P.V.e.I (12): La gota que rebalso el vaso.
Continúa el relato de lujuria e infidelidad.
Me paré del escritorio y caminé desde la habitación hasta la sala de estar. Isabella leía un libro mientras escuchaba el viento mover los árboles.
Sonrió al verme. Yo también sonreí. Estiré la mano y le ofrecí la carta que había terminado de escribir hace sólo unos momentos. Adentro, en varias hojas escritas le ofrecía la historia que no había podido contarle en tanto tiempo.
La continuación de la historia de tu locura y tu ex –adivinó.
Si. Creo que esto fue la gota que rebalsó el vaso. Tanto para mi matrimonio como para mi cordura.
Creo que hice un gesto extraño, una sonrisa triste o algo así. Isabella dejó el libro de lado y tomó la carta.
- No te preocupes –aseguró-. Nuestro amor es más fuerte que cualquier otra cosa.
Me arrodille junto a ella y besé sus manos. Apoyé mi cabeza en su regazo. Ella acarició mi cabello.
- Hagamos el amor –susurró en mi oído.
Fuimos a la cama e hicimos el amor. Cuando desperté varias horas después, Isabella leía mi carta bajo la luz amarilla de una lámpara. Afuera, se había hecho de noche y había empezado a llover. Permanecí en silencio. La lluvia golpeaba la ventana cuando empecé a recordar las palabras escritas en el papel.
P.V.e.I. (12): La gota que rebalsó el vaso.
Las infidelidades de Ana empezaban a hacer mella en nuestro matrimonio. Al otro día, una vez pasada el frenesí de la noche anterior, donde Ana había follado a un desconocido frente a mis ojos, afronté a Ana y la amenacé con el divorció. Ana se puso histérica con mi amenaza. Desesperada empezó a pedir perdón entre llanto y sollozos. Me dijo que sería la última vez, que todo volvería a ser como antes. No sé por qué le creí y la perdoné.
Ciertamente pensaba que sufría de ninfomanía. Se lo hice saber y Ana me prometió recurrir a un médico especialista. Jamás supe si realmente lo hizo. Habían pasado largos días y Ana permanecía en casa. Parecía volver a ser la mujer serena y cariñosa de siempre. Aquello me hizo bajar la guardia.
Soy un hombre tranquilo y trabajador, con muchos amigos. La excepción era la enemistad con un compañero del equipo de rugby universitario. Se llama Jürger Killman y le apodan el Panzer porque es un tipo enorme y corpulento. El rugby era lo único que lograba relajarme y me hacía bien. Pero aquel tipo aquel enorme hombre de rasgos duros y poco agraciados me hostigaba porque era el único en la cancha que osaba enfrentarlo de igual a igual. Yo también soy alto y musculoso, así que me enfrentaba con él sin problemas dentro de la cancha. Cada partido y cada enfrentamiento Jürgen se lo tomaba personal, tanto si lo buscaba para bloquear su jugada o si lo ignoraba para ir por otro compañero.
- ¡Me las vas a pagar, hijo de puta! ¡Deja de ignorarme, desgraciado! –solía gritarme el Panzer al final de cada partido de rugby-. ¡Me las pagas, cabrón! ¡Me escuchas! ¡Te gustas hacer “hijoputadas”! ¡”Hijoputadas” vas a tener, cabrón!
Jürgen era malintencionado y odioso con todos, quizás por eso ignoré sus amenazas. El rugby era mi escape y debía convivir con un hostil Jürgen “el Panzer” Killman para poder practicarlo. El Panzer era un mal necesario en mi vida deportiva. Pero nunca pensé que su odio desembocara en la situación que voy a relatar.
Aquello pasó el día de la celebración del aniversario de matrimonio de mis suegros. Durante aquella velada, mi esposa se esmeró en su vestimenta y maquillaje. Estaba hermosa. Su rostro, bendecidos con ojos claros y labios carnosos como una tentadora súcubo, era un deleite para los ojos. Sin contar con su belleza, esas largas y femeninas piernas, aquel espectacular trasero o aquellos firmes y grandes senos seguramente llamarían la atención de los asistentes a la reunión. Sin duda, me había casado con una “afrodita de los tiempos modernos”.
Mi mujer giraba en las sandalias de taco alto, observándose frente al espejo. Había ido a la peluquería y el cabello trigueño, generalmente liso, había mutado en imponentes rizos con un estilo afro artificial y muy fashion. Parecía una leona de melena ondulada y salvaje.
Esa noche, usaba un minivestido rosa que insinuaba mucho. Además, como accesorio utilizaba una especie de corsé de cuero negro que envolvía sólo su abdomen y que parecía ofrecer los firmes y voluminosos senos que asomaban en el escote del sensual vestido.
- Seguro que no puedes ir –dijo mi mujer, coqueta.
Ana trataba aún que la acompañara con sus padres. Era una lástima, pero nunca me he llevado con su padre. Había inventado una excusa. De todas maneras, con sus padres Ana estaría segura. Era imposible que hiciera algo estúpido, pensé. Conduje a mi esposa a casa de sus padres y me despedí.
Que tengas una bonita noche, amorcito. Cuídate –recuerdo que le dije.
Espérame en casa amor. Llegaré temprano –respondió mi mujer, envuelta en su chaqueta negra.
Luego me dirigí a trabajar unas cuantas horas en la oficina. Casi a la medianoche regresé a casa y me dormí. Estaba cansado y no sentí regresar a mi mujer aquella noche.
