¡Qué historia la nuestra! (3)
Tres de campeonato. ¿Alguna vez les ha sucedido que lo único que quieren es hacer el amor, aún después de haber disfrutado mucho del sexo con el objeto de sus deseos? A mí sí.
Que historia la nuestra (III)
Tres de campeonato. ¿Alguna vez les ha sucedido que lo único que quieren es hacer el amor, aún después de haber disfrutado mucho del sexo con el objeto de sus deseos? A mí sí.
Yo me llamo Marcelo y desde que tengo uso de razón mis erecciones han sido de exposición. A mí mismo me ha dado impresión la dureza de mi pija que además se pone tiesa muy fácilmente y en cualquier lugar. No hace falta que esté pensando en sexo para que me ocurra esto sino que lo hace solita como si tuviera vida propia. Me he visto envuelto en cada embrollo que, para que los demás no lo notasen, he decidido no prestarle atención y si lo hacen, de todos modos, es problema de ellos. Por otra parte el tamaño de mi instrumento es importante y he caído en cuenta de esto cuando algunas personas me dijeron: ¡es la más grande que he probado! Toda mi vida pensé que la constante excitación se me pasaría cuando tuviera en la cama a mi verdadero amor y sexo a destajo. ¡Error! También pensaba que si mi pareja tenía una gran dilatación por la práctica (¡vamos! que estuviera re-culeado) me sería fácil la penetración. Otro error. Nunca es suficiente la lubricación. En lo que respecta a mi parte dorsal las cosas son distintas: siempre tuve claro que entraría el pene que yo quisiera y que yo colaboraría para que no hubiera dolor, sino placer. Bueno es decirlo que más me gusta ponerla que recibirla. Sentir la braza horadando mi interior es algo que reservo para casos muy especiales como este que es la continuación del relato de mi historia con Lito. Lito era un adolescente con la mayoría de edad recién cumplida y una mirada tan tierna que, invariablemente cada vez que dirigía su atención hacia mí, yo me derretía. Él conseguía doblegar mi voluntad como nadie lo había hecho antes. Era cariñoso y bueno. Tenía una espalda morena impecable que me ratoneaba con sólo verla y que he acariciado miles de veces dibujando nuestro futuro. Lito fue uno de mis amores de esta vida terrenal y nos ha unido la admiración mutua que aún hoy tenemos. Mi hombrecito era eso, muy hombrecito, muy masculino, lleno de rulos color sepia, cejas tupidas, nariz pequeña, ojos pardos muy profundos, vientre plano, piernas musculosas, brazos largos y sonrisa eterna. A él una erección le cuesta casi lo mismo que a mí: cinco segundos y se arma con una lanza de piedra. No tan gruesa como la mía pero importante, como para tener en cuenta. Muchas veces me sorprendió con sus actitudes sexuales porque lo he visto cauto y lo he visto hecho un macho en celo. Podía combinar exitosamente a su parte racional con una especie de instinto animal incapaz de resignarse a una pérdida. Lito me aseguraba que antes de mí apenas tuvo dos acercamientos con alguno de su mismo sexo y que consistieron en algunas mamadas que le dieron, sin llegar a término, y un intento frustrado de penetrar a un compañerito cuando era un niño. Luego de esto sólo practicó con mujeres, cosa que conozco muy bien porque estaba saliendo con una cuando me redescubrió y se pegó a mi vida. Se hizo dueño de mí y vaya que me agradaba. Yo me hice dueño de él y a él también le gustaba. Nuestra relación era todo un desafío que estábamos dispuestos a enfrentar en silencio. Yo por cuestiones laborales y por no desilusionar a mi familia no estaba dispuesto a salir del armario. Pasaba el día con mis actividades normales, es decir, trabajo y salidas con amistades y todo estaba muy bien, hasta que... me acordaba de Lito. Entonces, desaparecía el mundo entero y se me aparecía su imagen que me miraba con picardía pero en silencio. Me veía obligado a pensar qué estaría haciendo en ese momento y sentía como consecuencia unos deseos irrefrenables de llegar a su encuentro. Mi amigo moreno dormía conmigo en una cama de una sola plaza, a pesar de tener cada uno la suya, y jamás nos molestamos; esto permite imaginarse lo bien que nos sentíamos juntos. Sin ropa. Siempre sin nada de ropa. Dormir desnudos y juntos era uno de nuestros pactos que más tuvo que ver con la pasión que sentíamos que con exhibir