¿Qué hace una chica como yo en un sitio como este?

Me casé y nos mudamos de la capital a un pequeño pueblo. Me ahogaba ese ambiente... hasta que descubrí mi hobby ;)

Conocí a mi marido en la capital, donde yo viví toda mi vida antes de conocerle. Él estaba estudiando en la universidad, por aquél entonces. Acabó sus estudios, trabajó un tiempo en prácticas y en algunas empresas, y finalmente él decidió montar su propio negocio y ese momento tan importante debía ir de la mano de algo importante en lo personal: nuestra boda. Yo estaba encantada con él y no dudé en formar parte de sus planes y de su vida. Pero todo eso se acompañó de algo para lo que yo no estaba preparada. Claro que en aquellos momentos no lo sabía, y acepté con ciertas reservas pero contenta su idea de irnos a vivir al campo. El lugar era un pequeño pueblo, más o menos pintoresco, a casi dos horas en coche de la capital. Ahí los precios eran muy buenos en comparación, y pudimos conseguir un pequeño chalet con jardín, con unas vistas preciosas a la sierra. Pero el tiempo iría desgastando todo aquello

Mi marido paraba poco en casa, se iba por la mañana y volvía casi por la noche. Eso cuando no estaba fuera un par de días o más. Por supuesto trabajaba fuera del pueblo, a veces en una ciudad vecina, a veces en la capital o en otras ciudades del país. A pesar de la casa y el coche de gama alta, no éramos ricos, sino que íbamos pasando, y con unas deudas con el banco a bastantes años vista, por la hipoteca de la casa y una parte por el coche. Así pues, la ausencia de mi marido con el tiempo iba a ser un problema. Yo estaba sola, en ese chalet, y en el pueblo (de poco más de quinientos habitantes) era "la forastera", cuando llegamos y al cabo de meses, y al cabo de un año y de dos… Era gente muy cerrada y sin duda para ellos nunca sería "del pueblo". Imposible arraigar allí y mis amigas estaban en la capital, toda mi vida estaba en capital excepto mi marido. Cuando nos casamos acepté el reto de empezar de nuevo en otro lugar con él. Seis años después estaba agobiada, pero entonces un día algo vino a dar sentido a mi vida.

Todo ese tiempo intenté hacer cosas para distraerme, pasear, excursiones, cocinar, pintar… También me dejaba ver por el pueblo claro, cada día compraba en las tiendas del pueblo y muchas veces tomaba café en el bar del pueblo y leía la prensa, intentando hacer amistad con alguien. Pero no era fácil. Todos me conocían, claro, sabían mi nombre, donde vivía, y no me daban la espalda, pero no pasaban del "buenos días", "¿Café solo?", "buenas tardes", "esas peras están muy ricas, ya verá, pruébelas…". En el bar casi todo eran hombres, solo algunas chicas más jóvenes entraban a veces, más bien por la noche (cuando yo no acostumbraba a estar allí), o alguna mujer venía con su marido. Casi creo que me miraban mal por ir al bar.

En casa, a mi marido cada vez le veía menos y cuando nos veíamos cada vez había menos afectos, menos sexo, todo se convirtió en rutina y él creo que se centraba más en su negocio, como si yo fuera una posesión más en su haber, y nada más que eso, algo que un hombre debe tener: casa, coche, mujer, y un negocio propio que funcione, y sí, para que funcione él tenía que trabajar duro, muchas horas a costa de lo nuestro que se deterioraba cada día más.

