Qué malo eres... Parte 3 y desenlace

Llegan a su fin las aventuras de nuestro héroe con su pasiva primita. Pero... ¿habrá una sorpresa final?

Llego con este relato al fin de mis “aventurillas” con mi dulce primita, un relato con un final sorprendente, como no podía ser menos en una relación tan insólita. Un final ciertamente agridulce, pues inoculó en mi recuerdo un ardiente veneno que jamás habría de abandonarme. Pero todavía falta un poco para eso. Como comprenderéis, el ardiente adolescente que yo era en aquella época no dejaba pasar cualquier ocasión, por pequeña que fuera, para someter a mi primita a todo lo que mi calenturienta imaginación me dictaba y estuviera al alcance en ese momento. A la que nos quedábamos solos, por breves que fueran esos instantes, aprovechaba para sobar su amplio culo a conciencia, o para pellizcar sus pezones, o para disfrutar de su mano traviesa sobre mi entrepierna. Siempre, como habréis supuesto a estas alturas, sin el más mínimo comentario o gesto de desaprobación por parte de mi adorada pariente.

En cierta ocasión, nos quedamos solos durante unas horas. A la que escuché cerrarse la puerta emprendí por el piso la búsqueda de mi prima, al mismo tiempo que en mi entrepierna empezaba a izarse mi polla con la alegría y espontaneidad de la bendita juventud. Encontré a mi prima apoyada en una ventana, mirando distraída a la calle. Vestía una falda de cuadros hasta las rodillas y su blusa del colegio. Respirando entrecortadamente por el deseo que me supuraba por todos los poros del cuerpo, me acerqué y me apoyé detrás de ella, como si quisiera mirar también el paisaje. Durante unos instantes, me deleité con el tacto de mi dura polla erecta contra su culito, mientras con una mano acariciaba distraídamente uno de sus pechos sobre la blusa. Tras unos breves instantes, caí de rodillas detrás de mi adorada primita, y suavemente acaricié sus piernas por debajo de la basta tela de la falda, tomándome mi tiempo en recorrer con mis manos sus muslos calientes . Acto seguido, comencé a enrollar la falda hacia arriba, dejando a la vista el gran culo de mi prima, tapado por unas bragas blancas absolutamente antieróticas, pero que ni entonces ni ahora hubiera cambiado por el más sensual de los modelos de lencería erótica. Suavemente, dejé su falda sujeta a su cintura y acaricié su culo sobre las braguitas, dando algún que otro lametón sobre la tela. Por fin, comencé a deslizar las bragas por sus piernas. Nunca me ha gustado quitar unas bragas bruscamente, me gusta deleitarme con el suave roce de la tela, mostrándome centímetro a centímetro la piel. Mientras deslizaba las bragas por sus muslos, le daba suaves besitos a sus nalgas, aspirando suavemente su olor. Cuando sus bragas estuvieron por los tobillos, levanté con suavidad una de sus piernas para tener vía libre a las maravillas que hasta hacía unos instantes ocultaban. Mi prima, interesadísima en el panorama que la calle ofrecía, colaboró levantando su pie para que yo pudiera sacar sus braguitas por él. Retrocedí unos centímetros para admirar el culo de mi prima, blanco, suave y con el punto justo de firmeza de sus catorce años. No pude resistir más, y pasé mi lengua por su hendidura, abriendo con las manos sus cachetes. Besé, lamí y mordí con suavidad (no queríamos dejar marcas de mordiscos en el culo de nuestra prima favorita…) aquellas esferas perfectas. Pasé los dedos por debajo, acariciando una vagina que daba muestras inequívocas de estar reaccionando a mis caricias, dado que mis dedos salieron totalmente pringosos. Hundí mi lengua en el dulce ojete de mi prima, lamiendo con deleite sus pliegues, aspirando su levemente ácido olor, y usando mi apéndice bucal como un estilete para adentrarme en su interior. Por fin, di un último lametón a su hendidura y me incorporé. Liberé mi polla, que a esas alturas parecía una olla a presión, y dejé caer mis pantalones hasta los tobillos. Con un poco de saliva la humedecí, y abriendo los cachetes del culo de mi prima coloqué mi miembro entre ellos, para proceder luego a apretar los cachetes sobre mi polla y comenzar un movimiento de vaivén que me transportó a un paraíso del placer. Cogí las manos de mi prima y las coloqué sobre sus nalgas, dejándole la importante tarea de comprimir mi polla entre ellas mientras yo seguía con mis movimientos y usaba mis manos para ocuparme de sus tetitas, apretándolas y estrujando sus pezones con controlado vigor. Por fin, al cabo de un rato de este maravilloso trajinar, sentí como mi cabeza se nublaba, mi polla se quedaba rígida y pude observar que del capullo que asomaba entre las nalgas de mi prima comenzaban a brotar borbotones de semen que caían sobre su culo y el nacimiento de su espalda, mientras ella no dejaba de oprimir sus cachetes sobre el miembro que se vaciaba sobre ella. Por fin, salí de aquella húmeda y adorable funda, limpié con un pañuelo la inundación de su culo y volví a subir sus bragas y su falda. Mi prima se giró, sonrió levemente, y musitó su: “qué malo eres…”. Y aquí no había pasado nada.

