Que hacías allí?

Después de aquello que me pasó con Leo, casi a diario recordaba sus ojos grandes, su piel de gitano, su andar de depredador... me tendía sobre mi amplia cama y jugaba en las profundidades de mi imaginación con las calientes humedades de mi cuerpo. Todo aquello me llevó a una sola conclusión: Buscarlo

  • Despierte señorita, es hora de su baño

Misma hora, misma voz, mismo frío helándome el trasero y el alma, misma cara de lástima de la cuidadora de turno... el blanco que tiñe irremediablemente las paredes me recuerda que sigo aquí, en los veinte metros cuadrados que me dejaron para vivir. Por enésima vez maldigo la incandescencia de las luces que no dejan de torturarme cuando no tengo otra alternativa que despertar. Con los ojos enrojecidos y aún a medio abrir, examino mis cadavéricas muñecas... Es cierto, no lo soñé


Era la inauguración del que sería el lugar de moda, que lujo, que lugar, cuantos colores, que música... periodistas y gente de mi clase... todo un acontecimiento...

Allí lo conocí a él, a Leo, dueño del bar, era un apuesto chico de color bronceado, a quién jamás había visto a pesar de que esta es una ciudad pequeña y puedo decir que conozco a todo el mundo... Él, altísimo, fuerte, con grandes ojos y poseedor de una mirada muy intensa que abarcaba todo y a la vez no observaba nada... llevaba un brillante en el lóbulo de la oreja derecha, que destacaba más de lo normal por lo corto de su cabello, casi al rape, tenía un andar sigiloso, casi de enigma. Era lo que en mi argot yo llamaría "un salvaje".

No es mi tipo, pero me gusta, más no voy a acercarme, que se acerque él... O es que acaso no lo ha notado? soy la mujer más hermosa que hay en este bar, no se fija en mi?, no nota mi larga cabellera llena de rizos color miel, mis ojos inquietos, mis labios anhelantes, mi estrecha cintura, mi envidiable busto y mejor trasero. Debe estar loco, en esta ciudad hasta un ciego con solo olerme sabría que soy yo, la única heredera del segundo complejo industrial más grande de este país, y no termino de cumplir mi segunda década de vida...

Me senté en la barra con un par de amigas sin perderlo de vista claro está, él nos mira, pero hace su repaso como si nada, como si mis amigas y yo fuéramos la continuación de la pared. Quise no darle importancia, así que comenzamos a bailar sin pareja cuando el alcohol hizo lo suyo con nosotras... al borde de la madrugada y en el bochorno reinante trajeron a nosotras una ronda de tragos que no habíamos pedido... Ya llevábamos varios, suficientes como para no pedir más, el mozo jamás nos dijo quien los invitaba, a punto estabamos de rechazarlas cuando noté que mi margarita tenía una nota debajo que decía: "Espero que hayas disfrutado la inauguración de mi bar, si quieres un poco más de fiesta, haré una en privado para mis mejores amigos al cerrar".Leo .

Un salto en mi corazón y el tanatos en mi psiquis hizo que guardara discretamente la nota, que diera un fondo blanco a mi margarita y antes de respirar dos veces más, había cancelado la cuenta y salido de allí arrastrando casi con mis amigas que nunca entendieron mi apuro, mucho menos mi susto al salir. Pues si, de alguna manera en toda mi vida, todos me miraban pero al reconocerme, me adulaban absurdamente, las fachas de hombres de esta ciudad llegaron al punto de no abordarme, si no era a través de mi padre. Nadie jamás hasta ese día me había ignorado como lo hizo él y luego simplemente invitarme a una fiesta privada, sin reconocer como el resto mis apellidos de abolengo ó babearse sin cesar por mi belleza.

Después de aquello que me pasó con Leo, casi a diario recordaba sus ojos grandes, su piel de gitano, su andar de depredador... me tendía sobre mi amplia cama y jugaba en las profundidades de mi imaginación con las calientes humedades de mi cuerpo. Todo aquello me llevó a una sola conclusión: Buscarlo

Tenía todo listo para el viernes - todo ó nada - . Llegué sola al bar, el riesgo era demasiado, así que pedí una mesa que estuviera en un lugar discreto, no me senté en la barra como siempre hacía con mis amigas. Mis ojos no paraban de buscarlo. No Estaba! Tanta depilación para usar un microvestido, cuanto de mi mejor perfume, tanto rímel y él no estaba.

  • Sírvame una margarita señor por favor... No, no, mejor un José Cuervo, sin limón, solo sal, del dorado, si es tan amable.