Internet fue para mí una puerta de escape. Primero me conectaba poco, luego chateaba a menudo con mis amigas de capital, y les contaba (mentía) lo bien que estaba y lo feliz que era. Luego me empecé a enganchar y ya me pasaba muchas horas en Internet, y cada vez descubría más de la red y más de mí misma. Un gran descubrimiento fue el azar que me llevó a leer un relato de dominación. Nunca antes me había preocupado por esas cosas, y me sorprendió ponerme tan caliente. Luego, con el tiempo me convertí en adicta de los relatos de dominación, luego entré en chats y empecé a escribir yo misma mis propios relatos de dominación, y me masturbaba y me ponía muy caliente con ese nuevo hobby que había descubierto. Aunque, eso sí, me daba mucha vergüenza e intentaba controlarlo… pero la cosa iba a más. Contacté con una Ama que me trataba con mucha destreza, sabía como manipularme perfectamente, y ella hizo darme pasos que nunca habría pensado, como renunciar al anonimato y darle mi número de teléfono. También me incitó a presionar a mi marido para comprar otro coche, para mi, y la verdad es que lo conseguimos aún poniendo en riesgo la situación económica familiar.

  • Dame tu número, zorrita. Quiero escuchar tu voz de putita

Eso había dicho ella, y yo acepté y le dí mi número. Luego vendría la webcam, con la que me podía ver y así asegurarse que hacía todo lo que me pedía. Me convertí en su perrita y en su putita. Luego, con el coche ya tuve más facilidad para moverme y podía ir a capital a ver a mi Ama cuando ella quería. Y ella podía ser muy caprichosa. Una vez llamó al teléfono de mi casa a las tres y media de la madrugada. Nos despertamos mi marido y yo medio asustados, a esas horas una llamada no puede deparar nada bueno. Mi marido se hizo con el teléfono.

¿Diga?

Hola, soy Gloria. Pásame con Marta por favor.

La voz de ella era seca, directa, sin contemplaciones ni explicaciones. Mi marido, medio sorprendido, me pasó el teléfono; también me pareció verle medio enfadado, y entendí el porqué: la voz tenía un deje de ebriedad evidente. Pero yo contesté con voz soñolienta.

¿Sí?

¿Cómo que sí, hijadeperra? ¿Esa es forma de hablar a tu Ama?

Yo me desperté de repente y mi corazón empezó a retumbar con fuerza en mi pecho. Estaba en mi cama con mi marido al lado junto a mí. Me levanté y salí de la habitación roja y nerviosa.

  • ¡Tú, zorra de mierda! ¿No me contestas? ¿Por quién me tomas, pedazo de puta perra?

Ella seguía hablándome, con voz peligrosamente alta mientras yo salía del cuarto apresuradamente y temblorosa, por supuesto no podía contestar aún, estaba mi marido escuchando.

Hola Ama, perdone mi Ama, estaba mi marido ahí

¡¿Y a mí que me cuentas!? Anda, ven a mi casa ahora mismo, que recién llego de por ahí y ya nos echaron del bar… ¡y me quedaron ganas de más diversión! Anda puta no me hagas esperar.

Y colgó. Me quedé un par de segundos quieta, y entré en el cuarto para vestirme rápidamente. Mi marido preguntó qué pasaba y contesté que era una amiga, que había tenido un problema muy grande y que tenía que ir a ayudarla. Él preguntaba, quería saber más, y me comentó que le pareció que mi amiga estaba borracha; y bueno, algo sí, le dije, ¡todo el mundo toma unas copas para relajarse cuando tiene problemas que le angustian! No sé si me creyó, pero yo fui como un relámpago hacia la capital, con solo lo puesto y un gran bolso donde llevaba "nuestras cosas", las que mi Ama me había indicado comprar todo ese tiempo desde que nos conocimos. Una hora y media más tarde aparcaba mi coche en capital, frente a la casa de mi Ama, en la puerta de un garaje donde había un letrero que decía "Prohibido aparcar. Se avisa grúa". No me importó: hacía algo más de hora y media que mi Ama me había llamado y eso era mucho tiempo de espera para ella, pues le importa una mierda si vivo a más de cien km o a la vuelta de la esquina. Así que no podía perder tiempo buscando donde aparcar correctamente.