Los días pasaron rutinariamente hasta un martes. Aquel día, mi esposa trabajaba hasta tarde en el estudio de abogados, así que aproveché para dirigirme al campo de rugby. El entrenamiento habitual y luego a casa. Lo único diferente fue que el Panzer me buscaba con insistencia. Su actitud era diferente. Se le notaba confiado, soberbio. No dejó esa sonrisita de superioridad en ningún momento.
Al dejar el entrenamiento, me retiré a las duchas. Al retirarme, encontré un pequeño bulto sobre el capó de mi automóvil. Alguien había aprovechado mi ausencia para dejar aquel paquete. Estuve dándole vuelta al asunto, pero no sabía que pensar. En casa, lo abrí el paquete. Encontré un disco y una nota que decía: “Ahora mismo, Ella está conmigo” . Luego, estaba anotada al reverso una dirección. No entendí el mensaje. Saqué el disco y lo puse en mi computador portátil. Sólo tenía un archivo de video.
-Espero que valga la pena –dije en voz alta mientras cliqueaba para reproducirlo.
La escena empezaba en negro, pero de inmediato mostró la imagen de un pequeño club nocturno. Seguramente había sido grabado desde una oficina o palco que dominaba la pista de baila. La cámara hizo un zoom in, enfocándose sólo en un sector de la pista de baile.
- Escucha atentamente, mariconcito –se escuchó de improviso una voz, hablándome a través del video-. Quiero que sepas que esta noche he tenido el placer de conocer a Ana, tu esposa. Es realmente una belleza. Quiero que sepas que esta noche la cuidaré mientras duermes en tu camita. Mírala como baila en medio de la pista.
Sólo cuando mi esposa fue mencionada pude darme cuenta que se encontraba en la discoteca. Se le podía observar justo en el centro del video, bailando. Llevaba el vestido rosado y la cabellera rizada de la noche del aniversario de sus padres. Podía recordar perfectamente lo sexy que se veía. Ana era acompañada en la pista por su padre. Sin duda, el video se había grabado esa noche.
- Esta noche pienso conocer a fondo a tu mujer, mariconcito –respondió la misma voz-. Mira como baila la putita. Pareciera como si alguien le hubiera puesto unas pastillitas en la copa.
En la imagen, sobre la palma se mostraron varias pastillas de colores. Quizás éxtasis, pero no estaba seguro. No sé nada de drogas.
- Hoy tu mujercita y su familia tienen tragos gratis por nuestra amistad –dijo con tono burlón aquel cabrón-. Porque somos grandes amigos. Veras como todos nos divertimos. Tu mujercita está para gozarla una y otra vez, cabrón. Ya verás, como te envió pronto un recuerdito de esta gran noche.
Reconocí la voz del cabrón de Jürgen. Su tono era sarcástico y malicioso. El Panzer enmudeció, pero la filmación continuó. Ana bailaba con Mario, su padre. Ambos parecían bastante “contentillos”. Mario vestía una camisa blanca y pantalón oscuro. Mucho más alejados, casi saliendo del foco de la cámara, se veía a Sofía, la madre de Ana, bailando con uno de los primos.de Mario. Ambas parejas de baile parecían ignorarse.
A medida que el reggaetón daba paso a otro, los cuerpos empezaron a moverse muy cercanos. Algo me pareció extraño, pues la distancia entre sus cuerpos no era la apropiada.
- ¡Uf! Mira como poco a poco el coctel que bebieron va haciendo su efecto –interrumpió la voz de Jürgen-. Que puta es tu guapa esposa. Mira como se mueve, cabrón. Qué suerte tiene tu suegrito.
Rompió una estruendosa carcajada. Sólo unos segundos, la imagen mostró a mi mujer girar despreocupada mientras Mario, borracho, bailoteaba divertido a su espalda. Al ritmo de la música, Ana danzaba como una “odalisca reggaetonera”. Yo no sabía cómo ni cuándo había aprendido a bailar de forma tan atrevida aquellos ritmos.
Mario parecía embelesado con la belleza y sensualidad de su hija. Tenía la mirada perdida en el voluptuoso trasero de mi mujer. Pensé que aquello era lo más ofensivo y pervertido que había visto, pero me tragué mis palabras cuando Mario se movió hasta quedar justo por detrás de su hija. Ante mi sorpresa, el padre de Ana se atrevió a apoyar la pelvis en el trasero de su hija. En ese momento, quedé en shock. Estaba impactado frente al monitor. El video mostraba como mi esposa parecía indiferente al contacto de su propio padre. Mario le estaba literalmente “frotando” el pene sobre el voluptuoso y apetecible trasero, pero Ana se hacía la mosquita muerta.
¿Estaré soñando? ¿Será mi imaginación? , me pregunté.
Muchas parejas bailaban de manera similar, incluso otras parecían más atrevidos en su actuar. Pero Mario y Ana eran padre e hija. La escena se extendió largamente antes que Ana girara nuevamente. Mario la tomó por la cintura y se le pegó, divertido. Así, continuaran bailando, cada vez más juntos. Aquel baile no era sólo extraño, sino anormal y ofensivo. No había coqueteo o miradas cómplices entre Mario y Ana. Sus rostros parecían ignorarse mientras sus cuerpos mostraban lo opuesto.
- ¡Uf! Veo que las pastillas que puse en las copas están desinhibiendo a la parejita. Vaya par de incestuosos tienes por familia –La voz del Panzer me hizo volver a la realidad -. Ya verás lo que viene. A tu putita me la follo, cabrón. Ya verás cabrón. Este es sólo el comienzo.