Un par de meses después, nos quedamos solos por más tiempo. Decidí cumplir una fantasía: desnudar a mi prima y regalarme con su cuerpo, piel contra piel. Tras unos preliminares toqueteos de entrepierna, la acompañé de la mano a mi habitación. Allí la senté en la cama y la estiré. Comencé a quitarle la ropa, con tranquilidad, tomándome mi tiempo para desnudarla. Ella, para variar, leía un tebeo, y se dejaba hacer, lo cual ya era como la marca de la casa. A mí me daba mucho más morbo, las cosas como son. Cuando le quité la blusa, con su colaboración como involuntaria pero efectiva, descubrí que las tetas de mi adorada pariente se habían empezado a desarrollar de manera contundente. Me encontré con un sostén que logré desabrochar con la torpeza habitual de los hombres, más cuando están enloquecidos de lujuria y deseo… Los apenas pronunciados bultos que yo había masajeado con tanta devoción, habíanse convertido en dos tetas pequeñas pero firmes, con unos pezones duros y erectos. Ni pude ni quise resistir la tentación, y chupé, lamí y apreté aquellas firmes y elásticas tetas durante un buen rato. Creí percibir gemidos por parte de mi prima, pero cuando alcé la vista, sin dejar de chupar, claro, la vi interesadísima en la lectura. ¡Viva la cultura! Por fin, tuve a mi prima completamente desnuda sobre la cama. Unas piernas regordetas pero bien torneadas acababan en coñito maravilloso, no demasiado arreglado, eso es cierto, pero devorable al cien por cien. Mi prima no era ni iba a ser delgada, pero lo que estaba claro es que sus kilos de más iban a estar muy bien repartidos. Me pudo el deseo, lo reconozco, y me abalancé sobre aquel coñito, abriendo sus piernas y hundiendo mi cabeza dentro de aquella maravillosa hendidura. Lamí, chupé, y me apoderé de su clítoris, dándole golpecitos con mi lengua endurecida, y provocando, ahora sí, innegables gemidos de placer en mi lectora favorita. Tras un rato rezando ante mi altar favorito, conseguí separarme de aquel coñito gelatinoso en el que hubiera muerto con gusto. Me levanté, me desvestí a toda velocidad, y giré a mi prima. Ahora yo estaba tendido en la cama, con su coñito en la boca, y la de mi prima estaba a la altura de mi polla endurecida. Comencé a lamer de nuevo, recorriendo su coño hasta su estrecho culito, al que también apliqué el tratamiento que tanto me gustaba. Por fin, no sé si por cansancio o porque sabía lo que esperaba, sentí como mi polla entraba en la boca de mi prima. Creí morir de placer. Sentía sus duras tetas contra mi abdomen, mientras ella lamía con ansia mi polla. Aquello hizo que redoblara mis esfuerzos en su coñito, y por fin sentí cómo mi prima apretaba las piernas contra mi cabeza y descargaba en mi boca lo que me pareció un torrente de flujo, que saboreé sin dudarlo, dando gracias a los dioses por aquel regalo del cielo. Yo tampoco pude aguantar demasiado, y sentí cómo mi ejército de soldaditos avanzaba al galope por los conductos internos de mi aparato reproductor. Pensé en avisarla, pero seguía con la cabeza hundida entre sus piernas, y supongo que sonó algo así como un “¡Me cofooo!” que mi prima no entendió. O igual sí, pero no lo demostró, porque se tragó mis descargas, duras y contundentes, como una campeona. Por fin, su cuerpo tenso se aflojó y cayó sobre mí, mientras los dos lamíamos con pereza y gusto los restos que habíamos logrado provocar en el otro.

