Qué malo eres... Parte 1.
Un avispado adolescente se aprovecha de la pasividad de su primita para satisfacer sus más bajos instintos.
Todo lo que voy a contar pasó hace ya muchos años, pero es tan intenso el recuerdo que todavía, a día de hoy, me excito muchísimo cuando lo recuerdo. Y el caso es que mi primita no era nada del otro mundo. Tenía catorce años, gordita, sin apenas tetas, era una niña que no llamada demasiado la atención. Pero tenía algo, un punto de exhibicionismo, no le importaba mostrarse ante los demás, y en los juegos de "médicos" en los que nos involucrábamos todos los primos, nunca ponía obstáculos a nuestros aparentemente infantiles tocamientos. Supongo que la cosa no habría llegado más allá, de no ser por una tarde en la que estábamos en casa de sus padres, mis tíos, en una de las eternas y aburridas visitas "de mayores". En un momento determinado, mi primita y yo nos encontramos solos en su habitación. Medio jugando, yo me eché encima de ella cuan largo era, y noté su cuerpo bajo el mío. Irreflexivamente, me restregué contra ella, aunque no duró demasiado. Ella solamente murmuró, sonriendo: "qué malo eres", con el tono que emplea quien desea eso precisamente, que seas malo. Rápidamente alisé la cama, arrugada por nuestro peso, y salí de la habitación azorado. No obstante, aquel breve instante me dejó terriblemente excitado, y en mi cabeza se instaló la idea de que debía ir algo más allá con mi primita.
Al cabo de unas semanas, fueron sus padres los que visitaron a los míos. En un momento dado, mi prima y yo nos quedamos solos viendo la tele. Ella no daba ninguna señal de querer repetir los roces de la vez anterior, por lo que me armé de valor y empecé a deslizar mi mano por el sofá, hasta que contacté con la suya. Ella no la retiró, por lo que me fui haciendo más valiente, acariciando su mano levemente. Mi excitación iba en aumento, y con el ardor propio de mis dieciséis años, cogí su mano e irreflexivamente la puse sobre mi entrepierna, dejando que se posara sobre mi polla, que a esas alturas estaba dura como una piedra. Aguanté la respiración, esperando que retirara la mano, pero para mi sorpresa no solamente no lo hizo, sino que, siempre sin dejar de mirar la televisión, empezó a apretar mi polla, unas veces hacia abajo y otras cogiéndola, como si quisiera calibrar su dureza y tamaño. Yo empecé a respirar entrecortadamente, ya que la mano de mi primita se movía con descaro sobre mi polla. A veces se la cogía con la mía, para apretarla un poco más, o para deslizarla sobre mi aparato, que estaba a punto de estallar de gusto. Mi prima seguía mirando la televisión, como si su mano fuera independiente de ella, y yo me mordía los labios ante la inminencia de un orgasmo brutal.
Por fin, sin poder aguantarlo, puse mi mano sobre la suya y comencé a restregar mi polla a lo largo, como si me masturbara con la mano de mi prima por encima del pantalón, cerrando los ojos y sintiendo como el semen salía con el ímpetu de la juventud y causaba una inundación dentro de mis pantalones. Seguí jadeando durante unos instantes, con la mano de mi prima todavía sujetando mi polla, mientras ella parecía ajena a todo y seguía mirando la televisión. Había encontrado un filón que sin duda iba a aprovechar.
En otra ocasión, también nos quedamos solos, y en el acto coloqué la mano de mi prima sobre mi polla erecta, comenzando automáticamente el festival de apretones con su manita, trabajando mi entrepierna de una manera torpe pero que a mí me llevaba al séptimo cielo. En esa ocasión, no me quedé quieto, y pegándome a ella coloqué yo también mi mano sobre su entrepierna, aunque sin atreverme a bajarle el pantalón, por temor a que nos pillaran. Y allí estábamos los dos, como dos buenos primitos, cada uno apretando y estimulando la entrepierna del otro. Ella no parecía verse afectada por mis toqueteos sobre su coño, aunque tampoco hacía nada por quitarme la mano. Seguía cogiéndome la polla por encima de los pantalones. Eso sí, para esa ocasión yo había elegido un pijama, por lo que su mano me estaba dando mucho más placer, si cabe, que la vez anterior. Así, en poco rato volví a correrme brutalmente mientras su mano sujetaba mi polla con fuerza y la mía apretaba su coñito por encima de los pantalones.
En cada visita de mi primita, me iba volviendo más osado. Un día la invité a mi habitación, "para leer unos tebelos". Ella se sentó en la cama, y yo a su lado. Cuando noté que mi familia se iba y nos volvíamos a quedar solos, la levanté, tirándole de las manos. Ella obedeció, sin oponer resistencia, y aparentemente interesadísima por el tebeo. Yo la senté, sin quitarle la ropa, sobre mi polla, con lo cual su culo se apoyó sobre mi polla, dura como para partir nueces. Ella ni se inmutó, pero yo aproveché para sujetarla por la cintura, levantarla y sentarla sobre mi entrepierna, agitándome bajo su buen culazo como si fuera una serpiente. Sentir sus posaderas sobre mi polla daba un gusto tremendo, pero me excitaba todavía más su pasividad, como si fuera una muñeca a la cual yo pudiera manejar a mi antojo. La movía hacía arriba y hacia abajo, delante y atrás, siempre buscando un orgasmo que me haría perder la cabeza. Por fin, tras un rato de baqueteo, apreté el culo de mi prima contra mi polla y dejé salir el surtidor de semen, mientras la cabeza se me iba del inmenso gusto que estaba sintiendo.
