Putilla lujuriosa en el Zoco

Hace tiempo, recién casada, visité un país africano. Me sentí y me hicieron sentir hembra ansiosa de macho.

PUTILLA LUJURIOSA EN EL ZOCO .

A Pepi Jo que me recordó esta vivencia cuando yo era joven en un mundo de antes.

El ventanal de la habitación del hotel daba al mar, antes mis ojos el azul del Mediterráneo. Estaba en cuatro, tenía los muslos cerrados y sentía como la polla de mi marido rompía los labios de mi coño y me llenaba la vagina . Sus manos en mis caderas acariciaban mis nalgas. Me estaba cogiendo despacio, mirando como yo el mar, las pequeñas olas que rompían en la playa marcaban el ritmo de sus embestidas.

  • ¿ Te está gustando el viaje?

  • Me ha encantando la excursión en el desierto... UUMMM... ¡ qué lindo cómo me estas cogiendo!... Lo de montar en camello. Muy divertido...¡ qué polla tenés y como me follas de bien...maridito!..

-¿ Qué más?

Me conocía muy bien y sabía que había algo que me tenía muy excitada y no le decía. Se quedó quieto con la verga metida hasta el fondo. Era un martirio delicioso, tener una tranca clavada en tu concha y saber que no se va a retirar hasta que digas lo que debes decir.

Yo me moví hacia los lados, pero él me inmovilizó.

  • Anda...¿ dime que te tiene tan cachonda?- Me dio un par de azotes en las nalgas.

  • Como las turistas jugamos con los hombres de acá. Nosotras andamos en bikinis o con las lolas al aire y sus mujeres o van con bañador completo o con túnicas en la playa. Ellos nos devoran con los ojos llenos de lujuria, y se les nota cuando pasean mirándonos con la polla dura bajo la malla.

A penas llegados de Argentina, en un viaje de trabajo de mi marido, mi cuñada nos había sacado una excursión de cinco días a Túnez en un hotel francés al pié de la playa, un paraíso. Tenía tumbonas en la arena y allí casi todas hacíamos topless , sabiendo que volvíamos locos a los hombres, pero que también estábamos prohibidas, las leyes anti violación a las extranjeras era muy dura. Eso nos daba un punto de perversión y exhibicionismo que a mí me tenía empapada todo el día.

Agarré las almohadas y las puse de modo que pudiera apoyar el brazo izquierdo dejando la mano derecha libre para poder tocarme el clítoris. Lo tenía duro, mojado, así que cuando comencé a acariciarlo sentí como las corrientes de placer me recorrían todo el cuerpo y mi voz surgía susurrante:

  • ¿ Te excita que me ponga cachonda con el deseo y las pijas que levanto?

  • Me divierte que seas tan putilla.

Empezó a acelerar su cogida.

  • ¿ Te gusta que sea tan puta?

  • Si.

  • Soy una casadita muy putita para su marido.

Llevó el ritmo con las nalgadas suaves que me daba como si fuera una yegua en una carrera y yo gemí encelada, lujuriosa.

  • Me vengo...mi amor.

Entonces dejó de darme azotes me agarró por las caderas y bombeó hasta que sentí como estallaba y soltaba su semen, que fue el comienzo de mi caída en el orgasmo. Nos quedamos abrazados, besándonos. El sol entraba por la ventanal y nos acariciaba la piel.

  • Mañana a medio mañana nos vamos. Hoy podemos ir de compras al zoco.

  • Estupendo- dije mimosa- me gustaría tener una chilaba. Parece muy útil para andar por casa.

Me besó buscando con su lengua el interior de mi boca. Sus manos en mis nalgas, su polla de nuevo endurecida apretando mi vientre.

  • ¿ Otra vez?- le pregunté con voz vivaracha.

  • No, nena. Es que me gusta darme cuenta lo putilla que eres y lo que vamos a hacer. A la ducha y a vestirnos.

  • ¿ Juntos?

  • No, por separado que si nos duchamos juntos, no salimos del hotel.

Me levanté como una gacela juguetona y fui a la ducha. Era solo dejar que el chorro me quitara el sudor y lavarme la concha de recién cogida. Me envolví con un toallón y volví a la habitación, por el camino mi marido me dio un besito al tiempo que iba a ducharse.

