Putitas de mi sobrino
(Esta es la historia de cómo mi mujer embarazada y yo nos convertimos en las putitas de mi sobrino)
Me llamo Curro y voy a contar lo que me pasó por culpa de mi personalidad apocada, cómo mi matrimonio se disolvió de la manera más insospechada y en qué nos convertimos tras aquellas perversiones con mi sobrino Diony. Carmen y yo llevábamos casados diez años y por fin había logrado quedarse embarazada. Íbamos a tener un hijo. No dejaba de ser un embarazo de riesgo, porque ya había cumplido los cuarenta y dos años, como yo, pero ya estaba de siete meses y todo marchaba fenomenal. Éramos profesores de primaria en un centro de Madrid. Ella llevaba las riendas de la casa, era una mujer dominante, mandona, incluso a veces bastante impertinente, y mi carácter era todo lo contrario, tímido, serio, llegando a ser cortante por esa abultada timidez. A veces me echaba broncas escandalosas y una vez incluso llegó a pegarme una bofetada.
Era una señorona, una vaga, yo tenía que ocuparme de las labores del hogar en mis ratos libres y también de la comida, mientras ella salía con sus amigas o se tiraba horas en el gimnasio. No me atrevía a contrariarla, yo era lo que se conoce como un pelele, debo reconocerlo. Ella administraba el dinero y afrontaba los problemas domésticos. No teníamos escasez económica con nuestros sueldos, vivíamos en Madrid y nuestra relación, salvo esos típicos altibajos por su amargo carácter, funcionaba dentro de la normalidad. Hacíamos el amor cuando a ella le apetecía, elegía la ropa que debía comprarme, todo lo organizaba ella. Era una sargenta. A pesar de su fuerte carácter, yo la amaba, era la única mujer con la que había estado. Nos éramos fieles, salíamos en pandilla, de vacaciones, nuestras vidas eran corrientes, como cualquier otro matrimonio sin hijos, cada uno con sus defectos, pero corrientes. Pero un hecho se me fue de las manos.
Todos los veranos nos íbamos al cortijo de sus padres. Ya eran personas mayores, ambos rozaban los ochenta años y tenían los achaque propios de la edad. Yo allí me relajaba, respiraba aire puro, me alejaba del mundanal ruido de la gran ciudad. Tenía mi propio huerto con varios cultivos, solía ir de pesca cada mañana, montaba en bici cada día y por las tardes me iba al casino del pueblo a echar la partida con los lugareños. Volvíamos como nuevos. Tanto Carmen como yo desconectábamos del stress diario, vivir en el campo nos llenaba de vida.
Para el embarazo, ya estaba en el séptimo mes, nuestros dos meses de descanso en el cortijo iban a venirle fenomenal. Ella seguía tan holgazana como siempre, se dedicaba a tomar el sol en el patio y a tomar café con las amigas del pueblo, como una señorita. No hacía ni las malas, si acaso a veces se ocupaba de cuidar a sus padres y como mucho quitaba la mesa después de comer. Poco más. Yo tenía que limpiar y barrer todo el cortijo, hacer las camas y organizar la comida. Un día que se me quemaron las tortillas, me lío la de San Quintín.
- ¡Eres un perro malo! ¡No vales para nada!
Sólo le faltó pegarme. Pero yo aguantaba sus broncas como un pelele, no tenía agallas para enfrentarme a su fuerte carácter. En realidad, me sentía protegido por ella.
Con mis suegros vivía mi sobrino Diony, sobrino carnal de Carmen, hijo de su hermana Manola, fallecida por una larga enfermedad cuando el chico sólo tenía dos años. Su padre vivía en Francia y si acaso le veía una vez al año. Diony tenía dieciocho recién cumplidos y era un macarra, un chico rebelde e indomable. Mis suegros no podían con él. Faltaba a las clases del instituto, fumaba porros, vestía como un heavy y tenía malas influencias, sus amistades no eran de nuestro agrado, sobre todo su amigo Ramiro, del que se hablaba que traficaba con drogas en el pueblo, pequeños menudeos, y que regentaba un club de putas muy cutre.
Carmen le mimaba mucho por ser su único sobrino, creía en el deber de mirar por él al morir su hermana en aquella fatídica enfermedad. Trataba de aconsejarle por las buenas, a veces tenían brocas, le faltaba el respecto a mi mujer, pero por no tenerlas, Carmen se achicaba y le dejaba a su aire. Sé que le pedía dinero y que mi mujer se lo daba. Alguna vez lo discutí con ella, pero simplemente me mandó al carajo, me dijo que no era asunto mío.
Pero aquel verano del embarazo se produjo una situación morbosa con mi sobrino que no supe manejar con responsabilidad, todo fruto de mi carácter retraído, una situación que cambiaría nuestras vidas para siempre. Diony había asistido a las broncas que me echaba mi mujer, por lo tanto sabía que yo era un puto pelele. Una vez me dijo:
- Los huevos que tiene mi tía, ¿eh, tío Curro? Te acojonas como una puta rata.
Yo le sonreía como un estúpido. Aquel verano, ya llevábamos unos días instalados en el cortijo. Mi suegro estaba un poco pachucho, con una máquina de oxígeno para respirar las veinticuatro horas, y mi suegra sufría artrosis y se pasaba gran parte del día sentada.
Un mediodía de muchísimo calor, Carmen y yo nos dimos un chapuzón en una pequeña alberca de la finca. Luego nos duchamos y nos pusimos a comer fuera, en el porche decorado con parras de uva. Mi suegro en un extremo de la mesa, mi suegra en el otro, a un lado mi mujer y al otro mi sobrino y yo. Comimos un cocido espectacular. Carmen era una mujer muy jaquetona, muy esbelta y airosa. Era muy alta, me superaba bastante en altura, con piernas muy largas, tenía el culo ancho y de nalgas más bien aplanadas, pechos amelonados, blandos y lacios, facciones muy pronunciadas, sobre todo los labios y la nariz, y tenía una larga melena negra muy ondulada. Su rostro imponía ese carácter firme. Le gustaba maquillarse con tonos fuertes y dejarse las uñas largas, casi siempre pintadas de un rojo chillón. Usaba ropa cara y elegante, para ser una mujer madurita, cuarentona, no estaba nada mal.
Tras el cocido, nos pusimos a comer las deliciosas natillas caseras que había preparado mi suegra. Eran mi perdición. Me acercaba la fuente y no paraba de dar cucharadas. Como nos habíamos dado un chapuzón, Carmen se había puesto una túnica playera de algodón, blanca y cortita, con bordados y perlas en el delantero y los puños, así como aberturas laterales y un amplio escote a pico que dejaba a la vista la ranura de sus pechos. No llevaba sostén y sus pechos amelonados se balanceaban bajo la tela, incluso llegaba a apreciarse las manchas oscuras de sus aureolas y la forma de sus pezones. Para colmo, su barriga embarazada tensaba más la túnica, incluso se transparentaba su ancho ombligo. Estaba sexy embarazada con aquel vestido tan cortito y semitransparente. Me fijé en cómo mi sobrino le miraba las tetas sin que ella se percatara. Sé que la miraba muchas veces, pero bueno, esas miradas de adolescente entraban dentro de lo normal. No quise advertirla, pero me fastidiaba que fuese tan ingenua y no se percatara. Era tan poco pudorosa.
Fue la primera en terminar de comer. Se fumó un cigarro reclinada sobre la silla, hablando con su padre. Se le transparentaban sus tetas en reposo. Diony no paraba de levantar la mirada hacia su escote. Encima, el bombo acortaba más la túnica y la dejaba con sus largas piernas al descubierto. Deslió un papelillo y se puso a hacerse un porro. Estaba en vaqueros, sin camiseta. Era un chico delgado con tatuajes repartidos por el torso. Tenía la piel como rosada, con una hilera de pelillos desde el pecho hasta el ombligo.
- Cómo puedes fumarte eso ahora, Diony, de verdad, no puedo contigo – le recriminó ella.
- Y a ti qué te importa lo que yo fume, ¿te digo yo algo? Mira tú, preñada y fumando…
- Ten más respeto a tu tía – le regañé.
- Y tú cállate, nadie te ha dado vela en este entierro – me soltó.
- Eres un caso perdido, Diony, de verdad, me tienes preocupada. Yo me fumo un pitillo al día para matar el mono, nada más. -. Diony se encendió el porro y se reclinó en la silla -. Mira, chico, tú mismo, haz lo que te venga en gana. Voy a recoger esto.
Carmen estrujó el cigarrillo en el cenicero y se levantó precipitadamente. Se puso a amontonar los platos para acarrearlos a la cocina. Yo no paraba de comer natillas. Cuando cogió la pila de platos y dio media vuelta para dirigirse al interior del cortijo, casi me atraganto. De estar tanto tiempo sentada, la parte de atrás de la túnica la tenía doblada hacia dentro y la dejaba con el culo al aire. ¡No llevaba bragas!. Tenía la tela remetida por dentro. Vi cómo la miraba Diony, cómo bajaba la mano bajo la mesa para tocarse. Se le veía todo el culo ancho, de nalgas blancas por las marcas de la ropa interior, con una raja muy larga y cerrada. Se fue alejando poco a poco sin que la faldilla se le bajara, meneando su culito plano ante los ojos del joven.
No me atreví a advertirla, me puse nervioso y simulé que no me había dado cuenta. Por suerte, desapareció en la casa, pero Diony se levantó precipitadamente para seguirla.
- ¿Dónde vas? – le pregunté.
- Al baño, ahora vengo.
Y salió tras ella. Jodido cabrón, iba a verle el culo. Vi que sacaba el móvil del bolsillo. No se me ocurrió en ese momento que pudiera grabarla. No tuve cojones ni para pararle los pies ni para advertir a mi mujer que llevaba la falda mal puesta. Igual la túnica se le había bajado sola con las zancadas o ella misma se había dado cuenta. Mi suegro se levantó y se echó en una mecedora para dar una cabezada y mi suegra se mantuvo en su asiento también cabeceando de sueño. Eran instantes de tensión.
Angustiado, me levanté para ver si podía detenerle. Pero que va, cuando irrumpí en el salón le vi entrar en la cocina y me dio mucha vergüenza ir tras él. Carmen se hallaba de pie ante la encimera seleccionando los platos sucios y aún llevaba la túnica doblada por detrás con el culo al aire, aquel culazo de nalgas blancas y planas. Diony se colocó tras ella y ladeó la cabeza para verle más de cerca el culo.
- ¿Te ayudo? – le preguntó embelesado, sin que ella supiera que la miraba.
- No, déjalo, ahora meto todo en el lavavajillas.
El chico la estaba grabado con el móvil, tenía el aparato disimuladamente en la palma. Retrocedió hasta sentarse en una banqueta tras una mesa de madera. Abrió una revista y simuló que la hojeaba. Carmen se movía de un lado a otro de la encimera exhibiendo su enorme culazo. Al llevar zuecos, las nalgas le vibraban ligeramente y le otorgaban un sensual contoneo.
Vi que Diony hojeaba la revista muy despacio con la mano izquierda. Estaba frente a ella, embelesado con su culo. Yo sentía frío por los nervios y la rabia, por mi enorme cobardía. Colocó el móvil estratégicamente para grabar la escena. Bajó la mano derecha y se metió la mano por la bragueta. Se sacó la polla, una polla fina y larga, de piel muy blanca y un glande rojizo, también sus huevos, muy redondos y duros. Seducido por el culo de mi mujer, se la empezó a cascar despacio bajo la mesa, acelerando y disminuyendo los tirones.
Contemplaba cómo mi sobrino se hacía una paja mirándole el culo a mi mujer. Desbordaba placer por su mirada, se mordía el labio, bufaba en silencio sin dejar de cascársela bajo la mesa. Maldito cabrón, en vez de avisarla se pajeaba. Para colmo, Carmen se puso a meter los platos en el lavavajillas y tenía que curvarse para colocarlos en las bandejas. Ponía el culo en pompa hacia él, se le abría la raja y se le distinguía el ano, un ano grisáceo muy arrugado, también la raja del coño entre las piernas, rodeada de algunos pelillos. Diony se daba más fuerte cada vez que ponía el culo en pompa, cada vez que exponía su ano y su chocho. Estaba disfrutando el muy sinvergüenza.
Cuando terminó de meter todos los platos, continuó de espaldas, ante la encimera, enjuagando los cubiertos bajo el grifo, ya con el culo cerrado. La dichosa tela no se le bajaba. Vi cómo la polla de Diony salpicaba leche bajo la mesa, gruesos goterones que caían en las baldosas azules. Se la escurrió bien comprimiendo el capullo, luego se la guardó y se levantó. Me retiré en ese momento, regresé a la mesa del porche, donde mis suegros permanecían adormilados.
Me senté en mi sitio y encendí un cigarro para disimular. Yo apenas fumaba, pero estaba nervioso. Me sentía muy cobarde por no avisarla del incidente, maldije mi extrema cortedad. Le vi venir, me fijé en el bulto de su pantalón, se le notaba la verga hinchada y una mancha redonda al lado de la bragueta. Volvió a sentarse a mi lado y se encendió de nuevo el porro que había dejado a medias. Sudaba, el cabrón había tenido un buen calentón gracias a mi mujer.
Carmen apareció de nuevo. Vino hacia la mesa con un paño y se inclinó para limpiar las migas. Por el escote se le veían sus tetas blandas y amelonadas chocando una junto a la otra con los movimientos del brazo. Diony le daba caladas al porro mirándoselas.
- No sé cómo puedes fumar una cosa así, Diony, cómo huele…
- ¿Lo quieres probar?
- Qué gracioso -. Le dio un empujoncito a su padre -. Papá, despierta, te voy a afeitar.
Sacudió el trapo y dio media vuelta para regresar a la casa. Todavía llevaba el culo al aire. Vi cómo mi sobrino babeaba siguiéndola con la mirada. Cuando se metió en la casa, nos miramos. Me tembló la boca y como un tonto sonreí.
- Vaya descuido – dije.
- Se le ve todo el puto culo, ¿eh?
- Sí…
- Tiene un culazo, planito, joder, me ha puesto cachondo… Nunca he visto un culo de una mujer madura.
- Anda, no seas babosón, que es tu tía.
- ¿Y qué? Es que tiene un culo que joder…
- Oye, chaval – le dije con las mejillas sonrojadas -. Que estamos hablando de mi mujer…
- ¿Y qué? Ese culo me ha empalmado. ¿Qué quieres que haga?
- Contenerte, coño, Diony -. Me puse un poco más serio, aunque enseguida recordé que la había grabado con el móvil y que debía tratarlo con cierto tacto. El chico tenía mala uva -. Entiendo que los jóvenes estáis todos salidos, pero hombre, no te aproveches, joder. Es tu tía – le repetí.
- No lo puedo remediar, tío Curro – me confesó casi suplicándome, pasándose la palma por encima del bulto -. Tengo la polla que me va a reventar viéndole el culo a tu mujer. Está tan buena, la cabrona. Ufff… Y así, embarazadita… Ummmm…
Traté de hacerlo entrar en razón, me tenía de los nervios, pero no tenía agallas para dar un golpe en la mesa. Tenía material de mi mujer en el móvil y si le mosqueaba, conociendo lo macarra que era, podía publicar videos y fotos en internet o enseñarla por ahí.
- Joder, Diony, no me lo puedo creer que estés hablando así de tu tía… Y lo peor de todo, macho, delante mí. Que aparte de tu tía, es mi mujer.
- Pero tiene un culo que está para comérselo a bocados.
- Diony, hombre.
Carmen apareció de nuevo con un neceser. El bombo acortaba tanto la túnica que llevaba la base en la parte alta de los muslos. Cómo se le balanceaban las tetas bajo la tela de algodón. Cómo se le transparentaba el ombligo en la curvatura del bombo, incluso podía apreciarse, levemente, la sombra del coño. Lamenté su falta de pudor. Cómo podía ir sin bragas ni sostén en aquel estado. Sé que le gustaba estar cómoda en casa, pero se pasaba tres pueblos y más en presencia de un joven salido como Diony.
- Venga, papá.
Fue hacia la mecedora de su padre, de espaldas a nosotros, aún con la falda subida. Soltó el neceser encima de la mesa y sacó la espuma de afeitar y una cuchilla. Estaba al lado de mi sobrino, tenía el culo de mi mujer a escasamente medio metro y al ser tan alta, casi a la altura de su cara. Empezó a tocarse bajo la mesa. Me miró mordiéndose los labios, expresándome el morbo que sentía. Yo solté una sonrisa seca, como diciéndole que era un caso perdido, y enseguida ladeó la cabeza hacia ella. Vi que se sacaba la verga y se la empezaba a machacar otra vez. Era bien larga y afilada. Se daba velozmente con destreza. Llegaban a oírse los tirones.
Mi mujer se inclinaba para afeitar a mi suegro y se inclinaba ligeramente. El culo se le abría, se le apreciaba el ano grisáceo y tierno, con los pelillos del coño y parte de la vulva viéndosele entre las piernas. Y todo a medio metro de los ojos de mi sobrino. Y yo mirando cómo se masturbaba. A veces me miraba mordiéndose los labios, pero enseguida se volvía hacia el culo. Sudaba, el sudor le resbalaba por los tatuajes del pecho. Y mi mujer meneándole el culo casi en la cara. Yo estaba enrabietado, indignado, pero sin huevos para frenar aquella embarazosa situación. Paró en seco y la verga derramó leche hacia los lados. Se la guardó enseguida. Carmen estuvo, sin darse cuenta, exhibiendo el culo un rato más, luego se metió en casa.
- Me cago en la hostia, qué paja me he hecho viéndole el culo a tu mujer. Ummmm, qué suerte, cuánto he sentido, mejor que una peli porno… Hija puta…
- ¿No te da vergüenza, Diony? Joder, tío, esto es indignante… - le solté enojado, muerto de rabia.
- No le digas nada, tío, cualquiera se contenía viendo ese pedazo de culo. ¿Se lo has follado alguna vez?
- No te permito que hables así de tu tía, Diony, coño, me vas a cabrear y no quiero jaleos -. Me levanté con evidentes síntomas de indignación -. Ya vale, ¿de acuerdo? Dejemos esto así, punto y final, ¿ok?
Sólo asintió. El muy cabrón aún acezaba de las dos pajas seguidas que se había hecho. Fui hacia el interior de la casa y la vi saliendo de la despensa.
- Friega la cocina, deja todo listo – me ordenó -. Yo voy a echarme un rato a la siesta.
Cuando la vi dirigiéndose hacia la escalera, la falda de la túnica se le había bajado. Respiré más tranquilo, aunque estaba abochornado, cabreado conmigo mismo. Tuve que limpiar los goterones de semen que había bajo la mesa. Limpiando la leche de un jovenzuelo macarra que se había masturbado mirando a mi mujer. ¿Cómo afrontar una situación así? Me puse a fregar la cocina, pero la verga de mi sobrino se reproducía en mi mente. Qué rabia. Qué celos. El puto cabrón se había aprovechado bien.
