¿Qué debo hacer?

Estoy en estos momentos desesperada. Por una parte jamás me había sentido tan tremendamente feliz y por otra parte no sé que debo hacer.

Estoy en estos momentos desesperada. Por una parte jamás me había sentido tan tremendamente feliz y por otra parte no sé que debo hacer.

Convenía hacer un repaso de mi vida de estos últimos años y eso es lo que estoy haciendo. Y es que esto que me está pasando, no me lo hubiera imaginado ni en los más imaginarios sueños.

Lo cierto, es que hasta hace un año aproximadamente, mi comportamiento ha sido bastante ejemplar y más en el terreno sexual. No es que fuera una santa Teresita del niño Jesús, pero tampoco me he prodigado mucho en este terreno.

Ya mi nombre de Rosario es algo virginal, aunque todo el mundo me llama Charo. He cumplido, no hace mucho, treinta años y soy viuda desde hace algo más de dos años. Un terrible accidente de automóvil, como los hay y muchos, se llevó a mi marido.

Cuando se produjo el fatal desenlace, llevaba un año felizmente casada y mi marido era todo para mí. Era un buen hombre que me quería y yo le correspondía. Formábamos una pareja muy unida y nos entendíamos muy bien en todo los terrenos. Por si alguno lo piensa, también en ese, aunque sin grandes florituras.

Hasta aquí, nada sorprendente que se salga de lo común o creo que sea vivido por muchísimas personas. Sí puedo añadir, que la muerte de mi marido me causó una terrible depresión, con varios meses de inestabilidad emocional. No podía soportar mi situación y tampoco me ayudaba el vivir en el domicilio conyugal. Éste se me venía encima.

Mi hermana mayor me propuso, más que proponerme, me obligó a ir a vivir juntamente con nuestra madre, que también era viuda. Era un piso pequeño, pero que muy bien nos podía servir a las dos y además estaba muy cerca del que vivía mi hermana, por si la necesitábamos. Yo era para ella, más que hermana casi como una hija.

Debido a que nuestro padre murió cuando yo cumplí un año, recayó en ella el tener que cuidarme, mientras nuestra madre pasaba el amargo trance de la desaparición de nuestro padre. Y bien que lo hizo, me mimaba, me quería y se preocupó de que no me faltase nada, hasta que se tuvo que marcharse de casa al contraer matrimonio. Tampoco me desatendió estando casada. Siempre que podía, venía a verme y aparte de de preguntarme como iba con todas las cosas, me hacía acompañarla para hacer alguna visita por la ciudad.

Tampoco a la muerte de mi marido me desatendió. Ahí estaba, intentando y buscando lo mejor para mí.

En verdad me vino bien el cambio propuesto por mi hermana. Animada tanto por ella como por nuestra madre, fui normalizándome y conseguí salir de la terrible depresión que nadie sabe, si no la ha sufrido, que se siente.

Me incorporé al trabajo y de vez en cuando salía a pasear normalmente con algunas amigas. Mi vida social aparte de mi familia, era más bien escasa. Si que tenía muchos moscardones pretendiendo que saliese con ellos, pero no estaba para esos menesteres. No sé si llega a ser del todo verdad, pero por lo que veía, puedo decir que se acercaba y mucho a esto que sigue: hay algo en los hombres que se les enciende más de la cuenta, cuando creen tener a su alcance una joven viuda desamparada y si ésta es físicamente atractiva, más todavía.

No es que quiera dármelas de ser una gran belleza, pero modestia aparte, no creo estar nada mal o por lo menos eso me dicen las personas más allegadas y también, por lo que deduzco, al apreciar las caras babosas que al verme, se les queda a algunos mirones.

Lejos de pretender tener relaciones con nadie, mi vida se centró en el trabajo y para explayarme un poco, me apunté en un gimnasio en el que un sobrino mío ejercía de preparador físico o monitor.

Arturo, que es así como se llama el hijo de mi hermana, tiene veinticinco años y es un joven muy apuesto. Por lo que veía en el gimnasio, se llevaba a las chicas de calle o por lo menos veía el enorme interés que causaba entre ellas.