Me quedé desnuda ante el espejo, delgada, con tetas tiesas de talla 85, pezones grandes, coñito depilado, el pelo a la altura del hombro, la piel de bronce, parecía más joven de los 25 años que tenía. Me di crema hidratante de rápida absorción y me di cuenta que mi marido me había elegido la ropa para ponerme. Quería que diera guerra y a mí me encantaba.

Era un vestido con tirantes de algodón beige claro, corto, a medio muslo que podía usarse de camisola, dado que era abotonado. Un hilo dental, y unas sandalias de taco medio, cómodas para andar. Con esa ropa me iban a comer donde fuera, era lo que los dos queríamos: que yo me excitara excitando a los hombres.

Mi marido se puso una camisa, un boxer, los vaqueros y las sandalias. Me dio un beso, me agarró del brazo y tiró de mí para que fuéramos de compras.

Llegamos al zoco en un taxi, al bajar me aturdió el ruido de las conversaciones, el olor a especies, la luz que se filtraba entre los techos de tela y la gente que andaba mirando, chalaneando, discutiendo más que comprando. Íbamos de la mano, el ambiente exótico, el darme cuenta que miraban como mis tetas turgentes sin corpiño se movían, y mis nalgas llevaban el ritmo del andar pegadas a la falda, los pezones se pusieron duros marcándose en el fino algodón del vestido. Empecé a sentir como me iba mojando de calentura.

Los vendedores se acercaban para invitarnos a entrar en sus tiendas, aprovechaban para tocarme y me daba cuenta que ellos se excitaban y yo estaba empapada de flujos vaginales. Mi marido solo decía no, iba tranquilo, exhibiendo a su hembra , sabiendo que se la querían coger, pero era suya.

-¿ No tienes calor?...Puedes abrirte algún botón .

El guarro de él quería que fuera más provocativa. Así que me paré, me abrí un par de botones de la pollera, al andar iba dejar a la vista hasta casi el final de los muslos y me solté solo uno en el escote, suficiente para lucir canalillo. Al hacerlo me di cuenta que los hombres se arremolinaban a nuestro lado. Volvimos a andar y nos rodeaban ofreciendo cosas y aprovechaban para sobarme de forma disimulada. El ambiente lascivo me iba impregnando, no podía evitar mi excitación, estaba muy caliente. Era todo las manos que me rozaban, los ojos negros ardientes que me devoraban, el olor a sudor y a macho, los perfumes embriagadores que había en el mercado, todo me tenía a punto de estallar.

  • Mi amor...estoy un poco mareada- le susurré .

  • Nena...Ahora vamos a descansar..hemos llegado a una tienda que hablan español.

En el hotel me entendían en inglés pero como buenos franceses ponían pegas haciendo que dependiera del francés de mi marido, y eso me daba una sensación de indefensa y sumisa , de mujer dependiente en una sociedad machista que a él le divertía y a mí me calentaba.

Estaba enfrente de donde habíamos parado. Salió un hombre de unos sesenta años, fuerte más que grueso, y con voz de bajo nos dijo:

-¿ Desean algo de este comercio que encantado les atenderé?

  • Justo estábamos buscando un buen sitio que hablen español.

  • ¿De donde son ustedes? - preguntó ceremonioso, al tiempo que nos tomaba de los brazos para meternos dentro del local. Sentí el calor de su mano en mi piel.

  • Yo español , de Madrid y mi mujer argentina.

  • Que maravilla Argentina , la tierra de Maradona, ¡ que gran jugador!

Y aprovechando el ardor futbolero , me abrazó como si fuéramos dos hinchas de la blanquiazul y empezó a canturrear el ¡Maradona... Maradona! que se cantaba en los estadios. No me soltaba y una de sus manos me tocaba alegre el culo, la otra me recorría el resto del cuerpo. Eso sí, sin dejar de animar al futbolista.