Confiaba en que todo quedara en un incidente aislado. Sabía que había cometido una torpeza al permitirle aquella grosería y si Carmen se enteraba de lo que había consentido, me mandaría a tomar por culo. Me entró pánico, mucho miedo escénico. Recé para que todo se olvidara, yo desde luego estaba dispuesto a no referirme más al tema con mi sobrino. Pero le escuché hablar por teléfono con uno de sus amigos, Gabi, y me acojoné por contárselo a un extraño y por cómo hablaron de mi mujer.
- Joder, tío, que sí, que le he visto el culo a mi tía, al natural, hasta la he grabado con el móvil… No, no, ella no se ha dado ni puta cuenta, llevaba el vestido doblado por detrás y no llevaba bragas, mi tío sí… Ése no dice nada, es medio maricón… Tiene un coño, la muy puta… Así, madurita, y embarazada, tío, da más morbo… Qué culazo, tío, cómo me gustaría follarme a esa puta… La puta cerda me tiene la polla empalmada desde esta tarde… Sí, sí, te las enseñaré…
Me temblaron las piernas, me había llamado medio maricón. Hablaba de su tía como si fuera una cualquiera, lo compartía con su amigo y estaba seguro que terminaría enseñándole las imágenes del móvil. Mi mujer mostrando el culo en el móvil de un joven salido como mi sobrino, unas imágenes que podían caer en las manos de un canalla como Ramiro, el chulo de putas.
Pensé en robarle el móvil, pero no sabía cómo hacerlo, siempre lo llevaba consigo. Después de cenar, Carmen se ocupó de acostar a sus padres. Yo hice tiempo hasta que mi sobrino se fue a la cama. Merodeaba por el porche del cortijo con la intención de quitarle el móvil y borrarle la grabación de la memoria, me daba igual lo que dijera luego, le diría que sabía lo que había hecho y que no podía permitir una cosa así. Y tenía que hacerlo esa noche, antes de que se las pasara a Ramiro, Gabi o a cualquier otra persona.
Esperé casi hasta las dos de la mañana, cuando creí que ya todos dormían. Descalzo y sigilosamente, fui hacia la alcoba donde dormía mi sobrino. La alcoba estaba en la parte trasera del cortijo, una habitación aislada donde se había instalado. Vi que tenía la luz de la lamparita encendida y oía roces. Estaba despierto. Tenía que intentarlo hablando seriamente con él, confesarle que le había visto grabarla y que debía borrar esa obscenidad. Pero aún así, primero me asomé a la alcoba.
Le vi de perfil reclinado en una mecedora, atento al monitor del ordenador, donde se reproducían las imágenes de mi mujer en la cocina con el culo al aire. Se machacaba aligeradamente la verga. Estaba desnudo de cintura para abajo. Sus piernas eran raquíticas y de piel rosada con vello negro muy repartido. Sus huevos redondos se movían al son de los fuertes tirones. No apartaba la vista del culo de mi mujer. Soltaba acezos secos.
- Ah… Ah… Ah…
Maldita sea, había copiado los archivos también al ordenador, lo que dificultaba más mi objetivo de arrebatárselos. Tenía que hablar con él, con tacto, para convencerle de que aquello era una guarrada. Los celos por abusar así de la ingenuidad de su propia tía me machacaban y me alteraron los nervios, supe que no iba a ser capaz de decirle nada en aquel momento. Seguí mirando.
- Puta… - murmuraba para sí mismo atizándose cada vez más fuerte -. Puta… Mueve el culito, puta…
Observé cómo la polla salpicaba leche como una fuente justo en una de las veces en que mi mujer se inclinaba hacia el lavavajillas. Luego se la soltó sobre el vientre, pero siguió atento a la pantalla, relajado.
---------- O ---------
No pude pegar ojo en toda la noche. La miraba a ella, dormida, inocente, sin saber que estaba siendo víctima de la perversión de su propio sobrino y que el cobarde de su marido lo estaba consintiendo. Debía resolverlo, hablar con él seriamente, si hacía falta amenazarle, aunque las previsibles consecuencias me causaban verdadero pánico. Diony era un gamberro que pasaba de todo, que estaba acostumbrado a los escándalos, incluso una vez estuvo retenido en el cuartel por escándalo público. Era un chico peligroso.
Por la mañana temprano, Carmen salió a pasear agarrada del brazo de su padre. Esos paseos matutinos le venían fenomenal para su estado. Nerviosito perdido, bajé a la alcoba de mi sobrino, pero no estaba en la habitación. Vi clínex enrollados en la papelera, se veían manchados de semen, el muy cabrón seguro que había estado toda la noche pajeándose. Encendí el ordenador para buscar el archivo, pero me pedía una clave y tuve que apagarlo. No me quedaba más remedio que hablar con él, pedírselo por las buenas, sin mosquearle.
Le busqué por todos lados, le pregunté a mi suegra, pero no le veía por parte ninguna, hasta que oí unos pasos en la planta de arriba, donde nosotros teníamos nuestro habitación de matrimonio, una habitación abuhardillada con vistas preciosas a la sierra. Subí y al torcer la escalera lo pillé al fondo rebuscando en los cajones de nuestra cómoda. ¿Qué cojones estaba buscando? Seguro que algo de dinero para sus vicios. Llevaba una toalla liada a la cintura, como recién salido de la ducha. Después se dirigió hacia el baño que teníamos en nuestro dormitorio.
Fui hacia allí y entré precipitadamente en el baño abriendo la puerta. Estaba sentado en la taza, con la toalla abierta hacia los lados, masturbándose con unas braguitas blancas de mi mujer. Tenía toda la polla rodeada con la prenda. Estaba tan concentrado, que me miró con sus ojos entrecerrados, sin parar de cascársela, como si el placer no pudiera dominarlo.
- Ah… Ah… Ah…
Miré por encima de mi hombro, acojonado, Carmen no debía de tardar mucho y podía pillarnos.
- ¿Qué coño haces, Diony? ¿Estás loco?
- Ummmm, tú mujer me pone muy cachondo, tío Curro… Ese culazo me vuelve loco… Ohhh… Ohhh…
Empezó a pasarse las bragas por los huevos sacudiéndosela con la otra mano, mirándome con los ojos entrecerrados, muerto de placer.
- Dame esas bragas, Diony, eres un puto pervertido…
- Déjame, coño, deja que me masturbe con las braguitas de tu mujer… Ummm… Qué ricas… Qué culo tiene…
Se metía las bragas por el culo y se las refregaba por los cojones, cascándosela muy velozmente. Yo permanecía ante él, sujeto al pomo de la puerta, mirando hacia atrás constantemente.
- Para ya, Diony, coño, va a venir tu tía…
- Quiero correrme con sus bragas… Me encanta su culo, madurito, y embarazada… Ah… Ah… Ah…
Se tapó el capullo con las bragas y se corrió en ellas, las dejó empapadas. Luego las tiró al suelo y se levantó para taparse con la toalla. Tenía la verga completamente empinada hacia arriba.
- Cómo me pone la hija puta…
- No hables así de mi mujer, Diony, no te lo permito. Es tu tía, joder…
- No pasa nada, coño. Sólo es una puta paja.
Hice un ademán de darle una hostia, pero me sujetó el brazo.
- ¿Me vas a pegar, maricona? ¡Eres una puta maricona! – me vociferó enfurecido -. Si la viste con el puto culo al aire y no le dijiste nada… Dejaste que le viera el culo, maricón…Quita del puto medio, coño…
Me empujó para pasar y yo me achiqué tras su cólera amenazante. Me acoquinaba ante un chaval que podía ser mi hijo. Fui tras él, temeroso por la llegada de Carmen.
- Perdóname, Diony, pero tú sabes que esto no está bien. Entiendo que eres joven, que ayer te excitaras, pero es un acto inmoral, Diony, es tu tía carnal, compréndelo.
- Tu mujer me pone cachondo, qué cojones quieres que haga. Pues me hago una paja y ya está. No la voy a violar, hombre, ni te la voy a quitar, tú lo has dicho, es mi tía.
- Pero te puede pillar, Diony, joder…
- Igual se agarra a mi polla, la hija puta…
- ¿Cómo puedes hablar así de ella, Diony? Con todo lo que te quiere, te ha tratado como si fuera tu madre…
Se paró y se giró hacia mí. Me dio unas palmaditas en la cara, un mocoso macarra como él.
- Tu mujer tiene un culo de muerte, coño, deberías estar orgulloso. Me da morbo, hostias, así madurita y embarazada. Ya sé que es mi tía, pero qué cojones quieres que haga si tiene un culo que está para comérselo. Y encima, le vi toda la puta chocha. Si es que, como para no pajearse… Ni tía ni hostias, no me jodas. Uno no es de piedra…No pasa nada, coño… Voy a desayunar, ¿quieres un café?
Me aterrorizaba su actitud amenazante y me comporté como un necio, como desquitando importancia al hecho.
- Sí, sí, vale…
---------- O ---------
Al mediodía, cuando nos pusimos a comer, también pasé un mal rato. Yo me tuve que ocupar de poner la mesa y servir el arroz. Como siempre, mis suegros se acomodaron en los extremos y Diony, sin camiseta, en un lateral de la mesa. Me puse muy nervioso cuando la vi aparecer. Era tan ingénua que pensaba que su sobrino la veía como una madre. Llevaba puesta una camiseta negra de tirantes muy cortita que la dejaba con todo el bombo a la vista, donde destacaba la tersura de su piel y su ombligo ensanchado, y para la parte de abajo unas mallas blancas muy ajustadas, pero tan usadas que ya tenía la tela muy desgastada. No llevaba bragas. Se le transparentaba la raja del culo, iba de su padre a su madre para prepararles. Diony, embobado, la seguía con la vista. Y al verla por delante, vi cómo se le apreciaba la mancha triangular del coño. Tenía un vello denso y oscuro como su melena. Cómo podía salir sin bragas y vestida así delante de un joven como él.
Se sentó frente a Diony, pero enseguida el joven rodeó la mesa para sentarse a su lado.
- Tía, ¿y la barriga así?
- Es bueno que le dé el aire y además, quiero que me dé el sol, que se ponga más morenita. Mira lo blanca que estoy, este año con el embarazo, con lo que a mí me gusta tostarme…
Observé aparte de la clara transparencia de la mancha, los pelillos del coño le sobresalían por la tira superior de las mallas por lo abultado de la barriga. Tendían a bajarse de cintura para abajo. Y Diony la miraba con descaro. Serví el arroz y me senté frente a ellos. Para colmo, la camiseta era tan corta que la base de las tetas asomaba por debajo, y al ser tan lacias, hasta la curvatura inferior de sus oscuras aureolas.
- Ya dará pataditas, ¿no?
- Ya pesa…
Y el muy cabrón le pasó la palma de la mano por la barriga, a modo de caricias, deslizándola bajo el ombligo, casi rozando con sus dedos los pelos del coño.
- ¿Lo notas? – le preguntó ella ingenuamente.
- Sí…
Dejó de tocarle la barriga y nos pusimos a comer. No paraba de tontear con ella, le decía que el embarazo le estaba sentando muy bien y que estaba excesivamente guapa. Ella se lo agradecía estampándole unos besos en las mejillas. Volvió a tocarle la barriga un par de veces más, incluso acercó la oreja. Y mi mujer ni se inmutaba. Llevo y trajo los cubiertos, y él se aprovechaba para fijarse en las transparencias traseras, donde se apreciaba con claridad la raja de su culo. Yo lo estaba pasando francamente mal, ni me atrevía a contrariarle a él ni me atrevía a contárselo a ella por lo que pudiera pensar de mí.
---------- O ---------
Tras la comida, Carmen subió a la habitación después de acomodar a mis suegros para la siesta. Diony se tumbó en el sofá a ver la tele y yo tuve que ocuparme de quitar la mesa y limpiar la cocina. Me daba asco mirarle allí tirado, jodido cerdo.
Subí arriba justo cuando Carmen salía de la ducha ataviada con una bata blanca de seda, una bata larga hasta los tobillos, anudada en la cintura.
- ¿Te has duchado? – le pregunté.
- No, después. Tiende la ropa.
- ¿Dónde vas?
- Voy a tomar el sol un rato y a ver si me duermo un poquito, estoy cansada.
- ¿Por qué vas a tomar el sol?
- Porque estoy muy blanca, además, a ti qué te importa. ¿No sabes que todos los días me gusta tomar el sol por la siesta?
- Es que hace mucho calor, cariño. Te puede sentar mal.
- Baf, tampoco es para tanto. Tiende la ropa ahora, que se seque enseguida.
La vi dirigirse hacia las escaleras. Yo cogí el cesto y me subí a la terraza. Me puse a tender las prendas. Entonces la vi por el porche con la crema protectora en una mano y una tumbona plegada en la otra. Se metió por una pequeña arboleda y se paró entre unos setos de mediana estatura con formas de dos T seguidas. Me acerqué al borde de la terraza para observarla. Casi todas las tarde solía tomar el sol allí, en aquel jardín apartado del cortijo. Colocó la tumbona de cara al sol y después se deshizo el nudo de la bata para abrírsela.
Joder, estaba desnuda. Las dos tetas amelonadas de aureolas muy marrones y gruesos pezones descansaban sobre la curva del bombo, un vientre muy abultado y redondo, y donde terminaba la curva se le veía toda la chocha peluda. Se embadurnó de crema las dos tetas blandas, los brazos, el bombo y las piernas. Entonces vi a mi sobrino tras la primera fila de setos, grabándola con el móvil. Hijo de puta, era tan gallina que me quedé paralizado, prefería no enfrentarme a aquella situación otra vez a tener que defenderla de aquellos abusos.
Carmen soltó el bote de crema y se acuclilló para mear en la hierba. Seguía con la bata puesta, pero abierta de par en par. Diony la grababa, iba a grabar cómo meaba. Le salió el chorrito de pis, pero se le cortó enseguida, aunque aguantó acuclillada hasta que se le cortó el goteo. Se limpió el coño con un clínex. Luego se levantó, se sentó en la tumbona, la reclinó un poco y se abrió más la bata. Luego se dejó caer hacia el respaldo y se colocó unos protectores en los ojos. Ella pensaba que en aquel escondite estaba segura, que nadie la vigilaba.
Joder. Las tetas lacias se le caían hacia los lados. El bombo le relucía por la crema y al tener sus largas piernas separadas, se le veía el chocho abierto bajo la curvatura del vientre, con el clítoris sobresaliendo de la vulva. Diony la grabó en esa postura unos segundos, después se metió el móvil en el bolsillo y empezó a desabrocharse el cinturón del pantalón, dando pasitos hacia ella, arriesgándose a que le pillaran. Maldita sea, y yo como un mirón, observando cómo aquel chico se aprovechaba de mi mujer. Sé que Carmen se había quedado dormida y cuando dormía, aunque fueran diez minutos, dormía profundamente.
Se acercó casi hasta sus rodillas. Y mi mujer exponiendo la almeja abierta y peluda al sol. Se bajó la parte delantera del slip y se empezó a machacar la polla larga y blancuzca con la mirada pendiente de la desnudez de mi mujer. Tenía que advertirla, dar una voz, cortar con aquella guarrada, pero se armaría un escándalo, y encima mi sobrino me tenía entallado, podía contarle que le dejé mirar, que le dejé masturbarse viéndole el culo y después con sus bragas, y podía costarme un gran disgusto, aparte de la vergüenza si llegaba a oídos de la gente lo que yo había permitido. No tuve agallas, lo mejor era que ninguno se enterara de que yo había presenciado aquella escena.
Se la cascaba nerviosamente. Sus huevos redondos botaban muy rápido. Llegó a curvarse y acercar la cara para olerle el chocho. Parte de la rajita del culo le sobresalía por el borde del asiento. Sus pechos permanecían en reposo caídos hacia los lados. El bombo le brillaba. Mi mujer con la cara ladeada, dormida. Se la cascó hasta encogerse de gusto, frenar y verter un chorro de leche sobre la hierba.
Miró a su alrededor y tuve que encogerme para que no me descubriera mirando. Cuando pude asomarme, ya se había guardado la verga y se abrochaba el pantalón, aunque la seguía mirando. Le tocó la rodilla dándole unas palmaditas.
- Tía Carmen… -. Se removió bostezando, saliendo del sueño -. Tía Carmen…
Se quitó el protector de los ojos y al verle, enseguida condujo su mano izquierda bajo el vientre para taparse el chocho y se plantó el brazo derecho encima de las tetas para taparse.
- Uy, Diony, perdona, estaba tomando el sol – dijo incorporándose, tratando de taparse sus partes con las manos -. No sabía que estabas aquí…
- No pasa nada, tía, sólo quería pedirte si me puedes prestar algo de dinero…
- Sí, sí… - le dijo ruborizada y levantándose para abrocharse la bata, aunque para ello tuvo que retirar las manos de sus partes y dejar que la viera desnuda, pero se la abrochó enseguida -. Vamos a la casa…
Y se fueron juntos hacia el sendero. No sé qué pensó Carmen, pero conociéndola, tampoco le preocupó mucho, pensaba que Diony la veía como a una madre.
---------- O ---------
Diony ya estaba obsesionado con ella y yo carecía de agallas para pararle los pies. Era un caradura y ya arriesgaba demasiado, sabía que tarde o temprano terminarían pillándole y temía mucho las consecuencias. Estaba exasperado y celoso, ver a un chico cómo abusa de la ingenuidad de tu mujer y que tú seas un cobarde resulta patético. La pesadilla no había hecho más que comenzar.
Ya habíamos cenado. Tomábamos el fresco los tres en el porche. Mis suegros ya se habían ido a acostar. Carmen estaba decentemente vestida y permanecía viendo la televisión. Diony merodeaba bajo la parra preparándose un porro.
- Diony, cariño, ya que estás de pie, ¿me traes un vaso de leche fría, por favor? Tengo que tomarme esta pastilla.
- Ahora mismo.
Dejó el porro en el cenicero y se dirigió hacia la cocina. Le miré con desprecio. Noté que tardaba, entonces me levanté y fui a ver qué pasaba. Lo encontré de pie junto al frigorífico, masturbándose de manera frenética. Tenía el vaso entre las piernas y los huevos sumergidos en la leche, cascándosela con rabiosos tirones. La leche se vertía por el zarandeo de los huevos. Me quedé estupefacto. Levantó la mirada hacia mí, pero enseguida prestó atención a su marranada.
- ¿Qué coño haces, Diony?
- Cállate coño, quiero que esa zorra pruebe el sabor de mis huevos y de mi puta leche…
Me asomé al porche, la vi sentada, y de nuevo me volví hacia él.
- Por favor, Diony, te lo ruego, esto no puede seguir…
- Vete a tomar por culo, coño, que me desconcentras…
Cerré la puerta, temeroso de que nos oyera, y aguardé observando cómo se la cascaba. A veces me miraba.
- Hoy le he visto otra vez el chocho… Ummm, cómo está la muy cerda… Ni tía ni hostias, a esa cabrona le rompía yo el coño… Oh… Ah… Ohhh…
Retiró el vaso de sus huevos, colocó la verga en horizontal y siguió cascándosela, con el capullo apoyado en el borde. La leche le goteaba de los cojones. Algunos pelillos flotaban en el vaso. Paró de repente, se comprimió el glande y evacuó dentro del vaso mediantes gruesos goterones. El semen viscoso se mezcló con la leche líquida.