Y este fue, amigos míos, el último contacto que tuve con mi primita. Al poco tiempo yo empecé a salir con una chica de mi edad, y aunque en alguna ocasión intenté algún acercamiento, la anterior colaboración se convirtió en un dulce rechazo, aunque acompañado por el sempiterno “qué malo eres”… Yo lo entendí y no volví a insistir más. Pensaba que todo quedaría como una locura de juventud, algo que jamás se repetiría, pero los dioses habían decidido que habría algo más…

Diez años después de ese último y tórrido encuentro, yo estaba embutido en un traje, con una copa de cava horrible en la mano, comiendo las típicas y tópicas croquetas del convite de la boda… de mi prima. Sí, allí estaba ella, recién casada con un tipo que me resultaba antipático y poca cosa para ella, aunque obviamente mi opinión no era del todo objetiva… Mi prima estaba guapísima, como todas las novias que han hecho de ese día el trabajo previo y duro de los meses anteriores. En aquella época yo estaba sin novia, y tenía pensado emborracharme concienzudamente y luego irme a dormir la mona a casa. No pude evitar sentir la comezón de los celos. En unas horas, yo estaría durmiendo borracho, solo, y aquel imbécil disfrutando de aquella diosa de la que tan buenos recuerdos tenía.

Pero como dicen, los dioses son traviesos. Mi tía vino hacia mí, apuradísima… Que se habían dejado no sé qué sobre con dinero en la nueva vivienda de mi prima, y que si la podía acompañar a buscarlo, porque su flamante marido ya daba señales de empezar a ir trompa y no se fiaban demasiado… Obviamente, me apresuré a decir que sí. Juro por todos los dioses que en esos momentos no albergaba el más mínimo pensamiento impuro, ni tejí ningún plan, ni nada parecido. Simplemente esperé durante largos minutos a que mi prima encajara en el asiento del copiloto sus telas, lazos, floripondios y colas varias, y nos fuimos a su casa.