No me apunté al gimnasio por qué estaba mi sobrino, sino porque mi hermana, como siempre hace, más que recomendarme me presionó a que asistiera, comentando que me iría bien hacer ejercicio. Lo cierto es que fue verdad. Además de encontrarme mejor físicamente, me despejaba bastante la mente.

Hasta aquí no había nada de particular que se saliese de lo habitual. El trabajo me iba bien, seguía saliendo con algunas amigas y el gimnasio me servía bastante como entretenimiento.

¿Qué es lo que ocurrió para encontrarme ahora en este dilema tan enorme?

Quizá deba recordar mis comienzos en el gimnasio. Me lo pasaba bien y alternaba los ejercicios que realizaba en la sala de  maquinas, con clases de step. Estas clases, daba la coincidencia que las impartía mi sobrino.

Hasta aquí todo bien. Mi sobrino aparte de ser un chico atractivo, era un buen monitor. Me hacían muchísima gracia los comentarios de las chicas sobre él en el vestuario. Todas o casi todas estaban prendadas de su cuerpo y eso me enorgullecía. Desde luego el chico se lo merecía.

Solo había una cosa que me incomodaba y es que en las clases, mi sobrino se acercaba a todas las mujeres para corregir alguna postura, pero a mí nunca lo hacía. Y no es que yo lo hiciera todo bien, más bien en algunos ejercicios era algo patosa, pero  parecía que para mi sobrino yo no existiese.

Me  desconcertó completamente su comportamiento, cuando un día en una de las clases  impartida por mi sobrino, tropecé con el step. Me caí de bruces  y no se como lo hizo, pero inmediatamente se presentó a mí como un relámpago, para interesarse que me había pasado. Me torcí el pié y no podía levantarme.

En un segundo me encontré en sus brazos camino a la enfermería. No se que pasó por mi mente, pero verme llevada como si fuera una pluma y sentir cerca de mí su cuerpo sudoroso, me produjo una sensación que no alcanzaba a entender. Me tendió en la camilla y solicitó que me atendieran lo antes posible. Se acabó la clase para mí y para él. Verdaderamente me sentía segura y arropada en su compañía. No se separó de mí ni un momento.

Fue simplemente un esguince sin mayores consecuencias, pero desde ese tropiezo algo me sucedía que no me explicaba. Mis ojos iban dejando de ver en el monitor a mi sobrino, y veían solamente a un hombre estupendo que se llamaba Arturo.

Los comentarios de las chicas en el vestuario sobre Arturo ya no me hacían tanta gracia. Me daba la sensación de que me querían arrebatar algo que me pertenecía.

Así seguí un tiempo. Mi mente no dejaba de pensar en Arturo y aunque a él lo veía quizás más atento conmigo que de costumbre, no veía que estuviese interesado por mí tanto, como inexplicablemente, parecía yo lo estaba por él.

No podía ser, ¿qué me pasaba? Era el hijo de mi hermana y debería ser el último hombre en quien poner mis ojos, pero por lo visto, aunque no quieras, hay ciertas cosas que no consigues dominar ni controlar.

No lo llevaba nada bien. Una parte de mí quería dejar de ir al gimnasio para no verle, pero otra parte con mayor fuerza, se negaba en redondo dejar de contemplarlo y ver su sonrisa, cuando cruzaba conmigo algunas palabras.

En esas estaba, dándole y dándole vueltas a la cabeza casi volviéndome loca, porque no entendía como la figura de Arturo se me había metido tan adentro, cuando llegó el día del cumpleaños de mi hermana.

Cumplía cuarenta y ocho años y lo iba a celebrar, según me dijo, con una sorprendente merienda-cena. Allí nos fuimos mi madre y yo a festejarlo a su casa. Era un día invernal, en el que hacía un frío en la calle helador, de esos que es mejor quedarse en casa, pero era mi hermana y por nada del mundo la iba a defraudar.

