¡Qué hacés así vestido!

No le contesté y le eché los brazos al cuello...

Mis vecinos, Carla y Tony viajaban con alguna frecuencia y me encargaban entonces el cuidado de su casa.

En esta ocasión era ella la que había debido viajar, pero Tony había aprovechado también para salir de la ciudad, de manera que luego de levantarme y desayunar, tomé el diario, descolgué de la repisa la llave de su casa y caminé los pocos metros que la separaban de la mía.

Entré y me detuve en la semipenumbra para aspirar el perfume de Carla que se dejaba sentir en casi todos los ambientes.

Me senté en un taburete alto en la cocina y empecé a ojear el diario. Sin embargo lo abandoné antes de llegar a la cuarta página.

Pasé al lavadero, pegado a la cocina, y levanté la tapa del canasto de la ropa para lavar. Revolví sin mayor interés entre la ropa y levanté una pequeña bombacha de Carla. La contemplé en mi mano y la acerqué a mi cara para olerla. No tenía mal olor, sino todo lo contrario, la prenda estaba impregnada de su familiar perfume. La dejé de nuevo en el canasto, metí la mano otra vez y saqué un corpiño negro. Me desprendí y quité la camisa y me lo puse, luego de lo cual acaricié mis pezones por sobre el suave y fino tul elastizado.

Volví a la cocina, tomé un vaso de jugo de naranja y fui hacia el dormitorio de mis amigos.

Me recosté en la cama y me dí cuenta que había apoyado la cabeza en el lugar habitual de Tony, porque percibí el exquisito perfume que él utilizaba. Me quedé un rato allí recostado, mientras me acariciaba de nuevo los pezones y el resto de la superficie del corpiño, deteniéndome en apreciar el ajuste de los breteles.

Me levanté y abrí un poco las cortinas del ventanal, lo suficiente para que una suave luz inundara la estancia.

Abrí una de las puertas del gran placard que cubría la pared y dejé correr mi mano entre y por encima de los vestidos de Carla que había colgados. Descolgué uno de seda roja que me atrajo particularmente, y sin sacarlo de la percha, lo medí sobre mi cuerpo, mirándome al espejo que dominaba otra de las paredes.

Lo dejé de nuevo en su sitio. Abrí uno de los cajones y de allí saqué un par de finísimas medias y un portaligas blanco. Los dejé sobre la cama, y lentamente me quité las zapatillas, el pantalón y el calzoncillo. Me senté en la cama y con mucho cuidado me puse las medias. Luego fui de nuevo a mirarme en el espejo. Contemplé largamente la imagen frente a mi y tomé una decisión.

Volví hacia la cama y me quité las medias.

Pasé al baño, abrí la puerta de un mueble donde ellos guardaban sus artículos de baño, cosméticos y el sinfín de cosas que se suelen guardar en esos lugares, incluso un estuche conteniendo hierba que sabía, era de la buena. Revolví y busqué en el largo surtido de envases de todo tipo, hasta que encontré un pote de crema para depilación.

A partir de aquel momento y durante más de dos horas, me dediqué a depilarme las piernas. Cuando las miré me gustó mucho lo que ví. Me las acaricié y las sentí delicadamente suaves y tersas. Entonces continué con el pubis, las nalgas, la parte baja del vientre, los brazos, me quité el corpiño y eliminé el poco vello que tenía en el pecho y concluí eliminando gran parte de mis cejas, aunque debí ayudarme con una pinza, para completar un trabajo eficaz.

Me había dado hambre, de modo que pasé por el placard, me puse un conjunto de bombacha y corpiño de color lila, elegí una bata larga de satén que ajusté en la cintura, busqué y encontré unas chinelas con taco, me las puse y fui a la cocina. Me preparé un poco de café que acompañe con unas galletitas dulces y luego de un rato, dejé la taza sobre la mesada y volví al dormitorio.

Me senté frente al espejo del toillete que Carla había dispuesto para si en la habitación. Encendí las luces que lo iluminaban. Dispuse sobre la mesita, al alcance de mi mano, casi todos los cosméticos que había en dos de los cajones. Contemplé mi cara en el espejo e hice, con mi mano derecha, el maquinal gesto de levantar el pelo que me caía sobre la frente. Entonces me levanté, me dirigí al placard, elegí uno de los tantos pañuelos que había allí, optando por uno pequeño de gasa que até en mi cabeza, anudándolo en la nuca, mientras me dirigía nuevamente a mi lugar en la butaca. Contemplé mi frente ahora despejada y comencé con el maquillaje.