Al parecer, la batalla que teníamos Jürgen y yo en el campo de rugby se había extendido a otros lugares. Nunca pensé que su odio a mi persona fuera tan intenso. Empecé a recordar que el enorme rugbista era encargado de seguridad de un club nocturno. En ese momento, muchas respuestas empezaron a venir de mi mente.
Mi esposa daba vueltas mientras bailaba en los brazos de su padre. No entendía nada. Bailaban reggaetón como muchas otras parejas. Pero un padre y una hija no deberían bailar así ningún baile. Incluso me pareció que las manos de Mario bajaban bajo la cintura de su hija, acariciando las sensuales y respingonas nalgas de Ana. No estaba completamente seguro de lo que veían mis ojos, pues había gente bloqueando la visión. Además, tal vez sólo era mi imaginación que me jugaba una mala pasada.
Mario atrajo de improviso a su hija, que pareció divertida de la actitud distendida de su padre. El padre de Ana siempre había sido grave y serio con su hija menor, sin embargo, esa noche era sólo sonrisas. Abrazó a Ana mientras le hablaba al oído, en una actitud extraña. Me pareció que el alcohol y lo que fuera que le habían echado el Panzer a sus copas había hecho mella en los dos bailarines.
El padre de Ana insistía en los abrazos y Ana estaba completamente risueña. Mi corazón saltaba en mi pecho, pues, estaba casi seguro que las manos de Mario estaban muy por debajo de la estrecha cintura de mi mujer, por la espalda. Además, cuando se despegaba miraba repetidamente en dirección del apetitoso escote de Ana. Sus grandes y firmes senos parecían resaltar esa noche con aquel sexy corsé de cuero negro sobre el vestido rosado. En ese momento, la grabación cesó y la pantalla quedó en negro.
Yo me encontraba con la boca seca, inmóvil en el asiento. Esperaba que terminara todo. Que no hubiera más grabación, pero sabía que aquello era poco probable. La imagen retornó casi de inmediato. Parecía una oficina amplia, con un escritorio al fondo y varios sillones alrededor de una pequeña mesa de centro donde descansaban una botella de champaña sobre hielo y un par de botellas de ron. Se escuchaba la música de la pista, pero amortiguada por las paredes.
De pronto, entró Ana. Mi mujer zigzagueaba al andar, visiblemente borracha. Tras ella entró Mario, que caminaba ayudado por Jürgen, que apareció por primera vez en cámara. Sin duda, el estado del padre de Ana era lamentable. No se le entendía lo que hablaba y con dificultad se mantenía en pie.
Pon música, Jürgen –exigió mi esposa, en un tono divertido, prueba del exceso de alcohol.
Como ordene, señora Moro –dijo Jürgen con la mirada sobre las curvas sensuales de Ana.
Un reggaetón empezó a sonar en la oficina. Ana trató de sacar a bailar a su padre, pero Mario no podía levantarse de su asiento. Al padre de Ana se le caían los ojos de la borrachera y poco a poco empezó a caer dormido.
- Vamos, Mario –ordenó Ana, visiblemente borracha también-. Levántate. Querías bailar ¿no?
Pero el padre de Ana estaba hecho un bulto en el asiento y era incapaz de hacer lo que le pedía su hija.
- No creo que esté en condiciones de pararse, menos de bailar –hizo notar Jürgen.
Ana continuó tratando levantar de un brazo a su padre, pero era inútil.
Es que bebió mucho ron –acotó Ana.
Bueno, los tragos eran gratis porque soy amigo de tu esposo, pero debió beber con mayor moderación –se excusó el Panzer.
El cínico comentario de Jürgen me enfureció. Inventar que éramos amigos parecía lo más ridículo que había escuchado decir de su boca. Sin embargo, mi esposa parecía totalmente convencida de la sinceridad del enorme hombretón.
- Pero si quieres bailar ¿Por qué no bailas conmigo? –se ofreció el grandote hombre.
Jürgen era un hombre ancho y muy alto, de rasgos toscos enmarcados en el pelo castaño peinado por el medio. El largo de los mechones le alcanzaba hasta el cuello. Vestía una camisa y unos pantalones de tela ajustados. Algunos dirían que era un hombre feo, pero siempre estaba rodeado de mujeres guapas. Aunque ninguna tan hermosa y sensual como mi mujer.
El maldito empezó a bailar con mi mujer que parecía feliz con su nuevo compañero de baile. El Panzer la tomaba de la cintura y con ojos lujuriosos observaba las deliciosas y femeninas curvas. En mi asiento, me removí inquieto. Era incapaz de pensar o hacer algo. Me sentía imponente mientras cada segundo daba paso al siguiente. Lo peor es que quedaba más de media hora de grabación.
A unos metros, el padre de Ana permanecía inconsciente, durmiendo la borrachera. El pobre hombre era incapaz de darse cuenta que su hija era seducida por un desconocido justo a su lado. La mano derecha de Jürgen comenzó a descender lentamente al son de la música, yendo y viniendo de la cintura a la espalda. Descansando en la parte superior de la curvilínea y firme carne de la cola de mi esposa. Ana estaba demasiado alegre y borracha para molestarse. Las manos se posaban continuamente en la cola de Ana y ella las quitaba, jugueteando. Sin embargo, cuando Jürgen trató de acercarse para robarle un beso Ana lo detuvo de inmediato.
Eres un desvergonzado –Ana lo acusó en un tono que era más lúdico que acusador.
Eres una tentación muy grande, ¿no lo crees, cariño? –respondió provocador el Panzer.
¡Hey! Soy una mujer casada –recriminó risueña mi sensual esposa.