Fue una bonita y animada fiesta en la que nos encontrábamos toda la familia, y como no, también estaba Arturo. La protagonista era mi hermana e intenté pasar lo mas desapercibida posible y no se me notase el rubor que me producía la presencia de Arturo, y más o menos así sucedió. Algunas miradas le hice de forma comedida, pero al ver que él se daba cuenta, dejé de prestarle atención sobre todo, para que nadie notase  que  mi mirada conllevaba algo más.

La reunión se prolongó más de la cuenta y la noche se echó encima. Casi estaba a punto de decirle a mi madre que era hora de irnos, cuando mi hermana me dijo:

-Nuestra madre no puede irse a vuestra casa ahora con el frío que hace y menos encontrándose algo enfriada, así que será mejor que se quede a dormir aquí.

-¿Pero dónde? –le pregunté ya que el piso carecía de habitaciones libres.

-En la habitación de Arturo y que él te acompañe a tu casa y duerma en la habitación de madre.

¿Qué decía mi hermana? Ser acompañada por Arturo y encima dormir solos en el mismo techo. No podía ser, no lo podría soportar.

-Anda déjalo, ya la abrigaré bien y llevo a madre a casa.

-Que no, que madre no puede salir a la calle.

-Pero a Arturo no le gustará.

-¿Cómo no le va a gustar? ¡Arturo! –exclamó llamando a su hijo.

Arturo estaba en su habitación, pero no tardó en presentarse junto a nosotras hermoso y radiante como un atardecer. Su cara brillaba y no sabía si era fruto de mi imaginación o a consecuencia del alcohol que habíamos tomado, que aunque sin llegar a pasarnos, algo digerimos.

No fue una sugerencia de mi hermana a su hijo, ni plantearle si le parecía bien, más bien fue una imposición al decirle:

-La abuela se queda en casa, que no es bueno que salga a la calle con este frío tal como está, así que vas a acompañar a la tía a su piso y duermes allí.

Se quedó estupefacto sin saber que decir y su madre dándolo por hecho le dijo:

-Anda no te quedes como un pasmarote y trae el abrigo de tu tía y marcharos antes de que haga más frío.

La verdad es que en la calle hacía un frío del demonio. Nada más salir de su piso dije a Arturo:

-Siento que te hayamos sacado de tu habitación y discúlpame, por el hecho de que  tengas que acompañarme a estas horas y con este frío.

-No tienes que disculparte. Es que me ha sorprendido, pero  lo hago con muchísimo gusto.

El frío era intenso y me invitó a agarrarme a su brazo y arroparme junto a él. Así llegamos a mi piso.

No había quitado la calefacción y en el piso se estaba bien, pero tenía un frío en el cuerpo espeluznante y los pies parecían que se me cortaban.

-Tengo los pies completamente helados –dije nada más entrar y quitarnos los abrigos.

-Déjame –dijo Arturo invitándome a sentarme en el sofá.

Y me dejé hacer. Se puso de rodillas, me descalzó y suavemente me quitó las medias, para después pasar sus manos por mis pies masajeándolos. Si hay alguna gloria debía ser esa. Mis ojos estaban cerrados y estaba como soñando, al no creerme que sus manos, aparte de los pies se desplazaban por  mis piernas acariciándolas suavemente.

Tuve que despertar de mi sueño al oírle:

-¿Como te encuentras ahora?

¿Qué como me encontraba? En una nube le hubiera dicho, pero mi insólita reacción fue acercarme a él, poner mis dos manos en su cara y darle un dulce beso en la frente.

-Gracias Arturo, eres un cielo –le dije mirándole a los ojos.

Él no separó su mirada de la mía. Mi corazón comenzó a latir desmesuradamente, cuando vi que su cara se iba acercando más y más a la mía. Se detuvo, nuestros rostros se encontraban a pocos centímetros el uno del otro. Su mirada seguía clavada en la mía y yo me encontraba como hipnotizada. No tardaron sus labios en posarse a los míos.