Fueron uno, dos, tres shoot, ya empezaba a restarle importancia al motivo de estar allí, cuando sentí un ligero aire tibio en mi nuca y una voz. Simplemente dijo: "Hola", sin emoción, sin expresión, simplemente "Hola". Era una voz ronca y muy plácida. Sin voltear lo reconocí, era él, como pude? Jamás había escuchado su voz, pero era él, mi gitano sin cabello, mi salvaje.

Apenas voltee me encontré con él, tendría unos 30 años, con unos ojos negros como para perderse, rodeados por unas casi imperceptibles ojeras que servían para acentuar ese hálito de misterio que me tenía embrujada, que belleza tan extraña tenía aquel hombre. Se sentó frente a mi, traía en su mano un tequila.

  • Pensé que no te volvería a ver

  • Ya ves... aquí estoy – dije con una sonrisa un poco nerviosa –

  • Puedo tomarme mi trago contigo?

  • Jamás nos han presentado – Debo confesar que me soné estúpida cuando dije eso.

Pasó la palma de su mano por la nuca y por primera vez esbozó una sonrisa, amplia, blanquísima, perfecta. Sentí que era un gesto de burla por mi comentario. Aun así, me pareció más hermoso que antes...

  • Patty, Patty, no juguemos a los tontos, ya sabes que me llamo Leo. Y aquí todos sabemos quien eres tú.

Aquella demostración de audacia tumbó el resto de mi retórica de argumentos "aleja-tontos". Así que extendí mi brazo, tomé la sal, la esparcí en el ángulo que hay entre mis dedos índice y anular, la llevé a mi boca, con labios y lengua intenté abarcar todo el contenido y en un movimiento rápido pero sutil llevé con mi otra mano el tequila a mis labios, lo sorbí en un solo trago. A penas logré parpadear cuando lo vi muy cerca de mi, no atiné a reaccionar cuando su mano derecha tomó mi izquierda, dio una ligera chupada a los restos de sal que aún quedaban en mi mano y acto seguido también de un solo envión tomo el tequila de su vaso. Que decir? me quedé muda, se puso de pie, lo siguiente que escuché fue su voz:

  • Te sentaste aquí porque no querías ser reconocida, quieres venir a mi privado?

  • Pero...

A mi respuesta el respondió con darme la espalda y caminar, quien sabe a donde, no quise quedar como una niña estúpida, lo seguí, más nerviosa que emocionada ó las dos. Pero fui tras él, tras pasar un par de puertas, entramos a un salón, con un estar bastante amplio y un escritorio, en las paredes tenía una colección de espadas antiguas muy vistosa. Por el extremo lateral derecho había una pared de vidrio desde donde podías ver un gran ángulo del bar, la pista de baile y la barra. Quedé impresionada, me gustó saber que mientras bailaba la otra noche, posiblemente él me haya estado observando. Obviamente desde el bar no se veía hacia adentro. Me detuve allí, no me senté.

Hizo traer una botella hasta su oficina, me invitó un trago y allí mismo tomamos uno más, esta vez cada cual tomó la sal en su mano, pero jamás dejamos de mirarnos a los ojos mientras lo hacíamos, verlo chupar su mano fue bastante erótico.

Cuando llevaba mi vaso al escritorio sentí su calor detrás de mí... sutilmente se recostó a mi espalda, pegó todo su cuerpo al mío, metió su rostro en mi copioso cabello y aspiró profundo... con una mano abarcó mi cintura, y con la otra me pegó aún más a su pecho tomándome a la altura de los hombros, allí se hizo el silencio más profundo y hermoso que haya escuchado jamás, pudo durar un segundo ó la vida entera, igual ya estaba inmersa en un mar de placer hasta ahora jamás sentido.

Sabes que te deseo? - dijo –

Por toda respuesta, bajó ambas manos, una a mis pechos que saltaban de manera desmesurada, se dobló un poco y metió su otro tentáculo dentro de mi vestido, allí encontró el escondite de los chorreantes demonios que asesinaban sin piedad mi moribunda inocencia. Mis ojos como tumbas, cerrados sin remedio, absorta estaba mi alma en solo sentir, metió su mano dentro de mi bikini y comenzó a acariciarme, eché mi cabeza hacia atrás y la recosté en su pecho, presa de los instintos comencé a mover mis caderas al ritmo que su mano marcaba en mi clítoris, sentía crecer y latir su excitación en la parte superior de mis nalgas, cuanto placer, mis pezones en su otra mano parecían quererse salir de mi cuerpo, erectos y tan duros como rocas. Su respiración cada vez más jadeante en mi cuello. Se inclinó y yo con él me doblé hasta quedar totalmente reclinada en su escritorio, abandonó mi cuerpo para ponerse casi de rodillas, y comenzar a acariciar desde mis pies, abarcó con cada mano una pierna y alternaba entre caricias besos y mordidas con cada una. Mi aliento se acababa, era descomunal

