cosa de ir desgranando cada uno de ellos, por lo que doy fin a este relato en este momento, esperando sea del agrado de los lectores.