¡Qué carcajada

Un punto de contacto con otro relato que anda por aquí. Una sonora carcajada que es algo así como una huella dactilar.

Estaba yo cotilleando en los últimos relatos publicados. En principio, uno de tantos. Pero me gustó el estilo del escritor y seguí adelante. El interés subió de golpe cuando me di cuenta de que estaba ambientado en el sitio donde yo vivo. Allí estaba encontrándome con la fiel descripción de sitios que yo conozco…

De repente, ¡clinck! Una situación vivida por mí. En el relato, yo estaba leyendo el comportamiento de dos hombres conocidos míos. Era el comportamiento característico de ellos siempre que van a pescar a la sauna. Si no eran ellos, eran sus hermanos gemelos.

Sé que el autor no tiene inconveniente en que fusile un trozo de su relato. Puedo estar tranquilo, no va a echarme a la SGAE encima. Ahí va:

“Di un paseo por el lado de las cabinas; al pasar por una, vi que en el interior había dos tíos enfrascados en un duelo sexual, se escupían en la boca y se pellizcaban por todas partes del cuerpo, en una mezcla de placer y dolor un tanto peculiar... Sus cuerpos danzaban como si de dos bestias en celo se tratara... Cuando fueron conscientes de mi presencia, me invitaron a entrar... Yo decline su invitación poniendo píes en polvorosa ...”

¡El mundo es un pañuelo!


Mi vida golfa fue larga e intensa. Conocí mucha gente (de ambos sexos). Hoy puedo clasificar a mis compañeros/as de placer en mierdas, mierdecillas, qué-quieres-que-te-diga, normalitos, bien, guay y ¡HOSTIAS! La clasificación algo tiene que ver con el físico, cómo no, pero el físico no es lo fundamental (ni muchísimo menos). Hay quien con un físico normalito es un ¡HOSTIAS! y quien con un físico de agarraté, no pasa de ser un mierdecilla. Claro. Es que yo busco placer, no modelos fotográficos. Supongo que vosotros también buscáis lo mismo. ¿Me equivoco?

Antonio es un ¡HOSTIAS! Lo conocí en un sitio nada romántico: unas meaderas públicas. Hace de esto ya más de diez años. Creo que bastante más. Pues bien, conocido a Antonio en aquel sitio tan poco romántico, con ganas los dos, nos buscamos un donde meternos. No había donde y había prisa. Nos contentamos con una follada rápida en un portal. Ya comprenderéis que en un escenario así la follada tuvo que ser necesariamente rápida. Y por rápida, nos dejó a los dos con más ganas. Quedamos para otro día.

El siguiente día fue en un monte. Un monte tranquilo en el que encontramos un abrigo donde meternos. Ni idea del tiempo que estuvimos allí revolcándonos por la hierba, pero fue mucho. Fueron dos folladas, dos, larguísimas las dos. Jooooder, que aguante el nuestro. Allí fue donde me quedó claro que Antonio era una máquina de follar. Volvimos a quedar, ¡cómo no! Y, ya vencida la desconfianza hacia un desconocido, empezamos a quedar en su casa. ¿Cuántos polvazos fueron, amigo Antonio? Seguro que tú y yo perdimos la cuenta. ¿Cuál fue el mejor? TODOS. No lo hubo malo. Pero recuerdo especialmente uno en el salón de tu casa ante una cámara de vídeo. ¡Qué morbazo! Con la cámara conectada al televisor, los dos estábamos viendo en la pantalla, lo mismo que estábamos sintiendo en nuestros cuerpos. Y después, llegado el final, había que revisar la calidad de la grabación. ¿Y qué pasó al revisionar? Aquello no había forma de pararlo. Y sigue, y sigue, y sigue… Hasta la total extenuación.

Luego cambiamos nuestras citas. Empezamos a quedar en una sauna. ¿Por qué? Porque así había la posibilidad de que en vez de dos fuéramos tres. Tres mejor que dos, decías tú ¿no? Y yo digo ¡¡dos mejor que una!! porque contigo aprendí cómo es eso de tropezarme con otra polla dentro del culo que me estoy follando o cómo es eso de sentir dos pollas juntas follándome el culo a saco. Entran y salen a ritmos distintos, decías tú. ¡Demasiao!

En una tarde de sauna apareció “Peludito”. Un treinta y pocos bajito. De estatura francamente corta pero ¡qué proporciones! ¡qué cuerpo bien hecho! No era el tipo de Antonio, que los buscaba maduros, pero como a mí me entusiasmó la anatomía de “Peludito”, Antonio aceptó que nos lo metiéramos en una cabina. Sesión inicial de morreos y magreos, los tres de pie. Hasta que sentamos a “Peludito” en la camilla y nosotros nos pusimos de pie delante de él. Lo tomó como una invitación a chupar y aceptó de buena gana la invitación. El chupeteo terminó cuando Antonio le dio dos condones: “pónnoslos”. Supongo que “Peludito” pensó que estábamos preparando un sándwich. Pero sí, sí, sándwich. De eso nada, tío. Yo me tumbé polla arriba en la camilla y Antonio me clavó en “Peludito” poniéndomelo encima y dándome la cara. Con su corta estatura y su poco peso, “Peludito” era muy manejable. Además, se dejaba manejar de muy buen grado. Después, sentí en mi polla la presión de la polla de Antonio clavándose también en el mismo agujero. No pude resistirlo y empecé a moverme como un poseso enloquecido por el placer. “Calma, calma, que me echas a mí”. Haciendo un gran esfuerzo, conseguí enlentecer mis movimientos y así empezaron los “ritmos distintos”. Yo veía delante de mí la cara de “Peludito” descompuesta por el placer y veía la cara de sátiro de Antonio asomando por encima de su hombro. “Peludito” y yo no pudimos contenernos y empezamos a gemir de gusto. ¿Gemir? ¡No! Dar alaridos de gusto, coño. Nada de gemir. “Callaros un poco” “no seáis tan escandalosos”. “No podemos callarnos”. Y los alaridos fueron en aumento hasta llegar al bramido final.