Una vez allí, me dijo que el dichoso sobre estaba en una estantería de un armario de la cocina. Buen escondite… Me pidió que la sujetara mientras ella se subía a un taburete y lo cogía. Obviamente, me sorprendió que no me pidiera que me subiera yo, pero no hice ningún comentario, quizás porque ya percibía que de allí podría salir algo bueno… No obstante, mi mente seguía rechazando tal posibilidad. Mi prima acababa de casarse, y aquel destello que se encendía en mi mente no podía ser cierto… En esos pensamientos estaba cuando mi prima, encaramándose al taburete, tropezó y cayó hacia atrás. Afortunadamente, su querido primo estaba presto para sujetarla. Pero aquella acción de buen samaritano se vio levemente interferida por el recuerdo quizás inconsciente de tiempos pretéritos, y las manos que evitaban el porrazo de mi querida prima fueron respectivamente, y como por libre, a su culo y a sus tetas. Eso sí, no podía quejarse de la sujeción. Efectiva al cien por cien. Permanecí así durante largos segundos, con mi prima recostada contra mí, y dos manos que más bien parecían garras sujetando con fuerza su glorioso pandero y sus no menos gloriosas tetas, que en aquellos años se habían desarrollado de manera impresionante. Me quedé congelado, mientras observaba embobado la parte superior de sus tetas, es decir, la que yo no tenía sujeta, níveas, suaves, subiendo y bajando de manera desacompasada. No podía ser. Esperaba que en cualquier momento mi prima me pidiera que dejara de sujetarla y que la magia del deseo estallara en pedazos, pero aquello, amigos, no sucedión. Mi prima levantó hacia mí su preciosa cara, maquillada como una diosa, y musitó roncamente: “Qué malo eres…”  Y ahí, queridos lectores, fue cuando perdí la cabeza definitivamente. Me arriesgué a un guantazo de proporciones oceánicas, quizás al escándalo, pero sumergí la cabeza entre aquellas maravillosas tetas, sin que (¡Gracias, dioses!) mi prima pusiera la más mínima objeción. Con hambre atrasada de diez años, devoré aquellos pechos grandes pero jugosos, blancos como la leche, en los que se destacaban unos pezones incuestionablemente duros y mordisqueables. No hice el amago de besar a mi prima, ya que era consciente de la obra de arte en la que se convierte el tema de pintar a una novia, y lamentablemente, dentro de la maravillosa ocasión que el destino había reservado para mí, tuve que acelerarme en satisfacer mis bajos instintos. Así que, con todo el dolor de mi alma, dejé de atarearme en las tetas de mi preciosa primita y la apoyé sobre la mesa con el culo en pompa, si se me permite la expresión. Levanté el maremágnum de telas, frufrús, blondas y demás historias con las que se envuelve a las novias, y ante mí aparecieron las piernas de mi prima, con su punto justo de grosor, torneadas, envueltas en unas medias de seda coronadas por un liguero, y más arriba unas maravillosas braguitas de encaje blancas, que hicieron que mi cara se descolgara casi hasta la altura de mis rodillas. Aquello, amigos, era una maravilla. El blanco culo de mi prima desbordaba aquella bragas, pidiendo, gritando, exigiendo ser lamido y chupado como el manjar de dioses que era. No obstante, el tiempo apremiaba, y aunque mi prima seguía pacientemente apoyada en la mesa de la cocina, no era cuestión de llegar sospechosamente tarde. Con cierta brusquedad, bajé sus bragas, y ante mí quedó su maravilloso pandero, con un coño que yo venteaba húmedo y anhelante mostrándose por la parte de abajo. Como un rayo, desabroché mis pantalones y en un instante mi capullo se apoyaba contra la vagina de mi prima. Empecé a introducirlo lentamente, sintiendo como el calor de su dulce coñito acariciaba, envolvía y apretaba al embajador de mi polla. Dudé unos momentos, pero ni el más mínimo gesto indicaba que mi prima no quisiera que hiciera lo que a continuación hice, es decir, clavársela de golpe sin poder evitarlo. No sé si desvirgué a mi prima, o si ya había perdido su tesorito en la parte trasera del coche del soplapollas de su flamante marido. La verdad es que, como esperaba, ni una queja salió de la boca de mi dulce prima, mientras la follaba con ganas, sintiendo los golpes de mi cadera contra sus nalgas, apretando su culo, azotándolo en cada embestida. Quisiera decir que estuve mucho rato follándola, y ojalá que hubiera sido así, pero el tiempo apremiaba y mi calentura atrasada hizo que al poco tiempo comenzara a sentir cómo entraba en el punto de no retorno. Musité un “¡Me corro!” y comencé a hacer el movimiento para sacar la polla del interior de mi prima, pero ella no lo permitió. Echó el culo hacia atrás, pidiéndome silenciosamente que la inundara con mi corrida, y eso fue lo que hice, gritando como un desesperado y aferrando su culo con el ansia de quien sabe que posiblemente jamás lo volverá a disfrutar. En un último y salvaje empujón, dejé que mi semen ardiente inundara a la preciosa novia, mientras notaba su vagina apretándome la polla, como si quisiera ordeñarla para siempre. Por fin, con todo el dolor de mi alma, saqué mi polla empapada, dejé que mi prima arreglara su vestido mientras yo subía mis pantalones, y por fin, con el pecho subiendo y bajando y su preciosa cara arrebolada de color, me diera un suave besito en las mejillas mientras musitaba muy despacito: “qué malo eres…”.