nuestros cuerpos. Nos daba seguridad del uno con el otro. En otras palabras era un símbolo de nuestra fidelidad, de nuestro compromiso. Hiciéramos o no hiciéramos el amor nos sacábamos hasta los calzoncillos antes de meternos en la cama y si por una de esas casualidades nos olvidábamos, inmediatamente lo recodábamos y nos despojábamos de la prenda que nos impedía contactar nuestro cuerpo entero. Cuando no estábamos solos en nuestra casa o en cualquier otro lugar donde fuéramos de paseo dormíamos separados pero siempre invariablemente en camas próximas que nos permitían estar al alcance de la mano o deslizarnos entre las telas. Fuimos consecuentes, cómplices, amigos y amantes de casi todos los días que estuvimos juntos y muchos más aún después. Muchas veces hicimos el amor. Algunas fueron mágicas, otras fueron salvajes, pero recuerdo tres que hubieran merecido presentarse en un campeonato. Aquí va el relato: La mágica. Aquella noche era silenciosa y lo suficientemente clara como para dejar que entrara una tenue luz por la ventana de la habitación, que estaba levantada unos veinte centímetros, y no encender ningún artefacto eléctrico. La música , infaltable entre nosotros, salía de los parlantes del aparato de audio que nos acompañaba en el otro extremo de la habitación. De pronto se tornó romántica y se comenzó a gestar entre nosotros ese clima que inevitablemente se iba a dar de un momento a otro. Tuvimos momentos de silencio, pero ese silencio cómplice. Yo disfrutaba esto de estar solos porque, a decir verdad, siempre me gustó la soledad, pero la soledad acompañada, la soledad de a dos. Es tan íntima que los solitarios se vuelven cómplices, muestran su mundo interior con sus luces y sus miserias. Y se puede uno divertir y se puede jugar y se puede amar. En definitiva se siente felicidad... aunque sea atrás de cámaras, en el armario o en la cornisa. De repente cruzamos una mirada decisiva. Era el momento. Lito abandonó todas sus resistencias y se recostó dulcemente en el suelo como invitándome a acercarme. Descendí con ternura y lo besé en los labios, pero la ternura se fue convirtiendo poco a poco en pasión. Yo me acosté boca arriba y Lito se acostó a lo largo encima de mí. Así nos seguimos besando. Este era una práctica que nos apetecía a ambos pues el contacto de nuestros cuerpos, desde la punta de los pies hasta la cabeza, nos fascinaba. Así como estábamos nos abrazamos y mientras nos besábamos los labios, la cara y el cuello, mis manos recorrían una y otra vez sus nalgas y su espalda y las manos de mi muchachito dorado se concentraban en mis pectorales y en mis hombros. Tocar a Lito era tocar un cuerpo de efebo: magro pero musculado, firme con cada cosa en su lugar. Un culo esculpido a la perfección de un color trigo oscuro y con una vellosidad tenue pero uniforme y oscura. El aroma que yo reconocía como afrodisíaco se desprendía de su cuerpo. Nuestros penes se rozaban y se endurecían y tomaban el control de la situación. Desde ese momento nos entenderíamos sin palabras y daríamos o cederíamos todo el uno por el otro. Me pareció oportuno no apurar el momento y proponerle a Lito hacer un 69 para sentirnos en comunión con nuestro sexo. Le pedí a Lito que girara y me chupara la pija, pero que se quedara arriba mío así yo podría alcanzar la suya. Pronto sentí sus labios apenas calientes rozando mi glande que parecía mármol de color cereza. Con movimientos tímidos comenzó a hacer subir y bajar su boca a lo largo de mi lanza mientras tanto yo succionaba su pito color ámbar con entusiasmo. Él arriba, orientado hacia el sur de mi cuerpo, justo allí, comiéndose mi península y yo abajo, ahogándome con su palo mayor. ¡Que sensación de satisfacción siento cuando tengo su pija dura en mi boca! La textura ultra lisa y suave del glande húmedo, deslizándose arriba y abajo en mi boca, aumentaba mi nivel de excitación que se traducía en un acompañamiento apasionado de los paños de mis labios. Le lamí la lanza a lo largo y a lo ancho. Me detuve en su base y en el prepucio y luego chupé, succioné y devoré su pija. Me encontré con sus vellos oscuros haciendo cosquillas en mi nariz y respiré su aroma que me embriagó, como siempre lo hacía. Al mismo tiempo que sentía esta devoción por hacerle una