- Por favor, Diony… - le supliqué casi llorando -. No me hagas esto…
- Que no pasa nada, hostias, si en el fondo seguro que te gusta…
Traté de apaciguarle para que no se mosqueara en aquellos momentos.
- Anda, no seas cabrón, cómo se va a beber eso, es una guarrada…
- Deja que esa puta se beba mi leche…
Metió la verga dentro del vaso y le dio vueltas a la leche, luego se la sacó y extendió el brazo hacia mí.
- ¿Yo? ¿Cómo le voy a dar yo esto?
- Dáselo, coño, quiero ver cómo tu mujer lo prueba… Seguro que le gusta el sabor – sonrió con malicia.
- Joder, macho, cómo te pasas…
Miré el interior del vaso. Tenía varios pelillos de los huevos y se notaba alguna porción de semen flotando. Me acompañó de nuevo hasta el porche y le entregué el vaso a mi mujer. Diony observaba la escena a mi lado. Se metió la pastilla en la boca y acto seguido se bebió toda la leche en un par de tragos. Llegaba a su estómago el semen y la esencia de sus huevos. Yo era un cagueta que me dejaba amedrentar por aquel cerdo, el hijo de puta disfrutaba humillándome de aquella manera. Era sabedor de mi cobardía, había asistido muchas veces a las broncas que me echaba mi mujer. Cada vez lo tenía más difícil para cortar con aquella pesadilla, Diony estaba completamente obsesionado con mi mujer y yo me hundía en un mar de celos. Y me tenía agarrado de los huevos por no haber sabido actuar a tiempo. Cada personalidad es un mundo, y la mía era demasiado endeble. Llevaba dos días sumido en un auténtico infierno de impotencia. Y todo originado por un simple desliz involuntario, como era el hecho de que la falda de la túnica playera se le hubiera quedado doblada hacia dentro exponiendo su culo a los ojos de un salido macarra como Diony. Me tocaba mucho sufrir, consentir las obscenidades de mi sobrino, era consciente de ello, como sabía de sobra que Carmen terminaría pillándole.
---------- O ---------
Su perversión resultaba insaciable. A la mañana siguiente, vi cómo la seguía cuando ella se dirigía al baño a ducharse, con la intención de espiarla, pero por suerte Carmen cerró la puerta. El hijo de puta ahora la mimaba más, le hacía caso a lo que ella le decía, se comportaba de manera más sociable y ella inocentemente caía en su trampa. Yo me sentía atrapado sobre todo porque el tío poseía el arma de las grabaciones, un arma que podía utilizar contra mí por consentir aquello. No quería ni pensar en la reacción de Carmen.
Nos pusimos a almorzar como todas las mediodías bajo la sombra de la parra en el porche. Se sentaba al lado de ella para coquetear y lanzarle algún piropo. Carmen vestía un pareo largo, esta vez sin transparencias. Iba bien tapada. Pero ella misma despertó la retorcida mente de mi sobrino.
- ¿Por qué no vas a por la ensalada, Diony?
- Claro, ¿me acompañas, tío Curro?
- Anda, acompáñale – me ordenó ella.
Fui tras él y nos adentramos en la cocina. Había varios cuencos plateados dispuestos en una bandeja, llenos de una ensalada de lechuga. Iba sin camisa, con su torso delgado. Se desabrochó el botón de loa pantalones y se bajó la bragueta.
- Joder, Diony, ¿qué vas a hacer, tío? -. Se sacó la verga y se la empezó a machacar -. Eres un pervertido…
- Me pone que la puta de tu mujer se beba mi leche -. Cogió un cuenco y me lo entregó -. Sujétalo, me voy a correr en la puta lechuga.
Embobado y asustado, sostuve el cuenco con las dos manos y lo acerqué hacia su polla. Él se la sacudía afanosamente, mirando hacia mi mujer a través de las rendijas de la persiana.
- ¿Cómo puedes hablar así de tu tía, Diony? -. Trataba de hacerlo entrar en razón por las buenas -. ¿Con lo que ella ha hecho por ti?
- Me pone cachondo… Ah… Desde que le vi el culo, cada vez que la veo se me pone la polla tiesa… No pasa nada, hostias… Coloca bien el puto cuenco…
Extendí más los brazos hasta dejarlo bajo el capullo. Me había convertido en partícipe de su perversión, y esa actitud era mi desgracia. Pero seguía empeñado en mitigar su incestuosa lujuria. Me daba pánico mosquearle.
- Sé que la has grabado con el móvil, Diony, te he visto, y eso no está bien…
- La he grabado para hacerme pajas, coño, peor sería si las publicara en internet, ¿no?... Y cállate, coño…
Sus palabras sonaron a amenazas. Sin dejar de mirar hacia la persiana, comenzó a verter chorros de leche muy espesa en la lechuga. Un salpicón me cayó en la mano y me revolvió las tripas. Le di vueltas con una cuchara y le serví el cuenco a mi mujer. Volvió a tragarse el semen de su sobrino mezclado con la lechuga.
---------- O ---------
Por suerte, esa siesta Carmen no se fue a tomar el sol a los setos y se acostó a la siesta con la puerta cerrada. A Diony le llamó un amigo y salió de casa. Pude pasar una tarde tranquila, aunque los terribles temores no me abandonaban. Decidí que debía entretenerme y fui al pueblo a echar una partida con los amigos en el casino.
Regresé en torno a las ocho y media de la tarde. Carmen conversaba con su madre en el porche. Vestía de manera adecuada con un pantalón suelto y una camisola. Se notaba que llevaba sostén.
- ¿Y Diony?
- En su alcoba con su amigo Gabi.
Fui hacia el interior de la casa y me dirigí hacia el ala donde mi sobrino tenía su alcoba. Tenían la puerta cerrada y se oía el ruido del monitor. Acerqué la oreja. Oí a mi sobrino.
- Mira el coño que tiene la muy cerda…
- Hija de la gran puta, madura y embarazada – añadió el amigo.
Abrí precipitadamente. Se reproducían las imágenes de mi mujer en el monitor. El muy cabrón se las estaba enseñando a su amigo. Permanecían los dos sentados en unas sillas plegables ante la pantalla. Gabi era bajo y regordete, con la cabeza rapada, camiseta negra con las mangas recortadas y botas militares. Me miraron los dos a la vez sin alterarse mucho.
- ¿Qué hacéis? – les pregunté abochornado.
- ¿Tú qué crees? -. Saltó mi sobrino -. Mirando los encantos de tu mujer. A mi amigo Gabi se le hace la boca agua, ¿verdad, Gabi?
- Está buena, y así embarazada.
- Joder, Diony, qué coño haces enseñando esas grabaciones…
- Sólo queremos hacernos unas pajas, no tiene nada de malo, ¿no? Deberías sentirte orgulloso de tener un pibón maduro tan rico…
- Diony, esto no, hombre… - supliqué.
- Trae unas bragas de tu mujer, anda, hazme ese favor…
- Diony…
- Venga, coño, trae unas putas bragas, no seas marica, hombre, sólo queremos pajearnos mirándola…
Un mocoso dándome órdenes, delante de su amigo. Como un mequetrefe, fui al cesto de la ropa sucia y les llevé dos bragas sucias de Carmen. Y presencié cómo se la cascaban con las vergas rodeadas por las bragas, cómo se las frotaban por los huevos, cómo las olían, cómo se limpiaban el culo con ellas. A veces, Gabi, sacudiéndosela con la prenda, miraba hacia mí.
- ¿Te pone que miren a tu mujer?
- No me pone, pero mi sobrino es un jodido pervertido.
- A mí me excitan los maridos maricones como tú -. Me soltó irguiéndose -. Tu mujer es una pasada -. Se levantó machacándosela -. Me gustaría follármela.
- A mi tío le pone que la miremos – añadió Diony eyaculando sobre el satén de las bragas.
Yo estaba sentado en el reposabrazos de un sofá. Tenía una polla gruesa y corta, arropada por la palma de la mano. Se colocó ante mí, atizándose velozmente, hasta que empezó a salpicarme la cara de gruesos goterones de leche espesa. Tuve que cerrar los ojos y la boca, me cayeron dos en la frente y otro por encima de los labios. Cuando abrí los ojos, se la estaba escurriendo.
- No te pases con mi tío, cabrón - le dijo Diony -. No le hagas caso, tío Curro, éste sí que está enfermo.
- Perdona, hombre, pero los maridos como tú que consienten es que me ponen a cien.
- No pasa nada…
Me saqué un pañuelo del bolsillo y traté de secarme las porciones de semen. Luego me levanté y salí de allí. Acababa de llegar a un punto tan degradante que ya me sentía un auténtico miserable. Me encerré en el baño y lloré de rabia como un angelito. El asunto ya se me había ido de las manos. Tal vez podría amenazarle con ir a la policía por haberla grabado desnuda y amenazarme con publicarlas en internet, pero me daba tanto miedo su reacción y la de Carmen. O también pensaba en armarme de valor y contarle todo a Carmen, decirle que había intentado pararle los pies por las buenas y que se había negado, y que ella tratara de resolverlo. Un chico se había corrido en mi cara. Era algo realmente vejatorio.
---------- O ---------
No me moví del baño en mucho rato, hasta Carmen se preocupó y me dio a la puerta, pero le dije que tenía el estómago flojo. Me eché un colirio para simular mis lágrimas y fui al porche. Sólo estaba Diony liándose un porro. Notó mi cara asustadiza.
- ¿Y Carmen?
- Creo que se ha ido a acostar. Perdona lo de mi amigo, tío, está salvaje, es que tu mujer le nubla la mente a cualquiera.
- ¿Cómo has podido enseñarle esas imágenes de tu tía? ¿Cómo puedes hacernos esto?
- ¿Ya estamos, joder? Me cago en la puta que parió, preocúpate que tu mujer no vaya enseñando el puto culo por ahí…
- Diony, sabes que eso fue sin querer…
- Pero tú bien que disfrutaste mientras yo me hacía una paja viéndole el culo, ¿eh, maricón?
- Lo entiendo, Diony, eres joven y te excitaste. Te dejé, vale, pero ya está, corta ya, no puedes…
- ¿Es malo que me haga una paja mirándole el culo? Imagina que hubiese sido un cabrón y hubiese mandado las fotos a su colegio, para que sus alumnos le vieran el coño, así embarazadita. No pasa nada, hostias, me gusta pajearme mirando a mi tía. Y no me toques más lo huevos, hostias, que no la voy a violar.
Traté de rebajar la tensión de su genio.
- Ten cuidado, Diony, cómo ella se entere, podría hasta denunciarte.
- Esa puta calientapollas no se entera, tú por eso no te preocupes. Y deja que me fume el puto porro tranquilo, joder…
Subí a mi habitación y empecé a desnudarme. Ella salía del baño en ese momento ataviada con un camisón de algodón de color blanco, de tirantes y escote en U. El bombo acortaba la base, dejando un hueco en la parte delantera, dejándola con sus largas piernas a la vista. No tenía transparencias, pero su embarazo acentuaba el erotismo. Vi que se quitaba las bragas y se quedaba desnuda bajo el camisón. Me preguntó cómo estaba y luego nos acostamos. Empezó a tocarme bajo las sábanas.
- Estoy calentona, amorcito, si quieres hacemos manitas…
Nos besamos, pero yo no terminaba de empalmarme, mis temores lo impedían. Tenía la mente en otro sitio, la terrible película se reproducía una y otra vez en mi cabeza.
- Tienes un gatillazo, ¿no? No consigo ponértela durita – bromeó metiéndome la mano por dentro del slip.
- No me encuentro muy bien. Lo siento.
- Bueno, tranquilo, no pasa nada.
Entrecerré los ojos para hacerme el dormido y para que así no insistiera más. Ella se volvió boca arriba. Bajó sus brazos bajo el abultado vientre y con ambas manos empezó a acariciarse el coño. La veía soltar bufidos en la oscuridad. Se estaba masturbando. Se retorcía bajo las sábanas. Necesitaba satisfacerse. La vi encogerse y aguantó inmóvil unos segundos con las dos manos en el coño. Se había corrido. Después se desarropó y se sentó en el borde. Encendió la luz de la lamparita.
- ¿Para qué enciendes la luz? – pregunté bostezando para simular que acababa de despertarme.
- Voy un momento a la cocina, tengo un antojo.
- ¿Qué antojo? – le pregunté elevando el tórax.
- Algo dulce, tú duérmete.
Se levantó y salió de la habitación con aquel camisoncito tan acortado por su bombo, descalza y sin nada debajo. Maldita sea, seguro de que el cerdo de Diony seguía abajo. Solía acostarse tarde. Me levanté y fui tras ella. La veía caminando de espaldas. Los volantes de la base del camisón le tapaban el culo y poco más, le quedaba demasiado corto al estar embarazada. Debía haberla advertido, pero me dio mucha vergüenza que mis celos afloraran.
Diony estaba en la cocina echándose un vaso de zumo cuando ella entró y se sentó en una silla de madera. Como siempre, estaba sin camisa, luciendo sus pectorales blancos y raquíticos.
- ¿Tía Carmen? – se sorprendió al verla con aquel camisón -. Pensé que estabas acostada.
- Antojo de mujer preñada. ¿Me sacas las rosquillas?
Abrió una portezuela del mueble y le tiró encima de la mesa la caja de rosquillas. Mi mujer empezó a comer como una osa, sentada erguida en la silla, con la base del volante en la parte alta de los muslos. Mi sobrino la miraba. Yo mirando desde la escalera hacia el interior de la cocina, cómo se llevaba a efecto el acoso de aquel canalla.
- Sí que tienes hambre.
- Si es que ya estoy muy pesada – añadió ella colocándose las manitas en el vientre, como sujetándose el bombo.
- Déjame tocártela – le soltó con caradura -. A ver si se nota algo.
- Ahora no se nota nada.
- Déjame, súbete el camisón.
Me entró un ardor en la garganta por cómo pudiera reaccionar Carmen. El acoso resultaba demasiado evidente.
- Déjalo, Diony, que no llevo bragas ni nada.
- Venga, tía, no seas cortada, que no pasa nada…
Él mismo se curvó para subirle el camisón. Mi mujer juntó las piernas, en un intento por ocultar su parte más íntima. Se lo levantó por encima de las tetas, dejándole desnuda toda su parte delantera, con el camisón arrugado en el cuello. Los pechos amelonados de aureolas oscuras descansaban sobre la curvatura del vientre, muy separados y lacios. Al tener los muslos pegados, sólo una pequeña parte triangular del vello vaginal se apreciaba bajo la curvatura. Jodido hijo de perra, mi mujer desnuda ante él. Noté el rubor en las mejillas de Carmen. La miraba viciosamente.
- Qué dura la tienes – le dijo pasándole sus manazas por el bombo, como si fuera una bola de cristal gigante -. Tienes la piel muy fina.
Sus dedos pasaron bajo el vientre y llegaron a rozar algunos pelos del coño. Yo desde la escalera viendo cómo le manoseaba el bombo, veía el trocito de coño entre los muslos, y cómo el canto de las manos llegaba a rozar la base de las tetas.
- Da gusto tocarte la barriguita…
- Déjalo ya, si no se nota nada -. Trató de bajarse el camisón, pero los brazos de su sobrino no se lo permitían y dejó que se la sobara unos segundos más, después se dio un tirón hacia abajo tapándose -. Ve voy a la cama -. Dijo levantándose, tirándose de la base del camisón hacia abajo.
- Muy bien, guapetona, dame un besito -. Mi mujer se inclinó y se dieron un pequeño besito en los labios -. Qué bien te sienta estar preñada -. Le dio una palmadita en el culo, por encima de la tela de algodón -. Adiós, guapetona.
- Hasta mañana, hijo.
Cuando la vi dirigirse hacia mí, regresé a mi cuarto y me hice el dormido, tumbado de costado hacia la puerta, con los ojos entrecerrados. La habitación estaba a oscuras. Entró y fue directa hacia el baño. Encendió la luz interior y empujó un poco la puerta para que no entrara claridad en el cuarto. La oía abrir la taza. Escuché el chorrito de pis. Pero tardaba. Me levanté despacio y fui a asomarme. Estaba sentada en la taza. Con la mano izquierda se sujetaba el camisón hacia la mitad de la barriga y con la derecha se masturbaba, se presionaba toda la chocha con la palma, muy despacito, haciendo círculos. Permanecía reclinada sobre la cisterna con las piernas separadas y los ojos cerrados, como imaginando. Su sobrino acababa de sobarla y ella se masturbaba otra vez. ¿Con quién fantaseaba? Y se masturbaba después de que la hubieran tocado. Cerró las piernas para dejar su mano atrapada en el chocho y frunció el ceño con los ojos cerrados. Suspiró. Cuando retiró la mano del coño, le cayó un chorro de un líquido transparente. Se había corrido bien. Volvió a acariciarse.
Volví a la cama y al rato se echó a mi lado, mirando hacia mí, me pasó un brazo por encima y me besó en la espalda. Mi mujer masturbándose después de que la sobara, mi sobrino aprovechándose de su confianza y de mi cobardía. Otra noche sin dormir.
---------- O ---------
Transcurrieron unos días de calma donde Carmen, con su ingenuidad, no dio muchas opciones a que su sobrino pudiera aprovecharse. No había vuelto a ir a tomar el sol ni tampoco se puso ropas que llamaran la atención. Aunque el muy cabrón continuaba mimándola, estrechando esa confianza que ya existía entre los dos. A veces le pedía acariciarle la barriga y ella se dejaba, aunque sólo se elevaba la camiseta lo suficiente como para no mostrar sus partes íntimas. Tampoco yo volví a tener ningún encontronazo con mi sobrino, a pesar de que me trataba despreciativamente, como si yo fuera un cornudo consentido. Incluso Carmen le llamó la atención una vez: no trates así a tu tío, hijo.
Sé que se hacía pajas con las imágenes encerrado en su cuarto y que su amigo Gabi iba mucho por allí para pajearse, pero yo les evitaba, me daba mucho corte. Adopté el papel de inocentón, todo por miedo a mosquear a mi sobrino. El tiempo me servía de aliado, quizás el chico se estaba cansando de aquel morbo en el que sólo miraba y tocaba el vientre.
Pero Carmen, con su falta de pudor, iba a empeorar las cosas. Estuve solo en el cortijo con mis suegros casi todo el día, preparando el huerto. Mi sobrino salió muy temprano y no había venido a comer y Carmen había salido con unas amigas del pueblo para ver una obra de teatro. Regresó tarde, sobre las diez y media de la noche, sin ganas de cenar. Mis suegros ya estaban acostados. Llevaba un vestidito premamá de tela vaquera, media manga, abotonado en la parte delantera y de escote redondeado. Vi que llevaba tacones y medias negras. Me metí en la cocina para terminar de quitar el lavavajillas. Vi que ponía la televisión y se sentaba en el borde de un extremo del sofá. Acercó un puff para tender los pies. Después, atenta a la pantalla, empezó a desabrocharse los botones desde abajo. Al estar sentada y embarazada, se le tensaba mucho la tela y le resultaba incómodo.
