Que destino más mierda

Hacer algo que no deseas te puede llevar a la muerte.

Que no se culpe a nadie de mi muerte, ni a mi querida madre, ni siquiera al cura Juan por sus sabias ideas que me inculcó a lo largo de mi estúpida vida, ni se culpe a las drogas de las que fui su títere, ni al demonio mismo que me jugó esta grotesca broma atroz. Yo asumo toda la responsabilidad de haberme metido a este terrible laberinto que tiene por única salida ... la muerte misma.

A modo de recuento escribiré la historia de mi absurda vida.

El lujo me rodeó. Hijo único de una adinerada madre soltera. Tuve todo lo material que alguien pudiera desear. Supongo que dándome todo mi madre trataba de compensar la ausencia de mi padre. Ella trató siempre de darme lo mejor y para ello se hacía aconsejar por el padre Juan.

Mi madre es, y ha sido siempre, una señora de clase, una mujer de cabello rubio que siempre llevaba sujeto, nunca suelto, de ojos azules, como los míos, muy bella y sobre todo joven, pero lo suficientemente madura tras haber criado a un hijo sola. Siempre andaba arreglada muy elegante, como toda señora de sociedad, trajes sastre, camisas, a veces corbatas, muy fashion, y claro, no podía ser menos siendo la propietaria de un negocio que nos dejaba para vivir muy bien.

Por su parte, el padre Juan era un hombre común, avanzado en años, canoso, algo calvo, delgado en extremo, y siempre vestía su atuendo de cura, nada fuera de lo común.

Recuerdo que cierto día alguien me dijo que el padre Juan le decía a mi madre que no era nada sano para mi que no tuviera cerca la figura de un hombre, pues temía que ello pudiera traerme desviaciones sexuales.

¿Desviaciones sexuales?, ¿a caso se refería a que podría hacerme marica por la ausencia de un padre?, si eso fuera cierto todos los mexicanos seríamos maricas.

Mi madre, como era de esperarse, tomó cartas en el asunto. Se le ocurrió la gran idea de contratar sirvientas que más parecían modelos, y su trabajo, más que limpiar la casa, consistía en seducirme, todo con tal de que su nene no se fuera a volver homosexual.

Y así, una a una, me las fui cogiendo. ¿Cómo olvidar las enormes tetas de Laura?, o de la calenturienta de Lorena, que gemía como una loca diciendo cosas como "Agggh, así papí, así papi", jajaja, cuando le respondía "¿Cómo que así papi?, gata igualada", ella corregía "perdón, deme más joven, más". O Lucrecia, que lo que tenía de flaca lo tenía de caliente. En el fondo sabía que lo hacían por órdenes de mi madre. Incluso después me enteré que a su secretaria Georgina le dio un jugoso bono de fin de año por mamarme la pinga, y vaya que se lo ganó la muy zorrita, lo hizo como toda una profesional.

Por supuesto que mi mamá disimulaba la situación, pero ella siempre buscaba la manera de dejarme solo con ellas. Yo igualmente me hacía el tonto y le seguía el juego para que ellas después le contaran que su muchacho tenía de marcia lo que el Fox de inteligente.

Pero llegó el momento en que todo eso me fastidió. Acostarme con mujeres que mi madre me escogía me resultaba tan frustrante como si yo no pudiera seducir a una sin mi madre de por medio, así que decidí buscar por mi lado.

Así fue que me hice novio de Ruth, la hija del ministro; desde luego me la tiré de volada, comprobándome a mi mismo que yo solo podía conseguirme a una vieja sin la ayuda de mamá. Que tiempos aquéllos, tiempos que no volverán. Después la gringuita aquélla que conocí en Cancún, me la bombeé casi por dos meses. Sólo que algo dentro de mi me hacía rechazarlas después, pero si de algo estoy seguro y a pesar de lo que puedas pensar, a las dos las quise mucho.

En ese tiempo el padre Juan me dijo que la mujer de mi vida debería ser casta y pura y que por ello dejara de buscar muchachas cuscas, que esas no eran para formar una familia, y me dejó muy en claro que para conseguir mi objetivo debía tener presente que la madre de mis hijos debía ser una mujer virgen para poder formar un matrimonio sólido. Esos consejos me hicieron olvidarme de mis dos amores y rompí con ellas.