fellatio a mi muchachito, él me la estaba haciendo a mí. Su boca tenía atrapada la corona de mi verga y se enardecía a medida que sentía en carne propia los placeres de la lengua. Tenía ojitos de sacrificio pero orgullo de guerrero y engullía la carne con soltura. Como nuestras alturas son diferentes y yo le llevo doce cm. a Lito, es que mientras él me chupaba la pija y yo se lo hacía a él, a mí me costaba un esfuerzo extra porque debía doblar mi cuello y traer su estaca firme hacia atrás. Esto me permitió ir deslizando mi lengua a lo largo del perineo e ir peinando sus oscuros vellos que lo adornaban. Como estaba tan próximo me detuve a observar la textura y el movimiento de su ano. Yo siempre abajo, boca arriba, y él arriba mío con la cabeza en mi centro energético de modo que su ano estaba ante mi nariz. Estaba limpio y lucía rosado y cerrado; a pesar de las cojidas que le había dado ya, entonces me dediqué a lamerlo con paciencia Su respuesta fue más ritmo a su trabajo y por lo tanto yo lo lamí y lo chupé con ahínco agarrando sus muslos con mis manos y recibiendo el tratamiento esperado. Un ligero sabor ácido-metálico invadió mi lengua pero lo realmente importante era lo que comenzaba a inundar mi mente: horadar esa preciosura que tenía ante mí, pero abrirme paso con algo más potente que la lengua: mi lanza de piedra. Le pedí a Lito que se sentara lentamente sobre mi pija, me miró como diciendo ¿No será muy doloroso? Pero aún así no dudó y se preparó para la entrega, en cuerpo y alma, más importante de su corta vida. Mi muchachito de dieciocho años, humilde, cariñoso, brillando siempre con su luz propia, decidió complacerme. Se sentó a mi lado y miró mi verga en su máxima expresión como midiéndola, entonces se puso de rodillas y allí tomó la determinación de seguir adelante. Pronto se paró y se ubico arriba de mi volcán, todavía muy lejos en el aire, y mientras, venía hacia mí que estaba tieso, como una momia, pero con el sexo duro como el acero, yo pensaba acerca de la suerte que tenía al quererlo a mi querubín y que estuviera allí conmigo. Fue acercando su culo hacia mi palo mayor y pronto llegó. El shock del contacto entre los cuerpos fue mágico. El calorcito de los pliegues del culo de Lito en la cabeza de mi pija me transformó en pura llama y ya no habría vuelta atrás. Sin embargo llegó el momento de hacer mi sacrificio ante tal entrega que consistió en frenar el fuego, resistir la pasión y ser suave y tierno hasta el mismo momento del orgasmo. Lito se dejó caer hasta que sus nalgas tomaron contacto con mis muslos. Mi verga entera dentro de él hurgueteando en las vellosidades de su recto. La sensación más agradable y placentera que conozco. Quise tomar conciencia del momento antes de que terminara y lo abracé por las caderas, por las nalgas y por la cintura. Acaricié su vientre, su espalda y sus pectorales. Luego toqué el beso de los cuerpos: la base de mi pija y el anillo húmedo que la engullía. Acompañar el ritmo lento de mi cojida con la mano me permitió sentir con todo el cuerpo, con mi vientre agitado, con mis piernas largas, con mi boca entreabierta, con mi lengua incansable, con mi cerebro. Alternamos las voluntades de manera que él manejó el ritmo primero subiendo y bajando a lo largo de mi basto; luego yo sosteniendo su cuerpo con mis manos y manejando el movimiento con la pelvis: la metía y la sacaba todo lo que podía. Mis ojos daban crédito. Duró largos minutos por nuestro empeño en demorarlo y hacerlo suave y tierno. Pero todo llega y al fin ya no pude resistir, entonces la energía que había acumulado, que era mucha, se disparó y se sucedieron distintas explosiones y contracciones de la gloriosa próstata. Jamás había emanado tanto semen que fluía dentro suyo, una cascada, un manantial, una cadena de temblores. Le pedí que se quedara quietito por un instante para poder saborear el placer recibido y luego, ya derrotado, le pedí que se bajara de mi pelvis y se recostara en mi hombro. Cuando lo tuve tan cerca de mí le susurré un -te quiero- y él me contestó -yo también- Así permanecimos un rato largo y nos venció el sueño. La noche seguía clara y cada vez que me despertaba pensaba en mi suerte, en nuestro futuro y en... la magia del sexo. La salvaje. Lito y yo