Al llegar a la altura del ombligo, dejó de desabrocharse los botones, pero se abrió el vestido hacia los lados y se reclinó hacia el respaldo tendiendo los pies en el puff, con la melena negra a un lado, cayéndole por los hombros. Me quedé perplejo, cómo podía ponerse así. Se le veía la delantera de unas bragas negras de muselina donde se le transparentaba todo el chocho, con los pelillos apretujados contra la gasa, bajo la curvatura de la barriga. Y luego se le veían las bandas de encaje de las medias en la parte alta de los muslos, casi en las ingles. Menuda postura erótica. Apoyó las manos en los altos de su vientre. Me vi tentado a tener que advertirla, pero no me atrevía, no quería que pensara que era un imbécil.
Terminé de quitar y colocar el lavavajillas, limpié toda la encimera y me puse a fregar el suelo cuando oí la puerta del cortijo. Joder, joder, llegaba la bestia. Oí susurros, venía acompañado, a las doce menos cuarto de la noche. Me puse nerviosito perdido, se me vertió el cubo de la fregona y casi resbalo. Apagué la luz. Vi a mi mujer en el sofá, completamente dormida. Tenía la cabeza colgando hacia el hombro derecho con la boca abierta. El vientre subía y bajaba plácidamente, con sus manitas en la parte alta. Y el vestido abierto, con las bragas y el encaje de las medias a la vista.
Iba a despertarla cuando frené de golpe ocultándome. Los dos macarras aparecieron en el salón y se quedaron estupefacto al verla dormida de aquella manera. Gabi no salía de su asombro. Se miraban el uno al otro y se hacían gestos de sorpresa por haberla pillado así. Hablaban en voz baja, pellizcándose sus braguetas.
- Hija de puta – soltó Gabi -. Se le transparenta todo el coño.
- Está buena, la muy perra.
Avanzaron hacia ella y se colocaron los dos a su derecha, Gabi a la altura de su cabeza y Diony a la de su cadera. Al tener la bajada del vientre tan pronunciada, la tira de las bragas tendía a resbalar hacia abajo y algunos pelillos del coño asomaban por arriba. Se le transparentaba a la perfección toda la mancha peluda. Diony fue el primero en bajarse la bragueta, rebuscar dentro y sacarse su verga. Se la empezó a machacar de manera eléctrica, embelesado en el cuerpo. A continuación se la sacó Gabi, meneándosela con más suavidad. El cabrón acercó el capullo a los cabellos que descansaban sobre los hombros y los rozó despacio con todo el glande. Carmen dormía con la misma placidez.
- Qué polvo tiene la puta perra – acezó Gabi, dándose más fuerte.
Dos chavales jóvenes pajeándose ante el cuerpo de mi mujer. Y yo sufriendo como un imbécil en la cocina. Diony flexionó las piernas colocando el capullo unos centímetros por encima de las bragas. Paró, se oprimió la punta con los dedos y al segundo empezó a caer leche en las bragas, pequeñas gotas espesas y blanquinosas que empapaban la gasa. Se daba apretujones intermitentes, como para contener la corrida. Pero un salpicón de pequeñas gotitas le cayó en una pierna, por encima de las medias. Podía ver desde mi posición la mancha blanca en la gasa negra de las bragas. La polla de Gabi soltó un salpicón de leche sobre la melena. El semen cayó como en cascada por sus cabellos ondulados. Unas diminutas salpicaduras le cayeron sobre las copas del vestido. Iban a despertarla. Ante los cuchicheos entre ellos, Carmen se removió levemente, pero sin llegar a despertarse. Ya se habían guardado las pollas. Diony le dio una palmadita en la cara.
- Tía Carmen, tía Carmen, espabila… -. Se removió bostezando y desperezándose. La leche del cabello se había vuelto transparente y la de las bragas había empapado la gasa y había traspasado al vello del chocho. En las medias se notaban los salpicones blancos -. Espabila.
Abrió los ojos.
- ¿Qué quieres? -. Al ver a Gabi, se exaltó, se irguió enseguida bajando los pies del puff y se cerró el vestido para empezar a abrochárselo -. ¡Gabi! No sabía que estabas aquí. Me he quedado dormida. ¿Y Curro?
- Estará acostado.
Se levantó. Podía verle su melena manchada y la salpicadura en las copas del vestido. Se vio las manchas del vestido al abrocharse el último botón, pero se abstuvo de decir nada.
- Bueno, subo, ¿vale?
- Adiós, guapetona, ¿no me das un beso?
- Sí, sí… -. Le estampó un besito en los labios y luego otro a Gabi en la mejilla -. Hasta mañana.
Y se encaminó hacia las escaleras mientras ellos se dirigieron hacia el ala donde dormía Diony. Cabrones, era muy posible que Carmen se diera cuenta cuando notara sus bragas manchadas y las gotas de las medias. Aguardé escondido un buen rato y cuando oí que Gabi se marchaba, subí a mi cuarto.
Al entrar no la vi. Cerré la puerta y, al oírme, salió del baño muy alterada, con la bata de seda blanca abierta y sin nada debajo. Le vi el pelo remojado y se estaba pasando una esponja húmeda por el chocho.
- ¿Dónde estabas, Curro?
- Fui a las cuadras a buscar…
- ¿A estas horas? Estoy de los nervios…
- ¿Qué haces? ¿Qué ha pasado?
Tiró la esponja enojada y se sentó en el borde de la cama con la bata abierta.
- Me he quedado dormida en el sofá y ha llegado mi sobrino con su amigo Gabi. Maldita sea, qué sinvergüenza, creo que se han masturbado mientras dormía y han eyaculado encima de mí. El puto baboso, se va a enterar… -. Me quedé pasmado, sin capacidad de reacción -. ¿No piensas hacer nada?
- Amor, eres muy ingenua, te tomas muchas confianzas con ese cabrón de tu sobrino. Vi cómo te grababa con el móvil cuando tomabas el sol en los setos y cómo se masturbaba.
- ¿Qué? – preguntó con los ojos desorbitados -. ¿Y no hiciste nada? ¿Miraste como un pasmarote?
- Fui a hablar con él, pero me amenazó.
- ¿Qué te amenazó? ¿Con qué?
- Con publicarlo en internet -. Se llevó las manos a la boca, atemorizada -. Pagan por publicar fotos caseras, y más de una mujer embarazada como tú de siete meses.
- No, Curro, es mi sobrino, soy como su madre, él no haría una cosa así…
- Ves y se lo dices, igual tú logras pararle los pies. Me dijo que mandaría las imágenes a todos tus alumnos y conocidos si no dejaba de joderle. Tú no sabes lo que yo estoy pasando, Carmen.
- Joder, joder, ¿y qué hacemos?
- No lo sé, cariño – Le dije sentándome a su lado, cogiéndola de las manos. Era la primera vez que veía su agrio carácter derrumbado por las circunstancias -. Le he amenazado con denunciarle, pero ya le conoces, es un gamberro, pasa de todo. Quizás lo mejor sea presentar una denuncia…
- ¿Y si manda las imágenes, Curro? ¿Y si se las ha pasado a sus amigos? No, no podemos hacer eso. Imagina que aparezco por todos sitios, así, desnuda y embarazada. No, no, no. Me muero si alguien las ve…
- ¿Y qué hacemos, cariño? Está perturbado, completamente perturbado. Está obsesionado contigo, tú no le has oído hablar…
- Hablaré con él, verás cómo le convenzo, pero vamos a estarnos quietos, no quiero ese tipo de escándalo sexual, Curro, imagínate, mi propio sobrino. Mis padres están muy mayores. Hablaré con él…
Nos abrazamos y traté de consolarla. Nos acostamos hablando del tema durante mucho tiempo, evidenciando nuestros temores. Una mujer tan fuerte como ella y se había derrumbado como un castillo de naipes. Al final se quedó dormida acurrucada sobre mi hombro, con la bata puesta, sin nada debajo, de espaldas a la puerta. Me sentí un tanto más tranquilo de que ella fuera consciente de la gravedad de los hechos, sé que mi mujer tenía más valor y estaba mejor capacitada para afrontar aquella terrible deshonra.
---------- O ---------
Me quedé traspuesto al amanecer. La luz de la mañana invadía la estancia abuhardillada. Carmen seguía echada sobre mi regazo, dormida. Yo le tenía una mano sobre los hombros y su carita descansaba en mi hombro. El ruido del pomo de la puerta me alertó. Giré la cabeza y Carmen abrió los ojos.
- ¿Qué pasa? – preguntó en voz baja.
- Es él.
- No.
- Tranquila.
Continuamos sin alterar la postura. La puerta se fue abriendo lentamente hasta que Diony apareció desnudo, con su polla empinada completamente hacia arriba. Me fijé en su cuerpo blanco y raquítico, de piernas largas y finas, sin mucho vello. Vi que se mordía el labio y que avanzaba despacio hacia la cama.
- ¿Qué haces, Diony, por favor? -. Carmen me miraba sin mover un músculo, notando la presencia de aquel pervertido a su espalda.
- Tu mujer me tiene muy cachondo, necesito verle el culo – dijo en voz baja.
- No, Diony, por favor, sal de aquí…
- Súbele la bata, quiero verle el culo.
- Por favor, Diony…
- Venga, coño… Sólo un poquito.
- Se va a despertar, Diony…
- Venga, tío Curro… - susurraba.
Él mismo se curvó y le subió la bata de seda hasta la cintura. La dejó con el culo en pompa, tumbado de lado, con sus nalgas aplanadas y su rajita cerrada, aunque por la posición fetal en la que estaba, seguro que le veía la almejita entre las piernas. Se la empezó a machacar seducido por la visión. Carmen me miraba horrorizada con el ceño fruncido. Yo seguía abrazándola, observando cómo se pajeaba. Los tirones de verga resultaban muy intensos. Acezaba secamente, Carmen podía oírle a su espalda. Le vi agacharse para olerle el culo. Oíamos cómo aspiraba, cómo conducía la nariz del ano al chocho. Le olisqueó el culo durante varios segundos, luego se incorporó agitándosela tan velozmente que no se veía ni la mano.
- Qué culo tiene la puta perra, me vuelve loco…
- Cállate, Diony, y sal de aquí, te lo ruego…
- Ah… Ah.. Ah…
Se encogió sin parar de cascársela y al segundo fluyó leche dispersa salpicándole todo el culo. Carmen sentía cómo la regaba, podía verlo en su mirada. Los goterones le caían en la nalga superior y resbalaban en gruesas hileras hacia la raja del culo y el chocho. Por el espejo de la cómoda, pude ver cómo se le inundaba la raja de blanco. Le puso el culo perdido. Se la acarició un momento, oprimiéndose el capullo.
- Tendrás que limpiarla antes de que se despierte, no he podido controlarme.
- Vete, por favor.
- Quiero follarme a mi tía Carmen.
- Sal, joder.
- Qué puto maricón estás hecho. Me encanta correrme en el culo de tu mujer.
- Diony, vete, se va a despertar…
- Mariconazo.
Dio media vuelta y se alejó hacia la puerta. Vi su culo blanco de nalgas huesudas. Salió y cerró la puerta, entonces Carmen irguió el tórax y se miró el culo. Tenía varias hileras corriéndole por la nalga anegando la raja del culo. Se tocó el coño y luego se miró los dedos, con las yemas impregnadas del líquido viscoso.
- Qué cerdo, mira cómo me ha puesto. ¿Cómo puede estar tan pervertido? Estos jóvenes cada vez están peor de la cabeza -. Me brillaron unas lágrimas en los ojos -. Tú cálmate, ¿vale? Lo solucionaré, hablaré seriamente con él.
- Habría que denunciarle.
- Tampoco es para tanto -. Se acercó los dedos a la nariz y olió el semen -. A su edad, seguro que tú hacías lo mismo.
- ¿Yo? -. Vi que sacaba la lengua y probaba el semen con la punta -. ¿Qué haces?
- Probarlo, nunca me había dado por probar el semen. – sonrió volviéndolo a oler -. ¿No te da morbo?
- ¿Morbo? – me sorprendí -. ¿Estás loca, Carmen?
- No te pongas así, mi sobrino se ha corrido en mi culo y tú sólo has mirado. No me digas que tú a su edad eras un santo -. Se levantó de un salto -. Voy a lavarme.
Me dejó con las cejas arqueadas. La vi de espaldas, con todo el culo manchado. Las hileras se habían vuelto transparentes, aunque dentro de la raja se le notaban porciones blanquinosas. Se había excitado con la escena, cómo podía ser. El embarazo la había vuelto más calentona, ella misma lo reconocía. Entró y cerró tras de sí, aunque dejó una delgada ranura por la que pude asomarme al notar sólo silencio, ni un solo grifo abierto.
Se hallaba sentada en el bidé, reclinada contra la pared de azulejos, con los ojos cerrados. Se masturbaba nerviosamente agitándose el coño con las yemas de la mano derecha como si estuviera lijándoselo. Con la izquierda se sobaba una teta. Le vi los pelos del coño impregnados de pegotes de semen al acariciárselo con tanta rudeza y por su entrepierna le vi goteándole babas blanquinosas desde el culo. Despedía un acezoso aliento y mantenía las piernas muy separadas. No me lo podía creer, masturbándose con el semen de su propio sobrino después de haberse corrido sobre ella.
No supe cómo reaccionar. Retrocedí unos pasos y carraspeé, como para anunciar mi entrada. Empujé la puerta. Continuaba sentada en el bidé, aunque encogida, con las manos sobre los muslos. Me coloqué ante el lavabo para lavarme las manos. Entonces ella se levantó hacia mí. Pude verle de reojo los pelos del coño manchados de pegotes. Se pegó a mi costado y empezó a acariciarme la espalda con una mano y me metió la otra dentro del calzoncillo para menearme mi pene.
- Me he puesto muy caliente, ¿tú no?
- ¿Piensas que me puede excitar ver cómo tu sobrino eyacula sobre ti?
- Es morboso – me sacó la polla por fuera zarandeándomela -. ¿Por qué no me follas un poquito, Curro? Hace mucho tiempo, necesito un desahogo, estás muy mustio y mi sobrino me ha calentado.
- Pero, Carmen…
- Fóllame, coño – me interrumpió enojada -, que tenga yo que suplicarte…
- Pero, entiende…
- Ni se te pone dura, joder…
Continuó meneándome mi pene blando, con su vientre apretujado contra mi costado. Flexionó un poco las piernas y encogió el culo para poder refregar el coño por mi pierna. Cerró los ojos, masturbándose con mi muslo, tocándome mi pene, expulsando el aliento sobre mi cara, seguro que reviviendo la corrida de mi sobrino, seguro que imaginándose que tocaba su polla en vez de la mía. Me frotaba el coño con fuerza, manchándome de semen, hasta que soltó un bufido y fue parando lentamente. Después me soltó y se separó de mí.
- No me puedo creer esto, Carmen, que permitas una cosa así y que encima…
- No seas soso, hombre, anda, salte de una vez que pueda duchar.
Fue realmente vejatorio. Mantuvo la postura. Tuve que salir, hundido en mi amargura. A mi mujer le resultaba morboso que su sobrino se excitara corriéndose encima. Diony iba a por ella, ya arriesgaba demasiado, como si no le importara que le pillara. Lo había dicho con firmeza: quiero follarme a mi tía Carmen .
---------- O ---------
Carmen me dijo que tenía que salir a hacer la compra. Estaba indignada, no sé si por mi sobrino o por mí, por no compartir con ella esa morbosidad, no la noté tan preocupada como yo ante la perversión de Diony. Era una persona más valiente, con huevos para afrontar los problemas. Mi sobrino no había dado señales de vida, pensábamos que había salido o se encontraba en su alcoba. Tenía la bata de seda blanca abrochada, y debajo sólo llevaba las braguitas y unas medias negras, ya con los tacones puestos, sólo le hacía falta meterse el vestido.
Me dejó limpiando la cocina y se dirigió al lavabo para cambiarse. Cerró la puerta. A los cinco minutos apareció Diony, con una toalla a modo de minifalda liada a la cintura.
- ¿Dónde está mi tía?
- En el lavabo, tiene que salir.
Se dio la vuelta y fue hacia el lavabo. Yo le seguí, tembloroso, aunque me detuve a mitad de camino. Irrumpió precipitadamente y la pilló meando. Estaba sentada en la taza, sin la bata, con las tetas al aire y las bragas bajadas por las rodillas, con las medias puestas. Al verle, se ruborizó y se echó hacia delante para taparse el coño con el bombo, cruzando los brazos sobre los pechos.
- ¡Hijo! Espera, estoy meando, termino enseguida.
- Mea, sólo quiero lavarme las manos.
Se puso a lavarse las manos, aunque la miraba descaradamente, cómo tenía asentado el culo en la taza, sus bragas bajadas, sus medias, con los encajes en las ingles, y con los tacones. La postura y las prendas le daban un aspecto de prostituta. La noté muy incómoda, miraba a su sobrino de reojo. Diony se secó las manos y dio unos pasos hasta pararse ante ella, con la cabeza de Carmen a la altura de la toalla. La sujetó por la barbilla con la palma de la mano y le acarició la melena negra y ondulada.
- ¿Cómo está mi tía preferida?
- Bi… Bien… -. Contestó con una sonrisa temblorosa.
- ¿Y la barriguita?
- Cada vez me levanto más pesada.
Noté que a pesar de su fortaleza, se sentía intimidada por su presencia. Continuaba echada hacia delante, con el bombo sobre los muslos, para taparse su parte más íntima, aunque por detrás sobresalía la raja del culo por encima del borde de la taza.
- Cómo me gusta tocarte la barriguita -. Se acuclilló ante ella -. Échate hacia atrás, deja que te la toque…
- Me tengo que ir, Diony.
- Mientras meas, venga, déjame, guapetona…
- Bueno, un poquito sólo, ¿vale?
Amedrentada, se irguió apoyando la espalda en la cisterna, con las palmas de las manos sirviendo de sostén para las tetas. Mantuvo los muslos pegados, aunque parte del chocho le sobresalía bajo el vientre. Diony alzó las manos y se puso a sobarle el vientre embarazado. Yo observando desde fuera,
- Ummmm, qué suavecito y durito -. Acercó la cara y le estampó unos besitos en distintos puntos -. Qué sexy estáis las tías embarazadas, y con lo guapetona que tú eres…
- Tampoco es para tanto…
- Ummmm, que gusto tocarte la barriguita – le decía deslizando sus manos abiertas, con las yemas de los dedos a veces rozando los pelos del coño -. ¿Y las tetas? Ya las tienes muy gordas. Deja que te vea las tetas -. Él mismo le retiró las manos de los pechos, dejándolas expuestas ante sus ojos -. Las tienes muy gordas, qué ricas. ¿Ya te sale leche?
- ¿Eh?... Pues… No sé… Un poco sí… - dijo abochornada, le tenía acuclillado ante sus rodillas, medio desnuda, sobándola mientras yo miraba.
- A ver, déjame… -. Le cogió una teta con las dos manos y le comprimió la zona del pezón. Vi cómo Carmen fruncía el entrecejo. Brotaron unas gotitas de leche aguada -. ¿Me dejas probarla?