No aguanto más mi salvaje - casi imploré –

Espera niña, espera – susurró –

Leo me levantó del escritorio, me tomó nuevamente por los hombros y me volteó hasta quedar frente a él, también podía ver el bar, que aún seguía lleno de gente. Subí mi rostro hasta quedar viéndolo a los ojos, me levantó por las caderas y esta vez quedé sentada en el escritorio, él tomó mi mano y la llevó hasta su evidente erección por encima de su ceñido pantalón de cuero, sus grandes manos atravesaron mi espalda para bajar el cierre de mi vestido que ya estorbaba, y yo hice otro tanto bajando el cierre de su pantalón, casi al mismo tiempo, él descubrió mi pecho juvenil, de senos redondos, deseables, decorado por unos morenos pezones, erectos hasta el ardor, calientes, muy calientes. Lo despojé de su pantalón, de su boxer y de un rápido impulso Leo me tumbó en el escritorio, dejándome acostada sobre papeles, con mis piernas a cada lado de sus caderas y el vestido a la cintura, con la excitación a mil. La gente no paraba de bailar y el hecho de sentirme observada exacerbaba mis instintos más bajos.

Lo sentí allí, sin muchos rodeos, sentí su escandalosa excitación entre mis piernas, era fuego en el fuego, mi boca seca de ganas de la suya dejó escapar un lastimoso gemido de dolor cuando de un solo impulso estuvo dentro de mí. Mis uñas se clavaron como lanzas en sus brazos... Sentí morir y a la vez renacer cuando su rejón terminó por lapidar mi candor... Él, inmutable, dibujó una torcida sonrisa llena de placer, al verme allí, dejando el alma desparramada en cada rincón de aquel lugar que no se me olvidaría jamás...

Unas gotas de sangre mezcladas con mis jugos rodaron por mis nalgas, cayendo mansamente sobre los papeles del escritorio como únicas testigos de aquello. Mis constantes arañazos parecieron no importarle, sudaba copiosamente mientras comenzaban sus embates contra mí, sentía su glande perforarme una y otra vez, enterrármelo hasta la base y salir nuevamente, sus manos apretaban desesperadamente mis pechos, y yo, viendo sus manos grandes, su cara de animal salvaje y sintiendo su inmensidad en mi recién estrenado cuerpo de mujer, me entregué al placer que hoy se vestía de mil colores, mis piernas comenzaron a temblar cuando mi gitano posó su lengua pérfida en mi pecho y comenzó a succionar alternativamente mis pechos, el dolor estaba presente, pero era desplazado sin misericordia por el augusto orgasmo que estaba en las puertas de mi vientre...

Sentí hincharse su grueso pene dentro de mí, que goce, ambos estabamos jadeando, corazones a galope, de nuevo escuché su voz, esta vez para decir palabras que no alcancé a entender y dejar escapar gruesos bramidos que evidenciaban lo inminente de nuestro éxtasis. Comencé a gemir posesa de deleite, un gozo que era místico y demoníaco, mágico y vulgar. Un tsunami de placer aún más intenso nos arroyó en un vaivén de caderas sin tregua, el encuentro de los líquidos tuvo lugar dentro de mí, refrescando mi ardiente vulva, quedé casi inconsciente, Leo por su parte dejó caer su cabeza al lado de la mía y nuestros pechos comenzaron una danza acompasada en búsqueda de aliento

Un roce en los labios fue nuestra despedida al amanecer... Leo me hizo acompañar a mi auto y conduje directo a casa. Conduje, entre risa y llanto... Entre gusto y culpa dolor y placer... Al llegar a casa, pillé que no hubiera nadie esperándome como otras veces, en la escalera ó en el hermoso balcón de bronce, capricho de mi difunta madre, que estaba en el piso superior y desde donde podía verse en todo su esplendor el hall de entrada a la casa. A Dios gracias, no había nadie... No dormí, me paseé por todos los centímetros de mi cama, evocando, respirando su aroma en cada milímetro de mi piel...


Dolorida como siempre en los últimos días en esta "cómoda casa de descanso" intenté sentarme en la cama, hoy era diferente, cumplía un mes aquí, debía levantarme para mi examen de sangre, solo que ésta vez los resultados fueron un tanto diferentes a otros en mi vida. Mi descompensación y malestar se debía a razones un poco más alentadoras que a mi maldito síndrome de abstinencia... En mi vientre crecía una semilla chiquitita, sonreí, y pensé que con un poco de suerte se parecería a su abuelo...


