Putita - 1ª parte.
He censurado el relato para poder ser publicado. Espero que ahora sí cumpla con su rígida normativa. Relato incestuoso entre hermanos. Sexo heterosexual oral, vaginal y anal; trios.
Desde muy joven tuve claro cuál sería mi profesión; puta.
Nací en una familia muy pobre. Mi padre era un borracho que, apenas si tenía trabajo, y el poco dinero que conseguía ganar, se lo gastaba mayormente en alcohol. Mi madre, bueno, de ella sólo puedo decir que se pasó toda su vida, o bien preñada o bien mal cuidando de esos hijos; era una máquina de parir. Si no hubiese sido por las ayudas que la Cruz Roja de Andalucía nos ofrecía; comida y ropa, estaríamos todos muertos.
De mi infancia, se podrán imaginar, no fue muy fácil, aunque sí muy feliz y satisfactoria. Soy la mediana de siete hermanos, varones todos, tres más mayores y tres más pequeños; y ayudaba a mi madre en la crianza de todos ellos. Siempre supe, sin ningún pudor, como eran los hombres, no sólo porque bañaba y limpiaba los pañales de mis hermanos pequeños, si no que mis hermanos mayores también se encargaban de enseñarme, desde siempre, lo que se esperaba de mí.
Pero no todo fue malo, yo vivía esta situación como algo normal; lo lógico dada la indigencia en la que nos criamos. Enseguida me dediqué a hacer pajas y mamadas a los mayores, y cuando me hice mujer, empecé a ser penetrada por alguno de mis hermanos, y a medida que fue pasando el tiempo, por todos ellos, incluso mi propio padre me folló en alguna ocasión que, mi madre lo rechazó y le echó de su cama. Muy pronto me convertí en una experta en follar tanto por el coño como por el culo. De hecho, prefería las penetraciones anales a las vaginales.
Recuerdo con especial cariño la primera vez en que mi hermano Juan, el mayor de todos y cinco años mayor que yo, me desvirgó, ante la atenta mirada de mi hermano Pedro, el siguiente en edad. Como era nuestra costumbre, andábamos siempre en paños menores por la casa, era más cómodo y así no teníamos que lavar tanto la ropa de la calle. De pronto siento que algo raro pasa en mi impúber coñito. Un malestar que me recorre todo el cuerpo. Noté que algo salía disparado de mi rajita, como si me estuviese meando. Cuando miré para abajo, vi que era sangre. Sabía por mi madre lo que era la regla, pero no me esperaba algo tan doloroso y sucio. Fui corriendo al único baño que teníamos en toda la casa, y allí como siempre, con la puerta abierta, nadie la cerraba nunca, me quité las braguitas y me limpié como pude en la pequeña bañera que teníamos. De pronto aparecieron mis dos hermanos:
– ¿Qué haze’, Chocho? – Me preguntó Pedro.
– ¿Qué no ve’, Picha? – Le contestó Juan, mi hermano mayor. – ¿Qué va’ze’? ¡Lavarze’ to’ol coño!
Se empezaron a reír de mí; a hacerme burlas de que ya me podían dejar preñada, y no sé cuántas barbaridades más me dijeron. El caso es que, conociéndolos, yo también me lo tomé a risa, y así fue más fácil aceptar que me convertía en la segunda mujer de la casa.
Al de poco rato paramos todos de carcajear y de hacer bromas y noté que me empezaban a comer con los ojos, pues yo seguía desnuda en esa bañerita limpiándome mis poluciones naturales; acariciándome de paso, toda la lampiña vulva y metiéndome los deditos por la vagina, para dejarlo todo inmaculado.
– ¡Déjame a mí! Que te voy a deja’ el chochito requetelimpio – Dijo Juan.
Pasando rápidamente a la acción, sin tiempo ni ganas, para quejas o protestas por mi parte; empezó a enjabonarme todos mis genitales, pasando sus dedos insistentemente por mis labios mayores, abriéndolos y llegado a acariciar mi clítoris.
– ¡Mira como gime y pone lo’ ojoz’ en branco’! ¿Te e’tá guztando’, eh guarrilla? – Me decía mi hermano Pedro, que ya tenía una gran erección dentro de sus sucios calzoncillos.
Mientras Juan, el mayor, no paraba de jugar con sus dedos en mi sexo. Introdujo un par de ellos por mi coño virgen, haciendo que soltara un gemido prolongado, pues realmente me estaba encantando aquel juego infantil.
– ¡Cucha’ quillo! ¡Mira como tengo to’ol cipote! – Le dijo Pedro a Juan, mientras se bajaba el slip y dejaba salir una durísima polla, que yo ya conocía tan bien. – Dé’hame a mí, que yo también quiero meterle lo’ de’itos –
– ¡Ezpérate’ jo’e, que quiero de’florarla yo! ¿No ve’ cómo ez’toy yo también? – Le contestó mi hermano Juan mientras se quitaba su ropa interior y nos dejaba ver una impresionante verga venosa con un carnoso y purpúreo glande.