- Ay, Diony, no seas tonto…
Pero le pasó la lengua al pezón, luego volvió a comprimirle la teta y esta vez le chupó la teta, sorbiendo como si fuera un biberón, bebiéndose la leche que brotaba. Ella permitía que le mamara la teta. Apartó la cara y le vi el pezón baboseado. Unas gotitas le cayeron sobre el vientre y se deslizaron por la curvatura. Empezó a acariciarle los muslos de las piernas y bajó la cabeza para olerle las bragas.
- Ummmm, qué bien huelen tus braguitas. Qué piel tan suave. Me encanta tocarte – decía acariciándole los muslos, conduciendo una palma por la parte externa hacia la nalga asentada en la taza -. Estás tan buena que me pones muy cachondo.
- Pero, Diony, no seas tonto, cómo te voy a poner cachondo, soy tu tía, anda, déjame, que me tengo que ir…
Se levantó de repente.
- ¿Por qué no meas? Deja que vea cómo meas…
- Pero, Diony, vaya cosa, verme mear… Anda, vete ya, no seas tonto…
- Venga, mea, tía Carmen… Separa las piernas… Deja que te vea… Nunca he visto cómo mea una tía embarazada.
Vi cómo Carmen separaba las piernas, tensaba las bragas y mostraba todo su chocho. Descaradamente, Diony se pasó la mano por la toalla. Le salió un débil chorrito de pis que se le cortó enseguida.
- ¿Satisfecho, guapo? – le preguntó ella tratando de ser natural -. ¿Puedes salir para vestirme?
- Me encanta verte el coño. Deja que me haga una paja mirándote, ¿vale? Estoy muy caliente.
- ¿Qué te deje hacerte una paja mirándome? – le dijo con cierta sonrisa de sorpresa -. ¿Qué dices, Diony?
- No puedo -. Se deslió la toalla y la dejó caer al suelo. Tenía la verga empinada y se la sujetó enseguida para machacársela ante la cara perpleja de mi mujer -. Sólo un poquito, tía, así… Estás muy buena y muy sexy embarazada… -. Jadeaba cascándosela despacio -. Ummmm, qué gusto mirarte…
- Diony… - murmuró erguida sobre la taza, expuesta a la polla, con las piernas separadas, mirándole sumisamente.
- Calla, deja que te mire… Ummmm, qué coño más rico tienes, tía Carmen… Tócate, tócate un poquito…
Alzó su manita derecha y la plantó encima del coño frotándoselo muy despacito. Él se la machacaba ante su cara, diminutas gotitas saltaban sobre su rostro. Entonces entré, me sujeté al pomo de la puerta mirando hacia ellos. Carmen giró la cabeza hacia mí, pero recibió una pequeña bofetada que le volvió la cara hacia él.
- Mírame, puta… Así, no pares de tocarte… -. Ella obedecía obsequiándole con su mirada sumisa y sus pequeñas caricias en el coño. Diony me miró -. Acércate, ven con nosotros… -. Di unos pasos hacia ellos y me detuve a la derecha de mi sobrino -. ¿Quieres machacármela, maricón? ¿Eh? -. Se la soltó -. Vamos, agárrame la polla…
Como sus esclavos, yo empecé a masturbarle meneándole la verga larga, encañonando a mi mujer, que no paraba de frotarse el coño, con la mirada sumisa dirigida a su sobrino. Él apretaba los dientes.
- Más deprisa, coño…
Aceleré velozmente y unos segundos más tarde comenzó a salpicar leche sobre el vientre de Carmen. La leche empezó a resbalarle hacia todos lados como si fueran las patas de una araña, inundándole el ombligo y llegando a los pelos del coño. Resopló aliviado mientras yo disminuía los tirones, hasta que se la solté. Yo también me había manchado la mano. Las hileras viscosas le corrían por el vientre. Aún tenía la mano en el coño, aunque quieta. Diony la acarició bajo la barbilla.
- ¿Estás bien?
- Sí.
- Qué morboso, ¿verdad? Estás tan rica que no he podido controlarme. No pasa nada, sólo es una paja -. Se curvó hacia ella -. Dame un besito.
Le correspondió con un besito, luego recogió la toalla y salió desnudo del cuarto de baño. Carmen permaneció sentada en la taza. Se miró la barriga, las hileras viscosas de semen, y después me miró.
- Es joven, Curro, se cansará de esto. No podemos arriesgarnos a que publique esas imágenes, piensa en todo lo que podría pasar. Es un pervertido, ya lo sé, pero se le pasará -. Me quedé de piedra, me había obligado a masturbarle para que eyaculara encima de ella, y trataba de quitarle maldad al acto. Quizás sentía el mismo pánico que yo y lo hacía para protegerme -. Salte, voy a ver si me visto y termino de arreglarme. Tú no te alteres, ¿vale? Ya sabes cómo son los jóvenes de hoy en día con tanto internet.
Retrocedí hasta salir del lavabo, enmudecido por el comportamiento de mi esposa, y empujé un poco la puerta, aunque me quedé plantado ante la ranura que había dejado. Seguía sentada en la taza, mirándose el vientre. Alzó sus manitas y empezó a sobárselo, esparciendo el semen por el bombo, impregnándose la piel, embadurnándose también las tetas, como si el semen fuera una crema. Me entró un sudor frío, el hijo de puta la había calentado. Estaba cachonda como una perra. Se chupó las tetas subiéndoselas hacia la boca, lamiendo el semen embadurnado en los pezones. La puta golfa. Luego bajó las manos y se empezó a acariciar el coño. Cerró los ojos, viendo cómo se introducía dos dedos. Soltaba bufidos sin abrir los ojos, hasta que la vi cerrar las piernas con las manos atrapadas y encogiendo todo el cuerpo. La hija de puta se había masturbado. Separó las piernas. Fluyó un líquido transparente entre sus dedos que empezó a gotear dentro de la taza. No sé si se estaba meando o corriéndose intensamente, pero mantuvo las caricias sobre su coño.
Subí a mi habitación anonadado. Las técnicas morbosas de mi sobrino habían surtido efecto a pesar del tono amenazante. Igual había sido una sensación irreprimible al ver cómo yo le masturbaba a él. No sabía qué hacer. La confusión me mataba. Igual estaba muy necesitada, desde que se quedó preñada, nuestras relaciones se habían reducido al mínimo y cuando a ella le apetecía, yo la rechazaba. Me esforzaba en entenderla, pero me resultaba tan inmoral.
---------- O ---------
Con aquella escena en el baño, donde yo masturbé a mi sobrino mientras ella esperaba a que se corriera encima, mi mujer se convirtió en una golfa, quería ser su putita. Capté sus intenciones enseguida. Estuve un rato arreglando el huerto y regando las plantas que rodeaban el cortijo, ensimismado en mis pensamientos, arropado por esa tremenda confusión. Vi el coche de Carmen entrar por la puerta y fui a buscarla.
Se había cambiado, se había puesto un pareo blanco muy sedoso, anudado a la nuca y con una amplia abertura delantera. Al caminar, se le abría hacia los lados y la dejaba en bragas, unas pequeñas braguitas negras apretujadas bajo la curvatura del vientre, de muselina, donde se le transparentaba todo su coño. También la forma de los pezones y la sombra de las aureolas se le notaban bajo la tela blanca. Estaba cepillándose el cabello.
- ¿Vas a bajar así, Carmen?
- Sí, ¿pasa algo? – me desafió.
- ¿Qué si pasa algo? Después de lo que está pasando con tu sobrino me preguntas si está pasando algo. ¿Qué te pasa, Carmen?
- Nada.
- Te has excitado, lo sé.
- Sí – reconoció evitando mi mirada.
- No puedes hablar en serio – sonreí.
- Te he visto así, masturbándole, él tan macho y tú tan marica, lo siento, nunca te imaginé de esa manera y sí, me he excitado. Le has hecho una paja a mi sobrino delante de mí.
- Me ha obligado, Carmen.
- De todas maneras no pasa nada, ¿vale? Son cosas de jóvenes… Vamos a comer.
La acompañé hasta el porche. Mi sobrino ya estaba sentado a la mesa con mis suegros. A Carmen se le abría la abertura del pareo y exhibía sus largas piernas, llegaban a vérseles las bragas y parte del bajo vientre, con sus tetas botándole bajo la tela. Diony la miró embobado. Para colmo, estaba en slip, un slip negro elástico que definía con claridad los contornos de sus genitales, así como una camiseta negra de tirantes.
Ella se ocupó de servir la comida, luego se sentó al lado de él y cruzó las piernas, con el pareo abierto hacia los lados. Un trozo del abultado vientre le sobresalía por la abertura, así como sus bragas transparentes. Diony la miraba, sus piernas se rozaban, pero no se habló nada durante la comida. Le estaba incitando vestida así. Y yo en un extremo, observando cómo se miraban.
Carmen se hallaba sentada a la izquierda de mi sobrino. Tras el postre, vi cómo Diony bajaba el brazo izquierdo y le acariciaba todo el muslo de la pierna que tenía montada encima de la otra. Carmen respiró hondo mirándome. Diony se inclinó hacia ella.
- Estás muy sexy, puta…
La reacción de mi mujer fue bajar el brazo derecho, extenderlo bajo la mesa y plantar la palma abierta encima de su slip. Comenzó a frotarle todo el paquete con pequeñas pasadas de arriba abajo. Diony se relajó reclinándose en la silla, mirando cómo la mano de su tía le manoseaba todo el bulto. Yo miré a mis suegros, estaban despiertos, podían darse cuenta de que se metían mano bajo la mesa. Como una posesa, le pasaba la mano por encima de la hinchazón del slip una y otra vez. Descruzó las piernas y bajó la mano izquierda. Se la metió dentro de las bragas y empezó a menearse el coño con las yemas de los dedos. Tanto Diony como yo, podíamos ver cómo lo hacía a través de las transparencias de las bragas. No paraba de acariciarle la inflamación del calzoncillo mientras se masturbaba.
- Lleva los abuelos dentro – me ordenó el chico.
- Diony, aquí…
- Vamos, hostias. Déjame a solas con tu mujer. Vamos, coño…
Busqué la mirada de Carmen, pero era una mirada perdida en la lujuria, era una mirada suplicante, respiraba por la boca y fruncía el entrecejo constantemente. Se escarbaba en el coño con la manita dentro de las bragas y ya le estrujaba el bulto del slip con fuertes pellizcos al grosor de la verga. Le estrujaba los huevos como si fueran una esponja y seguía los contornos de la verga para estrujarla.
- Vamos, perra, tócame… Así… Mi polla es tuya… - susurraba en voz baja, con tono jadeante.
Carmen se dedicaba a manosearle su paquete y a masturbarse con sus deditos. Yo continuaba mirando con los ojos desorbitados, con qué ansia le estrujaba todo el paquete.
- ¿Te gusta cómo me toca la perra de tu mujer, maricón? ¿Eh? -. Miró hacia su tía -. Sigue tocándome, perra… Saca los abuelos de aquí, ¿o quieres que vean lo puta que es su hija?
Me levanté y ayudé a mis suegros. Ellos estaban en el otro lado de la mesa, uno junto al otro, metiéndose mano, aunque sólo se veía sus rostros de lujuria. Los dos se hallaban erguidos sobres las sillas, mirándose a la cara. Conduje a mis suegros hasta el salón y les acomodé a cada uno en un sofá, como un pelele, mientras mi mujer y mi sobrino se metían mano en el porche. Era mi papel, un cornudo consentidor.
Volví al porche con cara de idiota. Carmen le había metido la mano por el lateral del calzoncillo y le sobaba la polla y los huevos por dentro. Se miraban a los ojos. Diony le había abierto más el vestido y le sobaba todo el vientre, como una bola gigantesca de billar, manoseándole las tetas por debajo de la tela. Deslizaba de nuevo la mano por la curvatura del abultado vientre y le metía la mano dentro de las braguitas, acompañándola en la masturbación.
- ¿Te gusta, perra?
- Estoy muy caliente, Diony – decía agarrándose el coño con fuerza, sacándole la verga por el lado para cascársela.
- ¿Has oído a la perra de tu mujer, maricón? ¿Eh? Contesta…
- Sí…
Le frotaba el vientre embarazado con rabia. Los pezones de las tetas asomaban bajo las copas. Le sacudía la verga con lentitud y su coñito no paraba de zarandeárselo. Impresionaba ver a tu mujer, cuarentona y esbelta, sometida ante un mocoso de la talla de Diony. Carmen acezaba. Lo abultado del vientre le impedía echarse para hacerle una mamada, pero se mordía los labios como una posesa al sacudírsela y mirársela.
- Siéntate aquí, maricón -. Obedecí y me senté a su derecha. Pude ver más de cerca cómo mi mujer le pajeaba con la polla sacada por un lateral -. Tócame los huevos, marica, vamos, acompaña a la perra de tu mujer…
Tímidamente, extendí el brazo derecho y empecé a acariciarle los huevos redondos y duros por encima de la tela del calzoncillo elástico. Mi mujer zarandeándole la verga y yo los huevos. Él continuaba sobándole el vientre con la izquierda.
- Así, perras… -. Le estrujaba los huevos levemente y mi mujer aceleraba las sacudidas. Diony resoplaba de gusto -. Ummmm… Muy bien…
Mi mujer se inclinó hacia él y empezó a lamerle por el cuello. Yo, al otro lado, la veía echada sobre él y los besuqueos que le daba. Todavía seguía hurgándose en su coño caliente. Bajó su manita por el tronco de la verga y entró en contacto con mi mano, amasándole los huevos entre los dos. La verga se zarandeaba hacia los lados por los estrujones que le dábamos a los cojones. Sentía celos al ver cómo le lamía por el cuello, pero compartir con ella aquella perversión tan inmoral me puso el pene tieso por primera vez. Aquel mocoso que podía ser mi hijo me estaba convirtiendo en un maricón y en un cornudo consentido, algo que jamás se me hubiera pasado por la cabeza.
Volvimos a agarrarle la polla, yo por la base y la mano de Carmen por encima de la mía, más cerca del capullo, y se la empezamos a machacar entre los dos. Le originamos un intenso jadeo. Continuaba lamiéndole por el cuello. Tenía todo el vientre por fuera de la abertura, la base de las tetas sobresaliéndole bajo las copas del pareo y seguía con la manita dentro de las bragas. Yo sólo miraba y le masturbaba con ella.
- Fóllame – le jadeó ella sobre el cuello -, fóllame, Diony, fóllame, por favor…
Diony le achuchó las mejillas y le zarandeó la cara.
- ¿Quieres follar, perra?
- Sí, por favor, estoy muy caliente…
Ella le soltó la verga y continué yo solo machacándosela, observando cómo le agitaba bruscamente la cara deformándole las mejillas.
- ¿Quieres follar delante de tu marido, perra?
- No puedo… Estoy muy caliente, Diony…
- Quítate las bragas, perra.
- Sí – sonrió de manera suplicante -, estoy muy caliente…
Corrió la silla hacia atrás y se puso de pie para deshacerse el nudo de la nuca. Yo seguía cascándosela muy despacio mientras la miraba. Estaba deseosa.
- Vamos, marica, dame… Dame… Voy a follarme a la perra de tu mujer…
Se quitó el pareo y exhibió sus tetas amelonadas de pezones oscuros, descansando sobre la curvatura de la barriga tersa y reluciente. A toda prisa, se bajo las bragas y se quedó con los zuecos. Se le veía todo el manojo de vello de la chocha.
- Muy bien, perra… Siéntate en la mesa…
Carmen se sentó en el borde de la mesa. El bombo le descansaba sobre los muslos. Diony se levantó. Yo seguía sentado. Le bajé el calzoncillo por debajo de su culo huesudo, preparándole para follar. Se metió entre las piernas de mi mujer y le frotó el tronco de la polla por el vientre, por la zona del ombligo, como si estuviera masturbándose. Se morrearon. Las tetas amelonadas se aplastaban contra sus pectorales raquíticos. Ella bajó las manitas por su espalda y le sobó el culo, apretujándole las nalgas huesudas, apretujándole contra ella.
- Fóllame, Diony…
- Perra asquerosa, échate hacia atrás…
Mi mujer se tendió hacia atrás con cuidado por el peso de la barriga. Levantó las piernas flexionadas, como en posición de parir, y él se las separó para que su coño se abriera. Las tetas se caían lacias hacia los lados. Ella levantaba un poco la cabeza para suplicar con la mirada. Diony la sujetó bajo las rodillas y le hundió la polla en el coño poco a poco, un coño blandito y jugoso. Yo observaba cómo se sumergía, cómo se lo dilataba. Carmen soltaba quejidos secos de placer. No pude aguantarme, la lujuria nubló mi mente. Me desabroché el pantalón, me bajé el slip y empecé a masturbarme.
Diony comenzó a contraer el culo para follarla con mucha lentitud. Carmen cabeceaba en la mesa con los ojos entrecerrados, emitiendo largos suspiros, con los brazos extendidos. Yo me la machacaba deprisa.
- Qué coño más calentito tiene tu mujer… Ummm… Qué gusto… Mírame, perra…
Elevó de nuevo la cabeza para expresar su mirada sumisa. Diony aceleró violentamente moviendo hasta la mesa. El bombo se meneaba con los empujones, igual que sus tetas, que parecían tartas de gelatina. En su estado, igual resultaba peligroso moverla así. Carmen ya gemía secamente en cada penetración. Yo no paraba de darme, fijo en cómo entraba y salía la verga del chocho de mi mujer. Con qué fuerza Diony contraía el culo.
Ya estaba cegado por la misma lujuria que mi mujer. Seguí masturbándome con la mano derecha, sentado en la silla, y con la izquierda empecé a sobarle el culo blanco que contraía para clavársela. Me miró por encima del hombro sin parar de follarla.
- ¿Te gusta mi culo, maricón? -. Le sonreí como un tonto -. Mira esta puerca cómo disfruta…
Se curvó sobre ella baboseando sobre su vientre al tiempo que contraía las nalgas. Pude meterle la mano entre las piernas y agarrarle los huevos. Me corrí con mi mano izquierda metida bajo el culo de mi sobrino. Diony se irguió, empujó severamente, rugió de placer y frenó con el culo contraído. Echó el tórax sobre su bombo para recuperarse. A mi mujer no le veía la cara, sólo la oía jadear aliviada. Reanudó las contracciones del culo echado sobre su vientre, empezaron a gemir los dos, pero volvió a pararse. Esta vez se incorporó y dio un paso hacia atrás extrayendo la verga. Carmen trataba de recuperarse respirando por la boca, aún con las piernas en alto. Brotó leche muy espesa del coño enrojecido, leche que discurrió de manera lenta hacia la rajita del culo.
- Joder, qué polvo… Hija de la gran puta… - masculló subiéndose el calzoncillo -. Voy a beber algo.
- Ayúdame… - me pidió Carmen.
Me tendió la mano y la ayudé a incorporarse. Estaba sudorosa. Hizo un gesto de dolor tocándose la barriga.
- ¿Estás bien? – le pregunté tapándome.
- Sí, muchos meneos. Abrázame.
Nos abrazamos, ella desnuda, sentada encima de la mesa, con su coño chorreando leche en la superficie. Nos besamos y luego apoyó la mejilla en mi hombro.