No supe cómo pero empezaron a aparecer otros hombres, debían ser de la familia, y claros hinchas de Maradona y la selección argentina, porque todos aprovecharon para abrazarme y sobarme. Me estaban metiendo mano a nivel grupal y con alegría de campo de fútbol. No me podía enfadar, era un homenaje patrio, y por qué no decirlo, me estaba gustando y poniéndome a mil. Mis nalgas y mis tetas eran rozadas y acariciadas con toques ligeros, suaves como aleteos de gorriones que me excitaban y hacían que me fuera empapando el hilo dental, con riesgo de mojar el vestido.

  • ¡Señores..basta ya! ¡ Que yo soy del Atleti!- soltó mi marido en voz alta indicando que no le molestaba que me metieran mano pero sí que fuera con un jugador que a él no le acababa de gustar.- Hemos venido a comprar unas chilabas ... NO A ANIMACIONES ARGENTINAS.

La cuadrilla se separó de mí y pude ver bien cuantos y cómo eran: el viejo, dos cuarentones, uno como de veintipocos y un recién salido de la adolescencia. Cinco me habían sobado bien sobada. Me habían tocado todo menos la concha.

El dueño de la tienda le hizo un gesto al más joven que salió y volvió en seguida con dos chilabas. Una blanca y azul y otra roja y blanca, colores de los equipos que mi chico había citado. Nos las ofrecieron con una amplia sonrisa.

  • Una para el caballero y otra para la encantadora dama argentina.

Eran fáciles de probar, amplias lo importante era el largo, por aquello de no tener que cortarlas. Nos quedaban bien, mi marido de atlético, yo de selección argentina.

  • Nos gustaría unas túnicas para estar en casa, como ropa.

  • Ahora les traemos, lo importante es el largo y eso ya lo tenemos calculado. Permitan nos que les ofrezcamos lo mejor de nuestro comercio para una pareja tan encantadora.

Los ojos del comerciante brillaban de deseo cuando me miraba, lo que hizo que decidiera jugar con aquella lujuria para ponerme mas y mas cachonda , no solo yo , también mi pareja que le encantaba que su mujer fuera una putilla descarada.

Vinieron el mayor y el jovencito con tres túnicas, las pusieron sobre unas sillas. Eran monocolor: azul cielo , rosa y un morado precioso, que nunca habría pensado me podría gustar tanto.

  • Prueben si les vienen bien.- nos dijo el viejo.

Mi marido se quitó la camisa y se comenzó a bajar los pantalones, al tiempo que les mandaba a los comerciantes.

  • Esto hay que probarlo sólo con ropa interior, así que por favor salgan fuera para que se pueda probar mi mujer.

El cabrón quería que me desnudara y les montara el show, porque seguro que me iban a espiar. Me había dado cuenta que nos podían ver a través de las aperturas entre las telas que separaban la sala del probador del resto de la tienda.

El viejo obedeció, así que nos quedamos solos mi marido y yo, eso sí bajo la atenta mirada de unos espectadores que me tenían muchas ganas. Yo me bajé los tirantes,me solté otros dos botones, moví los hombros e hice que el vestido deslizase por mi cuerpo camino del suelo. No dejé que cayera al suelo. Me agaché poniendo mi culito en postura de ser atacado y recogí la ropa colocándola en una silla. Mi marido que ya se había puesto su túnica me ofreció la azul cielo, guiñándome un ojo. Así que decidí sacar mi vocación de show girl y puta aficionada al ponerme la prenda, haciéndolo lento, marcando mis curvas, y con algún suspiro. Miré disimulada la apertura que tenía enfrente y vi a uno de ellos con la pija en la mano masturbándose. Era un pedazo de verga enorme, de esas que una sueña en sus fantasías eróticas y allí estaba meneándose en mi honor. Así que me moví lo más sexy que pude.

  • Cariño...¿me queda bien?- pregunte con la voz de nena mas mimosa que pude sacar.

  • A mí me parece que sí, pero voy a pedir un espejo y que opine el dueño que sabe más que yo.

No había acabado de hablar cuando entraron dos de aquellos hombres con el viejo trayendo un enorme espejo que dejaron ante mí. Me miré. Estaba de romper, la túnica se me pegaba a las tetas y se marcaban los pezones impúdicos bajo la tela, al llegar a las caderas se ajustaba y mis nalgas quedaban expuestas como objetivo de azotes soñados por cualquier macho.