Yo tenía llave de su casa, porque a veces ella no estaba y me hacía llegar a mi antes y prepararle la comida, o barrer, fregar, o simplemente esperarla desnuda a cuatro patas frente a la puerta. Ahora no sabía qué hacer, si entrar o llamar. Decidí no perder más tiempo y entré. Mi Ama estaba en el sofá del salón desnuda, con las piernas abiertas, y otra chica desnuda arrodillada en el suelo le estaba comiendo el coño. Mi Ama me miró enfadada, y por supuesto ya le había pasado la borrachera. La otra chica también se paró un momento a mirar quién había entrado, y se llevó una buena bofetada. Entonces mi Ama se levantó y me dijo seca, autoritaria y con una voz que daba miedo:

  • Dale 40 euros a esta puta.

Yo me sonrojé, saqué mi monedero y le dí los 40 euros, todos los billetes que tenía. La chica se vistió y se fue. La reconocí como una prostituta profesional de la calle. Hay putas en la calle, a la vuelta de la esquina de donde vive mi Ama. Esta era más bien fea y mayor, tendría cincuenta y tantos años, los quilos de pintura mal puesta no lograban ocultarlo. Aún no había salido la puta, mi Ama me propinó una bofetada que me tiró al suelo.

Perdone Ama, perdone… Sé que vengo tarde, pero debe tener en cuenta que vengo de muy lejos… era imposible llegar antes

Ella me agarró por la oreja, me levantó y me dio otra bofetada, aún más fuerte.

A mi me importa una mierda de donde vienes, si yo te necesito tu debes estar aquí y esta noche te necesitaba y me fallaste.

Perdone Ama, lo sé. Lo siento

Claro que me has fallado, pero eso ya lo arreglaremos. Anda, desnúdate perra.

Y me dio la espalda, caminaba como una diosa por el salón frente a mi dejándome ver su precioso cuerpo desnudo, su culo perfecto, y se dejó caer en el sofá. Mientras, yo me desvestía en un segundo; como sabía a lo que venía solo llevaba un vestido y las sandalias: nada más. Ella, en el sofá abría las piernas, en la posición que la encontré cuando entré. No hizo falta decir más: me arrodillé a sus pies, como la puta, y le comí el coño con fruición. Ella estalló en un gran orgasmo y me inundó la cara de sus flujos. Le lamí todo, hasta dejarla bien limpia, y entonces me meó en la boca. Yo intenté tragar todo cuanto pude, pero algo se escapó por mi cara y mi cuerpo. Entonces se dio la vuelta me agarró la cabeza y la acercó a su culito, y se tiró un sonoro pedo. Todas esas olores entraron en mi, mientras ella se reía. Pero con eso no le bastaba para pasar su mal carácter y pronto me encontré con el cuerpo lleno de pinzas de tender la ropa colgando por todas partes, aprisionando mis carnes, mis pezones… Luego sacó su vara y se dedicó a jugar azotando las pinzas, haciendo que se muevan y aprieten, mordiendo aún más mi cuerpo. Pero eso no fue todo: la vara empezó a caer con fuerza en mi culo, hasta dejarlo completamente rojo o morado, qué sé yo, solo sé que estaba ardiendo y yo lloraba de dolor. Y en mi cara y mi cuerpo se mezclaron las lágrimas con las marcas de la vara y las pinzas, y con los malos olores y los flujos y el orín de mi Ama que seguía allí. Entonces mi Ama me pasó la mano por la cara con ternura, y me puso el vestido, me acarició con ternura, y yo me olvidé de todo lo sucedido apenas unos segundos antes. Luego, me dio un beso apasionado en la boca y abrió la puerta:

  • Anda vete. Y no te limpies hasta que llegues a tu casa.

  • Sí, Ama. Y muchas gracias por todo, mi Ama.