- Me vuelve loca, no sé qué me pasa, sé que es inmoral, pero…
- Yo también me he excitado.
- ¿Te importa que folle con él?
- No, antes sí, ahora me excita…
- Abrázame…
Y volví a abrazarla. Diony se había marchado y la había dejado bien follada y llenita de leche.
---------- O ---------
No apareció en toda la tarde, le llamaron sus colegas y salió pitando. Cómo había cambiado todo, mi mujer se comportaba como una auténtica golfa y yo como un auténtico maricón. El muy cerdo había transformado nuestras mentes con sus métodos morbosos y dominantes. Éramos sus sumisos, sus desahogos sexuales, dos personas adultas de cuarenta y tantos años, familiares, sometidos a las exigencias de un joven mocoso y macarra como Diony.
Estuve mucho rato pensando en lo que me estaba pasando, en mi transformación sexual. Carmen hacía mucho rato que había ido a ducharse y tardaba. Me levanté y fui al baño. Al abrir la puerta, me la encontré sentada en la taza, desnuda, recién duchada, reclinada sobre la cisterna, masturbándose con desesperación, abriéndose el coño peludo con ambas manos para hurgarse con varios dedos. Me miró respirando por la boca, con los ojos entrecerrados por el placer. Su bombo se contraía por los meneos de la cadera. Tal avalancha de placer podía afectar a su embarazo, pero se había vuelto una ninfómana repentinamente y nada le afectaba.
- ¿Qué haces? – pregunté embobado.
- No puedo, Curro, estoy muy caliente, no sé qué me pasa… Ahhh… Ahhh… -. Se estaba metiendo los dos dedos índices.
- Ten cuidado, puede ser malo para el embarazo.
- Necesito tranquilizarme. Chúpame un poquito, por favor…
Cerré la puerta y eché el cerrojillo. Me coloqué ante ella y me arrodillé. Separó más las piernas alzando las manos y se reclinó más sobre el borde de la taza, con un trozo de culo sobresaliendo. Le planté mis manos en las ingles, acerqué la cara y empecé a lamerle el chocho como un perrito, pasándole la lengua por toda la jugosa rajita, una y otra vez. Estaba muy húmeda, encharcada de jugos vaginales. Gemía retorciéndose, elevando y bajando la cadera, agarrándome de los pelos, sobándose ella misma la barriga, respirando forzadamente al sentir mi lengua.
- Así… Chúpame, marica… Ummm.. Ummm… Wooooooooow… - la miraba sumisamente y le veía la cara tras la curvatura del vientre, con los ojos cerrados, seguramente pensando en el polvo que le había echado su sobrino -. Chupa, maricón, ¡Chupa! -. Me tiraba de los pelos, temblando de placer. Yo me esforzaba en meterle la lengua y agitarla en el interior de su coño -. Uahhhhh… Uahhhh… -. Gemía a gritos, mis suegros podían oírnos -. Ay… Ay… Ay…
El coño me soltó en la cara un escupitajo de un líquido viscoso y transparente como un moco. Suspiraba como una loca. Le veía como una espumilla blanquinosa brotando por la vulva. Al segundo, me meó la cara, soltó un potente y disperso chorro de pis sobre mi rostro. Se cortó un segundo y volvió a mearme, gimiendo, con sus piernas temblando, como si no pudiera contenerse. Me dejó el rostro empapado y envuelto en un gesto de asco. Empezó a gotearme pis de la cara hacia la ropa. Ella se incorporó.
- Lo siento, cariño, he sentido mucho y…
- No pasa nada.
Tuve que ocuparme de limpiar la meada mientras ella se vestía. Se puso la bata de seda sin absolutamente nada debajo, sólo los zuecos en los pies. Yo tuve que ducharme, la puta ninfómana se meaba de gusto, y lo había hecho en la cara de su marido.
---------- O ---------
Cenamos con mis suegros al frescor del porche. Diony aún no había llegado. Tras la cena, Carmen se llevó a mis suegros para acostarlos y yo me ocupé de quitar la mesa. En ese momento, vi a mi sobrino por la casa. Le vi meterse en el baño. Sigilosamente, fui a asomarme. Le vi ante la taza meando, con el pantalón medio bajado. Me fijé en su culo blanco y huesudo y en su espalda estrecha. Estaba meando, sujetándose la polla. Mi pene se puso tieso. El morbo es traicionero y seduce la mente, y la mía la tenía desvirtuada. Me entraban ganas de pajearme viéndole el culo y cómo meaba. Se me hacía la boca agua.
Regresé de nuevo al porche y me senté en una butaca. Lamentaba mi distorsión mental, cómo podía sentir lo que sentía a mi edad, casado, a esperas de tener nuestro primer hijo.
Apareció a los cinco minutos. Había bebido. Me invadía su hedor a alcohol. Sólo llevaba puesto un pantalón elástico de ciclista de color negro, aparentemente sin nada debajo a juzgar por los contornos de su gran nabo y de sus cojones redondos, que botaban con los pasos. Se acomodó espatarrado en un sofá de mimbre y se puso a liarse un porro. Me fijé en sus brazos forzudos y en sus tatuajes, prestando especial atención en la hinchazón de sus pantalones. Parecía cansado y medio borracho.
- ¿Qué tal?
- Bien. ¿Y mi perrita?
- Ha ido a acostar a los abuelos.
- Ponme una copa, ron con mucho hielo.
- Vale.
Fui a la cocina y le serví al señorito la copa. Yo, su tío, que le doblaba la edad, comportándome como su esclavo. Le entregué la copa y le dio un largo sorbo. Yo también estaba sin camisa y sólo tenía el pantalón de un pijama.
- Dame un masaje en los pies.
- ¿En los pies? – sonreí tontamente.
- Sí, coño, me relaja…
- Bueno, yo nunca…
Tenía las piernas extendidas. Me arrodillé ante sus pies, me senté sobre los talones y le cogí su pie izquierdo. Me lo coloqué en mis muslos y empecé a masajeárselo con ambas manos. Los tenía algo sudados. Definitivamente, me utilizaba como su criado. Bebía y me miraba despreciativamente dándole caladas al porro. Le di un buen masaje en el pie izquierdo y le cogí el derecho. Le hundía los pulgares en la planta de manera relajante.
En ese preciso instante en que le masajeaba los pies, mi mujer irrumpió en el porche. Se quedó pasmada al verme como un esclavo. Se había vestido para él como una puta con el camisón corto de volantes de algodón. El abultado vientre le dejaba un hueco delante y las tetas sufrían ligeros vaivenes por efecto de los zuecos.
- Qué bien, ¿no? – le sonrió a su sobrino -. No te podrás quejar de mi marido.
- Este perrito sabe hacerlo, ¿verdad? -. Me miró apretando los dientes -. Chúpamelos…
Alcé el pie hacia mi cara y empecé a lamerle los dedos metiéndomelos en la boca, mirándole sumisamente.
- ¿Te preparo algo para cenar, Diony?
- No – respondió gozando con mi humillación.
Tenía todos los dedos del pie metidos en la boca, lamiéndolos con la lengua, probando el sabor a sudor, sosteniéndoselo por el tobillo. Mi mujer se sentó a su derecha, erguida, ladeada hacia él, con la base de volantes en la parte alta de los muslos. Extendió su brazo derecho y empezó a acariciarle los pectorales tatuados, metiendo sus deditos por el vello del pecho, deslizando la palma por su vientre. Se echó sobre él rozándole el costado con la barriga y los pechos, por encima de la tela del camisón, y empezó a lamerle por el cuello.
- Estoy calentona – le jadeaba besuqueándole por el cuello.
Diony permanecía relajado, fumando y bebiendo, yo lamiéndole los pies y mi mujer por el cuello. Bajó la manita hacia su paquete y le agarró la polla por encima de la tela elástica, pellizcándola, estrujándole los huevos, echada sobre él, sin dejar de lamerle el cuello.
Yo le mordisqueaba el dedo gordo. Mi mujer le metió la mano por dentro del pantalón ciclista. Vi cómo le manoseaba por dentro, cómo le sobaba los huevos, con los nudillos tensaban la tela elástica. Con la mano sobándole el paquete por dentro, fue bajando con sus labios hasta lamerle las tetillas de los pectorales, mordisqueándolas con los labios, agitándole la punta de la lengua. Diony parecía no inmutarse. Le sobaba el paquete con ansia dentro del pantalón ciclista. Yo le lamía la planta del pie con la lengua fuera.
- Échame otra copa, perrito.
Como un sumiso, deposité su pie baboseado en el suelo, le cogí la copa y me levanté para llenársela. Mi mujer le sacó la mano del pantalón y se irguió.
- ¿Quieres que me quite el camisón?
- Sí, perra, quiero verte las tetas -. Se puso de pie y se sacó el camisón por la cabeza, descubriendo el vientre y los pechos amelonados -. Quítate las bragas.
Se bajó las bragas y se quedó completamente desnuda. Después se arrodilló en el borde del sofá, de cara a él, y se curvó de nuevo hacia su tórax para besarle por el otro lado del cuello, rozándole el pecho con las tetas blandas y el vientre embarazado. Vi aparecer los dedos de Diony en la entrepierna de Carmen, escarbándole en el coño con suavidad. Ella le lamía por el cuello y el hombro, aunque iba bajando hacia las tetillas de sus pectorales, arrastrando las tetas al mismo tiempo, volviéndole a meter la mano dentro del pantalón ciclista para sobarle el paquete.
Le entregué la copa llena. En ese momento, Carmen estaba curvada sobre él y le agitaba la punta de la lengua dentro del ombligo, con las tetas aplastadas contra su costado y el vientre apretujado entre los muslos de las piernas.
- Desnúdate, perrito -. Me observó bebiendo mientras me bajaba el pantalón y me quedaba desnudo ante él, con mi pene tieso -. Estás empalmado, maricón. Mira el marica de tu marido, perrita -. Carmen se irguió sacándole la mano del pantalón -. Vuelve a chuparme el pie.
Antes sus atentas miradas, él sentado y reclinado y ella arrodillada a su lado, me dejé caer en el suelo, me curvé a cuatro patas y acerqué la cabeza para lamerle el pie izquierdo con la lengua fuera, por encima de los dedos y el empeine al tenerlo apoyado en el suelo. Carmen se apeó del sofá, se sujetó el vientre con ambas manos y costosamente, logró arrodillarse. Después se colocó a cuatro patas y empezó a lamerle el otro pie, de la misma manera que yo, deslizando la lengua por encima de sus dedos y por todo el empeine.
Diony, reclinado en el sofá, sostenía la copa con una mano y la otra se la había metido por dentro del pantalón para tocarse, observando cómo sus dos perritos le baboseaban los pies, ambos con nuestros culos empinados.
- Muy bien, perritas… - decía en tono jadeante -. Sois mías…
Yo ya tenía la boca seca con mal sabor de tanto tiempo con la lengua fuera deslizándola por aquellas asperezas. Tenía una mano bajo mi cuerpo para masturbarme. Vi que Carmen ascendía con su lengua por su pierna. Le chupó la rodilla, mirándole sumisamente, y después se irguió para tirarle del pantalón. Tuve que incorporarme y ayudarla a sacarle el pantalón por los pies. Ella dio unos pasitos de rodillas hasta meterse entre sus piernas raquíticas y le aplastó los huevos con el vientre embarazado. Después empezó a menear el tórax levemente, cómo queriendo masturbarle los huevos con el vientre.
- Qué bien, perra… - Resoplaba al ver el gusto que suponía rozarle los huevos con el vientre -. Sigue, perrita…
Yo estaba arrodillado detrás de mi mujer. Me pegué a ella, metí las manos bajo sus axilas y le agarré los pechos blandos. Ella cabeceó frotándole los huevos con el vientre. Le comprimí las tetas con fuerza y salió de ambas pequeños chorritos de leche aguada que empaparon la polla. El caldillo blanquinoso resbaló por el tronco hacia los huevos. Entonces Carmen se lanzó mamársela, se la levantó y se la chupó ansiosamente, probando la leche calentita recién salida de sus mamas. Yo seguía tras ella observando cómo subía y bajaba la cabeza. Diony comenzó a explotar de placer, a encogerse enloquecido por la mamada. Le comió los huevos y le lamió por las ingles, luego se irguió machacándosela, golpeándose las tetas amelonadas con el capullo.
- Jodida perra, cómo te gusta… - le decía entre dientes, mirándose a los ojos. Me miró -. Cómete mis huevos, maricón.
Me pasé de rodillas a su lado izquierdo, tras su pierna, y Carmen le soltó la verga sobre el vientre. Entre los dos comenzamos a picotearle los cojones duros, mordisqueándolos con los labios, tirando del pellejo. Después se lo lamíamos con las dos lenguas, baboseándolos. Veía la cabecita de mi mujer entre sus dos muslos. Le comíamos los huevos con mucha ansia. Él se la cascaba muy despacio, mirándonos. Tras dejarle los cojones impregnados de babas, le colocó a mi mujer una mano en la cabeza.
- Métetela, perrita…
Ambos apartamos la cabeza. Yo aguardé arrodillado tras su pierna izquierda. Carmen se levantó entre sus muslos sujetándose el bombo. Después se subió encima de él, cara a cara, asentándose sobre la verga, clavándosela en el chocho jugoso. Se asentó del todo, hasta apretujarle los huevos con el culo. Diony la agarró de las nalgas y empezó a subirle y bajarle el culo para follarla. Sus tetazas blandas bailaban como locas y su vientre abultado sufría ligeros vaivenes, rozando los pectorales del sobrino. Cabalgaba como una loca. Él le abría y le cerraba el culo, hasta que empezó a arrearle palmadas en las nalgas para que se moviera con más energía.
- Muévete, perra, muévete… - apremiaba azotándole el culo, enrojeciéndoselo -. Muévete, gorda…
Carmen trataba de saltar sobre la polla, machacándosela. Yo alcé mi mano izquierda y estuve acariciándole los huevos mientras se follaba a mi mujer. Diony comenzó a jadear secamente con los ojos entrecerrados, inmóvil. Era ella la que meneaba el culo con la polla dentro. Soltó un rugido y Carmen se detuvo sentada sobre sus muslos, con la verga encajada. Yo le tenía la mano en los huevos cuando discurrió leche del chocho, un goterón espeso que resbalón por mi mano. Aguantaron unos segundos para recuperarse de la forzada respiración y luego ella se apeó de su cuerpo hasta sentarse a su lado, frotándose la barriga con las palmas tras los severos meneos del polvo. Yo también me levanté. Me fijé en su verga llena de porciones de semen, algunas transparentes, así como salivazos.
Apuró la copa y volvió a encenderse el porro. Miró a su tía.
- ¿Te ha gustado, perrita?
- Sí, mucho, he sentido mucho.
- ¿Y tú, marica? ¿Te ha gustado?
- Sí.
- Jodido maricón, ¿te la han metido alguna vez?
- No – dije un tanto ruborizado de verles a ambos juntos, mirándome.
Miró hacia su tía.
- ¿Te gusta que tu marido sea una puta maricona?
- Me excita mucho.
- ¿Te gustaría que me follara a tu marido, perrita?
- Sí – contestó mirándome.
- ¿Por qué no me invitáis a vuestra cama?
- Lo que tú quieras, Diony – se precipitó ella.
- ¿Tú qué dices, marica?
- Sí, ven a nuestra cama.
- Tu mujer es mía, no quiero que la toques, ¿entendido, marica?
- Sí.
Se incorporó y se levantó. Sujetándose el bombo, Carmen también se levantó. Nos encontrábamos dos personas adultas y cuarentonas desnudas ante nuestro sobrino, dieciocho años y macarra, con su verga baboseada por nuestras lenguas. Vi que le colgaban babas de los huevos. Me pegó una hostia en el culo.
- Venga, maricón, arreando a la cama…
Y marchamos hacia nuestro nido de amor delante de él, aligerando, contoneando nuestros culitos ante sus ojos. Carmen se sujetaba el vientre con ambas manos, como si le pesara. Se había inmerso en un estado de lujuria estando embarazada de siete meses, algo que incitaba tremendamente a nuestro sobrino.
---------- O ---------
Irrumpimos en nuestra habitación de matrimonio, los tres desnudos. Diony llevaba la copa en la mano y la colilla del porro en los labios. Nos volvimos hacia él. Tenía la polla lacia colgando hacia abajo.
- Sentaos en la cama -. Nos sentamos en el borde de la cama, frente a él, uno junto al otro. Se metió en el baño y le vimos mear, sin agarrársela, salpicando hacia todos lados. Después regresó y se colocó ante nosotros. Le miramos sumisamente. Bebió un sorbo. Aún le goteaba algo de pis de la verga -. Ponédmela dura.
Nos curvamos hacia él. Carmen se encargó de levantársela, aunque se doblegaba hacia los lados. Se la empezamos a lamer con las lenguas, ella por el capullo y yo por el tronco, machacándosela al mismo tiempo, acariciándole los cojones y los muslos raquíticos de las piernas. Probamos el amargo sabor del pis acumulado en el capullo. Yo también le pasaba mi mano por el culo huesudo. Él nos miraba fumando y bebiendo. Poco a poco, le íbamos endureciendo la verga con nuestras lamidas y caricias.
- Muy bien, perras, así…
Carmen se la mamó un poco mientras yo le besaba por el vello. Ya la tenía muy dura y empinada. Carmen apartó la cabeza machacándosela sobre las tetas, mirándole sumisamente. La acarició bajo la barbilla.
- Quieres que te folle, ¿verdad, perrita?
- Sí, Diony – suplicó -, estoy muy calentona.
- Quiero follarme a tu marido – le dijo, dejando que se la siguiera cascando.
- Y a mí – jadeó -, yo también quiero, fóllame, Diony…
- Voy a follarme al marica de tu marido…
- Por favor, Diony, a mí también – le dijo aplastándose la polla contra el vientre, con las dos manos, como desesperada.
- ¿Te han follado el culito alguna vez, perrita?
- No…
- ¿Te gustaría probarlo?
- Haré lo que tú me pidas, Diony.
- Muy bien, perrita, así me gusta. Eres mía. Echaos hacia atrás y levantad las piernas.
Obedecimos. Nos tendimos los dos hacia atrás, uno junto al otro. Carmen elevó las piernas como si fuera a parir, con sus tetas lacias caídas hacia los lados. Le veía su pronunciado y terso vientre. Yo las elevé todo lo que pude, hasta sujetármelas con las manos bajo las rodillas. Mi mujer y yo nos mirábamos a los ojos. Estábamos en disposición de ser follados por el culo.
Diony fue a soltar el vaso y el porro y vino hacia nosotros cascándosela para ponérsela más dura. Se inclinó y me lanzó dos escupitajos en el ano. Después le vi entre mis pies en alto. Percibí cómo pegaba el capullo y cómo presionaba.