Pero tu esposo no está aquí con nosotros para notar tus indiscreciones ¿o si? –las manos del hombretón rodearon la estrecha cintura de Ana.
Soy la mujer de tu amigo. Recuerda –recordó nuevamente Ana mientras girada en los brazos de Jürgen con una sonrisa festiva.
Pero no estás muerta… y estás para comerte, bombón –bromeó el maldito hombretón.
Mi mujer continuó bailando, como si la situación no fuera peligrosa. Ana reía ante la actitud desenfadada y los comentarios desvergonzados de Jürgen: Mira qué guapa estás, bonita. Esas bonitas piernas seguramente te llevan al cielo, angelito. Pero como mueve la cola, mi diosa.
El hombre de rostro tosco y músculos gruesos al estilo Terminator se separó un segundo para colocar una bachata más acompasada, pero no menos acalorada. Mi mujer reclamó, pero Jürgen la acalló con otra copa de alcohol. Volvieron a bailar, el aire era distendido hasta el punto en que Ana se había olvidado de la presencia de su padre. La mano de Jürgen se posó en la espalda, pero no tardó en bajar hasta el culo de mi mujer. Esta vez Ana me sorprendió al dejar descansar la palma de Jürgen en el lugar. Ambos se movían sensualmente al ritmo de la música.
Me pregunté cuántas veces mi mujer se había dejado seducir mientras bailaba. Mi mujer solía salir de vez en cuando a bailar con sus amigas. Era algo que yo nunca le había reclamado. ¿Cuántos hombres le abrían puesto las manos sobre ese sensual cuerpo de forma descarada?, me pregunté. Los dedos del Panzer empezaron a recorrer el trasero de Ana en toda su extensión, acariciándolo con suavidad de arriba abajo para luego apretar las carnes tiernas de mi mujer.
Las manos de mi traidora esposa empezaron a acariciar el cuerpo de Jürgen, tomándolo de la cintura y jugueteando con los botones de la camisa gris. Unidos como estaban, Ana dejó que los grandes y firmes senos descansaran contra el amplio y musculoso tórax del Panzer. Mi desinhibida esposa comenzó a desabrochar la camisa, botón por botón, hasta dejar el torso expuesto. Jürgen tenía el lampiño pecho muy ancho y largo. Era un torso desproporcionado, pero con la musculatura muy desarrollada.
- Eres fuerte –comentó Ana, acariciando la piel del torso.
La mano de mi mujer recorrió los pectorales y el abdomen de Jürgen, despojándole de la camisa. Continuaron bailando, sus cuerpos rozándose constantemente. Jürgen la hizo girar para que Ana le diera la espalda o más bien su maravilloso culo. Mi mujer, en un comportamiento libertino y complaciente, retrocedió moviendo sus caderas para apoyar su voluptuoso trasero justo sobre la pelvis de Jürgen. Ella movía sus caderas al ritmo de la música, frotándose contra la verga del musculoso bailarín. El le hablaba al oído y Ana se reía tontamente. El maldito estaba disfrutando, tenía un bulto enorme en la entrepierna que hacía notar a la cámara, especialmente cuando lo frotaba contra el voluptuoso trasero de Ana.
El empezó a desatar el corsé que protegía su vientre. Al principio mi mujer se defendió del atrevido intento por desnudarla, pero pronto terminó por ceder ante la continua insistencia del grandote rugbista. El corsé de cuero negro cayó sobre el sillón, justo al lado del desvanecido padre de Ana.
Ante mi impotencia, pude observar en el video como mi mujer se giró nuevamente. Esta vez totalmente entregada a Jürgen, acariciaba el torso desnudo mientras su amante la tenía cogida del trasero.
Eres muy musculoso –dijo Ana.
¿Te gustan los hombres musculosos? –preguntó Jürgen.
Si –respondió Ana con la mano acariciando los pectorales.
El Panzer levantó su vestido, dejando a la vista una pequeña tanga negra bajo un calzón de encaje rosado. La sensual cola de Ana resaltaba con aquella rebuscada combinación de dos calzones sobrepuestos. Mientras la mano de Júrgen palpaba la textura de la ropa interior de mi mujer, yo me pregunté desde cuando Ana había empezado a vestirse como una puta. Aquel cuerpo de muñeca y esa cara de ángel parecían no saber lo que hacían. Ana se entregaba cada vez más desatada. Sus ojos turquesas y su rostro sonriente mostraban una lujuria creciente, al punto que frotaba desinhibida su entrepierna en una de las piernas de Jürgen. Mi esposa estaba verdaderamente caliente.
Jürgen dirigió una mano a los senos de Ana y bajó su vestido. El seno derecho de Ana, oculto aún bajo un rosado sostén de media copa con push up, fue expuesto brevemente. Mi esposa retornó el vestido a su lugar, pero Júrgen volvió a atacar una y otra vez, aprovechando para manosear los turgentes senos. Finalmente, Ana decidió sacarse el sostén, exponiendo sus grandes senos a la lujuriosa mirada de su amante. Las mamás de Ana parecían rebelarse ante la gravedad. Pese al gran tamaño, se notaban unos senos juveniles y erguidos con pezones que se levantaban sobre un círculo pequeño y rosado.
Ana dudó un segundo al notar nuevamente la presencia de su padre.
- oye Jürgen… Estoy casada con tu amigo… -explicó Ana, exponiendo los hechos junto a su anillo de matrimonio-. Además, mi padre…
La resistencia de Ana levantó esperanzas en mi mente. Pero el Panzer sepultó esas esperanzas de inmediato. Tomó de la cintura a Ana y la besó salvajemente. Mi mujer correspondió un momento, pero luego se dio cuenta de lo que hacía. Trató de separarse confundida.