  • A la hermosa argentina le queda muy bien, hemos acertado la talla.- dijo el dueño de la tienda, al tiempo que me pasaba la mano por la espalda haciendo como si alisara la tela pero de verdad llegando a tocarme el culo.

  • ¿ No habrá alguna túnica para más intimidad? - preguntó mi marido, haciéndose el tonto.

  • ¿ Una de esas que usan nuestras mujeres en la intimidad del harén?

  • Exacto. Para usar cuando estemos solos en Buenos Aires.

Era demasiado, mi hombre quería que me exhibiera, que calentara e hiciera que se pajearan aquella cuadrilla de machos en celo. Lo que pasaba es que a mi me divertía y me gustaba...y me ponía más y más caliente.

  • Deje que tome un par de medidas y le busco una túnica que les encantará.

Y el cabrón sacó un metro de sastre y lo colocó a lo largo de mi costado para ver mi altura, después lo usó para rodear mis caderas, con toqueteo de cola incluido. Se paró y me miró a los ojos diciéndome con la mirada que le encantaría cogerme y romperme a polvos y muy muy lentamente usó la cinta para medirme las tetas, recreándose en sobar con el dorso de la mano mis pezones duros por la excitación.

  • Ahora les traen lo que desean.

Miré a mi marido, la verga estaba en alto, levantando la chilaba que llevaba. Yo me probé la otra prenda, para ello volví a desnudarme, quería dar el show a mis mirones, me la puse y jugué a mirarme y mirarme en el espejo.

  • ¿ Permiten?

Una mujer entró en el enorme probador. Llevaba una túnica parecida a la mía, de las de estar dentro de casa, dos tetas poderosas levantaban la tela indicando que era un pedazo de hembra importante. Llevaba un pañuelo a la cabeza y se cubría el rostro con un velo que dejaba ver unos enormes y maravillosos ojos negros . Viendo su maquillaje pensé en cómo estaría de arreglada en todo lo que no se veía.

  • Me llamo Josephine, pero llámame Jo. Creo que tengo la prenda especial para la intimidad que tu marido valorará. Déjame verte bien.

Hizo que me diera un par de vueltas como si fuera una yegua en un campo de exhibición. Después se me acercó, me puso las manos en los hombros, y me musitó en el oído.

  • Eres un mujer joven y hermosa. Te gusta ser una hembra que pone a los machos en celo. Y quieres jugar a eso.

Mientras me iba diciendo eso, me acariciaba con manos sabias la espalda, las caderas, los muslos por fuera, debía saber que yo era bisexual y que una mujer como ella me excitaba. Me dejé hacer. Era un martirio delicioso.

  • Ahora te traigo dos prendas, una es la que ha pedido tu esposo. La otra es una oferta que creo os encantará.

Yo miré a mi alrededor, observando como aquellos hombres me espiaban. En una de las rendijas vi a al jovencito meneándose el cipote, era enorme y pensar que los demás estaban también pajeándose me excitó aun mas de lo que estaba.

Jo volvió y me dio la primera prenda. El tejido era blanco, suave, ligero , transparente, siempre he pensado que es de una seda especial para una prenda especial.

  • Pruébate- me dijo la mujer, y comenzó a ayudarme a quitarme la túnica que llevaba. Lo hacía acariciándome, quería que yo supiera que era una hembra de su harén y que me estaba ofreciendo a los hombres de su familia mientras me exhibía ante mi marido, que era mi dueño pero que presumía de esposa joven, hermosa … cachonda y puta.

  • Quítate la braga. Son prendas para usar totalmente desnudas.

Obedecí, al hacerlo di un buen show de culito en pompa y sin nada me quedé parada para que todos pudieran ver como estaba totalmente depilada. Me moví sensual al ritmo de una vieja canción de jazz al tomar la túnica. Jo me la puso haciendo que levantara los brazos, luciera tetas mientras metía mis manos en las mangas y luego lo dejara caer por mi cuerpo llevado por sus manos que volvía a sobarme una y otra vez. Yo estaba muy mojada. Los pezones duros, mi calentura era evidente, con los ojos cerrados dejé que jugara conmigo mientras me vestía.