Aun recuerdo los días que siguieron a conocer a Leo... Mucha farra, mucha bebida, demasiadas madrugadas... pocos besos, escuetas conversaciones, pero sexo a la orden del día, en cualquier lugar, en sitios insospechados, agregando cada vez más adrenalina. Gracias a Leo conocí muchos tipos de droga... Un par de cigarros de "monte" para divertirnos un poco más... "Aspira esto y verás, es de la mejor" No, no fuimos adictos, podíamos dejarlo cuando quisiéramos, solo era una diversión... Mi padre histérico me decía que necesitaba ayuda cuando encontró restos de mi adorado "polvo mágico" en mi closet... Bah, estupideces de él y mis amigas cuando empecinados insistían en que estaba demasiado flaca...

Para Leo fui lo que era y lo que no, amé y odié más de una vez estar a su lado. Adoraba las noches de caliente lujuria, pero detestaba las veces que mentí a mi padre para comprar nuestros caprichos. Él, me tomaba y me dejaba, me hacía tanto mal que llegué a sentirme bien con aquellas miserias. Él era mi alfa y mi omega, lo era todo, simplemente todo.

Aquella noche cogimos como dos salvajes, y dos ó tres días después que recuperé la consciencia en aquella casa de reposo, aun los hematomas podían notarse en mi piel... En mala hora decidimos inyectarnos un poco más de aquello intentando apresar con manos llenas la gloria y no desprendernos jamás... jamás. Bastó que me internaran para que Leo me llamara y me dijera que esto había terminado. Que tal? Terminado. Lo dejé todo por él y ahora, todo había terminado... lo planee todo detalle a detalle, una noche sin luna juré que si mi vida se había reducido a veinte metros, a él no le iría mejor...

Como pude convencí a mi padre de que me sacara de la clínica, le dije que me iría a vivir a otra ciudad, así que con el compromiso de enviarle muestras de "mi limpieza" mensuales, firmó mi alta de la clínica de reposo... Confiando en mi, una vez más.


Jamás pude salir de las malditas drogas, jamás... un torbellino en mi mente siempre me arrastraba de una manera descomunal al mismo punto... Mensualmente pagaba por el orine de niños para enviar muestras limpias a mi padre... Todo bien, menos mi vida, mi padre había restringido el dinero, así que cogía con chicos a cambio de unas pocas inyecciones ó pastillas, a quienes jamás volvía a ver y siempre al final la misma rabia y también la misma promesa... Leo, no vivirás para verme destruida.

El día previsto llegué a la ciudad, y me dirigí directo al bar. En mi torrente sanguíneo dejé correr un poco de heroína. Entré a la hora que sabía que no estaría nadie más que él y un par de guardias distraídos. Cuidé todos los detalles, ó por lo menos eso pensé... Envolví mi cabello en una media y coloqué una peluca oscura, tapé mis ojos con unos lentes y me vestí lo más común posible. Y ahora sudaba y reía, reía y temblaba como hoja al viento, como nunca...

Maldito seas Leo, pensaba una y otra vez

Como era lo esperado, pude colarme en el bar sin ser vista, antes de tocar nada, me coloqué unos guantes de algodón, entré rápidamente al privado de Leo, sin encender la luz, solo el olor, tan solo el olor me transportó a aquella noche que nunca debió ser, a la sensación de su lengua de fuego jugando con mi sexo empapado de amor, al sabor de mi sudor cubriendo su piel...

No podía abandonar mi determinación, así que limpié a empellones mis gruesas lágrimas revueltas con rímel. Me quedé sin aliento cuando sentí unos pasos, me hice con la más grande y filosa espada de la colección de Leo, la blandí con suficiente fuerza como para atacar, temblaba, dios, como temblaba, mi aliento seco... el corazón desenfrenado, se acercan, pasos, unas voces... Voces... la manilla de la puerta... en la penumbra entra alguien, aspiro profundo, levanto la espada y arremeto contra él... duro, durísimo. Siento como se clava en su carne... chispas de sangre en mi cara y en mi boca que ahoga un grito, cae, todo en cámara lenta... antes de acertar un nuevo golpe suelto la espada cuando alguien intenta tomarme por detrás, me zafé como pude y corrí, corrí como nunca... Corrí sin lograr ser atrapada


Aún me pregunto que tenía que hacer él en esa maldita hora, en ese maldito lugar que solo trajo desgracias a mi vida... Papi, mil veces te dije que no había nada que reclamarle a Leo... Que hacías allí?