No puedo –se excusó, tratando de alejarse del Panzer-. Se lo prometí a Tomás.
Vamos, nena –Jürgen la atrajo por medio de la fuerza-. Él no se enterará de esto. Te lo prometo.
Tal vez era la última nota de cordura y lealtad marital. Ana luchó, se debatió contra el Panzer.
No debemos hacer esto, Jürgen –pidió mi mujer-. Tomás es tu amigo y mi esposo.
No digas tonterías, amor –contestó el musculoso hombre-. Te digo que él no se enterará de nada.
El es tu amigo, por favor –repitió Ana.
Nuevamente, Jürgen atrajo a la fuerza a mi mujer. Ana luchaba, pero era más débil. El forcejeo continuó por un largo minuto. En mi mente empezaba a creer la idea de que todo terminaría en una horrible violación. La lucha empezó a dejar sin fuerzas a mi mujer. Las manos de Jürgen recorrían el cuerpo de mi mujer, que empezó a gemir mientras sus manos perdían fuerza. Notaba que los pezones de Ana estaban erectos y jadeaba con sus carnosos labios a centímetros de los labios finos de Jürgen. La batalla estaba perdida.
Se besaron nuevamente. Esta vez Ana correspondió el lascivo beso con descaro. Sus labios se fundían una y otra vez, sus lenguas parecían envolverse mutuamente. El Panzer cogió un pezón, lamió la piel de sus senos mientras metía el dedo pulgar en la boca de Ana. Ella lamió el dedo, excitada ante el embate de caricias, besos y lamidas de su amante. Las manos de Jurgen empezaron a juguetear con el clítoris y los labios vaginales de Ana. Ella permanecía ahora quieta, con las manos en los hombros de Jürgen, apoyándose contra su musculoso cuerpo. Los dedos acariciaron la entrepierna de mi mujer por largos minutos hasta dejarla bien caliente. Ana dejó el voluptuoso y deseable trasero justo al alcance de mi corruptor enemigo y un fuerte manotazo sobre la firme carne me devolvió a este mundo.
Frente a la computadora, era incapaz de entender la manera en que mi mujer se comportaba. No sabía si eran el alcohol o las drogas que había puesto el desgraciado en su copa. No entendía como la mujer que decía amarme cada día podía hacerme aquello. Ante mis ojos, la grabación mostraba a mi hermosa esposa empezar a moverse sobre la pelvis de Jürgen, recostado en el sillón. El Panzer estaba deleitándose con la belleza y sensualidad de aquella trigueña que no le pertenecía. Mientras acariciaba los muslos y el culo de mi mujer, chupaba un pezón y lamía con avidez de los hermosos senos. El maldito rugbista se daba el tiempo para burlarse de Mario, el padre de Ana. Lo llamaba imbécil y le daba manotazos en la cara, tratando de despertarlo.
- Déjalo en paz –pidió Ana, sin dejar de bailar.
El se rió de la petición de mi mujer. Ana era incapaz de dejar de rozar su sexo en la entrepierna de Jürgen mientras pedía respeto por su padre. Él sabía que a ella también le importaba una mierda aquel hombre inconsciente en el sillón. Jürgen atrajo a mi esposa hasta él y la acomodó contra su cuerpo. Ella continuó moviendo su cintura y la cadera sobre la pelvis del Panzer, intensificando el roce de su sexo contra el enorme bulto del pantalón.
- Quiero que lo saques –ordenó el Panzer, indicando su pene.
Ana se detuvo. Respiraba agitada y su mirada se paseaba por el musculoso cuerpo hasta detenerse en la zona púbica de mi enemigo. Mi mujer estaba nerviosa, besó sorpresivamente a Jürgen. Fue un beso torpe, pero que dio a entender lo entregada y excitada que se encontraba. Con desesperación, desabrochó el cinturón y con ayuda de Jürgen consiguió sacar el pantalón. El Panzer no usaba ropa interior, por lo que de inmediato quedo expuesto un enorme miembro.
- Dios, es enorme –dijo mi mujer.
La sorpresa de Ana dio paso a una sonrisa traviesa. El largo y grueso pene de Jürgen caía hacia un lado. Era un órgano oscuro y lleno de venas azulgranas. Mi mujer lo observó largamente, como dudando en ser capaz de contener aquel pene. Pero Jürgen sabía disipar cualquier duda en mi mujer. Los expertos dedos de mi enemigo empezaron a moverse en el coño, calentándola. Mi infiel y sensual mujer empezó a acariciar la piel de aquel monstruo. Los femeninos y esbeltos dedos recorrieron desde la base hasta la punta, tomando el pene con devoción.
Es muy grande –repitió Ana. Su voz era un hilillo distorsionada por el alcohol.
¿Te gusta? –Jürgen introdujo dos dedos por dentro del calzón y frotó con avidez el clítoris de mi borracha esposa.
Si… - Ana gozaba de las caricias en su sexo.
La muy puta empezó a acariciar los testículos de Jürgen.
- Entonces, demuéstrame cuánto te gusta –el Panzer empujó la cabeza de Ana hacia su zona genital.