Juan, era el mayor de los hermanos, y hacíamos todo lo que él nos mandaba; ya que después de nuestros padres, era él al que más respeto y cariño teníamos. Así pues, Pedro, el siguiente en edad, se esperó pacientemente, con su enhiesto miembro en la mano, babeando líquido preseminal, el cual se lo pasaba con los dedos por todo el capullo y luego se los llevaba a la boca para saborear su propia leche, ¡siempre ha sido muy guarro, y eso me encanta de él!
Al de un buen rato de estar masturbándome, me hizo poner de pie.
– ¡Vamo’ a ve’ si ya tienez’ bien limpito el coñito! – Dijo Juan, acercando su cara a mi sexo, y pasando su lengua por toda mi vulva. –¡Niquelao’! – Exclamó.
Yo estaba en el séptimo cielo. Eran unas caricias maravillosas y sentir el húmedo lametón en esa zona tan sensible, me hizo estremecerme de gusto.
Sin embargo, las palabras anteriores de Juan me asustaban un poco. Hasta ese día, yo me había especializado en hacerles pajas y mamadas a mis tres hermanos mayores, pero ninguno me había intentado follar con anterioridad, lo más que me habían metido es, algún dedito por el culito o en el coñito, pero nada más. Pero la visión del enorme y durísimo vergón de mi hermano, me causaba una terrible sensación de incapacidad para albergar tamaña polla dentro de mí. Y las palabras desflorar me traían a la cabeza sentimientos encontrados. Por una parte, deseaba ardientemente tener esa barra de carne dentro de mis entrañas, pero por otra, sabía que me iba a doler y mucho, pues yo era pequeña y estrecha, y aquello era descomunal para mi pequeño tamaño.
A pesar de la falta de cultura y educación de mis hermanos y mía propia, no obstante, Juan parecía todo un maestro en el arte de dar placer. Me puso de cara a la pared de la ducha, con el culo en pompa apuntado a sus insaciables ojos. No dejó en todo momento de acariciar mi cuerpo. Amasaba mis escasos pechos con sus rudas manos, bajaba por mi vientre y se metía en mi coño, mientras tenía su cara enterrada en mi culo, y su boca besaba con pasión mi ojete, por el cual introducía profundamente su larguísima lengua. Me estaba volviendo, literalmente, loca de gozo y delectación. No podía dejar de gemir y suspirar, lanzando algún que otro gritito cada vez que me recorría un escalofrío, por todo mi núbil cuerpecito.
Al cabo de un rato, me volvió a dar la vuelta y nuevamente de cara a ellos dos, pude verlos totalmente empalmados y salidísimos, con unas ganas enormes de taladrarme con sus admirables pollones.
–¡Jo’e, Picha. ¿Ha’ vizto’ se está corriendo de guzto la muy putilla? – Decía Pedro señalando mi entrepierna, totalmente mojada por mis flujos vaginales.
– Ya eztá’ lizta’ pa’ folla’– Dijo Juan con rotunda seguridad.
Me sacó de la bañerita e hizo doblarme, apoyándome con mis manos en el extremo de la poza, abierta completamente las piernas, con todo mi trasero y mi vagina expuestas y a su entera disposición.
– ¡Qué rica eztás’! – Suspiraba Juan. –¡Te voy a reventa’ to’ol chochito con mi polla, guarrilla! –
Veía que mi hermano estaba tan cachondo que no iba a esperar mucho más para meterme todo ese trozo de durísima carne por mi puro y casto coño; ¡y así fue!
– ¡Ay Juan dezpacito’! – Le dije yo cuando noté cómo me iba metiendo la gorda cabeza de su verga por entre mis labios vaginales.
– ¡Ay para, po’ favo’, me duele mucho! – Grité en cuanto me perforó el himen.
Pero mi hermano no oía ni a mí ni a nadie. Él tan sólo tenía una cosa en mente, y era pegarme una buena follada y conseguir tener una gran corrida, eyaculando toda su leche de hombre en mi interior. No había forma de pararle. Era como tener el pistón de una máquina a toda velocidad metiéndose y saliendo, incansablemente de mi sexo.
Pronto el dolor dio paso, de nuevo, al placer. Juan seguía penetrándome con su ritmo diabólico, y su mano me sobaba por todas partes. Me besaba por el cuello, me apretaba y masajeaba mis tetitas, recorría mi vientre y bajaba hasta mi coño, donde a demás de su polla, jugueteaba con mi clítoris, lo que me estaba volviendo loca, aún más si cabe.
Mientras mi hermano Pedro no paraba de decir obscenidades:
– ¡Azín’ Juanito! ¡Reviéntala a pollazos! ¡Metezela’ hasta los co’hones! –
Pedro se acercó más a donde estábamos Juan y yo y me estrujó una teta mientras me preguntaba:
– ¿Eztá’ dizfrutando’ como una auténtica putita, verdad? –
No podía mentirle.
– ¡Zí’, la má’ puta del mundo! – Le conteste a Pedro, agarrándole de su polla y llevándomela a la boca.
A la vez que Juan metía su verga en mi coño, yo mamaba del rabo de Pedro como un ternerillo de la ubre de la vaca.