Un mes después conocí a Sofía, secretaria de la universidad y tres años más grande que yo. Era hermosa. Y vaya que me costó trabajo hacer que se fijara en mi; y no sólo eso, llevarla a la cama fue en verdad una tarea casi imposible, ella se negaba siempre. Desde luego que al final me la cogí, pero claro, de una manera dulce y en la posición que la religión manda, la del misionero. Ella era virgen, entonces pensé que ésta debía ser la madre de mis hijos, virginal, como me aconsejó el padre Juan. Y así fue que una tarde le llevé el anillo de compromiso y le pedí que se casara conmigo; ella lloró de la emoción y aceptó ser mi esposa, además, esa noche hicimos el amor mientras afuera una intensa lluvia nos cantaba una mágica canción.

Pero cuando mi madre se enteró del compromiso pareció como si yo hubiera volado las torres gemelas, me gritó que si estaba loco, que por qué lo hacía, que Sofía, dirigiéndose a ella como tipa, sólo buscaba mi dinero. Yo le respondí que no podía ser que dijera eso si aún no la conocía, pero ella dijo que no hacía falta conocerla para saber lo que buscaba, que sólo era una secretaria y que por ella había dejado a la hija del ministro, pero yo le refuté su comentario argumentando que Sofía era la mujer que había escogido y que si volvía a insultarla me largaría de casa. Obviamente al escuchar la amenaza mi madre se calmó, me miró y dijo me relajara, que lo tomara con calma, sin exaltaciones, y acto seguido me ofreció pagarme un viaje a Europa por un par de meses, que si al volver aún me quería casar con Sofía, ella, mi madre, me apoyaría, y que sería una prueba para mi futura mujer, pues si Sofía en verdad me amaba sabría esperar. Mi madre siempre había cumplido sus promesas, sabía que esta vez no sería la excepción, así que acepté la propuesta, además, ¿quién puede rechazar dos meses de vacaciones en Europa?.

Yo amaba a Sofía, pues cuando regresé aún era mi deseo casarme con ella, y ella, por su parte, me esperó por el mismo motivo, así que mi mamá cumplió su promesa y le ayudó a mi prometida con todos los preparativos de la boda.

Desde ese día mi madre se expresaba excelentemente bien de Sofía, decía que era una chica encantadora, y a mi me ponía feliz ver a las dos mujeres que más amo llevarse tan bien, a tal grado de decirle a mi madre que, como podía ver, mis elecciones no eran nada malas, que ya era todo un hombre maduro y, por supuesto, que ya podía dejarme a cargo del negocio, pero, jajaja, argumentó que me olvidara en definitiva del negocio, que mi único negocio era hacer feliz a Sofía, y claro, así debía ser. Yo, feliz, acepté.

Todo iba bien, hasta que el destino me escupió en la cara.

Recuerdo muy bien esa noche en la que las piezas de un macabro juego se empezaron a acomodar. Esa noche, cuando me encontraba sólo y muy cansado, el teléfono sonó.

Era Luis, mi mejor amigo, un chico que, como yo, gozaba de una muy buena posición social y económica, de hecho todos mis cuates eran así. Entre música y voces, me dijo que me esperaban en la casa de otro de mis amigos, el Gary, pues habían organizado mi despedida de soltero, y que antes de que me echaran la soga al cuello me fuera de volada al reventón. Pero yo no estaba de humor, así que le dije que no quería, pero insistió alegando que la fiesta estaba de locura, que estaban ya reunidos todos los cuates, que había viejas para todos, alcohol, tachas, mariguana, cocaína y heroína, pero lo mejor de todo era que, según me comentó, habían hecho una coperacha entre todos para contratarme a la mejor güila de todo México, jejeje, ese cabrón, mira que decirme "Una pinche güila que se chingaba (cobraba) 30 mil pesos por hora", que por ello me imaginara todo lo que me haría. La verdad es que acepté, pero no por las drogas, el alcohol, las chicas o la prostituta, sino por el esfuerzo que habían hecho para agasajarme. Y terminó mi amigo diciéndome que llevara un antifaz, como en la mayoría de nuestras orgías que tiempo atrás organizábamos, pues a veces solían colarse hijos de importantes políticos del país.

Me duche, me vestí, y me salí a prisa a esa party que me esperaba, y no sé por qué, pero en el camino me hice a la idea que hacerlo con una mujerzuela sería algo muy cachondo, ya que en realidad nunca lo hice con una de profesión.