Otra tarde de sauna, esta vez sin Antonio.

Di un paseo por el lado de las cabinas; al pasar por una, vi que en el interior había dos tíos enfrascados en un duelo sexual, se escupían en la boca y se pellizcaban por todas partes del cuerpo, en una mezcla de placer y dolor un tanto peculiar... Sus cuerpos danzaban como si de dos bestias en celo se tratara... Cuando fueron conscientes de mi presencia, me invitaron a entrar... Yo decline su invitación poniendo píes en polvorosa ...

Mi paseo por las cabinas tenía como objetivo encontrar a “Peludito”. Al entrar, lo había visto a él, de espaldas, con su cuerpo muy bien proporcionado, con toalla enrollada en la cintura, caminando hacia la zona de cabinas. Dejé mi ropa en la taquilla y me lancé a buscarlo con prisa, no fuera a ser que me lo quitaran. Si decliné la invitación que me hicieron los dos “bestias en celo“ fue porque ninguno de ellos era “Peludito”. A él lo encontré todavía libre y nos metimos en una cabina. No nos hizo falta Antonio para que de nuestra cabina salieran alaridos de placer. Tío escandaloso el “Peludito” este. Me mola. Terminada la sesión de alaridos, nos fuimos a relajarnos, los dos juntos, a la sala de porno. Y fue cuando aparecieron los “bestias en celo“ buscando a alguien. Nos vieron a “Peludito” y a mí enfrascados y salieron. En realidad no estábamos enfrascados; estábamos disfrutando del relajarnos uno junto al otro, manteniendo contacto todavía y dejándonos llevar por esa maravillosa sensación de agradecimiento mutuo. Por si yo no había tenido suficiente con lo que había visto en la cabina, “Peludito” me informó más ampliamente. “Estos vienen buscando algo especial” y subrayó la palabra especial con un expresivo gesto y un cierto deje de desprecio. Los dos “bestias en celo“ eran mi tipo y el “algo especial” me movilizó recuerdos de andanzas pasadas. Me despedí de “Peludito” y salí a buscar a los bestias. Aunque yo ya estaba relajado,  me había picado la curiosidad, el recuerdo, el morbo y el deseo...

Los busqué y los vi metiéndose en el cuarto oscuro. Para allá me fui yo sin dudarlo.  El más mayor, Pablo, hizo una exploración en mi cuerpo. Buscó uno de mis pezones. Lo apretó salvajemente; lo retorció. Yo aguanté el ay y me dejé. Pablo dijo “vamos a una cabina” y Fernando se sorprendió “¿con quién? ¿con éste?”. “Sí” “con éste”. Iniciamos el desfile en fila india. Yo, detrás de Pablo, exploraba con la vista su cuerpazo macho macizote, sus andares. De una hora, o más, dentro de la cabina omito los detalles más “escabrosos” que entiendo que puedan herir alguna sensibilidad. Citaré sólo un intento de fisting que me hizo Pablo. Quedó en casi nada por falta de un lubricante adecuado. Os hablaré sólo de sus corridas. No de la mía, porque realmente yo no estaba muy como para repetir… Los dos tuvieron muchísimo aguante. Pablo llegó al punto de corrida emboleando dentro de mi culo. En ese momento, la sacó. “Abre la boquita”. Y vi como en la boca abierta de Fernando caía una abundante corrida, que Fernando se tragó. La primera corrida de Fernando fue una buena regada sobre mi cara y mi pecho. Noté algo raro. Una especie de incredulidad y de asombro en la cara de Pablo y un cruce de miradas entre ellos que yo no supe interpretar. Yo me disponía a irme, cuando Pablo me detuvo “espera, que Fernando va a querer más”. Vuelta a los detalles “escabrosos” que omito hasta que llegó la segunda corrida de Fernando. Y la voz de Pablo “venga, no te cortes” “ya hay confianza y seguro que no le importa”. Y Fernando empezó una sonora carcajada. Una carcajada estruendosa e incontenible. Pablo me explicó “¿ves como iba a querer más? es que si Fernando no suelta la carcajada después no se desahoga”. Y la carcajada de Fernando, congestionado, seguía y seguía. Inacabable. Espectacular. Nunca vi a nadie reírse con más ganas y durante tanto tiempo.

Como el mundo es un pañuelo, a lo mejor esta carcajada le suena de algo a algún lector… A mí me costaría aceptar que haya alguien como Fernando que necesite una sonora carcajada para que un orgasmo sea de verdad un orgasmo.