Ana se movió lenta, pero decidida. Se arrodilló entre las piernas de Jürgen, tomó la enorme verga y empezó a masturbarlo. La piel del pene subía y bajaba al ritmo que marcaba el movimiento de la elegante mano de mi mujer. El pene empezó a crecer entre los femeninos dedos. Mi esposa consideró que no había hecho su máximo esfuerzo por despertar aquel monstruo. Entonces, la imagen empezó a mostrar como mi mujer posaba sus carnosos labios sobre la verga de Jürgen. La puta de mi mujer le dio varios besitos en la punta y luego lamió el tronco, como sintiendo el sabor de aquel macho. Mi mujer le ofreció una sonrisa de satisfacción a su amante y luego se sumergió en la entrepierna del Panzer. La cabeza subía y bajaba a un ritmo cada vez más intenso. Ana masturbaba el enorme órgano masculino antes de introducir una y otra vez el largo pene a su boca, atragantándose cuando trataba de llevarlo hasta su garganta.
La escena en la pantalla se me hizo eterna. Mi corrupto compañero de rugby jugaba con los senos y la tomaba de la cabeza para que apresurara o profundizara aún más la mamada. De pronto, Jürgen miró a la cámara. Su rostro era la imagen del triunfo. El seguramente ya deseaba que enviarme aquel video. El maldito quería que me enterara como mi mujer le realizaba una espectacular mamada. El quería que fuera testigo de la puta infiel que tenía en casa. Aquella era su victoria final sobre mí.
Pero Jürgen “el Panzer” Killman no estaba satisfecho sólo con la mamada. Hizo levantar a mi mujer. Se besaron largamente. Sus bocas se unían mientras sus lenguas se asaltaban mutuamente, derrochando lujuria. Jürgen tomó a mi mujer de las sensuales caderas y guió el cuerpo de Ana hasta su entrepierna. Entonces, mi mujer tomó el pene y lo llevó a la entrada de su vagina. Ana se dejó caer, mientras el grueso y enorme pene la penetraba.
- Aaaaaaaaaaaaaaahhhhh –el alarido de mi mujer resonó en la habitación.
Mi mujer, con las manos apoyadas en los musculosos hombros del Panzer, empezó a moverse lentamente sobre aquel monstruo para acostumbrarse al tamaño. Jürgen le lamía los senos. Ana estaba tan excitada que tenía los pezones erguidos, apuntando al rostro de su amante. Las manos de Jurgen marcaban el ritmo tomando a mi mujer de la estrecha cintura.
Eres una puta con el coño estrecho –dijo el Panzer, acariciando la bonita cola de mi infiel hembra-. Parece que tu esposo la tiene pequeña.
Cállate –Pidió mi mujer, demasiado concentrada en meterse aquella oscura verga.
Ana apresuró el movimiento de sus caderas. Se movía hacia adelante y hacia atrás. Alternaba con movimientos circulares y luego subía y bajaba de nuevo. Su abdomen plano y su hermoso trasero parecían moverse como olas en medio del mar. Su coño depilado y la enorme verga del Panzer eran el centro de aquellos sensuales movimientos.
- Más rápido –ordenó el Panzer.
Un par de sus largos y gordos dedos frotaban con violencia el clítoris de mi mujer. Ana siguió el mandato de su amante y sus movimientos fueron más rápidos sobre el sexo de su amante. A su lado, su padre seguía desvanecido y no despertaba a pesar de la voz alta de Jürgen o los gemidos cada vez más fuertes de Ana.
Vamos puta –el hombre lamía el cuello de la espectacular hembra que era mi esposa-. Fóllame como no lo has hecho en tu vida con el cornudo de tu marido.
Ah ah ah ah… Mmmmmmmggggg… -Ana era todo gemidos, moviéndose incansable.
Tu marido es un maricón y un hijoputa… y tú eres una puta que gusta de las vergas grandes.
Jürgen me insultaba y la insultaba, pero lejos de cabrear a Ana, ella parecía más excitada. Mientras se montaba una y otra vez sobre aquel monstruoso pene buscaba besarle y lamer su cuello.
- Ah ah Más… quiero más… mmmmnnnnnhh… ay… más… -pedía Ana.
Lo que yo no sabía era si quería más verga o más insultos. Pero Jürgen estaba dispuesta a darle las dos cosas. La insultaba y la follada más y más. Los insultos eran cada vez más duros, insultaba incluso al hombre desmayado al lado de Ana.
-¿Te gusta esta gran verga, perrita? –preguntó.
Si… está rica… aaaahhh… ¡aaammmmnnnngggghh! –Ana parecía incapaz de detenerse ni de medir sus palabras.
¿Te gusta más que la verga del cornudo? –continuó Jurgen.
Si… si… si… me encanta… es grande… ¡ah! Ah ah… es muy grande… !mmmnnngh!... –respondía fuera de sí mi traidora y puta esposa.
¿Es más rica que la de este cabrón? –preguntó indicando al hombre desvanecido, el padre de Ana.
Ana observó a su padre, borracho e inconsciente. Dudando que decir.
Si, es mejor… mucho mejor que la de este cabrón –respondió finalmente, sorprendiéndome por lo que daba a entender.
Vas a ser mi putita –el Panzer besó lascivamente a mi mujer-. Vas a ser mía y te vas a entregar como la perra que tu esposo nunca pensó que tuviera a su lado ¿cierto, Ana?
Mi mujer respiraba con agitación, gotitas de sudor hacían brillar zonas de su cuerpo y su hermoso rostro estaba sonrosado por el calor. Ana observó con lujuria a Jürgen mientras cabalgaba cansina sobre la verga de su amante.
- Voy a ser tuya siempre –respondió-. Quiero ser tu puta… Quiero que me claves tu enorme verga una y otra vez.
- Esa en mi puta.