En cuanto llegué me recibieron de maravilla, todo estaba de poca madre, la música, las viejas de culos tremendos, fajes en cada rincón y hasta uno que otro cogiéndose a su pareja. Es más, trataban de convencerme de que eso era vida y que mejor no me casara, pero yo decía que me casaba porque me casaba. El tiempo transcurría y decidí, tras haberme invitado Luis, darme un pericazo de coca para que al ver a la puta llegar no me pusiera nervioso. La verdad esa noche me sentí muy bien, los cuates me la habían organizado de lo mejor, teiboleras amenizaban lo que sería una de mis últimas noches de soltería, y las cosas parecían estar cada vez mejor. Pensaba echarme un polvo con una teibolera mientras llegaba la prostituta, pero en ese momento Luis me dijo que no gastara mis energías con las bailarinas, pues mi regalito había aparecido, vimos por la ventana que se estacionaba un carro deportivo último modelo, lo resaltó mi amigo, y le dije que vaya que gastaba dinero esa vieja, que si cobraba esa barbaridad era porque seguramente las debía mover muy rico.

Ella entró diciendo hola y preguntando por el festejado. Tal vez era porque estaba drogado, pero vi que era una rubia realmente exuberante, ojos que me parecieron entre verdes y azules, cabello lacio y degrafilado, un par de tetas importantemente enormes, cinturita de abeja, unas piernas espectaculares, torneadas, blancas y depiladas, un culo super levantado, en fin, la mujer más perfecta que jamás había visto, su atuendo era el de una puta profesional, de categoría, de esas que se codean con cantantes y políticos, llevaba puesto un vestido rojo, muy delgado, entalladísimo y extremadamente corto al punto de asomarse el triangulito frontal de una tanga del mismo color; por el tipo de tela podían apreciarse con demasía sus pezones, que eran de buen tamaño, llevaba un escote que iba desde el ombligo, ligueros, medias negras, zapatillas, un abrigo muy fino sobre su brazo y claro, su respectivo antifaz, el cual le cubría la mayor parte de la cara. Pero que buena vieja.

Por supuesto que me sorprendí al verla, estaba maravillado, asombrado, fascinado al grado que cuando se me acercó para que bailáramos no podía moverme. De sus hermosos labios salieron palabras que me parecían melodías, decía que le encantaban las fiestas de antifaces por elegantes, y para romper el hielo me preguntó si no me parecía así; asentí y le dije de inmediato que quería cogérmela ya.

Y recuerdo a la perfección sus palabras:

"Para eso vine, para que me cojas, para que me hagas lo que desees."

Y preguntando dijo que si quería hacerlo en frente de todos o en una habitación aislada, a lo que le respondí que sería muy original hacerlo mientras los demás nos observaban, pero que me gustaría más de la forma clásica, en una habitación. Así que nos dirigimos al cuarto de Gary.

Una vez que estuvimos solos ella comenzó a bailar para mi, mientras yo me encontraba recostado como un armani sobre la cama. Bailaba de un modo alucinantemente cachondo que hasta un santo hubiera corrido a violarla con semejantes movimientos. Se tocaba las tetas, se acariciaba el cabello, y todo mientras sus caderas se movían con sutileza. Se puso de espaldas a mi y levantó un poco su ajuar, mostrándome ese hermoso par de nalgas que Dios le dio. De momento se sentó sobre la cama y levantó una de sus piernas, mostrándome más de lo que su tanga dejaba ver comúnmente. Lógico, me excitó como nunca una mujer lo había logrado. Cuando ella lo notó corrió a mi, me sacó la verga que de tan hinchada tomó un color morado, y me dio una mamada de campeonato. En verdad, era una auténtica puta, ninguna chica con la que hubiese estado lo habría hecho como ella, sabía hacer muy bien su trabajo. Y de verdad, a tan sólo una mamada ya pensaba que realmente valía los treinta mil pesos que cobraba. Ella seguía sin detenerse mientras decía lo mucho que la excitaba chupármela, que le encantaba lamer mi verga y que la quería toda en su boca. Me dijo que si me gustaba cómo me lo hacía, que era su papi, que era mía, que era mi putita, que esa noche me iba a volver loco y que iba a desear volver a tenerla aún después de casado. Yo estuve de acuerdo con ella.