  • Argentina … Estás mojada. Esto te gusta.

  • Mucho- le susurré.

  • Mírate en el espejo.

Lo hice y me quedé asombrada. Estaba hermosa, sensual, mi cuerpo se veía mejorado por la bruma de aquella tela suave. Era una diosa preparada para el amor.

-¿ Te gusta? - pregunté a mi marido.

  • Sí, estás buenísima. Vamos para el hotel.

Lo tenía claro, se había puesto cachondo y quería pegarme un buen polvo. Y a mí me apetecía lo mismo.

  • Esperen. Pruébate este deleite. Vale la pena. La he elegido para una mujer como tú. A tu hombre le encantará. Anda, es solo unos minutos y lo agradecerás toda tu vida. Desnúdate. Yo te ayudo.

Lo dijo con una voz en la que se notaba tanta lascivia que era imposible negarse. Me fue quitando la túnica y me iba metiendo mano mientras lo hacía. Me tocó las tetas, el culo, y hasta el monte de venus. Lo hacía sabiendo que yo no me iba a quejar. Al revés estaba encantada. Me quedé parada, desnuda, espiada y deseada por mis espectadores entre los que también estaba mi marido que se había metido la mano en el bolsillo de la chilaba para pajearse como uno más de los mirones.

  • Ahora te ayudo a ponértelo – me dijo mientras sacaba algo de una pequeña caja y se acercaba con dos piezas de una tela de malla dorada.

Extendió la primera, dos tiras pequeñas de un tejido de hilo dorado, poco tupido que estaban colgando de una cinta también dorada. No me dejó hacer nada, me acarició las caderas mientras lo ataba a mi cintura. Apenas me cubría el coñito, cuatro dedos por debajo de la unión de mis muslos. Por detrás corría tapando la raja de mis nalgas. Lo extendió tocándome, yo me dejaba acariciar, me sentía una mujer que la llevaban a la presencia del señor del harem. Me erguí, quería lucirme ante mis mirones pajilleros. Jo comenzó a colocarme el top de la prenda. Eran dos pequeños triángulos que apenas me cubrían los pezones duros. Unas finas cintas doradas servían para dejarlo atado por el cuello y a la espalda. Había acabado y me llevó ante el espejo. Estaba preciosa, un juguete para el sexo, mi piel morena se trasparentaba contrastando con el dorado de las malla.

  • Te aconsejo que te cubras con la chilaba de calle y vayan al hotel. Seguro que tu marido está deseando hacerte el amor. Mi esposo traerá la cuenta. Antes de taparte, deja que te perfume para tu hombre.

Fue a un cajón en el suelo, lo abrió y sacó un spray, me roció con él. Se entretuvo en los pechos, en el coño y en el ano. El olor era afrodisíaco, pero tuve otra reacción, mis zonas íntimas, pezones, los labios de mi concha, el clítoris y mi oscura puerta pareció como si comenzaran a arder de lujuria. Yo solo quería que me cogieran como a una perra en celo.

Llegó el dueño, mi marido pagó, mientras entre Jo y yo metíamos todas las compras y nuestra ropa en una bolsa grande. Ella provechaba para tocarme y susurrarme:

  • Excitas a los machos...me excitas a mí.. Eres hembra...Eres mujer.

Todo se hacía despacio. Pensé que había que dar tiempo a que los que se habían masturbado viéndome pudieran despedirnos. Y lo hicieron cuando llegó el taxi para devolvernos al hotel. Volví a ser abrazada y sobada al grito de Maradona, eso sí con la nostalgia del show que ha acabado. Yo era una llama de deseo.

El trayecto al hotel me pareció una eternidad. Necesitaba que mi macho me hiciera su hembra. Pagó el taxi, subimos a la habitación. Nos quedamos uno frente al otro. Mi marido se quitó la chilaba, estaba desnudo con la verga en alto. Yo me la fui sacando muy despacio, quería que mi cuerpo ofrecido bajo los hilos dorados que lo iluminaban, más que cubrirlo fuera el acicate de su lujuria.

-¿Verdad que estoy guapa?...parezco una mujer del harem que se ofrece a su dueño...- sonreí insinuante.