Enseguida noté como Juan se arqueaba y suspiraba fuertemente; me clavó los dedos en mi cintura y empujo fuertemente su miembro dentro de mí. Fue llenándome todo el coñito con su lefa. Sentía cada chorro de su esperma golpeando en el interior de mi vagina, a la vez que su polla daba espasmos y me producía la sensación de que me martilleaban el útero. Grité de placer aún con la boca llena, pues Pedro me tenía fuertemente agarrada la cabeza, y me metía su dura carne hasta la campanilla.
En cuanto terminó de correrse, Juan desalojó mi chochito haciendo un ruidito como el del corcho de las botellas de champán. Me había abierto completamente, y a pesar de sangrar un poquito por la ruptura de mi himen y por mi primera menstruación, estaba feliz por esa deliciosa follada; pero aún no había terminado, pues faltaba mi hermano Pedro por culminar esta extenuante, pero exquisita tarea.
– Ya ez’tá to’a tuya, quillo’ – Le dijo Juan a Pedro, nada más terminar, y con su verga aún morcillona goteando las últimas gotas de su espeso y sabrosísimo semen.
Pedro no lo dudó un segundo, y ocupó raudo y veloz el puesto vacante de mi hermano mayor. Sin contemplación alguna, penetró de golpe mi coño, aún dolorido y sangrante, haciéndome gritar fuertemente.
– ¡Dezpasito’ que duele, jo’e! – Le grité yo a Pedro.
Pero ya me la había metido toda entera. La verdad es que, quitando el momento inicial, en cuanto se puso a bombear y su polla entraba hasta el fondo dentro de mí, me volvió el gustito; y a recorrerme por todo el cuerpo una sensación de desbordada pasión, un ardiente fuego que me quemaba viva, desde mi coño hasta la punta de los dedos de los pies y hasta los pelos de la cabeza.
A diferencia de Juan, Pedro era más bruto. Se veía que para él no había sentimientos en el acto sexual, todo era algo frenético, un instinto animal de refrotar su miembro dentro de mi cuerpo, para llegar al clímax. Estuvo un buen rato metiendo y sacando su rabo de mi chochito, pero yo sabía que a él le gustaba más el culo que el coño de una mujer, así que pronto dejó de metérmela por delante. Paró en seco, se agachó entre mis piernas y buscó con su lengua mi ojete. En cuanto lo tuvo bien lubricado, apoyó su glande en mi entrada trasera y fue presionando poco a poco hasta conseguir meter su polla en mi interior.
Tengo que explicar que, los pollones de mis hermanos son diferentes. Mientras Juan tiene una polla larga y con un gran glande morado, que es una delicia para chupar y follarte el coño; Pedro la tiene más corta pero gordita y con un capullo más estrecho y pálido, ideal para llenarte el culito y dejártelo más abierto que la boca del metro.
Yo estaba encantada, descubrí ese día que, si me gustaba muchísimo que me perforaran el chochito, más disfrutaba aún de tener el culo lleno de la dura carne de un macho. Las manos de Pedro me apretaban y estrujaban con más fuerza que Juan, parecía que me quería romper, lo que me volvía más loca si cabe. Me corrí de nuevo y vacié mis flujos vaginales que escurrían por mis piernas, formando un enorme charco en el suelo del baño.
Gritaba, suspiraba y gemía como una auténtica puta en celo. Lo mismo hizo Pedro cuando eyaculó toda su carga seminal en el interior de mi ano. Me mordía la nuca y bramaba como un toro en celo, a la vez que trallazos de su lefa inundaban mis tripas. No dejaba de soltar chorros y más chorros de leche dentro de mí. Parecía que no iba a terminar nunca. Yo estaba maravillada por tal proeza; se ve que llevaba varios días sin correrse y acumulaba mucho esperma en los huevos.
Cuando por fin terminó de soltar toda su carga en mi interior, saco su rabo de mi ojete y me sujetó de la cadera, pues me temblaban las piernas por las dos folladas que me había dado mis hermanos, y la postura de estar doblada apoyada sobre la tina de la bañera.
Se reían y me decían lo mucho que les había gustado joder conmigo. Miraban y admiraban su gran trabajo, viendo como salían de mi coñito y de mi ojete goterones de su semen. Cómo estaba abierta completamente por mis dos agujeros; y cómo a mis pies había un gran charco de mis jugos vaginales.
Era cierto lo que me decían, lo había pasado muy bien siendo follada por ambos. Descubrí que me encantan las vergas de los machos; siento auténtica pasión por las pollas, no puedo evitarlo, es ver una y ponerme súper caliente. A partir de ese día, fui la putita de todos los hombres de mi familia. Cada uno con sus gustos, sus filias y sus manías a la hora de echar un polvo a su hermanita. Me hice una experta en dar placer a los hombres de todas las maneras imaginables; satisfacer sus fantasías más íntimas es mi vocación.
Por eso, mis hermanos mayores me propusieron ser puta, pero de las que cobran dinero por chingar, y así ellos sería mis chulos; y yo satisfaría mi afición por los rabos de macho. Pero eso es otra historia que ya os contaré en otra ocasión.
Espero que os haya gustado mi relato. Besitos a vuestras verguitas. Ciao.