estábamos de vacaciones, esto significaba que teníamos todo el tiempo del mundo para vivirlo en pareja. Nos dedicamos a trabajar en casa y luego salíamos a divertirnos jugando al pool o al bowling. Cuando estábamos en nuestra casa la mayor parte del tiempo teníamos visitas de amigos, familiares, ex alumnos, mujeres que nos pretendían y otras personas que llegaban hasta nuestro hogar. Debo decir que nosotros recibíamos a todos y se quedaban bastante tiempo mirando películas, jugando a las cartas o simplemente conversando y muchas veces los muchachos amigos se quedaban a dormir. Quiero recordar que nadie, excepto nosotros dos, sabía de nuestro romance lo que convertía nuestra relación ante los demás en una firme amistad. Hubo casos de mujeres que se morían por quedarse con nosotros tratando de conquistarnos o tan siquiera tirarse un polvito... aunque nunca tuvieron suerte. Recuerdo a dos mujeres que eran madre e hija y nos buscaban a ambos; nos visitaban, nos traían regalos, nos cocinaban pero de aquello ni jota. Hasta dos o tres mujeres compitiendo por mí tenía que aguantarme y luego ya de noche y a veces hasta de madrugada mi muchachito y yo las acompañábamos hasta la casa. Es que ni se imaginaban que nosotros fuéramos amantes y nosotros habíamos elegido permanecer en el anonimato, no salir del armario. Nos conocíamos tanto que nos manejábamos con códigos de miradas entonces uno nunca dejaba al otro sólo e intervenía para frenar cualquier avance de los demás. El tiempo puro entre nosotros era poco pero cuando lo teníamos lo aprovechábamos con creces. Hubo un domingo que, milagrosamente, estábamos solos y nos levantamos cerca del mediodía. Tuvimos una comida frugal con mucho diálogo y algo de humor, luego caminata hasta el río para volver a la casa y hacer algunas tareas del hogar. La serenidad de la tarde se instaló en nuestras almas y nos volvimos peligrosamente cómplices, de manera que ya había comenzado el juego de la seducción mientras mirábamos cine en video. Yo me dediqué, luego, a hacer algo de mi trabajo mientras Lito preparaba algo para la cena. Estaba mi compañero parado de frente a la mesada muy concentrado en su tarea cuando a mí se me encendió el deseo... ¡Mmmnnn! Él estaba allí, a pocos pasos, sólo tenía que levantarme de la silla y caminar en dirección a la cocina. Ahí estaba y yo me acerqué sigilosamente mientras trataba de buscar en mi intuición qué iría a suceder esta vez entre nosotros. No lo sabía porque siempre era distinto, cada ocasión era una aventura que no se había escrito aún. Cuando estuve cerca de Lito me acerqué suavemente y lo abracé por detrás apoyando mi pelvis sobre los glúteos de él entonces mi amorcito siguió con su tarea en la cocina pero sonriendo y seduciéndome con sus palabras. Él sabía que me resultaba irresistible y que ya estaba entregado al juego del sexo y del amor. Mi efebo Lito sacó su trasero hacia atrás como provocándome y yo respondí desprendiendo sus pantalones vaqueros que, inmediatamente, cayeron al suelo. Me encontré con el espectáculo más maravilloso que la naturaleza me haya prodigado: las nalgas doradas y perfectas del hombrecito que yo deseaba que se adivinaban debajo del slip blanco que él llevaba puesto. Se dio vuelta, nos besamos con ganas y pude sentir su miembro erecto pujando por salir de la trampa del slip. Yo, armado hasta los dientes, duro como el quebracho, sediento de su cuerpo pero sin desear más su culo que su pija en ese momento. Nos tocamos, nos acariciamos y nos besamos sintiéndonos libres y unidos como nunca. Gracias a Dios tuvimos un día a solas para vivirlo y hacer historia de nuestra relación. Como era verano adentro de la casa hacía calor y ya varias veces habíamos hecho el amor con la ventana abierta de par en par, esto nos ponía en peligro de ser descubiertos ya que la ventana daba al pequeño patio de la casa y al final del mismo había una pared que comunicaba con el patio del vecino. Si alguno de la casa de al lado se asomaba por encima del tapial, podía vernos a través de las cortinas de tul azul que se agitaban con el aire del ventilador, ya que la luz casi siempre estaba prendida porque Lito no quería perderse el espectáculo de ver su propia cojida. Otras veces lo hemos hecho bajo la ducha con todo