Me miraba devorándome, y supe lo que los dos queríamos.

  • Házmelo por el culo.- le dije con voz cargada de lascivia.

El encularme le encanta y para mí es una de las formas de entregarme que me hace sentir más suya. Saber que soy su puta, la mujer para satisfacer sus más oscuros deseos.

Me puse en cuatro en el suelo, se arrodilló tras mío. Normalmente me pone crema para sodomizarme, aquella vez no hacia falta: El maravilloso spray que la mujer me había esparcido hizo que mi ano se abriera como una boca ansiosa para recibir el cabezón de su verga. Y me dio por al culo de una forma salvaje, maravillosa, aquel pedazo de piedra que me metía y movía me llevaba a un más allá de placer y estallé en un orgasmo salvaje mientras el soltaba su leche en mi interior.

Nos quedamos abrazados, besándonos mimosos.

He tardado en escribir este relato, he ido lenta. Ando liada, el fin de curso, mi novia, mis hijos , mis padres, las reuniones de fin de año y todo con cuidados de pandemia.

Lo releo, y recuerdo. Fue una experiencia irrepetible, el mundo ha cambiado. Pero hay cosas que una cree siguen igual. Lo quiero comprobar. Busco en las cajas de recuerdos. Y ahí está el top y las tiras con su cinturón. Las túnicas y las chilabas las usamos cuando hace calor, pero esa prenda morbosa hace mas de diez años que no me la pongo, antes de que naciera mi hija.

Convenzo a mis hijos y mis padres a dar una vuelta larga de compras para Reyes, aviso a mi marido que le espero. Me ducho, me pongo crema para dejar mi piel abierta como estoy toda yo. Me vuelvo a poner el corpiño que no tapa y la faldita que no cubre, busco unas sandalias blancas de tacón de aguja, me miro en el espejo. Soy más vieja, han pasado de Túnez casi veinte años, pero sigo pareciendo una bomba y así me siento: una bomba de sexo. Uso la crema para embadurnar el ojete. Y espero apenas unos minutos que se abra la puerta y llegue mi hombre.

Voy hacia él, me ve y sonríe como un fauno.

-¡ Tómame! Soy tu...putilla

  • Y mi yegua.

  • Cógeme sin quitarte la ropa.

Me pongo en cuatro en el salón, mirando por el ventanal, se ve el Río de la Plata, la neblina oculta Uruguay.

Mi marido sabe lo que quiero, se coloca tras mío, se abre la bragueta y se saca la polla ya dura. Retira el faldellín trasero y me pasa el cipote por la raja que separan mis nalgas, llega al esfínter, se para,y muy lentamente me va metiendo su verga por el culo. Me llena. Sé que va a ser una enculada larga y me gusta. Quiero sentirme muy suya, sé que tomarme por detrás hace que me vea más poseída, más su hembra, su juguete. Y hoy lo necesito.

En Túnez no necesité tocarme para correrme, aquel misterioso spray hizo maravillas, hoy me ayudo con los dedos que buscan mi clítoris para masturbarme mientras me da por culo. Me he apoyado en un brazo, inclinándome más, me vuelve loca sentir en mis nalgas su pantalón, me noto más guarra, más viciosa.

De pronto acelera, ya se va a venir, yo me pajeo buscando llegar un poco antes que él, de modo que note mi orgasmo antes de soltar su leche. Lo logro y él se descarga en mí.

Apenas descansamos, vamos al baño, se desnuda, entra en la ducha, yo a su lado, le lavo la pija, le quito todos los restos de mierda, la ha metido muy hasta dentro. Me encanta enjabonarle la verga, retirando la piel del capullo y limpiar bien limpiado todo el pellejo y su base. Su semen me hace efecto de lavativa, noto que me voy a cagar, decido sentirme chancha y no salir de la ducha, me inclino un poco y salen unos ligeros excrementos que nos manchan los pies. Mi marido me sujeta contra la pared, me da unos azotes en las nalgas, son suaves pero pican.

  • ¡ Cómo eres!

  • Una putilla que te gusta- le digo mientras dejo que se vaya la mierda y luego le lavo sus pies y los míos.