Ya no aguantaba más, así que la puse en cuatro, y cuando estaba a punto de perforarla, de pronto el imbécil de Luis entró preguntando si nos divertíamos, la verdad es que me molesté muchísimo, tanto que le advertí que si no se largaba lo iba a tundir a golpes, pero como saben, entre broma y broma la verdad se asoma, el estúpido de mi amigo, bromeando, me argumentó que no fuera cruel, que el me había organizado todo y que por ello merecía también un poco de cariño de esa reinita, y propuso un trío, momento en el que mi puta dijo que por ella no había problema pues la habían contratado por hora y que en esa hora podíamos hacer lo que quisiéramos.

"No hay problema", eso decía esa mujerzuela, en verdad era la más piruja del mundo, que puta más puta y golosa. Aunque la verdad la idea de un trío de momento no me sonó tan descabellada, nunca lo había hecho y después de todo era mi despedida de soltero, mi noche de destrampe.

Ni tardo ni perezoso Luis sacó tres tachas, que nos metimos de inmediato, una cada uno, y acto seguido se la acomodó y yo hice lo propio. Mientras mi amigo, acostado boca arroba, la tenía bien ensartada de espaldas, yo, de pie, frente a ella, recibía de nuevo una mamada. Pinche vieja más golosa, en mi vida hubiera yo pensado que podía existir mujer con semejante lujuria. Después hicimos el riguroso emparedado de güila, ella, sin sacarse la pinga de Luis, se giró y recargó su protuberante pecho contra el de mi amigo, levantó un poco su culo, y la ensarté, y así, mientras mi puta estaba empalada por ambos orificios, los mejores amigos nos movíamos a un mismo ritmo, que fuimos aumentando hasta que las embestidas eran lo suficientemente fuertes como para desmayar a cualquiera, pero la muy puta aguantaba un chingo, y gemía, y gritaba, tan sabrosa, tan rica, tan inmejorable la sensación de su ano apretando mi verga. Todo era una locura. Los tres estabamos frenéticos con las tachas que nos habíamos tragado. Como te imaginarás, los tres terminamos a un mismo tiempo, le rociamos enteramente con nuestra leche su culo.

Después Luis entendió que la fiesta era mía y nos dejó solos mientras ella me limpiaba la verga con su lengua. Y así, sin importarme nada, yo seguí con ella dándole batería un buen rato. Le mamé sus ricas chiches, casi mordiendo al dolor, devorándolas una a una, en todas las posiciones conocidas se la metí, por la concha, por el ano, era impresionante lo que aguantaba esa zorra que a leguas se veía bastante mayor que yo, hasta que el cansancio me venció, cerrando con broche de oro con un largo y dulce beso.

Creo que fue en ese momento cuando sentí una cosa rara, genial, pero rara. Ver sus ojos por vez primera de cerca, ver su boca, sentir sus labios pegados a los míos, su lengua hurgando mi boca, la mía haciendo lo mismo, de alguna manera tuve la sensación de que esa mujer me pertenecía o yo le pertenecía a ella, como si en otra parte o en otra vida ella y yo hubiéramos sido parte de uno mismo.

Sólo pensaba en volver a verla, así que le comenté mi necesidad de hacerlo, de verla de nuevo, y ella me respondió diciendo que ya me lo había dicho al principio, que iba a querer verla aún después de casado, pero le respondí que no, que estaba seguro de que una vez casado todo terminaría, pues sería enteramente fiel a mi esposa, pero que mi necesidad era antes de contraer nupcias, y curiosamente bromeó con un "te vas a arruinar, yo salgo cara", pero no me importaba, y se lo dije, le dije que tenía mis ahorros, y entonces ella aceptó, diciéndome que mi amigo, refiriéndose a Luis, tenía su número de celular, que llamara para sacar una cita y que ella estaría encantada de volver a hacerlo conmigo (claro, lo que supongo toda puta dice cuando hay dinero de por medio), pero algo que me sorprendió, y al mismo tiempo me llenó de singular alegría, fue que me dijo que por lo regular quienes la contrataban eran políticos barbones, obispos panzones o empresarios calvos, todos de mucho billete, pero que chicos guapos como yo eran pocos, y que tal vez me haría un descuento.