el condimento que esto tiene. Pero esta vez fue distinto. Se me ocurrió pedirle a mi amante trigueño que esta vez hiciéramos el amor en el patio. Para esto fui al placard y traje un colchón de goma inflable que usaba para los campamentos. Él estuvo de acuerdo. Me indicó con un gesto que los vecinos estaban en el patio y podían vernos o escucharnos. Yo con la mirada le sugerí que probáramos ponernos en riesgo para que esta vez nos acompañara la adrenalina con el sexo. Me recosté en el colchón silencioso boca abajo, de cúbito ventral, instintivamente ya había decidido que cedería mi hueco a la única pija que podía darme placer y sosiego. Estaba vestido con pantalones de lino náuticos, camisa de bambula en colores pasteles y un slip color amarillo que me quedaba un poco flojo en la entrepierna. Lito me quitó las zapatillas y luego los pantalones, entonces me quedé con el slip y la camisa acostado con el culo hacia arriba. Seguí el juego y como no podíamos hacer mucho ruido adrede no colaboraba con las intenciones de él. Se acostó arriba mío y me besuqueo la cabeza, el cuello y los hombros. Yo no respondía, a pesar que lo deseaba con toda mi alma, entonces giré la cabeza y le vi un brillo distinto en sus ojos pícaros. Me pidió que me sacara el calzoncillo y no lo hice; sus ojos destellaban su intención. Me regocijé por lo que adiviné venir. Me puso las manos en los glúteos como para reconocer su territorio, los acarició hasta llegar a la costura de mi prenda, soltó un suspiro de calentura y me descosió los slips, los desgarró, los rompió, me los sacó y los revoleó para atrás. Lito se sentó sobre mis nalgas y observó diez segundos el panorama luego me sometió abriéndome los cantos de mi culo y poniéndome ipso facto su estilete en el orificio caliente. Empujó una vez, cedió y entró la cabeza morena y superdura, dio otro empujón y entró la mitad, dio una tercera embestida y estaba toda adentro. Yo estaba entre asombrado de su instinto salvaje y regocijado por sentirme objeto de su deseo. Me gustó que se metiera de prepo pero con permiso dentro de mí. Lito comenzó su batalla contra la montaña rusa del orgasmo; había mucho por remontar y una caída espectacular y placentera por disfrutar. Me la metía y me la sacaba casi hasta afuera para volverla a meter y volverla a sacar una y otra vez. Su cuerpo tomó un ritmo y una cadencia que volvería loco a cualquiera. No podíamos hablar mucho por la situación del lugar comprometido y eso nos agregaba más adrenalina y más placer. Me cojió con fuerza pero con mucho sentimiento, yo sentía su respiración excitada pero ahogada y no le hablé; nos comunicamos con caricias apasionadas y miradas encendidas. Su ritmo se entrecortó y luego volvió a tomar más fuerza que iba in crescendo hasta que su cuerpo se paralizó y se estremeció. Entonces realizó el sacrificio del silencio y brotaron de su garganta unos quejidos de placer que ahogó en la boca, cerca de mis oídos, tumbado en mis espaldas se agarró de mi vientre y quiso fundirse con mi cuerpo. Yo lo ayudé desde mi posición puse los brazos hacia atrás y empujé sus nalgas hacia mí como para que su estocada final tocara más adentro mío. Me inundó, sentí su semen recorrer mi recto, sentí su pija y cada uno de los espasmos de su próstata en mi interior. Se desplomó sobre mí y buscó mi oído izquierdo para decirme -te quiero. Ya era de noche y nos quedamos así un largo rato tratando de saborear el momento. La peligrosa Un día de ese verano que no recuerdo si era Viernes o Sábado recibimos la visita de dos hermanos amigos. Cuando llegó la noche ellos se fueron a bailar y nos quedamos Lito y yo solos. ¡Qué problema! Era lo que queríamos y tuvimos una hermosa noche de amor y sexo pero corrimos aún más peligro que la vez anterior. Como pensamos en no levantarnos cuando volvieran de bailar los hermanos, que eran mis amigos pero nada sabían de lo nuestro, les dimos una llave de la puerta para que entren sin llamar. Error. Todavía hoy pienso que fue un error. Ese día teníamos la noche para nosotros solos, entonces cenamos, hablamos de cosas nuestras, nos miramos mucho, nos reímos mucho y luego con el espíritu azucarado por nuestra seducción decidimos entregarnos al sexo. Nos sentamos en el living-comedor, en el suelo de