A esas alturas, ya no me cortaba nada con mi prima. En cierta ocasión, estábamos con la hija pequeña de unos vecinos, una niña de corta edad que estaba pululando por allí. Mientras ella vigilaba a la niña, me entró un calentón y cogí nuevamente la mano de mi prima, llevándola de golpe a mi entrepierna y sin soltarla la restregué sobre mi polla hasta que estallé en un torrente de esperma que me dejó los huevos totalmente pringosos de semen, mientras mi prima le hacía carantoñas a la niña con una mano y tenía todavía mi polla cogida con la otra.
Por fin, me atreví a dar un paso más. La pasividad de mi primita me volvía loco, a pesar de que, como ya he dicho, su cuerpo no era nada del otro mundo. Pero se dejaba hacer de todo, y eso a ciertas edades se convierte en lo primordial. Nos volvimos a quedar solos, y en esa ocasión decidí devolverle a mi prima todo el placer que ella me había dado. Seguía leyendo su tebeo, como si nada de aquello fuera con ella, mientras yo la echaba hacia atrás en la cama y desabrochaba sus pantalones con cuidado. Introduje mi mano con cuidado por debajo de sus bragas, notando el calor que emanaba de su coñito infantil. Ella no decía ni pío, aparentemente interesadísima en su tebeo. Yo seguí explorando y me topé con los primeros pelitos de su coño, que acaricié con curiosidad y deleite. Seguí empujando mi mano hacia abajo, y encontré un coño sorprendentemente húmedo, tanto que que mi dedo se fue hacia adentro. Ella gimió, y musitó sonriendo: "qué malo eres", y eso hizo que definitivamente perdiera toda precaución. Acabé de bajar sus pantalones hasta las rodillas, deslicé sus bragas hasta medio muslo, y me puse a trabajar aquel coñito con empeño y dedicación. Buceé entre su bello púbico, separé sus labios, y me puse a juguetear con mis dedos, deslizándolos por lo que ya era un coño encharcado como dictan los cánones. A todo esto, mi prima, sí, lo habéis adivinado, seguía leyendo su tebeo, como si el hecho de que su primo del alma le hubiera bajado las bragas y le estuviera haciendo un pajote de campeonato no fuera con ella. Decidí prestarle también un poco de atención a su culo, y deslicé mi mano libre bajo sus nalgas. Mi prima, toda servicial, levantó un poco sus nalgas para permitir a mi traviesa mano apoderarse de su culazo, que amasé con verdadero deleite. Mientras con una mano no dejaba de trabajar su coño encharcado, jugueteando con un clítoris que respondía con alegría a mis tocamientos, con la otra me aventuré en su ojete, no sin antes subir un poco para recoger un poco del jugo que su coño ya segregaba como si fuera una fuente. Introduje un dedo, superando sin dificultad la leve resistencia de su esfinter, y comencé a estimula ano y coño, metiendo y sacando dedos como Pedro por su casa. Por fin, un estremecimiento de su cuerpo, junto a un intenso chapoteo de su coñito, me indicó que mi bendita prima había tenido su primer orgasmo, a todo esto sin soltar el tebeo, que debía se de lo más interesante.
Aquello fue más de lo que puede aguantar. Ignorando el hecho de que pudieran descubrirnos, me incorporé, bajando mis pantalones a toda prisa, quedando frente a ella con mi polla dura como un menhir. Le abrí un poco las piernas, me eché sobre ella y empecé a restregar mi polla por la raja de su coño, húmedo y caliente. Creí escuchar un nuevo: "qué malo eres", mientras sujetaba mi polla y apretaba el capullo contra sus labios. Sentí cómo los mismos se abrían, y vi mi glande desaparecer ente aquella maraña húmeda de pelos. Afortunadamente, conservé algo de juicio, y pude controlar las ganas de empujar y follarla con fuerza, Dejé mi glande dentro y comencé a meterlo y a sacarlo. Con una mano agarraba mi polla, y con la otra busqué sus pequeñas tetas, apenas dos bultos coronados por dos deliciosos pezoncitos, y las masajeé y apreté con ganas. Sentía cómo mis huevos pugnaban por vaciarse en aquel coñito húmedo y jugoso, mientras creía morir del placer. Por fin, no pude controlarme más, y sacando el glande en el último instante, descargué lo que me parecieron litros de leche sobre la barriga de mi dulce prima, mientras me mordía los labios para no gritar de placer. Así permanecí unos instantes, echado sobre ella, despatarrada sobre la cama y con una enorme mancha de semen sobre su estómago. Con mi pañuelo, limpié como pude la inundación, subí sus braguitas y sus pantalones y caí derrengado a su lado. Ella apartó durante unos instantes la vista del tebeo, me miró sonriente y musitó: "qué malo eres..."