- Hijo puta, tienes el culo seco…
Poco a poco me la fue metiendo, dilatando mi ano. Sentía el doloroso avance. Comencé a lanzar bufidos de dolor, arqueando las cejas, aunque sin llegar a emitir ruido. La tenía clavada por la mitad cuando empezó a follarme. Apenas sacaba un centímetro, sólo empujaba para tratar de embutirla. Mi cuerpo se movía con sus empujones y mi forzada respiración se transformó en débiles gemidos. Carmen me miraba. El cabrón me la metía con fuerza. Poco a poco me acostumbré al ensanchamiento y al roce y entonces bajé una de mis manos, manteniendo las piernas en alto, y empecé a masturbarme. Diony se burló.
- Mira cómo le gusta al maricón…
Cada vez me la embutía más. Yo me corrí, me derramé el semen sobre mi barriga, y al ver que me había corrido, me la sacó de golpe. Me palpé el ano con los dedos, me dolía. Sangraba, tenía las yemas manchadas, me había producido algún desgarro por la sequedad. Dio un paso lateral hacia mi mujer. Ella se dispuso separando más las piernas.
- Ahora tú, perrita, tú me gustas más…
Primero le acarició el chocho con el capullo hasta bajar hacia la rajita del culo. Carmen tuvo que aupar un poco más la cadera del colchón para que parte de las nalgas sobresalieran por el borde, con los muslos pegados a la abultada barriga.
- Muy bien, perrita, te voy a dar por el culo como a tu marido…
Yo reposaba del dolor aún tendido hacia atrás, pero ya con las piernas abajo. Le abrió la raja del culo con dos dedos, y le embutió la verga en el ano. Carmen cabeceó chillando como una loca ante la extrema dilatación de su ano tiernito. Y se puso a follarla ferozmente. Carmen gritaba, se sujetaba su vientre para que no sufriera severos vaivenes, aunque a veces bajaba una mano y se daba una pasada al coño. Sus tetas temblaban alocadas en cada empujón.
Se corrió en ella. Rugió como una bestia al llenarle el ano de leche. Vi cómo rebosaba y goteaba en el suelo cuando le extrajo la verga. Diony estaba agotado, apenas podía respirar. Rodeó la cama y se acostó metiéndose por el otro lado. Nosotros nos incorporamos y nos volvimos hacia él.
- Ven acá, perrita, échate aquí conmigo -. Carmen se tumbó sobre su costado, acurrucándose, de espaldas a mí. Le pasó el brazo por los hombros. Vi cómo le salía leche del culo. -. Voy a dormir con tu mujer, maricón. Fuera de aquí, y apaga la puta luz al salir.
Eso hice. Apagué la luz y les dejé acurrucados en el centro de la cama. Cerré la puerta y me senté en el suelo, desnudo y humillado, convertido en homosexual por un incidente morboso, sabía que me quedaban horas en aquella penumbra mientras ellos dormían en la habitación.
---------- O ---------
Me quedé traspuesto sentado en el pasillo y me desperté al amanecer. Abrí despacio la puerta y les vi dormidos, cada uno a un lado de la cama, Carmen arropada con las sábanas y Diony mirando hacia el otro lado. Tenía una pierna flexionada hacia delante. Se le veían los huevos entre los muslos y me fijé en su culo estrecho, blanco y huesudo. Habían dormido juntos toda la noche, como amantes. Contrastaba verla a ella, madura y embarazada, acostada con su sobrino, mucho más joven. Me la empecé a machacar mirándole el culo y los huevos a mi sobrino, con muchas ganas de tocárselo y besárselo. Me había vuelto muy maricón, el muy canalla había conseguido transformarnos, a ella en una buena golfa y a mí en un marica.
Me corrí sobre la mano y luego les cerré la puerta. Me duché, me vestí y bajé a desayunar. Luego ayudé a mis suegros a levantarse. Estaba en la cocina con ellos cuando apareció Carmen, sobre las diez de la mañana, toda desmelenada, ataviada con un faldón de tela tejana y una blusa. Saludó a sus padres con un achuchón y luego me dio un besito en los labios, lanzándome su mirada cómplice.
- Voy a salir, tengo que ir al supermercado.
Me senté a su lado.
- ¿Habéis follado?
- Sí – dijo sin mirarme -. Al despertarnos. Se está duchando.
- ¿No nos estamos pasando, Carmen? En tu estado es peligroso…
- Ese niñato me pone muy caliente, ¿qué quieres que haga? – susurró -. Y encima tú te has vuelto tan maricón…
- Ahora lo que estamos haciendo es culpa mía, ¿no?
- Mira, Curro, no sé qué me pasa, ¿vale? Estamos follando con mi sobrino. Sé que es inmoral y que si alguien se entera, pero sólo me apetece follar con él, ser su perra… -. Se bebió el café y se levantó limpiándose -. Voy al mercado.
Y salió precipitadamente de la cocina. Quería ser su perra.
---------- O ---------
Carmen se fue al pueblo con el coche y yo me escondí cuando vi a Diony merodear por la casa. Me daba una vergüenza terrible cruzarme con él a solas, sin que estuviera Carmen delante. Le evité a toda costa. Vi que besaba a los abuelos, telefoneaba a alguien y después abandonaba la casa. El cabrón me tenía loco y excitado. Carmen quería ser su perra, pero yo también.
Fui al cesto de la ropa sucia y busqué su slip. Los olí, percibí su aroma a macho, el olor de su polla, después me empecé a masturbar con ellos, rodeándome el pene, pasándomelos por el culo, reviviendo la sensación de la penetración anal, hasta evacuar mi semen. Hasta qué punto había llegado.
Carmen llegó a la hora. Se metió en la despensa a colocar los enseres. La seguí y me metí con ella, dejando la puerta entreabierta para vigilar a mis suegros. Me acerqué a ella por detrás y le susurré al oído:
- ¿Te pone caliente?
- Ese mocoso de mi sobrino me tiene encendida.
- Quiero masturbarte.
- Ummmm, sí…
- Bájate las bragas.
Se subió la falda y se metió las manos para quitarse las bragas. Las tiró al suelo. Estaba nerviosa. Se apoyó de espaldas en unas estanterías y se subió la delantera del faldón sosteniéndosela en alto. Se le veía la parte del vientre embarazado y el chocho caliente bajo la curvatura. Me esperaba con ojos viciosos, manteniendo la falda en alto. Saqué del cesto el slip de Diony. Sus ojos se desbordaron. Me acerqué a ella y se los pasé por la nariz. Cerró los ojos para respirar la fragancia.
- Tócame… - me pedía aspirando el olor de la prenda -. Tócame…
Me arrodillé ante ella y empecé a refregarle el calzoncillo por el chocho. La miraba por encima de la curvatura de la barriga y veía su gesto de placer, soltando un aliento profundo por la boca con los ojos entrecerrados, concentrada. Le apretaba el coño con fuerza, llegando a meterle tela dentro, meneándoselo. Ella movía la cadera retorciéndose, con las manos en la barriga para sujetarse la falda. Le metí la mano entre las piernas y le limpié el culo con los calzoncillos. Bajó una mano para tocarse ella mientras le pasaba la prenda por dentro de la raja del culo.
- Ahhh… Para… Para…
No pudo contenerse, se meó en mi mano cuando la sacaba de entre sus piernas. Aún así, se lo siguió meneando con su manita, soltando pequeños salpicones hacia mi cara. Se formó un charquito entre sus zapatos. Ella se apartó dejando caer el faldón.
- Limpia esto. Voy fuera.
Dejó sus bragas tiradas y a mí al cargo de limpiar su meada.
---------- O ---------
Nos pusimos a comer, mis suegros a un lado, Carmen a otro y yo en un extremo. Las perversiones no cesaban. Nada más empezar, apareció Diony con el torso desnudo y su pantalón de ciclista ajustado donde se le notaba todo el paquete. Yo me ocupé de llenarle su plato. Besó a los abuelos y tomó asiento al lado de ella, a su derecha. Se respiraba un ambiente tenso, mi sobrino parecía como cabreado. Se inclinó hacia Carmen para susurrarle al oído.
- Quiero verte el coño mientras como, venga, perra, súbete la falda -. Carmen dejó de comer, nos miró a todos, y bajó las manos corriéndose el faldón vaquero hasta enrollarlo en las ingles, dejando expuesto su chochito bajo la curvatura del vientre. Diony se lo miró, aunque siguió dándole cucharadas a los fideos -. Ahora las putas tetas.
- Pero están ellos – dijo refiriéndose a sus padres.
- Estos no se enteran. Quiero verte las putas tetas.
Empezó a desabrocharse el blusón. Se hallaba sentada ante sus padres, pero eran mayores, estaban temblorosos y no muy bien de la vista, yo sabía que no se iban a percatar de aquella lujuria. Se abrió el blusón hacia los lados dejando sus tetas amelonadas a la vista y su vientre embarazado, con su faldón enrollado en la cintura como un fajín. Mis suegros ni se inmutaban. La base de las tetas rozaba el canto de la mesa.
- Muy bien, perra, ahora hazme una paja mientras termino de comer.
Carmen extendió el brazo izquierdo, le bajó la delantera del pantalón y se la agarró para meneársela mientras comía con la derecha. Yo observaba tenso, aunque empalmado. Diony comía echado hacia delante. Mi mujer le sacudía la verga, paraba, se la volvía sacudir. Sus tetas sufrían ligeros vaivenes por el movimiento constante del brazo. No pudo aguantarse, estaba muy caliente, bajó su manita derecha para acariciarse el coño mientras masturbaba a mi sobrino. Le miraba la polla mientras se tocaba ella misma. Diony se reclinó sobre la silla.
- Llévatelos de aquí – me ordenó.
Me levanté y ayudé a mis suegros a levantarse. Aún no habían terminado, les dije que hacía un poco de frío y les acomodé en la cocina. Les serví el postre y regresé al porche. Mi mujer aún seguía masturbándole a él y masturbándose a sí misma, con la blusa abierta y la falda arrugada en la cintura.
- Vamos ahí, perrita. ¿Me la quieres chupar un poquito?
- Sí – sonrió ella -, estoy muy calentona.
Se levantaron, él con la verga empinada por fuera del pantalón y mi mujer medio desnuda. Diony se sentó en el sofá de mimbre, reclinado y Carmen se sentó a su derecha, pero enseguida se ladeó hacia él y se echó sobre su regazo para mamársela. Se la comía subiendo y bajando la cabeza, deslizando los labios desde el capullo hasta la base, acariciándole los huevos al mismo tiempo. Le vi las tetas aplastadas contra su muslo raquítico y el vientre caído hacia un lado. Diony le sobaba el culo aplanado de manera acariciadora, a veces metiéndole los dedos en la entrepierna para escarbarle en el coño. Era una mamada relajante.
Yo miraba excitado y celoso por no formar parte de aquella lujuria. Diony se concentraba con los ojos cerrados. Estuve yendo y viniendo de la cocina quitando la mesa. Llevaban ya diez minutos de mamada, en la misma postura. A mi mujer el vientre se le caía por fuera del sofá, le colgaba hacia abajo. Diony seguía acariciándole el culo con toda la mano abierta. Me senté en una silla frente a ellos, me bajé la bragueta y me metí la mano para tocarme, viendo cómo mi mujer se la mamaba. Diony me miró.
- Chúpame los pies, maricón.
Sin sacarme la mano de la bragueta, me arrodillé ante él, me senté en mis talones y me curvé para lamerle los pies. Me conformaba con eso, con chuparle sus dedos huesudos y sus asperezas. Saqué la lengua y se los empecé a babosear, pasándosela por encima de sus dedos, pasando de un pie a otro. A veces arrastraba la lengua por el empeine y le lamía el tobillo. Otras veces, Diony levantaba el dedo gordo y yo se lo lamía como si fuera una pollita. Era lo máximo que me ofrecía. Eyaculé en mi mano. Trataba de meterle la punta de la lengua entre sus dedos cuando le oí jadear. Levanté la vista, ya se había corrido, mi mujer se la chupaba sorbiendo de la punta, tragándose los resquicios que aún fluían, con toda la boca manchada, mamándosela como si fuera un biberón.
- Tú sigue, marica.
Continué lamiéndole los pies. Ya notaba una tremenda sequedad en la boca. Vi que mi mujer se levantaba y se dirigía hacia la cocina, bajándose la falda y abrochándose la camisa mientras se alejaba. Y yo como un perrito chupándole los pies a mi sobrino. Unos minutos más tarde, elevé la cabeza y le vi dormido. Tenía el pantalón subido. Me levanté y subí a mi habitación. Carmen se había acostado a la siesta y parecía dormida. Me senté en una mecedora, cobijado en la penumbra, reflexionando acerca de lo que nos estaba pasando, donde poníamos en riesgo hasta su estado.
---------- O ---------
Yo era otra persona, amaba a Carmen, pero mi sobrino me había vuelto maricón con su morbo especial. Le deseaba con mucha fuerza, aunque sólo fuera para lamerle los pies como un perrito. Aquella noche, Carmen y yo, fruto de nuestras pecaminosas sensaciones, íbamos a traspasar los límites de la perversión, Diony quería prostituirnos, aprovecharse de nuestra sumisión.
Carmen sacó a pasear a sus padres por los alrededores del cortijo y yo traté de distraerme en el huerto. Vi llegar a Gabi, el chico que se corrió en mi cara, el chico que se masturbó con unas bragas de mi mujer. Me daba mucha vergüenza cruzarme con él. Seguro que Diony le había contado. Se encerraron en la alcoba y no les vi salir en toda la tarde.
Cenamos en el porche con mis suegros, Carmen y yo. Diony no acudió, seguía encerrado con su amigo en la alcoba. Después acostamos a mis suegros y estuvimos viendo un rato la tele. Seguía sin aparecer. Ni Carmen ni yo sacábamos el tema a relucir, como si nos abochornáramos de nosotros mismos. Íbamos a tener un hijo en breve y arriesgábamos el embarazo por una ninfomanía fugaz e inesperada. Eran momentos tensos, era evidente para ambos que nuestro matrimonio no marchaba por el buen camino, que nuestro comportamiento era del todo anormal.
Sobre las once de la noche, nos subimos a nuestra habitación. Queríamos aparentar cierta normalidad, aunque el silencio entre ambos se imponía y nos hablábamos lo justo y necesario. Carmen se metió a ducharse y yo me quedé en calzoncillos. Salió ataviada con la bata blanca de seda, abrochada, aunque por la soltura, se notaba que no llevaba nada debajo. Tenía la melena negra remojada. Se sostenía la barriga con ambas manos.
- ¿Te duele?
- Un poco.
Le dolía por las incómodas posturas al someterse a las exigencias de nuestro sobrino. Empezó a retocarse el pelo húmedo ante el espejo y yo me senté en el borde de la cama. Me sentía incómodo con mi propia esposa. Parecíamos un matrimonio normal y corriente, como lo habíamos sido siempre, como si no estuviera pasando nada. Pero la puerta se abrió de repente y apareció Diony. Sólo llevaba su pantalón corto de ciclista. Yo me levanté y Carmen le miró por encima del hombro, pero enseguida se volvió para cepillarse el cabello.
- Hola, Diony.
El chico fue hacia ella y la abrazó por detrás, rodeándola por la cintura, sobándole el vientre por encima de la tela sedosa. La besuqueó por el cuello y ella se relajó apoyando la cabeza en su hombro. Pensé que iba a pasar otra noche con ella y que yo tendría que mantenerme al margen.
- ¿Cómo está mi perrita? ¿Está caliente mi perrita?
- Ummmm, sí… - jadeó ofreciéndole la cara para que la besara.
- Tengo un amigo al que le gusta que le chupen el ojete, ¿sabes?
Ella seguía ofreciéndole su cara para sentir sus labios, aunque abrió más los ojos.
- ¿El ojete?
- El culito, le gusta que le chupen el culito, le he dicho que a mi perrita no le importaría chupárselo. No te importa, ¿verdad?
- ¿Quién es?
- Mi amigo Gabi. Es buen tío y tú le conoces. No sabes lo que le gusta que le mamen el culo. ¿Quieres chupárselo?
- No sé, Diony, contigo me gusta, pero…
- Le debo algunos favores – la interrumpió -, hazlo por mí, eres mi perrita, chúpale un poco el culito y ya está. Vas a hacerlo, ¿verdad?
- Si tú me lo pides, no sé, sí, bueno – le contestó con la voz algo temblorosa, como si fuera consciente de que la estaba prostituyendo.
- Muy bien -. Se volvió y le pasó un brazo por los hombros, luego le desató el cinturón de la bata y se la abrió hacia los lados, dejándola desnuda en su parte delantera, con el vientre redondeado sobresaliendo considerablemente de la bata y las tetas por fuera. Me fijé en la mata de vello del coño bajo la curvatura de la barriga -. Así, que te vea como una putita -. Abrazados, mi mujer con la bata abierta, me miraron -. Tú vas a venir con nosotros, ¿de acuerdo?
- Sí.
- A mi amigo le excitan las mariconas como tú, así, maduritas y casadas. Desnúdate y vístete de puta, con unas bragas y unas medias. También unos tacones.
- Coño, Diony, me da mucho corte…
- Venga, maricón, cámbiate, coño, coge algo de Carmen.
Delante de ellos, me quedé completamente desnudo. Estaba muy ruborizado, me obligaba a vestirme de mujer para ofrecerme a su amigo. Me puse unas braguitas tanga de color crema. Me quedaban muy ajustadas y los huevos y el pene ssobresalían por los lados, con la tira metida por mi culito. Después me puse unas medias negras y un liguero de tiras laterales enganchadas a las tiras de las bragas, y por último logré encajar en mis pies unos zapatos de tacón. Llevaba el torso desnudo. Tuve que pintarme los labios de rojo y echarme sombra en los párpados. Ante el espejo, sentí bochorno de mí mismo y mucho más delante de mi esposa, parecía un transexual, pero me causaba excitación que aquel mocoso de mi sobrino nos emputeciera de aquella manera.
- Estás muy guapa – me dijo a modo de burla, aún con el brazo por encima de los hombros de mi mujer -. Pareces una puta maricona. Venga, vamos abajo.
Yo caminaba delante de ellos meneando mi culo por efecto de los tacones, con la tira metida por dentro de la raja, siendo presa de la mirada de los dos.
- Qué puta marica está hecha tu marido, ¿eh? – le decía a Carmen.
- Sí…
- Cómo le gusta al cabrón.
Nos dirigimos hacia la alcoba de mi sobrino y él se encargó de empujar la puerta. Primero pasé yo y después Carmen. Gabi se hallaba sentado en el borde de la cama de la izquierda, con unos pantalones militares y el torso desnudo, un torso de barriga blanca y blandengue con abundante vello. Nos quedamos parados a unos metros de él. Nos miró con ojos viciosos, primero a mí y después trasladó su mirada hacia el cuerpo imponente de mi mujer, con su bata abierta, su barriga expuesta, sus tetas y su coño en la entrepierna. Diony fue a sentarse en el otro camastro de la derecha. Nos exhibía como sus dos esclavos.
- ¿Te gusta mi perrita?