¿Qué hacer en ese momento? No salía de mi asombro, era algo que me produjo una sensación de bienestar y placer, como hacía mucho tiempo no la había experimentado. No me dio tiempo a reaccionar, porque Arturo se separó de mí diciendo:

-Perdona Charo ha sido un impulso.

No sabía que decirle, porque el corazón me iba a estallar, pero algo innato tenemos las mujeres para salir de ciertos apuros y le contesté:

-¿Y a qué se debe ese impulso? Si se puede saber.

-Lo siento, ya se que no  debería haberlo hecho –me contestó disculpándose.

Pero al igual que salimos de ciertos apuros también decimos cosas que después nos podemos arrepentir.

-No, si no me ha parecido mal, pero te pregunto como te ha salido ese impulso.

-Olvídalo –dijo-. Eres mi tía y no tenía por qué haberme permitido estas libertades.

No podía quedarse la cosa ahí. Realmente era su tía y debería respetar esa condición, pero lo que sentía por él era demasiado fuerte. No sé lo que era; ¿pasión?, ¿deseo?, ¿lujuria?, ¿amor?... El caso que nunca había sentido esas sensaciones por un hombre, ni siquiera con mi marido y mira que lo llegué a querer.

-Ya sé que soy tu tía. No tienes que recordármelo, pero sigues sin decirme que te ha impulsado a darme ese beso.

Si a mí el corazón se me iba a salir del pecho, notaba que él también estaba alterado y me dijo:

-Ya que insistes, te lo voy a decir, y después no me recuerdes ni me reproches de como me atrevo, siendo mi tía… Me gustas un motón, y siento que te quiero, tanto, que no tengo ojos para otra mujer que no seas tú.

¡Hala! Lo que faltaba. Si antes estaba que no podía contenerme, en esos momentos no pude más, adiós a todos los tabúes parentescos. Algo tremendamente fuerte se apoderó de mí, y sin saber que estaba haciendo, me acerqué a él para que sus labios se fundieran de nuevo en los míos. ¿Era consciente de lo que hacía?, realmente no, pero en esas estaba.

Beso pasional como ese, no había tenido nunca. Sus imponentes brazos me enlazaban, al mismo tiempo y me parecía que nuestros cuerpos se iban a fusionar en uno solo.

Sin dejar nuestras bocas de estar unidas, me cogió en brazos como quien coge a un niño y me llevó a mi habitación.

Suavemente me tendió en la cama y como si pidiese mi consentimiento, agarró mis manos mirándome al mismo tiempo. No pude por menos que devolverle la mirada con un gesto de complicidad, al mismo tiempo que apretaba sus manos. No hacía falta palabras. Con la misma suavidad que me había tendido en la cama procedió a desprenderme de la ropa, dejándome completamente desnuda al igual que mi madre me trajo al mundo.

-Eres bellísima –recalcó, al contemplarme tendida en la cama.

Una sonrisa fue mi respuesta. Parecía que mi boca se negase a articular palabra y es que la figura de Arturo me producía escalofríos y no porque hiciese frío, ya que dentro del piso había una temperatura excelente, sino ver como su mirada recorría toda mi desnudez.

Si muda ya estaba, más me quedé cuando él se desnudo. Ese hombre me volvía loca. ¡Que cuerpo madre! Si en el gimnasio ya se intuía  que escondía debajo de su ropa, verlo sin ella era todo un espectáculo ¡Soberbio! ¿Cómo me gustaba mi Arturo? Digo mi Arturo, porque a partir de ese momento fui totalmente suya y él otro tanto para mí.

Me entregué a él enteramente. Mi rostro,  mis labios, mis pechos, mi vientre, mi sexo…, le pertenecían completamente y los hacía suyos con verdadera devoción.

No era ningún inexperto y supo sacar de mí, los más tremendos orgasmos que jamás había logrado. Mi casi inexperiencia se dejó llevar. Y no hubo ningún impedimento, porque él sabía como elevarme a la más alta cumbre de mi ardiente deseo.