Ella ya ni me escuchaba, mis palabras chocaron con la puerta que se cerraba frente a mi. Ya me había utilizado y no quería nada más de mi, ni siquiera escuchar mis palabras de sumisa agradecida por haberla servido. Abajo los coches ya circulaban, había empezado el nuevo día y ya clareaba. Mi coche no estaba donde lo dejé. Tuve que acercarme a un cajero, más dinero, paré un taxi y fui al depósito a buscar mi coche. No quiero recordar la cara que ponían la gente que se cruzó conmigo, el taxista, en el depósito de vehículos, ante mis fuertes y repugnantes olores y mi sucia cara. Algo después veía la misma cara de asco y desprecio en el peaje de la autopista (¡quién me mandaría ir por autopista!). Al llegar a casa no quiso que mi marido me viera, justo ese día estaba en casa. Por lo visto se había quedado esperándome para tener noticias de qué pasaba. Al ver su coche fuera me asusté, no sabría qué decir. Escuché su voz pero no le miré, le daba la espalda y me escabullí al baño. Me metí en la bañera y le dije desde dentro que no quería hablar, que todo estaba bien pero que no tenía ganas de hablar, emociones muy fuertes, el padre de Gloria había fallecido, mentí. Él me creyó y se fue a trabajar, mientras yo intentaba borrar las huellas de la noche.

Por supuesto, esas marcas que me dejaba a veces Gloria me hacían más recatada para con mi amigo, y eso terminó de derrumbar nuestra relación. Yo no podía estar ya desnuda frente a él, ni tampoco tenía ganas de sexo con él, y me hacía daño cuando me tocaba el culo juguetón y sin saber lo rojo y destrozado que yo lo tenía (por eso yo me cabreaba y él, pobre, ya no entendía nada).

Aquella noche no reapareció hasta más tarde, cuando mi marido supo de un par de multas de velocidad, la multa por estacionamiento en lugar prohibido y la factura de la grúa y el depósito. Pero pude calmarle dramatizando con lo nerviosas que estábamos Gloria y yo, con la muerte de su padre… Me sentí mal por eso, pero conseguí calmarle.

Por aquél entonces, pues, yo seguía siendo una persona normal en el pueblo, donde nadie sabía nada acerca de mi hobby. Tampoco sospechaba nada mi maridito, al que ya no amaba en absoluto. Mi Ama muchas veces se reía de él, primero supongo que para putearme, pero con el tiempo ya éramos las dos que charlábamos como un par de amigas, y nos reíamos de él y su inocencia. Por supuesto, mi Ama conocía todo sobre mi marido, yo le contaba todo, y le pasaba fotos de él. Ella ya le conocía tan bien como lo conozco yo, y llegó el día que vino a conocer el pueblo y el chalet que solo conocía por la webcam.

Mi marido estaba fuera unos días, y ella aprovechó para pasar unos días tranquilos fuera de la gran ciudad. Fueron cinco días con ella en casa, en el pueblo nos tomaban por dos amigas de ciudad y nos miraban como si fuéramos un par de frescas. Dos treintañeras en un bar les parecía algo inaceptable, quizás, por lo menos a ellas… los hombres del pueblo tenían más bien una cierta doble moral al respecto. Reíamos al verlos babeando. El caso es que nos pasamos cinco noches en el bar hasta la hora de cerrar; por el día estábamos en el chalet.

Fui yo quien fue a la capital a buscarla. Pero antes de venir al pueblo fuimos de compras, en un gran centro comercial nos gastamos mucho dinero. Mi Ama me trataba genial, me decía qué ropa debía ponerme, me miraba, comentaba lo bien que me quedaba, me decía preciosa, hermosa, y mil cosas lindas que me agradaban y me hacían feliz y me ponían caliente como una zorra. Y yo pagaba, su ropa y la mía (más bien, mi marido pagaba, pues yo no trabajaba y todos los fondos de mi tarjeta venían de sus ingresos). Nos gastamos mucho dinero, pero esto y las broncas que se derivaron no me importaban entonces. Tampoco me importaba el tipo de ropa, solo quería que mi Ama me dijera que estaba hermosa, solo quería sentirme bella, hermosa, deseable.

