¡Qué difícil es estudiar!

Fabiola tiene que estudiar, está decidida a ello, pero un pequeño accidente y un recuerdo bastan para que la cosa se complique...

¡QUÉ DIFÍCIL ES ESTUDIAR!

SOLO HABÍA PASADO UNA HORA desde que comenzó a estudiar y los ojos ya se le comenzaban a cerrar. «Esto es un horror… ¡qué pesadez!» Sin darse cuenta abandonó el estudio por completo y su mente se fue a decenas de cosas sin importancia. Cuando se dio cuenta, ya había perdido media hora de su tiempo de estudio. «Fabi, ¡céntrate!» se dijo a sí misma, «si es que es imposible, no puedo con esto»

—¡Me aburro!—gritó al aire

El silencio era lo único que rondaba en el piso. A veces era estupendo, otras, llegaba a agobiar. La soledad le hacía pensar en mil cosas que no venían a cuento, y si no conseguía controlarlo los estudios se resentirían. Tenía que cambiar el chip.

Se levantó del escritorio y salió de la habitación en dirección a la cocina. Sabía que estaba sola, pero sin embargo, iba andando casi de puntillas y de forma silenciosa, notando en sus pies descalzos el frescor que despedían las baldosas. Era como cuando caminaba por el césped de casa de sus abuelos. Aquella sensación era maravillosa.

Al entrar en la cocina se dirigió directa a la nevera y cogió la botella de agua. Giró la cabeza hacia el armario de la cocina, pero pensó lo que pensó y decidió ser una chica maleducada por esa vez y prescindió de usar un vaso. Nadie le iba a decir nada por beber directamente de la botella. Sus compañeros de piso no se enterarían jamás, sería un secreto que se llevaría a la tumba con ella. Ese gracioso pensamiento mientras bebía le hizo sonreír y el agua se desbordó por la comisura de sus labios, lo que la llevó a reír más y sufrir un ataque de tos que desparramó agua por todas partes.

Tosía y reía mientras observaba la que había liado. El suelo estaba lleno de agua, sus pies sobre el charco, la camiseta empapada a la altura de sus pechos y parte de su pantalón también se había mojado. Notaba el frescor del agua por casi todo su cuerpo, y por ello se dio prisa en fregarlo todo e ir a cambiarse de ropa a su habitación.

Al quitarse la camiseta vio que hasta el sujetador se había calado en buena parte, así que fue fuera también. Se quedó mirando su cuerpo semidesnudo frente al espejo. Hacía mucho tiempo que no estaba demasiado satisfecha con su cuerpo, pero ese día en concreto se gustaba bastante a sí misma. La piel comenzó a ponérsele de gallina y los pezones comenzaron a ponerse ligeramente erectos.

Un escalofrío la devolvió al mundo y dejó de observarse. Abrió el armario, cogió la primera camiseta que alcanzó con la mano y se la puso rápido. Era algo más pequeña que la que llevaba, seguramente tenía varios años, y cuando cerró la puerta y el espejo le devolvió de nuevo su imagen, vio que se le seguían marcando los pezones.

La situación le hizo sonreír, más que por haberse puesto una camiseta de cuando el instituto, por no haberse acordado de ponerse primero otro sujetador. «Tanto estudio me está haciendo perder la cabeza», pensó mientras le daban ganas de echarse a reír.

Ese pensamiento le hizo recordar que debía volver al estudio. Se dejó caer en la cama con desgana, no le apetecía nada ponerse a estudiar. Y al mirar hacia lo alto del armario divisó una caja de color negro. No recordaba haberla puesto ahí, no era el mejor lugar para guardarla.

Aquel día regresó a su mente. Fue el regalo de cumpleaños que le hicieron sus antiguas compañeras de piso. Se alegró al pensar en lo locas que estaban y en los buenos ratos de diversión que compartieron juntas. Y aquel regalo…

Se levantó de un salto y se puso de puntillas para alcanzar la caja y regresar con ella a la cama. Su corazón comenzó a acelerarse, se estaba poniendo algo nerviosa, las manos le sudaban. Y pese a que no había nadie mirándola, notó cómo sus mejillas comenzaron a ruborizarse.

Rememoró aquel momento en la cafetería. Ella a punto de levantarse para comenzar a despedirse y Laura sacando una bolsa de color rosa que contenía el regalo que le habían comprado entre todas.

—Chicas… no teníais que comprarme nada—dijo emocionada.

—Venga, déjate de tonterías y ábrelo ya—le contestó Laura con una sonrisa de oreja a oreja.

No tuvo más remedio que sacarlo rápido de la bolsa, arrancar el papel de regalo y abrir aquella caja negra que tenía en sus manos. Y lo que había dentro la dejó perpleja.

—Ya os vale, chicas…—Fabi intentaba hacerse cada vez más pequeña intentando desaparecer de aquella situación, pero lo único que conseguía era enrojecerse por segundos.

—Bueno, enséñalo ya, ¿no?—comentó a gritos alguna de ellas.