Su boca se desplazaba a lo largo de mi cuerpo deteniéndose donde  creía conveniente. Mis pechos le recibieron tersos y firmes, y mis pezones, al absorber de ellos, se erguían endurecidos como queriendo desprenderse de mi cuerpo.

¿Qué puedo decir del resto de mi cuerpo? Todo él lo iba explorando con el roce de sus labios, hasta que llegó a mi zona más erógena. Sus labios pidieron ayuda a su lengua para ahondar mis profundidades, llegando a perderse en mi abultado y excitado clítoris.

Un tremendo grito se escapó de mi garganta, acompañado de una corriente de flujo que derramaba mi alterada vagina. Ésta no pudo por menos de unirse al disfrute, vertiendo sus preciados jugos. Aunque realmente, no hubo ninguna perdida de ellos, porque inmediatamente fueron con deleite absorbidos por mi hombre.

¿Como podía contribuir yo…? No podía hacer otra cosa que intentar corresponderle y se me puede creer o no, pero lo cierto es que con mi pobre marido no había llegado a estos extremos. Nuestro sexo se limitaba a las posiciones convencionales si más adornos.

Mi boca comenzó también a perderse  a lo largo de su cuerpo, absorbiendo cada poro de su piel, hasta llegar sorprendentemente sin pudor, a esconder en ella  su brillante pene. Como si fuera una experta, con ligeros movimientos fui desplazando mi boca a lo largo de su falo, hasta que su cálido semen me inundó completamente.

Nunca, repito, nunca, había experimentado esta sensación. Un líquido con ligero sabor amargo bañaba mi boca, que con agrado, intentaba absorber ese fluido que su cuerpo se había dignado en ofrecerme.

No acabó aquí el gran placer que sentíamos. Nos permitimos un pequeño descanso, tumbados uno junto al otro cogidos de la mano, para dar un respiro a nuestro acelerado corazón. Hasta ese momento, salvo monosílabos susurrantes y jadeos que se desprendían de nuestros labios, no articulamos palabra.

¿Qué hacer? ¿Romper el hechizo de esos momentos preguntándole hasta donde me quería, o seguir callada?

No hizo falta que me devanase en pensar que podía decir, Arturo se encargó de romper el silencio.

-¿En que piensas? –me preguntó.

-No se que decirte… ¿Y tú? –respondí.

-Que mi sueño se está convirtiendo en realidad.

-No te entiendo Arturo… ¿Qué quieres decir?

-Pues es muy fácil. Estoy prendado de ti desde hace tiempo y se me apuras hasta antes de enviudar, pero siempre te he visto como algo inalcanzable a causa de nuestro parentesco, hasta casi llegar a renunciar a ti por esta causa. El problema se acrecentó cuando apareciste en el gimnasio, verte allí en el grupo, me azoraba un montón y no conseguía quitarte de mi pensamiento.

-¿Por eso apenas me hacías caso?

-¿Y que quieres que hiciese al ver tu bello cuerpo balancearse? No podía permitirme dirigirme a ti porque seguro que te hubiera estrechado en mis brazos. Ahora, el susto que me pegué cuando te caíste fue tremendo, pero llevarte en mis brazos a la enfermería fue como poseerte, aunque fuera solo unos breves instantes. Desde entonces te has convertido para mí en algo obsesivo, así que tenerte aquí y entregarte a mí ha sido como una bendición… ¿Y tú, en que estas pensando?

¿Qué le iba a decir? ¿Que estaba alucinada con su confesión? ¿Qué si yo para él era un sueño, él era para mí algo más que una alucinación? Mi respuesta más que con palabras, se manifestó al unirme a él con mis labios. Fue un beso que casi nos quedamos sin respiración.

Mis jadeos eran sorprendentes cuando Arturo comenzó de nuevo a acariciar mi cuerpo con sus manos, con su boca, con sus labios. Yo me aferraba a él como queriendo no dejarle escapar y mi cuerpo rendido, se retorcía de placer ante sus caricias.