Se besaron con lujuria. Luego, Jurgen hizo que mi mujer se colocara de perrito, con el torso sobre las piernas de su desvanecido padre. Entonces, la tomó de las caderas y renovó la cogida. Mi mujer, arrodillada, con la cola parada y el rostro a centímetros de la entrepierna de su padre, era incapaz de darse cuenta de lo que estaba haciendo. Sólo se entregaba al placer y era incapaz de contenerse en aquel morboso acto.
Fóllame… más… ¡ah!... ¡más verga! ¡ah! Ah ah aaagggghhh… más… -pedía y gemía mi traicionera hembra.
Tu esposo es un maricón ¡Dilo! –el Panzer quería humillarme.
¡Ah! Máaaaassss… dios, que verga… más… ah ah… que rico, cabrón… que rica verga.
¡Dilo, puta! ¡Di que Tomás es un maricón y cornudo!
En el video se veía a Ana inclinada, de perrito, sobre las piernas de su inconsciente padre. Recibía la enorme verga por atrás con violencia moviendo sus senos con el impulso contra las piernas de su padre. Su boca estaba a centímetros de la entrepierna de Mario.
¡Vamos puta! ¡Dilo! –ordenó el Panzer.
Si… es un maricón… ah… sí… más adentro… es un maricón… Tommy es un maricón… un cabrón… un cornudo… un verga corta… ah ah… sí, más adentro… así… mmmmmnnnnnngggg…. –mi mujer cayó a un lado, cegada por el placer.
Me desplome en la silla con rabia. El odio llenando mi cuerpo y mis sentidos. En la pantalla, mi mujer tenía su primer orgasmo, pero continuaba recibiendo la verga de su incansable amante. Aquello no había terminado.
- Vamos, putita. Sácale la verga a la bella durmiente –ordenó Jürgen a Ana.
Mi mujer dudó. Giró su cuerpo para mirar a su amante que continuaba penetrándola.
- No puedo –respondió mi mujer.
Ana era todavía muy consciente que el que dormía bajo ella era su padre.
Claro que puedes, Ana. Eres una puta en celo –aseguró el Panzer-. Te aseguro que es lo que quieres.
Dios… no… no quiero –se negó Ana.
Pero Jürgen no aceptó aquel no. Enterró profundamente su gruesa y larga verga mientras varios dedos masajeaban con avidez el clítoris de aquella sensual mujer. Con su mano libre masajeó uno de los grandes senos con cierta violencia. Ana se estremeció bajo las caricias de Jürgen, sus gemidos llenaron la habitación.
¿Te gusta esto, putita?
Siiiiii… mmmmmmmnnngggg…. Que rico… me gusta mucho… aaaaaahhhhh… ¡No pares! –pidió Ana.
Pero el Panzer dejó aquellas lujuriosas caricias
No pares, por favor –la voz de Ana se escuchó sumisa y desesperada.
Si quieres que te de placer tienes que obedecer ¿entiendes, putita? – Jürgen no dejaba dudas.
El musculoso hombre empezó a follarla, a darle placer a Ana. Mi mujer, con los ojos turbios por la lujuria, observó a su padre dormido.
Ana estaba desnuda, respirando agitada, con el tronco adornado por aquellas tetas de ensueño. Sus ojos turquesas estaban extraños y brillantes, reflejando en parte la excitación, en parte el temor y en parte el alcohol que circulaba por su cuerpo. La mirada se posó en la entrepierna de Mario, sus manos reposaban en los muslos. Dudaba, pero también parecía abrir la posibilidad a aquella aberración que le pedía su amante.
¡Vamos, perra! Cógela la verga –ordenó en voz alta.
No, Jürgen.
Hazlo, putita ¿Quieres tener otro orgasmo, putita?
Si.
¿Quieres esta verga bien adentro, putita? –el Panzer la penetraba fuerte y rápido.
Si, la quiero. Dámela toda –pidió Ana.
Entonces, obedece… Debes hacer todo lo que diga ¿Lo harás? –La mano de mi enemigo apretaba un seno de Ana, en una brusca caricia.
Dame más verga, amor –la voz de Ana sonó sumisa.
Ana vaciló. Mi infiel y pervertida mujer dudó. Observó a su padre, pensativa. Sus ojos brillaban y de su boca cayó un hilo de salva. De pronto, sus elegantes dedos empezaron a acariciar los muslos de Mario, su padre. No lo podía creer. La mano reptó lentamente hasta la entrepierna de su padre. Desnuda y con Jürgen atacando su coño con más frecuencia y más intensidad, Ana parecía perder toda razón y cordura. Mi mujer empezaba a seguir las órdenes de Jürgen de forma autómata.
- Vamos, Ana… saca esa verga… despierta a la bella durmiente –Un dedo del Panzer jugueteaba con el ano de mi mujer.
Mi sensual esposa movía el culo hacia atrás, buscando a su amante mientras empezaba a acariciar la entrepierna de su propio padre. Estaba perdida. La mano se movía sobre el pantalón de Mario mientras gemía y pedía más verga.
¡Ah! Mmmmnnnghhh… Más fuerte… más… quiero verga, amor… quiero más verga, mi macho.
Saca esa verga y tendrás otra verga para jugar, putita… ¡Vamos, perra! Sácala de una vez.
Ana así lo hizo. Desabrochó el pantalón y sin detenerse sacó la verga flácida de su padre.
- Ayuda a ese cabrón, Ana –ordenó Jurgen-. Despierta esa verguita.