Tras las compras, la llevé al pueblo y enseguida estuvimos paseando por las pocas calles del pueblo, cinco minutos y todo visto, y nosotras ya centro de todas las conversaciones. Y es que vestíamos demasiado "de ciudad", con tacones de aguja, minifalda y escote de infarto, casi como una puta vestía yo. Pero mi Ama decía que me quedaba muy bien, que estaba preciosa, y a mi no me importaba más entonces, embriagada por sus palabras. Entramos en el bar y nos pusimos a hablar, como dos amigas, y a tomar unos aperitivos, hasta que salimos un poco bebidas del local para ir a comer. Yo lo tenía ya todo preparado, y comimos afuera en el jardín, mientras por el pueblo ya se hablaba mal de nosotras por todas partes. Yo estaba desnuda, solo con mi collar de perrita, y mi Ama estaba también desnuda porque hacía un día caluroso, y además siempre le gustó ir desnuda, exhibiéndose, segura de sí misma y de su cuerpo imponente. Mi Ama comía, y yo al lado de pie le servía todo lo que me pedía. Luego, cuando ella tomaba ya el café, me puso el platito de metal para la perrita, lleno de comida de perro, a sus pies, y ahí comía yo a cuatro patas esa comida de perro a la que ya me había acostumbrado después de comerla cada día por el almuerzo frente a la webcam, siempre desnuda, con el collar y a cuatro patas, mientras mi Ama almorzaba en su casa y se excitaba viéndome. Yo comí todo, siempre debía comer todo, sin usar las manos, solo el hocico. Luego ella me pasó la mano por la cabeza, como hacen las amas a sus perras, y pasamos la tarde en el jardín, ella tomando el sol y yo haciéndole masajes, poniéndole crema, lamiendo, besando… También, claro, me humilló recordándome que era su perrita, tirándome un hueso al extremo del jardín y yo tenía que ir a buscarlo y agarrarlo con la boca y llevarlo hasta sus pies, siempre a cuatro patas, y ella lo lanzaba de nuevo, y yo debía volver a buscarlo… Y así un buen rato, y ella se divertía y yo tenía que decirle que me gustaba hacerlo pues es lo que ella quería escuchar. Y me hacía jadear, como una perrita, y ladrar… porque las perritas ladran de contento cuando juegan a buscar el hueso, ¿no?

Lo que más me preocupó fue tener que ladrar muy fuerte, como ella me exigía, para que pudiera escucharse, y también sus órdenes o las conversaciones que teníamos, todas con un claro rol de Ama y sumisa. Todo eso podía escucharlo alguien de la calle, quizás. Y en cuanto a lo de ladrar… ¡nadie había visto ni escuchado nunca un perro por ahí! Y, en realidad, está muy clara la diferencia entre los ladridos de un perro o una perra y los que hacía yo… Todo eso me ponía roja y muy caliente.

Más tarde volvimos a mi cuarto, donde le estuve comiendo el coño un buen rato. Ella quería que se quedara grabado en mi memoria esa escena y otras que tuvieron lugar estos días, pues así cada vez que entrara en el cuarto o cada vez que estuviera allí con mi marido me vendría a la cabeza mi condición de sumisa y el recuerdo de mi Ama.

Luego mi Ama vació mi armario, puso casi toda mi ropa en una bolsa de basura y llenó el ropero con mis nuevas ropas, mucho más atrevidas. La bolsa la tiramos efectivamente en el contenedor de basura cuando salimos por la noche hacia el bar. Yo no era muy consciente de todo lo que estaba haciendo, además estaba medio borracha de los aperitivos que tomamos antes de comer; yo no estaba acostumbrada.

Así pues ya mi ropa iba a ser diferente, y también mi imagen en el pueblo. Si nunca había sido plenamente aceptada, ahora me iba a convertir en el centro de toda clase de comentarios. Pero eso es lo que pretendía mi Ama, como supe poco después. Estábamos en el bar sentadas en la barra, con nuestros tacones de vértigo, los escotes generosos y la falda muy corta. Ella me susurró al oído: "Cruza las piernas bien, quiero que vean esos muslos preciosos que tienes. A partir de ahora vas a ser la golfa del pueblo".