La plenitud de nuestro gozo vino cuando su pene  decidió introducirse en mi vagina. Sabía como hacerlo y casi exploto, del placer que experimenté. Con suavidad su miembro fue deslizándose por mi conducto vaginal, que tanto tiempo hacía no había sido explorado, y con movimientos suaves fue introduciéndolo hasta sentirlo en lo más fondo de mis entrañas. Mi grito fue descomunal. El abundante flujo que desprendía de mi vagina fue acompañado de un tremendo estremecimiento de mi cuerpo, que no podía contenerse ante la dicha y placer que experimentaba.

Arturo no se quedó atrás, y más que un grito era como un prolongado gruñido el que manifestó, al descargar todo su semen, invadiendo mi vagina. Una agradable sensación me producía, el notar como su líquido se infiltraba en mi cuello uterino.

¿Cómo me sentía? La mujer más afortunada y dichosa del mundo. Ese hombre que tenía a mi lado había conseguido que volviera a renacer. Me entregué a él en cuerpo y alma  y él me correspondió con creces dándome todo lo mejor de sí.

En los brevísimos descansos que nos permitíamos, no dejábamos de decirnos lo mucho que nos amábamos.

No tardé mucho en tener de nuevo su miembro dentro de mi vagina y volver a sentir sus descargas. Ni a mí ni él, parecía que nos importase en absoluto que su líquido impregnara todo mi conducto vaginal y se perdiera en lo más hondo de mi ser. ¿Podía quedar embarazada? Creo que ninguno de los dos nos planteamos en esos momentos esa posibilidad, o por lo menos yo no era consciente de ello. Estaba muy lejos de pensar en las consecuencias de un posible embarazo y mi mente y mi cuerpo solo estaban para saborear esos instantes llenos de felicidad.

Una vez, otra y otra… No nos cansamos de unir nuestros sexos, de desearnos, de poseernos y de amarnos  desesperadamente, como si el mundo se acabase, hasta que no pudimos más. Quedamos los dos completamente extenuados y nuestros corazones parecían que iban a estallar debido a las tremendas pulsaciones que emitían. El apasionamiento y ardor con el que nos habíamos entregado, nos dejó a los dos exhaustos, quedándonos profundamente dormidos.

Y aquí estoy, recostada en la cama completamente aturdida.

Mis ojos no se separaban de Arturo contemplando como placidamente dormía y admirando esa hermosura de cuerpo que había sido muy mío en la noche.

No se si hubiera querido despertarme, porque después de la inmensa satisfacción de poder querer, adorar y amar a ese ser tan fantástico, y además ser correspondida, me está viniendo a mi mente algo que me está martirizando.

Sí que entre besos, abrazos, suspiros y jadeos nos habíamos dicho hasta la saciedad, lo mucho que nos amábamos,  pero ahora estoy completamente confusa.

No me arrepentía de nada, al revés lo repetiría si pudiera un millón de veces. Tampoco me preocupaba el poder quedar embarazada de ese hombre que era todo para mí.

¿Qué era entonces lo que me atormentaba?

Simplemente era la tremenda muralla que me parecía infranqueable: Arturo, “ERA EL HIJO DE MI HERMANA”. Sí, de mi hermana que la quería con locura y que siempre se había portado como una madre para mí. ¿Cómo se lo iba a tomar en el momento que le dijésemos nuestra unión? Mal, muy mal, tan mal que el tremendo disgusto, le llevaría a aborrecerme por arrebatarle a su hijo, siendo yo quien era y eso tampoco quería.

¿Por qué me atormento hoy, si esto ya lo sabia ayer, anteayer y el otro y el otro y el otro día?

No había otra explicación. Nunca había creído, a pesar de que mis pensamientos estaban en él, que iba  a llegar este día. Ahora era algo más real, quería a Arturo, lo deseaba y lo amaba con todas mis fuerzas.

Me eché a llorar y mis sollozos despertaron a Arturo…

¿QUÉ DEBO HACER?