Ana tomó entre sus manos el fofo órgano de Mario. Empezó a masturbarlo mientras recibía con violencia la verga en su coño. Jürgen parecía tremendamente excitado ante la actitud libertina de la mujer del hombre que odiaba. Bajo las pervertidas ordenes de Jürgen, mi mujer ya no se conformaba con masturbar a su padre. Sin poder creerlo observé ponía los carnosos labios en el glande antes de meter la verga de su padre en la boca. Ana lamía y besaba la verga con hambre, al ritmo de la follada que le otorgaba el Panzer.
A pesar de la inconsciencia de Mario, su verga empezó a despertar con el trabajo de su sensual hija. Abría los ojos, pero los parpados le pesaban. La borrachera era muy grande. Sin embargo, la verga había alcanzado un tamaño notable con la mamada de Ana.
Era demasiado para mis sentidos: Ana mamando la verga de su padre y al cabrón de mi enemigo follándola. Pero todo empeoró cuando las manos de Mario fueron a las tetas y apretaron la firme carne, Ana se convulsionó y yo me quedé sin aliento.
- Aaahhhhhhhhmmmmmmmnnnnnggg…. Aaagghhh… -Mi mujer se corrió con los carnosos labios rozando la punta de la verga de Mario.
El cuerpo de Ana cayó, cansada y atontada por el orgasmo. Jürgen aprovechó el estado de confusión mi esposa para sacarle la verga y acomodar a mi mujer sobre su padre. El pene de Mario estaba completamente erecto, apuntando directamente el coño mojado de su hija. El borracho hombre estaba despertando. Estaba atontado, desorientado. Pero al ver un par de juveniles y grandes senos sobre el rostro se lanzó a lamer la piel y chupar los pezones.
- Vamos, perra. Métete la verga del borracho –ordenó Jürgen, masturbándola.
Mi mujer, viendo como su padre le comía las tetas y sintiendo los dedos del Panzer hurgando en su sexo, sucumbió a la lujuria nuevamente. Bajó sobre el sexo de su padre y con la ayuda de una mano se acomodo la verga sobre sus labios vaginales.
- Dios… qué estoy haciendo… Aahhh… -se escuchó decir a Ana.
Y el pene de Mario se perdió en el coño de Ana.
Mi mujer se montó entre las piernas de su padre. Con el miembro penetrando su interior, su rostro quedó a la altura del rostro de Mario. Se miraron, reconociéndose tal vez, pero sucumbiendo al deseo. Dejando que las sensaciones que irradiaban sus sexos tomaran control de sus mentes. Se besaron. Fue un beso Incestuoso y perverso, pero rebosante de lujuria. Mi mujer se comportaba como una verdadera puta, con su maliciosa lengua buscaba con deseo el interior de la boca de su padre.
Era una visión depravada, la hermosa y voluptuosa hija follando al aturdido y ebrio padre. Mi esposa subía y bajaba mientras Jürgen se masturbaba muy cerca. El Panzer se instaló justo detrás de Ana. Con la mano la inclinó, haciéndole parar el soberbio trasero. Luego, se acomodó su enorme verga entre las nalgas de Ana y empezó a penetrar su ano.
- Aahhhhh… por favor…. ¡Dios! –el grito de Ana resonó en la habitación.
Ante la inmovilidad de la sensual hembra, Mario empezó a moverse para introducir su verga sobre el coño de Ana. El cincuentón era incapaz de darse cuenta lo que pasaba: de como un musculoso y pervertido desconocido invadía el ano de su hija.
Los dos hombres de algún modo se sincronizaron en su movimiento y Ana empezó a gozar nuevamente, esta vez con dos vergas en su cuerpo.
- Ah… Ahaaaagghh… Más… Mmmmmmggghhh… Más verga… Denme más verga… así…-pedía Ana.
La voz de mi mujer sonaba distorsionada con su impúdico y erótico cuerpo cubierto de sudor. Los dos hombres parecían al límite de toda resistencia, follando sin descanso aquel mojado coño y aquel rosado ano. El primero en correrse fue Mario, que no aguantó más.
- ¡Toma puta! –gritó con voz desfigurada por el alcohol y la lujuria.
Ana escuchó el grito de su padre y gimió con fuerza. Había superado muchas barreras aquella noche. Había llegado al límite de la perversión, al límite de su resistencia y al máximo placer. Se corrió, se corrió como una perra en celo. Se corrió como una puta. Su orgasmo le hizo dar un largo gemido que llenó la habitación.
Júrgen salió del ano de Ana y buscó la cámara. Mi mujer estaba desvanecida en el sofá, a un lado de su padre que observaba el cuerpo de la mujer. El Panzer tomó la cámara y enfocó de cerca el cuerpo de Ana. Entonces, se empezó a masturbar con ímpetu hasta que eyaculó. Gruesos goterones de semen blanco empezaron a caer sobre el cuerpo de Ana. El abdomen, la cadera y los senos de Ana recibían la corrida de Jürgen, que no estuvo satisfecho hasta que las últimas gotas se depositaron en el rostro de Ana.
Júrgen continuó con una sonrisa en la boca mientras miraba la cámara. Cerré los ojos, incapaz de mirar más. Sin embargo, los gemidos de mi mujer continuaban resonando en la habitación.
Abrí los ojos, aún quedaban mucha grabación. El odio me nubló la vista. Sólo quería vengarme del mundo. De mi puta esposa y del cabrón de Jürgen. Ya no soportaba más las infidelidades de mi mujer.
Haría sufrir a Ana por todo el daño, por el sufrimiento que experimentado y por traicionar nuestro amor. Continué mirando la grabación. Continué mirando para avivar las llamas de mi odio y dar forma a mi venganza. Aquel video fue la gota que rebalsó el vaso.