cerámico fresco. Chupé esa pija grande y dura, dorada como el pan, con deleite y con juegos. Recorrí su base, sus vellos, su contorno, sus venas, la arteria que la alimenta, el prepucio, el frenillo, el contorno del glande, la cereza y su boca, toda su pija ida y vuelta. Luego succioné como si comiera un helado y la fuerza de mis labios apretaba su carne y le sacaba quejas. ¡Qué mejor que un hombre chupando la verga de otro hombre! Nosotros dominamos el tema porque sabemos qué nos gustaría sentir, sabemos de ritmos, de tiempos, de entrega. Sabemos cuando seguir y sabemos cuando no detenernos y cómo recomenzar si utilizamos el coito reservado. Sabemos tragar o desechar sin que parezca un desprecio. Sigamos con el relato: Lito me puso las manos en los hombros en señal de que no siguiera y yo dejé su pene glorioso, todavía altivo y lo refregué por mis ojos. Después nos incorporamos de rodillas en el suelo y nos apretamos los cuerpos, nos refregamos, nos tocamos, nos sentimos, nos besamos y nos dijimos muchas cosas del momento. Yo tomé su cabeza y con sus cabellos en mis manos lo miré y le dije -quiero penetrarte como un perro. El bajó su vista dándome a entender que aceptaba el sacrificio. Lo guié a la posición de rodillas y con las palmas en el suelo entonces puse aquella balada de amor que envolvía el momento y me acerqué por detrás apuntando mi pito grande, blanco-rosado y bien duro hacia su ano. Lo dejé besar ese agujero y el calor y los movimientos apenas perceptibles de sus pliegues me transportaron al cielo. Por primera vez escupí en su agujero y escupí mi falo una y otra vez hasta que se hartó de estar seco y conecté las dos piezas calientes como el fuego. Taladré su ano varias veces hasta meter la mitad adentro. Lito se quejaba y me hizo dudar pero cuando palpé su pene bien erecto me di cuenta de que lo estaba gozando. Y ahí va friega ese agujero una y otra vez hasta que me vacié adentro, a media máquina porque no estaba toda mi pija adentro. Lo llené por dentro y por fuera y su culo rezumaba leche, de la mía, de la más caliente del mundo cuando él estaba en la otra punta de mi lanza. Seguimos jugando y riendo hasta que Lito me dijo que quería cojerme él también como un perro porque era su posición favorita, la que alimentaba sus fantasías eróticas, la que le permitía ver y potenciar su energía en el falo con el que se me metía dentro. Me puso en cuatro patas y me untó el culo con crema para las manos; a continuación se untó el sable con la misma crema. No necesitó mucho para que su apéndice más largo se colara en mi recto. Me pegó un touché y la crema hizo el resto; se deslizó su pene con facilidad y esta vez me cojió muy lento. Entraba y salía despacio como sintiendo el roce de la cojida en toda la longitud de su verga. Tomó un ritmo suave pero uniforme que a mí me relajó y me permitió disfrutar a pleno. Como era lento se hizo más largo que de costumbre y juro que si hubiera contado las serruchadas en mi culo habrían sido más de mil o mil quinientas. Eterno, pero distinto a otras veces y también placentero. Ambos suspiramos cuando al fin llegó el orgasmo, se vació adentro y nos quedamos en silencio después del infaltable -te quiero, -yo también te quiero. Abrí mis ojos a consecuencia de haber escuchado un ruido dentro de la casa e inmediatamente me deslicé de la cama al suelo. Algo voló por arriba mío, giré la vista y era Lito que todavía estaba sobre mi espalda profundamente dormido y cuando salí de la cama su cuerpo subió en el aire para caer luego en el lugar que yo ocupaba antes. En unos segundos me di cuenta de todo: mis amigos volvieron de bailar y estaban abriendo la puerta de entrada de la casa con las llaves que les había dado anteriormente. Le pedí a Lito, desesperadamente, que se vaya a su cama y el señorito dormido y todo lo hizo rápido como el viento. Se alcanzó a tirar desnudo en su cama, yo le revoleé una sábana que cayó arriba de su pelvis y le tapó el sexo. Yo me acomodé y me puse el slip blanco que estaba en el suelo. Apenas terminamos entraron ellos. Ni se imaginan cómo practicamos sexo, como cojimos, como sudamos, cómo nos devoramos, como nos queremos. Pero estuvimos a un instante de perder nuestro mundo secreto. Autor: tumarcelito tumarcelito@terra.com