Utilicé un lápiz labial de color beige claro, para cubrir las ojeras y además la parte más oscura de la barba, expandiéndolo cuidadosamente con los dedos. Encontré luego una base de maquillaje humectante que distribuí con una pequeña esponja por toda mi cara.

Para disminuir el brillo originado por el lápiz, y para darle una mejor terminación, usé ahora un maquillaje corrector, luego de lo cual observé los resultados, con lo cual di por terminada esta parte, sin dejar de mirar, no obstante, algún posible error que se me pudiera pasar por alto.

No me costó demasiado dibujar, dándole forma a las cejas, pero si demoré un largo rato con las sombras para los ojos, porque no lograba completar su distribución en la totalidad de los párpados, tanto en la parte inferior, para la cual había elegido un color morado, como con el color claro, en el mismo tono, con el que había decidido cubrir los párpados superiores, pero finalmente pude terminar con esto.

Descansé un poco fumando un cigarrillo, antes de emprenderla con el delineador, que luego me costó menos de lo que pensaba, sobretodo teniendo en cuenta la línea debajo de las pestañas.

También utilicé una máscara para pestañas que les dieron un aspecto más alargado y curvo.

Iba a colocarme rubor, pero alteré la secuencia y me dediqué a los labios, para los cuales elegí también un color ciruela o similar. Me costó un poco intentar engrosar mis labios con la distribución del color, pero finalmente quedaron como lo deseaba. Completé la apariencia de los labios, con el aplicador de brillo, y entonces si, con la pequeña brocha presté especial atención al uso del rubor, que distribuí desde la línea imaginaria que pasaba por el centro del ojo a la altura de la base de la nariz, hasta la línea de terminación de las orejas, disminuyendo hacia ella, la intensidad de la aplicación.

Observé detenidamente la obra realizada y no encontré nada que retocar.

Abrí otro de los cajones y encontré una redecilla elástica que me puse en la cabeza, introduciendo debajo todo el pelo. La existencia de aquella redecilla me indicó algo, que confirmé un rato después, cuando encontré en otro mueble varias pelucas dispuestas sobre sus soportes.

Demoré más de la cuenta en elegir una, pero finalmente opté por una de pelo natural de color castaño oscuro, larga y enrulada, que me ajusté detenidamente.

Cambié mi ropa interior por un conjunto negro, me ajusté un portaligas de encaje y con el mismo cuidado de antes, me coloqué las medias, que tuve que cambiar, porque al intentar prenderlas al portaligas, rompí el puño de una de ellas.

Elegí luego el vestido y me decidí por uno largo, suavemente ajustado al cuerpo, con una abertura en el lado derecho, que se prolongaba hasta casi la parte superior del muslo. El vestido, de color negro, era de una especie de tul de lycra y su elasticidad, hacía que al caminar, mostrara una especial adherencia al cuerpo.

Me puse alguna bijou bastante sencilla, un par de aros pendientes, una gargantilla muy fina haciendo juego y completándolo, una pulserita en la muñeca.

Llegó finalmente el turno de los zapatos, y de mala gana tuve que desechar unos con un taco aguja muy alto, sacrificando elegancia por capacidad para moverme con ellos, al optar por un taco de no más de diez o doce centímetros.

Di unos cuantos pasos por la habitación, tratando de observarme en el gran espejo desde todos los ángulos posibles. Me acaricié los pezoncitos que encontré erguidos y sensibles, deslicé mis manos por las caderas y adelantando una pierna, de modo que la abertura del vestido las puso al descubierto, descendí aún más para sentir el tacto sobre las medias.

Debió haber pasado hasta aquí, más tiempo de la cuenta, porque alcancé a escuchar el ruido de la llave en la cerradura. No podía ser otro que Tony, regresando de su trabajo.

Eché una última mirada al espejo, apagué las luces y salí caminando lentamente, al encuentro de Tony.

Se sobresaltó al verme, pero mientras yo seguí aproximándome a él, me reconoció, porque su gesto pasó de la alarma al asombro e incredulidad. "¡Sos vos! ¡Tato!, qué hacés así vestido?"

Sin contestarle, llegué frente a él y le eché mis dos brazos al cuello, acercando su cuerpo al mío. Sentí su cuerpo envarado, y casi sin solución de continuidad, busqué su boca con la mía. Mis labios se posaron en los suyos y mi lengua hizo el esfuerzo necesario para entreabrirlos. Se mantenía aún rígido, pero no hacía esfuerzo alguno por separarse, y comencé a sentir la progresiva y reveladora dureza de su miembro apoyado en mi bajo vientre.

Mi lengua ya estaba dentro de su boca y jugaba con sus dientes. Quité mis manos de su cuello, tomé sus brazos y los llevé a abrazarme, haciéndole apoyar sus manos en mis nalgas.