Los días que pasaron sólo tuve cabeza para pensar en esa extraña mujer, su cuerpo y sus ojos me obsesionaban, tanto que aun cuando Sofía se parara frente a mi, igual para decirme algo referente a la boda, igual para modelarme un bikini atrevidísimo que la hacía ver como una cualquiera, no le hacía caso, estaba completamente perdido con la imagen de aquélla exuberante mujer.

No estaba seguro de poder hacer la llamada, aseguraba que me sentiría culpable con Sofía al hacerla, pues la estaría engañando y yo la amaba, pero mi deseo fue mayor, así que un día llamé al número que Luis me había proporcionado para hacer la cita; se me ordenó hacer un depósito bancario y volver a llamar, lo que así hice al pie de la letra, y confirmé la cita.

Y allí estaba yo, aguardando a esa mujer más nervioso que nunca. Los minutos parecía horas cuando de repente el teléfono sonó, llamaban de la recepción del hotel en donde nos citamos para avisarme que abajo se encontraba mi secretaria y que si ésta podías subir. ¿Mi secretaría?, claro, no podía ser nadie más que ella, así que informé que la hicieran subir. En verdad necesitaba un poco de coca, estaba muy nervioso, así que fui al baño a darme un buen pericazo, y en eso estaba cuando escuché que ella entró. Hablé desde el baño diciéndole que aguardara un poco, que en seguida salía y que se pusiera cómoda. Por el rabillo del ojo pude ver como se acomodaba en la cama, y me esperaba vestida de un modo muy sensual, con las piernas abiertas de par en par, medias negras, liguero, tanga negra algo transparente, un sostén tipo corsé sumamente sugerente, de media copa, su cabello rubio y suelto, como la otra noche, que festín me daría.

Fue cuando salí del baño cuando pude darme cuenta de la grotesca jugada del destino, la mujerzuela, sí, esa puta que cobraba un chingo, que se acostaba con pendejos adinerados, esa zorra que días antes me había cogido como un animal, esa güila que se había ensartado mi amigo y la había chorreado con su leche, no era otra más que mi propia madre.

Me quedé mudo, ella creo que tardó un poco más en darse cuenta de todo. Seguro que, al igual que yo, aquella noche, con tanta música, tanta droga y los antifaces tampoco se dio cuenta de quienes éramos en realidad.

Sentí que un choque eléctrico nos recorrió. Ella, al mismo tiempo en que se cubría con las sábanas de la cama, trató de decir algo que yo no entendía bien, mi cerebro estaba muy ocupado tratando de entender mil cosas que ahora por fin comprendía, como el hecho del por qué ella nunca me hablaba bien del negocio al que ella se dedicaba, ni me había dejado manejarlo. Y después de entender todo al fin pude poner atención a sus palabras. Me decía que todo tenía una explicación y que la dejara expresarla, pero en ese momento saltó a mi el enojo, y gritándole furioso le dije que qué me iba a explicar, que era una puta, si eso estaba más que claro, y le cuestioné el cómo pudo hacer semejante cosa, pero se trabó, no pudo hacer más que pronunciar unas cuantas palabras sin sentido, pero por fin dijo que mejor habláramos después, cuando me calmara, pero una vez más, gritándole, le dije que cómo me pedía que me calmara, y eso me hizo enfurecer más y, colmado de furia, perdí por completo la razón, pues cuando se alistaba para marcharse la paré en seco diciéndole que ella no iría a ningún lado, y la sujeté fuertemente de un brazo, al grado de lastimarla, diciéndome que la soltara, que no la tocara, pero no me controlé, no pude, y le dije que yo podía tocarla las veces que quisiera pues a fin de cuentas ya había pagado y ahora me tendría que cumplir como la puta que era. Ella gritó que no, tratando de imponer su condición de madre, pero me encabroné más, la arrojé a la cama y me le fui encima.

Lo último que recuerdo es que me volví loco y abuse brutalmente de ella. Cuando al fin pude reaccionar no podía volver atrás, y salí corriendo, huyendo, dejando tras de mí a mi madre, llorando y maldiciéndome.

Por eso ahora sé que la única salida es mi muerte, sólo así podré olvidar, ya que vivo no lo consigo.

Que me perdonen todos, perdóname Sofía, te amo pero no tengo remedio, no puedo vivir con esta culpa, pero sobre todo perdóname mamá, perdóname por todo. Sé que entenderás que ésta es mi única salida ...

Te Amo.