- Acércate, bonita -. Le pidió Gabi a Carmen. Mi mujer se acercó a él y se detuvo delante. Alzó sus manazas bastas y comenzó a sobarle el vientre como si fuera una gran bola de cristal -. Ummmm, nunca había visto una puta embarazada -. Acercó la nariz y le olió el coño, después alzó la cabeza y le pasó la lengua por los pezones a las tetas, después se puso a lamerle el vientre con la lengua fuera, por encima y alrededor del ombligo, mirándome de reojo -. Ummmm, qué rica está tu mujer, marica -. Carmen se dejaba babosear el vientre con los brazos pegados a los costados. Le pasaba la lengua por todos lados, hasta que plantó las manos en sus muslos y fue ascendiendo por debajo de la bata hasta sobarle el culo -. Qué buena estás, hija de perra -. Retiró las manos y se levantó para empezar a desabrocharse el pantalón militar. Las dos barrigas se rozaban, contrastaba la de Carmen, tersa y lisa, embarazada, con la peluda y blanda de Gabi -. ¿Le has chupado el culo a alguien alguna vez, bonita?
- No, la verdad es que nunca – le dijo ella con cierta simpatía en la voz.
Se bajó los pantalones hasta quitárselos y volvió a erguirse, cara a cara con Carmen, metiéndole la mano por los hombros para empujar la bata hacia atrás y dejarla completamente desnuda. Él lucía un bóxer negro con los contornos de su polla gorda, una polla que ya había eyaculado en mi cara.
- ¿No te gustaría probar mi culo?
- Ay, no sé, me da un poco de… No sé.
- A mí me encanta. Dime que quieres chupármelo.
- Quiero chuparte el culo – dijo Carmen con firmeza.
- Muy bien, así me gustan a mí las putas. ¿Te ocupas tú de bajarme el calzoncillo?
- Sí, sí…
- Despacito, ¿vale?
- No te preocupes.
Gabi se giró hacia la cama y mi mujer, con las manitas en el vientre, se arrodilló costosamente ante el culo rechoncho de aquel joven. Se ocupó de bajarle el bóxer hasta las rodillas. Apareció un culo peludo de nalgas carnosas, de raja profunda, con sus huevos en reposo entre los muslos de las piernas. Alzó sus manitas y primeramente se lo acarició con las palmas, con la nariz muy cerca de la raja, como oliéndoselo. Diony se pellizcaba el paquete embelesado con la entrega de su tía. Yo observaba como un pasmarote. Gabi me miraba mientras mi mujer, arrodillada tras él, le sobaba y le olisqueaba el culo.
- ¿Te echas hacia delante? – le preguntó ella.
- Claro, bonita.
Gabi se curvó hacia delante hasta apoyar una mano en el colchón, utilizando la otra para cascarse suavemente el vergón grueso. Aún seguía mirándome, como si le excitara el hecho de que yo observara cómo mi esposa le mamaba el culo. Carmen no le abrió la raja, metió toda la cara en el culo, labios y nariz, y empezó a asentir para mamárselo, aunque no se le veía la lengua.
- Ummmm, qué mamona tu mujer… - gimió meneándosela -, qué gusto, putita…
Carmen se aferraba a los muslos de sus piernas para mantener la cara hundida en la raja. No paraba de asentir. No le veía ni la nariz ni los labios. Hizo una pausa y apartó la cara para tomar aire, pero de nuevo volvió a mamar metiendo la cara en la raja. Se me puso tieso mi pene, con la punta por fuera del tanga. Gabi me lo miró.
- Te pone cachondo ver a tu mujer chupándome el culo, ¿verdad, maricón?
- Sí.
Carmen apartó de nuevo la cara para recuperar el aliento.
- ¿Quieres probar tú? ¿Quieres mamarme el culo, maricón?
- Sí, quiero chupártelo – dije pasándome la mano por encima del tanga para sofocar mi enorme placer.
- Anda, prueba.
Mi mujer logró levantarse y retrocedió hasta sentarse al lado de Diony. Mi sobrino ladeó la cara y se morrearon, después de la mamada anal, y ella empezó a tocarle, hasta que le bajó la delantera del pantalón y se la empezó a machacar con la escena que se desarrollaba ante ellos, donde yo me convertía en el protagonista. Me miraban, Carmen le meneaba la verga con una mano y se hurgaba en el coño con la otra.
Caminé hacia Gabi y me arrodillé ante su culo. Me vino su olor a macho, su tufo maloliente. Acerqué la cara y empecé a estamparle besos por las nalgas peludas al tiempo que le acariciaba la cara externa de las piernas. Sus huevos se movían entre los muslos. Aspiré aire cuando mi nariz pasó por su raja. Le estaba besando el culo a un mocoso macarra amigo de mi sobrino.
- Así, maricón… Muy bien… Sigue, que tu mujer vea lo marica que eres…
Quería hacérselo bien, dejarle satisfecho, y no paraba de estamparle besos por una nalga y por otra. Detrás de mí sabía que me observaban. Oía los tirones de verga. Dónde había llegado, en qué me había convertido, vestido de mujer, besando el culo de un hombre en presencia de mi esposa.
Le abrí la raja del culo y vi su ano arrugado y rodeado de pelillos muy largos, humedecido por la saliva de mi mujer. Saqué la lengua y empecé a pasársela por encima del orificio muy despacio, chupándoselo de manera acariciadora. Los huevos se zarandeaban más deprisa entre los muslos. Escupía pelillos y volvía a pasarle la lengua, una y otra vez, hasta que se lo empecé a acariciar con la punta, a veces tratando de hundirla en el ano. Entonces Gabi se irguió y se le cerró el culo, me quedé arrodillado con la nariz metida en su raja, olisqueando.
- Cabrón, me voy a correr… -. Se giró y me cogió del brazo para levantarme -. Levanta, cabrón, deja que te la meta en el culo.
Al levantarme, vi que Carmen y Diony se morreaban, que aún se la sacudía, pero ya se había corrido, tenía porciones de semen por el vello. Él se encargó de bajarme el tanga a tirones y sacármelo por los pies, dejándome sólo con las medias, el liguero y los tacones. Me sentó en el borde de la cama y me tendió hacia atrás.
- Levanta las piernas y ábrete el puto culo, cabrón…
Iba a follarme de la misma manera que lo había hecho Diony. Levanté las piernas flexionadas con las rodillas en mis pechos y estiré los brazos por los costados hasta que pude abrirme la raja del culo con las manos. Gabi se colocó ante mí, se agarró la verga, pegó el capullo en mi ano y poco a poco, a base de empujones, me la fue clavando hasta hundirla entera. Acecé como un perro ante la dilatación y fruncí el entrecejo con gemidos secos cuando empezó a follarme con rabia.
- Ahhh… Ahhh… Ahhh…
- Te gusta, ¿verdad, cabrón?
Quería tocarme mi pene, pero tenía las manos en mi culo para abrirme la raja. Sentía cómo se hundía, el roce interno, el avance imparable, el dolor y el placer. Vi que mientras me follaba con fuerza, Carmen se levantaba de la otra cama y se sentaba a mi lado. Empezó a acariciarme mi cabello sudoso.
- ¿Te gusta, marica? – me preguntó.
- Sí… Sí… - traté de sonreírle, pero los dolorosos empujones me envolvían en gestos de dolor.
Estuvo mirándome a los ojos y acariciándome el pelo mientras Gabi me daba por el culo. Mi pollita vertió leche sobre mi vientre, sin ni siquiera tocarme. Gabi comenzó a clavármela mediante golpes secos, hasta que frenó y percibí cómo la leche circulaba dentro de mi ano mediante gruesos chorros. Sudaba a borbotones, mi respiración se relajaba aún con la verga dentro. Carmen aún permanecía sentada a mi lado acariciándome.
Me fue sacando la polla poco a poco. Al sentirme liberado, me palpé el culo con los dedos y noté cómo fluía semen. Volví a excitarme y me empecé a machacar la polla con la mano manchada del semen que brotaba de mi culo, allí, tendido boca arriba, con las piernas elevadas y flexionadas.
- Cómo puede ser tan maricona tu marido… - se burló Gabi.
Carmen se levantó trabajosamente y se colocó al lado del chico. También Diony se levantó. Carmen entre los dos jóvenes, mirando cómo me masturbaba desesperadamente, mirando las dos pollas y el coño que tenía ante mí. De nuevo, me corrí enseguida, volví a mancharme el vientre. Después mis mejillas se ruborizaron, estaba sirviendo de diversión para los tres, incluida mi mujer.
- El hijo puta, qué buen maricón está hecho… ¿Cómo puedes estar casada con esta puta maricona?
- No sé qué le habéis hecho al pobre… - se burló Carmen.
Me incorporé y me quedé sentado en el borde ante ellos, abochornado por las burlas y las miradas. Mi mujer tenía una mano en el hombro de Gabi y otra en el de su sobrino. Ambos le acariciaban el vientre embarazado.
- ¿Te ha gustado, cariño?
- Sí – dije en tono sumiso.
- ¿Qué habéis hecho con mi maridito? – les dijo dándole unas palmaditas en sus culos.
- Anda, lárgate – me ordenó mi sobrino -. Déjanos a solas con tu mujer. Va a pasar la noche con dos hombres de verdad.
Me levanté con obediencia, recogí el tanga y sin atreverme a mirarles, abandoné la habitación, la dejé encerrada con los dos. No me querían para tener sexo conmigo, gozaban humillándome delante de ella. Fui a ducharme, a lavarme bien los dientes y a darme con una pomada en el ano. Luego me tumbé en mi cama. Estarían hartándose de follar con mi mujer embarazada de siete meses, convertida en una ninfómana por el morbo de mi sobrino. Pasó toda la noche con ellos y yo traté de calibrar durante horas aquel exceso de masoquismo por mi parte.
---------- O ---------
Yo era otra persona, amaba a Carmen, pero gozaba sometiéndome a las perversiones sexuales de los hombres. Me masturbé pensando en mi humillación, en las miradas de Carmen flanqueada por los dos chicos. Se había vuelto una golfa y yo un maricón, todo producto de una atracción morbosa fugaz que se inició cuando aquel mediodía se quedó la falda doblada hacia dentro.
Me levanté temprano, estuve desayunando y me ocupé de levantar a mis suegros, vestirlos y lavarlos. Mi mujer seguía encerrada con ellos. Había pasado la noche con dos hombres, dos chicos jóvenes que podían ser sus hijos. Me entretuve un rato en el huerto y vi salir a mi sobrino acompañado de Gabi. Se marchaban. Tuve que esconderme para que no me vieran, me daba una vergüenza tremenda cruzarme con ellos. Entonces, solté los aperos y fui a la casa en busca de mi mujer.
Al entrar en el dormitorio, ella salía de la ducha ataviada con la bata blanca de seda y una toalla liada a la cabeza. Se tocaba el vientre con ambas manos y hacía gestos de malestar, de hecho tuvo que sentarse en la cama. Nos miramos a los ojos.
- ¿Estás bien?
- Es como si tuviera contracciones.
- ¿Quieres ir al médico?
- No, se me pasará. Me han follado mucho, Curro -. Dijo con una sonrisa temblorosa.
- Podríamos perder al bebé.
- Sé que es peligroso, no sé qué me pasa, y a ti, Curro, soy una ninfómana. Y mírate tú, te has vuelto un marica de la noche a la mañana. Me excita ver cómo te follan. Creo que necesitamos ayuda, Curro, alguna terapia o algo por esta adicción al sexo.
- Podemos regresar a casa, Carmen -. Me senté a su lado y le cogí las manos – Empezar de cero, vamos a tener un hijo…
Carmen asintió y me abrazó. Sentí su ternura. Sentí que se me disipaba esa sensación lujuriosa.
Diony no acudió en toda la mañana por el cortijo. Tampoco vino a comer. Nos dedicamos a preparar el equipaje, estábamos dispuestos a empezar de cero en nuestra casa. Para mis suegros supuso un disgusto, pero pusimos la excusa de que ya estaba muy pesada y que en Madrid había mejores hospitales. Por la tarde, nos arreglamos y fuimos al pueblo a contratar a una chica de forma permanente para que cuidara de mis suegros y también para despedirnos de los amigos. Carmen iba muy guapa con su melena negra al viento, en contraste con el precioso vestido que llevaba. Se puso un vestidito premamá muy ligero, plisado y con la base a la altura de las rodillas, de media manga, color azul cobalto, muy llamativo, sin apenas escote por llevarlo a la altura de los hombros. Se le notaba la curvatura del bombo y el volumen de sus tetas amelonadas tras la tela plisada del vestido. Llevaba tacones negros y unas medias de color carne. Iba guapísima en su estado con aquel vestido tan azulado.
Nos estuvimos despidiendo de algunos amigos y contratamos a una chica para que cuidara de mis suegros. Cenamos los dos solos en una tasca, convencidos de regresar para solventar nuestros graves problemas emocionales, nuestra repentina y fugaz adicción al sexo. Yo la amaba, la miraba y sentía mucha ternura, aunque era consciente de que a ella le iba a costar superar el trauma. Sabía que la mejor terapia sería el nacimiento de nuestro hijo. Sabía que entonces y sólo entonces todo volvería a la normalidad. Con respecto a Diony, lo mejor era escapar de sus garras y dejar que el trascurso del tiempo ayudara a olvidar todo.
Regresamos tarde, casi al borde de la medianoche. Nada más entrar, oímos un murmullo procedente del salón. Fuimos hacia allá. Diony estaba acompañado por Gabi y por Ramiro, el chulo de putas amigo de mi sobrino, un tipo ya de casi treinta años, alto y delgado, con barba de tres días, ataviado con pantalones y chaqueta de lino, color negro. Tenía una pinta chulesca impresionante.
Diony y Gabi estaban sentados en un sofá de tres plazas y Ramiro frente a ellos acomodado en un sillón. Nada más vernos entrar, Diony se levantó y se dirigió a Carmen.
- ¡Tía Carmen! Qué guapa – le estampó dos besazos en las mejillas y la agarró de la mano -. Ven, te voy a presentar a un colega muy amigo nuestro. Es Ramiro.
- Hola, Ramiro – le saludó ella.
- Hola, bonita.
Tuvo que ser ella quien se inclinó para darle los dos besos de cortesía. A mí ni se molestó en presentármelo. Ofrecía a mi mujer como si fuera una esclava sexual. Ni yo ni Carmen lográbamos imponer nuestras nuevas intenciones.
- Ven, tía, siéntate con nosotros un ratito -. Agarrándola de la mano, como si fuese suya, la acompañó hasta el sofá y se sentó entre los dos chicos, entre Gabi, al que saludó con una sonrisa, y mi sobrino -. Tío Curro, pon unas copas, anda.
Hice como que iba a la cocina, pero me detuve a medio camino para poder mirar. Dejaba a mi esposa desamparada ante aquellos mocosos, ante un chulo de putas como Ramiro. Vi que Diony le acariciaba la melena negra introduciéndole los dedos por el cabello.
- ¿A que tengo una tía preciosa, Ramiro? Mira qué guapa es la cabrona – le dijo achuchándole las mejillas -. Está buena la hija puta, ¿verdad?
- Me encanta tu tía – dijo Ramiro desde el sofá.
- Y preñadita, está más guapa todavía -. Carmen sonreía mientras su sobrino le pasaba la mano por el vientre, por encima de la tela plisada del vestido -. Mira qué barriguita tiene. ¿Te importa que le enseñemos a mi amigo Ramiro tu barriguita? ¿eh?
- No sé, me da corte…
- Chsssss, deja que te la vea…
Poco a poco, plantó su mano encima de la rodilla y la fue arrastrando por encima de las medias color carne hacia el muslo, arrastrando con ello la base del vestido, descubriendo las bandas de encaje en la parte alta de los muslos. Carmen resoplaba mirando al frente, mirando hacia los ojos de Ramiro mientras su sobrino le metía mano. Al llegar a la ingle, la mano ascendió por la curvatura del vientre, empujando a su vez el vestido azul cobalto, descubriendo lentamente su barriguita embarazada. La dejó en bragas. Llevaba unas bragas de color lila, de muselina, donde se le transparentaba todo el coño. La mano siguió subiendo, pasó por encima del ombligo y le dejó todo el vestido arrugado por encima de las tetas. Ambos pechos amelonados se balanceaban levemente tras el paso de la mano, con los pezones empitonados.
- ¿Te gusta mi tía, Ramiro?
- Me encanta – jadeó mordiéndose el labio.
Le dejó el vestido arrugado bajo la barbilla y la mano volvió a descender. Pasó por encima de las dos tetas blandas, se deslizó por la curvatura de la barriga y bajó hasta meterse dentro de las bragas. Carmen abrió la boca lanzando una bocanada de aire. Frunció el entrecejo. Le empezó a menear el coño, estrujándoselo y agitando la mano, tensando con los nudillos la muselina lila de las bragas. Carmen fruncía y desfruncía el entrecejo, meneando la cadera para soportar los achuchones en el chocho. Vi que Gabi se sacaba la polla por la bragueta y extendía su brazo para manosearle la barriga y las tetas. Ramiro sólo miraba.
- Muévete, perra – le jadeó mi sobrino -. Mueve el coño, perra…
Carmen se esforzaba en menear la cadera con la mano de su sobrino sujeta a su chocho dentro de las bragas, sintiendo cómo Gabi le sobaba el vientre y las tetas. Le agitaba el chocho tan fuerte que los pechos comenzaron a columpiarse. Carmen comenzó a lanzar alaridos de placer con los ojos desorbitados, sin dejar de mirar hacia Ramiro, que no paraba de sobarse el paquete con la palma de la mano.
- Así, perra… Muévete, cabrona…
Gabi se levantó sacudiéndose su verga aceleradamente, como si no pudiese más. Se giró hacia ella, se la machacó más fuerte y al segundo comenzó a salpicarla de leche. Algunos escupitajos le cayeron por la cara, uno de ellos dentro de la boca, y numerosas gotitas más pequeñas sobre el vientre, gotitas que resbalaron por la curvatura como las patas de una araña.
Diony le sacó las manos de las bragas, se levantó y, de manera desesperada, comenzó a desabrocharse los pantalones. Carmen respiró por la boca sin dejar de mirar hacia Ramiro. El semen le resbalaba por el rostro. Tenía las bragas apartadas. Diony se la sacudió apuntándola tal y como lo había hecho Gabi. Enseguida le llovió más leche sobre el vientre, las tetas y la cara, con algún pegote cayéndole sobre la muselina de las bragas.
Se miró las manchas, se miró las hileras de leche corriéndole hacia abajo. Después, por iniciativa propia, se levantó y caminó hacia Ramiro. Éste empezó a desabrocharse el cinturón. Luego el botón y después se bajó la bragueta. Acto seguido, se abrió el pantalón hacia los lados y se bajó la delantera del slip mostrando una afilada y larga polla.
Mi mujer se arrodilló ante él y se curvó para hacerle una mamada. Yo la veía subir y bajar el tronco mientras Ramiro se relajaba y los otros dos observaban sentados en el sillón de enfrente. Ya era una puta sin remedio y nuestro hijo a punto de nacer. No sabía qué iba a ser de nosotros, pero una cosa estaba clara, las cosas ya no volverían a ser como antes. Hice las maletas y bajé a despedirme de ella, pero no pude, se había encerrado con los tres en la habitación de mi sobrino y la oí gemir como una perra. Cómo habían cambiado las cosas por un simple desliz, por dejarse involuntariamente la falda doblada hacia dentro. Fin. Joul Negro.