Ahora su boca respondía a la mía. Desplacé la cara y me dediqué a besar y lamer su cuello. Lo mordí debajo del mentón. Sus brazos cobraron vida y me apretaron contra él. Continuamos besándonos y jugando con prolongadas caricias.

Nos desplazamos hasta dejarnos caer en el sillón más grande de los que allí había. Levanté mi corpiño y le puse un pezón en su boca, que empezó a chupar y besar y morder. Después él mismo buscó con su boca el otro, mientras sus dedos apretaban y acariciaban el que había abandonado.

En algún momento lo miré a los ojos y entonces me dejé caer entre sus piernas, en tanto Tony, casi frenéticamente se bajaba el pantalón.

Cuando tuve su verga a centímetros de mi cara, la miré y decidí meterla en mi boca. Primero la besé, besé el glande, con la punta de mi lengua hurgué en la pequeña abertura, sintiendo sus estremecimientos.

Miraba sus ojos cerrados, sus gestos de placer. Miraba las venas cargadas de sangre del tronco de su pija y las lamía.

Me agaché más y lamí y besé sus huevos. Me los puse alternativamente en la boca, los succioné, llegué con mi lengua a todos los lugares alrededor del nacimiento del miembro.

El me tomó la cara y la puso delante de su pija, ante lo cual abrí la boca estimulándolo con mi lengua que relamía mis labios, para que me la metiera. Así lo hizo. Por un instante sentí que me ahogaba, pero no la dejé salir. Enseguida logré aspirar y me repuse, empezando entonces a chupar, al mismo tiempo que realizaba rítmicos movimientos incitándolo a que me bombeara.

Aceleró sus movimientos, hasta que una súbita contracción, me anunció que se venía. Entonces apreté mis labios sobre el tronco, para que no se saliera en ese momento y en segundos, su leche se derramaba dentro de mi boca, golpeaba mi garganta y era tragada por mi, sin que se perdiera una sola gota.

Tony estaba ahora distendido, y yo lamí y besé el glande, recogiendo cualquier gota que hubiera quedado.

Apoyé mi cara sobre su pija, ahora fláccida y entrecerré mis ojos esperándolo.

Luego de unos minutos que él empleó en acariciar mi pelo y mi cara, me paré y me quité el vestido, la bombacha y el corpiño. Me senté a horcajadas en sus piernas y le puse de nuevo mis tetas en su boca.

Aquello lo enervó nuevamente. Me las chupó hasta dejármelas moradas y luego se dejó caer en el piso y me arrastró con él. Me besó de nuevo largamente; yo lo mantenía apretado contra mi con los brazos rodeándole el cuello, facilitando, con un cambio en la posición de mi cuerpo que él jugara con sus dedos en mi raya y que luego de humedecerlos con mi propia saliva, empezara a introducirlos lentamente en mi culo, primero uno, luego el otro, y en un momento dado eran sus cuatro dedos mayores, que me acariciaban y se curvaban dentro de mi recto, adivinando los puntos y las caricias de mayor efecto.

Después monté sobre su cuerpo y levanté las piernas apoyándolas en sus hombros. Cuando estuve en esa posición, le fue sencillo hacer que el glande se acercara a mi agujero. Lo ayudé con los músculos, para que comenzara a introducirse. Actuó con delicadeza, pero yo le reclamé toda su violencia. Y en un momento más, luego de sentir como iniciaba la penetración, levantó su pelvis en un movimiento brusco y violento y me la metió casi toda. Hice algunos movimientos desde mi cintura y su verga terminó por fin totalmente adentro, sus huevos apretados contra la raya entre mis nalgas.

Sin darme cuenta como, me hizo girar y me encontré debajo de su cuerpo y ahora si, entonces empezó a cogerme, aumentando el ritmo de su movimiento cada vez con mayor intensidad.

Sentía ese pedazo de carne, nervios y músculos calientes, abrasando las paredes de mi recto, tocando con la punta contra la próstata en un masaje a cada instante más deseado.

Grité, reclamé, rogué, fui dulce y brutal, lo insulté y le declaré mi amor, hasta que todo esto se cortó, porque en una última sacudida, se apoyó contra mi hasta causarme la sensación de que entrarían también sus huevos en mi culo, y luego se derramó íntegro dentro mío.

Gemí mientras sentía su leche deslizarse, en tanto él, derrumbado sobre mi, me besaba suavemente debajo de la nuca, el cuello, la espalda y sus manos acariciaban por última vez mis tetas, en tanto ahora era yo quien se corría sobre la alfombra.