—Y deberías probarlo, no sea que venga defectuoso…—las chicas seguían con sus bromas—. O que te quede pequeño…

Fabi estaba tan colorada que parecía una chiquilla pequeña. Suspiró, miró a sus amigas y se tornó decidida a abrir la caja y pasar el mal rato cuanto antes. Sacó su regalo y lo puso en la mesa. Las risas y las bromas aumentaron aún más, llamando la atención de la práctica totalidad de la cafetería.

Allí estaba aquel consolador de tamaño más que considerable. Si era una fiel réplica, el modelo para el molde tenía que estar para verlo. Y las bromas continuaban.

—Solo puedo deciros que muchas gracias, chicas—dijo Fabi riendo—lo voy a disfrutar a vuestra salud…

Sin duda fue una tarde para recordar siempre. Su mente volvió al presente y abrió la caja para observar de nuevo su viejo regalo. Oyó un portazo que hizo que cerrara la caja tan rápido como pudo y la metió debajo de la cama. Se quedó en silencio un buen rato hasta darse cuenta de que había sido en el piso de enfrente. Vaya susto.

Aún con su corazón acelerado se agachó para coger de nuevo la caja, y esta vez no tardó tanto en abrirla y tomar con la mano su regalo. Le sorprendió el tacto que tenía, no se parecía en nada a otras cosas de plástico que tenía. Lo giró, lo zarandeó, lo sobó, palpando sus estrías, sus curvas, su extensión. Al fin y al cabo era su juguete, y con los juguetes solo se puede hacer una cosa, aunque a ella no le fueran demasiado esos juegos. Sin embargo, en aquel momento le atraía, le atraía demasiado.

Se sentía como una adolescente, comenzaba a sudar por la excitación que invadía su ser, incluso parecía sentirse nerviosa. Un escalofrío recorrió su espalda y aquel juguete se cayó de sus manos. Se quedó mirándolo sobre la cama. Observaba su color, su tamaño, su forma. Imaginaba qué clase de hombre podría tener algo parecido entre sus piernas. Fuerte y grande tenía que ser, sin duda.

Sus pezones continuaban duros, pero ya no era por el frío de antes, tenía un nudo en el estómago y su pubis parecía más caliente. Se dejó caer hacia atrás en la cama mientras cerraba los ojos y comenzaba a fantasear con el chico perfecto.

Tenía en la mano izquierda el consolador, y mientras introdujo la derecha en los pantalones e inició una serie de caricias en la zona por encima de las braguitas negras con el borde rojo que tanto le gustaban. Pronto comenzó a sentir como se humedecían por la excitación del roce, lo que a su vez desencadenó que apretase con fuerza su mano izquierda, asida aún al juguete, sobre su pecho.

El ritmo y la fuerza de sus caricias fue aumentando poco a poco, metiendo parte de sus braguitas en su ser. El juguete, presionado por su mano, se había colocado estratégicamente entre sus pechos y apuntando hacia su boca, pero ella permanecía con los ojos cerrados y dedicando la mayor atención a su coño, apretando los dientes mientras el ardiente roce de la ropa interior la excitaba más y más hasta llegar de forma irremediable a un maravilloso orgasmo que se apagó entre sutiles gemidos.

Casi inconscientemente soltó su juguete de plástico, que no se movió lo más mínimo atrapado por sus pechos. Recogió sus tobillos hacia su trasero mientras levantaba las caderas para que sus manos, ahora libres, deslizaran el pantalón y las braguitas hasta sacarlos por abajo. Sus manso deshicieron el camino acariciando suavemente la excitada piel de Fabi hasta llegar al escondrijo donde la esperaba el clítoris para volver a ponerla al rojo vivo. Su respiración hacía que el consolador se moviera acompasado arriba y abajo. Posó suavemente sus caderas de nuevo en la cama y dirigió su mano en busca del juguete que le esperaba entre sus pechos.

Lo asió con decisión y lo deslizó de forma lenta por su vientre, esquivando el ombligo y zigzagueando lo fue acercando a su zona púbica hasta tenerlo a la entrada de su cueva. El solo contacto con sus labios la hizo estremecer, y al frotar el consolador con todo su sexo para lubricarlo bien, creyó que no aguantaría el segundo orgasmo ni un segundo más. Paró un instante para disfrutar el momento un poco más, pero al instante retomó su juego, su juguete estaba brillante y resbaladizo. Lo cogió con fuerza y lo situó frente a su sexo ya preparado para recibirlo en su interior, y con suavidad comenzó a apretar la punta del consolador contra su coño, y poco a poco fue entrando todo.

Lo sacó, volvió a introducirlo, una y otra vez, más lento, más rápido, sintiendo como el placer la inundaba en lo más profundo de su ser, y así estuvo un buen rato hasta que un nuevo orgasmo la hizo temblar de placer, la dejó exhausta, rendida en la cama, y dejó caer el consolador al suelo quedando sumida en un relajado y profundo sueño. El estudio había sido bastante fructífero aquel día.